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Castillo Snegovik (MM B: 111885)


Leah Snegovik
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Oniria:

 

 

 

 

––Creo que es mejor que te lo explique Leah. ––Sentencié, dando por terminada la conversación. Estaba empezando a sentir una ansiedad incontenible. Tenía ganas de echar a correr, de encerrarme a escribir, de cederme mi espacio. Los labios de Insomnia temblaban, también las cuencas de sus ojos. Fue una de las primeras veces en mi vida, pero no la última, que supe que algo estaba quebrado en aquella chica escuchimizada, pálida como los pétalos enfermos.

 

Me separé completamente de Baleiro, apreté su mejilla. Justo en ese instante Leah entraba en la estancia, deshaciéndose de su uniforme de Warlock, con aquella expresión habitual de frialdad que la acompañaba en el trabajo. Me mordí el labio.

 

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-¿A qué se debe esta hermosa reunión?

Su expresión se suavizó apenas los vio a los tres, un bálsamo después de un día difícil. Pero fue Baleiro, con cierto pesar, quien le indicó con el índice que prestara atención a Insomnia. Habría sido gracioso de no ser por su expresión, contraía y estiraba el dedo con disimulo. Alzó las cejas, mirándola de reojo. Casi al instante, tuvo que mirar a Oniria. La chica parecía a punto de explotar y eso, en ella, era peligroso. Buscó en su mente, expandiendo la suya, los pensamientos de Insomnia eran tan altos que opacaban los de su esposa.

Arya, por todos lados.

Sintió frío por primera vez en mucho tiempo. ¿De verdad esperaba que le explicara aquello? Baleiro la sobresaltó, se había acercado con un sigilo monumental. Le tocó el rostro, la trajo a la realidad. Suspiró.

-Arya fue mi enemiga por muchos años, ya no lo es. Luego decidió enamorarse de la única mujer que he amado -torció los labios, le dolía-. Y luego... Me dejó morir en la camilla de parto. A los dos.

Besó la frente de su hijo y se retiró, despacio, necesitaba un momento.


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Insomnia:

 

 

 

 

––¿Odiar?

 

Balbuceé. Apreté los puños, miré al suelo, luego al techo. A Baleiro, a Leah, a Oniria. El mundo se emborronaba como si cayera preso de una densa niebla. Sentí que mis pies pisaban un escenario, que era el actor secundario de una película extraña, que estaba reproduciendo un guion. Me sentí desgarrada de mí misma.

 

Vislumbré en mi recuerdo aquel rostro suave, cálido, casi maternal, surcado de pecas rojas. ¿Quién podría odiarla? ¿Existía fuera de mi cabeza? Leah desapareció pero apenas me di cuenta. Habría cerrado las manos tan fuerte que me había cortado con mis uñas. Aquel dolor me alivió como un bálsamo desconocido. Suspiré, me concentré en el escozor, el calor imaginado de la sangre.

 

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-Yo -respondió en voz baja, sabiendo que todos la escucharían. Sus ojos estaban fijos en el piano-. Yo la odio, mucho antes de que nacieran. Mucho antes incluso de conocer a Oniria.

El olor de su sangre había inundado la habitación. Al girarse vio la expresión de horror de Baleiro, la observaba con el labio inferior tembloroso y la postura de quien quiere hacer muchas cosas pero no sabe hacer ninguna. Oniria tenía una expresión difusa, casi... culpable. Se acercó a la niña, que ya no era una niña, con su elegancia intacta. Una tranquilidad inquebrantable. Buscó su mirada, la encontró detrás de la satisfacción provocada por el dolor y la sotuvo por un minuto que se sintió eterno.

-No significa que tú debas odiarla. Ninguno de los dos. Lo que yo sienta es irrelevante, cariño. Siempre y cuando tú seas feliz.

Sonrió un poco antes de voltear a ver a Oniria.

-¿Cierto? -era una pregunta excesivamente complicada.

Si decía que sí, estaría abriendo demasiadas posibilidades para Insomnia. Incluso para Baleiro... Frunció el ceño, sabiendo que ninguno de sus hijos lo veía. Solo ella. Siempre ella, con sus hermosos ojos violeta. Maldijo a Arya en la intimidad de sus pensamientos, de verdad la odiaba mucho.


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Oniria:

 

 

 

 

––S-supongo. ––Tartamudeé.

 

Conocía de sobra a Insomnia. Podía leer en su expresión sus anhelos más profundos, la llama intacta del deseo que empieza a eclosionar. Me mordí el labio. ¿Por qué mi vida era tan absurdamente complicada?

 

––Es bastante complicado. Creo que lo mejor para todos sería que lo olvidaras ––sentencié, incapaz de sostenerle la mirada–– al fin y al cabo, no es nadie para ti.

 

"Pero lo es todo para mí", podría haber dicho, simplemente por sonar grandilocuente, porque lo cierto es que mi corazón estaba dividido en muchas partes, en muchas personas. Sísifo, Leah, Insomnia, Baleiro... y por supuesto ella. Contemplé cómo el labio de mi hija temblaba preso de un ataque de nervios. Vislumbré en aquel gesto, entre triste, miedoso y bravo, los primeros indicios de su desafío. ¿Cómo osaba yo, ajena a su mundo interior, a dudar de la intensidad de sus sentimientos?

 

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Esa, debía admitir, no era precisamente la respuesta que esperaba. No solo porque Insomnia acababa de empezar a temblar un poco más, en realidad porque volvió a sentir ese extraño vacío en el pecho. El mismo que sentía cada vez que recordaba el asunto de Arya. Era sentirse irremediablemente triste, aunque intentaba con todas sus fuerzas sentir lo contrario. Le dolía porque se trataba de Arya, porque su corazón nunca lograba aceptarlo por completo. Volteó a mirar a Insomnia y se sorprendió otra vez con la facilidad que tenía Baleiro para moverse y pasar desapercibido, su silencio era parte de él, su esencia.

Su hija estaba en un estado preocupante, podía sentir la misma preocupación en Oniria que la que empezaba a crecer en ella. Baleiro en cambio estaba atrapado en sus emociones, casi en shock. Se abrazó a su hermana como un bebé, ignorando la incomodidad de Insomnia. Se le encogió el corazón. Era lo mismo que ella tenía ganas de hacer con Oniria, aunque sabía que recibiría una reacción diferente.

-Podemos conversarlo después, si te parece mejor. ¿O quieres decir algo?

Estiró el brazo y acercó a Oniria a su costado. Tenía la sensación de que Insomnia tenía algo que decirle a ella, de pronto ella parecía estar un poco en el medio. Como Baleiro. La estrechó con fuerza.

<<No te alteres...>> Le advirtió.


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Insomnia:

 

 

 

 

¿No es nadie para mí?

 

Dudé, di un paso atrás, agaché la mirada. Quizá tenía razón. Era tan influenciable, tenía tantas ganas de encajar y ser querida que hubiese hecho esa frase mía en un segundo de no ser por aquel fuego que nacía en mi pecho y se extendía por todos mis miembros, instándome a luchar. Sentí que ese fuego era la señal de que Arya no sólo era alguien, lo sería todo para mí. Estaba incrustada en mi médula como un parásito invencible, y a su vez estaba incrustada en la médula de mi familia como una enfermedad autoinmune que amenazara con derribarla desde sus cimientos.

 

––Lo olvidaré.

 

Mentí por primera vez en los años que recordaba, mentí con un propósito claro, mentí sabiendo que mentía. Sonreí dulcemente y abracé a Baleiro canalizando a través de su cuerpo mis energías negativas.

 

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Le hubo costado un mundo descubrir la forma de solucionar, o al menos intentarlo, el inmenso error cometido cuando Baleiro nació. Aun tenía pesadillas recordando la frialdad de los cuerpos tendidos sobre una camilla metálica, aunque solo hubiese sido Leah, para ella el pequeño siempre sería tibio. Tragó saliva, a sus superiores no les había agradado en lo absoluto la idea de utilizar una cierta cantidad de magia, que por motivos evidentes, llevaba años enterrada entre páginas polvorosas de libros amarillentos, en lo profundo de criptas Griegas. Había aparecido en los fríos terrenos de Siberia, era amiga de la familia, aun podía hacerlo o eso creía puesto que ningún hechizo la detuvo.

 

Pero sí lo hizo un sentimiento, una sensación de desasosiego que le estrujó el estómago. El más joven de los Snegovik estaba directamente ligado a ella, pero también lo estaba a su hermana ¿melliza, gemela? igual daba, lo que los niños sintieran se traduciría a una empatía latente y vertiginosa. Se detuvo, llevó una mano temblorosa a su pecho, donde pendía una especie de diminuto frasco con contenido líquido y centró sus pensamientos en la mujer con quien compartía aquella promesa de balance, de equilibrio, su hermana. Luego repitió el accionar pero ésta vez escondió la diestra en un inmenso bolsillo al costado del saco que le abrigaba, necesitaba cerciorarse que todo estaba donde debía estar, que no había perdido lo único que podría, quizás, hacer que Ivashkova le odiase un poco menos, cuando desapareció del averno.

 

Respiró, allí estaba, tan pequeño que cabía en la palma de su mano pero con un poder incluso más grande que el de la Matriarca. Más toda la seguridad que sentía cuando se enfrentó a Isthar y le exigió las coordenadas de los libros de sangre, así como la que le acompañó en el proceso para invocar fuerzas con las que nadie debería jugar, siquiera un Nigromante, para desvincularse de su trozo de alma empeñado, compartido, y entregarlo o cederlo mejor dicho a su nuevo portador, Baleiro, desapareció al instante en que llamó con los nudillos tiesos a la enorme puerta.

 

Alguien pronto acudiría, un aguijonazo le atravesó el pecho, sería la segunda vez que veía a Oniria luego de la fiesta, luego de irme a buscar. Los recuerdos de aquella noche en el castillo Haughton se volvían borrosos a medida que unos pasos secos se acercaban a la puerta. Desde entonces le echó de menos, pero curiosamente también al niño, al niño con quien compartía esencia desde el nacimiento, y por consiguiente a Insomnia; había evitado pensar en ella pero le resultaba imposible, doloroso, algo hubo sucedido en aquella habitación atestada de aromas desinfectantes, sangre, sudor, felicidad y tristeza, algo que le había ligado a la niña sin necesidad de recurrir a la magia.

 

@Oniria @Leah Ivashkova

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Baleiro:


Cerré los ojos, olvidándome de todo lo que me rodeaba. Insomnia estaba pasando por un momento terrible y yo quería ayudarla, me abracé a ella con fuerza y traté de no pensar en nada que no fuese ella. Pero lo hice. Mi mente me llevó a esa tarde en el Támesis, al momento donde nos habíamos topado Arya y yo, por cosas del destino. Había pasado el día con mi madre, jugando a que el mundo era pequeño y que yo podría correrlo en una tarde. Recordé su cabello, rojo, ondeando con la suave ventisca invernal. Recordé esa mirada que tenía... arrepentimiento. Arya había dejado morir a mi madre y a mí en consecuencia. Me encogí un poco más en el abrazo de mi hermana, profundamente entristecido.

¿Tanto me había odiado antes de nacer?

Se me escapó una lágrima que corrió por el cuello de Insomnia y me retiré, apenado. Los ojos de mi madre estaban fijos en mi rostro, repletos de un tristeza incluso mayor que la mía. Tuve el presentimiento de que le pasaba exactamente lo mismo que a mí antes, cuando el olor de la sangre de Insomnia me había alcanzado. Tenía ganas de hacer un montón de cosas... y no sabía cómo hacerlas. Yo sabía a qué punto era su debilidad, así que traté de sonreír. Ella hizo lo mismo, asida a Oniria como una viga en un pilar.

¿Podemos irnos?

-Si no tienen más preguntas, claro, hijo -mi madre solía arrastrar siempre una palabra clave cuando sabía la respuesta y ese "Preguntas" fue eterno.

Me balanceé sobre mis talones.

-¿Ella... sabía? -murmuré.

La vi entrecerrar los ojos, meditar mi pregunta. Ella y Oniria no necesitaban compartir miradas para buscar apoyo, a veces se comunicaban como Insomnia y yo. Cuando vi que Oniria bajaba un poco la mirada, supe que había aprobación. Suspiré, lo vi venir.

-Me temo que sí. Era la mejor forma de dañar a tu padre.

De pronto me sentí tan gris como mi hermana.


@@Oniria

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Insomnia:

 

 

 

––Ya está todo hablado, lo olvidaré. ––Afirmé, fría repentinamente, una cáscara vacía. Tenía la extraña habilidad de anular mis emociones y convertirme en un témpano de hielo.

 

Me deshice del abrazo de Baleiro. Él lo entendería. En esos momentos era incapaz de expresar cariño y mantener una fachada de apatía. O la pasión o la muerte. Sostuve la mirada de mi madre biológica, y sentí que todo era su culpa, hasta la mismísima existencia de Arya. Ella era, al fin y al cabo, la que había permitido que dejasen a su amada y su hijastro morir. En mi cabeza cualquier cosa era posible con tal de no ensombrecer la figura de Arya.

 

Me di la vuelta para retirarme. Agarré el pomo de la puerta con seguridad, y cuando el resquicio de apertura se hizo más grande, grité de sorpresa. Volví a temblar.

 

––Tenemos visita. ––Musité, en un intento desesperado de retomar mi papel de indiferencia.

 

@ @@Arya Macnair

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