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Château de Rune (MM B: 115221)


Helene Eloise Bellerose
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~ Flashback ~

Por supuesto que no se refería al corazón roto de él, Candela se refería a su propio corazón roto. No era cierto que no tenía corazón, como el mundo se había encargado de gritarlo a los cuatro vientos; sino que su vida se llenó de sacrificios con los cuales estaba cansada de lidiar. Su corazón no era más que el resultado de una serie de tragedias que fueron sucediendo una a una desde que tuvo noción de la magia. El pacto y el reloj se referían a Mael Blackfyre y su trato con el pasado, con ese viaje en el tiempo -o viajes- en los que fue dejando poco a poco parte de ese músculo que bombeaba sangre en su cuerpo.

«La rosa...»

El gesto impasible que solía acompañarla la abandonó por completo en cuanto el mago le dio la espalda con el torso desnudo, la rosa que lo marcaba fue toda la respuesta que precisaba para calmar a sus demonios. Al menos, momentáneamente. No pudo evitar sonreír, mitad emocionada mitad incrédula, al saber posible lo que llevaba buscando durante tantos años. No notó el momento en el que se había puesto de pie y se había acercado hasta él, con los dedos estirados hacia el fruto de su esperanza, en un intento por establecer contacto.

Es hermosa. —susurró mientras dibujaba el contorno de la rosa con la yema de sus dedos.

El roce con la piel del mago le produjo una sensación que no supo cómo interpretar en ese momento, así que, sin retirar la mano, caminó alrededor de él, como rodeándolo hasta quedar frente a frente. Lo primero que vio, por una cuestión de altura, fue la figura de un fénix en el pecho. Ya lo había visto antes de que Martin le diese la espalda pero no le había prestado demasiada atención. Candela arrugó la nariz un poco, pero repitió lo mismo que había hecho con la rosa. Acto seguido, le rodeó la cintura con los brazos y escondió la cara en el torso de Black.

La gitana necesitaba la rosa. Lo necesitaba a él.

Debes marcharte. —dijo por fin mientras lo soltaba con algo de brusquedad y retrocedía algunos pasos para establecer distancia— Me están buscando y es peligroso que te vean conmigo. Puedo terminar de leerte las hojas de té en otro momento, no sé, quizás te encuentre más adelante. —hizo el gesto de despedida con la mano, pues de algo estaba segura y era que, si Martin quería explicaciones, ella no se las iba a dar allí, en esa carpa inmunda.

~~~~~

¡No necesito que un castillo me proteja! —retiró sus manos, furiosa, y se alejó nuevamente de él.— ¿Crees que me va a proteger un muro de piedras con un par de encantamientos inútiles? ¡Él es capaz de encontrarme en cualquier lado! —no reconoció su propia voz al gritar, mantenía el gesto desencajado por la rabia y la particular iluminación de los relámpagos en la habitación, le confería un aspecto un poco más salvaje.

Candela se acuclilló y se llevó ambas manos a la cabeza. Era demasiado para cubrir: una maldición con la que vivía desde chica, su meta que podría frustrarse con el mínimo de los errores pues, si ella moría producto de lo que había acumulado durante sus años como bruja, daba igual lo que hubiese avanzado en su estudio de la magia.

No... —respiraba un poco agitada, frustrada, desesperada.— No necesito un castillo. —Agitada, frustrada, desesperada.

La gitana se puso de pie en un salto y corrió hacia él, puso las manos en donde habían estado antes de reaccionar como loca (?) y se sorprendió cuando se vio rodeada por los brazos -que se le antojaban enormes- del galés. Y aunque su primer instinto fue el de alejamiento, se quedó en ese mismo lugar, con los ojos mercurio alternados entre las extremidades y la mirada de Martin. Su pregunta lo fue todo.

A ti. Te necesito a ti. —y no mentía. Martin se había convertido en una pieza clave en su vida y en sus planes, en muchos aspectos.— No puedo hacer nada sin ti, literal. —comenzó a reírse por lo irónica que le resultaba la situación.— Yo... Yo necesito de ti. —otra risa.— Soy una idi***, disculpa. Debe parecerte una estupidez, ¿no? Entre lo que te dije en París y ahora esto... Debes pensar que soy una bruja desquiciada. Y quizás lo sea —admitió mientras se encogía de hombros— Pero es que no te miento cuando te digo que ese brujo es peligroso. Si no ha tomado ningún tipo de acción en mi contra hasta ahora es sólo porque es mort... —se obligó a callar y fijó la mirada en el pelinegro. 

Hacía muchos años que Martin se había alejado de la Marca Tenebrosa, Candela pensó durante un tiempo que había sido lo más sensato de hacer, pero no lograría cumplir con lo que tenía planeado si no estuviese en el bando oscuro.

Necesito que vuelvas a la Marca... Yo sé que pido demasiado. —agregó de inmediato— Pero es que no puedo confiar en nadie allí dentro, no sé quién podría traicionarme.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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~ [Flashback] ~

Había sido un breve momento, de esos que alguien podría recordar para siempre por lo extraordinario que había sido. Candela había rozado su piel, contorneando los dos tatuajes más grandes de su cuerpo. Pero no conforme con ello, había rodeado a Black con ambos brazos. Él se mantuvo allí, contemplándola con algo de asombro y en silencio. Había algo en ella que siempre le había resultado atractivo, y no era meramente la apariencia que solía llevar, sino los misterios que pasaban por su cabeza. Esa capacidad para hacer lo menos pensado a criterio de quien la observara. Y en ese instante, por más efímero que fuera, lo había conseguido en su máximo esplendor.

Antes de que Black pudiera articular palabra, antes de que siquiera pudiese rodearla a ella y decirle que pasara lo que pasara, podría contar con él, antes de todo eso ella ya se había apartado con cierta brusquedad. Como si el contacto de unos pocos segundos con él ya le hubiese resultado hasta repugnante. Y entonces entendió con quién estaba en aquella carpa, a solas: Candela. Sí, obviamente él lo sabía de antemano, pero por un instante se había permitido fantasear como si otra cosa hubiese sido posible.

Asintió.

—Nos volveremos a ver. —Estaba convencido, por más extraño que fuera, de que volverían a verse en el corto plazo. La lectura del té había sido, a todas luces, una patraña que ambos inventaron para poder compartir un instante como aquel. Pero de todos modos, él insistió—. Espero que termines con mi lectura en ese nuevo encuentro.

Al terminar de vestirse de la misma forma en que había entrado a la carpa, Black realizó un gesto con su mano derecha, un gesto de despedida, de un hasta luego, de un nos encontraremos pronto. Y así, con la seguridad de sus pasos, salió del lugar sin volver atrás, con la certeza de que volvería a cruzarse con Candela Triviani.

- - -

Había temido que el refugio que ella necesitaba no se tratara de un lugar físico como tal. Pero de todos modos, el castillo de Rune había pasado siempre como un sitio digno de confianza. La relación que los primos de Black habían forjado con los vecinos, a pesar de haber llegado no hacía mucho tiempo y ser extranjeros, había permitido que poco a poco entrara en la conversación del pueblo. Él mismo, por supuesto, desde que había desaparecido del castillo Black se había mantenido con un bajo perfil, sin pasearse mucho por el poblado. El trabajo y su exposición mediática no eran acorde con su actitud en las idas y venidas.

Pero allí estaba, en su oficina personal, intentando calmar o comprender a una bruja que solía andar descalza y que solía poner patas para arriba la rutina de su vida.

—¿Cómo? —dijo sin más. Abrió rápidamente sus ojos grisáceos y buscó con ellos la mirada de Candela.

No había entendido lo último. El contacto de sus cuerpos, sus brazos rodeándola con firmeza pero con una evidente muestra de cariño, podía atontarlo un poco. Pero la propuesta, lo último que ella le había dicho, lo tomó por sorpresa.

—¿Pero cómo? Sabes que no puedo regresar a ese lugar... Sería cavar mi propia tumba. Me conocen, saben lo que he hecho. —Mordió su lengua al cerrar la boca, casi se le escapaba una frase que podría condenarlo aún más.

«A estas alturas han de saber que estuve en la Orden del Fénix», había querido decir. Pero no lo hizo. ¿Y si ella lo sabía y a pesar de todo lo necesitaba? Él no había estado en la Marca Tenebrosa por firmes convicciones, sino por una búsqueda personal. Entender a la bruja era parte de la clave de todo aquello, pero no se imaginaba regresar al bando oscuro sólo por un capricho de ella. ¿Acaso lo era? ¿Era un mero capricho?

—¿Entiendes que lo que me pides va a ser peligroso? —dijo y sus manos dejaron de ser una cadena infranqueable para tomar de la cintura a la bruja—. De que tanto tú como yo podemos correr peligro, que todo se sepa... —Sin poder evitarlo, las manos ascendieron por la espalda de la bruja y volvieron a descender, casi hasta el punto donde una curvatura afloraba—. ¿Por qué me necesitas allí? ¿Qué es lo que el brujo puede hacerte si ambos están...? —Ella no lo había dicho abiertamente, pero la frase inconclusa que hizo podía acabarse con "...ífago".

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Su gesto anonadado le hizo reír, no fue una risa falsa, le salió natural y a sus oídos le sonó un poco extraña. Candela no estaba acostumbrada a reír. En ese momento se dio cuenta de que los brazos del mago se le antojaban cómodos. Aunque en el fondo su instinto de supervivencia le había encendido la alarma para alejarse, era ese mismo instinto el que le hizo quedarse allí, a merced del contacto con las manos del galés. Ella puso ambas manos en los brazos de Black, como confirmando el permiso implícito que le había dado de tocarla. Porque sí, necesitaba de un permiso (?).

-- Martin... --se oyó a sí misma decir su nombre, diferente, y eso le produjo un poco de temor― las probabilidades de que te den caza son más altas fuera de la Marca que dentro de ella. Por eso es que a mí aún no me han tocado ni un pelo, ¿crees acaso que si no fuese parte de las filas tenebrosas, podría pasearme "tranquila" por las calles? --hizo el gesto de las comillas con los dedos, codos apoyados en los brazos del pelinegro.-- Si te soy sincera, ni tú ni yo estamos a salvo en ningún lado. Pero supongo que juntos podríamos hacer algo más que existir y... Pues yo...

¿Qué hacía? 

Candela sintió las manos de Black subir y bajar por su espalda, el contacto directo con su espalda desnuda en la parte superior hizo que se estremeciera. ¿Qué le pasaba? Cuando las manos del mago bajaron hasta la espalda baja de la bruja, ésta tuvo que bajar la mirada para esconder el rubor repentino de sus mejillas. Debía resultar comiquísimo el sonrojo de alguien que tenía una piel tan blanca como la suya. 

-- Ya te dije que te necesito... --murmuró, casi a regañadientes. Se dio cuenta de que lo había repetido demasiado desde que había llegado-- Una visión me dijo que aparecerías en mi camino, pero no sólo para ayudarme con este brujo sino... Para otra cosa. --no quiso decirle nada más.

No quiso decirle que él se convertiría en su guardián, una vez que encontrara la forma de concretar lo que venía planeando desde hacía muchos años. Tampoco quiso decirle que su plan implicaba la anulación de su magia. ¿Podía confiar realmente en él? ¿Y si Black terminaba negándose, la echaba de su casa por ser demasiado lo que le estaba pidiendo? ¿Si la traicionaba? Sacudió la cabeza, estaba empezando a alterarse nuevamente. Volvió a aferrarse a los brazos del galés, en un intento por volver en sí y seguir esa charla como la había empezado... Normal.

Sin embargo, la sensación que le había dejado el recorrido de las manos de Black en su espalda tampoco terminaba por disiparse y le había nublado un poco los pensamientos que trataban de aclarársele.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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La cercanía del cuerpo de la bruja provocaban en Black cosas buenas, muy buenas. No sabía por qué sentía esa tranquilidad, una tranquilidad que rozaba lo absurdo dado el relato que Candela le estaba haciendo. Decía que lo necesitaba, decía que debía regresar a la Marca Tenebrosa, que sería poco más que su salvación y así y todo, él se encontraba tranquilo, rodeándola con sus brazos, recorriendo su espalda de forma completa y un poco más allá.

«¿Por qué soy tan afortunado?», era lo que retumbaba en su mente.

El vínculo con la gitana siempre había sido así, de intensos fragmentos e inacabables ausencias. Una extraña complicidad entre dos personas que parecían ser distintas pero que en el fondo tocaban demasiados puntos en común. ¿Y si así era la cosa? ¿Que uno terminaría complementando al otro?

«Diablos, ¿por qué estoy pensando en esto?», se dijo sin comprender siquiera sus propios pensamientos.

El rubor notorio sobre aquella pálida piel no se le había pasado por alto. Aquello incluso lo deleitó, más que divertirlo. Sentía un infinito respeto por Candela y todo su caudal mágico, desde siempre, desde su inicio en el bando oscuro. Sin embargo, allí estaban, él intentando ayudarle, ella pidiéndole ayuda. La situación era francamente inquietante pero Black continuaba tranquilo. No sabía por qué, pero estaba dispuesto a ayudarla. Fuera lo que fuera.

—Candela Triviani —dijo sin más—, ¿acaso no sólo estás pensando en ti? ¿Acaso también te preocupa mi integridad? —Era extraño que después de todos aquellos años en que no habían mantenido contacto, la bruja hubiera pensado en él como clave para su plan. Aunque a decir verdad, era él quien la había encontrado en la carpa...

El destino a veces tenía caminos sinuosos y laberínticos. Aquel no era más que otro ejemplo bastante explícito.

Las manos del mago de cabellos negros se detuvieron con sutileza en la curvatura baja de la bruja. Había en él una evidente necesidad, pero una necesidad demasiado profunda para ser catalogada como algo de una noche. En todo lo que ella callaba hasta el momento y en todo el silencio que él escuchaba, la situación parecía ir escalando una escalera sin final.

—¿Para qué más? —Esta vez su mirada buscó furtivamente la de la bruja. Pero no se limitó a eso. El rostro endurecido de mil batallas del mago se aproximó a la bruja, al inclinar levemente su cuerpo para quedar casi palmo a palmo—. Estoy dispuesto a ayudarte, estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por ti sin siquiera saber de antemano qué es. Pero necesito que seas sincera conmigo, que me lo digas. —La respiración de la bruja era percibida por él y los escasos centímetros que separaban sus labios podrían eliminarse con una leve inclinación más. Tomó de la muñeca el brazo izquierdo de Candela y lo condujo hacia su pecho—. Aceleras mi corazón, merezco saberlo. —Los latidos habían aumentado por la cercanía, y por sus palabras, y por sus labios, y por todo lo que le provocaba.

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Nuevamente la inclinación hacia atrás, su espalda se curvó en un intento por poner distancia entre su cuerpo y el de Black, entre su rostro y el suyo que estaban peligrosamente cerca. Pero no fue muy efectivo pues los brazos del mago representaban una prisión bastante bien hecha, pero seguía pareciéndole una prisión cómoda. El ceño fruncido se le acentuó cuando colocó la mano en su pecho y se dio cuenta de que Martin no le estaba mintiendo, realmente podía sentirle el corazón acelerado. Sorprendida, y con la vista fija en donde tenía puesta la mano, la reemplazó al acercar la oreja y pegarla al pecho de Black. Se retiró de inmediato, abrumada por lo que acababa de descubrir. Su corazón también latía.

El gesto huraño que la acompañó evidenciaba la sorpresa, el enojo, la frustración respecto de la reacción que estaba teniendo internamente como consecuencia de ese encuentro. Pero sobre todo, temor. ¿Qué hacía él, qué tenía, que había empezado a movilizarla? Era cierto que sus encuentros y desencuentros eran moneda corriente en la historia de su vida, pero era la primera vez en muchos años que llegaba a escandalizarse por la forma en que sus sentidos estaban respondiendo a sus palabras, a sus gestos. Esa mirada... Candela no quiso mirarlo a los ojos. Se había visto reflejada en esos ojos grises y sólo consiguió ver su rostro pálido, el cabello alborotado y las cicatrices en su cuello.

Si estás dispuesto a hacer cualquier cosa por mí... ―empezó diciendo, mientras bajaba la mirada por la nariz del galés y admiraba los detalles de su rostro. Martin le parecía un hombre atractivo, siempre lo había visto así, pero en ese momento hubo algo que captó demasiado su atención. 

«Quizás sea la forma en que me mira.»

No se trataba de una simple mirada de deseo. La gitana hacía rato que intuía a dónde la llevaría ese encuentro, y hubiese echado a correr de no ser por lo que estaba descubriendo de él y de sí misma en ese pequeño instante. Notó admiración por ella, bien sea por su figura o lo que representaba. Y aunque pensaba que, probablemente, se trataba tan solo de un espejismo, le agradó. La Triviani no creía que alguien pudiese admirarla como creía que Martin lo hacía, ella lo alejó muchas veces y él se dedicó a hacerle caso. Se alejaba. 

Si estás dispuesto a hacer cualquier cosa por mí, entonces no es necesario que lo sepas ahora. ―y sin pensarlo, selló sus palabras con un beso.

Desde hacía rato que se había fijado en los labios del mago, los pocos centímetros que los separaban había calado en ella de una manera que no se lo esperaba. Su instinto primario le hacía apartarse constantemente de lo tentador que le resultó su boca en esos pocos segundos que lo tuvo frente a frente, pero la poca humanidad de la que se jactaba era débil y sus labios actuaron en consecuencia. Fue un beso muy corto, demasiado corto, y aún así le pareció eterno. No había hecho más que pegar sus labios a los de él durante un segundo y se apartó con violencia hasta la puerta, deshaciendo el abrazo en el que había estado tan cómoda.

Candela respiró profundamente para calmar a sus latidos, los oídos le zumbaban fuerte y su gesto ceñudo volvió a acentuarse. Era nuevo, inesperado. Todo el remolino de emociones que la invadían en ese momento se le acumularon en el pecho y era insoportable. Estaba enojada, sí. Pero el enojo era consigo misma. ¿Por qué? Es decir, ella no confiaba en él. No podía confiar plenamente. Si se había marchado otras veces, nada le indicaba que no lo haría también ahora. Sin embargo, también estaba la parte del oráculo, la profecía que había descubierto en el Ministerio, junto con Niko. Sacudió la cabeza para calmarse, cuando se llenaba de pensamientos negativos su impulsividad no conocía límites.

No te muevas... ―pidió, la voz grave, la respiración más lenta― Quiero probar algo.

Un paso hacia adelante.

No me preguntes qué. ―se apresuró a agregar antes de que él protestase.

Otro paso adelante. Y otro más. El avance fue lento, y con cada paso que daba tenía la sensación de estar dirigiéndose hacia lo imposible. Le gustaba, porque lo tenía al alcance de la mano, algo que creía realmente imposible. El corazón le dio un brinco cuando la distancia se acortó mucho más. Sonrió, mitad deleitada mitad asustada. Fue una sonrisa efímera, minúscula. Otro paso más, sus oídos volvieron a aturdirse y fue todo lo que necesitó. Un par de pasos más, casi corrió, y de un salto se le abalanzó. Esta vez fueron sus piernas las que aprisionaron la cintura de Black y sus manos, pequeñas, aferraron el rostro del mago y lo atrajeron hacia el de la bruja en busca de su boca.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Sabía que la situación comenzaba a tensarse. Sus sentidos lo alertaban y su cuerpo se ponía incandescente. Cuando Candela cambió su mano por su oreja en el pecho del mago, la respiración de él cambió de forma inevitable. La mano de la bruja había sido guiada por él mismo pero no así aquel contacto nuevo, espontáneo por su parte. Eso lo hacía especial, más allá de que ella era especial en todo sentido.

Sus palabras volvieron a dejarlo en vilo. Black la contemplaba como si pretendiera comérsela de un momento a otro, pero se aguantaba el impulso. Se mostró atento al escucharla y cuando el primer beso llegó, por más que haya sido corto, él se deleitó del contacto de sus labios. Desde un primer momento, desde que la había visto en la carpa había deseado con probarlos.

Pero el momento mágico y electrizante se acabó y Candela retrocedió de tal forma que parecía irse del todo.

—No... —dijo entonces Black, por lo bajo. Era una necesidad inexplicable que tenía, pero no podía dejarla marchar así como así. Él no estaba seguro de si lo había escuchado o si no, pero la bruja se frenó.

Cuando Candela se giró y habló, el tono de su voz sonó diferente. Black se mantuvo en silencio y le hizo caso. No había pensado en preguntarle por qué. Empezaba a creer que ella lo había hechizado de alguna manera. Frío, distante y bastante escéptico eran partes cruciales de su forma de ser, de su forma de manejarse en el mundo con gente desconocida, e incluso conocida. Pero allí estaba, rozando el metro novena y tan imponente como de costumbre, pero de cierta forma vulnerable, vulnerable a la presencia de aquella mujer.

Los pasos de la gitana comenzaron a acortar la distancia entre ambos pero él no hizo preguntas. Se mantuvo contemplándola, como si quisiera entender de alguna forma qué pasaba por la mente de la bruja. Y estaba a tres metros, y a dos, y ya casi a uno. Y de repente ella saltó y él terminó atrapándola, manteniendo el equilibrio a pesar de lo sorpresivo de aquello. Ella lo rodeó con sus piernas y brazos, y él la sujetó con firmeza con su brazo derecho mientras la otra mano retiraba con sutileza los desordenados cabellos del rostro pálido.

Su respiración, podía sentir su respiración y sabía que ella también captaría la suya. Ahora fue él quien terminó de aproximar sus labios sobre su boca, apegándosele de forma intensa, como queriendo demostrar con la energía de sus labios, con el roce de su lengua, que todas sus palabras habían sido ciertas. Que él creía en ella, que pensaba ayudarle y que estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Por un instante, mientras sus labios continuaban moviéndose al compás de sus acelerados corazones, Black olvidó que era el Director Internacional de Quidditch, olvidó que en los días siguientes debería dar entrevistas por varios países, olvidó todo al respecto. Todo lo que sentía y todo lo que importaba estaba allí, en aquella habitación, sintiéndolo junto a su cuerpo, cargándolo.

Black comenzó a caminar hasta una de las paredes de la habitación y se detuvo cuando la espalda de Candela terminó de apoyarse en ella. No pensaba soltarla, pero separó un instante sus labios. La observó, tan cerca como se encontraba, a apenas unos milímetros. Miró un ojo, miró el otro, luego su nariz, sus labios, su mentón y, sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre su cuello, primero dándole un beso y luego mordisqueándolo con sutileza, recorriendo cada centímetro de piel que tenía.

Sobraban las palabras, simplemente se dejó llevar por todo lo acumulado hasta aquel momento. La deseaba y la quería ayudar. Quería ganarse su confianza y también llenarla de placer. Eran cosas diferentes pero al mismo tiempo se trataba de lo mismo.

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No había tomado en cuenta la dimensión de sus propias palabras, de sus propios actos. Cuando Candela dijo que necesitaba de él, se refería a una mera asociación de partes en las que ambos saldrían beneficiados, una negociación de supervivencia que terminaría por satisfacer las exigencias de ambos. Pero exigencias que tenían que ver con la seguridad de los dos, con objetivos a cumplir. Sin embargo, la asociación a la que estaban dando lugar distaba mucho de ser lo que ella había imaginado en un principio. No le disgustaba, de hecho, lo estaba disfrutando.

Martin estaba provocando en ella impulsos y sensaciones que antes había dejado de lado, suponía que siempre había sido así sólo que, por el hecho de mantenerse separados durante tanto tiempo, lo había pasado por alto. La última vez que estuvieron a solas, hacía algunos años, recordaba haber sentido el mismo impulso calórico que la instaba a hacer lo que por fin había empezado a hacer hace unos instantes. Sólo que, en aquella ocasión, hizo caso a su lado objetivo, y libre de pensamientos lascivos, y se marchó.

La sensación con la pared fría y dura hizo que su espalda se curvase apenas, logrando pegar su cuerpo, más si era posible, al de Black. Inclinó la cabeza hacia atrás para darle libertad de exploración en su cuello, disfrutando de las corrientes de placer que recorría su piel con cada uno de sus besos. El contacto de sus labios y el saberse presa de sus brazos provocó un nuevo rubor en sus mejillas.

Candela se olvidó de las cicatrices que plagaban su piel y sostuvo la cabeza del mago con una mano, guiándolo a cubrir con sus besos cada centímetro de su cuello, dejó libre después el lado derecho del mismo y ladeó la cabeza, tan sólo para darle un suave mordisco a la oreja de Black. Al mordisco le siguió un beso, y otro más, y otro más, con los que comenzó a recorrer el rostro del galés, siguiendo la curvatura de su mentón para luego llegar a sus labios; los que devoró abandonando todo tipo de resistencias, de dudas y de temor. Mas bien la acompañaban algunos gruñidos de placer que hacía y la contorsión de sus caderas pegadas a la anatomía de él.

Lo deseaba. Probablemente se había dado cuenta de ello desde que había entrado en esa oficina, desde que había puesto un pie en los jardines, desde su encuentro en la carpa. No podía saberlo con exactitud, pero lo deseaba con una necesidad visceral que sobrepasaba su propio sentido común. No es que ella tuviera alguno. Sus manos inquietas abandonaron, de un momento a otro, la cara y el pelo del Director Internacional de Quidditch y bajaron por su cuello, las detuvo en sus hombros e introdujo debajo de la tela de la camisa. Le ayudó a quitársela, dejándole al descubierto el torso. En ese momento, y medio a regañadientes, soltó sus piernas y depositó los pies en el suelo. Recordaba el fénix en el pecho de Martin y lo primero que hizo fue recorrer el contorno del tatuaje, aunque esta vez lo hizo con sus labios y con pequeños mordiscos. 

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El fénix en su pecho estaba siendo tallado nuevamente por aquellos labios de la gitana que tanto le agradaban a Black. Alternándolo con pequeños mordiscos, el mago de cabellos negros cerró sus ojos para dejarse llevar por la suavidad con que lo estaba haciendo y el placer que le provocaba. La camisa quedó en el suelo, a un par de pasos de ambos, como si importara.

Las manos del galés fueron al ataque una vez más, para sentir aquel cuerpo especial. La acariciaron, marcando su silueta, pero también fueron pícaramente en la búsqueda de las zonas críticas de Candela. Las curvaturas de su pecho, su ombligo y toda la zona que lo rodeaba... y también entre sus piernas. Allí de forma intencionada, Black perduró por unos cuántos segundos antes de comenzar a desvestir el torso de la bruja, ayudándola con la tarea.

Su cuerpo se encontraba ardiente, de eso no habían dudas. Si afuera llovía, hacía frío o incluso había comenzado a nevar, ni él ni ella lo sabían. Tampoco importaba.

—¿Ya puedo preguntarte? —dijo en tono de broma, como respuesta a las últimas palabras de Candela.

En ese mismo instante, volvió a surcar aquel rostro tan hermoso. Probó sus labios con insistencia, probó su lengua, probó cada milímetro y siempre con deseos de un poco más. Su pantalón se fue cayendo lentamente, dejando al mago de cabellos negros en prendas íntimas. Poco le importaba en realidad.

A continuación, tomó a Candela de la cintura y la depositó sobre el escritorio, donde volvió a reanudar la tarea de sus manos, de recorrerla por completo, aún en aquellos sitios críticos donde él deseaba llenarla de placer.

¿Acaso la gitana sería consciente de todo lo que causaba en él? Black esperaba que lo fuera. La temperatura que irradiaba su cuerpo no era normal y evidenciaba los deseos que desencadenaban las acciones de aquella mujer. Sus últimos encuentros nunca habían llegado a un sitio como ese y él lo estaba disfrutando al máximo. ¿Ella se quedaría? ¿Terminaría confiándole su más temido secreto? No era momento para detenerse a pensar en eso, su cuello era sabroso, sus labios demasiado tentadores, sus pechos llamaban a gritos que fueran probados y su entrepierna sabía que le estaría esperando. Definitivamente quería tenerla allí, junto a él, sin ropa que los pudiera separar de alguna manera y brindarle todo tipo de placeres.

Faltaba menos.

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  • 3 semanas más tarde...

Sus manos... Necesitaba de sus manos. ¿Desde cuándo? No tenía idea, pero probablemente desde siempre. La sensación de plenitud sobre su pecho, sobre su ombligo, en su entrepierna, le hacía contener la respiración y los suspiros, provocando que se le erice la piel como respuesta a la estimulación que suponían los besos y las caricias del mago. Ella se dejó desvestir para facilitar la tarea, además porque le parecía justo que si ella había empezado a desvestirlo primero, él equilibrara la situación de esa manera (?). Mas no lo dejó allí, sino que dejó caer todo el vestido antes de que Black la llevase al escritorio.

¿Preguntar qué? ―la respiración entrecortada, pues el galés emprendió una vez más la faena con sus manos. Candela había olvidado el tema de conversación que habían llevado a cabo, se había olvidado incluso de dónde estaba y para qué había ido a allí. Lo único que llenaba su mente en ese momento era lo que estaba sintiendo, el sabor de los labios del mago, sus caricias en sus zonas de placer y las muchas ganas que tenía de hacer lo mismo con él, entre otras cosas.― Justo ahí... ―dijo de pronto y dio un largo suspiro que le hizo echar la cabeza hacia atrás y contraer los músculos del abdomen. 

Cuando volvió en sí, tras una milésima de segundo que le hizo darse cuenta de que nada más había sido un baiteo (?), exigió nuevamente sus labios, fundiéndose en un beso que le reveló todas las sensaciones que estaba experimentando con él; se entretuvo con su lengua mientras, con sus pies, terminaba por quitarle la última prenda que le quedaba al mago. Pensó que, probablemente, Black le había contagiado la temperatura corporal pues sentía su propia piel caliente pero a gusto con el contacto de la suya.

La gitana se separó un poco de él, manos apoyadas sobre la superficie del escritorio, y se demoró un momento para admirarlo. Su mirada mercurio lo devoró de pies a cabeza y sonrió complacida al comprobar que él también la deseaba. Sus pies, que lo habían aprisionado por atrás, lo empujaron un poco más hacia ella para eliminar la distancia que la Triviani había puesto entre los dos. Le sostuvo la mirada hasta que terminó por acercarse y, cuando el roce fue inevitable, la bruja se enderezó apenas para apoderarse de su boca por enésima vez. ¿Qué tenían los labios del mago, que siempre volvía por ellos?

Sin pensarlo, sus manos dejaron de apoyarse en el escritorio para agarrarse de la parte baja de la espalda de Martin.

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La agilidad de los pies de la bruja lo habían sorprendido. Con una facilidad inaudita, lograron que el último trozo de tela que llevaba Black cayera con lentitud y terminara cediendo ante tal acción. Él se limitó a sonreír fugazmente, degustando aquellos labios que no se cansaba de rozar, lamer y mordisquear. Pero aquello no quedó allí: fueron sus pies quienes rodearon nuevamente al mago de cabellos negros, como si se trataran de una cadena infranqueable que no cedería a ningún tipo de situación, y lo empujaron hacia ella.

El contacto ocurrió lentamente pero fue suficiente para que él cerrara los ojos con fuerza para dejarse llevar y sentir a flor de piel todo lo que le provocaba el cuerpo de Candela. Sabía que ella también lo estaba disfrutando, puesto que entreabrió sus ojos grises y aquella expresión que jamás iba a borrarse de su mente, pareció dominarlo todo y acrecentar el grado de excitación que tenía.

Los sonidos mutuos que escapaban de sus bocas parecían ahogarse entre cada beso y cada nuevo roce. El placer los invadía de forma elocuente y el escritorio soportaba todo aquello de forma inerte. De repente, Black tomó a la bruja de sus cabellos con una de sus manos y aproximó con determinación su cabeza a la propia. De forma casi salvaje, abrió su boca y volvió a saborear su boca, luego fue mordisqueando parte de su mentón y prosiguió con el cuello. El vaivén no se detuvo y continuó acelerándose con el correr de los minutos, como si ninguno estuviera dispuesto a ceder.

La suavidad de las curvaturas de Candela lo deleitaban y se vio tentado a detenerse para únicamente explorar aquel lugar de una forma diferente, aproximándose lentamente con su rostro y continuar lo que habían empezado minutos antes. La suavidad de la seda y la humedad de la lluvia parecían describir a la perfección ese rincón hasta ese momento desconocido de la gitana. Cuando Black volvió a reincorporarse, hizo girar a la bruja para poder apreciar y besar su espalda, recorriéndola en un camino zigzagueante mientras volvía a provocar el contacto que ambos disfrutaban y necesitaban. Apoyó ambas manos en el escritorio, a los lados de la bruja.

Sabía a la perfección, aunque no se detuviera a pensarlo en aquel momento, que esa noche sería imborrable para su memoria.

Ya nada más le importaba. Soltó su cuerpo a la merced del placer y comenzó a acelerar su movimiento al ritmo de su corazón y la temperatura de su piel. Una sensación de satisfacción plena lo abrazó unos minutos después cuando, ya exhausto, salió de ella y la rodeó con sus brazos para besarla como nunca antes lo había hecho. La mirada de la bruja le intrigaba. ¿Qué pasaría por su mente en aquel momento? Le gustaría saberlo pero prefería adivinarlo... Aunque no era un experto como ella en las artes de la adivinación, terminaría por descubrirlo pronto.

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