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Libro de la Fortaleza (#5)


Jank Dayne
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Evarela miró a Cillian enarcando una ceja. ¿Por qué optaba por llevar la contraria cuando no había dicho nada antes? Puso los en blanco y optó por no decir nada más. Si querían llegar al interior debían hacerlo cooperando. La Rambaldi no tardó en responder al mago y la banshee se limitó a reír. A aquella bruja no le importaba con quien estuviera hablando o donde, simplemtente decía lo que le venía a la cabeza y aquello era algo que le gustaba pero que nunca le reconocería.

 

Después de dirigirse a ella, le prendió fuego a una terraza. Evarela se puso en pie y miró a su alrededor. Los guardias parecían un poco aturdidos ante el hecho de no poder dar la voz de alarma. El fuego no tardó en captar su atención, tal y como se suponía que debía de ser. Entonces algo cambió. La Black no habría podido definir exactamente qué ocurría pero algo en su interior le decía que las cosas acababan de torcerse. Entonces oyó lo que parecía ser una jauría de perros y miró a todos lados, buscando a los animales.

 

Corrió hacia la entrada, esquivando a los guardias que se debatían entre cortarles el paso y apagar el fuego. Por suerte consiguió seguri junto al resto de compañeros pero entonces los vio. Un gran grupo de chacales les estaban cortando el paso. ¿De dónde demonios habían salido? Esos animales eran los que había oído. Tocó el anillo de amistad con las bestias y miles de sentimientos de rabia y ganas de pelea la inundaron. Los chacales estaban deseando atacar pero todavía no se habían decidido a atacarlos. Evarela cerró los ojos, buscando calmarlos y conseguir que se mantuvieran quietos.

 

Cuando los miró comprobó que, a pesar de que seguían con ganas de saltar sobre ellos, no lo habían hecho. Comenzó a caminar despacio, notando como podía meterse en la mente de aquellos animales para mantenerlos a ralla mientras pasaban frente a ellos. Después de alejarse de ellos se percató de que el camino se cortaba. Miró hacia el frente, donde estaba el imponente castillo. Había una caída de varios metros y no parecía haber otra forma de llegar hasta la entrada que volando.

 

Pensó en la salvaguarda mágica mientras agitaba la varita y al instante notó como se volvía intangible. Su cuerpo ya no tenía forma sólida, era poco más que un fantasma. Dio un paso hacia el acantilado y comenzó a flotar. Respiró hondo mientras atravesaba aquella distancia que la separaba de la puerta. Una vez que puso un pie en tierra firme notó como su cuerpo volvía a pesar, adquiriendo la consistencia que le correspondía. Miró hacia sus compañeros, concretamente hacia Helike y Keaton. Estaba segura de que no tardarían en reunirse con ella.

 

- Creo que nos están esperando - murmuró mirando a Hades - ¿Cómo se supone que vamos a completar la misión si la única oportunidad la hemos perdido?

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Negó.

¿Es qué era tan difícil idear un plan que no involucrara algún gran alboroto? Debían ser silenciosos y todo aquello no haría más que delatarlos desde el principio. Pero ya no había vuelta atrás, apenas logró silenciar a uno de los guardias, Heileke decidió que lo mejor era llevar su plan a cabo. Qué más daba, el fuego comenzaba a extenderse en uno de los jardines y los guardias comenzaban a alarmarse.

Comenzó a moverse, tenía que hacerlo o terminaría atrapado en aquel lugar. El plan de Heileke parecía haber activado todas y cada una de las defensas del lugar o por lo menos las primeras de ellas. Suspiró, ¿qué debían hacer ahora? Los demás corrían a su alrededor, sorteando los problemas a su manera. No, no lo hacían a su manera, no lo había entendido antes pero la única manera de salir vivo de todo aquello era utilizar la magia que había leído en esos libros que recientemente había adquirido.

 

Porque, aunque no lo creyera, toda esa magia era real y ahora debía aprender a controlarla. Algo comenzó a vibrar en su bolsillo, aún mantenía su varita en la mano derecha así que utilizó la otra para rebuscar en él. Otro anillo más, el Anillo de amistad con las bestias, que apenas introducirlo en uno de sus dedos le otorgó un poder con el que no contaba hasta ahora. Logró comprender el sentir los chacales frente a él, pero no había tiempo para pensar en ello. Así que con un simple movimiento de mano, les ordenó que se apartaran de su camino.

 

Siguió corriendo un par de metros más, hasta que el camino desapareció y justo en aquel instante un extraño colgante apareció alrededor de su cuello. Comenzaban a gustarle aquellos extraños poderes que los libros le otorgaban. De un momento a otro la caída pareció ir a menor velocidad y casi podía sentir que estaba volando, hasta que estuvo a salvo en el suelo. El Amuleto Volador había hecho de las suyas.

 

Y entonces, al recuperarse un poco de todo aquel alboroto, divisó el pequeño pasillo que lo llevaría hasta donde Hades se encontraba. Sin pensarlo dos veces y preguntándose dónde demonios se había metido Jank, se aventuró dentro del pasadizo no sin antes activar la Salvaguarda Mágica que tanto había mencionado con anterioridad, no sabía que le esperaba dentro y lo mejor era prevenir.

 

Cruzó el pasadillo sin gran problema, protegido por esa magia desconocida y llegó justo a tiempo para escuchar las palabras de Evarela.

 

— ¿Y qué esperabas? ¿Qué después de todo ese alboroto que causaran no se percataran de que había intrusos en el lugar? —Sí, les recriminaba un poco la forma de actuar a sus compañeras, pero ya no había vuelta atrás—. Ellos ya saben que estamos aquí, no nos queda otro camino más que seguir avanzando. De cualquier forma los problemas están a la vuelta de la esquina.

Editado por Cillian

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Tan pronto como comenzó la acción, se vio que los guardias no eran mas que simples distractores que estaban ahí solo para ocultar las verdaderas defensas del recinto. Maldije por lo bajo, pues aquello implicaría una confrontación cuerpo a vuerpo, y la verdad yo ya estaba medio oxidado para ello. Pero qué se le iba a hacer, tenía qie tener especial cuidado, pues no enfrentaríamos a una magia antigua poco conocida ya en nuestra época.

 

Sin más, una horda de chacales se interpuso en nuestro camino, sin embargo no pude evitar sonreír, ya que si algo habíamos aprendido con el libro anterior, el de Aprendiz de Brujo, era a comunicarnos mejor con las bestias, por lo que agité rápidamente mi varita mágica de cerezo invocando los anillos y el amuleto proporcionados por aquel libro. Me coloqué rápidamente el Anillo de Amistad con las Bestias en el dedo anular de la mano derecha. De inmediato pude sentir la ira y las ganas de atacar de aquellos animales. Si bien no podía manejarlos, si traté de calmarlos un poco, sin embargo parecía que la magia del lugar era más fuerte y tan pronto calmarlos, volvían a retomar su fiereza.

 

--¡Oppugno! -- Dije en pos de uno de aquellos chacales, el cual de inmediato quedó bajo mi órdenes, éste tendría la misión de protegerme del resto de sus compañeros mientras yo avanzaba hasta donde se encontraban los demás, que en este caso eran ya Cillian y Evarela, los cuales estaban ya con Hades.

 

Sin embargo, al seguir avanzando, en un tramo del suelo, el chacal que había controlado, cayó a un precipicio, lo cual me alertó de aquella trampa. Toqué el Amuleto Volador y di un salto unos pasos antes de llegar a ese tramo, lo que me permitió planear con agilidad y aterrizar con suavidad en la parte baja de aquella caída libre de aproximadamente cincuenta metros. Pero aquello apenas empezaba y se vería después.

 

Me encontré pues delante de una serie de pasillos que sin duda alguna nos conducirían a los aposentos de Nobucodonosor. El arte tan magnífico con el que estaban recubiertos los muros hizo que me adentrara de lleno sin pensar en que ahí también habría trampas, por lo que al poner un pie en en primero de los corredores, una horda de flechas se me vino encima. Sin más pensé en el Salvaguarda Mágica el cual me volvió intangible, logrando así que pudiera pasar sin problemas aquellas trampas. Tras caminar un poco y atravesar algunos muros, vi con alegría a mis compañeros al final de un pasillo cerca de la entrada a una cámara abovedada.

 

Al llegar, el efecto del Salvaguarda Mágica concluyó, y pude darme cuebta, para desagrado mío, que una de las flechas me había dado en el hombro. Saqué mi varita de cerezo y, apuntando a la herida, pensé: episkey logrando así que la herida sanara. Miré al resto de mi grupo.

 

--Genial la aventurilla ¿no? ¿Qué sigue? --Dije mientras sacudía un poco de polvo de mis atavíos.

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