Hess era un muchacho algo peculiar. Aún lo recordaba cuando fue su alumno en una clase de hace mucho tiempo...
Estaba seguro, que el encantamiento les mostraría caminos diferentes.
No obstante, logro mantenerse tranquilo por lo que quedaba de arena. Dentro del bosque, los arboles frondosos adornaban su camino y dejaban respirar incluso mejor a sus pulmones, como si estuvieran exhalando todo el oxigeno que el y su cerebro necesitaban en ese momento. La bifurcación no estaba muy lejos de donde habían empezado a andar y cuando la diviso, hubo un extraño silencio mucho mñás pesado que el que habían estado manejando hasta entonces. Las pupilas de Black pasaron primero en el camino de la izquierda, donde habían luces y plantas de colores, y luego hacia el camino de la derecha, donde todo era oscuro y mucho menos agradable que el primero.
Cuando se detuvo, creyó saber lo que Ollivander estaba pensando, por lo que decidió robarle la idea al instante. Apretó sus dientes, sonriendo, dejando relucir algunos de ellos chapados en oro. Después de guiñarle un ojo, renuente a dar un discurso de despedida porque se encontraría en cuanto pasaran el segundo tramo hacia la pirámide, se adentro en el camino oscuro y tétrico de la derecha, metiendo su mano entre los tapujos de su túnica, buscando la varita como un reflejo automático a lo desconocido, pero... ¡SAUDA! gritó en su mente, ella la había tomado.
El sol parecía haberse apagado ahí dentro. Las hojas de los arboles y sus largas ramas parecían unirse como un pesado nido de algún arácnido fantástico hecho de madera, cerrando el paso de la luz y el aire que había estado apreciando en un principio. Y por supuesto, más que asustada parecía maravillado. Aquello era una expresión de cólera en la misma naturaleza y le encantaba. Pero pronto algo se interpuso en su camino y perdió la sonrisa, un poco de calor que portaba orgulloso en sus mejillas y la seguridad de quien sabe todo va a salir bien; una baúl de cuatro cajones, blanca como para que la viera incluso en la penumbra, se sacudía ligeramente cada cierto tiempo mientras que una de las gavetas amenazaba con abrirse una y otra vez.
—Un Boggart...
Entrecerró los ojos y, hizo uso de su metamorfomagia, Aailyah no había prohibido la utilización de sus habilidades aprendidas, simplemente, el uso de artefactos mágicos, los cuales Matthew se había despojado. Su cuerpo adopto la figura de una pequeña niña de diez años aproximadamente, sus ojos se tornaron color verdes, grandes, como los de un elfo, su piel extremadamente nívea y una voz melodiosa para intentar engañar a aquel No-ser.
Se quedó observando cada sacudida como hipnotizado, escondiendo sus ahora pequeñas manos detrás, haciendo que de sus extremidades crecieran las características garras negras que su Licantropía le proporcionaban. No tenia miedo a un Boggart, sino a lo que pudiera ver en él en un principio. Era una persona que se caracterizaba por conocer tanto sus debilidades que las evitaba constantemente, casi olvidando que existían. Pero, ¿realmente estaba listo para saber cual era el peor de sus miedos? Tragó saliva, lanzando un pequeño insulto inofensivo a Sauda con el muro mental alzado, sabia que ella podía oírlo, incluso, estaba seguro que se encontraba escondida entre los arbustos observándolo como una acosadora.
Conforme se aceraba, los movimientos eran más violentos, se notaba que la criatura lo sentía. Y sin más abrió el baúl.
La potencia de la magia lo mandó hacia atrás unos cuantos pasos, los que tuvo que maniobrar con manos y pies para no caer preso del viento que había salido de la gaveta. No había nada flotando, ni al frente, sino más bien abajo, ante sus pies. Como si alguien hubiera succionado la vitalidad que movía su cuerpo, el color de su piel bajó hasta darle un parecido bastante grande con una hoja de pergamino, acompañando los temblores que pronto sacudieron su cuerpo tanto o más que la cómoda segundos atrás.
A sus pies, tendido en una posición anómala, Keaton miraba al infinito con la expresión de horror aún plantada en su rostro. Sangre, aquí, allá, por todos lados.
—No, no —murmuró, ya sin demasiado equilibrio, al tiempo en que sus extremidades fallaban y lo hacían descender el nivel hasta quedar sentado en la tierra.
Sus ojos reflejaban el pánico que estaba sintiendo, aun cuando algo muy en el fondo de su cabeza le recordaba de forma constante que todo era una jugarreta del No-ser. Pero, ¿por qué era tan real? no podía dejar de mirarlo, ni pensar en nada mas que el terror que le provocaba haberlo perdido. Cerro los ojos con fuerza, aspirando por la nariz todo el oxigeno que le faltaba y soltando el carbono como un bufido desesperado, antes de abrir los ojos. No, no lo había perdido, él estaba bien, en algún lugar... Tomo impulso y se levantó, observando aquella situación, pensando en una totalmente distinta, en un viejo miedo, que logro superar, una Acromántula se había formado intentando atacarlo.
Simplemente la miró y continuo su camino.
El efecto fue inmediato en la criatura y pronto, lo que era horrible, paso a ser la cosa más risible de la vida. Avanzando a paso veloz por el bosque. Tardó mucho menos de lo que hubiera tardado caminando y llegó agitado al otro lado, donde aún no había nadie.
—¿Ollivander?—dijo en voz baja, atreviéndose a mirar hacia el otro camino.