Casilla 26 - 2 roles atacándonos
del 27 al 30 y de regreso al 26
De reojo observó la tierna actitud de Luna hacia su padre, no le molestaba, era como si le pareciera más bien mmm… ¿cómo definirlo? Darla no era de demostrar afectos a nadie, el único que había logrado que mostrara su lado sensible había sido Seba y luego de él ya nadie más, ni antes, ni después. Por eso las muestras de afecto solían, no molestarla, pero sí incomodarla en grado extremo, y más cuando eran hacia ella, se sentía descolocada, fuera de lugar, no era lo suyo ser tierna, con nadie.
Y dale con los afectos, ahora querían reunión familiar, claro, todos reunidos alrededor de una gran mesa, miró de reojo a Eterno y Malum, con su pancita, tomados de la mano. No, no vomitó, sabía bien que los hijos son la luz del mundo, para sus padres. Claro que no piensan que cuando la dejan encendida encandilan a los vecinos. «Cálmate» la voz de Scarlet sonó una vez más en el fondo de su mente pero la ignoró, por gusto. Ella también había tenido un hijo, al menos no había sido tan apegada a él como para no cederle el recuerdo para la nigromancia.
De pronto se sentía un poco más que frustrada, sus labios se abrieron en un gesto de reclamo, pero no dijo nada, dejó que Luna expusiera las ideas de su padre y la salida. Vaya realidad. Por un momento todo perdía sentido, estar allí, los bucles sobre el avanzar y retroceder por cada sala que los llevaba fuera de aquel laberinto de locura, el optimismo de Luna que ya empezaba a cansarla y de pronto sus nuevas palabras animando a Ada la exasperaron y la adolescente apareció a su lado y apenas rozó su mano por el brazo de la Potter Black, susurrando:
—Hazlo… sabes que lo deseas… —Darla movió su cabeza, haciendo tronar su cuello y miró de la adolescente con aroma a sudor y de regreso al grupo de sus compañeros, sacando con tranquilidad la varita de entre sus ropas.
—Silencius —dijo apuntando hacia Luna para luego apuntar hacia Mefistófeles —Desmaius —y una sonrisa se dibujó en sus labios cuando disfrutó verle caer efecto de su hechizo, girándose rápidamente hacia el matrimonio, ya que tanto amaban estar juntos, que lo hicieran atados —incarcerus —las tres sogas surgieron para atar los tobillos, las piernas y el torso de los dos amantes juntos.
—Ya quiero irme de este maldito lugar —río la pelirroja mientras daba vueltas sobre si misma, con los brazos en alto como si danzara, mirando hacia el techo pintado de dorado, rojo y azul.