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~•~ ╬ Honeydukes╬ ~•~ (MM B: 108509)


Keaton Ravenclaw
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La sorpresa por el recibimiento de la bruja debió notarse en el rostro del mago nacido en Gales. No sabía por dónde empezar, si era que no se imaginara que Candela fuera la dueña del local, si haberla visto de forma inesperada o si simplemente se debía a que no llevaba calzado.

 

—Muchas gracias —respondió como dudando—. Pero creo que... nos conocemos, ¿o acaso tú no eres Candela Triviani?

 

Clavó sus ojos en aquel rostro, deteniéndose con mayor intensión en los ojos de la bruja. Debía ser ella, no había más opciones.

 

—Black —agregó el mago—. Martin Black.

 

Lo curioso es que recordaba un par de situaciones con aquella bruja en el propio Callejón Diagon. Pero por si aquello resultara demasiado lejano en el tiempo o esporádico, también su mente recordaba los trabajos en el lado oscuro y marginal del mundo mágico, que alguna vez habían coincidido.

 

Una persona, una bruja un tanto mayor, pasó por su lado y empujó a Black, sacándolo de su ensimismamiento con Candela. El resultado de aquella interrupción fue que el mago recordara el motivo real de por qué se encontraba allí. Miró los dulces, luego a la bruja y optó por consultarle, como correspondía.

 

—Recomiéndame un dulce que elegirías si tú fueras una adolescente caprichosa. —Si Jessie lo oía hablar así de ella, seguramente le hiciera una escena dramática. Para fortuna de Black, aquella joven no se encontraba ni allí ni en ningún otro negocio. «O eso espero», pensó.

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Entrecerró los ojos, interpretando perfectamente el papel de desmemoriada, y lo observó con curiosidad. Asintió cuando escuchó su propio nombre, pero no dijo nada más. Y es que, en realidad, no sabía qué decir. Temía que, lo que fuere, delataría ese pequeño acto que había montado para zafar del bochorno que le suponía encontrarse con él. O con personas de su pasado.

 

― Ah, así que tú eres ese Black. ―hizo una mueca, como si comprendiera por fin con quién estaba hablando, cuando éste se presento.

 

Candela sabía que había regresado a Londres. Llevaba varios días escuchándolo del boca a boca en los lugares que frecuentaba. No había notado, hasta ese momento, la importancia que le daban a los nombres -o a los regresos de esos nombres- en los todos los rincones que sabían frecuentar los miembros de la Marca Tenebrosa. Tal es así, que hasta había sentido curiosidad por saber lo que habrían dicho de ella cuando llegó a Inglaterra. Pero sus otras prioridades hicieron que esa curiosidad quedase en segundo plano.

 

Así pues, la gitana decidió ignorar la mención al hecho de que se conocieran.

 

― ¿Qué tal un dulce si fuese nada más que caprichosa? ―se encogió de hombros mientras cruzaba las manos a su espalda― Además, ¿le dan dulces a adolescentes caprichosos? ―estaba por agregar que ella los encerraría en una mazmorra, pero no acostumbraba a hablar tan abiertamente con quienes no conocía. O con quienes fingía no conocer.

 

Aún así, paseó la mirada mercurio por algunos escaparates. No tenía la más remota idea de qué golosinas sugerirle, no estaba muy familiarizada con la tienda. Se alejó unos cuantos pasos al recordar haber visto algo cerca, y regresó con una bolsita de tela de color negro. Dentro habían unos caramelos del mismo color. La Triviani estiró la mano para entregarle las golosinas, pero se detuvo a medio camino y lo miró con fijeza.

 

― ¿Buscas que te quieran o que te odien?

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Cuando se hacían preguntas y se respondían con más preguntas, la situación empezaba a ponerse interesante. Black se detuvo un instante para pensar en la última escena dentro de su propio castillo. La joven era un tanto caprichosa, impulsiva y celosa. ¿Eso significaría que había un dulce que prefiriera sobre los otros? Tal vez siempre prefiriera uno sobre los otros, pero ese nunca sería el correcto.

 

—No lo sé —dijo con aire distraído—. Pensé que un dulce podría servir… —Aunque el mago no tenía muy en claro para qué pudiera servir. ¿Caerle mejor? No buscaba eso en sí, sino poder tejer una relación más cercana, luego de desaparecer durante meses o años del castillo Black y no saber nada de su familia ni de las últimas novedades.

 

Una nueva pregunta de Candela.

 

«Está un poco extraña», pensó. Acababa de reparar en sus pies, lo que le llamó aún más la atención pero optó por no decir nada.

 

—Busco que me quieran y que me odien —respondió en un tono que denotaba el humor en su voz—. En realidad sólo busco dar una atención a una persona que acabo de conocer y es familia.

 

Miró el escaparate lleno de dulces de colores y luego a la bruja con la que estaba hablando.

 

—Algo me dice que Honeydukes no es de tu propiedad. —Se aproximó a Candela, mirándola a los ojos—. Hace mucho tiempo que existe y me lo hubieras dicho cuando trabajábamos en ya sabes dónde. —Lo último había sido dicho susurrando, nadie más lo habría podido escuchar.

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— Entonces éstos no te servirán. —retiró la mano en la que sostenía la bolsita negra con suma rapidez.— Con éstos sólo conseguirás que te odien. Yo los regalaría de buena gana, pero porque yo no sé regalar otra cosa. —se encogió de hombros y puso los caramelos en su lugar.

 

Lo último no se lo esperó. Sus pies se habían clavado en donde estaba parada, mas su cuerpo actuó por reflejo y se alejó un poco cuando Black se acercó. Pestañeó un par de veces, tratando de decidir si debía continuar con su pequeña mentira o si lo mejor era descubrirse.

 

— Bien. —puso los ojos en blanco, como si la situación la aburriese— Me atrapaste.

 

Candela se apartó unos cuantos pasos, mientras elegía algunos caramelos y los iba escondiendo los bolsillos de su raído vestido. Se dio la vuelta, para enfrentarlo, y se metió a la boca unos malvaviscos. Muchas veces, la gitana no tomaba consciencia de su propia estatura frente a los demás. Pero al verlo de pie allí, con una escrutadora mirada, se sintió realmente pequeña. Y no le gustó la sensación.

 

— Tenía que inventar algo, ¿sí? Llegaste en el momento en el que estaba robando algunas golosinas. Creí que era Keaton, es el dueño —explicó—, habría sido más fácil sortearlo a él. Además, trabajábamos en "ya sabes dónde" hace mucho tiempo, dudo que sepas a qué dedico mi tiempo ahora. —lo miró de soslayo, con exasperación, y entonces ofreció ambas manos, hacia delante.— Puedes apresarme si quieres.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Black contuvo el impulso de reír. ¿Qué necesidad real tendría aquella bruja de robar golosinas y no poder pagar su precio?

 

—¿La crisis ha llegado a la comunidad mágica que no puedes permitirte algunas golosinas? —La miró a sus ojos, pero luego, se encontró contemplando, sin evitarlo, los labios de Candela, como si fueran imanes que atraían su mirada plateada.

 

Lo que acababa de decir la bruja era cierto. Ni él sabía a qué se había dedicado en los últimos años, ni ella conocía la actividad realizada por Black en aquel período. Sea como sea, era difícil pensar que fuese la dueña…

 

—Te apresaría con gusto —dijo Black con franqueza—. Y también te raptaría, es más, pienso hacerlo. —Sacó de sus bolsillos la varita y con un movimiento, creó unas esposas de humo alrededor de las muñecas de Candela. Al guardar la varita, el humo se disipó.

 

Existía un recuerdo, sólo uno, pero era confuso y ni siquiera sabía el mago de cabellos negros si el recuerdo era tal o si tan sólo era un recuerdo del recuerdo. La confusión de su mente se acentuó al contemplar a la bruja. No entendía por qué estaba allí, aunque ser un tanto incomprensible era, naturalmente, uno de los encantos que poseía. Black se encontraba entre asombrado y divertido, pero por sobre todas las cosas, confuso de aquella situación, pero también esperanzado.

 

—Ven. —Su palabra no sonó como una orden, aunque no aceptaba un no como respuesta. Black se encaminó hacia uno de los rincones menos habitados de aquel local que, a pesar de ello, se encontraba abarrotado. Por lo cual, la actividad seguía rodeándolos.

 

Al detenerse, volvió a contemplar a la bruja.

 

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vi. Viajé durante meses, incluso, años, pasando demasiado tiempo fuera de Inglaterra. Por lo visto, también tú has vivido muchas nuevas experiencias… —Hizo una pausa como para reacomodar las ideas en su mente dispersa—. ¿Puedo raptarte y hacerte un interrogatorio en un lugar más… privado?

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Candela arrugó la frente cuando fue arrastrada a una zona que, al parecer, era utilizada nada más que para almacenar cajas. Supuso que se trataba de envíos y entregas de mercadería, así que se puso a husmear mientras escuchaba, con fingido desinterés, lo que el Black le estaba diciendo. De cuando en cuando le dedicaba alguna mirada furtiva y, con más rapidez de la que hubiese deseado, apeló a esos recuerdos que había decidido tirar en algún momento.

 

― ¿Desde cuándo, el secuestrador, le pide permiso a su víctima? ―preguntó de forma distraída, sin mirarlo. Cerró la segunda caja que acababa de inspeccionar y se volvió hacia Martín.― ¿Qué clase de criminal eres?

 

Sentía un deje de culpa, sobretodo. Si bien su memoria no era la mejor en esos momentos, su instinto le decía que la culpa era lo mejor que podría llegar a experimentar estando en la presencia del pelinegro. Bueno, quizás no lo mejor, pero sí lo más adecuado. Y, quizás, creía que le debía lo que le estaba pidiendo.

 

― Sígueme. ―se dio media vuelta y echó a andar hacia la caja registradora. No esperó a que el chico la siguiera, si quería hablar con ella, seguramente igualaría su paso.

 

Cuando llegó a la caja, estuvo tentada a meter mano al dinero que podría haber allí. Calculaba que no era mucho, considerando el poco movimiento que había tenido en los últimos días. Si bien, no frecuentaba el negocio del Ravenclaw, solía pasar por allí de vez en cuando y casi siempre lo veía vacío. Decidió contenerse y dio un salto sobre el pequeño mostrador, directo a la puerta que se encontraba detrás; bastó que pusiera una mano en el pomo para que ésta se abriera.

 

― Después de tí. ―bromeó, señalándole el interior de la trastienda. Activó, sólo por las dudas, los anillos de Salvaguarda contra oídos y miradas indiscretas. La Triviani no conocía el local, así que dudaba mucho qué tipo de habitación era aquella en la que estaban entrando. De ese modo, y con la ayuda de los anillos, mantendría la conversación en privado― Bien, soy toda oídos. Claro que, si se trata de un interrogatorio, debe haber preguntas que puedo elegir no responder, ¿cierto?

 

La bruja se miró las manos y las dejó quietas, se dio cuenta de que estaba jugando con ellas sin notarlo. Así pues, para evitar dar señales de nerviosismo a través de ellas, prefirió guardarlas en los bolsillos de su vestido. Aunque allí dentro se puso a jugar con los caramelos que había robado.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Black persiguió a Candela hacia el interior de la nueva habitación, que, según las apariencias, todo indicaba que se trataba de una oficina de negocios. Seguramente, pensó el mago, era donde el dueño llevaba a cabo importantes reuniones sobre las formas de llevar adelante aquella dulcería. Sin embargo, el motivo que tenían aquellos dos era muy diferente. O tal vez no tanto.

 

Cuestionas mi proceder criminal —empezó diciendo entonces el mago de cabellos negros, cerrando la puerta tras de sí—. Pero me impones condiciones en el interrogatorio que he construido para conocer un poco más de lo que desconozco de ti. —Sacó por segunda vez la varita de sus bolsillos para luego desaparecer la capa de viaje que lo estaba cubriendo.

 

Como si todo fuera cosa de la magia, el ambiente se puso agradable en cuanto a la temperatura, y la camisa gris perla, semejante al tono de sus orbes, se evidenció quedando un tanto disimulada por el colorido que la rodeaba. Black dio un par de pasos para tomar asiento en un sillón sumamente cómodo, seguramente el que tomara el visitante en las reuniones que allí se realizaban, y contemplar todo su alrededor, de forma curiosa, para luego centrarse en la bruja que tenía en frente.

 

Pienso regresar a la Universidad… —Hizo un leve movimiento de varita, apareciendo ante ellos una docena de pájaros, un hechizo bastante básico para el potencial del mago—. Un pajarito me ha dicho que estás trabajando allí… —Acto seguido, los pájaros se fueron por la ventana sin dejar más notoriedad que un leve aletear demasiado suave para el clamor que había detrás de la puerta, en el corazón del local.

 

Descansó sus brazos en los apoyabrazos y dejó en su regazo el arma mágica, cosa que rara vez hacía.

 

Pero cuéntame, Candela, ¿qué has hecho en todos estos años? He estado perdido, lo sabes, y asumo que también lo has estado tú… ¿Pero qué ha pasado para que ahora te dediques a robar cajas registradoras por diversión? —La mirada se cruzó con la de ella y supo que debía pararse. Lo hizo. Se acercó a la bruja sin dejar de observar aquella mirada que le devolvía su reflejo, esperando sacar de la bruja solamente la verdad, y nada más que aquello.

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Envidiaba la actitud del Black, su porte relajado y despreocupado. Deseaba ser así, pero no, ella estaba siempre alerta. Tenía especie de paranoia que le hacía sentirse perseguida todo el tiempo. Todo a su alrededor conformaba una amenaza, por lo que, aunque intentara que su rostro no lo revelara, su atención estaba bastante dividida.

 

― Tendría que encerrar a esos pajaritos entrometidos... ―elevó una de las comisuras de sus labios, amagando una sonrisa, mientras veía a las avecillas irse por la ventana más cercana.― ¿En calidad de qué, volverás a la Universidad? No sabía que hubiesen puestos vacantes. ―entornó los ojos para observarlo con curiosidad.

 

Y como su impulso más temprano era más fuerte, empezó a pasearse entre las largas mesas de trabajo y las estanterías. Tomó un par de barras de chocolate y una se la lanzó a Martín. Otro par más se las guardó, le llevaría alguna golosina a Chuck. Al volver, se apoyó distraídamente en una de las mesas, cerca al chico. Entonces, escuchó su pregunta.

 

A la Triviani le hubiese gustado responder lo que, normalmente, le respondía a todos: No era de su incumbencia. De hecho, estuvo a punto de hacerlo, por lo que desvió la mirada cuando el Black se acercó a ella. Pero por alguna razón, se contuvo. ¿Qué podía decirle? Seguramente si le contaba su historia quedaría horrorizado. Eran contadas las personas que sabían a ciencia cierta lo que había hecho.

 

No ha pasado mucho. ―mintió― Sólo que ya vi casi todo lo que tenía el mundo para ofrecerme. Volví a Londres esperando encontrar... No sé, ¿motivación? Pero la vida aquí es bastante aburrida. Así que busco mis propias formas de distracción. ―se encogió de hombros― Y si es un tipo de distracción que signifique más galeones para mí, mejor. ―entonces le dedicó una sonrisa de suficiencia.

 

Dicho en otras palabras, la gitana era una ladrona. Pero tenía que hacerlo sonar más bonito.

 

― Bueno, suficiente de hablar de mí. ¿Y tú? ―dio un pequeño salto para bajar de la mesa, pero la tela del vestido se había enganchado en uno de los tornillos, lo que hizo que trastabillara un poco. Se equilibró rápidamente.― Olvidé decir que me he vuelto algo torpe también. Como sea... ―puso los ojos en blanco y empezó a dar pequeños pasos alrededor de él― Cuéntame de tí.

Editado por Candela Triviani

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Black dudó con las palabras de Candela. Si existían puestos vacantes para ser profesor sin dudas era un espacio que le resultaba motivante. Pero a ciencia cierta, lo máximo que podría aspirar en aquel momento, y tampoco lo veía cercano, era enseñar en Hogwarts, el mejor colegio de magia y hechicería del mundo. «Anhelo la vieja Academia, aunque no fue la primera… Antes hubo otra más vieja». El pensamiento cruzó su mente como si se tratara de una onda expansiva, pero que se difuminó al instante, volviendo a su realidad.

 

Como estudiante, como ha de ser —respondió entonces, en tono enigmático—. Al fin y al cabo, nunca dejamos de aprender. Pero… sí, será una nueva etapa en mi vida y necesito asistir allí. —Dudó un momento si contarle o no aquello, pero decidió hacerlo—. Pienso cursar Artes Oscuras… —Un brillo en su mirada perla reapareció. No sólo porque la propia Candela era la responsable de dar aquellas clases, sino porque en el fondo, ambos conocían mucho dichas artes… La practicaban con frecuencia.

 

Pero a decir verdad, Black no sólo cursaría aquella materia. No sólo los conocimientos puros y duros como asignaturas para cursar era lo que le interesaba: la magia de los libros de hechizos, eso sí le implicaba un mayor desafío. Y en un futuro, esperaba no muy lejano, aspirar a las habilidades más dificultosas del mundo mágico, lo que supondría uno de los puntos más altos en su vida académica.

 

Conque más galeones… —Se quedó dubitativo. Black venía de una familia con mucha tradición en el mundo mágico. Familia que había sido parte de la nobleza de la comunidad de magos y brujas, por lo que el oro nunca había sido algo sobre lo que discutir: sobraba y en abundancia. Sin embargo, para el pensamiento del galés, vivir a costa meramente de aquel oro sería una locura y una deshora para sí mismo. Por ello había creado y administrado varios locales en el callejón Diagón.

 

Por el motivo de sus viajes a todo el mundo, principalmente, los negocios se habían ido cerrando, a pedido del pelinegro. Los galeones que engrosaron las bóvedas cada negocio, en su mayoría, habían ido a parar a la de Black. Sin embargo, los metales dorados no se multiplicarían solos ni mantendrían su cantidad porque a diario, el dinero se gastaba… como en aquella oportunidad, en algo tan básico como adquirir unos dulces y chocolates.

 

La idea invadió su mente y no tuvo otra opción que decírselo a Candela.

 

Desde que volví a Londres sólo he ido al Ministerio de la Magia para trabajar —se mostró pensante, había regresado al departamento que más había disfrutado—. Sin embargo, todos mis negocios fueron cerrados en mi ausencia porque no podía administrarlos desde mis recónditos paraderos. —Era el momento de decírselo, Black aprovechó la pausa y lanzó la carga—. ¿Verías como buena idea juntarnos para llevar adelante algún negocio en el callejón? Tengo experiencia en administrarlos…

 

«Pero cerraron todos», la voz negativa en su mente se instaló por sólo un segundo. En el fondo sabía que el hecho de cerrarlos sólo se debió a un motivo de fuerza mayor. Pero en realidad, siempre habían funcionado de forma excelente. Y durante sus largas expediciones en el norte de Europa, Black se había hecho un lugar para regresarse con las manos llenas de objetos extraños de magias indescifrables… Conocía a Candela y conocía el negocio que ella tenía en el Knockturn. Aguardó expectante.

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Frunció el ceño a la mención de su cátedra. Ya se estaba haciendo a la idea de que tendría otro mes de vacaciones, pero lo más probable era que no podría escurrirse otra vez de sus obligaciones. Sin embargo, curvó sus labios en una tenue sonrisa, como si de pronto se le hubiese ocurrido la mejor idea que pudo haber tenido en todo ese tiempo. La bruja necesitaba sangre y, por supuesto, ¿qué mejor que la obtuviese de alguien que se presentaba ante ella de forma voluntaria?

 

Candela arrugó la nariz al escuchar hablar del Ministerio de Magia. Ella llevaba mucho tiempo sin poner un pie en el edificio luego de que renunciara a su trabajo en el Concilio. Luego de un año de arduo trabajo, sin frutos que lo avalen, simplemente el trabajo de oficina la había agotado mentalmente. Por lo que se tomó un año sabático, o una vida sabática, con nada más que las ganancias que le generaban los negocios que tenía y uno que otro robo realizado a los bolsillos de otras gentes.

 

― ¿Juntarnos? ―hizo un gesto, como si la idea le hiciese gracia― Tengo un par de negocios... Podría pensar en contratarte, desde luego... ―cruzó ambas manos y elevó los índices para tocar su barbilla, con aire pensativo.

 

La Triviani no quería admitir que le vendría bien la ayuda y, quizás, alguien que estuviese un poco más presente en el local. Pero reconocer ese detalle le haría perder un par de puntos de actitud, y orgullo, sobretodo orgullo. Así que, más que alguien de igual a igual, quería un empleado. Como lo había sido Ashura, en su momento.

 

― Tenía una empleada en el Borgin & Burke, desaparecida en acción. ¿Qué te parece tomar su lugar? ―ofreció con indiferencia― Claro que lo administrarías, serías algo así como el Gerente. ―se sonrió a sí misma por haber usado una palabra muggle― También tengo un laboratorio de... Bueno, un laboratorio. Ese necesita ayuda en la administración. El que está a cargo es... ―puso los ojos en blanco y desvió la mirada.

 

Pensó en Eobard y en su actitud de subalterno. Más que su propio socio, parecía que lo había puesto allí para abusar laboralmente de sus capacidades.

 

― ¿Qué dices? ―devolvió la mirada mercurio al Black y lo contempló con fijeza.

 

Al cabo, se removió un poco en su lugar y miró la barra de chocolate que aún no había terminado. Le dio un mordisco, distraída, y agradecida de tener algo en lo que centrar su atención.

Editado por Candela Triviani

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