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Primeros Auxilios


Jessie Black Lestrange
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Mia Black Lestrange

Leah A. Ivashkov

Edmund Browsler




Tenía más de un año que no pisaba las instalaciones del Hospital San Mungo, extrañaba trabajar en ese lugar, el trato con pacientes y ver salir a los mismos como si nada les hubiera pasado; era algo que le llenaba y disfrutaba pero esos días habían quedado en el pasado. Su andar, antes rápido y tímido había quedado sepultado junto con su pasado; ahora sus pasos eran firmes y elegantes, atrayendo las miradas de cada mago o bruja con quien se cruzaba.


Los sanadores y asistentes la observaban tratando de identificarla, en sus rostros se podía ver el reconocimiento y la duda al no estar completamente seguros que fuera la misma chiquilla con quien ellos habían tratado. Sonriendo de lado, Jessie siguió su camino hasta el auditorio mayor sintiendo la mirada de todos sobre ella, sintiéndose satisfecha por el impacto que había causado a su paso. Una vez llegado a su destino predispuso todo para su clase, le gustaba llegar a tiempo y le molestaba que la hicieran esperar.


Había mandado citar a sus alumnos en las instalaciones del Hospital San Mungo de Enfermedades de enfermedades y heridas mágicas para la clase de Primeros Auxilios. Sus pasos resonaban por el auditorio mayor en la espera de los magos que asistirían a la clase. Comenzaba a impacientarse aunque su rostro no demostraba emoción alguna, salvo sus grises ojos, que brillaban de impaciencia por comenzar con aquella asignatura.


Tenía ya todo planeado, desde los principios básicos hasta las cosas mas elaboradas que sus alumnos pudieran necesitar. Observaba los cuadros que decoraban las paredes de aquel auditorio, donde los magos representados en aquellas pinturas demostraban dolor, sufrimiento y agonía; una sonrisa placentera se dibujo en los rosados labios de Stabolito mientras perdía un poco el tiempo en aquel lugar.


Su capa negra hacía un leve susurro tras de ella con cada paso que daba. Sus brazos cruzados sobre su pecho con su varita firmemente sujeta en su mano izquierda, un hermoso brillo se colaba por los cristales del auditorio calentando el vació lugar. Soltó un suspiro que hizo flotar las motas de polvo a su alrededor que brillaban al contraste de la luz.


Unos papeles estaban esparcidos por su escritorio, así como varios frascos con curiosos líquidos de colores que al contacto con la luz coloreaban el lugar de forma graciosa. Cansada de esperar, Jessie se sentó en la silla detrás de su escritorio cruzando las piernas sobre el mismo, dejando ver unas llamativas botas que llegaban por arriba de sus rodillas color negra, con agujetas por todo el frente. Una falda roja de pastelones le llegaba por encima de las rodillas a un par de centímetros mientras una blusa blanca de botones de perlas con una corbata negra terminaba su por demás, coqueto aspecto.


Mordía la punta de su varita mientras observaba por el rabillo del ojo como uno a uno los alumnos iban entrando a la clase y se sentaban en los asientos del auditorio. Le dio un ultimo mordisco a su varita magica y se puso de pie con porte y elegancia, observando escrupulosamente a cada uno de sus alumnos rodeo el escritorio, dio un salto y se sentó sobre el cruzando sus piernas.


-Bienvenidos a Primeros Auxilios- colocando sus manos sobre su rodilla, Jessie les otorgo a sus alumnos una sonrisa coqueta y tierna, ocultando un brillo picaron en sus grises ojos - en esta clase veremos los fundamentos de la sanación, que hacer en caso de emergencia y que es lo que no debemos hacer en estas situaciones.


Llevo una mano detrás de ella para recargar parte de su peso mientras sentía como su largo cabello rojizo caía en cascada por el costado izquierdo de su cuerpo. Entorno los ojos a un cuadro que escenificaba el dolor tras un hechizo Sectusempra sonriendo con mordacidad.


-Primero que nada... preguntas- se irguió en su lugar dando un fuerte aplauso para llamar la atención de los estudiantes- ​Soy Jessie y seré su profesora; ahora - de un saltó se puso de pie y comenzó a caminar por el auditorio nuevamente escuchando el susurró de su larga capa negra tras de ella mientras jugueteaba con su varita mágica - hay tres simples cosas que quiero saber y a partir de ahí comenzaremos... nombre, que habilidad creen tener en el nombre arte de la sanación y...


Apuntando al techo del auditorio, Jessie genero una explosión tal que provoco que el techo cayera sobre sus alumnos, mientras ella se protegía con un simple y practico protego de los pedazos de piedra y madera que caían a su alrededor. Soltó una leve risa que se camuflajeaba con el sonido de golpes contra el piso. Volvió a agitar la varita cegando las ventanas impidiendo el paso de luz natural mientras una sonrisa cruel y retorcida se dibujaba en su marfileño rostro.


-​¿Qué es lo que harán para salir de esta? No es que tengan mucho tiempo que digamos - su voz resonaba sobre el bullicio generado por la explosión.


Tenía un par de sorpresas preparadas para sus alumnos para que pusieran en practica todo lo que ellos sabían sobre primeros auxilios; esperaba que no salieran muy lastimados pero de ser así ella podría arreglarlo de igual forma no era como terminarían muriendo en la clase.

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Después de la eminente destrucción del Castillo Batería Evans, Edmund había decidido vivir en una de las habitaciones del Cuartel General de la Orden del Fénix a pesar de la insistencia de Sally en que se fuera a vivir al Castillo Dumbledore. Edmund creía necesitar un tiempo para meditar lo que había sucedido días atrás por lo que había optado por quedarse en la ancestral casa de los Black por un tiempo. Aquello resultaba evidentemente contraproducente ya que el cuartel general se encontraba lleno día y noche, así que Edmund sólo se dirigía hasta allá para dormir por las noches, evitando todo contacto con los demás utilizando su capa camaleón.

 

Había perdido la mayoría de sus pertenencias después de aquel ataque. Por obra de Merlín, Andrew, su elfo doméstico, había logrado llevarse sus pertenencias más preciadas e importantes antes de irse y las había dejado en el cuartel. Browsler pasó toda esa semana dirigiéndose hacia el Callejón Diagon para comprar ciertas cosas que necesitaba urgentemente, como ropa, objetos y hasta algunas criaturas que le habían gustado de las plantas del Magic Mall. Una noche, después de quitarse la capa en su habitación, se percató de que no estaba solo. Frente a sus ojos se encontraba una criatura que apenas le llegaba a la cintura, tenía ojos verdes saltones y un rostro arrugado bastante amable.

 

- Amo, vine a traerle una carta que le dejaron en el Castillo Dumbledore –musitó Andrew.

 

Edmund la tomó al instante y la leyó en voz alta una sola vez. La carta venía directamente de la Universidad Mágica más importante de todo el mundo. Su solicitud para aprender el conocimiento de los primeros auxilios había sido aprobado exitosamente. La clase daba inicio en los próximos días por lo que él debía prepararse para un viaje que seguramente sería muy emocionante. Sin embargo, aquella breve excitación se esfumó al leer que los esperaban en el Hospital Mágico San Mungo. Había trabajo allí durante unos meses curando a sus compañeros de la Orden del Fénix antes de que se mudaran de su planta secreta en San Mungo para formar el Centro de Comercio Universal. Aquel Hospital no le causaba fascinación alguna, pero quería dominar los primeros auxilios pues sabía que le serían útiles en un futuro próximo.

 

 

El día de inicio de clases Edmund llegó puntual al hospital. Se preguntaba por qué a sus veintiocho años había decidido volver a estudiar, era un mago bastante habilidoso y conocía bastante sobre magia. Pero él no era conformista, sabía que su poder mágico podía aumentar mucho más si se lo proponía. Debía hacerlo si en algún momento se enfrentaba a John, quién para entonces era un mago oscuro de grandes poderes, ¿por qué siempre se le venía a la mente su primo? Creía que nunca podía superar aquella etapa de su vida, ¿y cómo hacerlo? Los padres de John habían matado a los suyos, su hermano lo había convencido de practicar las artes oscuras y ahora él había destruido su castillo y matado a su familia. Suspiró profundamente. Había prometido no buscarlo y para hacerlo tenía que sacárselo de la cabeza.

 

Aquellos pensamientos sobre su pasado pululaban en su cabeza como el sonido de las lechuzas enjauladas por lo que no se había dado cuenta de cuándo había llegado hasta el auditorio del hospital mágico. La profesora ya se encontraba allí, pero él era el primer alumno que llegaba a la clase, pasó una media hora e ingresaron dos jóvenes más. ¿Eran tan sólo ellos tres? A la profesora no le importó eso e inició su clase presentándose, se llamaba Jessie, y Edmund juraba haberla conocido antes pero no recordaba cuándo ni dónde. Jessie comenzó a hablar pero él no le prestaba mucha atención, sus ojos verdes se centraban en la varita de la profesora, quién apuntó hacia el techo con la misma.

 

- ¡Reducio! –exclamó Edmund envainado a Ddraig Goch en su mano derecha. El techó había caído gracias a explosión que generó Jessie, un pesado inmenso de piedra iba a caer justo donde él estaba presente por lo que dirigió aquel rayo hasta allá. El encantamiento redujo el tamaño de aquella roca tres veces y luego Edmund hizo desaparecer la roca en el aire conjurando un sencillo encantamiento justo antes de que esta le cayera encima. La roca que había hecho desaparecer era un poco más pequeña que una mesa pues Edmund había reducido considerablemente su tamaño.

 

En medio de aquel caos no observó cómo sus compañeras salieron ilesas de aquel evento pues había estado ocupado. Él habría podido conjurar magia mucho más poderosa, como detener el tiempo o mover las rocas en el aire sin siquiera utilizar su varita, pero habría preferido no hacerlo para no delatarse. Sin embargo, Edmund si había visto como Jessie se defendía de aquellas rocas utilizando un escudo mágico que tenía ser muy poderoso pues el escudo que él podía conjurar a duras penas le servía para defenderse de algunos hechizos. Browsler se sacudió el polvo de su túnica negra y aclaró su garganta. Fue el primero en hablar.

 

 

- Mi nombre es Edmund Browsler y durante algún tiempo trabajé como sanador en este mismo hospital. Espero perfeccionar los conocimientos que tengo sobre la sanación en este curso. Es un placer conocerlas.

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Realmente no echaba de menos San Mungo. Atravesar una vez más aquellos pasillos pulcros y brillantes no traían recuerdos agradables a su cabeza, en realidad recordaba con cierto pesar la forma en la que se había movido por allí como un zombie a la espera de algo interesante. La tarea había sido más o menos monótona, de esas que no eran dignas de mención. Observó, aprendió y aplicó sus conocimientos con las pociones para revivir personas, nada más. La reanimación de pacientes y sus curaciones había sido, en pocas palabras, superficial en comparación a lo que estaba dispuesta a aprender.

 

Era curioso que la clase hubiera sido citada en el hospital mágico, aunque tenía sentido. Odiaba la adquisición común de conocimientos, esas donde los alumnos llegaban y se sentaban en un aula a mirar a la nada mientras el profesor daba explicaciones cualquiera. Quizás por eso había permanecido atada a la necesidad de aprender, mucho después de haberse graduado como aprendiz, porque las clases solían ser peculiares. Sólo que, como había pensado desde que había pisado el lugar, no era fanática de lo que representaba para su memoria.

 

Ignoró de forma sublime los saludos que recibía en el camino, no porque fuera mal educada o porque se creyera demasiado importante para ellos —que lo creía—, sino porque iba puntual y tenía un único propósito. Detener sus elegantes zancadas por un sanador cualquiera no estaba en su lista de metas y no lo estaría tampoco. El destino de la rubia era el auditorio en esa ocasión, un lugar que había pisado sólo un par de veces para reuniones triviales. Tan pronto pasó por la puerta los ojos verdes de la rubia se posaron en Jessie, su compañera de bando.

 

Inclinó ligeramente la cabeza, a modo de saludo y siguió a un hombre que no recordaba haber visto antes, poniéndose en paralelo a él pero permaneciendo a un par de metros de distancia. No se movió más de su lugar, ni siquiera cuando vio con el rabillo del ojo que su hermana se acercaba al pequeño grupo de estudiantes, se limitó a observar con fijeza a la profesora, con los brazos cruzados sobre el pecho. Lo que había sido una ventaja, porque apenas tuvo tiempo para sacar la varita en cuanto la explosión de Jessie tuvo lugar.

 

Detritus.

 

Apenas fue un murmullo, del que sólo ella podría ser consciente. Se concentró únicamente en que el escudo que apareció sobre su cuerpo fuera transparante, para no delatar la naturaleza de su protección, y se quedó mirando hacia la mujer con la sombra de una sonrisa dibujada en la comisura de los labios. Y a pesar de que estaba divertida con su bienvenida, no eliminó la capa gaseosa incolora de su anatomía, por si acaso. No pretendía que su túnica de gala azabache, pulcra y brillante, cayera presa de los juegos de la Stabolito.

 

—Leah Atkins —guardó la varita, aparentando que seguía libre de cualquier hechizo mientras hablaba—. Al igual que Browsler, trabajé antes en éste hospital como sanadora. Busco aprender un poco más que lo básico en ésta clase. Es un placer conocerte.

 

Y no porque no lo fuera con las dos chicas presentes, sino porque ya las conocía de antes.

Editado por Leah A. Ivashkov

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No le sorprendía que los alumnos reaccionaran de aquella forma, es más, esperaba que algo por el estilo pasara y tanto era así que sonreía con malicia viendo como es que ellos se habían atrapado a si mismos sin necesidad de ayuda de su profesora. Deshaciendo el hechizo que la protegía de la explosión de minutos antes.

 

-No se como es que pueden ver en la oscuridad... Edmund, Leah- murmuro desde las sombras generando una pequeña luz en la punta de su varita- quiero que desarrollen sus habilidades, no me importan los recursos que utilicen, a excepción de sus varitas, todo esta permitido.

 

Por un momento se extinguió la luz de su varita mientras invocaba dos pequeñas camperas que aparecieron frente a los pies de los magos que estaban en problemas. Su varita volvió a encenderse por la punta mientras buscaba un lugar donde sentarse a observar lo que harían los chicos. Escuchaba como pequeños animales recorrían el lugar, de seguro las sorpresas que había traído para sus alumnos habían salido cuando la luz se extinguiera y que ella estuviera lo suficientemente lejos de los alumnos ayudaba a que estos se les acercaran.

 

-Frente a ustedes encontraran una campera con un paquete de cosas, tres vendas de diversos tamaños, un ungüento para quemaduras, esencia de dictamo, un par de piedras sacadas del interior de una cabra, espero que sepan para que funcionan... que más, ¡oh si, una liga larga color piel que tal vez pueda serles útil.

 

La voz de Jessie resonaba por todo el lugar así que no se podía saber con exactitud donde estaba la joven bruja de largos y ondulados cabellos rojizos. Estaba complacida de lo que veía, el desastre que había generado y todo por enseñar a sus alumnos a defenderse de la forma más rudimentaria posible.

 

-​No siempre sera posible que utilicen la magia para curar sus heridas o protegerse, como es este el caso. Si llegan a utilizar magia las criaturas que están sueltas por el lugar las encontraran más fácilmente, la única forma de estar a salvo es utilizando su cerebro para llegar hasta donde estoy- su voz parecía calmada pero estaba excitada por ver quien de los dos llegaría primero y sin el menos numero de heridas- no me importa si se lastiman entre ustedes, aunque sería preferible que aprendieran a trabajar en equipo, a fin de cuentas, eso es lo que diferencia a un buen sanador y recuerden... SIN VARITAS o las criaturas a su alrededor los encontraran más fácilmente, suerte chicos e... intenten salir vivos, no quiero tener que llenar formularios y llevarlos al ministerio explicando que paso, a fin de cuentas, nadie los obligo a tomar esta clase.

Editado por Jessie Stabolito

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Súbitamente el auditorio del Hospital cayó en penumbras.

 

El caos que había generado aquella explosión y los escombros que debían estar esparcidos en el suelo no se veían ya que la única luz provenía de la varita de Jessie. Edmund había logrado sobrevivir a la explosión ya que esta había tenido lugar en primera instancia, eso le había dado el tiempo necesario para observar la caída del techo justo antes de que la oscuridad reinara. ¿Y sus compañeras? ¿Habrían salido ilesas? Mientras se hacía preguntas una de ellas alzó la voz, ¿dónde estaría la otra bruja? Tal vez se encontraba ya debajo de los escombros. Jessie no perdió tiempo y continuó con la clase.

 

¿Sin varitas?

 

El joven mago guardó a Ddraig Goch en su túnica. Él conocía los aspectos básicos de la curación pero aun así le exasperaba no poder utilizar su varita. Ddraig Goch era parte de sí mismo. A partir de ese momento Browsler se sintió un tanto incompleto.

 

Edmund escuchó con atención a su alrededor. En aquel silencio lograba oír siseos, pisadas y algunos otros ruidos extraños, ¿qué estaba sucediendo? Mientras reflexionaba, tomó la campera y el resto de las cosas que la profesora les indicaba, cerciorándose de tener todos aquellos objetos allí que se guindó encima. La profesora aclaró un poco mejor todo el panorama, habían criaturas ocultas allí y debían llegar hasta donde ella se encontraba sin morir en el intento. Era el momento de actuar.

 

Para empezar, el joven mago se quitó los zapatos que tenía pues no quería delatar su posición y comenzó a avanzar con mucho sigilo. Una serpiente se acercaba hacia él mostrando unos ojos rojos que se movían lentamente en la oscuridad, observándole. Edmund estaba preparado para pisotear al animal justo cuando este se desintegraba hasta hacerse polvo. Comprendió que se trataba de un ashwinder. Y entonces comprendió el peligro que se avecinaba. Aquel animal acababa de poner sus huevos pero el problema real iba a ser encontrarlos para realizarles el encantamiento que los congelaría.

 

Tardó unos quince minutos en encontrar tres huevos del ashwinder en un recoveco del lugar. Los huevos eran del color rojo y estaban calientísimos, a punto de iniciar las llamas. Browsler tomó los huevos del ashwinder uno a uno y los arrojó lo más lejos que pudo. Un minuto después de haber lanzado los huevos estos comenzaron a quemar todo a su paso pues poco a poco las llamas aumentaban. Sacó de la campera una de las vendas y se la colocó en la mano izquierda pues los huevos del ashwinder le habían causado un poco de daño. No había podido lanzar los huevos lo suficientemente lejos del auditorio, ¿y ahora como se suponía que iba a apagar las llamas sino podía utilizar su varita?

 

Browsler observó como muchos de los animales comenzaban a esconderse, pero sus problemas no habían acabado. Las llamas comenzaban a rodearlos a él y a Leah, separándolos de Jessie, mientras unas salamandras aprovechaban el fuego para alimentarse realizando una especie de danza amenazadora que parecían disfrutar mucho. Browsler se dirigió a Leah:

 

- ¿Equipo?

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—Equipo —asintió, hacia Browsler y guardó la varita a regañadientes.

 

En un segundo todo se había vuelto un completo caos, gracias a la inventiva de Jessie. Aunque era autónoma de su clase y no podía quejarse de sus métodos, tenía que admitir que se le había ido un poco la pinza. Los quince minutos que Edmund había tardado en encontrar los huevos de Ashwinder los había pasado ella librándose de pequeñas arañas que se movían por sus pies. No era particularmente difícil pisarlas pero, a pesar de todo, la cantidad de bichos logró cansarla un poco. Incluso una había llegado más alto que las demás, inyectando el veneno en su mano derecha y tuvo que recurrir a un Bezoar.

 

Las llamas crecían frente a sus ojos y empezaban a acorralar a los magos como si tuvieran vida y quisieran tragárselos. Se aproximó al hombre, tomando su mano no sin antes lanzarle una pequeña mirada. Retiró la venda con sumo cuidado y buscó en las cosas que Jessie había dejado para ellos, hasta que encontró el ungüento para quemaduras. Aplicó la cantidad que asumía era suficiente para aliviar el dolor y volvió a vendar la herida, subiendo la mirada para ver qué probabilidades tenían para salir de ahí.

 

Muy pocas, realmente.

 

—Creo que tendremos que ayudarnos con los escombros —puntualizó, volviendo a posar los ojos verdes sobre él, aunque las llamas se reflejaban en ellos hasta volverlos naranja—. ¿Crees que podamos mover una de esas piedras?

 

Señaló con la cabeza hacia un pedazo de techo que había caído antes, gracias a al profesora también y se separó lo suficiente para sacarse la túnica. Era una pena, desechar una prenda como aquella, pero mejor no tener nada encima que pudiera captar el fuego hasta quemarla. Una de las ventajas de las acciones de Browsler era el hecho de haber alejado a las bestias, lidiar con las salamandras sería el menor de sus problemas en comparación a morir incinerados; la blusa blanca empezaba a pegarse a su cuerpo, cubierto por una ligera capa de sudor y podía sentir cómo éste empezaba a cubrir su rostro, debían moverse rápido.

 

—Quizás esta ayude, vamos a ello —se colocó tras una piedra, bastante grande y de aspecto difícil de mover, pero entre los dos lograrían mover su peso para hacer un pequeño puente y lograr pasar sobre ella. Se agachó, lista para empujar y esperó por su compañero de clases.

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Tal parecía que los dos magos habían decidido colaborar juntos. Sonriendo con malicia, Jessie observaba todo desde el único lugar seguro de aquella catastofre; aun se reservaba varias sorpresas para sus alumnos, lo que ella quería era que identificaran los lugares donde podrían resguardarse hasta poder conseguir algo de ayuda. No la necesitarían, era verdad, si pudieran utilizar sus varitas, pero como en toda catastofre casi siempre se perdían los instrumentos más indispensables y esta no era la excepción a la regla.

 

Observó el vago intento de Edmun de vendar su mano con heridas al parecer leves de quemaduras, ella habría hecho las cosas distintas antes de vendarla, tal vez un poco de díctamo para recuperar los tejidos perdidos o aplicar un poco de pasta naranja para recubrir la herida y que esta hiciera la función de sanar.

 

Leah, por otro lado, al ver lo que había hecho el mago, retiró la venda e hizo la curación apropiada, así como eliminar el veneno de su sistema que una de las arañas había inyectado en ella. Asintió satisfecha mientras anotaba un par de cosas en un trozo de pergamino los avances que habían tenido los chicos hasta el momento.

 

Mia no había llegado, le sorprendía bastante. Esperaba que los tres alumnos asistieran a clase pero la verdad es que solo habían ido dos y hasta el momento las cosas iban bastantes movidas. Una risa cantarina salía de sus labios mientras veía lo que intentaban hacer sus alumnos, esperando que las cosas salieran como ellos esperaban, al menos por una vez en la clase.

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Leah respondió afirmativamente a su propuesta y se acercó para ayudarle. Edmund observó como la bruja sacaba un ungüento para quemaduras y se lo aplicaba después de quitarle la venda con sumo cuidado. Al terminar volvió a colocarla en su sitio.

 

- Muchas gracias -respondió Browsler mostrando una sonrisa lacónica.

 

La bruja propuso mover los escombros para hacerse paso a través de las llamas mientras se quitaba la túnica que vestía. Edmund no lo hizo porque no tenía nada debajo, por eso mantenía su túnica negra abotonada hasta el cuello. Su frente ya lucía resplandeciente a causa del calor que generaban las llamas y comenzaba a sudar a chorros. Browsler se acercó a la bruja para mover la roca y esta iba accediendo poco a poco. Él era un mago fuerte, de anchos hombros y cuerpo atlético, gracias a que había jugado al quidditch profesionalmente durante casi una década, sin contar los años en Hogwarts. Aún así, les costó bastante poder mover la roca.

 

Finalmente lograron formar una especie de puente entre los escombros. Edmund tendió la mano a Leah para lograr que esta subiera y pudiese cruzar hasta el otro lado, para ese entonces las llamas ya habían formado un círculo alrededor de ellos, encerrándoles. Cuando Edmund se disponía a avanzar observó cómo las llamas se elevaban incontrolablemente y las salamandras se interponían en su camino.

 

Browsler observó atentamente el panorama y se concentró completamente.

 

Antes, donde se había encontrado un mago joven, ahora se encontraba un felino. Se traba de un Leopardo. El felino tenía los mismos ojos azules del mago en cuestión y su piel era muy similar al color de la túnica que había vestido el mismo. El leopardo himpló con agresividad y se dispuso a saltar sobre las rocas. Logró asestar un golpe a una de las salamandras con sus garras, pero otra de ellas había conseguido morderle una de sus patas traseras. El felino cayó del otro lado de las llamas y giró sobre los escombros hasta finalmente detenerse contra una roca. Las llamas iluminaron más el auditorio y se pudo observar ahora al mago en su lugar.

 

Edmund se rasgó parte de la túnica para aplicar esencia de díctamo sobre su pierna izquierda. Sintió un alivio inmediato. Aquella poción no sólo servía para curarse del ataque de la salamandra sino también de las quemaduras que esta le había dejado. Acto seguido utilizó la venda más grande para cubrir la herida en su pierna y utilizó la liga larga de color piel para que la sujetara. Browsler tardó unos segundos en recobrar el aliento y se incorporó.

 

Leah lo encontró unos minutos después. Tal vez la bruja había creído que Edmund no lo había logrado, pero allí se encontraba. El mago esperó a que esta se acercara y preguntó:

 

- ¿Ahora qué sigue? ¿Ves a Jessie? Yo sigo sin poder ubicarla. Y estoy tan débil que no creo poder utilizar la animagia de nuevo.

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A pesar de su tamaño y su aspecto delicado, ser un demonio le daba más fuerza de la que podía averiguar cualquiera. Empujó junto con Browsler, apretando la mandíbula, cada uno de los escombros que necesitaban para hacer que las llamas se cortaran en un pequeño espacio. Tenía la frente bañada en sudor y pequeñas gotitas descendían por las curvaturas de su rostro, las cuales apartaba en vano cada tanto, antes de volver a tomar aire y empujar. Ambos trabajaban bien juntos en silencio, quizás porque no se conocían de antes, cosa que le agradaba a la Atkins; odiaba a las personas parlanchinas y en momentos como aquellos, habría lanzada a su compañero al fuego con la excusa de que había sido un accidente.

 

Por fin lograron colocar las piedras de la forma adecuada y la mujer aceptó la ayuda del mago, tomando su mano para impulsarse hacia arriba con más facilidad, logrando pasar al otro lado. Pasar entre el fuego le ardió en la piel pero no le hizo daño, por lo que llegó a su destino sin problemas. Sólo que, al poner un pie en el lugar seguro, las salamandras se fueron contra Edmund y cerraron el paso. Buscó en la bolsa algo que pudiera utilizar para distraerlas pero algo la tumbo al suelo con brusquedad, aporreando su costado derecho con un peso brutal. El crack proveniente de su muñeca izquierda al caer le llegó mucho después que la oleada de dolor que había sentido en la extremidad y tuvo que tragarse el jadeo, sólo porque estaba demasiado ocupada evitando que las fauces de un lobo alcanzaran su cuello.

 

La bestia la aplastaba con toda su anatomía, usando las garras para sostenerse y hundiéndolas ligeramente en su piel, casi por error. No obstante, era el menor de los problemas de la rubia, que lanzaba el brazo bueno hacia adelante, atestando golpes fuertes en el animal. Finalmente, se las arregló para sacar la tira color piel de la bolsa y meterla en la boca del animal, en un intento de mantenerlo alejado de su piel. No había sido una gran idea, pues casi la muerde, pero él mismo se había hecho un pequeño nudo en un colmillo y no parecía muy contento con eso. Aprovechó el momento de distracción para retorcerse un poco más, tratando de ignorar el dolor y al final se rindió, tanteando con la palma sus bolsillos hasta que dio con la varita.

 

¡Absorvere!

 

De nuevo, murmuró, haciendo que el cuello del animal se torciera con la misma intensidad que su muñeca antes. El peso muerto le cayó encima pero fue mucho más fácil empujarlo que lidiar con su salvajismo. Estaba dolorida, magullada y visiblemente enojada, al punto de romper las reglas de la Stabolito. Pero al diablo con sus reglas, ya tenían a medio zoológico encima y a saber si Edmund lo había logrado. Para su sorpresa, cuando se sentó, él estaba ahí curándose. ¿Cómo lo había hecho? Le restó importancia por el simple hecho de no soportar la mano y apretó los dientes, sabiendo que no podría disimular tan bien otra vez.

 

—Un, dos... tres —cuando la cuenta terminó, haló la muñeca hasta ubicarla en su sitio y lanzó una maldición.

 

De no ser una guerrera, habría sufrido un poco más, pero como mortífaga estaba acostumbrada a sufrir heridas, aunque no a soportarlas. Maldijo una y otra vez mientras buscaba la desgraciada venda, haciendo un apretado zigzag alrededor de su muñeca que le permitió un respiro. Después, imitó a Browsler y se dedicó a poner díctamo en todas las heridas que había provocado el lobo con sus garras. Ardía y no provocaba ningún tipo de alivio pero cerraba las cortadas sangrantes, que era lo importante.

 

—No la veo, la verdad —admitió, cuando logró acercarse a él—. Pero creo que sé dónde puede estar. Todo abajo está destinado a ser una prueba para nosotros, quizás esté un poco más arriba, en el podio. ¿Puedes correr? Yo también hice un poco de magia y no dudo que nos venga pronto una oleada nueva de bestias.

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Edmund se iba recuperando paulatinamente. Esperaba estar completamente curado en los próximos minutos. Pero el tiempo corría y el fuego avanzaba destruyendo todo a su paso. El único punto a favor era que el fuego ahuyentaba a la mayoría de las criaturas que acechaban en el auditorio del hospital mágico, pero habían algunas, como las salamandras, que se alimentaban del mismo.

 

Había estado tan ocupado curándose a sí mismo que no había visto a Leah. La bruja tenía el aspecto de haber tenido una reciente lucha, pero Browsler no quiso comentar nada al respecto. Se mantuvo en silencio mientras Leah se aplicaba díctamo en algunas heridas y se vendaba una muñeca. Para cuando ella había terminado, Browsler se sentía mejor y respiraba con más calma. La esencia de díctamo actuaba rápidamente por lo que su progreso se comenzaba a notar.

 

Leah sugirió ir hacia el podio para buscar a Jessie. Su suposición tenía bastante lógica por lo que accedió.

 

- Creo que si puedo -afirmó arremangándose la túnica-. Y lo mejor será mantenernos cerca de las llamas, para evitar a que otras criaturas nos puedan atacar mientras vamos hacia el podio.

 

La bruja también aprobó la sugerencia de Edmund por lo que iniciaron su avanzadilla con un trote bastante rápido. Edmund estaba acostumbrado a correr y le sorprendía la agilidad de Leah pues por lo general las brujas no resultaban ser muy atléticas. En el camino saltaron un gran lobo que estaba muerto en el suelo. Browsler se preguntó si había sido Leah quién lo había matado. De ser así se encontraba al lado de una bruja de un poder similar al de él. Sin embargo, nuevamente no comentó nada. Esta vez porque el trote rápido, evitar las criaturas peligrosas y las llamas que consumían el auditorio, requerían de mucha concentración.

 

- ¡Cuidado! -exclamó Edmund mientras varias cosas sucedían a la vez.

 

Un gran trozo de madera en llamas caía desde el techo y se dirigía hacia Leah. Browsler corrió hábilmente hacia la bruja y la empujó hacia un lado, dejando caer el trozo de madera sobre el suelo, salvándole la vida. Los dos magos giraron sobre las escaleras, Leah quedó en la orilla de la misma mientras que Edmund se sujetaba con las manos de la baranda medio destruida al borde del abismo. Leah le ayudó a regresar a las escaleras ofreciéndole una mano y él quedó sorprendido nuevamente con la fuerza que tenía ella. Ahora estaban a mano.

 

Browsler arrugó el rostro. Algo le había piado en su espalda y le dolía enormemente. Eso provocó que el joven se rasgara parte de la túnica, mostrando en su amplia espalda musculosa un pequeño escorpión dorado. El mago se lo quitó de encima y luego buscó entre sus objetos una pequeña piedrita, se trataba de un bezoar, el cual ingirió al instante. ¿De dónde había salido aquel escorpión? Tal vez se le había pegado cuando había caído al suelo después de saltar las llamas como un leopardo y ser atacado por las salamandras.

 

- ¡Allá está! -dijo Edmund después de que las luz proveniente de las llamas iluminara fugazmente el cabello rojizo de Jessie.

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