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Castillo Snegovik (MM B: 111885)


Leah Snegovik
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Había una gratificación especial en ver el rostro de sus hijos al abrir sus regalos. Baleiro se había quedado pasmado, con los labios separados y los ojos muy abiertos. Podía ver la forma en que su cerebro iba captando todas las cualidades de la cámara, los trabajos que le estaba buscando aún sin tocarla siquiera. Era tan parecido a Sísifo que dolía, dolía no poder meterlo en un frasquito con hoyos y mantenerlo así de por vida. Como a Insomnia y su particular personalidad que, en secreto, adoraba. Igual a Oniria. Sus hijos eran el reflejo de sus amores, por más raro que fuese. Miró abajo, a su pierna. Ámbar parecía al borde del llanto, abrazada a ella sin decir nada. Se las arregló para besarle la cabeza.

-Leelan -murmuró. Si había alguna forma de que lo recordara, no lo sabía. Pero la vio correr hacia su nuera con mucha tranquilidad.

Kamra y Alessandra tenían sus propios regalos y alguno subido de tono que encontrarían en la cama, pero nadie tenía por qué enterarse de quién había sido. ¿O sí? Se giró al fin, a verlo. Sísifo la observaba, sabía que ponía atención a su sonrisa y a la forma en que la felicidad de los demás la estaba llenando. Avanzó hasta él, aprovechando para despeinar el colorido cabello de Insomnia en el camino, y se puso de puntillas para besarlo. Al retirarse, había un paquete entre ambos.

-Feliz Navidad, señor Snegovik.

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Sísifo:

 

 

 

 

Contemplaba desde la distancia cómo la felicidad iba calando poco a poco en las expresiones de los presentes. Leah parecía tan, tan ilusionada repartiendo regalos que por un momento me pareció imposible que aquella misma chica fuese capaz de torturar a civiles sin pestañear. Baleiro observaba su cámara con detenimiento. Era un modelo antiguo, analógico, de óptica Leika. Junto a la cámara reposaban los tanques de revelado, los líquidos y una ampliadora, así como algunas lámparas de estudio. Insomnia correteaba con una de sus camisas, enseñándosela a todo el mundo. Sus emociones eran explosivas, rápidas, intensas y cíclicas.

 

Leah se acercó a mí y me besó con delicadeza. Sentí el impulso de atraerla hacia mí y estrecharla largamente a la vista de todos, pero no era la situación idónea. Cuando nos separamos me tendió un paquete envuelto cuidadosamente. Extraje un cuaderno de tapa dura con un título ininteligible. ¿Sería una novela? Lo abrí por la mitad. Estaba en blanco. Un cuaderno para escribir, pensé. Pero entonces comenzaron a surgir letras marrones en caligrafía gótica. Leí detenidamente aquel poema intermitente, que describía a la perfección las sensaciones que me recorrían.

 

––Muestra poemas según lo que sientas cuando quieras leerlo. ––Murmuró Leah. Acaricié la página sedosa.

 

––Esto es... increíble.

 

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Se quedó mirando atentamente la reacción de Sísifo. Había invertido mucho tiempo en pensar un regalo suficiente bueno para él y ahora que podía ver el resultado, estaba bastante nerviosa. Sabía, por conocerlo demasiado, que el regalo le gustaría. Pero... ¿Y si no? Lo observó abrir la página en blanco, fruncir levemente el ceño. Rió por lo bajo cuando le brillaron los ojos, aliviada, un poema había aparecido ya en las páginas de su nuevo cuaderno y la ilusión podría compararse, demostraciones más o menos, a la de Insomnia.

-Hay algo más increíble -tocó la superficie del pergamino con el dedo-. Todo lo que escribas en él desaparecerá. Y alguien, cualquiera, con un cuaderno similar, leerá tus poemas. Tal como lo haces tú ahora. Creí que era una linda forma de compartir pensamientos, sin necesidad de explicarlos.

Ensanchó la sonrisa y buscó con la mirada a Oniria. La mujer seguía con la cajita en las manos, mirándola, justo donde la había dejado. La atrajo hasta ella y Sísifo y la metió en medio, apoyando la barbilla en su hombro. Rozó su cuello con los labios, entrelazó los dedos con los de él. Había mucho amor en cada gesto, un entendimiento entre los tres que solo ellos podían comprender.

-Muéstranos qué te trajo Santa, mi amor.


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Oniria:

 

 

 

Me dejé envolver por aquel abrazo múltiple. Había decidido reservar mi regalo para el útlimo momento. El paquete era pequeño, cuidadosamente envuelto como los demás. Rasgué el papel intentando no incomodar a Leah y a Sísifo. Era una pluma plateada, con la punta fina y precisa, y un largo plumón de hipogrifo. No necesitaba tinta y podía escribir sobre cualquier superficie. Yo, que siempre había querido escribir en las ventanas, contemplé cómo se multiplicaban mis posibilidades. El trazo era indeleble salvo que yo decidiera lo contrario. Escribí sobre mi muñeca: LSO con caligrafía descuidada, casi infantil. No desaparecería hasta que a mí me pareciese conveniente.

 

––Es genial. ––Musité. Regresé a los brazos de Leah y Sísifo me estrechó por la espalda.

 

––Quiero que me tatúes con eso. ––Rogó él. Sentí su sonrisa contra mi nuca.

 

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Editado por Oniria

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Ámbar Delacour

 

Como todo niño pequeño pronto perdió interés en juguetear entre los brazos de su tía y la mujer que se sentaba a su lado, que ha decir verdad le caía muy bien, y abrió enormemente los ojos cuando una figura femenina a quien hubo ignorado cuando pasó junto a Baleiro apareció en su campo de visión. Insomnia estaba demasiado ensimismada en su regalo ¿y quién no? repasando toda la ropa que en el interior del armario había, Ámbar sintió entonces algo extraño en el estómago, como tristeza ¿Por qué no la veía? ¿Por qué no le prestaba atención?

 

Apretó los labios casi al borde del berrinche, una actitud tan típica de hijo único, que ella jamás tuvo hasta el momento, y caminó tiesa hasta el sofá en donde su pequeño obsequio de navidad descansaba vuelto una bolita de pelo moteado. —Leelan— pensó tomándolo con manos torpes, el cachorro mágico siquiera se inmutó, no tembló, no le arañó los brazos o trató de escapar, Delacour tenía un don para con los animales, ya fueran muggles o no ¿Sino cómo se explicaría que con tan solo dos años jugase con un dragón?

 

—¿Qué es eso?

 

Estaba parada detrás de Baleiro, sus ojos había vuelto a la normalidad, y señalaba todos los artilugios fotográficos que Santa le trajo por haber sido un buen niño. El cachorro ronroneó pegándose a su pecho, la niña sonrió y lo tendió hacia el adolescente, no dijo ni una sola palabra, su mirada hablaba el idioma del chico, cosa curiosa ¿Quieres cargarlo? Parpadeó.

 

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Baleiro:


Había tantas cosas que ver, tantas cosas que tocar. No había dejado de pasar mis dedos por la superficie de la cámara, de sus relieves incomprendidos por tantos. Estaba enamorado de mi cámara y de mis padres, de su facilidad para hacernos felices. Mi primera fotografía fue de Insomnia y su gran sonrisa, capté un momento justo donde se detenía a detallar los detalles de una camisa con estampados. La segunda fue de Alessandra y Kamra y la última del abrazo conjunto de mis padres. Los tres encajaban con una naturalidad envidiable. Me pregunté si alguna vez me vería como ellos en los brazos de alguien más. Ellos eran estéticos, elegantes, todas sus diferencias opacadas por sus similitudes. Eran hermosos.

La voz de la niña me trajo de vuelta a la realidad, esa que no estaba a través de un lente. Me giré para mirarla. ¿Cómo mostrarle? Di una zancada hacia atrás, agachándome un poco, y la enfoqué correctamente, ladeándome hasta que la luz le dio el toque perfecto a su perfil infantil. El click resonó en la habitación y Ámbar quedó inmortalizada, con su Kneazle y su sonrisa con hoyuelos. Le sonreí de vuelta y asintí, cargando al cachorro. Era una suave bolita cálida, respiraba tan lento que a veces pensaba que no era más que un peluche.

-Lo que más quiero -dije por fin.

Era muy difícil que hablara, tanto, que noté cierta sorpresa en ella.

-"Leelan", significa eso -miré a Insomnia y ensanché la sonrisa-. Leelan.


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Ámbar Delacour

 

 

—Lo que más quiero...

 

Su voz infantil pareció un suspiro, algo dudoso, casi como una pregunta para si misma. Volteó, equilibrando el peso de su cuerpo sobre los talones, sin tambalearse hacia los lados, y se detuvo en un punto estratégico de la habitación. Imitó a las agujas del reloj, sus ojos caramelizados se abrieron de par en par restando importancia a que Baleiro le hubiese tomado, segundos atrás, una foto sin permiso; solía ser vergonzosa con los extraños. Y la miró, miró a la persona entre todo ese tumulto que le daba real significado a la palabra, lo que más quiero.

 

Se sobrentendía que Arya era el amor de su vida, su madre. Pero más allá de eso existía otro tipo de amor y sentimientos porque los seres humanos debemos de forjarnos como personas individuales. Contempló su melena larga, lacia, antaño dorada como el sol, ahora plateada como la luna que cuidaba sus sueños por la noche, como el cabello de Baleiro e Insomnia, como el de su tía Oniria.

 

Regresó la vista hacia el muchacho, definitivamente Leah era lo que Ámbar más quería. Caminó tres cortos pasos hasta él y abriendo los brazos de par en par lo abrazó. Sin motivo, simplemente le nació el sentimiento y no se arrepentía. El cachorro se removía apresado entre ambos pechos pequeños, las reacciones de los niños pequeños, que no miden consecuencias, a veces sin graciosas.

 

¿Podemos? preguntó en silencio, cuando lo soltó, señalando una vez más el set de fotografía, quería unirse a él, jugar y ser su amiga para olvidar aquella extraña sensación que le despertó ver por primera vez a la hermana de éste.

 

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Marie

 

Se cubre la boca, atónita. Una lágrima espontánea se escapa de su ojo izquierdo, el sentimental. Se lanza sobre Leah sin poder controlarlo y la rodea con sus brazos. La última vez que recibió un regalo así, recuerda, fue hace ya cuatro años, cuando Viktor la visitó por última vez. En el internado los presentes siempre consistían en las mismas zapatillas sin gracia, faldas descoloridas y calcetines usados. La mayoría decía que poco le importaba, pues el arte que expresaban valía más que la estética exterior. Marie no podía estar menos de acuerdo. Y ahora, por fin, alguien la entiende.

 

- ¡Gracias, gracias, gracias!

 

Monta el maniquí encima de su espalda y se lo lleva consigo escaleras arriba. Una vez resguarado en su habitación, toma una caja lila que reposa encima del baúl. Vuelve casi tan rápido como se fue a la reunión. Espera el momento oportuno para que sus palabras no se pierdan; su tono de voz no la ayuda demasiado para ese tipo de cosas después de todo.

 

- Aun no sé los gustos de cada uno, pero me he basado en lo poco que hemos convivido durante estos meses.

 

Cuando abre la caja, salen disparados una túnica, dos vestidos, una camisa de botones, dos bufandas, un gorro y una flor. Leah recibe el primero, cuya tela posee la facultad de oscurecerse o iluminarse dependiendo de su estado de ánimo. Los vestidos tiene como destino a Kamra y Aleesandra, cuyo material tiene la facultad de combinarse automáticamente cuando los llevan puestos. La camisa se dispara hacia donde está Insomnia, que puede transformarse en cualquier prenda superior. Las bufandas son para Oniria y Sísifo, gris y blanca, que juntas forman una S y completan la figura del trisquel. La flor, al igual que la de hielo, empieza a flotar al rededor de Ámbar.

 

El gorro, aunque sencillo, fue el más difícil de crear. Si Baleiro lo usa, todo sonido que escuche será traducida en una melodía que podrá escribir, entonar o interpretar en cualquier momento. También hará que sepa el nombre y origen de toda sinfonía, canción o poesía que oiga, como la enciclopedia del internet muggle, pero menos técnica. Todas las piezas tienen una M en la esquina, excepto la de él, que solo lleva marcada otra S.

 

- ¡Si los odian me lo dicen!

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Por ese y por más motivos, adoraba la Navidad. Nunca se había permitido expresarlo en voz alta, incluso en ese momento, tal vez porque nunca había tenido la oportunidad de demostrarlo. Marie regresó después de su reacción eufórica y sorprendió a todos con sus regalos excepcionales. Uno era más impresionante que el anterior, sin opacarlo o volverlo obsoleto, solo los hacía más especiales. Pudo ver la emoción en el rostro de Insomnia, que no cabía en sí con su guardarropa nuevo. La boca entreabierta de Baleiro al ponerse el gorro y empezar a escuchar cosas que solo él podría interpretar. La felicidad de sus hijos la llenaba de una forma inexplicable, del mismo modo que lo hacían Sísifo y Oniria.

 

Chasqueó los dedos y la túnica reemplazó su disfraz de señora Claus. Para su sorpresa, siguió siendo rojo. Tal vez porque se seguía sintiendo bastante navideña. Rió por lo bajo y ayudó a entrelazar las bufandas de Sísifo y Oniria. Parecían gemelos, copias perfectas el uno del otro, aunque evidentemente hubiese algo entre ellos. Le encantaban, los dos, a partes iguales. Desvió su atención antes de que sus pensamientos llegaran a extremos bastante inadecuados para la ocasión, hacia Marie y su sonrisa inmensa.

 

—Creo que todos estamos satisfechos, señorita.

 

Le dedicó una reverencia, murmurando una frase de agradecimiento en un italiano correcto pero tosco debido a su acento. Cuando se irguió, compartió una mirada con Sísifo y alzó las cejas, como si juntos acabaran de recordar algo importante.

 

—Es verdad —comentó, tal como si todo el mundo fuese capaz, como ella, de entrelazar sus pensamientos con Sísifo—. Pronto es tu cumpleaños. Y como es Navidad y todo el mundo está altamente complacido con tus regalos —Insomnia correteaba alrededor de Marie cambiando la prenda constantemente—, creo que te mereces elegir tu regalo de dieciséis.

 

Hubo una corta pausa, donde una sonrisa delató que se había permitido leer su mente antes de preguntarle.

 

—¿Qué quieres?

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