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Prueba del Libro de Merlín - Julio


Asenath
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Asenath había conocido Hogwarts mucho tiempo atrás, cuando los guerreros Uzza habían pasado a formar parte de la Universidad ubicada en Inglaterra. Había tenido oportunidad de visitar las dependencias de la escuela mágica y darse el gusto de inspeccionar algunos aspectos que tan solo en libros de historia, una de sus aficiones, había conocido antes. 

Una cámara secreta, aulas en mazmorras, pasadizos, escaleras móviles, retratos… todo despertaba el asombro de la guerrera, quien provenía de una realidad muy diferente y, pese a su cultivada mente, no lograba visualizar hasta tenerlas en frente. 

Pero había un sitio en Hogwarts que la había atrapado más que todos los demás: la Sala de Menesteres. La atrapaba aquella magia que hacía que un día se encontrase mirando un cielo cargado de estrellas y al siguiente en una habitación rústica con un libro del que saber más. La había visitado cuantas veces pudo en su recorrido, intentando encontrar el mecanismo sin éxito. 

Aquello no había sido para ella una derrota, sino que había abierto aún más su mente, a sabiendas de que siempre habría más por descubrir y conocer y que nunca se lograba tener un poder absoluto. 

A aquel pasillo llegarían sus alumnas, de frente a un muro que, si sabían activar, pasaría a mostrarles el portal a su sitio de duelo. Allí todo comenzaría, producto de la imaginación de una o ambas, en el escenario que prefiriesen. 
 

REGLAS:

  • No existen los límites de tiempo entre respuesta y respuesta. Por tanto, la regla de hechizos impactados desaparece.
  • Duración del duelo: Del 17 al 27 de Julio.
  • Nos guiaremos por las reglas Nuevas de duelos existentes.
  • Lista de Hechizos (con especial énfasis en el Libro de Merlín)
  • Están prohibidos los Off y las ediciones. Consultas, dudas o sugerencias, al topic de Dudas.
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Salí del portal y caí al suelo, de bruces. Era un suelo de adoquines cuyo tacto era rugoso por lo desgastado que estaba. Por allá habían pasado miles de pies caminando día a día durante mucho tiempo. ¿Dónde estaría? Mi cabeza hizo un "click" que me decía que era un lugar conocido, aunque para cuando quise buscar entre los pliegues de mi memoria para buscar el nombre, mis ojos chocaron con una pared móvil.

Móvil no porque se moviera hacia algún lado sino móvil porque parecía estar llena de magia y, ante mi presencia, se convirtió en una antigua puerta de madera con refuerzos de hierro que, no sé porqué, me recordó una medieval. No sé, aquello era muy extraño. Me levanté y apenas me fijé en los arcos abiertos del pasillo, típicos de un claustro, con doble columna y capiteles florales. Si me hubiera fijado en el aspecto de todo lo que me rodeaba, me hubiera dado cuenta que estaba en Hogwarts, pero mi interés estaba en aquella puerta, que me llamaba como si tuviera cascabeles. Ahora que escuchaba... Se oían cascabeles.

Caminé deprisa hasta la puerta. Sin embargo, la abrí con mucha cautela, para lanzar una exclamación de sorpresa y abrir los ojos como platos. Delante de mí, tras las puertas, un espacio abierto en un llano de hierba poco cuidada, pisoteada y en muchos lugares arrancada por los cascos de caballos, me mostraba un lugar de lid, donde los caballeros lucían las mejores armaduras y enseñas en combate ante el público distinguido. En el centro de aquellas gradas de madera, muy concurridas, un gran palco bajo el que se refugiaban, con un toldo rojizo, unas figuras claramente reales, por las coronas. Sus vestimentas eran las típicas de los reyes antiguos. Parecían aburridos ante las risas del público, como si fuera un deber estar allá presentes mientras unos juglares, enanos y personas extravagantes hacían cabriolas y bromas en general. De allá salía el ruido de cascabeles, pues blandían lo que yo hubiera llamado sonajeros cuya finalidad parecía ser infundir diversión a los presentes.

Entré, por supuesto, soy demasiado curiosa para no traspasar la puerta. Pareció como si me sumergiera en un mundo antiguo que sólo había visto en filmotecas muggles. No sabía dónde estaba, pero era fascinante. No daba tiempo a mis ojos de mirar de un lado a otro, los lugares donde los herreros reforzaban petos agujereados, donde sanadores ayudaban a los heridos en las gestas, donde trovadores contaban maravillas de sus preferidos lidiadores, donde los guerreros montaban en soberbios caballos... Y por no hablar de los Reyes y toda la corte presente... Me sentía maravillada cuando la vi.

Era Excalibur. Imposible no reconocerla. Era la espada de mi familia, la Potter Black, la que había legado mi madre Antara Black a la mansión. Fue como un hechizo que me atrajo hacia allá, cruzando en medio de todos, alejando con rayos verdosos de mi varita hacia los que intentaban detenerme. Murmuré hechizos de repulsión a las sencillas lanzas que me tiraban aquellos ineptos, alguna ballesta intentó burlar mis escudos, fallando en herirme, un error que yo no cometí. Varios caballeros, paladines, palafreneros, caballos..., todos los que se interponían a mi paso hacia la figura real con la espada en el cinto caían bajo los rayos que salían de mi varita. 

Un hombre se interpuso entre aquella persona y yo y levanté la varita. Él levantó sus manos y vi la fuerza de energía que se formaba en ellas.

-- ¡Quieta, intrusa! En nombre de Merlín, no avances más.

-- ¡Merlín...! -- Paré mi avance para visualizar al culpable de la propagación de la magia en el Reino Unido, aquel humano, el único que había sido capaz de adquirir, por no decir robar, los poderes de los Uzzas egipcios y trasladarla al mundo occidental. Él , en cierta manera, era el culpable de que la magia se hubiera expandido por toda Europa y, posteriormente, América y otros países. Si él era Merlín, ¿serían aquellos reyes los famosos Ginevra y Arturo? -- Es un honor conocerle, Mago Merlín. Pero quiero esa espada. Excalibur es mía.

¿Estaba hablando con lógica? No lo sé, pero algo me decía que era mía, de siempre, su protectora. Toda mi vida había sido protegerla, mientras estuve en el bando de la Orden y ahora que ya no pertenecía a ella, seguía en mi mansión, escondida. Entonces... ¿Por qué no tenerla desde un principio? En un instinto que no sé porqué salió de mi interior, convoqué una marca y la noble calavera verdosa, con la serpiente entrando y saliendo por las cuencas vacías, lució en el cielo cubierto de nubes de lo que supuse sería el Londres antiguo.

-- ¿Hay por aquí una persona noble de corazón y pura de alma que quiera defender a sus majestades y a la Espada Excalibur? -- El vozarrón de Merlín se extendió por todo el terreno de lucha? Sonreí al reconocer que usaba un Sonorus. No me impresionaba aquel mago

Alguien salió a su llamada y arqueé una ceja. Por supuesto, tenía que ser ella. Darla...

-- Cara amiga... No debieras interponerte entre la espada y yo. Es mía. 

Pensé en un Obsistens. Aquella invocación no verbal funcionó perfectamente y, a mi alrededor, una aurea de color violeta me rodeó por completo, dejándome protegida de momento de cualquier ataque que intentara mi amiga. ¿Amiga? Sí, siempre sería mi amiga, a pesar de que nos enfrentáramos en aquel momento o en otro. Aunque nos matáramos. Amigas hasta el final. Porque una cosa no quita la otra, nuestros ideales no iban en contra de ser amigas desde hacia tanto tiempo y hasta el final.

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Darla había tomado la piedra convertida en traslador tras que Sagitas traspasara un portal, sus reflejos vampíricos le permitieron dar un salto al costado y evitar dar de bruces sobre la pelivioleta cuando esta cayó al suelo y ella misma casi “aterrizó” tras ser jalada como por ganchos desde su abdomen, siempre preferiría los portales o la aparición, ya lo sabía.  Antes de que pudiera ayudarla la ministra ya estaba en pie y la Potter Black, a decir verdad, estaba absorta en estudiar el lugar en donde habían aparecido de repente. No esperaba que tras pronunciar unas palabras llegaran tan rápido al desarrollo del duelo, por instinto guardó el traslador en el bolsillo de su pantalón y tomando el ópalo, el amuleto caudex, lo pasó por sobre su corazón un par de veces para activar la magia en su interior antes de engancharlo de nuevo en una cadena que llevaba al cuello con los amuletos de los libros.

La pelirroja observó la puerta hacia la que se dirigía su compañera, hubiera jurado no estaba hacía unos segundos, pero habiendo reconocido el tapiz de Bárnabas el Chiflado, ella solo se había concentrado en el hecho de que estaban en Hogwarts, no en fijarse que Sagitas se había movido tres veces frente a la pared hasta descubrir la puerta. Los sonidos que provenían desde el otro lado le recordaba historias que había escuchado o leído en el pasado. De hecho alguna vez había estado tentada de visitar con un fulgura nox para averiguar si todo era tan real como lo planteaban en los libros mágicos o películas muggles.

Dudo, era una locura, pero vio como la pelivioleta avanzaba sin frenos hacia un objetivo, Darla no podía distinguirlo con ella enfrente pero a duras penas pudo lanzar algunos hechizos para impedir dos cosas, que mataran a Sagitas o que ella matara a alguien. Los rayos verdes habían pegado contra diversos objetos y criaturas mágicas que interpuso entre ellos y sus destinatarios. ¿Qué demonios era lo que atraía así a la bruja que actuaba de esa manera?

Darla se detuvo al ver al hombre que se interponía ante ella y dudó. La respuesta de Sagitas la dejó helada. Un gemido escapó de sus labios al ver el morsmordre en el cielo, al menos estaba convencida que en esa realidad no aparecerían mortífagos, pero… Darla sacudió su cabeza y apuntó con su varita, no podía dejar que actuara en forma insensata. Estaban allí con un objetivo. ¿O no?

Miró a su alrededor, cuántas criaturas, humanos, objetos, por Merlín, cuánta magia. Y de pronto se dio cuenta, estaba avanzando varita en mano tras el llamado de Merlín. Por sus barbas, ¿en qué lío se había metido?

—No lo es —murmuró Darla e hizo una reverencia rápida a su compañera —es más mía que tuya, en mis venas corre la sangre de Antara y la de los oneroi —Darla sonrió —yo la vi primero —susurró con voz calma.

—Vara de Cristal —murmuró Darla tras ver la esfera de luz que protegía a Sagitas y de sus labios salió un nuevo murmullo, sentido sin dudas pero era lo primero que había pasado por su mente —Sectusempra —por el primer hechizo equipable del libro de los ancestros su varirta, Edelweiss, se había transformado en una vara de casi dos metro de alto, de un tono cristalino azulado y beige mezlca de las dos maderas que conformaban su varita, aliso y avellano y del color del dragón cuyo corazón había conformado el núcleo de la misma, un hocicorto sueco. La invocación podía inbuír de poder un rayo convirtiéndolo en efecto y es por eso que el verdoso rayo del sectusempra no había sido un rayo sino un destello verde al producirse el efecto sobre la pelivioleta. ¿Su duda? Una vieja discusión con un amigo, la bruja sabía que el hechizo Uzza no había podido en el pasado detener Fuegos Negros de grado tres, ni mortis ni varas de cristal y que en algunos casos sí había sido capaz de absorver necrohands y efectos pero ¿qué pasaba si el efecto era por equipación de una vara de cristal no detenible? ¿Caería Sagitas herida ante su hechizo o habría desperdiciado la ocasión? como fuere Darla inmediatamente pronunció su siguiente hechizo y éste también le dolió en el alma.

—Caudex —el efecto sería, en su opinión algo doloroso pero más por los recuerdos que por sí mismo, si antes Sagitas se había visto envuelta por una cúpula que la protegía, ahora se vería envuelta por una cúpula de luz que bloquearía su magia, volviéndola como un squib durante lo que en duelos era un turno, sabía que no podría volver a utilizar aquella magia, pero todo dependía del ahora —perdóname hermana —susurró dirigiéndose hacia Sagitas con gesto compungido, porque más que una amiga había sido en el pasado como una hermana y aún la consideraba así aunque fuera su tía.

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Yo sé que no odiaba a Darla. Mi amiga sólo había respondido a aquella llamada porque era así, fiel a sus ideales, leal a lo que ella llevaba mucho tiempo. La entendí, sin lugar a dudas, porque sabía que ella no tenía nada en contra de mí. Sólo eran unas circunstancias desfavorables que nos obligaban a combatir la una contra la otra. Igual me pasaba a mí, estaba muy molesta con sus palabras, sobre la propiedad de la Espada Excalibur, sobre que ella llevaba sangre de Antara y yo no.

-- ¡Pero yo me quedé con la mansión PB a su muerte! ¡Me la dejó a mí! -- respondí con los dientes apretados por la rabia, por recordarme que yo no era una hija legítima sino adoptada. A pesar de cómo me sentía, no la quería matar, no quería hacerle daño. Lo evitaría todo lo posible.

El aura violeta que me envolvía pareció temblar levemente ante su hechizo convertido en un efecto verdoso, al llegar ante mí. He de reconocer que la Vara era impresionante, era una hechicera de gran poder. Sin embargo, el Obsistens resistió aquella muestra de fuerza, inmune a su magia. Noté que abrí la boca y empecé a oír un sonido que me estremeció. Sabía lo que iba a decir aún antes que lo hiciera porque, al igual que yo, poseía el amuleto y ambas debíamos haber hecho el ritual de pasarlo varias veces por el corazón (bueno, al menos yo lo había hecho allá, al cruzar la puerta, antes de empezar el duelo; suponía que ella también. El aura desapareció y murmuré, de forma muy intuitiva, el Silencius, con el que anular su voz. Aquel efecto verbal no podía surgir de sus labios. Llegué a tiempo de que su voz no lo pronunciara.

Me tembló la barbilla. Se me ocurrió lanzarle unas Necrohands que la detuvieran, que la paralizaran, que me protegieran, o tal vez un fuego mal... No, era mi amiga, no podía hacerle daño. Tal vez era una mortífaga de pacotilla que nunca podría hacer daño a sus seres queridos, a sus familiares, a sus amigos... Muy a mi pesar, pensé que lo mejor era devolverle el mismo hechizo que ella no había podido pronunciar.

-- Caudex.

Era un efecto demasiado potente, durante un tiempo se convertiría en una squib. Lo odiaba, odiaba ese hechizo, así como odiaba aquel hechizo de sacerdotisa que me había hecho ver la crueldad de la Diosa de las Sacerdotisas de Avalon, aquel que mataba a su alrededor toda vida para pasar la energía al miembro del clan que lo usaba. Eran indignos.

Sin embargo, dentro de todas las posibilidades que tenía, era el que más efecto tendría en Darla sin producirle daño físico. El daño moral, a veces, tarda más en curarse, pero esperaba que ella lo entendiera. Al fin y al cabo, sabía, intuía, que era el que había querido usar conmigo momentos antes.

-- Lo siento, Darla. Ambas hemos abusado de este poder tan... rastrero. Espero que no me lo tengas en cuenta. Excalibur ha de volver a casa, a la Potter Black. No puede quedarse aquí. Pertenece, como bien dices, a Antara, a su mansión y, ahora, a su matriarca. No me obligues a seguir; no quiero causarte más daño del imprescindible.

¡¡Maldito Merlín!! ¿Por qué no había permitido que fuera uno de los caballeros presentes? Hubiera luchado con cada uno de los miembros de la Mesa Redonda, si fuera necesario, hubiera matado al mismo Lancelot de haber sido que se interpusiera en mi camino. ¿Por qué Darla? ¿Por qué ella? ¿Es que la Diosa oscura quería ponerme a prueba?

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Si algo había caracterizado a la Potter Black es que siempre había estado dispuesta a cometer las más grandes locuras por aquello que consideraba correcto. De hecho había cometido demasiadas en su juventud. ¿Acaso había aprendido? Aquí deberíamos intercalar una carcajada, porque la respuesta es no, la pelirroja amaba ponerse en riesgo. La verdad es que por amor y para no preocupar a su novio Seba no se había vuelto a arriesgar como antes en los últimos años, él había tenido que soportar que la llamaran traidora, aunque a ella no le hubiera afectado, sabía que él se desesperaba por verla bien.

—¿Cuál de todas las que tuviste que reconstruír? —lanzó como respuesta Darla, recordando que ella se había tenido que alejar de su familia —ella debió tenerme en cuenta... más luego de confiarme algunos de sus secretos —masculló entre dientes recordando la última vez que había hablado con Antara.

En el pasado Darla estaba segura que la vara de cristal hubiera podido enfrentarse a un obsistens pero obviamente las enseñanzas aprendidos tantos años atrás podía haberlas olvidado darlo su falta de práctica. Sin embargo no supo con qué insultó más, si con la falla del efecto o con el hecho de que la pudiera silenciar. Sus ojos se centraron con un dejo de ¿odio? No, molestia más bien, detestaba que las cosas no funcionaran. “Eres muy arriesgada” le había dicho un conocido y ella solo pudo responder que sí, y si conocía la historia de los guerreros japoneses de la segunda guerra mundial, aquellos “kamikaze” no todos morían, casi ninguno de hecho, la mayoría habían sido magos que habían desaparecido de sus naves antes de estrellarlas, ella era igual, pero más como un muggle, se estrellaba dentro de su nave. Quizás por eso mismo, aún sin estar del todo segura de que el efecto funcionara la vampiresa lo pronunció en ese momento.

—Expavescerent —pronunció con calma haciendo que de su vara de cristal (¿) surgiera una pequeña chispa que anuló el efecto del hechizo que Sagitas acababa de pronunciar impidiendo que se volviera a utilizar en el duelo, claro que ya ambas lo habían intentado y lo habían consumido pero, bueno, es lo que había.

Al menos Sagitas no había tenido que utilizar el vulnera sanetum para curarse del sectusempra, pero eso no significaba que ahora no tuviera que defenderse de su próximo hechizo.

—No, Excalibur pertenece aquí, y ahora, no te llevarás ésta Excalibur —subrayó Darla, había sentido por un momento el efecto de perder la magia y había recordado cuando Seba siempre prefería llevar solo una vida a lo muggle, bueno, si el expavescerent hacía efecto revirtiendo el caudex iría bien, si no, pues ni modo, debía intentarlo igual, pensaba la pelirroja, Arena del hechicero, pensó Darla, probando si el efecto de los huesos cristalizados del mago muerto por fuego mágico dejaban ciega a la pelivioleta, incapacitándola para realizar hechizos que requiriesen puntería por un par de turnos. ¿Haría efecto? No lo sabía, pero no podía dejar de intentarlo.

—No pertenece a nadie más que a la actual Dama del Lago y a quien ella se la permita usar y no eres tú, te lo aseguro amiga mía —aunque sabía bien que tampoco era ella pero no podía permitirse el lujo, Sagitas estaba equivocada y ella se lo iba a demostrar.

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Me tembló la mandíbula al sentirla hablar de los secretos que mi madre Antara podría haberle dicho a ella, ¿sería cierto que tenía mucha más confianza en ella que en mí? Darla no tenía porqué engañarme. Podríamos enfrentarnos por nuestras ideas, por nuestros intereses, pero siempre con la verdad por delante. ¿Por qué me iba a mentir? Era más probable que fuera cierto, entonces..., a saber cuál fue el motivo por el que la ex-matriarca me cedió los derechos de la mansión y sus pertenencias. 

Dolió, sí, pero estaba segura que, a pesar de lo dicho, mi madre confiaba en mí, pese a que tuviera conversaciones secretas con mi sobrina. En realidad, Darla tenía razón, yo había destruido muchas mansiones y mi amiga siempre había estado ahí para ayudarme. Tal vez hubiera sido mejor que ella hubiera sido la matriarca. Me mordí el labio inferior con fuerza, hasta el extremo que sentí el sabor a sangre antes que el dolor. 

Merlín se levantó de repente de su sitio y, con el rabillo del ojo, le vi decir algo. Me mantuve ojo avizor, pues no me fiaba nada de aquella figura. Por algo, aquel mago británico había conseguido tener un sitio entre los crípticos Uzza y uno de los libros llevaba su nombre; el más poderoso, al menos desde el momento que conocíamos. ¿Quién sabía si los uzzas mantenían más magia oculta que no deseaban compartir con nadie?

Mantuve el rostro firme mientras noté que Darla perdía su magia enfrente a mi poderoso hechizo. Me enfadé conmigo misma por eso; ahora mismo, yo no era mejor que aquel odioso Inquisidor que quería quitar la magia en el mundo, eliminar a los magos de la tierra. Yo era una maldita ofensa como él, cometiendo tal atrocidad. ¿Cómo es que los Uzza tenían tal poder?

Noté que Darla, aún sin creerse que hubiera sido capaz de dejarla sin magia, intentaba un movimiento. Sentí pena, por ella y por mí. Levanté la varita y noté que los paladines que estaban cerca, soltaban gritos en contra de mi, como si creyeran que podía matar a mi oponente. Ahora que lo pensaba, sí, aquello sería lo sencillo, lo lógico, matarla, deshacerme de ella y quedarme con la espada...

Nadie contaba que no pretendía matarla. Yo no mataba sin motivo y si podía evitarlo, no por nada especial ni por ideales sino porque creía de siempre que sin un motivo justificable, nadie merecía morir. Y porque sabía que la Muerte no era el final, pues como Nigromante había visto mucho más allá de la vida y la muerte. No, no iba a usar un hechizo mortal contra mi amiga.

-- Expeliarmus -- A pesar de negarme a matarla, no podía dejar que ella siguiera atacándome, lo mejor era alejar su varita unos cinco metros de distancia, no daría para más, pero sí lo suficiente como para que no la tuviera cerca.

La luz roja resplandeció en el aire, acercándose a su mano y pegándole con tal fuerza que conseguí arrancarla de ella. De repente, sonreí. Aquellos ineptos habían estallado en gritos de miedo y sorpresa al ver el rayo de luz saliendo de la varita.

-- Pertenece a la Dama del Lago, sí, pero... Lleva años muerta. Quiero la espada, la llevaré a su tumba y la pondré sobre su efigie. Antara se merece tener a Excalibur cerca -- le contesté (suponiendo que ella me estuviera oyendo o rabiando por dentro, me escucharía). Pensé que una Maldición sería divertido y por ello le lancé ese efecto, con la esperanza de oírla hablar de forma confusa. Sí, había prometido no matarla, no herirla, pero burlarme un poquito de ella, no, eso no lo había prometido.

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Este duelo amerita un análisis (si bien las respuestas a las dudas están siendo elaboradas:

S:   Obsistens
D : Vara de Cristal - Sectusempra (impacta en la defensa)
S:  Silencius
D Caudex -Silenciado 
S: Caudex
D :  Expavescerent -No sale al no contar con magia para realizarlo
S:  Expeliarmus 
D :  Arenas del Hechicero  -No sale al no contar con magia para realizarlo

S: Maldición 

Felicito a ambas por haber intentado aplicar los hechizos del libro y mantener un rol tan llamativo. 
Saludos.

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