—Claro —respondió con la misma tranquilidad, viendo como el portal se abría ante el.
El nuevo anillo de habilidad se posó en su anular y se quedó mirándolo durante un segundo, tal como había hecho en otras ocasiones, apreciando el poder que salía del material del que estaba fabricado. Aun no era suyo, para conservarlo debía demostrar que sabia controlar plenamente la habilidad que había adquirido durante la clase y aunque acababa de pasar tres pruebas tediosas en cuanto a el peso de poder mental que tuvo que usar, ésta era la que realmente importaba, la definitiva. Todo lo que había hecho hasta el moment oera solo una excusa para ubicarse ahí, frente a ese portal. Ahora el tiempo era relativo, debía demostrar que realmente era un legilimante.
Dedico un segundo mas a una inclinación hacia Rosalia en señal de respeto, que era lo que sentía por todas las figuras que habían alcanzado un nivel tan grande en el mundo mágico a costa de méritos acumulados y, posteriormente, atravesó el portal. Automáticamente un gancho incómodo se apoderó de su vientre y una oleada de colores cegó a sus ojos. Y después, todo quedó en blanco. Hasta que se acostumbró a la nueva luz.
~ * ~ *~* ~
¿Aquello era el tiempo actual?
Con el ceño fruncido, escudriñó el entorno con cierta desconfianza. Las calles londinenses eran exactamente lo que eran en la actualidad, con los autos de los Muggles decorando las carreteras y los mismos Muggles cumpliendo sus actividades cotidianas, sin notar la magia que los envolvía, entrecerró los ojos, ignorando que entre ellos habían magos escondidos -suspiró con enojo-. Pero lo que más le llamaba la atención es que no parecía uno de sus recuerdos. Podría haberse regodeado de una memoria perfecta de no ser porque, más que una virtud, era un gran defecto. Pero basándose en eso, no recordaba haber estado en ese lugar ni días anteriores ni años atrás.
No era una zona concurrida, a pesar de estar cerca del río Támesis, ubicado al sur de Inglaterra, pero aún así había suficientes personas como para considerarlo poco privado. Nadie hacía nada muy relevante, ocupaban bancos e incluso se reclinaban en la cerca que separaba el lugar del río, para evitar accidentes. Conversaban o sólo pensaban. Y curiosamente, él podía escuchar el murmullo de sus pensamientos si los veía con suficiente atención. Por un momento se cruzó el asesinarlos creando una pequeña tormenta con el agua del claro río, pero eso haría que su prueba fuera en vano. No escuchaba palabras concretas, no veía imágenes nítidas en un principio, sólo detectaba si era una mente que podía penetrar de proponérselo. Se acercó con cautela y algo de desprecio a un muggle que estaba sentado en uno de los bancos cercanos.
El estaba sumido en sus pensamientos, con las pupilas inmóviles en el vaso de cartón que tenía en las manos o, tal vez, en el humo que expedía de un pequeño agujero en la tapa de plástico. No parecía abatido, aunque sí preocupado y su misión en ese momento, fue averiguar por qué. Ésta vez le costó muy poco en comparación a la primera vez que intentó hacer algo relacionado a la Legilimancia. Tal vez por la distracción del muchacho, tal vez porque se trataba de un muggle sin la concentración mágica que podía llegar a tener un oclumante. Pero sólo con ver sus ojos y poner un poco de su parte, supo qué era lo que le preocupaba. Exámenes, impartidos por una universidad cercana, algo que lo devolvió a su niñez, donde hubo un tiempo donde se preocupaba por ello, antes de saber que era un mago.
Torció una ligera sonrisa cuando el muggle alzó la mirada, sintiendo la propia en él. No pareció disgustarle y el no se mostró arrepentido, por lo contrario, siguió andando en busca de una nueva mente que leer. Viéndolo desde el punto de vista de quien no está poniendo verdadero esfuerzo, era una tarea sencilla. Descubrió a una anciana que había olvidado comprar la comida del gato, un niño que había perdido la libra destinada a una golosina que no conocía y un hombre con preocupaciones adultas y muy profundas para la hora del día. Sin embargo, nada sucedía.
Fue entonces cuando un murmullo más fuerte y más llamativo llegó hacia el, cercano a donde se encontraba.
A diferencia de los demás, tenía una chispa que conocía bien. Era una chispa mágica. Pensamientos que estaban ligados a su mundo, a sus creencias, a lo que el podía llamar cotidiano, a lo que realmente conocía como inconvenientes de gran escala, por encima de cualquiera de las problemáticas muggles. Llevada por la curiosidad, se inclinó a un par de metros de la persona en cuestión, con los brazos reposados en la cerca que daba al Támesis. El agua se movía con la misma suavidad de los pensamientos del individuo que intentaría leer, lentos y parsimoniosos, ligando algo en completo silencio. Pestañeó con un par de segundos de retraso, serenando su mente, antes de ladear la cabeza y fijarse en ella con disimulo.
Movía las manos entre ellas como si amasara, lo que daba la impresión de que estaba pensando en controlar algo. Basada en eso, extendió su mente intentando leerla y por primera vez desde que había cruzado el portal, no lo logró a la primera. Tensó ligeramente los músculos de la espalda, usando su cuerpo como ancla para su mente, algo que no podía sentir pero que sabía que podía impulsar. El segundo intento costó más que el primero, como si el hombre se negara a la intromisión. Pero no lo hacía, seguía completamente ajena a su presencia, a sus intentos de leerle la mente.
Volvió a intentarlo, ésta vez desligándose de sí mismo por un segundo, olvidándose de lo que estaba haciendo, olvidándose de la prueba y lo que la rodeaba; era el, su mente y la del desconocido a su lado. Y funcionó. Sólo que no esperaba precisamente que fuera esa la mente la que estaba leyendo. Al principio se sobresaltó, viéndose a sí mismo en la cabeza de esa mago desconocido, en sus años de verdadera juventud, cuando había quedado congelado en esa apariencia que aún en la actualidad la acompañaba. Pensó que era un error, que había regresado a internarse en su propia cabeza. Pero lo cierto era que no, no eran sus pensamientos, porque lo que empezó a ver después no tenía nada que ver con el.
Primero se vio a sí mismo, con veinticinco años, esperando con arrogancia y cierto descaro delante de la misma puerta que años atrás había cruzado como invitado y por la que había salido siendo un asesino. Con un aura distinta, con el brillo de la raza envolviéndolo en un manto que ni siquiera la magia podía ocultar. Las facciones marcadas, las nubes en su iris mucho más visible y el cabello alborotado cayendo como una invitación, o como un insulto en ese caso. Demasiado bien, demasiado entero. Vio desde otra perspectiva la pelea entre el y su padre, el intercambio de veneno entre ambos que había surgido de su arrebato inexplicable de odio, un berrinche injustificable. Y vio en primera persona el ataque de Aaron.
No quiso verse tendido en el suelo otra vez, perdiendo sangre debido al desalmado ataque de su padre, que más que matarla, lo había extasiado hasta dejarlo inmóvil e indefenso, débil y moribundo. Sintió los pensamientos de Aaron. Arrepentimiento mezclado con una sed incontrolable, odio desmesurado y un cariño muy profundo, opacado por la venganza que necesitaba cumplir. Dejó de verse tendida en la nieve en medio de un invierno casi ocho años después de la muerte de sus padres adoptivos muggles.
En algún punto que realmente no podía ubicar, su cerebro lo obligó a poner un alto o, al menos, un límite entre lo que quería saber y lo que ya sabía que se estaba entremezclando. La barrera, al igual que la mente y los recuerdos, no era sólida ni tangible, no era una pared que el pudiera ver o sentir o que se interpusiera entre cada recuerdo. Pero era lo bastante real como para indicarle cuándo debía poner cierta distancia. En más de una ocasión, viendo los distintos momentos en que el y Aaron habían compartido disculpas, enfrentamientos y abrazos, tuvo que recordarse que estaba en su cabeza. Centrarse sólo en lo que el gitano percibía de cada momento. Ira, amor, odio, pena...
Y, finalmente... Paz, una paz completa y plena que iba de la mano con Matthew, a pesar de todo lo que habían pasado, al final, solo podía percibir como Augustine lo apreciaba, a su manera, la forma en que lo veía y ya no sentía ninguna de esas cosas. También podía sentirse a el mismo, ajeno a algo que conocía, ajeno a una mezcla poco favorable de dos cabezas unidas por una misma memoria. Al final pudo dejar de leer a voluntad, cuando quis, cuando hubo leído lo suficiente, sus ojos volvían a estar en la sala del portal, su postura estaba relajada.
Así que el mismo decidió que ea tiempo de dejar de leer, que la prueba dentro de la prueba era aprender a salir del portal a cuenta propia y no porque este quisiera sacarlo. Se separó y avanzó hacia atrás, liberando su mente. Y después dd unos segundos, estaba de vuelta en la pirámide, con una luz tenue y el anillo con su nombre más unido a su dedo que nunca.
Poso los ojos en Rosalia, sabiendo que había estado atenta a todo lo que pasaba y una vez más con la sombra de una sonrisa adornando la comisura de sus labios, le dedico una inclinación de cabeza.