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Conocimiento de Maldiciones


Mistify Malfoy
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Di un grito de alegría y un coro de "shhhhhh" se alzó en la biblioteca, sumado a la severa mirada de la bibliotecaria que había levantado su vista del enorme tomo en el que estaba escribiendo para clavarla en mi, de forma acusadora. Noté que el color subía a mis mejillas y cerré de un golpe el libro de lomo negro, mientras guardaba la piedra lunar en uno de los bolsillos de mi capa de viaje. Corrí fuera del lugar, rumbo a los enormes jardines de la Universidad que ya estaban llenos de estudiantes por el receso de medio día. ¿Tanto había pasado desde que me había levantado aquel día?

 

Abrí de nuevo el libro sentada en el verde pasto y miré el mapa. Un círculo rojo se había formado en la línea divisoria entre Pakistán y la India y brillaba a intervalos intermitentes, como las luces de un avión que está por aterrizar. Me mordí el labio y miré hacia todos lados intentando ver si alguien me prestaba atención, pero las risas de los alumnos y las charlas no hablaban de mi y del libro que acababa de sacar sin permiso de la biblioteca, así que volví a ponerme de pie y corrí hasta un lugar donde pudiera desaparecer. Ser profesora de Conocimientos tenía sus ventajas en la Universidad.

 

 

****

El aire gélido de montaña se coló por mi capa y llegó hasta mis huesos, haciéndome tiritar de inmediato. Me encontraba en medio de una tormenta de nieve en la que a duras penas podía distinguir mi nariz, que ya había tomado un tinte sonrosado. Miré a uno y otro lado, intentando distinguir mi destino pero no era posible, así que avancé a tientas, haciendo un enorme esfuerzo con mi cuerpo para moverme entre la nieve blanda que recién había caído y la que se estaba acumulando por el fuerte viento.

 

Luego de avanzar por unos minutos en lo que creía, era una ruta segura, me encontré con la pared de la montaña, apenas distinguible pero aún así algo reconfortante. ¿Qué hacía una clase completa muriéndose de frío en aquel lugar? Seguro que ellos no habían ido de improviso como yo y tenían calentitos trajes en los que moverse. Suspiré, aunque el viento se lo llevó tan pronto como salió de mi boca y vi por un momento el vapor que formaba, y volví a mirar hacia la roca. Fruncí el ceño. ¿Era mi imaginación o estaba volviéndome loca por el frío? Me acerqué unos pasos más porque creía haber visto algo en la piedra y fue entonces cuando resbalé hacia adelante (aunque no sabía qué me había hecho resbalar) e hice un movimiento para salvaguardar mi cara que estaba por dar contra la roca... Pero no sucedió.

 

Sentí como si una catarata de agua helada me cubriera y grité de miedo antes de darme cuenta que no había chocado contra la montaña, sino que la había atravesado... Y continuaba cayendo. Abrí los ojos sólo para ver que tenía el cuerpo inclinado hacia adelante, con las manos sobre mi cara y que me movía a una velocidad vertiginosa por lo que parecía un tobogán hecho de piedra. Una punzada de miedo me recorrió el cuerpo. Sabía que al aterrizar iba a romperme la cara contra la fría y dura piedra. ¿Y si quedaba inconsciente? Nadie sabía que había estado allí. Seguro moriría.

 

Un vacío terrible en el estómago cuando el tobogán se acabó y volé unos metros por el aire (o eso creí), antes de aterrizar de forma pulcra en un suelo terroso. Bueno, no tal pulcra. Estaba cubierta de tierra, nieve que se estaba derritiendo de mi ropa y pelo y tenía algunos arañazos por el aterrizaje. Pero más allá de eso estaba completa. Me puse de pie con dificultad y tomé mi varita, porque la oscuridad de aquella caverna apenas me dejaba ver las siluetas de la roca.

 

-¿Hola?- pregunté y mi voz hizo eco... Una, dos, tres... hasta diez veces conté. ¿Qué tan grande era aquel lugar?-. Lumos- la punta de mi varita se encendió e iluminó un tosco camino por el que avanzar, así como una caída de unos cien o doscientos metros por uno de los bordes del camino. No, era un puente de piedra. Miré asombrada alrededor-. Lumos máxima- una bola de luz salió de mi varita e iluminó la estancia en la que me encontraba, revelando estalactitas y estalagmitas, así como extrañas piedras de forma humanoide y otras que no parecían pertenecer a la montaña-. Increíble- murmuré.

 

Sybilla había estado muy callada desde que habíamos desaparecido de la Universidad y se lo agradecí en silencio, porque no hubiera podido guardar todos los detalles de la cueva en mi cabeza si ella hubiera estado hablando. Decidí que mis chances estaban en cruzar el puente, de aspecto no muy fuerte, para ver qué había del otro lado e intentar buscar una salida, así que comencé a avanzar a paso firme pero cuidados, fijándome de no pisar alguna zona demasiado delgada.

 

Cada cierta cantidad de minutos levantaba la varita para iluminar más allá y descubría que a los lados del puente había columnas que iban hasta un cielo no visible y bajaban hasta el abismo, como si hubieran sido construidas por manos humanas... o no tan humanas.

 

<La primera civilización, ¿recuerdas?> dijo Sybilla en mi mente, que hasta aquel momento yo creía que estaba ausente. <Seres a los que los humanos llamaban "dioses" y que construyeron la base del mundo conocido. Aztecas, Mayas, Egipcios... Atlantes> bufé. Estaba bien que fuera arqueomaga pero tampoco que saliera con esa clase de cuentos. La Atlántida no era más que un mito, estaba casi segura porque jamás se habían encontrado pruebas de que se hubiera hundido en el mar, mucho menos existido. Sybilla no estaba de acuerdo.

 

Iluminé de nuevo a mi alrededor y mi pulso se detuvo. Hacia lo que yo creía que era la mitad del camino entre el lado en el que había aterrizado y la orilla opuesta del abismo, había una enorme pirámide de piedra, quizá tan grande como la de Giza, que marcaba el final de recorrido. La misma parecía estar flotando por encima del acantilado oscuro y una magia más que poderosa emanaba de ella, algo que me hizo estremecer hasta los huesos.

 

-Por Merlín- susurré, sin darme cuenta que mi voz volvía a hacer eco.

 

Sólo había una entrada y era por donde yo estaba yendo. El triángulo que conformaba la puerta estaba adornado con oro y tenía las mismas marcas que la página del libro que había encontrado. ¿Era aquel el Templo romaní de los roba almas? Negué. No eran más que historias para asustar a los niños que pedían demasiado o a los viejos codiciosos. ¿Qué haría entonces? Bueno, tenía dos opciones... O entraba o volvía por dónde había venido.

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Correr, brincar, solo faltaba nadar pero esperaba que no fuera necesario en ese templo. Me había inscrito a una clase de conocimiento de maldiciones, no a deportes. Protegida con el talismán y todavía bajo el hechizo de la verdad que había realizado, no sabía yo que la maldición anterior que había caído sobre mi – ignoraba que hubiera afectado igual a Hades – estaba rota al salir de esa otra sala.

 

Era extraño, al parecer de algun modo había vuelto a subir al piso de arriba, encontrándome en una sala, llena de magia como todas las demás. Paredes pintadas de jeroglíficos o tal vez runas, conocimientos que notenía. Las imágenes intentaban meterse en mi mente, pero protegida por el hechizo, no entraban en ella, no lograban ocultarme la verdad. Para mi no existía la oscuridad en esa sala, precisamente por lo mismo.

 

Me olvide por completo del que creía que me estaba persiguiendo, cuando descubrí a mis compañeros, al menos algunos de ellos. Mack, Elvis y Bridget, ¿faltaba alguien más?

 

-¿Chicos? Me alegra verlos?- Comenté.- ¡Mack, Bridget! ¿Cómo se unieron al grupo? Supongo que no importa.

 

Me callé, algo extraño les estaba pasando, suponía que la maldición de esa sala si les había afectado. ¿Cómo hacer que reaccionara? Mack solamente caminaba con la mirada extraviada. Los demás, estaban parados, perdidos en sus pensamientos.

 

Me fije en mis compañeros, preguntándome si debía sacarlos de su ensoñación o dejar que ellos lo hicieran por su cuenta.

 

Tenía otras opciones, ir a la entrada donde estaba la recién llegada o esperar a Hades y buscar alguna solución a esa situación, aunque, ¿les afectaría a esos dos últimos la sala también si entraban ella?

Editado por Lyra Katara Ryddleturn

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Sus ojos se habían quedado atrapados en la oscuridad, fijos, en lo que sea que hubiera impactado el rayo. Su brazo izquierdo todavía estaba extendido frente a ella, y podía ver una ligera estela de luz al final de su varita, como si fuera una cerilla que no se hubiera terminado de apagar. Escuchó un susurró detrás de ella, proveniente de quien había zarandeado minutos antes. ¿Era un susurro? ¿Era una voz? ¿Un zumbido quizás? Sacudió la cabeza confundida, sintiendo todo el cuerpo entumecido por el frío que todavía abrazaba sus extremidades. Era Mackenzie, dedujo, cuando esta la volvió a llamar y tiró de ella de la mano. Bridget no podía dejar de mirar atrás estupefacta. ¿Dónde estaba Elvis? ¿Había sido atrapado por aquellas sombras hambrientas de vida?

Mackenzie había acelerado el paso y Bridget tuvo que mirar al frente para poder ir a esa velocidad. Un lugar pasillo pareció darles la bienvenida junto con una tenue luz que iluminaba apenas un poco su camino. Bridget no estaba nada contenta con como habían sucedido las cosas, pero no tuvo de otra que aferrarse a su compañera, que mostraba más seguridad conforme avanzaban. Poco a poco redujeron la velocidad, y aunque los ojos de Bridget todavía divisaban solo sombras y siluetas, estuvo más segura esta vez de que la que tenía en frente era Mackenzie.

Volvamos —susurró, nerviosa, pero apenas pudo oír su propia voz—. Mackenzie, volvamos —intentó otra vez, pero sentía la garganta seca y escuchaba a la bruja hablar de forma lejana., completamente abstraída en sus palabras.

Parpadeó varias veces, aquél lugar parecía un laberinto, un oscuro y misterioso laberinto, para nada un templo. LA habitación en la que se encontraban ahora era casi tan oscura como las otros, y los únicos detalles que pudo distinguir fueron los cuatro pilares que sostenían un techo que no alcanzaban a ver y 4 puertas con detalles de runas al fondo. Siguió a Mackenzie como por inercia, mientras esta continuaba hablando algo sobre las almas. Bridget sentía que la cabeza le iba a explotar, y apenas retenía una palabra de cada 10 que decía la chica.

No te acerques. Salgamos de aquí —murmuró la pelirroja, pero no lo suficiente fuerte como para que la Malfoy le tomara un poco de atención, porque ya estaba acariciando las puertas con la mirada perdida—. Demonios, Mackenzie, vamos a buscar a Elvis —carraspeó, y se acercó a zancadas junto a la chica para tomarla del brazo otra vez. Se encontró con un par de ojos vacíos y un gesto perplejo, como si algo en esos muros le acabara de succionar una buena parte de vida.

Sintió que alguien le ponía una mano sobre el hombro y se giró bruscamente, sin imaginarse con que iba a encontrarse. Unos ojos de azul grisáceo le devolvieron la mirada y el gesto de Bridget se inundó de sorpresa, incluso pareció florecer una sonrisa de sus labios que rápidamente se convirtieron en una fina línea. Se concentró en el muchacho en frente de ella y olvidó por completo el templo, la clase, Mackenzie o quién sea que quedraa vivo de sus compañeros.

¿Qué haces aquí? —preguntó bruscamente a Zack, que la miraba en silencio y que había bajada el brazo con el que llamó su atención.

¿Qué crees tú que hago aquí? —siseó el mortífago, con aquél tono característico lleno de sarcasmo que solía utilizar.

La Black se quedó muda, sin saber que responder. En su interior tenía todo tipo de emociones revoloteando y sentía que algo muy muy dentro empezó a despertar... "No, Bridget, no, ya sufriste demasiado" Sus mejillas se tornaron rosadas, pero agradeció que aquello no se notara a causa de la oscuridad. Abrió ligeramente los labios para decir algo, pero no se le ocurrió nada por varios minutos, en los que se dejó encantar con cada facción del vampiro. Hacía mucho tiempo que no lo tenía tan cerca, en frente, dirigiéndose a ella, pero nunca, ni lejos de Londres, había olvidado cada segundo que antes pudo pasar con él.

Esta vez no puedo adivinar que te trae a un lugar al que yo no llegué por casualidad ni por una ruta conocida —respondió por fin. Ya no podía mantener por más tiempo la seriedad en el rostro, pues estaba disfrutando de aquél juego de palabras e insinuaciones.

El Black acortó la distancia entre ellos con dos simples pasos. Estaban tan cerca que Bridget se vio obligada a agachar la cabeza. Estaba disfrutando del momento, sí, aunque la falta de comunicación del mago todavía no hubiera aclarado la razón por la que se encontraba ahí. Sintió el deseo de tomar distancia otra vez y así lo hizo, retrocediendo un par de centímetros para mirar a su alrededor. El salón principal del Castillo Black. El inmenso ventanal que daba hacia los jardines estaba a su derecha, y por el entraba la luz del sol que ya se ponía.

¿Cómo que no? Si llegamos juntos —le susurró el vampiro en el oído, como había tenido el atrevimiento de hacer tantas otras veces. Sintió el contacto de sus manos en su cintura y eso disparó un recuerdo en su mente.

El mismo lugar, la misma situación, diferente reacción. Un par de semanas antes de partir de Londres Bridget había coincidido con el Black en aquél viejo Castillo, por cosas de la vida, y al intentar arreglar las cosas a base de explicaciones certeras solo había recibido rechazo y arrogancia. "...te invito una cena entre hermanos...", resonó la frase en su cabeza, mientras perdía la noción de lo que sucedía y sentía cada vez más cerca la presencia del vampiro, tan cerca incluso que podía sentir como le quitaba el aire.

 

Aléjate, solo somos hermanos —bramó, y empujó al vampiro lejos de ella. Se sorprendió al ver que desaparecía como una voluta de humo negro y se encontraba nuevamente en la habitación oscura y vacía del templo. El malestar de aquel recuerdo olvidado seguía latiendo en su interior, junto a su corazón nervioso, insatisfecho. Tenía la boca relativamente abierta y su mente estuvo más confundida que antes.

 

¡Mackenzie! —gritó con fuerza cuando al mirar a su alrededor vio a la muchacha apoyada sobre una de las puertas, todavía con la mirada perdida. ¿Cómo podría sacar a la chica de dentro de su imaginación? ¿Cómo podía hacerle dar cuenta que al igual que ella solo estaba soñando?

SemperFidelis

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- Mamá, te he traído un regalo. ¿Quieres verlo?

 

- ¿Un regalo? ¿Y a qué esperabas para enseñármelo? - La Mistify que habitaba el mundo perfecto creado por la mente de Mackenzie, tomó la mochila de la joven y se puso a revolverla sin miramientos. - Veamos qué tienes aquí. ¿Un collar de esmeraldas? No, seguro que no. Ya sabes que tu padre me ha llenado el joyero de eso. ¿La cabeza de un elfo? No, eso tampoco. Demasiado asqueroso para tu gusto. ¡Ah! Ya sé, ¿quizás lo que hay en esta cajita?

 

Mistify agitaba una pequeña cajita en el aire y sonreía a Mackenzie, segura de que su regalo estaba ahí dentro.

 

- ¡Ten cuidado mamá! No sabes lo que hay ahí dentro. ¡Es peligroso!

 

- ¡Vaya! No me digas que guardas una maldición aquí dentro.

 

Mackenzie frunció el ceño. ¿Porqué nunca podía darle una sorpresa a su madre? Siempre acababa por adivinar sus pensamientos. Debería practicar más oclumancia con ella.

 

 

****

 

 

 

Mackenzie seguía caminando por la sala con la mirada extraviada sin darse cuenta de lo que estaba sucediendo dentro de su mente. Si hubiera tenido consciencia de sí misma, se habría dado cuenta de que se sentía exhausta y débil. Como si su fuerza vital estuviera desapareciendo de ella a cada instante que pasaba en trance.

 

Katara apareció en la sala y, casi al mismo tiempo, Bridget gritó llamando a Mackenzie, tratando de sacarla de aquel trance. Algo en el interior de Mackenzie se agitó, al oír la llamada de la joven.

 

 

*****

 

 

A pocos kilómetros de allí, Sebastian Crowld hacía rato que había terminado de preparar la cena, que ya casi se había enfriado y paseaba nervioso a un lado y a otro de una cómoda tienda de campaña en medio de la nieve, a la que había aplicado varios encantamientos para protegerla del frío y lograr un interior más grande y placentero. En aquel momento, se preguntaba dónde se había metido Mackenzie y porqué no había regresado ya.

 

Sebastian era un hombre de mucho temple y pocas veces se ponía nervioso por nada, pero conocía el Templo del pueblo romaní y sabía que aquel lugar era ciertamente peligroso. ¿Y si Mackenzie había ido a parar al templo? ¿Sabía ella de su existencia? ¿Conocía los peligros que entrañaba aquel lugar?

 

Justo en aquel momento, Sebastian notó dos rastros de magia. El primero era obvio. Cualquier arqueomago con poco entrenamiento lo habría notado, más aún cuando había surgido en aquel preciso momento y a pocos pasos de donde él se encontraba. Un traslador. Alguien acaba de ser transportado allí por un traslador. El segundo rastro era menos obvio y sólo los arqueomagos expertos eran capaces de notarlo, pero para alguien entrenado, aquel rastro era mucho más evidente y fuerte que cualquier otro rastro de magia. Un arqueomago acababa de pasar por ahí. El rastro era sutil, tal vez su conexión con las fuerzas primigenias no fuera fuerte de nacimiento o tal vez hubiera pasado a mucha velocidad. ¿El usuario del traslador?

 

Sebastian Crowld no era un hombre que se pusiera nervioso con facilidad. Y, sin embargo, estaba nervioso.

 

*****

 

 

- Mamá, te he traído un regalo. ¿Quieres verlo?

 

- Gracias, hija. ¿Qué me has traído?

 

- Algo que te gustará mucho, ya lo verás. Pero primero la cena. Tengo ham... -Mackenzie se cortó de pronto.

 

- ¡Oh vaya! No me digas que te lo dejaste en Italia.

 

- No, no es eso, mamá. Sólo es... creo que he tenido un deja vu -rió- creía que a los magos no nos pasaba eso.

 

Era raro. ¿No acaba de vivir ya esa escena? Y, sin embargo, había sido diferente. Tenía la sensación de haber hecho algo mal, como si hubiera tenido que poner más pasión a sus palabras, de la que les había puesto.

 

Y había algo más. Una llamada que no conseguía relacionar. Bridget. Aquel nombre se le venía a la mente una y otra vez. Bridget la había llamado y ella había tenido un deja vu. ¿Qué significaba aquello?

 

*****

 

 

Mackenzie seguía caminando con la mirada perdida por la sala del templo. Su cuerpo flácido, apenas sin fuerzas, comenzaba a tambalearse.

 

*****

 

 

- Mamá, te he traído un regalo. ¿Quieres verlo?

 

- Bueno, después de cenar me lo enseñas. Me parece que los elfos tienen la mesa puesta. Se enfría el souffle.

 

Mackenzie se agarró la cabeza con las manos. De pronto se sentía mal. Algo estaba ocurriendo o mejor dicho, algo que tenía que estar ocurriendo, no estaba sucediendo en absoluto. No, su madre jamás pospondría un regalo para después de cenar. ¿Pero porqué tenía la fuerte sensación de que ya había vivido todo aquello?

 

- ¿Te encuentras bien? Pareces mareada.

 

- Sí, estoy bien. Bueno, no. No sé, debe ser el viaje.

 

Su madre se acercó a ella y le tomó el rostro entre las manos. Cerró los ojos, dejándose llevar por la caricia de su madre. Era tan agradable... y ella estaba tan cansada... Bridget.... ¿Qué significaba aquel nombre?

 

Cuando volvió a abrir los ojos, por un fugaz instante, Mackenzie no vio los bellos ojos verdes de su madre ni sus suaves manos acariciándole el rostro. En su lugar, dos cuencas vacías la miraban, dos sombras negras se ceñían a su cara y de una boca informe emergía una horripilante carcajada.

 

*****

 

 

Sebastian activó el campo. Tenía que saber qué estaba pasando y la mejor manera era seguir el rastro. El lugar estaba repleto de magia, no sería difícil, aunque ciertamente, hubiera sido más fácil para Mackenzie. Ella sintonizaba mejor con aquel tipo de fuerzas. Por nacimiento, él estaba vinculado a las contrarias. La nieve tembló bajo sus pies y las montañas reverberaron cuando la fuerza primigenia se abrió camino en busca del otro arqueomago. Afortunadamente era un rastro muy reciente o tal vez no lo habría alcanzado, como no podía seguir ya el rastro de Mackenzie.

 

Algo bloqueó el campo y aquel indicio bastó para hacerle saber a Sebastian con qué había tropezado. El templo.

 

Mientras sus peores augurios se confirmaban, la fuerza primigenia rodeó el templo casi sin tocarlo. Casi.

 

Un pequeño hilo de magia antigüa, minúsculo, imperceptible y, aún así, poderoso y arrollador, penetró en el interior del templo y sintonizó.

 

*****

 

 

- Mamá, te he traído un regalo. ¿Quieres verlo?

 

- No necesito nada, Mackenzie, ya sabes que tengo de todo.

 

El deja vu volvía una y otra vez. La misma escena repitiéndose. ¿Porqué no podía salir de ella? Movió la cabeza a un lado y a otro, desesperada, tratándose de quitar la sensación de que ya había vivido todo aquello y, sin embargo, no había ocurrido igual. Y el nombre que se le repetía sin cesar en su cabeza. Bridget, Bridget, Bridget.... Y entonces, sin previo aviso, una fuerza la alcanzó, sintonizándola con la magia antigua.

 

Se sintió renacer, vivificada. Y, sin embargo, no pudo por menos que horrorizarse al ver lo que sus ojos tenían frente a sí. Sombras. Sombras negras y densas. Y supo que aquello era real. No era su madre quien le hablaba, sino aquellas horribles sombras. Recordó el templo, recordó la sala de las cuatro puertas y las runas y jeroglíficos dibujadas en los marcos dorados y en las altas columnas. Recordó a Bridget y a Elvis y a los otros chicos que habían ido hasta allí para buscar a su madre. Y en aquel instante, supo lo que tenía que hacer.

 

*****

 

 

El cuerpo de Mackenzie se debatía frenético. Había sintonizado la fuerza y había reconocido el campo de Sebastian. Podía sentir también la presencia de otro arqueomago en el lugar. Y ante todo, sabía que estaba soñando. Soñando no, en realidad no. Comprendía lo que estaba sucediendo. Su mente había sido poseída por algo o alguien y era plenamente consciente de su fuerza vital mermada. Alguien le estaba robando esa fuerza vital a través de su mente. Como si se alimentara de sus propios anhelos, de sus deseos más profundos y, conforme los absorbía, menos vida le quedaba a ella y menos pasión había en ellos.

 

La bruja, que seguía deambulando perdida en la sala del templo, se sujetaba la cabeza con las manos en un intento desesperado de salir de la ensoñación. Pero todo era en vano.

 

*****

 

 

- Mamá, te he traído un regalo. ¿Quieres verlo?

 

Miró a las oscuras sombras que se agitaban frente a ella. Esta vez no era un deja vu. Pero era mejor que las sombras creyeran que así era. Era plenamente consciente de su mente en aquel mundo perfecto, fuera del tiempo y el espacio, y de su cuerpo, agitándose desesperado, y apenas sin vida, en el interior de un templo en la cordillera del Himalaya. Sentía la magia antigua fluir dentro de ella, dándole fuerza, sabiendo que en aquel preciso momento, ella misma era esa magia que había sintonizado. Se lamentó de no ser Sebastian, él sintonizaba mucho mejor que ella con la fuerza primigenia que pretendía utilizar. El amor. Se llenó de ella.

 

- Lo que te he traído es algo maravilloso, madre. Pero no te lo daré si no te muestras verdaderamente interesada.

 

Tenía que engañarlas. Sabía que no podían extraer mucha más fuerza vital de ella sin matarla. No podrían utilizar su propia mente. No para crear un reflejo de pensamiento, lo suficientemente vívido y convincente, del interés que les había requerido. Con un poco de suerte, tendrían que utilizar a su propia madre. Porque lo que aún quedaba en pie en la mente de Mackenzie la convencía de que aquellas sombras, quizás seres que no era capaz de ver, retenían a su madre de alguna forma.

 

- Veamos... ¿qué me has traído?

 

- ¡Vamos madre! Tu sabes hacerlo mejor.

 

- ¿Un beso ayudaría, tal vez?

 

Se agitó. Le repugnaba que aquellas sombras la tocaran. Sin embargo, ya avanzaban hacia ella y sintió la gelidez en sus mejillas, pero se contuvo de dar muestra alguna de que estaba en perfecto control de su mente y, por tanto, sabía que no era su madre quien la besaba.

 

- Frío, mamá. ¿Desde cuando das unos besos tan fríos?

 

¡Vamos! ¡Ahora! ¡Traedla a mi! Sabéis que no podréis nunca emular sus besos. Mackenzie sabía que no le quedaba mucho tiempo. La magia antigua no tardaría en agotarse y probablemente, con ella, se agotara la poca fuerza vital que le quedaba. Tenía que interesarlos más.

 

- Lo que te he traído es un objeto lleno de magia. ¿Recuerdas el alpha del que te hablaba antes? Pero es algo más especial que todo eso. En realidad es un arma mágica. ¿Te imaginas un alpha conectado a un arma? Un arma forjada con magia antigua. ¿Te interesa?

 

Tenía que interesarles lo suficiente. ¡Qué ser se resistiría algo así!

 

Y entonces la vio. O al menos, un atisbo de ella. Llevaba lo que parecía haber sido una túnica blanca, ahora rota y manchada.

 

- ¡Madre!

 

Se llenó del amor que sentía por su madre y con todas las fuerzas que le quedaban imaginó el arma que les había prometido a las sombras. Tenía el objeto alpha en su mochila, el que había creado su mente durante aquella ensoñación. Sólo tenía que fundirlos en uno y utilizar la magia antigua para darle vida.

 

Ante sus ojos, surgió una lanza negra y larga, en cuyo extremo despuntaba un filo curvo y plateado. El mango, hecho de una aleación única, estaba labrado con símbolos en una lengua extraña. Una lanza irrompible y poderosa, en cuyo interior, un núcleo de magia antigua permanecería indemne para siempre. Escaso, pues era la última brizna que le quedaba a Mackenzie de la pequeña parte que había logrado penetrar en el templo y sintonizar con ella. Y sin embargo, en sí misma, aquella lanza era un objeto alpha. Era mucho más que un medio para hacer magia, era la misma magia hecha lanza.

 

- Solo tienes que creer en ella -apenas le quedaba un álito de voz-. Cree en ella y será tuya. ¡Tómala! - Le susurró al oído de su madre, entregándole el arma, cuando las engañadas sombras permitieron que ésta se acercara a besarla.

 

*****

 

 

En la sala sin nombre del templo, el cuerpo de Mackenzie se desplomó inerte en el suelo.

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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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El vampiro estaba prácticamente rastreando a aquella cosa que le había atacado. Estaba en un frenesí de cacería mientras que en sus orbes negros como el abismo, o más bien como aquel techo, había un brillo de intensa maldad y para quienes le conocían sabían perfectamente que no era nada bueno. Se mantuvo atento a cualquier movimiento, no sabía si volvería a ser atacado.

 

-<<un, dos, tres pollito ingles>> -canturreó en su mente su mantra infantil, pasando la lengua por los filosos y ponzoñosos colmillos.

 

Caminó de manera rápida con la varita en mano, la filosa Katana de plata había desaparecido y en aquel punto era lo mejor, tendría que dar muchas explicaciones si le vieran a él con aquello en las manos. Ladeo la cabeza cuando siguió por el pasillo, llego a una esquina y doblo hacia su derecha. Lo malo fue cuando dio aquel paso, sin darse cuenta cayó en alguna trampa, había traspasado una intensa neblina dorada que en un segundo lo atrapó. Maldijo por lo bajo cuando se encontró boca abajo como si le hubieran lanzado un levicorpus. Cerró los ojos y se obligo a respirar para mantener la calma. Movió la varita lanzando así un liberacorpus el cual no funciono. Murmuró por lo bajo, había caído tontamente en aquello, sin embargo debía salir de allí de una forma u otra.

 

-¿Qué demonios pasaría si doy un paso? –susurró preguntándose.

 

No tenía muchas más opciones, buscó en su mente alguna solución válida para aquel problema pero no la encontró. Ya resignado dio un paso hacia la nada. De inmediato todo volvió a la normalidad o eso creyó ya que se encontraba ahora en otra habitación muy diferente al pasillo donde se encontraba, con personas mirándole a los ojos.

 

-¿Qué hacen ustedes aquí? –Pregunto- más bien, alguien podría explicarme ¿cómo llegue aquí?, lo último que recuerdo era que estaba de cacería, algo me ataco y fui a por eso –comento en tono serio.

 

El vampiro pudo observar a Katara quien estaba parada en la habitación, a su vez Elvis, Bridget y había alguien más, alguien que no había visto hasta aquel momento. Entrecerró los ojos mirando fijamente a Mackenzie, la mismísima vice-ministra se encontraba en el sitio. Negó con la cabeza, solo faltaría que aquello fuera obra del ministerio y ella estuviera allí intentando solucionar la situación. Sin embargo, todo paso demasiado rápido, la mujer se había desplomado desmayada en el suelo y se movió rápidamente para atraparla antes de que se diera un golpe fuerte en la cabeza.

 

-¿Hay algún sanador aquí? –Preguntó tranquilamente disfrutando de su chiste malo- ya, ya –dijo revisando a la mujer- estará bien, lo que sea que haya sucedido la agoto completamente –comento para que los demás dejaran de preocuparse- por ahora lo mejor será descansar en este sitio, yo me mantendré alerta, no vaya a ser que lo que tenga la señora vice-ministra sea a causa de alguna maldición y no haya sido pro otra cosa

 

Cerro los ojos y en un momento vinieron a la cabeza algunas cosas que había vivido en Grecia, por lo menos esperaba que Mackenzie fuera una humana y no una demonio porque allí no tenía nada para curar aquel tipo de maldiciones.

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Dubitativa, penetré por la puerta triangular de la pirámide y de inmediato sentí un escalofrío peor al que había experimentado cuando llegué a las montañas. No había viento, ni una mísera corriente de aire pero aún así mis cabellos revoloteaban a mi alrededor como si alguien estuviera jugueteando con ellos y aquella sensación de ser observada y medida hicieron que la piel de mis brazos se pusiera como la de una gallina. Me abracé a mí misma, sosteniendo la varita con mayor fuerza, lo que hizo que mis dedos se tornaran blancos.

 

Apenas había dado dos pasos en el interior cuando la oscuridad me atrapó. Me sentí ciega. No era una oscuridad normal, sino algo más denso, más vívido... más tangible.

 

-¿¡Hola!?- grité, asustada.

 

Jamás había sentido tanto miedo como en aquel preciso momento y sabía que era porque no podía ver lo que fuera que estaba causando esas densas sombras. Una risita cerca de mi oído me hizo girar y apunté con la varita, intentando ver, pero fue entonces que comprobé que la luz de ella estaba siendo consumida por las mismas sombras que me envolvían. Temblé e intenté controlarme, avanzando a tientas por, lo que creía, era una sala de aquella pirámide.

 

Sabía que todo iba a estar bien si lograba salir de aquel lugar, aunque fuera simplemente tocando las paredes. Tenía que haber una salida y, si eso no ocurría, entonces volvería por donde había entrado y me marcharía.

 

A duras penas di dos pasos en la oscuridad, sintiendo lo terroso que era el suelo, aunque firme, cuando sentí una voz infantil a mis espaldas.

 

-¿Mami?

 

Me quedé tiesa en el lugar, mientras giraba lentamente, temiendo encontrarme con uno de esos niños fantasmas de las películas muggles que dan mucho miedo. Pero, al darme vuelta...

 

 

*****

-¡Mami!- una pequeña figura, de un niño de unos ocho años, corrió hasta mi y me tomó por la cintura con ternura, con verdadero amor. Levantó la vista ante mi atónita mirada y sonrió-. Ya has llegado. Papá decía que ibas a tardar más hoy. ¿Cómo ha estado la conferencia?

 

-Thomas, no acoses a tu madre que acaba de llegar y debe estar cansada- una profunda voz salió de lo que parecía ser la cocina de la casa, con una copa en la mano. Mis ojos vislumbraron a Tobías y sonreí-. ¿Cómo te ha ido cariño? Me dijo Jonathan que las encuestas van a tu favor.

 

-Pues sí- comenté, dubitativa, revolviendo el pelo de Thomas y caminando hacia la mesa del comedor, donde tomé asiento. Tobías me tomó la mano con cariño-. El Primer Ministro dice que vamos por buen camino con esta nueva ley para que aprueben la libre exportación de pociones de categoría cinco, pero es probable que sigan poniendo algunas pegas en cuanto a la regulación de la misma. No me sorprendería que subieran costosamente los precios de la aduana- me encogí de hombros.

 

Él acarició mi mano y luego besó el dorso.

 

-¿Te he dicho ya que te amo?- preguntó Tobías, mirándome embelesado.

 

Vi por el rabillo del ojo que Thomas sonreía con su carita infantil.

 

 

****

Sentí que el aire se ponía denso y me tomé la garganta, aunque fue más un acto reflejo de mi cuerpo más que algo consciente. Una punzada en el costado del cuerpo, un mando invisible pero poderoso que me había tocado y penetraba lentamente hasta mis huesos de una magia tan antigua y poderosa que hizo que me estremeciera.

 

****

-¿Té sucede algo, cariño? Te has quedado callada- Tobías me miraba de manera inquisitiva.

 

Abrí la boca para decir algo pero no sabía qué. Fruncí el ceño. El rostro de Tobías se había transformado y sus ojos celestes habían pasado a ser de un azul eléctrico, sin distinción entre la pupila, el iris o el resto del ojo. Eran dos bolas azul eléctrico que me contemplaban y volví a sentir aquel miedo atronador.

 

-¿Castalia?- preguntó, incorporándose y noté que era más alto que el Tobías que yo conocía.

 

-¿Estás bien mamá?- me giré para mirar a Thomas, pero en su lugar había un ser alto, oscuro y de los mismos ojos azul eléctrico.

 

Solté un grito ahogado y me puse en pie, derribando la silla en la que me había sentado momentos antes, aunque ésta no hizo ruido.

 

****

Las hebras mágicas me rodeaban poco a poco como finos de hilos de plata de una túnica. ¿De quién era aquella magia? ¿Quién poseía aquel poder tan inusual que me estaba devolviendo de mi ensoñación? Sentí a un arqueomago, otro. Yo no era ni por lejos la poseedora de las magias más antiguas de la Tierra, mucho menos una calificada bruja para reconocer a otro arqueomago, pues mis poderes no estaban tan entrenados (aunque muchos decían que se nacía con ello o no), pero en aquel preciso instante pude percibir que había otro como yo cerca.

 

Parpadee en la oscuridad y sentí el frío sudor en mi frente, así como un dolor penetrante allí donde la mano del Tobías falso me estaba tocando. La mano de sombras era fría como un hielo y quemaba.

 

 

****

-No te irás- dijo Tobías.

 

Su voz había cambiado. Ya no sonaba como él, sino como un eco oscuro y aterrador de un ser horrible que habitaba aquel templo.

 

Su mano de largos dedos negros me estaba quemando la piel pero no podía soltarme de su presa.

 

-¿Qué quieres?- pregunté, temblorosa, mientras me retorcía de dolor.

 

Thomas, o el ser que se había hecho pasar por él, soltó una risotada.

 

-Qué quieres tú, es la pregunta. ¿Quieres a tu hijo y a su padre muerto? Podemos devolvértelos, a los dos... - la voz parecía sincera pero no dejaba de ser escalofriante y la presa de la mano me tomaba con mayor fuerza a cada momento-. Sólo danos... tu alma...

 

-¡NOOOO!- grité

 

 

****

NOOOO!- mi voz se alzó más allá del ensueño en el que me encontraba y la mano me soltó.

 

Una sutil descarga mágica había recorrido mi cuerpo y logrado que el ser de sombras me soltase, pero sabía que no se daría por vencido. Tomé con mayor fuerza mi varita y coloqué el brazo adolorido contra mi cuerpo porque me costaba moverlo, como si en verdad estuviera quemado en la muñeca. Ya no veía las visiones de mi familia perfecta ni tampoco a los seres de sombras, pero sí distinguí esos ojos azul eléctrico mirándome en aquella impenetrable oscuridad.

 

-¡NO TENDRÁS NADA DE MI!- los desafié.

 

Estaba agotada pero aún así la magia antigua que me rodeaba me daba fuerzas para hacerles frente.

 

Me giré con brusquedad y comencé a buscar una salida. Mis pasos distinguieron un corredor más adelante y aunque las sombras ya no eran tan densas como en la sala anterior, tampoco podía ver tan bien. Volví a encender la varita y un haz débil iluminó parte del camino antes de volver a apagarse. La magia convencional no funcionaba allí.

 

<<Tenemos a tu hijo y a tu marido esperándote... Sólo debes darnos tu alma>> siseó la voz en mi mente y me hizo cerrar los ojos con fuerza. El dolor de cabeza era intenso cuando llegué al final del corredor y comprobé que había otras sombras allí. Era una nueva sala y se podían ver altas columnas que subían hasta el techo y cuatro puertas alrededor, idénticas a la que yo había cruzado al entrar el templo.

 

-No... obtendrán... nada.... de mí- dije, apuntando a las cuatro sombras que estaban paradas en medio de la sala, junto a una quinta que parecía dormir en el piso.

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Mistify bajó la cabeza deteniendo su mirada donde antes había una fosa y ahora tan solo el piso cubierto de estrellas. ¿Dónde estaba su ave cuando la necesitaba? Alzó de nuevo la cabeza hacia la columna que tenía en frente, era un acto reflejo, el dirigirse al menos a “algo” cuando se hablaba.

 

- A… - iba a decir que aceptaba el trato. ¿Qué mas daba quien era el mago con quién tendría que intercambiar su alma? Al fin y al cabo nadie le había preguntado a ella si accedía a hacerlo, simplemente se la habían robado, tal como lo haría ella ahora. Que se las ingeniara quién fuera el elegido para quitarse la maldición de encima. Ella ya había tenido suficiente con aquello.

 

- Insiste, tienes que lograrlo.... ya falta poco – la interrumpió la voz femenina llena de placer. Mistify notó que no se dirigía a ella y además, no era la misma que la anterior. Para entonces ya había contado cuatro voces diferentes. ¿Serían cuatro en total?

 

Cuatro paredes formando la pirámide. Cuatro columnas sosteniendo el techo invisible. Las puertas eran cuatro. Cuatro. Cuatro. Se repetía. Tenían que ser cuatro. No tenía idea de si aquello iba a servirle para algo, pero le reconfortó saber algo más acerca de ellos. El conocimiento es poder, le habían dicho alguna vez.

 

- Otros dos se acercan al templo. Una de ellos incluso ha llegado el interior. El otro… .- la voz masculina por primera vez titubeó. Mistify creyó notar incertidumbre en ella. - ¿Qué es lo que está haciendo?

 

- No te detengas. No dejes que se escape ella también. Casi es nuestra y sin necesidad de intercambios – le urgió su compañero.

 

Supo que estaba pasando algo fuera de lo normal. Pero ¿Qué era exactamente? Acaso aquel viejo pajarraco había logrado contactar a alguien. ¿A quién? La imagen de Chávez, el elfo doméstico de los Malfoy se le vino a la mente.. Suponía que aparte de su ave, sería el único que accedería venir en su ayuda.

 

- ¡Haz lo que tengas que hacer! ¡Ya es nuestra! –

 

Las voces se sucedían una tras otra en un diálogo que solo ellos comprendían.

 

- No ¡No uses a la Malfoy!

 

El grito de alarma llegó demasiado tarde. Para entonces Mistify sentía sumirse en un estado de ensoñación en donde su hija Mackenzie se acercaba con un regalo. ¿Un regalo? ¿Para mí? Sonrió. Le encantaban los regalos. Cada vez que volvía le traía algo maravilloso. Y en cada uno de ellos su hija se esmeraba, aunque a ella no le importaba demasiado el valor de los objetos, sino el que provinieran de ella.

 

¿En dónde estaban? Eso no podía ser su hogar. Parpadeó, su hija se acercaba con una de esas increíbles sonrisas que todo lo podían.

 

- ¡Madre! - El sonido de esa voz tan familiar sacudió cada fibra de su cuerpo. - Solo tienes que creer en ella – la voz de Mackenzie apenas se escuchaba - Cree en ella y será tuya. ¡Tómala!

 

Mistify tomó el regalo. Era… ¿una lanza? Ni bien la tomó supo que era una magia diferente. Aquello que había tenido a una joven Mackenzie obsesionada durante años enteros. Le vinieron a la mente las largas charlas a la luz de la chimenea, los tres juntos, discutiendo acerca del poder primigenio y sus posibles usos. Ya veía que eran muy posibles.

 

Vió desplomarse a la joven y de inmediato un grupo de magos que en un primer momento creyó no conocer, la rodeó. Uno de ellos la sostuvo para que no se golpeara ¿Qué estaba pasando? Las figuras a su alrededor comenzaron a desvanecerse como si fueran producto de un sueño, pero el arma seguía firme entre sus manos.

 

- ¿Mackenzie? – alcanzó a murmurar. Entonces todos los cabos sueltos se ataron. Ella era a quién tenía que entregar. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? La lanza parecía temblar, repleta de aquel poder mágico elemental.

 

- ¡Suéltalo o jamás obtendrás lo que quieres!

 

- Jamás le haría a mi hija lo que él me hizo a mi – apuntó la lanza en dirección a una de las columnas.

 

No hubo destellos. Tan solo un hilo de luz se desprendió de la punta de metal y discurrió con velocidad hacia uno de los pilares triangulares. Se enroscó en él y continuó con la misma celeridad hacia arriba. A su paso, la columna parecía hacerse transparente y contenía algo en su interior. Miles de pequeñas luces doradas que se unían a la primera haciendo cada vez más grande el brillo principal.

 

- ¡Noooooooo! – el ser femenino pareció temblar - ¡No puede ser cierto! -

 

Mistify apretó la lanza. A su alrededor volvió a aparecer el grupo de magos. Mackenzie aún estaba en el suelo, su pecho subía y bajaba lentamente, señal de que respiraba. Se sintió inquieta, no esperaba encontrarla, no todavía. Sin embargo se acercó a ella, agachándose a su lado para tomar el lugar de Hades y apenas dirigiendo la mirada al resto. El arma la había colocado entre las manos de la vice-ministra, sin soltarla, de alguna manera supo que podría adquirir fuerzas asi.

 

- No creo que eso haya sido todo. Sería demasiado fácil – corrió un mechón del cabello de Mack despejando su rostro. La cabeza de la joven bruja estaba recostada sobre el regazo de su madre y la respiración comenzaba a normalizarse. Alzó su rostro. - ¿Quiénes son ustedes? – Los ojos verdes de la Malfoy contemplaron a los que para ella eran recién llegados – Y lo más importante ¿qué hacen aquí?

Editado por Mistify Malfoy

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Seguía parada cuando la habitación comenzó a llenarse de una brillante luz dorada proveniente de una de las cuatro columnas, aunque ahora que podía verla mejor era un pilar, como una pirámide pequeña que se extendía hacia lo alto. Me sentí débil, exhausta, aunque no había hecho de magia o eso me temía y poco a poco las hebras de plata que me habían rodeado en la otra sala ahora se iban disipando para concentrarse en un sólo punto de mi cuerpo, más o menos a la altura de mi corazón.

 

Primero observé mi pecho, podía ver las hebras de plata brillando dentro de mi cuerpo aunque no lo estaban. Luego la luz de la columna y, por último, el brazo que sostenía la varita cayó laxo junto a mi cuerpo al descubrir las figuras que había frente a mí y una más que había salido de la nada y sostenía una lanza. Mistify Malfoy, mi madrastra, sostenía en su mano un elemento mágico que desprendía una esencia terriblemente fuerte. Se acercó a la figura en el suelo y puso la cabeza de la mujer sobre su regazo, apartando un mechón de pelo. Sólo entonces distinguí que se trataba de Mackenzie, mi media hermana.

 

Me quedé helada. ¿Qué hacía Mackenzie allí? Y sólo entonces me puse a mirar las otras cuatro figuras paradas alrededor de las dos Malfoy. Elvis Gryffindor, Bridget Wenlock, Lyra Ryddleturn y Hades Ragnarok. Era una extraña reunión para una clase de Maldiciones, sobre todo viendo que Mackenzie estaba desmayada en el suelo.

 

-¿Qué estamos haciendo aquí?- pregunté, sintiendo que mi voz sonaba áspera, falta de vida.

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-Qué curioso. Yo estaba huyendo de algo.- Comenté al escuchar las palabras de Hades. .Tampoco recuerdo como llegue aquí. De repente las habitaciones y pasillos se confundieron, igual los pisos y sin saberlo, aparecí en esta sala. Es como si algo quería que todos nos reunieramos.

 

Era obvio que a Hades tampoco le había hechizado la habitación con las imágenes que proyectaba. Bridget despertó de esa ensoñación, pero Mack se desmayo.

 

-Se de primeros auxilios, pero no soy sanadora.- Expliqué.

 

Era mejor dejar que él se encargará de Mack. Al oir su propuesta de descansar, asentí, convirtieédome en una minina persa blanca, haciéndome bolita. Era la mejor forma de descansar que tenía, si bien eso me dejaba más vullnerable. Sin embargo, no pude descansar mucho. Cissy había entrado poco antes de que me convirtiera en una minina persa y Misty llego al lugar también, aunque algo la hacia diferente. No podía explicar que.

 

Me convertí nuevamente en humana, sentada en el suelo. Pocos se habían dado cuenta de mi transformación. Acomodé la mochila que llevaba, igual mi varita. Casi como si se pusieran de acuerdan, preguntaban cosas similares a que hacen aquí o que hacemos aquí

 

-Un pájaro negro tuvo la culpa de esto, Cissy, tenía una varita. Supongo que quería que vinieramos a rescatar a Misty, es obvio que ella se relacionó..- Me había acercado a Cissy, levantándome del suelo.-Somos tus alumnos, Misty. Dejaste unos libros en el salón y un pájaro negro con varita llego y tiro los libros para que se abrieran en la página correcta.

 

Sabía que eso no nos ayudaría mucho. Era obvio que nuestra profesora no era la misma. Había visto que apuntaba a una de las columnas, Se escuchaba una seríe de voces, o algo parecido a ellos, pero que al menos yo no lograba comprender. Estaba siendo todo demasiado confuso, Elvis parecía no querer reaccionar.

 

Mi imaginación había empezado a atar cabos, pensando que a lo mejor Mackenzie era a quien debía matar la profesora para que ella tuviera su alma de nuevo. Pero al no hacerlo, ¿intentaría matar a alguno de nosotros?

 

Debíamos tener cuidado, no confiarnos mucho de Misty, al menos eso sería lo que haría, estar alerta. No llevaba su varita, pero al parecer en ese templo con tanta magia, no la necesitaba. Tenía que existir alguna forma de romper esa maldición, sin que nadie más tuviera que perder la vida.

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¿... algún sanador aquí? Sanador, sanador.... el eco de unas palabras llegaban a su mente, difusas, incompletas, extrañas. Trató de agarrarse a ellas, como quien se agarra a un cabo que se hunde, sabiendo que no lograrían devolverla a la vida y, aún así, tirando de ellas en un último y desesperado intento. La oscuridad la atrapó de nuevo y la hizo caer en el vacío de la inconsciencia.

 

Algo tiraba de ella. Allá arriba, una minúscula luz brillaba como un faro en lontananza. Intentó tocarla, pero sabía que no podía alcanzarla. Y, sin embargo, la luz se hacía más grande, se extendía, la alcanzaba... y la aupaba hacia arriba, hacia algún lugar más allá de la nada. Flotaba. Se mecía en un halo de luz, suave y reconfortante. Y seguía ascendiendo. Arriba. Más arriba.

 

Voces a lo lejos. Un perfume conocido. Una caricia. Y la voz de su madre, clara y fresca, como un almendro en flor. Bella y fuerte. Imposible de pasar por alto. Cuando su madre hablaba, los demás escuchaban. Tenía un carisma especial.

 

¿Qué hacen aquí? Preguntaba su madre. ¿Qué estamos haciendo aquí? Oyó preguntar a otra voz que le pareció reconocer. Y luego las aclaradoras palabras de una joven a la que había conocido hacía poco tiempo, en la clase de encantamientos. Abrió los ojos, lentamente, y vio al pequeño grupo allí reunido. Los reconoció a todos, pero le sorprendió ver a Sybilla. No sabía que estuviera también en el templo. Por fin entendía quien era el misterioso tercer arqueomago.

 

- Mi bella mamá, qué bueno verte -una Mackenzie aún débil, pero sonriente, tomó la mano que le acariciaba el rostro y la besó. Se sentía cansada, pero feliz.

 

Vio que los demás parecían estar bien. ¿Elvis también? Tenía en el rostro una expresión extraña. Se preguntó a cuántos más aparte de ella había alcanzado la maldición.

 

- Estuve muy torpe, mamá -se lamentó Mackenzie-. Esta vez casi no la cuento. Pero era tan perfecto y maravilloso... Me dejé atrapar por esos seres, como una cría que aún cree en fantasías de niños. Supongo que tuviste tus razones para ausentarte, aunque...

 

Sus palabras se interrumpieron de pronto cuando toda la pirámide se estremeció. De todas las columnas surgían hilos de un azul eléctrico que las recorrían como una enredadera. Algunas se despegaban de ellas y adquirían formas grotescas, amenazantes, hambrientas, ansiosas de abalanzarse sobre ellos, pero algo las retenía. ¿Qué eran? ¿Más seres malditos? ¿Y qué había pasado con las sombras? ¿Qué eran en realidad aquellas sombras? Vio que sujetaba la lanza que le había entregado a su madre. Al menos, la magia antigua sí parecía funcionar contra aquellas criaturas. Pero ella no tenía fuerzas para enfrentarse a nada en aquellos momentos. Su madre no debería haberla soltado, podría volverla a necesitar.

 

De pronto, todos oyeron el ruido metálico que harían mil puertas al cerrarse y una voz retumbó en la sala.

 

Nadie entra. Nadie sale.

Un intercambio se debe.

Un favor se concederá,

uno por otro y, a cambio,

el precio deberá pagarse.

 

Miles de ojos, azul eléctrico, los contemplaban, amenazantes.

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firma
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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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