Jump to content

^ High Flights ^ (MM B: 87651)


Mackenzie Malfoy
 Compartir

Publicaciones recomendadas

http://i.imgur.com/4gxgTI0.gif

Misión Ministerial

 

La cara que tenía era bastante de mala lechue, parecía a punto de estallar, pero me callé, básicamente no porque fuera mi tía, o la directora misma, sino porque no quería tener bronca ya ese mismo día. Pero la ira se me estaba acumulando y eso era bastante peligrosa. Negué con la cabeza y quité los pelos o parte de ellos que se me habían pegado a la cara. Refunfuñando y soltando improperios. Iba a seguir hablando pero Hayame y Sagitas cómo hermanas que eran, ya estaban dispuestas a tener bronca, o eso parecía. Me gustaban mucho esas riñas, pero cuánto más lejos mejor, básicamente para que no se me cayera ninguna cosa rara en la cara, cómo había pasado en la "Floristería de las Tres hermanas".

 

-¡Ni siquiera me diste tiempo a decir nada más y tuve que apurarme! -Protesté mostrando mi enfado pero con "suavidad".

 

Salí del agua sintiendo toda la ropa completamente empapada, y no sólo eso, la sentía cómo si tuviese en el cuerpo un kilo de piedras en cuánto poco a poco me iba acercando a la orilla y Xell hablaba con Sagitas. Sonreí siempre estaba preocupada por los animales y más cuando eran mágicos como los gnomos, siempre me recordaría a mi tía de pelo violeta, que también era muy protectora.

 

La "Dire" habló y al parecer encontró la hierba que estábamos buscando. Lo que desconocía por completo era la historia de esa planta. Solté una risilla al ver cómo en esa época, los muggles no daban más de sí.

 

-Hayame, no digas esas cosas mujer. Tú eres la más legal del mundo -menudo peloteo estaba haciendo. Pero es que tampoco había visto hacer nada malo, tan sólo travesuras. Me encogí de hombros:

 

-Además, yo poco te conozco pero eres genial -dije abiertamente y con una gran sonrisa.

 

-Eso te pasa por tocar las plantas sin protección. Parece mentira siendo sacerdotisa -y solté una carcajada. Ahora me preguntaba sobre los guantes. Los había tenido durante todo el tiempo que estaba en la mansión, pero no recordaba dónde los había dejado. Miré mis manos y solté un gran:

 

-¡Merde! ¡Seré boba! -solté con una gran carcajada- mira, los tenía puestos yo, espero que por lo menos te sirvan -le dije, sacándolos y dándoselos.

 

-Me temo que lo hemos cabreado un poco, espero que Xell intente tranquilizarlo -comenté- luego estoy contigo si quieres prima y charlamos un rato en cuánto recogamos la belladona y la llevemos a la clínica -le comenté sonriente.

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Estaba decidida a no meterme porblemas ajenos, así que me dirigí hacia el árbol y exclamé con pena, poniendo las manos en la corteza.

 

- ¡Oh, pobre arbolito! - Era muy grande para ese término. - Mackenzie Malfoy debería castigarte por lesiones a su flora. Es más, no debería dejarte volver a pisar esta isla paradisíaca. Creo que debería conocer los destrozos que causas cada vez que llegas a este pacífico lugar.

 

No me importaba lo que pensara la tía Sagis, el pobre arbolito tenía hojas caídas que no iba a recuperar y ramas casi partidas. Acepté la ayuda del elfo, Harpo era bueno, lo había demostrado más de una vez. Traía vendas y pociones que servirían para humanos; no estaba muy segura que el díctamo sirviera en una rama. La savia suele tener propiedades diferentes a la sangre.

 

Le di la espalda a la tía, para figurar que no oía que se habìa picado con la Belladona. ¿Se le dormían los dedos? Le estaba bien.

 

- Hola, tía Hayame. Bonito color de pelo. - Lancé un suspiro al ver que una de la rama estaba retorcida y goteaba un poco de resina. - Esa criatura es un gnomo, a quien le hablaba bien de ti antes de que arrollaras su casa con el autobús.

 

Tenía una voz muy crítica, tal vez demasiado, pero yo quería paz y relajarme en la naturaleza y ella había roto aquella tranquilidad con su aparición desastrosa.

 

- Yo también creo que la tía Hayame es más legal que la tía Sagis, estoy segura, prima Heliké - y le saqué la lengua. Como estaba de espalda, no lo vería. Además, ya no era mi directora, sólo la tía que me podía mandar a dormir a los jardines, cosa que yo creía maravillosa, ahora que hacía tan buen tiempo y habìa pájaros anidando. - Coincido contigo, la tía Hayame es genial.

 

Tomé hierbas de hiedra que Harpo me ayudó a anudar en trenzado. Con las mismas, fui recomponiendo la rama retorcida, usé las misma hojas caídas que adherí con su propia resina. Después la vendé y la sujeté con los hilos de hiedra trenzada. En una semana vendría a ver si se podían quitar, si se había regenerado la herida.

 

Después seguí con el resto de ramas, mientras el gnomo, perdido el miedo, se ponía a mi lado y me pasaba trocitos de hierbas y hojas. Trabajamos en equipo y estuvimos un rato los tres, Harpo sostenía las vendas y enderezaba las ramas, hasta que el árbol pareció estar arreglado. Después me volví hacia Heliké.

 

- ¿Por qué necesitáis la Belladona para la clínica? ¿Ha pasado algo?

YyV85FY.jpg

7sfPjxW.gif NiqQIUZ.gifidFgtQA.gif

 

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

http://i.imgur.com/IHGtlB1.gif

 

Jooo, Heliké ya protestaba, de que apenas le había dado tiempo y que la culpa era mía. Me crucé de brazos ( y eso que no sentía ya dos dedos de la mano) y le di la espalda.

 

-- Haberte dado más prisa -- le susurré, con peligro, porque sabía como se las gastaba cuando estallaba. -- ¿Trajiste o no los guantes? -- le contesté enfadada. ¿Qué tendría que ver que fuera sacerdotisa para que no me acordara que aquella planta era sedante? ¿A que le recordaba como era de buena sacerdotisa y le hacía caer un relámpago sobre su cuerpo mojado?

 

Pero me retuve y solté una frase más acorde a mi grado ministerial.

 

-- Es mi deber probar yo primero antes que exponer la vida de mis empleados -- dije, aún con los brazos cruzados, haciéndome la importante. Si colaba, colaba.

 

Traía los guantes puestos y chorreando. Menos mal que la piel de dragón no se moja así como así y las gotas de agua resbalan en la grasa especial de sus escamas... Encima tenía que soportar las quejas de Xell por el árbol y por el gnomo enojado. Solté aire, agotada, antes de volver la cara a Heiké.

 

-- Anda, ya que los llevas puestos, corta las hojas que más puedas, yo..... -- vi la mochila de Xell y sin su permiso vacié lo que llevaba dentro en la tierra. -- Te doy esta mochila y la llenas, y apreta todo lo que puedas para llenarla a lo máximo. Hayame ¿tú también puedes recoger algunas e ir llenando alguna bolsa? Necesitamos muchas.

 

Me acerqué a Xell, Harpo había traído díctamo y mojaba algunas gasas para ir aplicando en las astillas salidas de las ramas. Tomé una y la puse en el dedo pinchado.

 

-- ¿Necesitas ayuda? -- dije, finalmente, a Xell. Se le notaba la calidad de sacerdotisa que llevaba dentro -- Nos hemos quedado sin pociones desmemorizadoras y tenemos un montón de muggles ingresados a los que hay que modificar la memoria. Así que le estamos rob... tomando estas plantas salvajes que crecen por aquí. Mackenzie nos lo agradecerá. Espera, Xell. Apreta algo más aquí...

 

El gnomo se escondió tras ella al ver que me acercaba.

 

-- Esta rama no aguantará el viento, necesitaríamos ponerle un puente de madera, ¿no hay alguna rama seca por el suelo? Nos vendría muy bien.

 

El gnomo me dió un golpe en la espinilla que estuve a punto de devolvérsela, el muy.... ¡Ay, no, qué mal pensada! Me estaba dando una rama.

 

-- Gracias -- le dije, cuando me agaché a recogerla. -- Xell, pon un pongo más de díctamo, esta rotura es profunda y por aquí se le escapará la savia, con lo que las hojas se secarán si no lo unimos bien. Así, bien.... Ahora la rama, aquí, por el lado contrario de la rotura para que coja más fuerza. Ahora, las vendas.... ¡Estupendo!

 

Miré el árbol y algo por dentro me hizo sentir mal. Me acerqué a él y lo abracé, intentando unirme a su espíritu vegetal.

 

-- Lo siento, no quería herirte. Vendré seguido a ver si mejoras, porque me siento muy culpable por lo sucedido. A la vuelta conducirá Harpo para evitar accidentes.

kNTUx8c.gifsf6Sw.gifHdDMuO2.pngXXBPo79.gifKRLtVZp.gif

D69M3Vr.jpg

  tOWLU4S.gif  KhGckEc.gif.6e9b2b71e2797bafac6806b66df1d1b0.gif     Icr0JPz.gif

0jsC0dL.pngWliKSjc.pngckkcxVm.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Notaba el aura del árbol. Parecía agradecido, notaba que le gustaba la ayuda que le estábamos dispensando. Entre Harpo, el gnomo y yo, conseguimos arreglar todos los desperfectos de la rama. Me sorprendió que la tía Sagis se acercara a nosotros y nos ayudara.

 

- No nec... - iba a decirle que no necesitaba ayuda, pero por la prontitud que tomó la situación y enderezó una de las ramas, se encargó de la casi rotura como si lo hiciera todos los días. Descubrí ahí su aura, se aclaraba, se estaba comportando como una gran suma sacerdorisa, no podía evitar el ordenar y que le obedeciéramos. Sobre todo, se notaba que estaba bien hecho lo que hacía, que era una experta.

 

Siempre quise ser como la tía Sagitas y como la tía Cye, las dos más grandes sumas sacerdotisas qeu yo había conocido. Por ello me sentí orgullosa de mi tita y le ayudé en todo lo que pude.

 

- ¿El díctamo ayudará, tía?

 

La dejé hacer y cuando la vi agarrarse al árbol, me sentí orgullosa. Me agarré al árbol con ella, tocándola las manos.

 

- Gracias, árbol, por darnos la vida que necesitamos cada día. Curarás pronto y volverás a ser el gran árbol que fuiste antes del atropello.

 

Sentía la unión de las dos sacerdotisas con el árbol. La unión de la Naturaleza. Después, le pregunté a tita Sagis.

 

- ¿Puedo volver a casa con vosotros? No tengo ganas de aparecerme.

YyV85FY.jpg

7sfPjxW.gif NiqQIUZ.gifidFgtQA.gif

 

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

http://i.imgur.com/4gxgTI0.gif

Misión Ministerial

 

Enseguida Xell y Sagitas se preocuparon por el árbol mientras que la segunda me pedía que recogiese yo la Belladona, entrecerré los ojos, enfadada. ¿Y para eso me hacía sacarme los guantes? Volví a ponérmelos de nuevo, y miré sorprendida como mi tía de pelo violeta cogía la mochila de Xell y la vaciaba.

 

-No cuela Sagitas -comenté haciendo un mohín de disgusto.

 

-Sabías de sobra que había que coger la belladona y que hay que emplearla con cuidado. Haber traído guantes de la clínica -solté, un poco enfadada.

 

Sonerí al ver el comentario de nuestra directora con respecto a las plantas:

 

-Bueno, podemos decir que no necesitará ovejas para hacer una limpieza por ésta zona -y solté una risilla- además casi nadie usa la belladona, al menos en su estado natural..

 

Me dirigí a mi prima que ya había sido informada por Sagitas:

 

-Lo siento prima, siento manchar tu mochila, en cuánto la vaciemos, la lavo y te la devuelvo nuevecita -le dije con una sonrisa y un poco culpable.

 

Con los guantes de piel de dragón por lo menos no tendría peligro de picarme. Pero recordando la receta para la poción de olvidar, me dirigí a mi tía.

 

-Tía Sagitas -Llamé mientras esperé a que terminase su trabajo.

 

-Por si acaso, voy a coger valeriana y muérdago, espero poder encontrarlo por aquí -comenté- aunque sea una poción para desmemorizar, prefiero tener todos los ingredientes... -y recordé- ¿Hay "Agua del Río Lethe" en la clínica? Digo, para añadirlo al final -me encogí de hombros- es uno de los ingredientes fundamentales para hacerla bien -informé.

 

-Por mí no tienes problema Xell -le dije con una sonrisa- pero ten cuidado con los volantazos de quien lleve el autobús -solté con una risotada.

Editado por Heliké Rambaldi Vladimir
Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

http://i.imgur.com/IHGtlB1.gif

 

Si me hubiera encontrado a Xell en una taberna no me hubiera sorprendido tanto como el encontrarla en aquel lugar tan lejano y, además, ajeno a mis negocios. Pero los dioses siempre tienen motivo para todo. Y allá estaba la explicación. Nunca vi tanto cariño y tanto calor interno en una sacerdotisa para las plantas. Y mira que a mí me gustaban, pero en cuanto Xell agarró al árbol, puso su cara contra su corteza rugosa y le susurró palabras tan tiernas, sentí el fluir de la energía de la tierra viva en torno al árbol y a nosotras dos, pero yo estaba segura, lo noté, que en realidad aquella terrible fuerza se debía a ella. Por mucho que yo fuera suma sacerdotisa, estaba segura que ella había conseguido contactar mucho mejor que yo con el espíritu del árbol. Tal vez el hecho de que yo lo hubiera roto "un poquito" no ayudaba.

 

Así que en cuanto acabó la ceremonia de renovación de la fuerza interna del árbol, tan pronto como empezó, incliné mi cabeza hacia ella y le saludé con respeto.

 

-- Mis elogios, hermana. Un rito majestuoso digno de una gran sacerdotisa.

 

Pero vale, una cosa es que la alabe y otra que se crea que le voy a poner una tumbona y a abanicar mientras toma el sol. Me di media vuelta y me encaré con Heliké.

 

-- ¿Qué, protestona? ¿Ya has recogido todo lo necesario? El muérdago no es tan potente si no está seco -- refunfuñé, para dar la imagen de una mujer sabia en pociones. -- ¿Nos podemos ir ya? Claro que tengo agua de ese tipo, ¿qué clase de clínica crees que dirijo? ¿Una de segunda? Es muy buena y tenemos de todo.

 

Vi la mochila de Xell llena de Belladona; carraspeé.

 

-- Bueno, de casi todo. Bueno, si encontramos a Hayame, podemos irnos ya. Y te llevamos a Diagon, sobrina. Y conducir.... Mejor, conducirá Harpo, que yo estoy cansada de tanto recoger hojas.

kNTUx8c.gifsf6Sw.gifHdDMuO2.pngXXBPo79.gifKRLtVZp.gif

D69M3Vr.jpg

  tOWLU4S.gif  KhGckEc.gif.6e9b2b71e2797bafac6806b66df1d1b0.gif     Icr0JPz.gif

0jsC0dL.pngWliKSjc.pngckkcxVm.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

http://i.imgur.com/4gxgTI0.gif

Misión Ministerial

 

Hice girar mis ojos mientras escuchaba a Sagitas alabar a su "hermana de sacerdocio", mientras yo recogía y llenaba el espacio de la mochila con las hierbas que necesitábamos en esos momentos. Creía que teníamos suficiente, para preparar al menos diez litros de poción desmemorizadora y nos hacía falta. Después de guardar lo que necesitábamos, cerré la mochila con dos cuerdas que tenía, vi las cosas de Xell esparcidas por el suelo y me dio pena.

 

-Prima, perdona, nuestra tía es así de delicada...

 

Tomé uno de los bolsillos de la mochila y con un encantamiento extensor hice que así, cogiesen más cosas, con cuidado los fui metiendo en su interiror. Cuando hube realizado mi trabajo, guardé la varita en el bolsillo delantero.

 

-Más te vale tener de todo -dije entrecerrando los ojos a causa de lo que me había dicho de la clínica- ten por seguro que prefiero tu hospital al ministerial, hay más confianza y ahí tengo mi historial -le comenté con una sonrisa.

 

-Yo por mí sí, podemos irnos cuando quieras -asentí con la cabeza y puse el "saco" al hombro para demostrarlo- estoy de acuerdo, confío más en el elfo que en... -me callé, porque seguro que me iba a ganar una buena reprimenda.

 

-Pues, cuando quieras, vámonos ya -dije suspirando y algo "cansada".

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

http://i.imgur.com/IHGtlB1.gif

 

Entraba en el autobús del Ave Fénix cuando me volví a Heliké:

 

-- ¿Qué has querido decir conque soy delicada? Es cierto, soy muy frágil, me tenéis que tratar con cariño y quererme. O te vas volando como un murciélago, en vez de en un asiento.

 

Hice ademán de sentarme en el asiento del volante pero Harpo fue mucho más rápido que yo, así que arrugue el morro y fruncí el ceño, sentándome, protestando, en el asiento detrás de él, dispuesta a observar todos sus errores y no dejarle ni uno.

 

-- Venga, Xell. Y tú, Hayame, que nos vamos.

 

Cuando estuvieron las dos dentro (dejé entrar también a Heliké, no soy tan mala), Harpo retrocedió con una lentitud pasmosa y salimos volando de vuelta a Santos Mangos.

kNTUx8c.gifsf6Sw.gifHdDMuO2.pngXXBPo79.gifKRLtVZp.gif

D69M3Vr.jpg

  tOWLU4S.gif  KhGckEc.gif.6e9b2b71e2797bafac6806b66df1d1b0.gif     Icr0JPz.gif

0jsC0dL.pngWliKSjc.pngckkcxVm.png

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

http://i.imgur.com/4gxgTI0.gif

Misión Ministerial: salida

 

-Que no tratas las cosas con cuidado -dije susurrando para evitar que me diese una colleja.

 

-También puedo desaparecerme -solté entrecerrrando los ojos. Aunque, tan sólo esperaba calmarme un momento y mientras subían los demás al autobús, esperé de última, cuando todos ya estaban en su interior me adentré en el. Suspiré esperando a que al menos dejase a Harpo conducir...

 

Tal y cómo esperaba el doméstico hacía lo mejor que podía, a pesar de que ésta vez al parecer Sagitas le había dejado guiarlo por todo el lugar hasta llegar a la clínica Santos Mangos. Hubo momentos en que pensé que el transporte se inclinaba peligrosamente hacia la derecha... Sobre todo cuando daba mal las curvas.. Pedía a todos los seres espirituales que nos protegiesen hasta llegar a nuestro destino final, sin un hueso roto.

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

  • 4 meses más tarde...

Caía la nieve. Un grueso manto blanco se había ido acumulando sobre las altas cumbres de High Flights, después de tres días de intensas nevadas. Eran las primeras de aquella temporada y habían llegado con fuerza, anticipando el invierno que corría raudo para alcanzar a un otoño blanco y marchito, vencido ya por los fuertes vientos, la escarcha y el persistente frío.

 

La mujer descendía por la montaña, apoyada en un largo cayado de cristal, tan límpido y brillante como el hielo al amanecer. Sus pequeños pies apenas dejaban unas sutiles huellas sobre el inmaculado manto de nieve y tan pronto como avanzaba un paso, el viento helado hacía girar los copos apenas levantados, borrando cualquier rastro de su paso. El viento, la nieve y la mujer eran viejos amigos. Se conocían de largo. Tal vez hacía un par de milenios, quizás eones, desde que sus caminos se cruzaron por primera vez. ¡Quién podía saberlo! Toda memoria de aquel primer encuentro se había borrado. El contacto, la cercanía, el conocimiento mutuo persistían, en cambio.

 

La soledad pintaba la mañana de abandonos. El sol, ausente de un firmamento gris y plomizo, quizás cortejara dulces amaneceres allende las montañas. Pero no allí. No había fuegos que calentaran los cansados pies descalzos de la mujer que avanzaba sin pausa ni descanso, ni mucho menos un refugio, una choza, cualquier lugar, en donde refugiarse de la nieve. Quizás más abajo, en el valle, una familia repleta de críos se sentara, en aquel preciso momento, junto a la chimenea del hogar a desayunar tortitas y café caliente, pero no allí, en mitad de las alturas nevadas, donde no había casas, ni hombres ni mucho menos niños. Tal vez allá abajo, en donde empezaban a nacer los árboles y líquenes, el viento susurrara entre las ramas, mientras un coro de aves daba la bienvenida al nuevo día. Quizás incluso se oyera, de vez en cuando, el feroz rugido de alguna fiera o de una imponente criatura, desperezándose con las claras del día. Pero no allí, en los picos más elevados, en donde sólo la soledad, a solas, rugía.

 

 

******

Alfred apenas había dormido. Con la llegada de las primeras nieves, hacía tres días, el Parque Natural de High Flights se había llenado de insidiosos turistas, que nunca habían puesto un pie en una montaña, pero a pesar de ello o quizás, precisamente, por causa de ello, estaban deseosos de ponerse unos skies, alquilar el más veloz de los trineos o dar un paseo en un veloz granian por los ventisqueros o, incluso, acercarse, por su cuenta y riesgo, hasta los glaciares, dispuestos a fotografiar dragones y quimeras. Por si tal avalancha de inexpertos, pero entusiastas montañeros no fuera suficiente, el temporal había provocado no pocos problemas que el encargado de High Flights había tenido que resolver. El día anterior, por ejemplo, una cría de dragón había provocado el pánico, escupiendo fuego sobre un glaciar y provocando un alud de nieve que había dejado atrapados a un grupo de turistas. El rescate se había prolongado hasta bien entrada la noche y cuando por fin creyó que podría echarse a dormir, había sonado aquella extraña alerta, que avisaba cuando alguien se internaba por descuido en alguna zona peligrosa.

 

Arial, un magnífico thestral persa, cabeceó incómodo. La nieve no le gustaba y no paraba de caer. Alfred sujetó las riendas con fuerza y decidió que sería mejor descender y seguir a pie. Llevaba más de dos horas recorriendo los picos más altos del parque, pero allí no había nadie. El dispositivo que se había disparado se encontraba en lo más alto del parque. Allí no era posible llegar a pie y aparecerse, sin conocer la zona, resultaba muy peligroso, pero nadie había alquilado aquel día criaturas aladas. Al principio, Alfred había pensado que quizás Mackenzie hubiera llegado de sorpresa, pero aún así y a pesar de que no había dormido, solía ser diligente en su trabajo, por lo que salió a mirar si alguien se encontraba en apuros, perdido en las montañas, en mitad de un temporal de viento y nieve.

 

Descendió en la montaña, entre un manto de nieve virgen, y acarició a Arial en el suave lomo azabache, mientras le ordenaba en un cálido susurro que regresara a casa. Arial lo miró una sola vez, indeciso, antes de empezar el descenso, cuando Alfred asintió haciéndole un gesto de despedida con la mano. Alfred se subió la capucha de la capa y comenzó a andar. Allí arriba hacía mucho frío para quedarse parado.

 

Caminó durante horas entre la densa nieve. Atento a pisadas que no vio o a sonidos que no escuchó. La soledad era tan espesa allá arriba que Alfred se olvidó hasta de su propia presencia. Por un momento, creyó ser el propio viento, deslizándose suavemente entre la nieve. Si en algún momento dejaba de andar, perdido en la inmensidad blanca y gris que lo rodeaba, casi podía sentirse a sí mismo como un copo más entre millones de millones de minúsculos copos, iguales, pequeños, silenciosos y solos.

 

*****

 

No la vio llegar. De pronto, se volvió, y allí estaba ella.

 

Era gris. No, era blanca. No, era nieve. Sí, era nieve y era viento y era mañana. Una mañana marchita y reseca de otoño, quizás ya, del propio invierno. Confundido, miró alrededor, en busca de sí mismo. ¿Dónde estaba? ¿Se había perdido? ¿Quién era? ¿Era Alfred, el encargado de High Flights, o era tan sólo un copo de nieve mecido al viento? ¿Cuánto tiempo había estado deambulando en la nieve? Le costaba razonar sobre esas cosas, mientras ella lo miraba fijamente, ladeando levemente la cabeza, como evaluándolo. Sus ojos grises tenían algo hipnótico, como los de las ninfas y lo miraban, desde un rostro surcado de arrugas, con una sabiduría que parecía traspasar todas las cosas. Su tez era pálida y sus cabellos blancos estaban recogidos en un complejo entrelazado de hojas y flores. Era alta, pero tenía el porte encorvado y se apoyaba en un cayado tan hermoso que Alfred no pudo reprimir un gesto de sorpresa al verlo. Era de un cristal tan vivo, que casi parecía hielo. Entre sus pequeñas aristas, se filtraba un prisma de colores que lo hacía brillar y resplandecer en medio de aquel cielo plomizo.

 

- ¿Quién eres? -Preguntó Alfred, apenas recuperado de su aturdimiento y consciente de que una mujer tan anciana no podía estar allá arriba. Pero allí estaba.

 

La mujer sonrió. Una leve sonrisa, casi una mueca. Había tristeza en su mirada.

 

- ¿Yo? Sí, supongo que te refieres a mi. No hay nadie más aquí, ¿cierto? -miró a su alrededor, señalando con su cayado la solitaria inmensidad cubierta de nieve-. Pues supongo que deberías de saberlo o tal vez no. Quizás tu no. En fin...

 

Movió la cabeza, con gesto de desaprobación, y comenzó a andar delante de Alfred. Atónito, éste se puso en marcha tras la mujer. Iba a gritarle que tuviera cuidado, que poco más allá empezaba una ruta a través de peligrosos ventisqueros, cuando oyó a la mujer contestar, por fin, a su anterior pregunta.

 

- Soy la Navidad -afirmó la mujer de espaldas a Alfred y sin parar de andar. Y en su voz no había otra cosa que un claro tono de resignación.

 

*****

Si pensáis que Afred se sorprendió al oír a la mujer o que quedó aún más aturdido de lo que estaba o, por el contrario, que llegó a creer en las palabras de la mujer, es que no conocéis a Alfred. No, Alfred no la creyó. De hecho, bastaron sólo aquellas tres palabras para sacar a Alfred de su aturdimiento y devolverlo a la realidad. En lugar de confundirlo, aquellas palabras fueron para Alfred toda una revelación. Por fin tenía claro lo que estaba pasando: no había dormido, llevaba horas deambulando solo por las alturas nevadas, en donde el oxígeno no abunda, sin usar ningún encantamiento y se había aturdido un poco. Pero al menos había encontrado a la persona que había hecho saltar el dispositivo de alarma y, desde luego, aquella anciana no estaba muy bien de la cabeza. Había tenido suerte de no despeñarse o sufrir cualquier otra clase de accidente, pero sólo era eso, suerte. Y tal vez también ese cayado de cristal que llevaba. Tenía pinta de ser toda una reliquia mágica. De esas por las que Mackenzie solía perder el culo.

 

Nuestro querido Alfred llegó en aquel preciso momento en que la anciana se anunció a sí misma como la Navidad, a la feliz conclusión de que sólo tenía que llevar abajo a la anciana, sana y salva, a ser posible, en donde una caterva de nietos la estarían ya echando de menos, dispuestos a comerse a besos a tan entrañable y loca abuelita. Simple. Al menos podría echarse unas horas y dormir hasta el mediodía. Con aquel temporal no habría salidas.

 

Alfred casi estuvo a punto de echarse a reír de puro alivio, al ver que todo se reducía a típicos problemas de demencia senil. Obviamente, no lo hizo. Así que alcanzó a la abuelita dispuesto a agarrarla de aquella preciosa capa de armiño blanco, que debía haberle costado sus buenos galeones, para desaparecerse con ella, rumbo a la seguridad conocida y cálida del hotel de High Flights.

 

 

 

*****

- ¿No me crees? Bueno, era de esperar -comentó la mujer, apartándose de las manos de Alfred con un movimiento ágil y rápido que lo dejó desconcertado. Aún así, Alfred no se amilanó.

 

- Sí te creo, buena mujer. Claro que sí. Es sólo que hace frío y no sé tu, pero yo apenas he dormido. Si te parece, vamos abajo y me cuentas eso de que eres la Navidad, al calor de una reconfortante chimenea. ¿Te parece?

 

- Nanay. -La mujer frunció levemente los labios, contrariada-. ¿Quién te dice que quiero bajar? Me gustan las montañas. Todavía no es hora de bajar. No señor. ¡Vamos! El viento no tardará en arremeter con fuerza. ¿No lo oyes? Hay una cueva un poco más allá, estaremos bien.

 

Alfred comprendió que aquella mujer no iba a ser fácil de convencer. Terca, además de loca. Contrariado, trató de agarrar de nuevo a la mujer, preparado para desaparecerse con ella. Conocía lo suficientemente bien el lugar para llevarla sana y salvo abajo. Sin embargo, apenas su mano rozó la capa de armiño de la mujer, una ráfaga de viento brotó de la nada y Alfred cayó en la nieve. El viento a su alrededor se había convertido en una furia impetuosa.

 

- ¿No te lo avisé? El viento anda huraño esta mañana.

 

Alfred miró el cayado de la mujer con desconfianza. ¿Era aquel artilugio capaz de convocar los elementos? ¿Podía la anciana dominar el viento con él? ¿Cómo si no podía explicarse aquello? No dijo nada, sin embargo. Se levantó como pudo, en medio de fuertes ráfagas, y trató de asir a la mujer. Pero ella fue más rápida.

 

Todo giró a su alrededor y, un instante después, el viento había cesado y él y la mujer se encontraban junto a la boca de una gran cueva excavada en la montaña.

 

- Lo siento, pero he tenido que traerte o esas ráfagas de viento te habrían partido por la mitad -se disculpó la mujer-.

 

El encargado de High Flights miró a su alrededor. A pesar de que conocía el parque como la palma de su mano, no tenía ni idea de qué lugar era aquel. Se encontraban en un saliente de la montaña. Mirase a donde mirase, sólo veía cielo abierto. Aquel precipicio podía tener fácilmente mil metros de caída, si no más. Sólo había un camino ante él, la caverna a donde la mujer le había conducido. No había opción. Desaparecerse en un lugar como aquel, sin conocerlo, sería un disparate tremendo. Hacerlo llevando, además, a otra persona, una auténtica locura. Mal que le pesara, su única opción era hacer caso a la mujer y entrar en aquella cueva. Al menos, tendría tiempo para conocer el lugar y poderse desaparecer. Lo que no se explicaba es cómo lo había hecho la mujer. Tal vez ella sí conocía la zona, después de todo.

 

La mujer entró en la cueva detrás de él. Era muy grande, la entrada estaba parcialmente bloqueada por la nieve y el interior apenas recibía luz del exterior. La mujer giró la cabeza en todas las direcciones y asintió para sí, como si aquel lugar cumpliera todas sus expectativas. A continuación, alzó el cayado y éste resplandeció con una luz levemente roja antes de que un fuego prendiera de la nada e iluminara la cueva. Las estalactitas y estalagmitas brillaron con la cálida luz y la cueva adquirió una atmósfera irreal, casi como si se encontraran en medio de la noche en un bosque encantado y las ramas retorcidas de misteriosos árboles trataran de alcanzarlos. Pero sólo eran sombras.

 

Unas mullidas alfombras y unos cómodos cojines aparecieron junto al fuego, cuando la mujer volvió a extender su cayado y lo hizo brillar con una leve luminiscencia azulada. Sin esperar a Alfred, la anciana se sentó en el suelo con las piernas cruzadas.

 

- ¡Ven! Ven a sentarte -sonrió, señalando los cojines-. Tenemos mucho tiempo, por delante. ¡Vamos!

 

Alfred se encogió de hombros y se sentó junto al fuego. Silencioso, se recogió las rodillas con los brazos y se puso a mirar el fuego. Sus azules ojos chispeaban, cansados.

 

Durante mucho rato, en la cueva sólo se oyó el constante y cambiante chisporroteo del fuego, quemando madera y haciendo saltar brasas aquí y allá, de tanto en tanto. Alfred no tenía ganas de discutir ni tampoco de hablar. Esperarían un rato y la llevaría abajo. Las sombras giraban en torno a ellos y, a veces, dibujaban extrañas formas. Más de una vez, en aquellos minutos de quedo silencio, a Alfred le pareció que suavizaban el rostro de la mujer. Más de una vez, mientras la miraba sentada junto al fuego y las sombras juguetonas, Alfred tuvo la impresión de encontrarse ante una mujer joven y hermosa.

 

- ¿Y bien? -Espetó la mujer de pronto, rompiendo el silencio-. ¿No vas a contarme nada?

 

- ¿Qué quieres que te cuente? -Respondió Alfred, todavía abstraído mirando al fuego.

 

- Un cuento. -No era una sugerencia, la mujer lo dijo como si estuviera convencida de que eso era lo correcto en aquel preciso momento y en aquel preciso lugar.

 

- ¿Un cuento? ¿De verdad quieres que te cuente un cuento?

 

- Claro, hombre. Un cuento. Colecciono cuentos, ¿no sabías?

 

Alfred dibujó una sonrisa. Tendría que pensar un cuento para entretener a aquella abuelita caprichosa mientras esperaban. ¿Pero qué cuento? Hacía mucho tiempo que los había olvidado todos. Ojalá tuviera un libro a mano o, mejor todavía, ojalá llegara alguien con más imaginación que fuese capaz de darle cuento a la señora Navidad. Sospechaba que era más terca que una mula. Si quería cuentos, no iba a haber manera de impedir que alguien le contara un cuento.

 

 

OFF:

 

Tenía ganas de rolear y sí, como a la navidad, a mi también me apetecen cuentos xD

Todo el que quiera entrar al rol es bienvenido.

yqvll1m.gifO3zbock.gif
firma
iRyEn.gif4ywIp1y.gifXuR0HEb.gifZmW4szS.gif
bfqucW5.gif
Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Unirse a la conversación

Puedes publicar ahora y registrarte más tarde. Si tienes una cuenta, conecta ahora para publicar con tu cuenta.

Guest
Responder a esta discusión...

×   Pegar como texto enriquecido.   Pegar como texto sin formato

  Sólo se permiten 75 emoji.

×   Tu enlace se ha incrustado automáticamente..   Mostrar como un enlace en su lugar

×   Se ha restaurado el contenido anterior.   Limpiar editor

×   No se pueden pegar imágenes directamente. Carga o inserta imágenes desde la URL.

Cargando...
 Compartir

Sobre nosotros:

Harrylatino.org es una comunidad de fans del mundo mágico creado por JK Rowling, amantes de la fantasía y del rol. Nuestros inicios se remontan al año 2001 y nuestros más de 40.000 usuarios pertenecen a todos los países de habla hispana.

Nos gustan los mundos de fantasía y somos apasionados del rol, por lo que, si alguna vez quisiste vivir y sentirte como un mago, éste es tu lugar.

¡Vive la Magia!

×
×
  • Crear nuevo...

Información importante

We have placed cookies on your device to help make this website better. You can adjust your cookie settings, otherwise we'll assume you're okay to continue. Al continuar navegando aceptas nuestros Términos de uso, Normas y Política de privacidad.