En cuanto la anciana desapareció, también lo hizo su sonrisa. Estaba adolorido de fingir amabilidad, sus facciones le dolían. Un gesto parecido a un berrinche se figuro en su rostro mientras sacudía las manos como un demente intentando sacar lo que estaba volando, una nota, ¿de quien? de Sauda, siempre tan... Oportuna.
—¿Un muelle?—hizo sonar el taco de su zapato con un fuerte golpe.
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Cada pisada lo acercaba más al lago y lo sabia, sobre todo por el olor a agua que llegaba a sus fosas nasales. Sus ojos lo divisaban a lo lejos, mientras su mente se debía en varios puntos que debía tomar a consideración al momento de avanzar hacia la isla. Seria algo difícil a la primera, lo presentía y tenia que recordar el tema de la muralla, mental, alzarla rápidamente y no caer. Sus dedos tamborileaban de forma inconsistente en la mano de Black, inquietos, sin sentir la presión que esta ejercía debido a su nerviosismo.
Había algo que llamó más su atención, aquel hombre de su misma estatura. Su cabello y su contextura. Instintivamente, su lengua paseo por sus caninos, tragó saliva y solo se acercó hacia él y Sauda para regalarles un saludo con una mueca seca. Sus ojos oscuros se posaron en ella para escuchar el pequeño discurso cliché que siempre tenia con sus alumnos.
¿Podrían entrar ambos en la barca? pensaba mientras analizaba la estabilidad de aquella barca, parecía no ser del todo segura, y para su infortunio, tenia mala experiencia en ese maldito lago... O podría sentarse sobre él, también era una buena opción.
Con un movimiento fugaz, Sauda los despojo de sus artefactos mágicos, para dejarlos proceder con su prueba e intentar culminarla con éxito.
—Estoy listo —repitió, mirando a Sauda con los ojos perturbados y una ligera sonrisa maquiavélica.
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Tan sólo sentarse, sintió algo extraño en el interior de su cabeza, como si estuviera oscilando en una barrera invisible de control debido al movimiento del agua. Cuando Black tomó asiento, se estiró hacia sus remos y empezó a moverlos en conjunto, al mismo ritmo, centrando su atención en un punto en blanco en medio del barco. Nada pasaba. Sólo por eso, alzó la mirada hacia su el desconocido de cabellera plomo para intentar descifrar en que estaba pensando, parecía ser un joven algo paranoico, y Matthew no era de aquellos magos que le gustaba ayudar a los demás, pero intentaría ser amable, y quizás, juntos podrían llegar al final del desafío.
Aquel escenario le recordaba mucho a su prueba de Nigromancia, cuando Baleyr lo hizo conocer a Caronte, aquel ser que decía llevarse las almas hacia el inframundo, acompañándolas solo por una moneda de oro. Era un paisaje por sobre todo bello para el gitano, pero no sabia si su compañero de ocasión corría con la misma suerte, solo podía oír murmullos provenientes de él, como balbuceos, quizás eso ayudaba a que no perdiera el norte, y pudiera seguir remando a paso de hombre por el lago y la densa niebla.
La muralla mental se alzó casi al instante, como una firme pared invisible que impediría al muchacho adentrarse a sus pensamientos, modificándolos a su gusto. Estaba en el lago porque debía llegar a la isla, donde deberían internarse en el bosque, terminar de pasar las pruebas y llegar con Sauda, a enfrentarse al portal.
Sí. Inhaló profundo, renuente a hacerle algún comentario a Patricia -tenia una conexión psíquica con la loba- por miedo a interrumpir de alguna manera el escudo mental que el, posiblemente, estaba haciendo para protegerse de lo mismo. Siguió remando, consciente de que se había detenido de un momento a otro y que ahora estaba dudando.
Pero todo no terminó ahí. Tuvo que alzar el muro una y otra vez mientras remaba, cada vez sintiendo aquello como una intromisión más directa y no como una confusión total. Sólo sentía que alguien quería entrar y lo frenaba al instante, para que no lograra meterle la idea de que no sabía lo que hacía. Sus brazos se movían a un ritmo pausado y el resto de su cuerpo también, pero tenía la mente ocupada únicamente en no perder el norte.
Estaba junto a él, y lanzó un comentario al aire esperando no irrumpir su concentración. —Aún podemos ir juntos hasta el bosque ese. ¿Qué dice, le gustaría compartir ésta aventura conmigo?
Fue entonces cuando de pronto, sin notarlo, algo los detuvo y notó que, en realidad, había sido la orilla de la playa. Dejó los remos lentamente y volvió a mirar a su compañero, de quien se había olvidado por unos segundos, esperando a que algo intentara entrar a su psiquis, pero no fue así.