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Libro del Equilibrio (4)


Lisa Weasley Delacour
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- Información a cambio de poder, no es tan mal trato a fin de cuentas – Murmuró divertida.


Basto una mirada para que la mas joven de los guerreros Uzza cambiase de tema. Hacia ya varios meses que convivíamos y después de las experiencias vividas por culpa de sus congéneres, no estaba yo muy a favor de seguir sus reglas tan a rajatabla como al principio. Runihura era con quien mejor me llevaba. Me gustaba hablar con ella acerca de su visión de la vida y de un pasado que yo no podía recordar por la edad. Era coherente, racional y me transmitía calma, a pesar de que sus pruebas había sido las mas complicadas de sortear. Lograba entender mis pensamientos y el porque de mi rebeldía nata. Digamos que aquello bien se podía llamar amistad.


- Complicado ha sido el ayer, como también lo es el presente.


Me tenia en vilo desde su aparición, hablando en parábolas y con un misticismos notable. Su ancha sonrisa se instauro permanentemente en su tostado rostro cuando mi ceño se frunció por completo. No tenia paciencia, menos cuando intuía que la misión que estaba por darme tenia mucho que ver con arriesgar mi vida y la de los pupilos que se presentasen a la cátedra. No hablo, ni siquiera cuando la amenace con un dedo. Le gustaba, por motivos que desconocía, poner constantemente a prueba mi hiperactividad. La tantee durante unos minutos sin exito alguno. En el momento que me rendí y me senté a su lado, fue que comenzó a dialogar. De algo que ni por asomo había supuesto.


- Recuerda la fecha exacta y todo ira bien. 2 de Mayo de 1998 – Fue lo ultimo que dijo antes de desaparecer.


OoooooO


Viernes por la mañana de un soleado mes de junio. La clase del libro del equilibrio daba, por fin, inicio. En mi cabeza mantenía un hilo conductor de la actividad que iba a llevar a cabo en conjunto con el antiquísimo pueblo de Egipto, no obstante, mi intuición daba por supuesto que en algún punto del recorrido algo se iba a desestabilizar, quedando el caos como único monarca de la tesitura en cuestion. Obviamente y como decía la mentora de las auras, aquello era para ver si en verdad el alumno estaba dispuesto a superar todas y cada una de sus barreras por obtener un premio na sustancioso. Patrañas baratas para enmendar un error o varios por auparte.


De pie, frente a las butacas aun vacías, esperaba que los discípulos no tardasen en aparecer. Teníamos mucho que avanzar en poco tiempo. Tras de mi figura, un aparato no convencional, conocido en el mundo muggle como realidad virtual. Eso si, el instrumental estaba modificado con una magia muy poderosa, pudiendo crear una inmersión total en las imágenes que proyectaba. Vamos que estando allí podías incluso morir. Todo muy normal y fácil. La esencia de los recién llegados, me devolvió al mundo real – Bienvenidos – Salude formalmente, cosa que odiaba en mi fuero interno – Antes de comenzar, quisiera que os presentéis – Así me daba tiempo para evaluarlos. Seria, como poco, interesante el viaje.

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¿Nos juntábamos en la Arena de Entrenamiento Uzza?

 

Miré de nuevo el pergamino que me había notificado de mi clase del Libro del Equilibrio y lo hice un bollo, tirándolo posteriormente en el contenedor de basura que había junto a mi escritorio en una diminuta parte del Claustro de Profesores de Conocimientos.

 

-La Arena...- musité, mientras dejaba todo en orden para ponerme de pie.

 

Era temprano en la mañana y aunque no solía pasarme por la Universidad antes de que el sol estuviera, al menos, marcando las diez de la mañana, había tenido que asistir por un tema bastante peculiar que incluía a mi hijo adoptivo y una de sus travesuras ilegales con contrabandistas. Como había olvidado algunas notas el día anterior, cuando terminase de dar clases, no me había quedado otra que llegar temprano al Claustro, además de que sabía que en cualquier momento me iban a avisar sobre la clase de magia guerrera. ¿Pero tan temprano y en la Arena? Resoplé y miré el reloj que había sobre mi mesa; uno peculiar que marcaba que estaba llegando tarde.

 

-Válgame.. no otra vez- me quejé, corriendo hacia la salida del Claustro y dirigiéndome hacia el campus, donde una enorme extensión del mismo era usado como Arena de combate para el entrenamiento de los Guerreros Uzza.

 

Sólo había estado allí una sola vez, pero no dejaba de ser impresionante. Arena cálida que parecía colarse entre tus ropas con las brisas simuladas mágicamente para que parecieras encontrarte realmente en Egipto. Unas tribunas que solían estar medianamente ocupadas por estudiantes curiosos y que, al principio, nadie se atrevía a usar pero, con el pasar del tiempo, los Uzza habían aprendido a ignorar y los universitarios las utilizaban tanto para observar a los arraigados guerreros como para descansar de las largas jornadas de estudio en las alas de Conocimientos y Habilidades. También estaban los Guerreros Uzza y sus aprendices, la mayor parte de ellos eran oriundos de sus tierras aunque una pequeña porción resaltaba por sus diferentes tonos de piel, forma de hablar y de moverse: estudiantes de los Libros de Hechizos, magos experimentados.

 

La visión variopinta sólo duró un momento antes de cruzarme con la mirada de una Guerrera Uzza que parecía rondar la cuarentena. Llevaba el cabello rapado a los lados y trenzado en la mitad, largo hasta pasar la cintura. Iba descalza y vestía una armadura poco llamativa pero, se notaba a la legua, era mágica. También tenía una espada impresionante que parecía absorber la luz del sol que intentaba reflejarse en ella. Tragué saliva con dificultad mientras la Guerrera me seguía con la mirada hasta el pequeño grupo de estudiantes que se había formado un poco alejado de los que entrenaban. Sabía que aún me observaba pero intenté ignorarla, mientras le dirigía un saludo con asentimiento de cabeza a Lisa y otro a Badru, el único Uzza que conocía de nombre y que nos había hecho enfrentar con el Libro de la Sangre.

 

-Lamento la tardanza, profesora- musité-. Ya nos conocemos, soy Cissy Macnair y estudié el Libro de la Sangre con usted y con Leah Atkins.

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Abrí el paquete con ansiedad. Por fin había llegado el libro de instrucciones sobre cómo montar un reloj de cucú. Ansiaba leerlo de cabo a rabo, me encantaban los temas muggles y la simplicidad con la que solucionaban temas tan complejos sin usar la magia. Siempre me sorprenden. Así que corté el lacre que envolvía el papel amarronado y contemplé aquel libro de color azul.

 

-- ¡Oh, qué lindura! Si hasta parece de los nuestros. Pensé que los libracos muggles eran más bastos.

 

Pasé la mano por la portada, suave, y por el lomo, bien trabajado. Tenía un cierre interesante. Lo abrí, por fin el secreto de los relojes de cucú iba a abrirse ante mis ojos.

 

-- ¿Equilibrio? ¿Hay que equilibrar algo?

 

Lo moví y sentí un ruido de piezas en el interior.

 

-- ¡Guay! Trae las partes para montar uno, como un puzzle -- grité, contentísima. Harpo me miró, muy sorprendido que un libro me mantuviera tan contenta y se acercó. -- Mira, Harpo, voy a construir un reloj.

 

Parecía una niña pequeña con un juguete nuevo cuando descubrí que aquellas piezas no encajaban: un redonda como un anillo, un amuleto, un saco con algo dentro que parecían... yoquesé.

 

-- ¿Dónde está el cucú? -- pregunté, enojada.

 

Lo envolví todo de nuevo y me largué de casa dando un portazo. Vamos, a mí me las van a dar con queso. Se iban a enterar en el Mall. Allá me dijeron que podría encontrar a Cissy en el recinto de la Universidad. No me lo pensé, cuando actúo en caliente soy así, un huracán que no tiene parada hasta que rompe todo lo que alcanza. Ni sé cómo llegué al lugar, ni sé tampoco porqué mis pies me llevaron allá, como si algo les atrajera. Yo no veía nada, sólo buscaba el pelo de Cissy para poder tirarle a la cabeza el libro que me habían traído en vez del que yo había encargado.

 

La vi, estaba allá en un recinto con butacas vacías, como si esperasen ser llenadas por alumnos. Si aquello era una clase e interrumpía, me importaba un pimiento. Yo quería hablar con la Directora del Mall.

 

-- ¡Cissy! Vaya porquería de Mall que diriges. Encargué un libro muggle sobre relojes y mira lo que me han mandado: un libro azul lleno de piezas rotas. Si ni siquiera hay engranajes ni el cucú para que cante. ¡Quiero devolverlo!

 

Estaba furiosa, pero no tanto para no sentir la voz de Lisa. ¿Qué demonios hacía ella allá? ¿Qué demonios estaba interrumpiendo?¿Y qué demonios era eso que había en el centro?

 

-- ¡Oh! ¿Es cine muggle 3D? Me quedo -- sí, lo sé, mi mente es rara y pasa de un extremo al otro. Con lo que me gusta el AnimaCine...-- ¿Presentarnos? ¿Por qué? Si todo el mundo sabe que soy Sagitas. -- Bajé la voz y le susurré a Cissy: -- Cuando acabe la peli, tú y yo hablamos del libro de reclamaciones...

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Visitar la universidad se había vuelto en un acto casi banal. Cuando sus andanzas estaban relacionadas con aprender nuevas habilidades o practicar hechizos avanzados no le importaba. Pero ya por varios meses la mayoría de sus vistas a la universidad era para verificar que todo funcionara como debía funcionar. Él no había firmado por eso, en principio su trabajo como Warlock consistía en trabajar detrás de un escritorio y tratar de desviar la mayor cantidad de galeones del Ministerio a su bóveda personal sin dejar pistas.

 

Aquel día era uno de los primeros, aquellos en los que hasta le emocionaba llegar a la universidad. Sin embargo llegó temprano para revisar algunos documentos llenos de letras aburridas. Iba vestido bastante cómodo por la ocasión. A su espalda una gran espada cuyo mango aparentaba una calavera y estaba fabricado en plata. La hoja era filosa elaborada con una mágica aleación de un metal que solo se encuentra en las islas haitianas.

 

—¿Vas algún día a dejar de seguirme? —preguntó, mentalmente, el mago al tigre que caminaba a su derecha.

 

—Sabes que no. Estas actividades son, cuanto menos, interesantes

 

Sacudió la capa de viaje negra más por costumbre que por necesidad. Los botones de la capa estaban abiertos, por lo que se podía ver el pantalón (del mismo color) y una blanca camiseta. Aquel día mantenía su apariencia normal, no hacía falta hacer alarde de su habilidad de nacimiento. El cabello, de un brillante plateado, casi le cubría los ojos. El arete (con forma de colmillo) que colgaba de la oreja izquierda se movía al son de su andar.

 

—Señorita Croft, Señora Potter. Weasley

 

Bastian saludó, en palabras, a las tres damas. Sin embargo, solamente hizo una reverencia apenas perceptible a Sagitas y a Castalia. Aunque él apoyaba la lucha de la Orden del Fénix, no podía nadie asociarlo (siendo Warlock) mostrando respetos a un criminal confeso.

 

—Imagino que su presencia en esta clase anuncian la incompetencia de los Inquisidores y de los Aurores. No enviaré una lechuza anunciando tu ubicación por respeto al pueblo Uzza. También por ellos dejaré de hablar del tema.

 

Harimau lo mordió, apenas con fuerza, por sorpresa. Se le resbaló de la mano la mano el frasquito de cristal que había llegado con junto al libro del Equilibrio. Antes de que pudiera usar la varita para recuperarlo, vio como el frasco se destapaba y algunos granos de aquella fina arena tocaron el suelo. Para su sorpresa, una extensa área del suelo se convirtió el hielo.

 

—¿Ves lo que causas? —le riñó al tigre.

 

 

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Sacudió la cabeza negativamente mientras arrugaba el pergamino y lo tiraba a la basura. Quería tomar aquella clase pero tener a la Weasley de profesora, eso era castigo de los dioses. no podía perder el dinero de la clase así que hizo de tripas corazón y se propuso mantenerse impávida ante su presencia y las situaciones en que esta los pudiese meter. Abrió su armario y tras mucho pensar se atavió con un pantalón negro, una blusa sin mangas y escote en V y unas botas negras de piel de dragón, no quería terminar mordida por alguna víbora o algo peor. Tomo de la cama el libro del equilibrio y lo coloco en la mochila que llevaría colgada donde también coloco algunos suplementos de emergencia, por si acaso.

 

Junto al libro le habían entregado un frasco con un polvo, un pequeño saco con pétalos de una flor exótica que según explicaba el texto, servían para muchas cosas que a la rubia le resultarían muy útiles. Un anillo mas para su colección y finalmente un amuleto, a el paso que iba terminaría llena de colguijes en el cuello y los dedos. Pero aquel libro le resultaba menos interesante que los dos que seguían, el druida y el caos, los añoraba como nada en el mundo, puesto que ella quería por sobre todos, aquellos que tuviesen mas oscuridad que el resto.

 

- terminemos con esto rápido - le dijo a su reflejo tras lo cual desapareció de la alcoba y reapareció en los terrenos de la universidad. No tuvo que caminar demasiado para llegar al emplazamiento de la clase, al parecer todos habían llegado antes que ella, se encogió de hombros con desdén, estaba mas interesada en encontrar donde sentarse y en la extraña maquina que estaba frente a ellos.

 

- Buen día Cissy, Sagitas, Bastian, creo que todos en esta sala me conocen, aun así me presento, como niña de primaria muggle en su primer día de escuela, mi nombre, Sofia Elizabeth Granger Gryffindor, heredera de la casa Granger y reportera del profeta - dijo haciendo una exagerada reverencia ante los presentes tras lo cual tomo asiento en la butaca mas cercana a ella. Eso de presentarse no era algo que le resultase interesante, menos al nivel en que se encontraban donde, la gran mayoría eran mago y brujas de larga carrera ministerial y renombre en la comunidad mágica, para muestra bastaba un botón. No había un mago o bruja en aquel recinto que ella no conociera.

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Me encontraba sentada de espaldas al lugar desde el cual había llegado, por lo que no percibí a Sagitas sino hasta que me gritó, prácticamente en el oído (aunque se encontraba lejos y venía gritando desde la mitad de la Arena de entrenamiento). Me giré y mi rostro se puso rojo, porque no entendía de qué demonios estaba hablando. Abrí la boca para replicarle que nosotros ya no vendíamos cosas muggles en el Mall, que seguro había sido un error del correo mágico... o algo así, pero pronto ella cambió su atención hacia el objeto que había junto a Lisa. Me retiré de forma apenas perceptible cuando Sagitas se inclinó hacia mi para susurrarme, temiendo que volviera su locura y me mordiera.

 

-Nosotros no vendemos cucús- le susurré, intentando no llamar demasiado la atención-. Y no creo que vayamos a ver una película con eso, Sagis. Me parece que se trata de alguno de esos aparatos muggles que.. no sé... bueno, quizás sí sea eso que dices del cine- me encogí de hombros y esperé una respuesta de Lisa.

 

Antes de que pudiera ella proseguir con la clase, dos personas más se hicieron presentes. El primero fue Bastian, reconocido Warlock (junto a su extraño animal de compañía). Esbocé una sonrisa escondida de suficiencia cuando le habló con tanto desprecio a Lisa pero evité acotar nada al respecto, después de todo yo no la conocía, aunque sí sabía que ella se había declarado como miembro de la Orden del Fénix. Le siguió Sofía, reportera de El Profeta y un miembro antiguo de la comunidad mágica londinense. Sí, allí éramos todos magos experimentados.

 

Miré de reojo a la guerrera que antes me había puesto los pelos de punta pero ella ya no me miraba. Su atención estaba puesta en un estudiante que no llegaba a los ocho o nueve años de edad y que en aquel momento estaba haciendo equilibrio en un sólo pie, con una postura de manos y cuerpo bastante incómoda.

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Me acomodé en mi asiento, pensando en si Lisa habría preparado una máquina de palomitas. El cine es genial, pero nada como poder saborear un cartucho de palomitas de colores y poner los pies en el asiento delantero cuando las luces se apagan. Pensaba que, si no lo había pensado, podría llamar a Babila para que trajera aquella máquina que compramos cuando aún estaba en Accidentes para aquella feria. Seguro que con un buen lavado a fondo, las palomitas no sabrían a rancio.

 

Me sacó de mis pensamientos glotonoríficos el sentir que alguien me nombraba. Sonreí, complacida de ver a Bastian y estuve a punto de saludarle con total cordialidad y amabilidad, como si fuéramos coleguillas de partido de fútbol cuando recordé que él, fuera de nuestro secreto particular de enseñanza como Hermanos de Sacerdocio, era un Warlock y además, algo más que me había confesado y yo había prometido no decir nada nunca. Así que sólo incliné la cabeza hacia él y murmuré un sencillo "Bienvenido, Sr. Karkarov", para no delatarme. En cierta manera, me sentía orgullosa de tener un secretillo con él sin que nadie más lo supiera. Mi sonrisa se transformó en sorpresa cuando un trozo de suelo de transformó en hielo.

 

-- ¡Demonios desdentados! Este Glacius no me lo esperaba. -- Hey, un momento, ¿le había enseñado el hechizo Glacius de nuestra Orden? Pensé que no, eso significaba que aquel sacerdote "furtivo" era muy bueno en la magia. -- Por poco se me pegan los zapatos al suelo. ¿Qué ha pasado?

 

Si alguien me contestó, no me di cuenta porque en aquel momento entraba una nueva compañera amante del cine y se presentaba. ¿Reportera de El Profeta? Avivé la oreja porque seguro que venía a hacer una crítica de la peli para el diario. Seguro que iba a ser una proyección privada de alguna peli en primicia. Me froté las manos, aún con los pies alzados para que no se me helaran los pies.

 

-- ¿Alguien sabe de qué peli se trata? -- no me daba cuenta que, como profesora de Estudios Muggles, estaba más familiarizada con el tema del visionado de películas que el resto del pueblo, aunque estaba segura que, de alguna manera, todos los presentes sabíamos qué era el cine muggleoso. O tal vez no, porque Cissy me llevara la contraria, algo que me molestaba mucho porque se veía a la legua que aquello era un Cinematógrafo muggle. -- ¡Pufff, pues eso es una máquina de cine, estoy segura! ¿Y cómo que no vendéis cucús? ¿Entonces qué paquete me ha llegado del Mall?

 

Rebusqué en los bolsillos de mi capa, insegura porque no recordaba en cual de ellos había colocado el libro equivocado que me había llegado de parte de su departamento mágico.

 

-- Mira, mira, lo tengo aquí -- exclamé con alegría al encontrarlo y poder demostrarle que se habían equivocado. -- ¿Ves? Lleva el sello del Mall.

 

Pero Cissy no me hacía caso, miraba algo por encima de mi hombro. Me giré, ¿es que empezaba la sesión de cine?

 

-- ¿Qué...? -- murmuré, al no entender lo que veía. -- ¿Es que vamos a ver una peli de Circo?

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Y ahí estaba él, ignorando el saludo de la bruja que también había revelado ser miembro de la orden del fénix en el pasado. Ambos eran el mismo crimen, ser terrorista y haberlo sido. Lo que realmente le llamó la atención fue el hielo que se había formado a sus pies. No precisamente por el hecho de que hubiera hielo, sino por lo que luego dijo su Hermana de Sacerdocio. Sagitas era conocedora de hechizos muy poderosos y antiguos relacionados con la raza a la que ambos pertenecían. La magia de los sacerdotes circulaba en la sangre de ambos.

 

—¿Deberíamos llamarnos en esta actividad del Pueblo Uzza por nuestros nombres de pila? Yo lo haré, así será más cómodo.

 

Era una patraña en realidad. Desde que Sagitas y Bastian se unieron mágicamente se le hacía raro llamarla por títulos "señora, directora, etc". Así pues, aquella jugada le permitía llamarla por su nombre y a ella hacer lo mismo. Ambos sentirían mayor naturalidad de esa forma. O al menos esa era la idea. No tener que fingir más de lo que él mismo ya fingía. Tener mayor libertad para dejarse llevar.

 

—¿Glacius? Nunca he oído hablar de ese hechizo, Sagitas. Pero tengo una teoría —agregó

 

El frasco de arena estaba intacto. Aunque un poco de su contenido había caído al suelo, logró detenerlo en el aire antes de que se estallara. Tomó un poco de aquella arena misteriosa con la mano y la tiró a un sitio que el hielo no había alcanzado en primer lugar. Aquella zona también se cubrió de hielo.

 

Se olvidó completamente de aquella magia cuando se fijó en el aparato del que todos hablaban. Sagitas había sido su profesora de Estudios Muggles. Sin embargo, Bastian se había criado como mago y como muggle, trabajaba como mago y como muggle, espiaba a magos y a muggles. Le gustaba descubrir nuevos hechizos y nuevos inventos.

 

—Desde la clase de Estudios Muggles me he interesado en su ciencia. Si no mal recuerdo eso es algo de realidad viral, o virtal. No lo tengo muy claro

 

Pronunció las palabras mal a propósito, pareciendo confundido, como si realmente en su mente hubiera ese confusión. Como si no estuviera clara la palabra adecuada.

 

—Espero que no quieran enfermarnos de algo —la expresión de su rostro cambió, mostrando muecas y rasgos de sorpresa y miedo; como si en ese momento se hubiera percatado de lo que podía causar algo llamado "viral"

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Me estremecí cuando algo de cristal cayó al suelo y oí a Sagitas decir algo sobre que no esperaba algún hechizo. Instantáneamente sentí el frío del suelo, más aún me hizo quitar la vista de la Uzza el hecho de que estaban hablando de algo a lo que ni siquiera le había estado prestando atención. Me encogí de hombros e imité a Sagitas, levantando los pies del frío suelo helado, aunque no me hubiera hecho nada. ¿Era seguro caminar encima de eso? Menos mal que estaba sentada, porque de otro modo seguro me hubiera resbalado.

 

Volví de nuevo mi atención a Sagitas cuando preguntó sobre el Circo, ¿de qué estaba hablando? Entonces noté que ella había estado a la guerrera con el aprendiz, tal como yo lo había estado haciendo. Sonreí y negué. También estaba segura que Lisa no iba a proyectar ninguna película pero no quería volver a contradecir a mi amiga, más que nada porque no estaba segura del asunto. ¿Habrían los Uzza filmado una película sobre cómo pelear con los hechizos del Libro del Equilibrio?

 

Dirigí mi mirada hacia Bastian al tiempo que éste tomaba el contenido del mismo frasco que antes se le había caído. ¿O no se le había caído? Al parecer, lo había atrapado a tiempo, aunque yo estaba tan distraída que no lo había notado. ¿Entonces el sonido de cristal había sido por su contenido? Me quitó la duda Karkarov ni bien tiró lejos de nosotros, la arenilla que había tomado entre sus dedos. Volvió a sonar como si mil trocitos pequeños de cristal estallaran contra el suelo y luego, el piso se congeló tal como había sucedido bajo nuestros pies.

 

-Wow... ¿qué es eso?- pregunté.

 

Yo no había inspeccionado los objetos que traía el Libro del Equilibrio, ni siquiera lo había leído para ser sincera pero no era algo que diría a todos. Mi comentario bien podría pasar por despistada si es que no había inspeccionado los elementos del libro.

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Miro hacia donde el resto observaba una gran área del suelo convertida en hielo solido, sabia que lo causaba pues había leído un poco el libro y conocía los efectos de aquella arena. Pero una cosa era leerlo y otra muy diferente verlo en persona por lo que se levanto de su asiento y se acuclillo en el suelo en una orilla del área congelada para no resbalarse y toco el frió suelo con la diestra. Las semillas de hielo, que eso era la arena que Bastian había derramado eran muy poderosas, si con una pizca podías congelar 100 m2 no quiso ni pensar que pasaría si vaciaba un frasco completo sobre el pueblo.

 

- Tan frío como el polo norte - comento la rubia antes de levantarse y ver como Bastian comprobaba de nuevo los efectos de las semillas un poco mas lejos de donde había arrojado el polvo la primera vez con los mismos resultados.

 

Se alejo del frío piso y se volvió a sentar para repasar el libro, lo saco de su mochila y lo coloco frente a ella, a la vez que sacaba los polvos y otras cosas que venían con el libro. De repente reparo en un par de cosas mas que no había visto la primera vez. Ademas de las semillas de hielo y los pétalos del pensamiento, si invocaba un par de hechizos otro tipo de cosas se hacían presentes, entre ellos un gas, fuego, una arena que venia de un muerto y un viento que congelaba a su oponente. En la clase del libro anterior habían terminado usando los hechizos unos contra otros pero acá no estaba segura que tuviese la oportunidad hasta los duelos de prueba.

 

Hizo una mueca de disgusto, dudaba mucho que los presentes permitiesen que las cosas se salieran de control como en la otra clase, lo cual evitaba que ella presentara mal comportamiento, al menos por ahora

 

- muero por usar el cinaede - susurro mientras esperaba que la profesora diera señales de vida. En los últimos minutos se había quedado muda.

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