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Conocimiento de Maldiciones


Pik Macnair
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Me llevó unos minutos darme cuenta que la nieve se había trasformado en flores blancas que caían. Eran las mismas flores que habíamos visto antes y que había estado por tocar; sólo que ahora se abrían y dejaban salir las esporas ni bien tocaban el piso. Una iba camino a caer sobre mi pie pero logré quitarlo de allí a tiempo. En cambio, los blancos pétalos tocaron la nieve, camuflándose con ella, y las danzarinas esporas brillantes comenzaron a elevarse en el aire delante de mí.

 

Aparté la mirada, pero el panorama detrás de mí no era mejor. Mía, quien hacía cinco minutos parecía no querer estar allí conmigo, ahora estaba totalmente ida. Había comenzado a saltar por el bosque en cual cuento de hadas muggle, y simplemente esquivaba las raíces de los árboles y la maleza alta como si conociese aquél bosque de toda la vida. Quise reír hasta que vi la flor que se encontraba en su cabeza, y cómo las raíces de ésta bajaban por su espalda, aferrándose al cuerpo de la mortífaga.

 

Miré a Pik, y su orden fue clara. Correr. No lo pensé demasiado y comencé a dar largas zancadas por la nieve. Se dificultaba un poco mantener el equilibrio ya que con cada paso, nuestros pies se hundían un poco en la espesa capa de nieve del piso, pero era preferible eso a que alguna de esas cosas nos cayera en la cabeza.

 

Mi compañera seguía totalmente ida; parecía disfrutar de un paisaje que nosotros no podíamos ver. Pik la llamó y su respuesta fue voltearse hacia nosotros y saludarnos con la mano. Alcancé a elevar una ceja; ese comportamiento no era ni medio normal en la Black Lestrange; a menos que el mismo variara cada media hora.

 

Nos detuvimos unos cuantos metros más adelante, donde ya no caían flores. Me doblé hacia adelante, apoyando las manos en mis rodillas, súbitamente agotada. ¿Por qué estaba cansada? Siendo un vampiro no era ni medio normal que estuviese así de cansada por correr unos metros. Miré a Pik, que me miraba, preguntándose qué le pasaba a la otra rubia. Negué con la cabeza, intentando decirle que yo tampoco lo sabía y regresé la vista al piso.

 

Me dolía la cabeza; algo no andaba bien. El comentario del Macnair me hizo entender. Tenía algo en la espalda. Una de esas flores me había caído en la espalda. Me incorporé de golpe y comencé a intentar quitármela. Por más que giraba sobre mí misma y me sacudía, la flor no caía.

 

Se me nubló la mirada, pero insistí. No iba a dejar que aquello me afectara; acababa de ver como Mía estaba totalmente ida, y yo no quería terminar igual. Podía escuchar mi corazón latir en mis oídos, cosa que nunca ocurría. ¿Por qué me sentía tan humana? De golpe, algo muy frío tocó la piel de mi cara, pero ya no tenía fuerzas para levantarme. Aún estaba consciente y podía hablar, pero mis músculos motores no respondían.

 

-No puedo moverme...- alcancé a decir claramente. Al menos aún podía hablar, aunque con la vista nublada todavía era más bien poco lo que alcanzaba a distinguir a la altura del piso. Oía como en un eco la risa cantarina de la Black Lestrange. ¿A qué se debían aquellas reacciones tan distintas en ambas?

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La Black Lestrange continuaba metida como en un trance del cual era dudoso que saliera pronto, porque la flor que había acercado hasta su rostro con su varita mágica había logrado que sus esporas penetraran en su sistema, causando reacciones totalmente opuestas a las que la Hawthorne estaba experimentado, ¿se debía a sus personalidades tan diferentes? ¿o caso había algo más para explicar el misterio que se desarrollaba delante de ellos, eso era algo que esperaba que prontamente pudiese saberlo.

 

Con la sonrisa en los labios, se giró a ver la reacción de Zoeh, y soltó una risa cantarina al ver que no podía respirar, y que poco a poco comenzaba a caer en un estado de sopor y de desesperación producto de las esporas de la flor que aún permanecía en su espalda, enredada entre su rubia cabellera. Mirando al Macnair, se acercó un poco a ellos, y cerró los ojos durante unos cuantos segundos, esperando poder hacer algo más.

 

— ¿Qué le pasa? No entiendo, es todo lo contrario a los efectos que tiene en mi la flor... —fueron las únicas palabras que logró articular antes de sentir como el aire comenzaba a parecerle más frío de lo que segundos antes había sido.

 

Era consciente de que tenían que salir del bosque, a como diera lugar, por lo que con la intención de abandonar el cuerpo tendido de su compañera de clase, soltó un bufido, y se tapo la nariz con una manga de su túnica, con la única intención de dejar de inhalar las esporas producidas por las flores, de algún modo, eso podría ayudarla a dejar de sentirse bajo los efectos de la maldición que tenían las flores.

 

Se acercó al cuerpo de su compañera y con la punta de su bota tocó uno de sus costados, necesitaba saber si estaba viva, o era una perdida de tiempo. Al comprobar que seguía viva, miró al profesor, esperando algún tipo de indicación, antes de equivocarse y molestar a la bruja o poner en peligro su vida, pero creía que lo importante era retirar la flor que permanecía atorada entre sus cabellos.

 

— ¿Cómo podemos ayudarla? —preguntó con sincera curiosidad.

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Nunca había querido tanto poder hablar como en aquel momento. Pude ver desde mi posición a quien suponía era mi compañera acercándose a mi lado. Vi que movió su pie en dirección a mí, pero jamás sentí el golpe. Deseaba poder decirle que seguía viva y que hiciesen algo por ayudarme. Aún consciente, no entendía por qué las flores tenían esos efectos tan opuestos en ambas. Mientras que la Black Lestrange parecía más viva que nunca con aquella flor enredada en su cabello, yo permanecía inmóvil en la nieve. Respiraba, aunque sentía el aire entrar de golpe en mis pulmones, como si tuviese que forzar la entrada a ellos.

 

Miraba todo a mi alrededor; necesitaba más que nunca que a alguno de mis acompañantes se le ocurriese qué hacer al respecto. Y si iban a dejarme allí... Por lo menos esperaba no seguir consciente para verlo.

 

Intentaba, en mi mente al menos, enviar las señales motoras a mis brazos, piernas y dedos, pero no lograba moverlos. Lo único que seguía funcionando era mi visión, y por supuesto, mi cerebro. Empecé a pensar en alguna forma de llamar la atención de mis acompañantes. No podía moverme, pero ¿y si intentaba mover la nieve soplándola con mi propia respiración?

 

Lo intenté; lo intenté tomando todo el aire posible y soltándolo de golpe para ver si así lograba, aunque fuese, agitar apenas los copos más superficiales de la espesa capa de nieve. Pero el aire frío me quemaba la nariz y me hacía doler el pecho; y los copos no eran tan livianos como me lo imaginaba. Estaba frustrada, y más aún porque no podía expresar mis sentimientos de ninguna forma.

 

Dirigí la vista a Mía, rogándole por ayuda con la mirada. Sabía que no le caía bien, pero no quería quedarme en aquel bosque para toda la eternidad. Ayúdenme, por favor, era el mensaje que intentaba enviarles a ambos; clavando mi mirada en uno primero y en el otro después.

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La clase había cambiado su rumbo en menos de dos segundos, casi parecía un hospital de casos extraños. Zoeh se encontraba tumbada a mi pies sin poder moverse y tan salida como la nieve. Mia era casi más extraña de lo que ya aparentaba, era feliz y soltaba risas ante todo. Pensaba en todo lo que había aprendido y leído, las diversas clase vistas y las experiencias vividas durante todo Europa conociendo multitudes de maldiciones. Solo el roce de un pétalo hizo acordarme del diario de Mikhael.

—Esta maldición hace que suframos nuestros peores....

Y me quedé callado, observando como Mia empezó a desaparecer ante mi, se volvía borrosa junto a todo lo que lo rodeaba. No veía, era como si un manto de nieve cubría mis ojos y todo era borroso. Me calmé y me apoyé del árbol cercano, sintiendo como la respiración se me aceleraba y sujetaba con fuerza mi varita.

—Nos hace... vivir con una discapacidad o el exceso de una emoción sin poder controlarla, el no tener control ante uno mismo —intentaba hablar calmado y sereno, mi voz me estaba fallando—. Hay una hechizo para contrarrestarlo —alcé mi arma y apunté a mis ojos— tendrás que hacerlo tu a Zoeh, Mia —indiqué, tragando saliva— es bastante desagradable, Metum Maledicto.

Solté un grito ante el ardor que se centró en mis ojos como si una lluvia acida cayera en ellos. El hechizo actuaba con prisa y atacaba directamente al área afectada, en mi caso los ojos. Escuché otro grito de dolor de Zoeh. Entreabrí los ojos y vi a Mia apuntando todavía con su arma a su compañera, detallando como su cuerpo temblaba ante el hechizo y empezaba a moverse con lentitud.

—Lo mas justo es que Zoeh te libere de la maldición —cuando los tres estuvimos libres de la maldición nos quedamos unos segundos en silencio, viendo el techo y alertas de todo lo que nos rodeara—. Esta maldición es un estilo de defensa que se hace para ocultar otra, es bastante fuerte por lo visto... puede controlar todo el bosque, el polen o el simple roce de la flor con nuestros cuerpo tuvo que invadir nuestros organismo y como vivieron, no es nada agradable —miraba con desconfianza hasta la mas inocente rama, quería irme de ahí— lo más seguro es que estemos cerca de lo que origina esto.

Ambas se me quedaron mirando y sus ojos me revelaban si mis palabras no eran una especie de broma. No lo eran. Podía estar tan asustado como ellas tras el efecto de las flores, pero el placer de poder descubrir un antiguo misterio era muy tentador para mi. No vacilaría hasta aquel punto.

—Podemos adentrarnos un poco más al bosque si así lo desean, si sucede otro acontecimiento como este nos podremos ir —añadí antes de que refutaran.

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La calma cesó cuando mis terminaciones nerviosas, una a una, comenzaron a sentir un ardor que me recorría la piel milímetro a milímetro y logró hacerme estremecer. Solté un grito de dolor; no recordaba nada similar a aquello, y quería evitarlo a toda costa. Sentí ganas de llorar, abrazándome las rodillas, hasta que mi cuerpo dejase de temblar; un poco por el frío de la nieve y otro poco por aquél ardor que había salido de ¿dónde, exactamente?

 

Cuando logré incorporarme, me sequé una lágrima que había logrado salir de mi ojo y comenzar a deslizarse por mi mejilla. Aún sentía el cuerpo adolorido, como si mis músculos estuviesen completamente rígidos y contraídos, y llevasen así durante horas. ¿Qué me había pasado? Miré mi silueta en la nieve, ¿cuánto tiempo había pasado allí tendida, sin poderme mover?

 

Observé a la rubia sosteniendo su varita y detallándole a Pik la reacción que había tenido mi cuerpo en cuanto aquella cosa, fuese lo que fuese, lo había atacado. Imaginé que era un hechizo, y cuando Pik me pidió hacérselo a mi compañera, no me negué. Debía reconocer que la Black Lestrange simpática me caía muy bien, pero esa no era ella... Y ella no me había dejado tendida en la nieve.

 

Apunté a la mortífaga con mi varita y repetí las palabras que el Macnair había dicho antes. Metum Maledicto, y oí el grito desgarrador de la Black Lestrange. ¿Estaría sintiendo lo mismo que yo? Si se suponía que el ardor era sólo en la zona afectada por la maldición, ¿qué estaría sintiendo ella? Aparté la mirada, quitándola de mi campo visual, y esperé a que aquello se terminara.

 

-¿Podemos correr ya, Pik?- pregunté totalmente en serio. Quería salir de ahí lo antes posible, aunque tampoco quería dejar la maldición sin descubrir y resolver... La gente que tuviese que vivir con ella no se lo merecía.

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—Podríamos correr, pero aun nos queda un poco de tiempo para poder investigar que sucede en este bosque. Vamos —las animé levantándome de la nieve, era claro que a ninguna de las le apetecía seguir recorriendo el bosque— solo un par de kilómetros más y nos iremos.

 

Se podía notar a leguas que ninguna de las dos Mia tenía la intención de caminar. Empecé a seguir un pequeño camino y no les quedó de otras que seguirme, ninguno de los tres se sentía lo bastante cómodo para estar solo en el extraño bosque. La nieve cesó de caer, pero aun todo era teñido de blanco y a diferencia de hacer un par de kilómetros todo empezaba a volver más luminoso. Brillante.

 

La propia madera de los arboles soltaba un leve resplandor, las hojas cubiertas de nieve desprendían un halo blanco que marcaba un camino entre la maleza. No había ramas, raíces o flores caídas, era un pasillo totalmente despejado que guiaba a algún lado. La camina fue larga y silenciosa, aproximadamente de unos diez minutos. Nos encontramos con el final del pasillo y, aunque no se veía nada al terminar, cuando llegamos a la zona nos encontrábamos en un gran lago oscuro con un solo árbol blanco en el centro.

 

Se trataba de una zona totalmente circular y si no hubiéramos cruzado el bosque nadie creería lo que veíamos. Se podía ver el cielo tras salir del pasillo. La noche era estrellada y se reflejaba en el algo, el cual se encontraba iluminaba por el único árbol en el centro. Grande, blanco y aun con el brillo claro, desde la distancia se podía apreciar una figura sujeta en tu tronco envuelta en raíces y flores blancas

 

—¿Es una persona? —pregunté en voz alta más para mi mismo que para mis alumnas—. Hay que ayudarlo —dije, pise el agua y seguidamente una raíz del árbol me sujeto por la pierna y me arrastró hacia el fondo del lago.

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Bufé, pero comencé a caminar detrás del Macnair ni bien se metió por un pasillo estrecho que se veía despejado. La caminata silenciosa fue levemente interrumpida varias veces por el sonido de nuestros pasos en la nieve; seis pies pisando a destiempo el manto blanco que cubría todo a nuestro alrededor. Mantenía la varita firme en la diestra; después de todo lo que había ocurrido, le tenía pavor a cualquier cosa que se moviese y pareciese brillar de alguna forma.

 

En nuestro entorno, todo desprendía brillo. Y éste cada vez iba en aumento. Los troncos de los árboles, la poca maleza que sobresalía por encima de la nieve, las flores, las ramas, las hojas; todo, absolutamente todo, estaba rodeado por ese aura brillante a la que le acababa de desarrollar un miedo para nada irracional. Me estremecí al recordar el ardor que me recorrió el cuerpo sólo unos minutos antes y tuve que luchar por apartar ese recuerdo de mi mente.

 

El silencio durante la caminata era palpable; podía tocarse con los dedos el aire entre nosotros. Íbamos caminando; el Macnair por delante y la Black Lestrange y yo un poco más atrás, los tres en completo silencio. De golpe, el bosque se abrió, dejando ver un lago de aguas oscuras con un árbol de todo menos normal en el medio. Miré al cielo; un poco más allá, cruzando el lago, el cielo se veía despejado y estrellado. Pero la pregunta era, ¿cómo íbamos a llegar al otro lado?

 

El árbol blanco desprendía un brillo similar al de todo en el bosque, pero con una intensidad mucho mayor. Era casi imposible de mirar fijamente durante mucho rato. Sin embargo, Pik pareció distinguir una silueta ¿humana? atada al árbol y con flores a su alrededor. Dijo que debíamos ir a rescatarla, y al poner un pie dentro del agua, algo lo jaló del tobillo hacia el fondo.

 

Grité; un grito agudo de sorpresa salió del fondo de mi garganta. Empuñé la varita; no veía nada. -¡Lumos!- dije, volviendo a iluminar la punta de mi varita, y analicé la superficie del lago hasta donde llegaba, sin tocar el agua. ¿Qué era aquella cosa? Volteé a ver a mi compañera.

 

-Tenemos que ir a buscar a Pik... ¿Qué se te ocurre?- le pregunté, volviendo a mirar hacia el agua. La superficie del lago volvió a quedar como un plato oscuro; sin movimiento... Sin señal de Pik.

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<<Casco Burbuja>>

Agradecía más a mi instinto de supervivencia que yo el racional, este actuaba sin vacilar ni ponerse a pensar en las probabilidades de que algo saliera mas o bien. Simplemente, buscaba sobrevivir. Las ramas me llevaron al fondo del rio con movimiento rápidos y bruscos, sentía golpes por todo mi cuerpo contra el fondo y en más de una ocasión sentí impactos contra materiales sonidos. Las probabilidades de tener una costilla rota eran bastantes altas ante el marea de dolor que empezaba a expandirse por mi pecho.

Tras otro movimiento sentí mi cuerpo moverse hacia alguna dirección, la presión del agua alrededor mío era tan fuerte que la ropa que llevaba empezaba a rasgarse ante el roce de varios objetos. Todo era oscuridad allá abajo hasta que salí y frío me invadió. Respiraba con dificultad y el hechizo había desaparecido. Me encontraba a varios metros sobre el agua y podía escuchar la voz de Mia a varios metros de distancia.

—¿Qué hacen en mi hogar?

Alce el rostro hacia el árbol y me quedé helado, mirando de donde provenía aquella frágil voz. Era un hombre envuelto en raíces y flores, con una piel tan pálida como la nieve y el cabello del mismo color. No supe identificar su edad, sus rasgos eran jóvenes pero su mirada revelaba el paso de los años. Se veía débil y destruido, aunque su mirada era pesada y de profundos ojos negros, tan oscuros como el fondo del rio.

—Estamos solo investigando...

—¿Investigando? —sus palabras eran pesadas, como si el más mínimo esfuerzo era capaz de robarle una parte de su vida— Nadie ha pasado el campo de flores desde... desde aquel Doctor hace muchas lunas atrás... solo un trio de magos inconscientes serian capaz de pisar estas tierras malditas... más cuando desconocen el poder de una maldición.

—¿Que clase de maldición? —pregunté llevado por la duda, sin darme cuenta como otras ramas de arboles empezaban a subir desde el rio y empezaban a rodearme a mi y mis alumnas.

—Mi maldición. La maldición de Kellan.

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-¡Lumos!- dije nuevamente, viendo cómo mi varita volvía a iluminarse y me acerqué, de nuevo, a la orilla del agua, asegurándome de no tocarla. Me parecía haber percibido movimiento bajo el agua, pero quizás sólo eran más ramas que estaban esperando a que alguna de nosotras tocase el agua para sumergirnos hacia aquella oscuridad absoluta que se veía no demasiado lejos en el fondo. Miré nuevamente hacia donde el árbol blanco se encontraba y pude ver a una figura emerger del agua de una forma bastante antinatural. ¿Sería Pik?

 

-¡Pik!- grité, pero no se volteó a mirarme. Quizás sí era él, pero la pregunta allí era, más bien, ¿cómo íbamos a llegar hasta allí? Comencé a analizar las distintas formas; a nado era imposible. Miré a mis alrededores y no vi ninguna forma de bordear el agua. Había que, sí o sí, atravesar aquella inmensidad. Pero ¿cómo?

 

Tan pensativa estaba, que casi no noté cómo la ropa parecía ceñirse alrededor de mi cuerpo, cada vez más. Sentía la tela más y más pegada a mi piel, y cuando se me dio por mirar hacia mis tobillos, vi unas ramas comenzando a enredarse en mis piernas, y comenzando a subir por ellas.

 

-¡Diffindo!- exclamé, apuntándoles con mi varita, y ambas ramas se cortaron como si una tijera mágica las hubiese seccionado en dos. Me alejé de la orilla, o al menos eso intenté, ya que no había notado que una gruesa rama estaba acercándose peligrosamente a mi cintura. La misma se enroscó a mi alrededor, y me elevó en el aire. Comencé a gritar, y miré a mi compañera en busca de ayuda.

 

-¡Mía! ¡Ayuda, por favor!- le supliqué, rezando para que mi próxima parada no fuese el fondo de aquel lago. Tragué saliva y cerré los ojos, preparándome para el momento en el que la oscuridad comenzara a rodearme. Esperaba que mi compañera pudiese hacer algo por mí.

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