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Libro de la Fortaleza


Keaton Ravenclaw
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En aquel momento, aún sentada en el rellano de la escalera -o eso creía ella-, escuchó una voz bastante familiar. Era de una mujer que parecía estar bastante asfixiada, como si acabara de llegar a toda prisa. No entendía ese sonido en aquella escena que estaba viviendo, pero en cuestión de segundos, el Magic Mall desapareció para dar paso nuevamente al pedacito de Roma desde donde había partido la actividad.


Keaton parecía estar contento con el trabajo de las dos muchachas, pese a las correciones que les indicó. Pero no era el único allí presente; Gabrielle Delacour acababa de llegar al lugar. Valentina le hizo un gesto de saludo con la mano derecha mientras asentía para indicarle a su profesor que estaba atendiendo a las indicaciones. Y es que lo que decía era real. Le costaba controlar sus emociones en más de una y de dos ocasipnes.


A continuación, cambiarían de temática. Esperaba que no poseer el conocimiento que el profesor había preguntado no supusiera un problema. A fin de cuentas, lo único que Valentina conocía acerca de las curaciones era el hechizo Episkey y alguna poción curativa de las que se vendían en el Mall. Miraba embelesada al colgante brilloso mientras todo cambiaba a su alrededor. Cuando volvió a estar atenta, tuvo un sobresalto al darse cuenat de que el Ateneo había desaparecido.


Ostras, ¿y esto?


Por suerte, no estaba sola. Maida y Gabrielle también se encontraban allí, y la primera de sus compañeras se encontraba tan atónita como ella.


Bueno, Gabrielle, ¿qué tal si vamos juntas?


Pero la Delacour no tardó nada en desaparecer de allí. Prácticamente la ignoró antes de ir bastante apresurada a atender al actual Ministro de Magia.


Todo parecía bastante antiguo, pero se notaba como si estuvieran viviendo realmente en aquella época. Tenía que ser otra ilusión, lo sabía en su subconsciente, pero sus sentidos decía todo lo contrario. Pero antes de tener tiempo de seguir cuestionándose el por qué de la situación, uno de los medimagos apareció delante suya, haciendo gestos para indicarle que se acercara. Miró detrás suya, confundida, pero no había nadie.


Vamos, chica, ¡no tenemos todo el día!


Sí, la estaba llamando a ella. Aceleró el paso hacia la habitación donde habían trasladado la parihuela. Un rejuvenecido Patrick Colt yacía sobre una camilla de color beige, con varias toallas debajo de él que intentaban empapar toda la sangre que había derramado. Parecía como si le hubieran clavado miles de flechas por todos lados.


Le han perforado la aorta. Seguro. Si no no estaría sangrando tanto —dijo otra voz.


¿A qué has venido, chica, a quedarte mirando o a practicar?


¡Oh! Eh, sí, sí, voy —se apresuró la Yaxley.


Borbotones de sangre salían de su pecho descarnado, sangre tan roja como su pelo. Era una visión un tanto desagradable. El pobre Colt estaba totalmente inconsciente, ni fuerzas para quejarse le quedaba. Estaba al borde del colapso. Temiendo por su vida, Valentina sacó el Amuleto de la Curación, lo colocó en su cuello e iluminó la parte cristalina con alguno de los rayos solares que entraban por la ventana. Automáticamente comenzó a brillar. Notó como si una energía extra se paseara por su cuerpo desde la cabeza hasta los pies. Llena de positivismo, extendió los brazos sobre el torso del herido, sin llegar a tocarlo. La sangre paró de brotar. Acto seguido, sacó su varita de su bolsillo y, apuntando a la misma zona, pronunció:


Episkey.


Las heridas infectadas comenzaron a amainar. Seguían teniendo una pinta horrible, pero al menos no sangraba ni parecía que hubiera pus. Suspiró. Parecía que aún le quedaba tiempo de recuperación, pero al menos Patrick Colt no moriría. No ese día, al menos.


Menos mal que... ha... funcionado —bostezó—. Casi... creía... que...


Y cayó redonda antes de completar la frase.

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Cuando estaba por surcar los aires a lomo de un Aethonan, el profesor decidió culminar el tema de la ilusión creada por el portal. Se vio nuevamente en el coliseo escuchando las opiniones y las aclaraciones acerca de la asignación conferida. Llevaba razón, el Libro de Poder era el de la Fortaleza, pero, ¿cómo podía demostrarla cuando estaba tan presente en ella el sentido que tomó ese portal? La razón por la que se volcaba al trabajo y los estudios era para escabullirse de eso que su mente irremediablemente pensaba.

 

Prestó atención con respecto a lo de tener Primeros Auxilios como siguiente conocimiento, anotó mentalmente para avisarle a Aaron que era lo siguiente que debían hacer ambos en la Universidad. Ante la ausencia del protagonista de la última escena, la verdad es que se había apoyado mucho en su primo, y en el Black Lestrange. Era como si quisiera encontrar al pelinaranja en retazos de su tío, de su primo, de su amigo, algo de él en alguna parte de todo aquel mundo mágico...y no bastaba. Haber oído esa conversación por corta que fuera, le había lastimado. No tenía la fortaleza que requería, según lo indicado por el profesor. Estaba atada y mientras el dueño del lazo estaba cerca, se sentía completa, perfecta, feliz; ahora, en medio de su desaparición, nada parecía ser suficiente para la Yaxley y se sentía cansada.

 

Resopló tratando de relajar los hombros y usó a la recién llegada para aquello. Una clase, realmente "familiar". Le sonrió.

 

Lo puntual no lo heredé de ti, ¿verdad? —comentó en broma mientras eran introducidas a una nueva escena gracias a las magias del profesor.

 

¿San Mungo? Jamás había pisado ese lugar. Las camillas tenían rostros que no lograba reconocer. La mujer en la camilla era hermosa, como si tuviera esa aura extraña que poseían las mortífagas que habían conocido hasta ahora, como si fuera imperturbable. Leah, Gabrielle, Gatiux, Beltis, Mía, poseían una sensación de ser etéreas que francamente, llegaban a marear. Quizá solo fuera la sensación de que cualquiera de ellas la podían hacer añicos con dos hechizos. ¿Quién sería? Giró el rostro para encarar a el de un Patrick Colt más joven. A ese sí que lo reconocía, había recorrido la Guerra de Bandos, en el mismo nivel que el mago oscuro. Aunque dadas las heridas que lucía parecía que en aquella batalla había sido un blanco particular de ataques fenixianos.

 

¿Usar el Amuleto de Curación? Puso una mano en el collar con los diversos colgantes, ubicó el necesario y finalmente hurgó en su bolsillo por una poción sin la que no salía de casa. Justo a tiempo para ver como Gabrielle desaparecía por un costado y Valentina se dirigía hacia Patrick. ¿Tenía que salvar a la mujer? No, no necesariamente.

 

Volvió a mirar a Crazy y luego a la mujer. ¿Podía ser una antigua alto rango? ¿Qué tan antigua? ¿Y por qué los magos tenebrosos habían caído tan fuerte? Eso solo podía significar una cosa: los fenixianos no era magos con los que uno jugaba. Algo que solo estaba en la cabeza de Maida porque jamás había visto uno siquiera. Caminó unos minutos entre las diferentes camillas, quizá...

 

No, nada de quizá, buscaba a alguien.

 

Dos pasos atrás más y cinco camillas examinadas, encontró a la persona que necesitaba. Si, él había sido uno de los altos rangos mientras el Ministro de Magia aún se encontraba en actividades dentro del bando. Tomó su mano e hizo que sus dedos presionaran el amuleto con ella, como si el Conocimiento que le faltara, él pudiera otorgárselo. Su profesor. Un chiste interno, sin duda. Pensó un Episkey, temerosa que su voz pudiera perturbarle el descanso luego de intentar ayudarle con las heridas. Pudo ver su torso desnudo con tres grandes cortes tratando de cerrarse con rapidez. Soltó su mano para sostener su peso en la camilla, pues de pronto, un mareo casi le había nublado la vista. Clara señal que el mortífago había perdido una cantidad considerable de sangre.

 

Wow, ¿qué te pasó? —preguntó casi para sí, antes de tomar un poco de la poción Herbovitalizante y evitar seguir debilitándose.

 

Tenía toda la intención de quedarse a su lado hasta que desapareciera el tono pálido de su rostro, sin embargo, el sonido sordo de una Valentina cayéndose como un saco de papas en el suelo. Corrió a su lado y tuvo que emplear la varita para evitar que su cabeza golpeara con fuerza el suelo. Se disponía a darle un poco de la poción Herbovitalizante, sin embargo, el llamado de su tía la desconcentró.

 

¡Aquí, en el suelo! —si, casi que sonaba a chiste, pero era la realidad— Tía Gabrielle, Valentina se cayó.

 

La apuntó con su varita y susurró un Enervate, que demoró unos segundos en hacer efecto y lograr que la Yaxley por lo menos, abriera los ojos. Le sonrió intentando confortarla mientras abría el frasco de la poción una segunda vez e intentaba dársela.

 

¿Lo salvaste de la muerte o algo? Yo apenas he sentido algo de mareo, Nathaniel estaba desangrándose —dijo sin darse cuenta que había mencionado su nombre con demasiada naturalidad. Al parecer lo ocurrido en clase estaba mitigando su amargura contra el Malfoy. Cuando llegó su tía, Valentina ya estaba sentada casi—, ¿Tú estás bien?

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— Tía Gabrielle, Valentina se cayó.

 

En efecto, Valentina había azotado en el piso. La Black giró rápido la cabeza para verificar que su "paciente" estuviera bien, el tener a los medimagos cerca había terminado de tener fuera de peligro al mago y ahora su nuevo objetivo estaba en su compañera de clase. Su mirada se mantenía tratando de decidir entre correr o quedarse en la camilla pero el impulso fue más fuerte que su sensatez.

 

Caminó decidida hacia la Ricci para estar junto a las demás pero Maida había logrado ser un poco más ágil, Valentina se encontraba de pie a lo que Gabrielle aligeró su paso. Ahora, sentada estaba tratando de recobrar color.

 

Bueno, se tomaron muy a pecho lo de salvar vidas ¿Eh?

 

Sonrió tratando de aligerar la tensión pero dentro de ese lugar todo era mas que nervios, adrenalina y tensión (y sangre). Se cruzó de brazos y observó fijamente a Valentina.

 

– Maida y yo continuaremos, recobra energías...– Su mano se posó en su propia frente y cerró por un momento los ojos, estaba un poco mareada pero la adrenalina le mantenía de pie.– ¿Alguien vio a la Malfoy?

 

Sí, el solo decir el apellido le daba una sensación amarga en la garganta. La notoria rivalidad entre los Black y Malfoy era lo que le mantenía más que al margen de los miembros de esa familia y si podía evitar el nombre o apellido era más que bien recibido; sabía que las chicas entenderían a quién se refería y esperaba no solo encontrarla a ella, si no a más a quienes ayudar.

 

Quiso esperar un poco más a que la chica recobrara color pero comenzaba a impacientarse, tal vez el amuleto podría ayudarla también a ella tenía ganas de continuar corriendo detrás de los heridos pero necesitaba estar segura.

 

– ¿Vale te parece bien si Maida y yo nos adelantamos o ya puedes venir con nosotras?

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¿La Malfoy? Supuso que se refería a la otra mujer que estaba gravemente herida, pero el tono despectivo fue lo que la sorprendió. Como si se hubiera perdido un capítulo importante en una novela. Se había acomodado al lado de Valentina por cualquier contingencia, manteniéndose en silencio. Aún no estaba segura de querer ver como era que algunos recobraban las energías. Lo que no entendía era porqué todos estaban en San Mungo, según ella, si los mortífagos resultaban heridos, tenían que ir a el L.A.I.C. ¿En algún momento los bandos y su constante lucha estuvieron en la superficie del mundo mágico? Genial, otra clase por la que inscribirse: Historia.

 

Una vez más, la voz de su tía la sacó de sus pensamientos. Enarcó una ceja y se tomó dos minutos. Debían usar el Amuleto con más personas dentro del hospital, por cuestión de entrenamiento, sin embargo no terminaba de cuajar algo en todo aquello.

 

Creo que si vamos a seguir con esto, deberemos hacerlo juntas, yo voy con Valentina hasta que pueda tenerse en pie por completo —dijo para tomarla del antebrazo y volverle a pasar un poco de la poción que había llevado consigo—, será cuestión de segundos, ya verás. Ahora, ¿a qué Malfoy buscas exactamente?

 

Caminó unos pasos y soltó a su prima en cuanto tuvo la oportunidad de volver a usar el Amuleto de Curación con un par de brujas más. A la pelirroja le habían echado alguna maldición de deformación en el rostro, y a la segunda, se habían llenado los brazos con quemaduras y cortes dispersos. Esa fue la que le tomó más tiempo y energía a Maida, quien desafortunadamente no podía seguir contando con la Poción Herbovitalizante, debió preparar más para esta clase.

 

@@Gabrielle Delacour

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El tiempo corría y mientras más se tardaban en decidir más era lo perdido. Sus pies hacían un constante tamborileo de desesperación y ansiedad y sus ojos se paseaban curiosos entre las camillas que llegaban ¿En verdad el asalto o redada había sido tan... intenso? ¿Cuándo los fenixianos habían logrado herir alguno de las filas mortífagas?

 

Y se le heló la sangre. Había estado fuera bastante tiempo y no sabía la línea en la que eso estaba ocurriendo ¿Estaría ella dentro de esa batalla? Su cabeza comenzó a divagar y el bajón de adrenalina llegó ¿Y su hermano... su hermana... su esposo? Meneó la cabeza, sabía perfectamente que su esposo no era de los que entraban en batalla pero aquella idea le heló el pensamiento.

 

– ¿Malfoy? Pues a Mist... – pero sus palabras se vieron silenciadas por prudencia ¿Sería el tiempo en el que todos podían andar sin máscaras y ser felices sin identidades secretas?– A una rubia...

 

Vaya pista, una Malfoy rubia, era como buscar un mago en Hogwarts. Puso los ojos en blanco ante su propia inteligencia y meneó la mano como si indicara que el tema era poco importante. Sabía perfectamente que su sobrina se inclinaría por ir con Valentina y Gabrielle estaba decidida en seguir buscando, estaba cansada... débil pero el terror de encontrar a su familia era más que suficiente para olvidarse de lo demás.

 

– Si es lo que deseas... Iré por el ala izquierda de San Mungo en caso de que quieran seguirme.

 

Caminó unos pasos hacia una de las puertas, estaba débil, lo sabía pero no le detenía. El saber que tal vez su propio hermano se encontrara herido (aunque malagradecido de seguro en caso de encontrarlo) era más de lo que ocupaba, aún así el terror de encontrar a su marido era aún mayor que el de todos los demás: La herida aún abierta del pasado.

 

Finalmente se detuvo en el marco de una puerta, el corazón le latía con fuerza, sabía perfectamente quien estaba en esa cama pero se mantenía al margen de la habitación ¿Era el amuleto o su propio miedo? Tal vez producto de ambos pero sus piernas comenzaban a fallar; cerró los ojos y suspiró, aquello era más difícil de lo que había pesado.

 

– ¿Está bien?– preguntó inquieta a una de las curanderas.

 

– Está débil aún...

 

Su espalda sintió el frío de la pared y se dejó resbalar hasta tocar el suelo, observó como la chica se acercaba a ella y negó su atención con un gesto de mano. Estaría bien sólo ocupaba distraerse... o correr de la habitación.

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Escuchaba las voces de sus compañeras mientras recobraba la conciencia lentamente. Abrir los párpados le costaba tanto como levantar un saco de harina de 20 kilos. Con cuidado, pudo entornar los ojos. La luz tenue del lugar le permitió ver las caras de Gabrielle y Maida, que parecían estar muy preocupadas. Lógico y normal, pues se había pegado un buen golpe.


¿Qué... qué ha pasado? —preguntó con voz de resaca.


Se llevó una mano a la cabeza. Estaba recostada contra la pared del piso, en una esquina, sin molestar a los medimagos que corrían de un lado a otro. Podía notar el dolor de su cuerpo, pues el golpe contra aquel suelo de mármol duro y frío no había sido precisamente pequeño.


Tomó aire a la vez que se inclinaba hacia el rostro de su prima, que le contaba lo sucedido.


Gracias por quedarte. ¿Cuántas horas he estado inconsciente?


Pero nada de horas, ni mucho menos. Apenas había estado un lapso de media hora, pero tenía la sensación de haber estado dormida durante días.


Caray, nunca me había pasado algo semejante. Menos mal que estamos en un hosiptal, por si ocurriera algo —bromeó.


Maida la sostuvo con uno de sus brazos mientras caminaba hacia otras camillas. Debían continuar con la actividad y no quería suponer una molestia para ninguna de las dos mortífagas.


Vale... creo que puedo andar sola. La poción Hervobitalizante está dando sus efectos. Me alegra comprobar de primera mano la calidad de los productos que vendemos en el Mall, ¿o es casera?


Gabrielle se distanció de las chicas, pero Valentina tenía miedo de ir sola. Aprovechó para ver cómo la Yaxley trabajaba con unos cuantos pacientes más e hizo un barrido rápido con la mirada para encontrar a otra persona. No muy lejos, vio a un muchacho, ni demasiado joven ni demasiado mayor, que parecía tener la pierna bastante fracturada, probablemente por hanerse enfrentado a algún animal de grandes dimensiones. Se acercó hacia él y atendió a la medimaga encargada de él.


No te preocupes, podrá andar —le indicó la bruja de túnica blanca.


Estoy algo débil, pero me gustaría continuar practicando.


La mentora asintió. Valentina se concentró por un momento en su Amuleto de la Curación y, viendo que no se encontraba tan mal como antes, procedió a utilizarlo. Podía notar cómo los huesos volvían a su posición de origen, y eso le causaba satisfacción. A continuación, la medimaga le pasó un frasco de ungüento a base de hierbas naturales para bajar el hinchazón provocado por la ruptura de la piel de alrededor.


Espero que te pongas bien con ésto —dijo con tono aniñado al muchacho.

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Keaton se había quedado absorto con las prácticas de todas sus alumnas al hacer uso de el Amuleto de la CUración que se le fue el tiempo. Una alarma resonó en todo el recinto y rompió la ilusión del Centro de Resurrección y CUración de la Marca Tenebrosa. Aquel sortilegio se activaba cuando el momento de abrir la prueba llegaba y el profesor aún no lo hacía, lo cual le hizo sentirse un poco mal consigo mismo al Ravenclaw. Había fallado con los tiempos en su primer clase de Libro de Hechizos, pero aún lo podía remediar. Aún tenían que experimentar con los dos hechizos del Libro, pero como el tiempo ya estaba encima, sencillamente les explicaría los usos y las lanzaría a la prueba. Habían demostrado ser capaces para eso.

 

—Chicas, el tiempo de la parte teórica ha acabado. He de admitir que me encantó la manera en la cual se desarrollaron en esta pequeña tarea que les dejé, me sorprendió ver el uso del Amuleto y de su capacidad para enfrentar las emergencias, me gustaría darles alguna retroalimentación más grande que ésta, pero es que sencillamente han estado geniales las tres —Comentó el Ravenclaw.

 

El vampiro sacó entonces su varita mágica de cerezo. La agitó y de pronto varios de los artículos que se encontraban desperdigados por todo el Coliseo, se le vinieron encima al vampiro: lanzas, espadas, picos, flechas, cadenas, látigos... un sin fin de cosas que, de no hacer algo, seguramente le provocarían la muerte.

 

—¡Salvaguarda Mágica! —Exclamó el ojiverde y su cuerpo se volvió completamente intangible. Todos aquellos objetos lo atravesaron, sin provocarlo absolutamente ningún daño al Black Lestrange, el cual sonrió y se volteó a sus alumnas —Bien chicas, lo que acaban de ver es precisamente uno de los dos hechizos que pueden emplear a partir de que se vinculen con el Libro de la Fortaleza. Es un hechizo que puede ser No Verbal, y que las volverá intangibles por unos segundos, provocando así que puedan zafarse de algún obstáculo que pueda estar frente a ustedes o que las ataque —Les explicó —En muy sencillo, y les servirá de mucho, y cabe recordar que en un duelo o asalto, solo pueden emplearlo dos veces —En ese momento, volteó a ver un reloj de bolsillo que acababa de sacar. El tiempo se agotaba.

 

Para la segunda demostración, el Ravenclaw alzó una daga y se cortó el brazo izquierdo. De inmediato, la sangre comenzó a brotarle de las venas manchando de rojo su nívea piel. Sonrió, hasta el aroma de su sangre le era agradable. El ojiverde alzó la cara y miró a sus tres discípulas, las cuales, ya se les veía ansiosas, suponía que ellas tres ya veían venir la prueba también. El Ravenclaw alzó su varita.

 

¡Curación! —De inmediato la herida se sanó y no se vislumbró ningún rastro de sangre ni de la cortada sobre la piel del vampiro —El segundo hechizo que provee este Libro, es Curación, el cual, durante su duelo, no puede ser empleado más de una vez y que cuando lo empleen, no les consumirá acción, esto, si tienen encima, por ejemplo, un sectusempra, pueden emplear este hechizo, que es No Verbal, para sanarse y lanzar dos hechizos más durante ese turno —Explicó.

 

La alarma volvió a sonar, el momento había llegado. La Prueba del Libro de la Fortaleza empezaría en ese momento.

 

—Muy bien chicas, ha llegado el momento de ver sus habilidades, ver si aprendieron bien, en el caso de los hechizos, deberán practicarlos en la Arena, puesto que ya daremos paso a la prueba. Antes de ello, me gustaría me indicaran si quedaron claros los dos hechizos, y si están listas para usarlos —Exclamó y esperó sus respuestas.

Editado por Keaton Ravenclaw

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Ya, claro, una rubia —la remedó preguntándose si realmente era castaña la hermana de Luisitha. Pero por otro lado, supuso que reírse de su tía no era la mejor de las ideas. Claramente él único que no tenía la fascinación por alterarse, era Orión. No podía decir lo mismo ni de su primo, ni de su abuelo, ni de su propia madre.

 

Iba a contestarle algo con lo que aminorar su falta de respeto escondida, pero ya pronto reaccionaba Valentina y debía prestarle atención a ella. ¿Horas? Pero si apenas habían sido unos minutillos de nada. Pobre, a lo mejor estaba toda confundida por el golpazo al caer.

 

¿Casera? No, me avergüenza un poco confesarlo pero básicamente la Maestría en Pociones la tengo de adorno —se sinceró mientras avanzaban ambas y con la mirada buscaba a la famosa Malfoy que tenía que curar Gabrielle—. Y si, la verdad, a fecha de hoy no tengo queja alguna del Magic Mall. Lo que me recuerda que debería ver si mi Porlock ya se encuentra a buen recaudo, me temo que la Manor estará pronto abarrotada con mis animales.

 

Iba a seguir distrayéndose con sus propias cavilaciones cuando una imagen la quebró por dentro. Algo que sinceramente, pensó no ver nunca. Un Black, nervioso. Recostada, o sosteniendo, según se vea, la pared, su tía, parecía querer enfrentar los niveles de blancura con su palidez. Inmediatamente intentó ver qué era lo que la había colocado en ese estado, parecía la silueta de un hombre sobre la camilla, pero eso sólo logró confundir a Maida mucho más. ¿Qué ella y tía Mahia no habían sido pareja siempre? ¿Quién era aquel...

 

Preguntar era una opción, pero justo cuando iba a articular algo, la visión al completo desapareció y se contempló a sí misma en el coliseo. Habían regresado. Se tomó unos segundos para acostumbrarse al regreso, mientras de reojo, verificaba que tanto su prima como su tía estuvieran enteras. Para ella, la alarma era parte de la ilusión, porque no recordaba ni el sonido de la misma. Quizá había borrado todo desde que Keaton mencionó la prueba.

 

Después de todo, parecía que a Maida le hubieran hecho algún maleficio para huir de las clases de duelo. Y ahí estaba. Tratando de visualizar los dos hechizos que venían con el Libro de la Fortaleza. ¿Por qué tenía que estudiarlos? Ah si, claro, porque quizá de esa manera, si un día le tocaba la mala fortuna de enfrentarse a Ishaya en duelo, a lo mejor, solo a lo mejor, no moría en el intento. El que le pareció más sencillo de realizar fue el primero, y más de acorde a su personalidad también, tomando en cuenta que se veía envuelta en accidentes más continuamente de lo que gustaría confesar.

 

— Por quedarme claro, me quedaron claros, sin embargo, espero que en el momento de la verdad, no me salgan narices rojas de la varita en lugar de lo indicado —dijo, a lo mejor si necesitaba relajar un poco la mente—. Al grano conmigo, porque si me das un poco más de tiempo, tomaré la prueba cuando Nathaniel me pida la mano, o cuando cumpla ciento cincuenta años, lo que suceda primero.

 

Curiosamente, la ojiazul suponía que lo primero, sería lo segundo.

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Una leve sonrisa se reflejó en el rostro de su paciente un instante antes de que todo el entorno volviera a modificarse. Casi al tiempo de un parpadeo, el Centro de Resurreción y Curación de la Marca Tenebrosa se disipó para dar lugar al Coliseo romano que tan bien quedaba en los exteriores del Ateneo. Si fuera por ella, lo conservaría como un adorno más de los jardines.


Miró hacia su derecha. Junto a ella estaba Maida y, al otro lado, Gabrielle. Delante estaba Keaton, mostrándose algo disgustado. Pero eso no fue problema para explicarle los hechizos que tendrían que practicar como último paso para conseguir el ansiado Libro de la Fortaleza. Apenas terminó de hablar cuando un millar de armas se le avalanzaron.


¡Cuidado! —gritó fuertemente. Y cuál fue su sorpresa cuando vio que ninguno de esos objetos le tocó un pelo.


Pero... ¿cómo? —preguntó, atónita—. Por favor, Keaton, no nos des esos sustos. No queremos quedarnos sin profesor en mitad de la clase —aunque, lo mismo, si se hería de gravedad y tuvieran que cancelar la clase, conseguirían antes el libro. Finalmente agitó la cabeza para eliminar de ella ese pensamiento macabro.


Tras la demostración del brazo sangrante, Valentina sintió que había sido una gran idea matricularse allí, ya que esa curación podría librarla de una buena. Su prima fue la primera en reaccionar y dirigirse a la Arena.


Bueno, digo lo mismo que Maida. Todo queda muy bonito en la teoría, pero veremos en la práctica. Espero no liarla mucho, no estoy dispuesta a tirar a la basura el dinero de la matrícula —dijo bien tajante.


Cruzó los dedos y se dirigió al mismo lugar que su compañera.

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Justo cuando Gabrielle comenzaba a perder la cordura escuchó unos pasos, no era la enfermera de San Mungo, sabía que era alguien ajeno debido a sus pasos cautelosos. Levantó la mirada y su sobrina se encontraba examinándole ¿En verdad tenía tan mala pinta? Sonrió para aligerar el ambiente se levantó sin pensarlo, sentía sus manos temblar y les escondió en los bolsillos de su vestido.

 

Antes de entablar la conversación con su sobrina el ambiente había desaparecido y de nuevo se encontraban en el coliseo. Soltó un suspiro y con él lo tenso de su cuerpo. Su atención trataba de mantenerse en su profesor pero parte de su mente seguía en aquel escenario... hasta que las cosas cayeron de la nada.

 

El grito de cuidado había quedado en su garganta el ver como las cosas le atravesaban y frunció el ceño, era mejor que solo tener la boca abierta; ahora sí su atención estaba del todo en el Ravenclaw y mordió su labio inferior, tal vez sería un poco más difícil de lo que se imaginaba.

 

¡NO!- sus manos de inmediato taparon sus labios arrepintiéndose de su grito ante tal suicidio y, justo antes de que la Delacour corriera, el joven había curado la herida sin dejar siquiera rastro.

 

Aquello, adrenalina pura, pensar que el estudiar un libro iba a ser algo sencillo era completamente el error de la Black. Sonrió al escuchar a su sobrina y levantó la ceja tratando de continuar su observación.

 

– Y yo el día en que mi esposo aparezca...

 

Sus ojos se enfocaron en Valentina, al parecer Gabrielle era la única que quedaba sin tomar una posición, la prueba estaba por empezar y a decir verdad ocuparía más que un milagro para salir de esta. Los años habían caído sobre ella y, lo mas importante, su mente aún no estaba preparada para otra cantidad de adrenalina.

 

– Y aquí vamos...

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