Casilla 14
La extraña sensación había ido apagándose, el llanto estaba ahogado, los ojos los secó con el dorso de su mano, con delicadeza pasó su lengua por los labios y buscó un pañuelo que humedeció y secó el hilillo de sangre. Darla se sentía realmente ofuscada por lo que había pasado, por lo que había sentido y por, a pesar de todo no haber identificado al hombre de sus angustias.
Revelate, sentía ganas de decirle, pero presentía que aquello era inútil, que todo era invención de desespero ayudado quizás por deseo. No estaba segura, solo de que no era cuestión de actuar así como si nada. No puedo hacer estas cosas Darla, decía una voz en el fondo de su mente. No entendía cómo todo había tocado su frágil corazón. Podía creer en las advertencias del viejo nigromante que le había enseñado pero, ¿y la reacción de los demás? Era obvio que aquello no era causado por la locura de la nigromancia.
La advertencia de Malum de que las cosas se pondrían peor sospechaba que era más como una profecía. Le molestaba, casi sin razón aparente que Mefistofeles le agradeciera. Ella quisiera simplemente volverse a la cama,pero la voz de Luna la distrae. Mira el gesto amable que la joven tiene para con él, no la culpa ha sufrido y ha vivido y ahora las fuerzas mágicas los pondrán una vez más a prueba. ¿ Qué resultará de todo aquello?
–Quizas no debimos desafiar a los poderes –parece dócil y domesticada pero de inmediato agrega –claro que hubiera sido más fácil conquistarlo sin más.
Sí, se sentía molesta, la energía que gastaba en aquellos sentimientos la desgastaba, el ansia en su pecho por el hombre misterioso la hacía sentir ganas de descubrir quién era él. Pero a la par sabía que no ganaría nada con averiguarlo y seguramente sería alguna idea falsa que le habían metido el deseo y la desesperación. Lo más probable es que él no existiera, no fuera nadie, sabía que Seba nunca le hubiera hecho eso, él no le haría daño, no le mentiría, ni incumpliria su palabra. Aquello que vivían era todo falso, ahora estaba segura, aunque… la angustia y la duda seguían allí en el fondo clavadas cómo agujas o alfileres que olvida la modista en un vestido de muchos y largos pliegues.