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Château de Rune (MM B: 115221)


Helene Eloise Bellerose
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Algo nuevo, sí, era algo nuevo. Cada beso, cada caricia, todo. Él era nuevo. Y las ansias y la necesidad que tuvo de él también había sido nuevo. Todavía no había terminado de recuperarse y normalizar su respiración, luego de los espasmos de placer que fueron acompañados con pequeños suspiros de espaldas a Black, cuando éste la rodeó con sus brazos y volvió a besarla. El roce de su lengua le hizo cosquillas, allí donde había sentido las pequeñas contracciones, y se alejó un par de centímetros a fin de tranquilizarse. Le sonrió después de girarse para quedar frente a él y le dio un corto beso antes de atarse el pelo en una coleta.

¿Y bien? ―inquirió mientras volvía a tomar asiento sobre el escritorio― ¿Aceptarás volver? ―sus ojos se clavaron en los grises de Black y ladeó la cabeza un poco para seguir el curso de su mirada. Lo único que vio fue su propio reflejo. Eso la decepcionó un poco, se creía ser bastante buena lectora de mentes tan sólo analizando los ojos(?). Quizás no estaba muy bien entrenada, tendría que volver con Rosália.

La gitana colocó ambas rodillas a los costados del cuerpo de Martin y lo atrajo con sus manos para rodearle la cintura con sus brazos. Mientras esperaba por su respuesta, se dedicó a depositar pequeños besos y mordiscos en el pecho del mago siguiendo la línea imaginaria del esternón hasta el xifoides. Pensaba en que podría ser una buena idea quedarse allí, de verdad, pero entonces su existencia carecería de sentido. ¿Viviría únicamente para esconderse? No, no se ocultaría bajo el ala de Black, no sería aceptable. Pero, ¿entonces él la seguiría? ¿En verdad estaría dispuesto a seguirla?

Dime lo que piensas. ―volvió  a fijar la mirada mercurio en la de Martin y sonrió casi instintivamente.

Desvió la mirada de inmediato, consciente de que ese impulso no parecía propio de su carácter y deshizo la prisión de sus brazos en él. No pudo evitar reír ante un hecho que le resulto, más que gracioso, provocativo. Tomó una de las manos del mago y la colocó sobre uno de sus pechos.

¿Otra vez? ―sonrió de manera sugerente y descendió. Era su turno de explorar lo desconocido.

Editado por Candela Triviani

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  • 2 semanas más tarde...

Sabía que el momento mágico de placer infinito tarde o temprano iba a terminar. Las palabras de la bruja, reanudando la conversación previa al acto, no lo tomaron por sorpresa en absoluto. Su cabeza adquirió mayor lucidez y ahora parecía pensar con mayor facilidad. La contempló de igual manera que Candela lo hacía, y le resultaba imposible contener el impulso de volver a probar sus labios. Black se contuvo una y otra vez, allí, pensativo mientras la contemplaba.

—Será difícil... —comenzó al tiempo que ella insistía con una nueva pregunta y sus dulces labios rozaban su pecho tatuado.

La sonrisa de la bruja, aunque fugaz, lo cautivó por un instante. Y encontrarse con una mano propia en uno de sus senos no colaboraron para que elaborara la respuesta correcta que continuaba imaginando en su mente.

—Sabes en dónde he estado y tal vez intuyas mis razones. No creo ser bienvenido una vez más... —En caso de regresar al bando oscuro sería la tercera vez en que fuera a sumarse. ¿Lo aceptarían? De su lado contaba con que ahora era una figura pública y que con sutileza podría maquinar un montón de contactos, además que controlaba unas cuantas actividades importantes en la esfera mágica. Sólo por eso...

Cuando Candela comenzó a descender, Black clavó sus ojos grises en ella y habló casi de inmediato.

—Espera —dijo enfáticamente.

Sin esperar respuesta, giró sobre sus talones con ella tomada de una de sus muñecas y reaparecieron en lo que eran los aposentos del mago de cabellos negros. La enorme cama atestiguaba la agitada presencia de ambos y los invitaba de forma evidente a que la utilizaran para su prohibida magia. Black volvió a depositar sus manos en aquel sitio suave y abultado de la bruja, rozándolos con suavidad. La piel era perfecta y su contacto era único.

—Pero prometí hacer cualquier cosa por ti. —La miró a los ojos, sabiendo además lo sugerente que resultaba previo a lo que ella estaba por hacer. Entonces cerró sus ojos y se limitó a disfrutar.

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Lo vio cerrar los ojos después de su respuesta y sonrió. No imaginaba un momento, desde que lo conocía, en el que lo haya visto entregarse de esa manera. Al menos, no con ella. Le hizo gracia, pero no por lo que él hacía sino por el efecto que estaba teniendo en ella, que lo imitaba. Pensó en las manos de Black y en lo perfectamente encajadas que estaban en sus pechos que casi hizo un mohín por tener que quitarse su alcance. Mohín que desapareció al instante en el que se decidió continuar con lo que tenía planeado hacer antes de que Martin los hiciese aparecer en la habitación, sobre su cama. La superficie era suave, con la temperatura perfecta para su piel y de una consistencia que se le antojó irresistible. 

Candela se relamió los labios y buscó nuevamente la boca de Black, trazando un camino con su lengua -que intercambiaba por besos- desde donde estaba, allí abajo, hasta llegar al rostro del mago de cabellos negros. Así, frente a frente sobre la cama, volvió a hacer el contacto que se había instalado como una imperiosa necesidad en sus entrañas. Apoyó ambas manos en el cabezal, mientras iniciaba una danza lenta que comprometía a sus caderas. Una danza que, poco a poco, fue acelerando al ritmo de sus agitadas respiraciones. Aturdida de placer, no notaba que esos ruidos extraños que parecían que parecían gruñidos, salían de su propia boca.

No podía pensar con claridad en ese momento, de hecho, no recordaba ni siquiera el tema de conversación que habían mantenido antes de reanudar el acto en sí. No es que le importase mucho mantenerse lúcida, al fin y al cabo se había entregado al placer desde hacía bastante rato.

Así pues, guio las manos de Martin, otra vez, a donde habían estado antes de que ella saliera de su alcance y eso sólo acrecentó el aturdimiento, los suspiros y los espasmos que amenazaban con llegar. La gitana se apoderó de los labios de su amante en el momento justo en el que la contracción de sus músculos fue notoria y sintió leves sacudidas en la zona del vientre que le hicieron reír. Se sentía una idi***. idi*** y satisfecha. 

Uhm... ―murmuró mientras, exhausta, se tumbó a su lado― Pues hay mucho por hacer. ―sentenció, con la misma tranquilidad con la que habían iniciado la charla cuando llegó al castillo. Se quedó mirándolo, mientras apoyaba el codo sobre la cama y la cabeza con la mano. 

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  • 2 semanas más tarde...

Exhausto pero satisfecho, Black contempló cómo la bruja se hacía a un lado y pretendía reanudar la conversación que habían pausado minutos atrás. Él suspiró largamente y giró su cuello para observarla, allí, a su lado, completamente desnuda y con el corazón tan acelerado como el propio.

—Pero tenemos tiempo... El tiempo a estas alturas sobra. —La miró con intensidad, aquella mirada que parecía gemela por ser del mismo color y guardar tantos pensamientos inaccesibles—. Además siempre aparecen réplicas. —Estiró una de sus manos y alcanzó la cintura de la bruja. Lentamente comenzó a acariciarla.

El tema volvía a ponerse en el centro. ¿Regresar a la Marca Tenebrosa? ¿Sería posible? En el fondo sabía que si Candela Triviani se lo pedía, se trataba de un asunto. Y al mismo tiempo también sabía que si se lo pedía, era posible. Al fin y al cabo, la bruja tenía mucha historia y la respetaban en aquel lugar. Pero incluso eso parecía extraño, ¿por qué él? ¿Por qué ahora?

—Puedo hacerlo —finalmente respondió.

La mano en su cintura se deslizó unos centímetros hasta rozar con sutileza uno de sus muslos.

—No seré bien recibido pero puedo hacerlo y voy a hacerlo. —Las palabras del mago no dejaban espacio a dudas y la contemplación de aquel pálido rostro lo convencía cada vez más. Poco importaban los supuestos engaños en la carpa, si era o no era una adivinadora. Poco importaban aquellos momentos fugaces del pasado que habían sido rotos por la huida de ambos. Lo que realmente importaba era lo que estaba ocurriendo en ese presente que estaba agotándose, que cada segundo se consumía y él no podía contenerlo, no podía detener el tiempo de estar a su lado.

Las caricias cesaron y él se reacomodó. La mano izquierda se aproximó al rostro de la gitana, pero no para tocarla, sino para exhibir un tatuaje que había permanecido mucho tiempo disimulado en su antebrazo.

—Ya sabes lo que debes hacer y qué se esconde aquí. —Había aproximado el tatuaje a la boca de la bruja.

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Fingió morderle el brazo, abrió la boca y apretó apenas los dientes en la zona que Black le había acercado a la cara. Luego lo miró a los ojos y se echó a reír. Aún no se había dado cuenta de que la risa le salía demasiado fácil con él. ¿Desde cuándo? Eliminó un poco más sus reservas y materializó su varita en la diestra, hincó la punta sobre la piel endurecida del mago y, tras un ligero murmullo, hizo su magia: el tatuaje de la Marca Tenebrosa se hizo visible. La bruja contempló la figura durante unos instantes y algo parecido a la añoranza, le hizo bajar la mirada. Extrañaba ciertas épocas donde todo era mucho más fácil, desde levantarse hasta acostarse.

No va a ser fácil. —le advirtió, mientras se tumbaba boca arriba y colocaba una mano bajo su cabellera despeinada— Te confieso que hay momentos en los que quiero rendirme, estoy agotada. Pero entonces recuerdo que, si me rindo, todo lo que vengo haciendo desde hace muchos años, tanto los sacrificios como aquello a lo que he renunciado, serían en vano... 

Candela le mostró también su tatuaje, pero no era una calavera atravesada por una serpiente, sino más bien se trataba de una salamandra. Ésta se removió un poco y se deslizó, a punta de magia era obvio, hasta el lado derecho del cuello de la bruja. En su lugar había quedado el símbolo mortífago, un recordatorio de lo que era y de su misión personal en el mundo mágico. Antes, había obviado el significado que tenía la palabra "sacrifico" para ella. Suponía que lo horrorizaría con todas sus hazañas.

He perdido más de lo que he ganado a causa de lo que soy, de la magia. Y hace muchos años me propuse cambiarlo, creo que me ha llevado más tiempo del que pensé, pero —se giró sobre la cama y apoyó ambos codos en ella, la cara en ambas manos— tengo la sensación de estar cada vez más cerca de obtener lo que más quiero en esta vida: Libertad.

La gitana se acercó un poco más a él y depositó un corto beso en su rostro.

Hace tiempo alguien auguró una rosa en mi camino, como mi propio amuleto de la buena suerte para lo que necesito hacer. Y, Martin, nos hemos cruzado tantas veces, tantos años atrás, que de haber sabido que eras tú... Vivirías atado de pies y manos en la mazmorra del castillo Triviani. —sonrió apenas y suspiró— Es broma. —«O no.» le sopló una vocecita en la cabeza.— ¿Qué es lo que tú más quieres en la vida?

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  • 3 semanas más tarde...

La salamandra en el cuello de la bruja era una tentación a apegar sus labios con la pálida piel. Black se contuvo y desvió rápidamente sus ojos sobre la mirada de Candela, para continuar de forma elocuente escuchándola. Las palabras, como lo decía, daba cuenta de lo mucho que había pensado en todo lo que estaba confesándole al galés, y por eso él la valoraba aún más. Miró cuando cambió de postura, y también cuando se detuvo allí y le dio un sutil beso en el rostro. Él se limitó a cerrar sus ojos y sentir el contacto de aquellos labios sumamente delicados.

—Libertad —repitió entonces el mago de cabellos negros.

Una libertad que en realidad era condicionada por otras decisiones en su vida. Desde el primer ingreso al bando oscuro, hasta su pasaje por la presunta luz, Black se había encargado de evadir las sombras proyectadas por el sol y las penumbras que bailaban junto a la oscuridad. Todo había sido por un objetivo mayor: conocer la verdad sobre sus padres y todo lo que implicaba el pasado de ellos y los propios orígenes de él mismo. Saber que había nacido en Gales o que había vivido sus primeros años de vida en Rusia parecía un resumen concreto para alguien más, pero eso era todo lo que él tenía: no era suficiente ni colmaba sus expectativas.

—Siempre he perseguido a lo largo del mundo rastros de magias antiguas, también objetos mágicos añejos y especiales. Pero lo que más me gustaría es encontrar información de mi pasado, de mi origen, de los pasos de mis padres en esos primeros meses de vida.

La mirada perla se había vuelto tormentosa de un instante a otro, reflejando la confusión que aparecía en la mente del mago, en esos pensamientos que iban y venían. No era un estado de enfado, ni siquiera consigo mismo.

—¿Dices que podría ayudarte a recuperar tu libertad? —Estiró uno de sus brazos en dirección a la gitana y acarició la piel del antebrazo—. Lo haré.

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  • 1 mes más tarde...

Su contacto le erizó la piel y le dedicó una media sonrisa por su determinación sin cuestionamientos a ayudarla. Candela se preguntó si Black entendía de verdad el significado que tenía para ella la palabra "libertad", lo que implicaba y las consecuencias que tendría. No le había hablado de lo que planeaba hacer, ni siquiera ella sabía cómo lo haría, pero tenía la certeza de lo que necesitaba hacerse. Quiso preguntarle por qué aceptaba tan seguro sin ninguna garantía, pero dudaba de si quería que su respuesta la trastornara un poco más de lo que ya estaba. Además, lo que había mencionado antes acerca de sus orígenes captó su atención.

¿No sabes nada de tus padres? —no fue una pregunta que necesitara respuesta, más bien fue el eco de la conclusión evidente tras las palabras del mago. Se inclinó un poco para buscar su mirada, había notado el cambio repentino y se había fascinado por él en ese estado.— A veces es mejor así, tu pasado sólo te empeora.

Se arrepintió al instante, era consciente de que Martin podría no tener el mismo desenlace en su historia. Ella había sido víctima de los fantasmas del pasado, de una vida falsa, montada para conveniencia de terceros. Y su encuentro con su verdadera familia no había ayudado mucho más que a potenciar su turbulento espíritu y los aspectos dañados de su mente y su personalidad. Black podría haber tenido una experiencia distinta, a pesar de que esa mirada suya le recordaba en muchos aspectos a sí misma, estaba segura de que había sido diferente para él.

Pero puedo ayudarte a buscar, si aceptas. —se ofreció, mientras devolvía el contacto. Le acarició el dorso de la mano y recorrió con sus dedos la figura de su brazo hasta llegar al hombro, siguió hasta tocarle el cuello, subió el contacto hasta la barbilla, los labios, la nariz. Terminó por cubrirle la cara con la mano, o al menos hacer el intento porque la mano le quedaba pequeña.— De hecho, sé quién podría ayudar. —retiró la mano hasta la mitad, cubriéndole los ojos, y se acercó para morderle la barbilla.

Necesitaba tiempo y entretener a Mael con una búsqueda, podría ser una buena idea.

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  • 5 meses más tarde...

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Había regresado de Brasil con varios reconocimientos personales y el tercer lugar de Francia. Para sus dieciocho años de edad y su meteórica carrera profesional en el mundo del quidditch no estaba nada mal. Pero Auxerre aun se sentía en deuda. Con su selección, claro estaba, soñó con alzar la copa, ser el país número uno del mundo. Pero también con su equipo. Los dos campeonatos le habían sido esquivos, ocupando un segundo lugar de forma reiterada. ¿Por qué todo se le escapaba al final, cuando estaban tan cerca del objetivo? Esa pregunta invadía su mente mientras el albino se encontraba con los pies descalzos sumergidos en el lago. El castillo familiar contaba con algunas particularidades, parecer una isla era una de ellas y tener un extenso lago en la zona trasera era tal vez la principal.

No había cansancio en su semblante, tampoco una sensación de abatimiento. Al contrario. Su mirada brillaba y se perdía hacia el horizonte, como si quisiera atraparlo, como si no quisiera que se fuera. Entonces unos pasos retumbaron a sus espaldas. Seguramente no eran ruidosos, pero Auxerre estaba oyendo el silencio y aquella irrupción lo sobresaltó. Cuando giró, con serias intenciones de pedirle a su hermana que se fuera de allí, no fue a Amicia a quien vio sino a su prima Hélene. Helenita, como le decían en broma, había sabido ser su compañera en la primera temporada en las Urracas, pero sus inquietudes iban más allá del quidditch y abandonó el equipo. Para el criterio de Auxerre, la bruja tenía mucho potencial, pero las decisiones eran personales y él las aceptaba.

—Hace tiempo que no te veía —dijo sin más Auxerre, manteniendo los pies en el agua y volviendo a centrarse en el horizonte—. Llegamos ayer por la tarde de Brasil y en menos de una semana partiremos a Escocia.

La competencia en el quidditch se estaba convirtiendo en intensa. A Auxerre le encantaba. Los calendarios extensos con muchos partidos lo motivaban aún más. De sólo pensar que el mejor deporte de todos pudiera suspenderse por años como había ocurrido en el pasado, la tristeza podía desmoronarlo.

La bruja, sin embargo, le resultaba exótica. Por más lazos familiares que mantenían, por más que convivieran durante mucho tiempo bajo el mismo techo del castillo, el mundo de Helenita era muy lejano al suyo. De hecho, Auxerre se había ausentado por la Copa Mundial y no había sabido de ella durante ese tiempo. Ahora esperaba ponerse al día.

@ Helene Eloise Bellerose

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  • 1 año más tarde...

El castillo de los De Rune se erguía majestuoso, sus torres de piedra y revestimiento de madera envueltas en la bruma de la noche. Las paredes de piedra antigua resonaban con el eco de los siglos pasados, mientras que los vitrales coloreados proyectaban patrones caprichosos de luz en el suelo de piedra pulida.

Hélène Bellerose, con su elegancia característica, atravesó el umbral con una expresión de determinación en su rostro, sus ojos azules como zafiros escudriñando el oscuro interior del castillo. Su ceño, completamente fruncido, crispaba su expresión normalmente afable y la tintaba por completo de un claro y evidente malestar. A pesar de su belleza, en la semiveela había un aire de fría determinación en su porte, una indicación de la voluntad de hierro que yacía detrás de su apariencia impecable. 

Honestamente no tenía ni idea de con qué se iba a encontrar. La llamada había sido urgente, pero no había existido nada concluyente. “Allanamiento” había sido todo lo que supo, antes de que la llamaran para ver el misterioso suceso en el salón principal. Hélène había estado ocupada en sus habituales actividades políticas en el mundo mágico, actividad que le había tomado varios meses de ausencia. Como una figura prominente en la política mágica francesa, estaba acostumbrada a lidiar con intrigas y conspiraciones, pero este misterio en su propio hogar ancestral la había intrigado profundamente. Sin embargo, ni siquiera sus peores temores podían compararse con lo que encontró inmediatamente al entrar en el salón principal.

En el centro del salón, una figura encapuchada yacía inmóvil en el suelo, su capucha oscura ocultando su rostro y su identidad. La tela de su túnica era de un negro profundo, bordada con símbolos antiguos que destellaban débilmente a la luz de las antorchas. A su alrededor, un círculo de runas grabadas en el suelo de piedra resplandecía con una luz tenue, emitiendo una energía palpable que parecía palpitar en el aire. Cada runa estaba meticulosamente tallada, con líneas entrelazadas y diseños intrincados que hablaban de un poder ancestral. A su lado, reposaba un artefacto que reposaba que parecía a simple vista una esfera de cristal, tallada con una precisión asombrosa. La superficie del cristal era suave al tacto, pero resonaba con una energía inquietante que hacía que la piel de Hélène se erizara.

Dentro de la esfera, destellos de luz danzaban, revelando imágenes fugaces de tierras lejanas y secretos olvidados. Hélène se acercó con cautela, su corazón latiendo con anticipación. La escena era una amalgama de misterio y peligro, y estaba decidida a descubrir la verdad detrás de aquel enigma, sin importar los peligros que pudieran acechar en la oscuridad del castillo de los De Rune.

¡Rápido, traigan a Auxerre! —, exclamó Hélène, su voz resonando en el salón mientras se volvía hacia uno de los sirvientes. —¡Que lo llamen inmediatamente! —Su voz, normalmente apacible se había tintado con un toque de angustia al final. Desconocía por completo qué era de su lejano primo, residente igualmente del hogar ancestral. No tenía conocimiento del paradero de los demás miembros de la familia, había sido una temporada larga de ausencia y poca comunicación con los De Rune, cada uno ocupado a su manera. Normalmente no había tenido problema con lidiar con las situaciones sola, sin embargo en esta ocasión, la sola idea le ponía los pelos de punta. Si el mencionado no llegaba en los siguientes diez minutos, no tenía dudas de que iba a ser víctima de un colapso nervioso, o algo parecido. Permaneció inmóvil en su posición, haciendo un perpetuo contacto visual con el objeto de sus más profundos y oscuros miedos, esperando que Auxerre no estuviese en algún partido activo de Quidditch, y pudiese acudir a su llamado con urgencia. 

@Martin N Roses

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