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Prueba del Libro del Druida #1


Badru
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El traspaso del portal acabaría ahí, donde recién empezaba la prueba más importante para matricularse del libro del Druida. Las tonteras habían acabado, ya no eran simples prácticas entre compañeros, ahora estaban hablando en serio y con ello quería decir que, más allá de lo que ellos pensaban de Badru, sus vidas estaban en juego. No por culpa del Uzza, puesto que este no estaba ahí para probarlos en forma física, sino que las mismas condiciones climáticas que los habían llevado a sufrir las consecuencias del cansancio eran las que los seguían probando en la prueba final. El desierto había quedado atrás, al igual que el incontrolable calor del volcán cercano a la plaza del Árbol de Fuego, ahora el entorno era completamente diferente y con ello, nuevas amenazas surgían.

 

Sólo que, de forma curiosa, no se podía saber con exactitud a qué se debía temer. En primer lugar, cuando los probados pasaran el portal, no se encontrarían con nada más que oscuridad. Todo el entorno estaba sumido en la penumbra, una extraña bruma azabache que no dejaba ver nada más allá del escaso radio de un metro alrededor de su cuerpo. No había techo, no habían lados, simplemente estaban sumergidos en una nada tan grande que hasta el más malo se sentiría desesperado. Sus amuletos intactos, al igual que sus anillos, su única compañía la varita. Porque estaban solos, sin sus compañeros de clase. Cada uno aparecería a tantos metros del otro que, aunque gritaran o usaran sus poderes, no podrían escucharse.

 

Y esa sería su primera misión, atravesar la oscuridad sin perder la razón.

 

No era una tarea fácil, ni un camino corto. Era un sitio enorme y carente de señales que los ayudaran. Eran ellos contra las condiciones, tal cual se había empeñado en enseñarles en un momento dado. Pero claro, para un guerrero aquello no sería suficiente. El camino era indefinible y las amenazas incontables. Podrían encontrar criaturas, clasificadas por el Ministerio de Magia en equis o, en el peor de los casos, seres. Habían zonas montañosas, curiosas formas producidas de la misma oscuridad de superficies extrañas e irregulares. Lagos, profundos o congelados. Bosques, con gruesos y altos árboles que entorpecerían mucho más su camino y, cómo no, dunas de arena tan altas que tendrían que hallar la forma de pasar sin ser tragados por ella. Todo hecho de oscuridad, como si los hubiera lanzado a un dibujo hecho con su varita de cristal azabache.

 

Cada uno, debido a sus personalidades, tendría un camino diferente. Sus corazones escogerían mucho antes de que ellos entendieran a dónde se dirigían y su ingenio tendría que sacarlos de los apuros. ¿Cómo? Pues, haciéndose cargo de todos los obstáculos que aparecieran en el camino para ellos con todos los hechizos que el Uzza les había enseñado en clase e, incluso, con el uso de los amuletos. Si intentaban usar de nuevo el portal, aún sin pasar su camino, este no saldría. Pero una vez que hubieran salido victoriosos, podrían usar de nuevo el portal para que los sacara de su suplicio.

 

Pensarían tal vez que ahí acababa todo, cuando regresaran al mundo que conocían y la luz lastimara sus ojos acostumbrados a la oscuridad. Pero no. El portal, otra vez condicionado por la magia de Badru, los llevaría a un domo de cristal en medio del desierto donde todo había comenzado. No habían estatuas, como en otras ocasiones, sino algunas criaturas curiosas mezcladas en la dorada arena: los Ashwinders que ya conocían, que podían ser una ventaja o un obstáculo dependiendo de cómo los usaran. Pero ahí, sólo importaban ellos y sus parejas de duelo, que serían esas que aparecieran frente a ellos. Y así, empezaría el duelo final, la última prueba para graduarse del libro.

 

¿Lograrían pasar todo?

 

Taurogirl Crouchs Vs. Zack Ivashkov

Leah A. Ivashkov Vs. Anne Gaunt

~o~

 

1.- Todos los participantes deberán hacer un primer rol en donde pasen la primera prueba, usando todos los poderes aprendidos en el libro y finalizando con el Haz de la Noche para poder acceder al domo y empezar el duelo.

2.- Los duelos serán individuales, lo que quiere decir que aunque pueden rolear con sus compañeros con normalidad, mas no podrán intervenir en los ataques o defensas de otros cursantes durante los duelos 1 Vs. 1.

3.- Los hechizos permitidos serán los Neutrales Graduados y los hechizos de los libros hasta el libro actual.

4.- Los cursantes tendrán 24 horas para responder a los ataques de su enemigo o se considerarán impactados. Pasadas 48 horas sin respuesta por parte de uno de los duelistas, se considerará abandono y quedará aplazado.

5.- Esta prueba tendrá una duración de una semana a partir de su apertura.

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No sabía exactamente dónde había aparecido, pero la buena noticia es que lo había hecho sin tener ningún tipo de lesión extraña. Así que suponía que había sabido invocar el Haz de la Noche correctamente. Se palpó suavemente los brazos, la cara, el torso... todo estaba en orden. La clase estaba próxima a llegar a su fin.

 

Pero antes deberían pasar una prueba, como en los anteriores libros, y suponía que la de aquel libro sería mucho más difícil que en los anteriores puesto que era de un nivel superior. Ya Badru les había advertido durante toda la clase, así que no podía llamarse a engaño a pesar de que ahora se sentía inquieta. Se sentía ligeramente agotada, probablemente debido al calor y deshidratación que había sufrido en el desierto. Tomó una botella de agua de las que llevaba en su pequeña mochila y bebió un sorbo. El frescor en la boca pareció alejar los pensamientos funestos de su mente y miró a su alrededor, curiosa.

 

Todo estaba oscuro, no podía ver nada. Palpó el aire con su mano libre mientras la izquierda sujetaba la varita.

 

¿Hola? ¿Zack? ¿Tau? ¿Leah? —llamó a sus compañeros. ¿Estarían allí también o habrían aparecido en puntos distintos? Tragó saliva, solo esperaba que estuvieran bien.

 

Dio un par de pasos al frente y, milagrosamente, no se topó con nada pero sentía el suelo duro bajo sus pies. ¿Acaso no había nada allí, a su alrededor? «Maldita sea, ¿dónde nos ha traído ese presuntuoso guerrero?», pensó, con fastidio. Una gota de sudor le cayó por la frente y la detuvo a mitad de la mejilla con el dorso de la mano derecha. Comenzaba a sospechar... Se agachó lentamente para rozar el suelo con las manos y lo palpó con las yemas de los dedos. Sintió la tierra dura contra su piel. Se llevó la mano a la cara y olió los dedos. Tal y como había intuido, era roca volcánica. Estaba en algún lugar mucho más cálido de lo que a ella le hubiera gustado. Y probablemente peligroso.

 

Volvió a secarse el sudor con la mano derecha y luego volvió a ponerse en pie, oteando a su alrededor sin éxito. No sabía qué tenía que hacer a continuación, pero seguramente estarse quieta en aquel sitio no era una de las opciones. Activó sus anillos y amuletos, aquellos que la ayudarían a saber si algún peligro la acechaba sin que ella lo viera venir y luego comenzó a caminar despacio, asegurando cada paso para evitar sorpresas desagradables. El calor que desprendía el suelo comenzaba a hacerse insoportable, la deshidratación iba en aumento. Volvió a dar un trago a la botella que llevaba en la mochila y la guardó después, le quedaba menos de la mitad de su contenido. Tendría que racionarla bien.

 

Retomó la marcha pero no lo hizo por más de tres pasos seguidos ya que, de entre la bruma que lo mantenía todo oscuro, apareció una claridad terrible que la hizo entornar los ojos. La molestia por la luz le impidió ver lo que ocurría durante unos segundos pero, en cuanto sus ojos se acostumbraron al brillo, se percató de lo que había: un río de lava justo a sus pies. ¿Cómo podía no haberse derretido ya a causa del calor sofocante que hacía allí? Prácticamente no podía respirar. El suelo quemaba bajo sus pies, tanto que parecía que estaba a punto de arder como si fuera un fósforo pequeño e insignificante. No sabía cuán largo era, pero algo le decía que debía cruzarlo. ¿Y cómo iba a hacerlo sin quemarse con las virutas ardientes y demás materiales que saltaban de vez en cuando de la lava? «Ya sé», pensó de repente.

 

Sacó el frasco con el polen de lirios de fuego y comenzó a esparcirlo por su cuerpo, ropa incluida. Y entonces recordó que había un hechizo para realizar aquello más efectiva y rápidamente.

 

Ignea.

 

El polen se extendió por su cuerpo, y ahora sería inmune al fuego durante un pequeño espacio de tiempo. No podía perder tiempo. Echó un paso hacia atrás y flexionó ligeramente las rodillas, necesitaría velocidad e impulso suficiente si no quería caer en aquel río ardiente. Soltó todo el aire de los pulmones en un fuerte soplido y, a continuación, tomó una amplia bocanada de aire a modo de impulso que le llenó la boca de un regusto extraño, probablemente producto de las condiciones ambientales en las que se encontraba.

 

Dio un salto enorme y, mientras atravesaba aquella corriente infernal, ni siquiera tuvo valor para mirar hacia abajo por miedo a perder mágicamente el impulso que había logrado. Y lo peor de todo era que no veía lo que tenía delante, fuera lo que fuese. Pero lo comprobó enseguida.

 

Se preparó para caer sobre una superficie similar a la que había pisado antes de saltar cuando sus pies tocaron algo irregular que la hizo salir despedida hacia un lado, cayendo al suelo y rodando. Gimió y volvió a ponerse en pie enseguida, pues el suelo estaba tan caliente que parecía quemar tanto como la propia lava. Se frotó el brazo suavemente como si aquello pudiera aliviar el escozor que sentía y se alegró al notar que no había quemaduras reales. Sin embargo, su alegría duró poco al notar que algo se movía cerca de ella. Su anillo detector de enemigos comenzó a vibrar. Y lo que fuera que iba hacia ella, cada vez estaba más cerca.

 

Se volvió justo para ver cómo una criatura que no pudo apreciar en un principio se lanzó contra ella, haciéndola caer nuevamente al suelo. Pero esta vez fue más rápida y, tras dar un giro en la ardiente superficie, se puso de pie con un salto y enfrentó a lo que fuera que acababa de atacarla. Solo entonces se percató de que era una salamandra, pero mucho más grande de las que había visto en otras ocasiones. Ésta la observaba también, como si tuviera orden directa de eliminarla del mapa. ¿Sería eso posible? ¿O el tremendo calor, la deshidratación y el agobio por no saber adónde ir la hacían pensar cosas descabelladas?

 

La salamandra se lanzó contra ella sin previo aviso y Anne no pudo evitar dar un par de pasos hacia atrás, aunque ya tenía la varita en alto. «Obsistens», pensó sin más. Una especie de escudo formado por una materia luminosa azul apareció alrededor de ella y absorbió a la salamandra en cuanto ésta se aproximó a su cuerpo, haciéndola desaparecer sin más. Parpadeó un par de veces, sorprendida por lo que acababa de ver. Había leído el poder de aquella invocación, pero no lo había probado con aquel fin.

 

Le dio la espalda y continuó su camino, aunque seguía sin saber adónde debía dirigirse. De repente, se le ocurrió una alocada idea. ¿Serviría si hiciera un portal como el que la había llevado hasta allí? «Fulgura Nox», pensó sin darle más vueltas. Un portal muy similar al que había invocado en el desierto, y no dudó ni un instante en cruzarlo. Pero su desesperación aumentó aún más, si aquello era posible, cuando volvió a aparecer en el mismo lugar.

 

¡Por todos los demonios, quiero salir de aquí! —gritó, perdiendo la paciencia casi por completo. Se llevó las manos a la cara y se la frotó con desesperación. ¿Qué más tendría que hacer antes de poder continuar? ¿O la prueba era precisamente aquello? Se acordó de repente de la maldita salamandra y miró rápidamente a su alrededor, a pesar de que la penumbra no le permitía ver prácticamente nada a su alrededor. Pero no había ni rastro del animal.

 

Decidió entonces seguir avanzando un poco, con paso lento y la varita en alto. El calor seguía siendo totalmente sofocante, tanto que le costaba respirar cada vez más. De repente, algo la sujetó por los tobillos y estuvo a punto de caer de bruces. Evitó el golpe aleteando con los brazos con desesperación, buscando recuperar el equilibrio. Cuando lo consiguió, miró hacia el suelo y notó que tenía unas especies de grilletes en los pies, ajustado a los tobillos, que no le permitían moverse más de un par de centímetros. Bufó, exasperada. A su vez, empezó a notar que se le embotaba la cabeza, le pitaban los oídos. ¿Qué pasaba ahora? Tomó aire por la nariz con fuerza y fue capaz de notar un olor extraño que comenzaba a hacer que se le nublara la vista. Alarmada, decidió poner remedio antes de que fuera demasiado tarde.

 

Cantar del Eleboro.

 

Una vibración sonora difícil de percibir surgió de la varita de la licántropo y la protegió de aquel efecto extraño que se extendía por el aire, fuera lo que fuese. Sus sentidos se recuperaron rápidamente, e incluso se agudizaron aún más. Además, se concentró en el poder de su amuleto contra defensas carcelarias y, casi instantáneamente, se libró de los grilletes sin problemas, como si estos se hubieran esfumado. Caminó varios pasos alejándose de los peligros que acababa de superar y luego se detuvo. Y decidió volver a probar suerte. «Fulgura Nox», pensó, con convicción y seguridad.

 

Un nuevo portal apareció ante ella, de igual forma y color que las veces anteriores. Lo que le quedaba por saber es si serviría tan poco como el anterior. Lo atravesó con decisión, aunque dudosa del resultado que obtendría. Y, cuando llegó, abrió los ojos lentamente pensando que solo vería oscuridad.

 

Sin embargo, no era eso lo que había a su alrededor. Se encontraba ahora en un domo de cristal en mitad de un desierto, presumiblemente el mismo por el que habían pasado tanto tiempo antes de llegar a aquella estancia oscura que tanto la había torturado a pesar del poco rato que había pasado allí. Miró a su alrededor y vio que aún no había nadie más, pero ahora comprendía que casi enseguida comenzarían a aparecer sus compañeros. Sin duda, la prueba final se realizaría allí. ¿Qué tendrían que hacer? ¿Un duelo, como siempre? Un movimiento a su derecha la alertó y se volvió con su varita en alto, atenta. Eran ashwinders. Un escalofrío le recorrió la espalda y luego apartó la vista. No podía perder la concentración ahora que quedaba tan poco para terminar.

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El viaje había sido tan inmediato que no había podido definir si había sido peor o mejor que otros métodos mágicos, solo que nada había sido tan desconcertante como el aparecer en medio de la nada. Sus pies no habían chocado con nada más que una superficie plana y su cabeza no chocaba con el techo, por lo que debía ser un espacio abierto. Quizás. Toso estaba tan oscuro como si la hubieran metido en un cuarto negro y, alarmada, empezó a buscar señales de visa.

-¿Tau?

Al no recibir respuesta, decidió que había hablado muy bajito y extendió su llamado a un grito. Una, dos, tres veces había gritado y ni ella, ni nadie más, había respondido. Ahí inició la desesperación. Sus primeros pasos fueron a la deriva, sin siquiera una idea de cuál era cada dirección, cortos y cuidadosos. El sudor frío en sus manos delataba el terror que el hecho de no saber dónde estaba le provocaba, al igual que su expresión, la que agradecía fuera algo sólo para la oscuridad.

El entorno era como el limbo en el que había estado al morir, infinito e inconcluso. La diferencia es que no había dolor alguno, de momento. Su objetivo era hallar a alguien, evitando estar sola por más tiempo, pero pronto el terreno se volvió irregular y sus pies se hundieron. No podía ver nada, absolutamente nada y la crisis de la soledad la había llevado a olvidar su magia, por lo que sacó la varita de su manga y se agachó para tocar con sus dedos lo que tenía abajo.

-Ay, demonios... -soltó por lo bajo-. Lumos.

Iluminar aquello era casi imposible. La oscuridad era tan densa que ni siquiera la punta de su varita era suficiente para ver qué era con exactitud, pero sus dedos y el pequeño atisbo de vaho que había visto salir de su boca lo confirmaba todo. Era nieve, una gruesa capa de cristales congelados que habían provocado un dolor inmediato en su mano. Pronto pasó, claro, pero ella estaba demasiado ocupada mirando la nieve negra.

¿No vería nada en todo el camino? Maldijo a Badru, empezando a mover las piernas lo más que podía para hacer las zancadas largas y certeras, tratando de llevarla lejos. Sus piernas estaban desnudas, claro, puesto que había llevado un short al desierto y eso hacía que la nieve la molestara más de lo normal y enfriara su piel a un punto ligeramente doloroso. Activó el anillo contra miradas indiscretas por si se le cruzaba alguna bestia y se llevó una sorpresa al dejar la nieve atrás, encontrando una superficie dura y helada.

La escasa luz que producía su varita demostró que aquello era más de ese cristal raro, frío, congelado: hielo. Quería rodearlo. Difícilmente podría cruzar un lago congelado con luz, sin ella no se atrevería. Pero anduvo por largos minutos en la orilla marcada por la nieve y notó que esa era parte de la prueba, no podía evadirla. El primer paso fue lento y cuidadoso, mientras que el segundo fue casi inexistente gracias a la delicadeza con que se había parado.

Los siguientes dos la llevaron al fondo del lago, tras un fuerte "Crack" y una caída directa a la fría agua azabache. La varita se apagó y sólo supo que algo se acercaba, sobre las miles de agujas que el agua helada provocaba en su piel y sus intentos de respirar, porque uno de los anillos empezó a arder en su dedo. Volvió a encender la punta de la varita, buscando al enemigo y sus ojos se abrieron como platos. Inferis, ¿de verdad?

Cientos de caras sin vida la observaban como a una intrusa mientras se acercaban y ella sólo veía una parte, cada vez que apuntaba. Apuntó hacia arriba y vio cómo el hielo se cerraba ahí donde se había caído, era una cárcel sin salida. Una cárcel. Con el dedo rozó los anillos y activó el de defensas carcelarias. Ella misma no notó cuando el anillo la ayudó a salir, no recordaba si había nadado o no, simplemente la había sacado de ahí. Cayó sobre el hielo otra vez, mojada y escupiendo agua de los pulmones en llamas.

No tenía un minuto ahí tendida en el hielo, exhalando su vida debido a las bajas temperaturas, cuando el sonido de algo grande y pesado empezó a escucharse delante de ella. Algo se avecinaba y cuando pretendió apuntar para ver con su varita, empezó a toser sin saber por qué. Su garganta empezó a cerrarse, su vista empezó a escocerle con intensidad y su oído se apagó, dejándola a oscuras en todos los aspectos. Pensó rápido y antes de perder el habla por completo, lo dijo.

-Cantar del Eleboro -como si sus sentidos se hubieran obstruído de pronto, gracias al agua (que parecía envenenada), recuperó cada uno con rapidez.

Sus sentidos se agudizaron luego de curarse y fue así que logró ver cómo un esqueleto andante le lanzaba una flecha en llamas.

-Ignea.

De su frasquito colgado al cuello, el polen de los lirios de fuego la cubrió de inmediato y las llamas no le hicieron nada. Aunque la flecha le dio en el brazo y otras más iban en camino, mínimo tres. Obsitens un cerco de magia pura, de un rojo tan brillante que logró ver a su enemigo de frente, recibieron las flechas en su estructura al mismo tiempo y este desapareció justo cuando la Atkins sacaba la flecha de su extremidad y la usaba contra el esqueleto. La batalla no duró mucho, puesto que este cayó tan solo apuñalarlo y la mujer tuvo que pensar en un Curación para curar la herida.

-Necesito salir de aquí.

La cabeza le retumbaba, sus labios se habían vuelto azules por el frío y temblaba más que estando enojada. Pero poco a poco, arrastró sus pies por el lago. De caer, se habría puesto a llorar, pero no había dejado sus amuletos o sus anillos de lado, por lo que al menos sabía que daría batalla. Pero pronto sus pies descendieron a un terreno más firme y chocó contra una barrera invisible. ¿Era una pared? El final del camino. Buscó una puerta por varios minutos y al final, entendiendo la prueba, intentó lo último. Centró su magia en lo que quería, llenando sus pulmones con todo el aire que podía y la canalizó en su brazo, acabando por los dedos donde portaba la varita.

-Fulgura Nox -soltó, haciendo el movimiento que había aprendido antes y abrió un portal grande, brillante y poderoso.

Así que había terminado... dio un paso al frente y atravesó el portal, reapareciendo casi de inmediato en una zona que conocía bien. En un principio la luz la cegó peor que un Strellatus pero pronto se acostumbró a la luminosidad y supo que el lugar donde estaban, además de marcar su última tarea, era donde habían empezado. Anne estaba ahí y no había rastros de Tau, lo que no disimuló en buscar, pero supo también que ella sería su contrincante. Y Zack el de Tau. Sonrió, esperando ver aquello y marcó unos siete metros con la mujer, moviéndose como una de las Ashwinders que estaba ahí: sigilosa, paciente y amenazante.

-Veamos, demostremos a ese Nefir que tenemos lo necesario.

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Atravesar el portal no fue tan duro como pensó, aunque mantenerlo abierto sí que lo era, pues debía mantener toda la concentración inicial para que este no cerrara en el transcurso del viaje y terminara quién sabe donde. Había sido cosa de un segundo cuando sintió que la magia del hechizo ya no la envolvía y realmente eso fue lo único que le avisó que estaba en un lugar diferente, pues todo cuanto la rodeaba era la más espesa oscuridad en la que hubiese estado alguna vez y además de que estaba insoportablemente silencioso. Cerró sus ojos con fuerza, aunque esto no denotara ninguna diferencia, para ver si podía escuchar algo. Nada. Los volvió a abrir de golpe tanteando el aire con sus manos por si al menos podía atrapar algún bicho volando. Nada. La situación se estaba volviendo desesperante y todo parecía indicar que ese había sido el plan del Uzza, arrojarlos allí a la nada sin ningún tipo de luz que los guiara, luego hizo lo más inteligente que se le ocurrió.

 

«Flechas de fuego». Pensó.

Al no saber donde estaba le resultó fácil apuntar hacia ningún lado en particular, esperando que por los menos las flechas se clavaran en alguna superficie plana o su luz iluminara un poco dándole una idea del sitio que estaba pisando. Las flechas salieron hacia el frente y a los dos metros más o menos se clavaron en lo que parecía ser... ¿Un tronco? Sí, efectivamente se trataba de un tronco o por lo menos lo que quedaba de él, su parte superior había sido aparentemente arrancada por un animal salvaje o muy mal cortada por algún muggle y de el colgaban apenas unas ramas. Las flechas no se habían apagado, no lo harían hasta haberlo consumido y terminarían por extenderse al resto de los árboles, pero eso no era lo que Tauro pretendía. Caminando con cuidado para no tropezarse con las raíces salidas, se acercó hasta donde el fuego iluminaba e invocando la Katana cortó una de las ramas, la más gruesa, arreglándoselas para que esta se mantuviera encendida como una antorcha. Ahora sí podía ver mejor a su alrededor y con certeza sabía que estaba dentro de un extenso bosque. ¿A donde la llevaría? Para saberlo tenía que seguir caminando, pero antes procuró apagar el tronco encendido susurrando un —Aguamenti—. Lo siguiente que hizo fue activar el Anillo salvaguarda contra miradas indiscretas, aquel era un terreno desconocido y no quería que nadie la espiara aprovechándose de eso para atacarla.

 

Después de caminar y tropezarse en más de una ocasión, el bosque no mostraba tener ningún fin, ni siquiera un comienzo. Nada a parte de árboles, arbustos, hojas y más árboles podía divisarse, ni siquiera una casa o una luz ajena, ni la luna ni las estrellas tenían cabida allí, pues los árboles eran tan grandes y que tapaban la luz, tampoco tenía pinta de un laberinto o de que estuviera yendo en círculos. De repente, algo entre los arbustos.

 

—¡¿Quién anda ahí?! —evidentemente tenía el anillo activado, por lo que no podía ser una persona cualquiera. Luego un movimiento justo detrás de su espalda —¡Muéstrate! —exigió. No supo si fue una mera coincidencia, pero lo que se ocultaba tras los arbustos no era algo lindo de ver y hasta que no le apunto directamente con la llama no pudo distinguirla bien a ella o a sus cinco patas que peligrosamente acortaban el camino que las separaba. Quintaped. Había reconocido a la criatura, pero eso no la hacía sentir mejor, conocía sus intenciones y si algo quería era comérsela viva, parte por parte o entera, dependiendo de su apetito.
«Obsistens». Lo mejor era no alertarla haciendo algún ruido, por lo que el mejor hechizo que pudo pensar fue ese y justo a tiempo, pues el Quintaped, temiendo que su presa huyera, avanzó con sus largas patas hacia la oji-azul quién había creado un cerco luminoso de color azul sobre el cual la criatura se estampó, absorbiéndola de inmediato y salvándola del peligro. Nunca en sus años como profesora de Criaturas tuvo el placer de enfrentarse a tan admirable ejemplar y a pesar de las claras intenciones que tenía de matarla, hubiese lamentado tener que eliminarla. ¿A donde había ido a parar? Seguramente a algún lado, pero eso no lo sabía. Cuando por fin pudo respirar tranquilamente tomó el camino hacia la derecha y siguió andando.

 

— ¡Auch! —al no ver la gran piedra frente a ella por estar pensando en otras cosas, Tauro cayó de bruces contra el suelo, partiéndose el labio superior —¡Maldita sea! —exclamó en voz alta sentándose para examinar si la herida era profunda, pero no lo era. Tomó de nuevo la antorcha que había rodado apenas unos centímetros lejos de ella y apuntó la luz hacia la piedra que curiosamente brillaba. Lo que estaba allí era similar a una tortuga con su caparazón, pero estaba de espaldas y lo que más resaltaba eran las joyas incrustadas en él. Tauro abrió un poco los ojos segura de que el Cangrejo de Fuego no estaba allí para disculparse ni seguir su camino, se había sentido atacado y quizás pensaba que la bruja tenía intenciones de capturarlo. No tenía tiempo para correr, su tobillo también se había lastimado y en el momento le causaba demasiado dolor, así que hizo lo más rápido que se le ocurrió.

 

Ignea —pronunció bien bajito. Una lluvia de polen de lirios de fuego empezó a caer sobre ella cubriéndola por completo, para cuando terminó de hacerlo en cangrejo lanzó contra ella su ataque y el fuego simplemente la acarició. Sabía que ese no sería su último ataque, por lo que rápidamente empleó el Amuleto de la resurrección que le colgaba del cuello para arreglar su tobillo, permitiéndole ponerse en pie justo cuando el cangrejo volvió a lanzarle fuego. En ese instante emprendió una pequeña carrera lejos de la criatura que no se tomaría la molestia de perseguirla, pues al estar lejos ya no se sentiría amenazada y seguiría su camino.

 

A pesar de haber salido airosa de los situaciones peligrosas ya estaba empezando a impacientarse. ¿Y sí tan solo usaba nuevamente el portal? Quizás se había equivocado en su destino y ella estaba allí perdiendo el tiempo mientras los demás estaban con Badru. ¿Y si Leah pensaba que algo malo le había ocurrido? Eso la escandalizó más que cualquier otra cosa y fue entonces cuando supo que tenía que salir de allí de otro modo. «Haz de la no...» sus pensamientos fueron interrumpidos por un grito mortal, uno que casi le destroza los Tímpanos. Intentó concentrarse una vez más, pero el grito seguía siendo más agudo y pronto dejó de escuchar cualquier otra cosa más que el grito, ni siquiera podía abrir los ojos debido al fuerte dolor. Dejó de intentar hacer el portal, al menos de momento y pese a que no lograba escuchar lo que decía, el hechizo le salió como un grito: — ¡CANTAR DE ELEBORO! —no escuchó nada, tan solo la pequeña vibración de su varita que le indicaba que el hechizo había funcionado y poco a poco recuperó la funcionalidad de todos sus sentidos, abrió los ojos y sus oídos volvían a estar intactos, pero el efecto no se prolongaría demasiado y tenía que salir de allí rápidamente.

 

«¡Haz de la noche!» Pensó con todas sus fuerzas y frente a ella el portal se dibujó tal como la primera vez, con las diferentes tonalidades de azul que la atraían de forma magnética, invitándola a atravesarlo. Apenas divisó a la Banshee que se acercaba, le arrojó con furia la antorcha que sabía que no le haría daño y atravesó el portal. No podía adivinar como Badru había dado con un bosque así, tan lleno de criaturas peligrosas, pero se lo preguntaría una vez lo volviera a ver.

 

La luz no la dañó tanto como hubiera pensado, el tener la llama tan cerca de su rostro la había ayudado por lo que pudo adaptarse rápidamente al ya tan conocido lugar. El domo seguía siendo el mismo, con las mismas dimensiones sólo que escaso de cosas, tan sólo una que otra Ashwinders merodeando por allí, sin acercarse demasiado todavía, simplemente analizándola. Allí ya estaban Anne y Leah, a quién le dirigió una mirada de alivio y se apresuró a limpiarse el labio ensangrentado que lucía peor de lo que en realidad estaba, pues ya se había curado.

 

— Siento la demora —fue lo único que dijo y como ya Leah y Anne estaban en posición para enfrentarse una con la otra, supuso que su contrincante sería Zack. Tauro se ubicó a 8 metros de donde aparecería el Ángel Caído y esperó.

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-Oh, por Merlín, amor.

Estuvo increíblemente tentada a correr en ese mismo instante hacia su novia, sólo al ver sangre otra vez. Por supuesto, se limpió para demostrarle que estaba bien y se sintió mucho peor, sabiendo que había estado sola en la misna oscuridad que ella. El único problema estaba en que si se desconcentraba un poco más, podría recibir un hechizo sin darse cuenta de ello.

-Cuídate -le pidió con toda la amabilidad posible, aunque había sonado como una súplica en realidad.

Claro que, en cualquier caso se sacrificaría para protegerla ella, daba igual, ya la había visto sangrar demasiado. Como un acto de reflejo, acarició el anillo de compromiso con el pulgar y se giró despacio para enfrentar de nuevo a la Gaunt.

-Cinaede -expresó rápidamente, haciendo una floritura directa con su varita hacia la garganta de Anne.

El veneno se adentró primero en sus vías respiratorias y posteriormente pasaría a su torrente sanguíneo, lo que acabaría por matarla en un momento dado. La Marca Tenebrosa tatuada en su antebrazo no ardió como si estuviera cometiendo traición alguna, porque era una prueba destinada a que ambas se dañaran de alguna forma o lograran protegerse con los hechizos aprendidos. Ella tampoco tenía intención de matarla, sólo que los hechizos ofensivos de los libros, todos, eran muy fuertes.

Ahora el duelo había comenzado de forma legal y la rubia miraba constamente a su alrededor, esperando que algún Ashwinder saltara para atacarla en cualquier momento pero estos parecían tranquilos, justo en la división que las separaba a ella y a Anne. No eran una amenaza, no aún, aunque tampoco estaba asustada. Siendo una hablante de Parsel, entendía sus siseos y sabía en qué momento atacarían, por lo que restaba esperar un poco más.

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No tardó un segundo en verse acompañada por otros seres humanos, ya que la compañía de las ashwinders no terminaba de ser grata para la mortífaga, que no perdía de vista a aquellos seres. Leah apareció frente a ella, a poco más de siete metros, y comprendió así que sería su contrincante en aquella prueba. Dura prueba... Leah era una magnífica duelista, y Anne lo sabía perfectamente. Sin embargo, no se sentía intimidada por su imponente adversaria, sabía que lo importante era dar lo mejor de sí misma.

 

Sus pensamientos se intermpieron cuando apareció una segunda figura, la de Tauro. Zack aún no había llegado, probablemente estaría superando aún la primera prueba, aquella de la oscuridad que tan alicaída la había dejado. Bebió un sorbo más de agua mientras Leah y Tau intercambiaban algunas palabras y luego la guardó rápidamente al ver que la Ivashkov ya se centraba en ella. Quiso adelantarse a su ataque pero no fue posible, pues Leah decidió iniciar aquel duelo con uno de los hechizos del libro 10. Al instante, sintió que el poderoso veneno entraba por sus vías respiratorias y comenzó a asfixiarse. Más de lo que ya estaba anteriormente a causa del calor. «Anapneo», pensó desesperada, reaccionando rápidamente a aquel estado.

 

Sus vías respiratorias se abrieron de golpe y el efecto del cinaede desapareció. Tomó aire con ansiedad, inclinándose ligeramente hacia adelante y luego fulminó a Leah con la mirada, aunque no podía reprocharle aquel ataque puesto que ella misma estaba por hacer lo mismo. «Maldición», pensó de nuevo, mirando a la Ivashkov a los ojos. De esa forma, la siguiente vez que Leah fuera a atacar no podría pronunciar correctamente el hechizo y éste no saldría correctamente, es decir, no tendría efecto real sobre nadie.

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Oye, no me mires mal, ha sido un jueguito... Arenas del Hechicero.

Con una sonrisita luego de una vibración de su varita, intercaló el hechizo a la segunda acción de Anne, guiándose por el hecho de que la había mirado así. Después de semejante cara de mal humor, la mujer sería quien buscara venganza, sólo que ella había logrado adelantarse; la arena que portaba en un pequeño frasquito se arremolinó en la cabeza de la mujer, dejándola ciega inmediatamente después de que lo hubiera pronunciado.

Ahora tendría que ocuparse del ataque y sus efectos, ya que estaba atada al resto de sus sentidos para saber qué pasaba y la vista, quisiera o no, era muy importante. Sin embargo, bajo los efectos del maldición, la Atkins no podría pronunciar ningún hechizo. Pero esa no era su intención. Si algo la caracterizaba era el ser una duelista veloz y con velocidad, además de ganar terreno en una batalla, se refería a pensar de forma fría y estratégica.

Maldición, pensó.

Siendo el efecto no verbal, había salido a la perfección pese a que ella misma estaba bajo el efecto del mismo hechizo y ahora, después de haber consumido la acción, los efectos se habían acabado sin que ella supiera siquiera que estaba afectada por algo. Por otro lado, la primera acción de Anne se vería afectada por los efectos del hechizo del libro siete y tendría que arreglárselas para salir bien de aquello.

-Eso no tanto -murmuró, mirando de reojo a Tau. Zack no llegaba...

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Experimentar la sensación de atravesar un portal creado por él mismo incrementaba la satisfacción personal dado que hacía unos meses no era capaz de crear muchas cosas, ni siquiera se había imaginado que en tan poco tiempo gozaría de hechizos increíbles. El disfrute por el sentimiento duró hasta que la preocupación nubló su mente evitando que cualquier pensamiento positivo le ayudara a atravesar la nueva situación en la que se veía sumergido. Una vez atravesó el portal, sus pies tocaron tierra firme, tierra… eso quería creer que era. Pues desde ese mismo instante, intentó ver su entorno y nada aparecía frente a sus ojos.


Al desconocer el escenario, lo primero que se le ocurrió fue caminar, aunque no pudiera percibir nada a su alrededor. Imaginaba que estaba en una especie de plataforma suspendida, y que en cualquier momento caería a un vacío del que no podría regresar. Se detuvo en seco, de nuevo aparecieron las gotas de sudor en su frente aunque el clima era agradable, ya no hacía calor. Los nervios comenzaban a apoderarse de su cuerpo, eso antes de que él mismo se obligara a bloquearlos. Venía de cursar un libro que se basaba en el equilibrio, lo que menos debía hacer era perder la calma.


Suspiró armándose de valor y se echó a andar con su varita en mano, listo para recibir lo que fuera que tuviera al frente. En cuanto escuchó el sonido del agua salpicar, pudo sentirla en sus pies, se estaba adentrando a un lago, o eso parecía ser. Inmediatamente pensó en las semillas de hielo. Las extrajo del frasco y vació una porción en el agua, la misma comenzó a endurecerse proporcionándole una superficie sólida que pudiera soportarlo. Tenía que atravesar aquél suelo estabilizado por su propia magia.


—Lumos— Murmuró. Por supuesto que no le sirvió de nada, su poder mágico había sido reducido a los últimos conocimientos adquiridos, pues el hechizo más básico neutral no le funcionaba. Maldijo para sus adentros recriminándose el haber asistido a esa clase, sinceramente la esperó menos compleja. En ese momento, su anillo detector de enemigos, portado en el anular derecho comenzó a expedir su alerta. La vibración se extendió por toda la mano. —¡Flechas de Fuego! — Tras extender el brazo frente a sí mismo, expulsó los filamentos ardientes permitiendo a la vez que iluminaran el camino, haciéndole saber que efectivamente se encontraba sobre un pequeño lago congelado. Su ataque dividió en dos una nube de Doxys que volaban en su dirección, y alcanzó a detener algunas pocas.


Aprovechando el recuerdo mental del poco trayecto que le quedaba para llegar a un bosque al otro extremo del lago, se echó a correr en dirección a sus atacantes, aquellas criaturas despreciables que no dudaron en comenzar a emitir su sonido amenazante. —¡Obsistens! — Pensó invocando un cerco luminoso blanco que además de defenderlo de las mini bestias, se las tragó desapareciéndolas a todas. Fue como atravesar corriendo una nuve de polvo, simplemente se desvanecieron. Y por supuesto, adicional a ello, con la luminosidad de su invocación, pudo observar de cerca su nueva amenaza.


Un cerco de fuego bloqueaba el camino al interior del bosque. Hasta entonces sólo podía sentir el calor abrasador que las llamas producían, pasó de estar en su zona de confort con el frío, a experimentar todo lo contrario. Asumiendo que para entonces ya podía hacer uso pleno de sus hechizos, decidió restituir todos sus sentidos realizando un:


—Cantar de Eléboro— La música reproducida por su varita le ayudó a recobrar la vista, cosa que debió hacer desde el primer instante, pero que hasta entonces no creyó tan necesaria. Ahora que veía lo larga que era la franja ardiente, concluyó en que tendría que atravesarla usando el mismo conjuro que recién había aprendido en clases. —Ignea— Dijo apuntándose a sí mismo con la varita. El polen de lirios surgió dándole un baño de protección. Esbozó una sonrisa traviesa y nuevamente comenzó a correr.


Pisó unos cuantos troncos en llamas, arbustos que parecían no consumirse por el fuego, e incluso pequeñas ramas que se clavaron en sus zapatos sin quemarlos o hacerle sentir ningún tipo de molestia. Al cabo de unos segundos el cerco de fuego había quedado atrás. El bosque era su nuevo escenario.


—Espero que venga la parte fácil — Murmuró con un tono de voz más grave de lo habitual por el tiempo que estuvo en silencio. Sin embargo, habló muy pronto, pues de inmediato a lo lejos comenzaron a verse docenas de centauros armados galopando en su dirección. Las pupilas de sus ojos se dilataron y corrió a esconderse detrás de un árbol. Una vez ahí activó su anillo contra miradas indiscretas esperando que pasaran de largo sin notarlo. Los cinco segundos que transcurrieron mientras las criaturas viajaban hasta su posición le parecieron eternos, pero al final logró pasar desapercibido para la manada. Soltó una gran bocanada de aire.


Se había librado de tantos peligros hasta entonces que no podía creer lo complicado que estaba siendo llegar a donde quiera que Badru tuviese planeado. Él ya sabía cómo eran los guerreros, conocía bien la mano dura, pero esas situaciones iban más allá de lo que fuera pensado alguna vez. Solo quería un duelo para demostrar el aprendizaje y largarse de ahí. En pro de ese pensamiento, se dispuso a atravesar el bosque esperando que al otro lado estuvieran sus compañeros. Pero su mala suerte era tan bárbara, que al pisar un bulto de hojas acumuladas cayó en un enorme hueco.


El daño por la caída terminó en algunos rasguños, nada grave o digno de su atención, pues de momento lo que menos le importaba era la sangre corriendo por sus brazos y algunas áreas del rostro. La adrenalina y el susto le hacían obviar el dolor. Pero la rabia con Badru era lo que le sacaría de ahí. Sostuvo con fuerza en su mano el colgante que llevaba en su pecho, casi creyó destrozarlo, hasta que finalmente actuó.


El amuleto contra defensas carcelarias logró sacarlo del agujero regresándolo a la posición donde estuvo antes de caer en él. Tuvo tiempo de elegir un camino diferente y no confiarse demasiado en la superficie en que se encontraba. Sus facciones cada vez se endurecían más, sólo quería acabar con todo eso.


—Haz de la Noche— Pensó con toda la fe de que sí podría escapar de ahí. Y así fue. Un portal azul metálico apareció frente a él. Sin vacilar se lanzó atravesándolo, esperando que pudiera ver su descanso una vez llegara al nuevo escenario.

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— Estaré bien —le aseguró a su novia.

 

Habían pasado varios minutos desde la llegada de Tauro al domo y ya Leah y Anne llevaban rato haciendo demostraciones de todo lo que habían aprendido hasta el momento. ¿Cuánto más tardaría Zack en llegar? De un momento a otro, un nuevo portal se abrió allí en el escenario y el Ángel Caído fue quién salió de el, al verlo Tauro le dedicó una sonrisa enseñándole su varita, dándole a entender que lo había estado esperando por mucho y no había tiempo que perder.

 

— Por un momento temí que no fueras a llegar, siempre tengo mala suerte con mis contrincantes —comentó jugueteando con la varita en sus manos, pero luego cambió la sonrisa y puso su expresión más seria. Llegado a ese punto desconocía muchísimo más las intenciones de Badru y temía que de nuevo los obligara a matarse entre ellos, pero la Crouchs no estaría dispuesta a seguirle el juego, porque de nada valía morir por el Uzza, ya que eso era precisamente lo que quería.

 

«Flechas de Fuego» Ese fue su primer pensamiento. La Mortífaga observó cómo de su varita un conjunto de filamentos de fuego salieron disparados uno tras otro hacia su oponente (en este caso Zack), de impactar quemarían la piel de este causando heridas sangrantes que debían ser atendidas de inmediato.

 

Su vista había seguido de principio a fin el trayecto de los filamentos y una ligera llama también se encendió en sus ojos. Su fascinación por el fuego hacía que ese fuese su libro favorito hasta el momento, pues en todo momento habían tenido que enfrentarse a él y la sensación de ser inmune también por un momento le encantaba. De nuevo la sonrisa se dibujó en su rostro ensanchándose más que antes.

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«Y menudo juego», pensó la Gaunt al escuchar las palabras de Leah. Y aquella idea quedó muy clara cuando, de repente, perdió la capacidad de visión a causa de un ataque de la Ivashkov que no había previsto ni por asomo. Se quedó paralizada por un instante aunque, afortunadamente, su maldición funcionó... si es que su contrincante picaba en el anzuelo.

 

Ahora tenía el hándicap de no poder ver nada, aunque no por ello iba a bajar el ritmo en aquel enfrentamiento. Debía demostrar que era digna de poseer los poderes del Libro de los Druidas, y eso era lo que debía hacer. Empezó a pensar... ¿cómo podría hacer frente a una mujer tan diestra como Leah?

 

«Arena de Hechicero», pensó. Aquel hechizo cegaría a Leah del mismo modo en que ella la había cegado un poco antes, impidiéndole lanzar hechizos que requisieran puntería. Ahora estaban igualadas... más o menos. Frunció el ceño, ¿cómo podía tomar ventaja? Iba a ser muy difícil con ella, pero no iba a dejar de intentarlo. Su oído lobuno percibió entonces el sonido de algo moviéndose cerca suya y recordó de pronto que no estaban solas en aquel escenario, sin contar a Zack y Tauro. Estaban las ashwinders, repartidas por la mitad de la distancia que separaba a la Gaunt de la Ivashkov.

 

«Orbis Bestiarum», pensó. Un anillo dorado rodeó a una ashwinder que había a unos cuatro metros de Anne (y a unos 3 de Leah, aproximadamente) e hizo que la criatura quedara conectada a la licántropa, a merced de los deseos de ésta. «Ataca a Leah, sin piedad. Muérdela, hazla caer... lo que sea, pero dáñala», le ordenó, sin piedad. No porque no apreciara a aquella mujer, por supuesto, sino porque sabía que sabría defenderse... y quería demostrar que estaba dispuesta a llegar lejos para conseguir aquel poder.

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