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Herbología XIII


Nate Weasley
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Nathan se encontraba muy emocionado por ver a sus alumnas encarar las distintas aventuras que las esperaban en los pasillos de aquel temeroso y enorme laberinto, tanto que dejó a las chicas leyendo sus pergaminos y comenzó a avanzar en dirección al sendero que les había indicado previamente. Era un sendero bastante angosto, que solo permitía que una persona pasase a través de él, por lo cual avanzaron en fila india por unos veinte metros hasta que finalmente llegaron a la encrucijada de la que Nathan les estaba hablando. Esperó que sus alumnas tomasen la iniciativa, más parecía que ellas esperaban lo mismo de él.

 

- Aquí las dejo, cada una de ustedes debe tomar uno de estos caminos, y una vez que una de ustedes tome uno de los caminos, no podrán volver hacia atrás. Nos encontraremos del otro lado. - Nathan no dio ninguna otra instrucción, sino que se marchó a correr por un sendero pequeño ubicado a los laterales, el cual se cerró apenas el Weasley lo traspasó.

 

Sabía que no contaban con tiempo ilimitado para la excursión, después de todo el bosque elegido estaba ubicado en una parte del mundo que en invierno tenía días muy cortos, por lo cual no tenían más que unas horas de luz solar antes de que la noche se cerniera sobre ellos. De ninguna manera permitiría continuar la excursión en aquellas circunstancias, por lo que imploró que sus tres pupilas pudiesen atravesar los obstáculos satisfactoriamente y llegar al otro lado.

 

Nathan comenzó a navegar por el laberinto, tomando pasadizos que conocía quizá demasiado bien gracias a un mapa que le habían facilitado días atrás. Segundos después la figura humana del Weasley había desaparecido y había sido reemplazado por su forma animaga: un coyote albino que corría a máxima velocidad por los largos callejones de aquella enorme construcción arquitectónica. Dudaba que sus alumnas estuviesen pasándola tan bien como él.

 

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Nathan se encontraba muy emocionado por ver a sus alumnas encarar las distintas aventuras que las esperaban en los pasillos de aquel temeroso y enorme laberinto, tanto que dejó a las chicas leyendo sus pergaminos y comenzó a avanzar en dirección al sendero que les había indicado previamente. Era un sendero bastante angosto, que solo permitía que una persona pasase a través de él, por lo cual avanzaron en fila india por unos veinte metros hasta que finalmente llegaron a la encrucijada de la que Nathan les estaba hablando. Esperó que sus alumnas tomasen la iniciativa, más parecía que ellas esperaban lo mismo de él.

 

- Aquí las dejo, cada una de ustedes debe tomar uno de estos caminos, y una vez que una de ustedes tome uno de los caminos, no podrán volver hacia atrás. Nos encontraremos del otro lado. - Nathan no dio ninguna otra instrucción, sino que se marchó a correr por un sendero pequeño ubicado a los laterales, el cual se cerró apenas el Weasley lo traspasó.

 

Sabía que no contaban con tiempo ilimitado para la excursión, después de todo el bosque elegido estaba ubicado en una parte del mundo que en invierno tenía días muy cortos, por lo cual no tenían más que unas horas de luz solar antes de que la noche se cerniera sobre ellos. De ninguna manera permitiría continuar la excursión en aquellas circunstancias, por lo que imploró que sus tres pupilas pudiesen atravesar los obstáculos satisfactoriamente y llegar al otro lado.

 

Nathan comenzó a navegar por el laberinto, tomando pasadizos que conocía quizá demasiado bien gracias a un mapa que le habían facilitado días atrás. Segundos después la figura humana del Weasley había desaparecido y había sido reemplazado por su forma animaga: un coyote albino que corría a máxima velocidad por los largos callejones de aquella enorme construcción arquitectónica. Dudaba que sus alumnas estuviesen pasándola tan bien como él.

 

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Sujetó su propia piedra sin mucho ánimo, aunque lo cierto era que se sentía intrigada a pesar de no estar dispuesta a aceptarlo frente al resto de la clase. Quizá por ser nueva en el ramo, no sacó mucho de provecho del discurso que Weasley les dio después pero una vez la familiar sensación de sentir un tirón en el estómago la asaltó, sus ánimos se elevaron considerablemente mientras la emoción y la adrenalina la invadían. Fue una suerte que hubiera alcanzado a pararse antes de sentirlo, pues de otro modo hubiera terminado cayéndose al suelo sentada nada más llegar. En su lugar, soportó el repentino peso de su cuerpo sobre sus pies, firmemente plantados en el suelo, con el mínimo de esfuerzo y avanzó un par de pasos casi con de forma gracil, algo ajeno a su porte regular.

 

Iba distraída caminando detrás de Macnair y Weasley mientras observaba el laberinto con creciente interés. Sentía una fascinación infantil y vibrante por esos lugares y miraba su pergamino con avidez. Le entusiasmaba el hecho de que no iban simplemente dedicarse a podar o regar si no que iban aprender aplicándose directamente en el campo, con hechizos que ya conocía, por lo que no se sentiría tan inútil o perdida en todo el asunto. Con un poco de suerte, sacaría de todo ello algo de provecho.

 

Se alejó por el camino de la derecha sin preocuparse demasiado de lo demás, una vez escuchó sus primeras instrucciones. Había visto a Weasley perderse de vista poco antes y con poco o nada por hacer, se limitó a conjurar un casco-burbuja casi mecánicamente, debido a el olor fuerte y penetrante que había podido percibir en la entrada. Sin embargo, a medida que avanzaba hacia la derecha y se iba alejando del resto por dicha senda, notó también que llegaba a una zona sin salida. Una pared gruesa y verde, que nada tenía que ver con lo que había esperado.

 

Se dio entonces la vuelta e hizo el camino inverso, desandando todo el trayecto hasta llegar a una pared similar. Confundida, decidió observar con mayor atención cada porción y fue entonces cuando, en medio del camino, notó que en la pared de la derecha, había una zona delgada en donde las plantas formaban el espejismo convincente de una pared. En realidad, se trataba de un espacio vacío, a través del cual se podía pasar sin mucho esfuerzo ya que no estaba tan gorda (aún). El efecto, había sido causado por las plantas que había en el pasillo siguiente, que eran de un tono similar al primero.

 

Pasó a través de la brecha y ya estaba cantando victoria cuando notó que algo sujetaba fuertemente su tobillo y tiraba de ella intentando hacerla caer. Se volvió entonces con fastidio, para ver que la planta que la sujetaba era de un tono verde oscuro y que cuando más esfuerzo hacía por deshacerse de ella, más se enredaba ésta, trepando por su pierna. Era desesperante; angustiada, intentó calmarse y cuando lo hubo hecho lo mejor que pudo (la planta empezaba a cosquillear más arriba de su rodilla) observó el pergamino que les habían entregado. Probar el fuego iba a ser definitivamente su último recurso y regarla parecía una opción poco probable, por lo que gritó:

 

-¡Diffindo!

 

El hechizo cortó las lianas pero la enredadera empezó a trepar más terca y rápidamente por su pierna apenas un segundo después y antes de que pudiera retirar del todo la pierna. Soltando un atajo de maldiciones, probó entonces el segundo hechizo (probable) de la lista.

 

-¡Lumos Solem!

 

El efecto fue casi instantáneo. La planta, ante el contacto con la luz, similar al brillo solar, se retrajo sobre sí misma hasta quedar debajo de las plantas que conformaban las paredes. Lazo del diablo, naturalmente, hasta Catherine que no había recibido una formación mágica adecuada en todos los ramos de la magia podía reconocer aquella característica particular de esa famosa planta. Satisfecha, avanzó entonces, a través de ese nuevo pasillo similar al primero, notando sólo un pequeño dolor en el tobillo: al parecer, el corte que había cortado su bota (y que había logrado enmendar con un rápido "reparo") le había causado también un corte poco profundo en la piel. Haciendo caso omiso de ello de momento, sin embargo, notó algo nuevo. El laberinto volvía a bifurcarse...

 

Notando que a la izquierda había algo que no alcanzaba a ver con certeza, se acercó entonces lentamente hacia allí. Estaba todo oscuro, como si allí hubiera un trozo de nada y no pudiera ver más allá. Curiosidad, fue lo que hizo que se quedara frente a ese espacio evidentemente sospechoso. Suponiendo que sería un hechizo puesto por Weasley, alargó la mano hacia el interior. Notó entonces como sus dedos se cerraban sobre algo similar a una esfera, que palpitaba y realizaba un sonido similar a una matraca: una matraca demasiado viva y desagradable. Sacó la mano entonces a fuerza del asco que sentía, pero entonces unos tentáculos salieron rápidamente de lo que, ahora podía verlo con claridad, parecía un tronco muerto.

 

-¡Mi****, Weasley!

 

Y desde donde fuera que el instructor estuviera, esperaba que la oyese. Aquellas cosas intentaban estrangularla y cuando sus espinas la rozaban ardían como un infierno. Sin embargo, metió su mano al interior una vez más y volvió a sentir aquella cosa palpitante, mientras los brazos plagados de brotes de aquella porquería intentaban cerrarse por enésima vez alrededor de su garganta. No necesitó hacer uso de un hechizo en aquella ocasión, aunque estuvo a punto de hacerlo. Simplemente, hizo puño alrededor de la esfera y la extrajo con fuerza, como si estuviese forzando a una madre primeriza a dar a luz. Una comparación espantosa por supuesto, pero que ponía de manifiesto los nervios combinados con el asco, que sintió en el momento en que, con un sonido de succión extrajo por fin aquella cosa y la planta se quedó quieta mientras sus espinosos brazos se retraían hacia el interior del tronco de nuevo.

 

Con el cuello libre por fin se permitió respirar hondo y observar más detenidamente la vaina pulsante que tenía en la mano. Prefirió guardarla (se veía francamente repulsiva) aunque seguía produciendo ese horrible sonido similar al de una matraca. Rascándose la cara, los brazos y el tronco, avanzó entonces hacia el túnel del otro lado, esperando encontrar algo mejor que plantas asquerosas o cosas estranguladoras, sin notar que empezaba a enroncharse de veras y que algunas de esas ronchas incluso se ponían de un tono morado.

Editado por Catherine Stark

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Tomó el camino más apartado del grupo dando la espalda tanto a sus compañeras como al Weasley, cuando más se adentraba en aquel laberíntico pasillo más llevadero se hacía el putrefacto olor y más sofocante era el calor ¿a qué se debía aquello?. No creyó necesitar agua por lo que comenzó a sudar sin explicación, su garganta se estaba secando a medida que avanzaba hasta que una luz anaranjada llamó su atención, le sorprendió ver un incendio en línea recta pero lo más curioso es que aquellos arbustos que ardían no parecían consumirse por las llamas sino más bien parecían parte de ellas con sus ramas y raíces, incluso podía ver algún fruto rojizo.

 

Tardó en comprender frente a qué estaba, necesitaba pasar a través de éste cordón para continuar su ruta puesto que al volver sobre sus pasos tratando de tomar otro camino el pasillo se había cerrado entrelazando la madre selva y posiblemente lazo del diablo pues no muy lejos de sus pies había un tronco de peso promedio que lanzó en aquella dirección —no era tonta como para tocar algo sin más— y la pared verde lo había absorbido por completo enredando sus raíces hasta astillar la madera. Habría pasado con sus huesos de no ser ágil con la mente.

 

Un arbusto de fuego, peculiar. Sin extraer el pergamino que Nathan les había entregado sacó del pequeño morral a Ómra apuntando en dirección a las llamas, Macnair odiaba el calor y aquello como demonio curiosamente la estaba debilitando, no podría continuar con la clase si se desmayaba allí sin más ¿quién la encontraría?. —Aguamenti— pronto un gran chorro de agua regó la planta que jamás debería ser regada pues necesitaba estar en constante crepitar y logró abrirse paso hacia el otro lado y continuar más se sintió ligeramente mal al saber que acababa de matar a una buena y compleja especie.

 

Con cautela tomó lo que de las finas ramas había caído, medianas y perfectas semillas que le serían increíblemente útil para pociones específicas y apartándose de nueva cuenta apuntó en dirección al desastre causado tratando de recordar lo que había visto hacía segundos más, lo anaranjado de las llamas, el calor que manaba de ellos, su tamaño, el sonido del crepitar y después de todo lo bellos que eran para más tarde humedecer sus labios con la lengua y murmurar, confiada pues de otro modo no saldría el encantamiento que deseaba realizar, —Herbivicus— movió ligeramente su varita y la magia fluyó haciendo lo suyo, fue verdaderamente hermoso.

 

Todo floreció, nadie volvería a pasar por allí y ella simplemente dobló en una esquina cuando la "puerta" se abrió para que continuara. Pero se encontraba dentro del laberinto de los tres magos ¿qué esperaba?, parpadeó y sintió como algo rozaba su brazo izquierdo provocando un ardor molesto y rasgando su ropa, sangró pero no lo suficiente como para requerir una curación, aquello parecía más un rasguño; arbustos puntiagudos. Estaba a menos de dos metros por lo que seguramente debió de sentirse intimidado y reaccionó, atacó con la única defensa que tenía y estaba preparado para hacerlo una vez más, —Diablos— Arya colocó los ojos en blanco y quebrando un poco la muñeca soltó:

 

—Impedimenta— Las espinas que se dirigían hacia ella se detuvieron a medio metro, —Incendio

 

De una sola vez acabó por quemarlas y corrió lo más lejos que pudo del arbusto, conocía como detenerlo pero ya no deseaba arruinar nada más, estaba allí para aprender de las plantas no para matarlas. Le molestaba el brazo, tenía sed y estaba cansada, no contaba con reloj como para saber qué hora sería pero se estaba acordando de todo el linaje Weasley desde Nathan hacia atrás, aquella sería por mucho la clase más tediosa que tuvo porque el trabajo de campo no era lo suyo, y por si fuera poco le bastó tropezar un instante para chocar la espalda contra una de las paredes del laberinto y que los lazos de éste comenzaban a rodear sus extremidades pero son suavidad, aun así cuanto más luchaba más era llevada, le intrigaba que ninguna raíz estuviese queriendo ahorcarla y así fue que vio las manchas blancas.

 

Aquello era una flor voladora, pero aun así estaba agotada. —Diffindo. Musitó y todo se volvió negro.

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*

 

La otra bruja le dio su nombre secamente. Mynerva la miró con atención. Buscó sus ojos para hacer contacto. Era una costumbre que había adquirido cuando tenía la habilidad de legilimancia. Pero la había perdido y por más que lo intentó no consiguió averiguar nada. Sólo le quedaba fijarse en la postura física de la mujer y allí leyó tal rechazo y desinterés que decidió no seguir intentando ser amable y civilizada con alguien tan hosca. Sus razones tendrían para no querer intimar con los demás en una simple clase. En fin, la matriarca tenía suficiente con sus propios problemas para empezar a ocuparse de los de los demás. Miró al profesor y se mantuvo alerta a sus siguientes indicaciones.

 

Se sorprendió un poco ante el comentario del mago sobre dejar de socializar y abocarse a la clase. Era incongruente con lo que les había escrito. Pero tal vez, esa no sería la única sorpresa en aquella clase. Tomó la piedra que le ofreció y que le serviría como traslador hacia un bosque en Alemania. ¿Sería la Selva Negra? Recordaba sus árboles altísimos que a veces no dejaban ver el cielo. Había tenido la dicha de conocerla cuando la familia vivía en Alemania. Años felices, rememoró.

 

Pero Nathan había hablado de arbustos muy tupidos y de verdad así eran cuando los vio luego de sentir el característico tirón que la zambulló en un mundo de colores cambiantes a gran velocidad y que la depositó en el destino fijado un poco mareada y tambaleante. Caminó por el sendero que había tomado el profesor y al que se unieron las demás alumnas. Sintió en sus huesos una intranquilidad mientras avanzaban que la hizo tomar urgente su varita y mantenerla pronta a realizar cualquier hechizo necesario para defenderse.

 

Había leído superficialmente el pergamino que les entregara el instructor, pero ahora le pareció que debía darle más importancia. Se detuvo unos momentos para releer cada hechizo con cuidado. Le resultaron conocidos algunos y todos bastante importantes para ser usados en una ocasión como la que tenían por delante. Levantó luego la vista ante la bi, mejor dicho, trifurcación del camino y eligió seguir adelante por el desvío del medio.

 

El profesor había desaparecido y cada alumna estaba sola en esta aventura. Avanzó con paso ligero por el camino seleccionado. No sentía la alegría y el interés que recordaba le produzco visitar la Selva Negra. Pero no había opción, tenía que recorrer aquellos pasadizos si quería aprobar su clase. Miró con aprensión la multitud de arbustos que la rodeaban. Un ligero estremecimiento le recorrió la espalda. Llevaba la varita a mano para usarla de ser necesario. Esperaba no encontrar ningún ejemplar del lazo del diablo. Probablemente crecería con facilidad en un laberinto tan oscuro. Por las dudas, conjuró un ¡Lumos Solem! mientras avanzaba para que ninguna de sus raíces hiciera presa de sus piernas.

 

Trataba de mantenerse en el centro del sendero, alejada de las tupidas paredes. De repente vio una planta cuyas bellas flores blancas llamó su atención. No pudo evitarlo y sintiéndose atraída por su delicada belleza, se acercó a tocar sus frágiles pétalos. Se estremeció al notar en ramas inferiores que ya habían perdido sus caducas florcitas siendo remplazadas por bayas oscuras de un azul casi morado. ¿Belladona? No era ducha en pociones pero sabía lo importante que era esa planta. Y lo venenosa, si no era manejada con cuidado.

 

Retiró su mano con rapidez y caminó hacia atrás alejándose de ella y acercándose peligrosamente a la pared contraria. Ya era tarde cuando se dio cuenta de lo cerca que estaba. Sintió un fuerte escozor en la espalda como si mil agujas se hubieran clavado en ella. Giró sobre sus talones y enfrentó a la atacante. Un raro ejemplar como un cactus de tallo rugoso y múltiples espinas adheridas a su superficie parecía mirarla desafiante. Pensó mentalmente hacer un ¡Diffindo! disgustada por las heridas que le hizo, pero en vez de eso profirió un ¡Episkey! sobre sí misma que la curara sin necesidad de seccionar la planta.

 

Sin molestias continuó su camino hacia no sabía dónde. No podía decir que se estaba divirtiendo. Pero se rió de sí misma recordando su clase anterior. Las tormentas, vendavales y nevadas producidas entonces le resultaron atractivas ahora como no le habían parecido entonces.

 

Sintió un fuerte golpe en la cabeza. Miró hacia arriba asombrada al contemplar unas largas ramas muy flexibles que se agitaban con fuertes movimientos imprecisos pero tratando de alcanzarla.

 

- ¿Trajeron también un sauce boxeador aquí?

 

Gimió con sus dilatados ojos azules mirando sin comprender. ¿Cuál de los hechizos podría usar? Meneó su cabeza, no quería herir al árbol. Al fin y al cabo se había alejado lo suficiente para que no la tocara de nuevo. Y allí recordó a Crookshanks y se quedó a la expectativa. Apenas vio alejarse un poco las ramas corrió agachada hacia el tronco y buscó desesperada un nudo rugoso. Lo apretó con violencia y la planta se quedó quieta.

 

Sonrió aliviada. Lo miró con un poco de nostalgia y decidió hacer una travesura. No duraría mucho, pero tal vez le gustaría. Imaginó al árbol cubierto de flores y hojas lozanas y con mucha determinación y concentración conjuró.

 

- ¡Herbivicus!

 

Tal vez esas flores estaban condenadas a morir tan pronto el árbol se pusiera en movimiento otra vez. No importaba, Mynerva se sintió satisfecha de haber sido una de las pocas que lo viera florecer.

 

- ¿Dónde está la salida? - se preguntó y siguió caminando deseando que Nathan viniera en su ayuda si no la encontraba.

Mynerva, matriarca Weasley
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Aun rascándose inconscientemente, Catherine dobló un angosto recodo. Había estado caminando un buen rato, torciendo para un lado y luego para el otro y decidiendo entre un camino y luego el siguiente cuando cayó en cuenta de que ante ella parecía haber algo voluminoso y quieto, lo que resultaba el doble de extraño en aquel laberinto, en donde todo se movía o realizaba algún tipo de sonido. Alzó su varita ante ella conjurando un simple Lumos y notó entonces qué era lo que acababa de encontrar.

 

Se trataba de un sauce boxeador pero no uno corriente o uno como cualquiera de los que pudiera haber encontrado en los libros de texto. Éste no sólo estaba estático, si no que además parecían haberle crecido...

 

-¿Flores?

 

Su voz, apenas un susurro, destilaba la incredulidad que la invadía mientras se acercaba más y más a pasos lentos, perdiendo medianamente la cautela. Los diminutos capullos blancos parecían repartidos aquí y allá mientras ella se encontraba ya prácticamente debajo. No podía ser natural, algo se lo decía, pero aún así dejó que el engaño calara en su cerebro antes de caer en cuenta de que se encontraba bajo un sauce boxeador que podría golpearla en cualquier momento apenas reaccionara. De hecho ella fue la que se movió justo a tiempo, pues apenas había echado la carrera hacia adelante cuando el sauce agitó una de sus ramas más gruesas para alcanzarla, sin conseguirlo.

 

Parecía haber llegado por fin a un cruce importante, aunque no entendía del todo si es que había conseguido seguir un camino similar al del resto o si es que la salida era una sola o tres distintas. Con dichas dudas aún plasmadas en su rostro, aunque fuese incapaz de expresarlas en la soledad de su recorrido, siguió adelante, hasta que cayó en cuenta de que la noche empezaba a caer y ella misma empezaba a sentirse un tanto más ansiosa.

 

Por eso quizá, estuvo a punto de caer en el agujero que había estado apenas dos pasos más, delante de ella. Estuvo a punto de soltar un grito pero logró contenerse justo a tiempo. El sobresalto había sido tan tremendo como repentino. Por eso, miró a su pergamino sólo para confirmar, aunque al ver las plantas que colgaban de los cuatro bordes, ya hubiera sabido qué hacer. Había un árbol pequeño y algo torcido. Catherine buscó concentrarse, realizando el movimiento una y otra vez. Sin embargo, le tomó cerca de quince minutos realizar lo que había estado practicando y otros quince para concentrarse lo suficiente antes de pronunciar debidamente Herbivicus y conseguir los resultados deseados.

 

El tronco del árbol se ensanchó, sus ramas se estiraron lentamente hacia el otro extremo y las hojas cubrieron el puente en forma de arco que se había formado precariamente. No era el mejor, de hecho lucía bastante enclenque pero Catherine no tenía otra alternativa. Pasó con mucha cautela por encima de éste, paso a paso de forma lenta y casi aburrida, hasta sentirse a salvo al otro extremo. Ya en tierra, su trabajo con el hechizo se veía más bien bastante pobre y el árbol harto miserable.

 

-Bueno, era lo mejor que podía hacer -se lamentó en silencio.

 

Fue entonces cuando le pareció ver la salida, aunque quizá fuese sólo que en serio deseara haber llegado a alguna.

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