Jump to content

Lucrezia Di Medici

Magos Expertos
  • Mensajes

    2.372
  • Ingresó

  • Última visita

  • Días ganados

    7

Todo lo publicado por Lucrezia Di Medici

  1. Exterior del Palacio de Buckingham. 13 de marzo, 9 pasadas. El sonido del cristal rodando sobre las placas del suelo interrumpió la acompasada marcha de dos inquisidores, inmersos en la tarea de proteger uno de los laterales del custodiado Palacio de Buckingham. Uno de los funcionarios, el más joven y el de más reciente ingreso en la fuerza, frenó de golpe cuando la luz se reflejó en aquel objeto y éste emitió un fugaz centelleo. El hombre, acariciando tímidamente los treinta años, se inclinó con lentitud intentando perder lo menos posible su erguida postura. Entonces lo rastreó, apenas un metro por delante: una esfera de cristal con un líquido bailando en su interior. Su formación académica, limitada a sus años en Hogwarts, le permitió reconocer lo obvio: su color rojizo y su textura espesa demostraba que era una poción. Sin embargo, no logró ser lo suficientemente perspicaz para reconocer su futuro efecto una vez ésta comenzó a burbujear con efervescencia. ¡BOOM! La poción explosiva cumplió a la perfección su razón de ser, derribando a los dos inquisidores que patrullaban el camino que llevaba al salón donde se encontraba el ministro inglés. La fuerza de la explosión golpeó de lleno los cuerpos de ambos hombres y vieron su estricto entrenamiento volverse súbitamente inservible al momento de caer de bruces al suelo. Los cristales quebrados y sus astillas, impulsados por el estallido, se clavaron en la piel descubierta de los inquisidores, en sus rostros y sus manos. La pequeña onda expansiva alcanzó incluso algunas ventanas cercanas que vibraron en respuesta. El estruendo había sido sin dudas formidable, en estrecha relación a la potencia de la explosión, pero su alcance no cubriría las habitaciones internas del majestuoso palacio. Sus víctimas se quejaron unos segundos por el dolor antes de ceder a la inconsciencia. - Son de las que venden en el Concilio, pero le agregué un poco más de diversión. Están tranquilos. Va a servir de distracción, avancemos hacia la entrada - le indicó Lucrezia a Ariane, dejando atrás la posición resguardada desde donde había hecho rodar aquella pócima. La Médici caminaba airosa por el sendero porque al fin y al cabo ¿Qué mejor que abrazar la potencialidad de la muerte de la misma forma en la que siempre había vivido? Tal como solía hacer siempre, se movía con una elegancia y una gracia femenina que pocos lograban asimilar como posible. Contorneaba sus caderas al ritmo de la música melódica que solo sonaba en su cabeza para acallar sus penas. Tal vez su educación aristócrata para seducir a los hombres de negocios; tal vez una manera de encarar su vida de una manera que le retribuía en riqueza y lujuria. Se había embarcado en aquella aventura con la plenitud solo alcanzada por aquellos conscientes de su propia finitud. Si no era con sus propias reglas ¿Qué loco se metería en una reunión encabezada por alguien que la quería muerta y por decenas de supremacistas de la sangre, en mitad del suceso histórico más relevante del siglo XXI? Aunque creía que las posibilidades estaban de su lado, Lucrezia no escapaba a la idea fallar y por consiguiente recibir un castigo mortal. Si alguien la hubiese visto por ese palaciego pasillo caminando mientras contemplaba su reflejo en un espejo, la hubiese acusado sin pensarlo dos veces de bruta narcisista. Lo era, claro. Sin embargo, lo que portaba en su mano no era un objeto común y corriente que justificaba la percepción de su propia belleza; se trataba de una vía de comunicación directa que había entregado a Sagitas durante su breve pero intensa reunión en la mansión Di Médici, que ésta llevaba consigo durante en el encuentro de Aaron. El mágico artefacto le había permitido escuchar una buena parte su despampanante discurso, de clara reminiscencia grindelwalista, respondido por vítores de muchos de los presentes. No esperaba menos de un grupo de baja calaña, cayendo como ratas en la trampa de una deformación del nacionalismo que ignoraba por lo que se avecinaba. La blonda italiana tomaba con su mano izquierda la falda de su vestido, evitando que su fina tela rozase el suelo y arruinase su aspecto inmaculado. La Dumbledore iba a su lado, como la fiel dama de compañía de una personalidad de alta alcurnia. Ambas habían aparecido minutos atrás en las inmediaciones del Palacio de Buckingham, cerca de la plaza central, y con perfecta coordinación se habían escabullido hacia los extensos jardines. Mediante ardid y distintos engaños habían superado un buen número de requisas por parte de los custodios, exhibiendo el pergamino que las citaba al evento y excusando su tardanza con cuestiones inherentes a su femineidad; en cambio, en otras oportunidades había hecho uso de la hostilidad de sus varitas. Dos o quizás tres funcionarios del ministro habían sucumbido a su paso, más los caídos por la explosión hacían cinco. Un buen número que, en la recta final de su camino, sin duda podía agrandarse. Lo haría. - Fulgura Nox. La oscuridad de su magia formó dos negros portales bajo los pies de los desprevenidos custodios y se expandieron hasta cubrir el ancho de sus esbeltos cuerpos. Sin embargo, antes incluso de que pudieran indefectiblemente caer al vacío de aquel tenebroso umbral, dos rabiosas fauces surgieron de las tinieblas y los tomaron de sus talones. Los gritos de dolor de los hombres se apagaron cuando se vieron arrastrados hacia el otro lado del portal por la indómita fuerza de aquellas criaturas. Ambos conductos se cerraron en perfecta sincronía. Lucrezia conocía con exactitud el destino de aquellas pobres almas: sus hambrientos kelpies perlados llevarían a sus víctimas al fondo del río Otter, que atravesaba su propiedad, y se harían con ellos un sangriento festín. Dos pájaros de un tiro: acceder a la reunión y alimentar a sus exóticas mascotas, un dolor de cabeza para sus elfos. 《Provechoso》 concluyó la mortífaga, mientras avanzaba por el pasillo ahora despejado. - Ariane, necesito que te quedes aquí y vigiles la entrada. - le dijo a su acompañante, señalándole una ubicación unos metros por delante de la entrada - Puede que más inquisidores vengan. No quiero interrupciones. Sé que puedes con ellos. No te pongas en peligro en vano. Se acercó a Ariane, esa mujer de espíritu incorruptible y de corazón noble a quien había inevitablemente arrastrado en la vorágine, y tomó con sumo cuidado sus manos para que destensara su cuerpo. Apoyó sus cálidos labios en su frente, en un gesto que había aprendido de la misma Dumbledore, dejando fluir en silencio todas las disculpas que le debía por exponer su seguridad y las de sus hijos. Confiaba plenamente en la única mujer que se había abierto de forma genuina a su narcisismo y a su esencia ególatra. Trató de transmitirle, con un último encuentro de miradas, que todo iba a estar bien, aunque ella misma dudara de tal afirmación. No era una despedida, aunque serviría como tal. Asintió con la cabeza y se giró rumbo a la puerta de entrada del salón donde transcurría la reunión. Inhaló una última bocanada de aire limpio lista para enfrentarse al hedor de tantos egos encerrados en un espacio reducido, colocó ambas manos en los dorados pomos y abrió la puerta doble de par en par. -- Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder. Palacio de Buckingham, lugar de la reunión. 13 de marzo, pasadas las 9. - Oh, bien, buen escenario. Me gusta la falta de muebles, le da un aspecto, así como minimalista, modernillo como se lleva ahora. Mientras menos, mejor. Mucha gente conocida también, por supuesto los Macnair ¡Buenas noches Cissy! - saludó, exagerando hasta un punto desmedido su falsa simpatía - Un placer verte por aquí nuevamente y una pena que nos encontremos en esta situación, me decepcionaría mucho si realmente apoyas a este hombre ¡Ah, ah, ah! Ni lo intenten. Al abrirse su monedero de piel de moke, una luz brillante se asomó con timidez desde su interior; era un brillo anaranjado y furioso, ansioso por cubrir todo el salón. La bruja escabulló su zurda en el interior de la pequeña bolsa morada y extrajo, con la velocidad precisa para que nadie lograra tomar su varita, aquel llamativo objeto. Extendió su brazo hacia el aire para que incluso la persona con peor visión del lugar pudiera ver lo que con firmeza sostenía su mano: un cuerno de erumpent ancestral de considerable tamaño. La luz emanada por el antiquísimo objeto bañó por completo la nívea piel de Lucrezia y enalteció su presencia. Las blancas perlas que engalanaban su cuello reflejaron la cálida energía contenida en el cuerno. Sus azules ojos se encendieron no solo por la proyección de aquella luz sino también por robarle la centralidad al mismísimo ministro. Soñada situación. - Si un valiente decide atacarme conocen las consecuencias. Analicen todas las variables, lo he hecho ya por ustedes. Ni se les ocurra pensar en un Imperius porque no servirá, están simpáticamente advertidos. No solo la destrucción de este idílico palacio va a ser total sino todos los edificios cercanos van a quedar gravemente comprometidos ¿Qué imaginan que va a pasar con sus cuerpos en comparación? Cualquier ser medianamente inteligente, por eso exceptúo desde ya a los Triviani, se dará cuenta que existen dos opciones bien concretas: o salimos todos vivos del palacio a excepción de Aaron o, por el contrario, no sale nadie. Antes, déjenme dedicarles unas palabras en estos tiempos tan difíciles para todo… Emprendió con parsimonia su camino hacia el punto céntrico del lugar. El ritmo de sus pasos era pausado y los segundos entre cada movimiento los había calculado meticulosamente. Como una profecía autocumplida la aristócrata había figurado una imagen similar para su interrupción en la reunión, sino una exactamente igual. El golpeteo de sus delgados tacos contra el suelo irrumpía, intermitente y sonoro, el silencio expectante en el que se había sumido aquel salón. Sus pasos se reproducían como un reiterado eco entre aquellas cuatro paredes, exasperando a los espíritus más impacientes entre los invitados. Necesitaba que su presencia elevara la tensión, como una cuerda apunto de partirse en dos. La alteración hormonal producto del estrés atraería, cual cebo, las dudas entre los presentes ¿Y qué mejor arma para desestabilizar a un líder que gente plagada de ellas? La convocatoria a la reunión de los sagrados veintiocho había resultado numerosa, algo previsible dado el flamante firmante de la invitación, y las muchedumbres era algo que gustaba de evitar para que nadie eclipsase su magnánima persona. Una vez captada la atención de todos los presentes, hasta del más distraído vástago Fawley, la aristócrata se permitió observar furtivamente lo que a rodeaba. Descubrió con cierta fascinación, más no con sorpresa, que el descarado Aaron había sido tan desconsiderado con sus supuestos pares de sangre pura que no fue capaz de ofrecerles cómodos asientos ¿Había algo simbólico o algún razonamiento elaborado por sus funcionarios de comunicación en tenerlos todo de pie? Si ello existía, no le interesaba. La mayoría de los invitados eran demasiado cortos de mira como para comprender lo que allí subyacía. Le fue fácil inferir, aunque lo había sopesado incluso antes de llegar allí, que no todos los presentes acatarían las promesas del ministro de la magia, fueran cuales fueran. Toda medida extrema -y vaya que la de Aaron lo era- genera una radical polarización imposible de evitar por más artilugio discursivo que se utilizare. La división que la ruptura unilateral del Estatuto había generado, incluso en un reducido micromundo como el de esas familias, resultaba algo tan fácil de prever que era impensado que Aaron no lo hubiese tenido en cuenta en un principio. Lucrezia no caería en el error de subestimar al enemigo, algo tan inherente a los líderes que había llevado a su absoluta derrota. Sin dudas, Aaron sabía que no todos lo seguirían como cerdos hacia el matadero. Los intereses eran tan disímiles, tan mezquinos e incluso tan contradictorios que no podían unificarse siquiera bajo promesas de gloria. No existía épica suficiente para anular la individualidad egoísta de las personas. La aristócrata había ganado tiempo, unos segundos de fugaz y forzada meditación, para que los miembros de las familias de menor influencia en la comunidad mágica tomaran una decisión tan compleja como a toda vista simple: irse o quedarse. Los súbitos ecos, como disrupciones en la atmósfera, delataron las primeras desapariciones. Poco a poco y con disimulo, escapando a los ojos del anfitrión de la reunión, tanto los más sensatos y los más cobardes comenzaron a huir. El instinto de autoconservación era un pilar de la naturaleza humana y como tantos filósofos habían concluido no se puede concebir el poder sin ponerla a consideración. Una sonrisa de satisfacción comenzó a dibujarse progresivamente en los labios merlot de la blonda italiana. Las familias de mayor relevancia permanecían aun en el salón, denotando prudencia. Aaron había actuado de una manera que hubiese levantado a Goebbles de entre los muertos y lo hubiese puesto a aplaudir eufórico, con verdadero orgullo. Su rival manejaba el discurso supremacista con una excelencia que le resultaba difícil de asimilar ¡Ah, que oratoria tan incombustible! Levantar las banderas de la pureza, inventar un enemigo en común, menguar el tono entre la ira y la tranquilidad, apelar a las experiencias individuales de sus oyentes…nunca fallaba. Ella, sin embargo, tenía otra cosa en mente. - Es que de verdad ¿Cómo caen en un juego tan tonto? Deben demostrar su valía y ser un poco más perspicaces, más despiertos ¿El ministro, dispuesto a compartir el poder como si fuese un pastel en un cumpleaños? ¿El mismísimo Aaron Black Yaxley? Es claro que el hombre no puede con su propio egocentrismo y sus propias ínfulas de grandeza y algunos de ustedes son tan ilusos como para dejarse convencer. Respeto el esfuerzo del ministro por intentarlo con tanto ánimo e ilusión, de verdad. Juro que lo digo con absoluta sinceridad. Dicen que a los niños no hay que romperles su ilusión, que eso les causa problemas en su desarrollo como adultos, pero éste resulta ser un niño con poder político e influencia en nuestras vidas. Entonces, luego de dirigir su atención intercaladamente a las personas con las que se cruzaba, sus azules ojos se encontraron con los de Aaron. Aquel cruce de miradas, iniciado en medio de un sepulcral silencio, se desató con una intensidad casi perceptible en la atmósfera. Si atravesar el cráneo del otro con solo esa mirada hubiese sido una posibilidad, ambos lo hubieran hecho. Lucrezia tenía una única certeza sobre los eventos de aquella noche: ninguno de los dos iba a ceder en ningún momento. Lo despreciaba, lo despreciaba tanto…desde el instante en que había firmado aquel contrato inquebrantable había aprendido a hacerlo. A veces sopesaba si ese sentimiento tan visceral tenía su origen en algún tipo de resentimiento por su ascenso vertiginoso al poder por la decisión del pueblo, ese que había cavado su propia fosa común al votarlo en masa como su líder. No, su odio no provenía de allí. La Médici amaba el poder, era como un elixir de vida para su alma en pena, pero prefería ejercerlo desde la sombra. Su mente había dado tantas vueltas buscando una solución a su propia incógnita en los días previos que no tardó en desistir de ello. Le satisfacía más a su propio ego concluir que habían nacido para enfrentarse. Sin más, lo apuntó al pecho con su blanca varita. - ¿Alguien cree toda esta pantomima que se inventó para tapar su carencia de liderazgo? - exclamó de forma retórica, antes de reparar en la presencia de Mackenzie Malfoy - Usted sabe de eso señorita Malfoy, me sorprende verla aquí. Aaron les puede parecer alguien inteligente, siempre asumí que lo es, pero carece de toda creatividad y la creatividad es el elemento clave que un verdadero líder, ese preparado para elevarnos a la grandeza, debe poseer ¿Acaso Grindelwald no pensó la misma pila de estupideces que el hombre que los interrumpió en la tranquilidad de sus hogares y los convocó aquí? La historia se encargó de ponerlo en su lugar y así lo hizo también Albus Dumbledore, el mismo que sucumbió luego ante un simple adolescente en su propio castillo ¿Ven acaso la irrelevancia de toda la épica pro pureza que intentó plantear? Un fracaso. Olvidado, defenestrado, completamente eclipsado por el mago tenebroso que lo sucedió con mucha más sabiduría. Un fracaso que puso en vergüenza a los partidarios de su ideología y un fracaso tal cual será el de nuestro ministro. ¿De verdad creen que algo tan simple como la sangre que corre por sus venas, tan roja como la de cualquier otro, les da algún tipo de superioridad? Solo los ilusos creen que la sangre con la que nacieron, no por mérito sino por puro azar del destino, es una hazaña como tal. Solo los descerebrados piensan que lo que les da un status en la sociedad es su genética o estar en las ramas de un árbol genealógico pútrido. Arrogantes esas mentes que creen que el poder puede ser innato cuando la única forma de obtenerlo es tomándolo. Ciegos fanáticos los que quieren actuar contra quienes nacieron sin magia ¿Venganza por una cacería ocurrida cuando ninguno, ni ellos ni nosotros, vivía? Las consecuencias de esta cruzada ya fallida desde su concepción van a borrar sin piedad alguna el placer que pudiese generarles. Cuando el caos reine no les va a preguntar si son de sangre pura. Lo tomará todo. Apelar al espectro emocional que genera de un capítulo tan triste de nuestra historia es bajo, incluso para Aaron Black. De donde provengo, la pureza de la sangre no es algo que nos defina como personas, de eso culpo a la idiosincrasia inglesa. En Italia lo que importan son los apellidos: Nazco del vientre de una Di Médici y soy parte de un grupo muy selecto que se obtuvo sus títulos nobiliarios de la guerra, del derramamiento de sangre, de las lealtades rotas, de un ascenso al poder por vías oscuras ¡Y vaya que se lo merecían! Escalaron peldaño a peldaño hasta dominar el lugar que el apellido tiene hoy en día. Incluso existen muggles, separados de la rama mágica, pero respetados en su carencia de magia. No se confundan, soy devota de la historia de mi propia familia. Soy Lucrezia Di Médici, sexta de su nombre, orgullosa hija de Leonardo Di Médici y heredera de todos sus títulos. Llevo como un mantra los ideales de mi linaje. Sin embargo, yo me gané mi renombre. Yo abandoné las comodidades que me daba mi apellido para crear mi propio destino, mis propios logros, mi propia huella en la historia. No deje que mi apellido me defina, como ustedes no deben dejar que la sangre, tener magia o no tenerla defina nada. Que el orgullo por su sangre no se convierta en vergüenza cuando el resto del mundo, evidentemente más cuerdo, vea las nefastas consecuencias de la caída del Estatuto. Que no terminen por odiar su propia sangre, como hicieron los Greengrass, alguna vez tan orgullosos de su pureza, cuando sobre ella pesó una maldición. Que sus propias decisiones no sean una analogía de esa maldición. No se dejen sobornar por alguien hambriento de poder, que sabe que no le es legítimo. El despotismo dura poco. Una vez un político dijo “aquellos que locamente buscaron el poder cabalgando a lomo de un tigre acabaron dentro de él”. No dejen que Aaron se los coma, que eso sería canibalismo y al menos esa ley aun no la anuló. Su acaparadora voz, que había elevado con una solemnidad propia de los de su clase durante aquel discurso, por fin se extinguió dejando todo nuevamente sumido en el silencio. Un momento efímero de serenidad antes del caos, que disfrutó con un suave suspiro. En ningún momento había dejado de contemplar el rostro parco de Aaron, censurando la repulsión que éste le causaba. Sin embargo, reparar en aquel genuino asco la había ayudado a conducir sus palabras con elocuencia y autenticidad ¡Vaya perturbación al concepto del poder representaba a sus ojos el flamante ministro! Había quemado en un instante todos los cartuchos. Debía aceptar que aquel hombre, en toda su aparente insania, mantenía bien las formas. Se acercó unos pasos más al Yaxley, aun sosteniendo el cuerno de erumpent y aun apuntando su varita directamente al pecho del hombre. Antes de dirigirle la palabra por primera vez le regaló una sonrisa, que transmitió casi audiblemente un desafiante aquí estoy. - Entonces…¿Te gustaría discutir antes de tu desaparición o vamos directo a ello?
  2. Mansión Di Médici. 13 de marzo, 9:05 PM. El frío de las perlas acarició la piel de su cuello, tersa e impoluta como si nunca hubiese sido tocada. Se inclinó ligeramente hacia el redondo espejo y tomó uno de sus tantos productos de belleza. Con el delicado movimiento de sus dedos índice y pulgar giró la parte inferior, activando el mecanismo que empujó hacia el exterior la barra de labial. La arrastró con cuidado sobre su carnoso labio inferior, dejando a su paso un vívido pigmento rojizo que resaltaba la perfecta simetría de su boca. Hizo lo mismo con el superior, remarcando su ya pronunciado arco de cupido. Por último, presionó sus labios para que el color se asentara de forma pareja. Sonrió. Perfecta como siempre, para variar. Su mirada recorrió entonces el contorno de sus visibles clavículas hasta su desnudo hombro derecho; descendió entonces por su tenso brazo que la sostenía en aquella posición sobre el tocador. Sin embargo, su intención no fue admirar una vez más su indiscutida belleza ni la excelencia con la que había dibujado el contorno de sus labios. Sus azules rostros rastrearon un reflejo que, apenas unos metros a su espalda, la observaba sin emitir palabra. Observó sin un ápice de vergüenza la dura expresión en el semblante de aquel hombre, su mandíbula marcada al detalle, sus pupilas dilatadas por la falta de sueño y las cicatrices de batalla que, como raíces, asomaban tímidas sobre el cuello de su túnica. El General, líder de las fuerzas policiales y militares del Ministerio Italiano, se había presentado en su habitación minutos atrás. - Entonces, déjame repasar lo que ideó Piero. - Lucrezia interrumpió por fin el silencio mientras recuperaba su postura erguida - Tienen rodeado el palacio, vigilado por su gente desde edificios y parques cercanos. Evacuaron a los ciudadanos italianos de Londres, buena movida debo decir. Primero los nuestros, ¿no? Tienen a las fuerzas de Aaron, al menos las visibles, rastreadas y contadas. Cuentan con el apoyo logístico de Bulgaria, aunque no se quisieron mojarse los pies y traer a su propia gente. Bueno, al menos enviaron a sus criaturas…ya quiero ver los dragones. - Nuestro equipo de primera línea la custodiarán desde las sombras y le facilitarán el acceso a la reunión, desarmando o con decesos de las fuerzas inglesas. Una vez finalizada la reunión, independiente de la razón de su finalización, se procederá a actuar contra quien oponga resistencia. Si fallara en su misión, nos ocuparemos de extraerla y terminar con el objetivo. - Crees que no podré abrirme paso sola ¿Por qué? ¿Porque soy mujer? - preguntó desafiante, por fin clavando su fiera mirada en los ojos reflejados de aquel hombre - Por Berlusconi...Me sorprende que Piero haya enviado a su funcionario más misógino a informarme de esto, pudiendo enviar a su secretaria que es realmente una mujer respetable. Aguantarse cada día los caprichos y la soberbia de tantos hombres de poder…realmente admirable. Quizás en busca del enfrentamiento o quizás porque el tiempo era tirano, la aristócrata por fin dio un suelto giro sobre su propio eje. Se encaminó con suma serenidad rumbo a su amplio vestidor, exhibiendo desinhibida su casi total desnudez. Remarcó a propósito el natural contorneo de sus caderas, sabiendo que cada uno de sus movimientos era observado de cerca por un hombre acostumbrado a detectar los más mínimos detalles, fuera en el campo de batalla o en el cuerpo de una mujer. Al pasar junto al General, le dirigió una sostenida mirada confrontativa, tratando de rastrear en aquellos oscuros ojos una huella de deseo. Pocas personas lograban resistirse a sus encantos, tanto heredados de la genética como nutridos a lo largo de su vida. La solemnidad de aquel alto funcionario ministerial, sin embargo, parecía inquebrantable. Su estrictez militar era sorprendente. - Entraré sola, no necesito apoyo externo. Por si tu cerebro no se dio cuenta, eso pondría en peligro el secretismo en el plan que elaboró Piero. Te sorprenderá el dato, pero tendré soporte para adentrarme allí, una varita a mi lado ¿Has visto? Acepté compartir la gloria de asesinar a Aaron. Todos dejamos algo de nuestro propio ego en esta guerra, deberías hacer lo mismo. - sugirió con actitud jocosa, dejando al General atrás en su camino hacia el vestidor. Su habitación no había sufrido los embates de la explosión que horas atrás había derrumbado el salón principal de la mansión Di Médici, ubicada apenas a unos metros de distancia, hasta sus cimientos. Cada mueble de diseño imperial permanecía en el lugar donde se había emplazado; cada pergamino, con el sello de su familia grabado en la esquina, seguía apilado sobre su escritorio de trabajo. La estructura de piedra estaba intacta, sin presentar siquiera en su superficie la más pequeña rajadura producto de la fuerte vibración que había sacudido el resto de la estancia. El colgante candelabro de cobre, clara muestra del lujo con el que se rodeaba, no había cedido ni un centímetro. Los diamantes, levitando alrededor de la metálica pieza, seguían proyectando la luz de las velas desde el centro hacia el resto de la habitación. Todo estaba ileso, tan ordenado como lo había abandonado por última vez. La blonda italiana abrió de par en par las puertas de su mal llamado vestidor, puesto que en realidad se trataba de una amplia habitación anexa destinada enteramente a resguardar su vasta colección de vestidos. El orden dispuesto allí era impactante a la vista, incluso cuando uno creía acostumbrarse a él. La disposición de los percheros simulaba un laberinto, la materialización del sueño húmedo de cualquier adorador de la moda: La gama de colores y sus infinitos tonos, los diseños extraídos directamente de distintas épocas históricas y de culturas ya olvidadas, las variopintas formas y texturas que luchaban por coronarse como las más extravagantes. La joven aristócrata paseó junto a la hilera de vestidos más próxima a la entrada, haciendo que las puntas de sus dedos rozaran las distintas telas que conformaban desde faldas voluptuosas hasta otras tan ceñidas que apenas permitían el libre movimiento. Caminó entre largos percheros que se entrecruzaban, formando estrechos pasillos, hasta que llegó al centro de aquella habitación. Sus rojizos labios dibujaron una sonrisa amplia, de auténtica satisfacción, que encendió el tenue rubor de sus pómulos. Frente a sus ojos levitaba estático quizás su mayor orgullo como coleccionista: un vestido verde, de pronunciado escote, que proyectaba sobre su fina tela la luz de las estrellas que aquella noche salpicaban el firmamento. Lo contempló durante unos segundos, aun anonadada por una belleza imposible de describir incluso para ella. Lo había heredado de su finada madre, a quien solo había conocido durante sus primeros instantes de vida antes de su abrupta desaparición. Si aquella imprevisible velada iba a quedar registrada en la historia como uno de sus más importantes magnicidios, Lucrezia se veía inmortalizada en el arte luciendo ese mismo vestido. Lo tomó con delicadeza en sus manos y se lo colocó con lentitud, disfrutando del roce de la tela contra su suave piel y procurando no perturbar su perfección. - Lo que sí, espero que estén ahí para cuando Aaron de su último suspiro de vida. - aclaró, atravesando ya vestida el umbral hacia su habitación - Eso se va a convertir en un caos. Es previsible. Ariane Dumbledore y Sagitas Potter Blue, en caso de estar allí, no pueden salir lastimadas. Recuerda esos nombres. Dile a Piero que vaya preparando en banquete de festejo ¿Quieres? - finalizó, disfrutando de indicarle con un ademán que ya podía retirarse. La expresión del General no perdió su actitud severa ni su cuerpo la firmeza mientras abandonaba aquel lugar, listo para dirigir a sus subordinados en las inmediaciones del Palacio de Buckingham. Lucrezia, sin embargo, agradeció con un bajo susurro el retorno de la intimidad en su mansión. Se acercó nuevamente a su tocador y tomó su morado monedero de piel de moke. Lo pasó de una mano a otra, comprobando el considerable peso que había ganado desde su último uso en el Bosque Prohibido horas atrás, y lo sujetó mediante un encantamiento al lado izquierdo de su cadera, que le permitiría tomarlo con mayor facilidad. Advirtió que las manecillas del reloj indicaban que la reunión había comenzado diez minutos atrás. Le resultaba irónicamente curioso que, en el día más definitorio de su vida donde la muerte era una posibilidad cierta, había roto con su siempre sostenida puntualidad. No importaba porque, al fin y al cabo, aquella noche quebraría más de una regla. - Passepartout, necesito que lleves a Impundulu esté preparado en Buckingham en unos minutos. Ocúltalo en el St. James Park, por favor. - le ordenó a su elfo doméstico personal, que apareció repentinamente en el lugar acompañado de un sonoro chasquido - Si le pasa algo estás muerto. - Si, señorita Lucrezia…- exclamó dispuesto a abandonar la habitación, aunque algo detuvo sus pasos. El siervo, que tantos años había servido a la aristócrata, contempló a su ama con una expresión de desoladora aflicción - Solo cuídese ¿Si? Que me gusta servirle. El elfo corrió, corrió como si la vida de Lucrezia dependiera de ello, y la abrazó con fuerza, rompiendo el protocolo de todos los seres de su clase. No le importó. Abrazó las piernas de la mujer o más bien la compleja falda, buscando su cálido contacto. Los ahogados sollozos de Passepartout no se hicieron esperar mientras presionaba su rostro contra ella, como si eso la protegiera de un destino fatal. La aristócrata colocó los ojos en blanco con cierto hastío y lo apartó, evitando que las lágrimas y los mocos se contratan con la delicada tela de su vestido. Se veía imposibilitada de tomar medidas correctivas contra él, como hubiese hecho con cualquier otro elfo: colgándolo de las orejas un día entero al calor del sol. Passepartout representaba su último lazo con Thiago Gryffindor, aquel noble hombre que la había llevado hasta Ottery. - Bueno, bueno…Ve a hacer lo que te dije ¿Vale? - lo interrumpió buscando transmitir tranquilidad con el tono sereno de su voz- Espero que no desconfíes en tu ama. Sabes que Aaron va a caer a mis pies ¿No? ¿O para que sirven todos esos libros Uzza?¿Para que sirve ser aliada del ministro de Italia si no puedo usar toda su fuerza? Cuando vuelva quiero el establo reconstruido y los animales devueltos a sus lugares. Luego de la orden, simplemente desapareció del lugar. Aaron Black Yaxley y Buckingham la esperaban.
  3. La italiana se tomó un momento para responder al saludo de Cissy y se acercó a al pupitre que reconoció como el propio dado que era el único sobre el que descansaban varios libros de historia de la magia. Estaban apilados, uno encima del otro, y su estabilidad parecía peligrar. Su mirada se centró en los lomos de estos: reconoció algunos por poseer ejemplares en su biblioteca personal, mientras que otros títulos se le escapaban de su conocimiento. Paseó la yema de su dedo índice por el borde de la sólida tapa de La Guerra de los Gigantes, una edición de exquisita estética moderna, que lucía con propósito anticipatorio una gama de colores fríos donde predominaba el azul. En su mente afloraron los recuerdos de su enfrentamiento con los gigantes de hielo durante aquel fallido cónclave de las naciones. Vaya desastre. - Oh, que bueno que traes a colación ese tema, el del Estatuto. Veo claramente lo que quieres hacer con ello. - respondió con gracia a su circunstancial profesora, volviendo a dirigirle la mirada con un brillo desafiante - El Estatuto del Secreto se… Algo la interrumpió súbitamente. El sonido de la puerta. Una presencia. Antes de girarse para enfrentar a el último de los alumnos, la aristócrata puso los ojos en blanco, esperando que Cissy notara el gesto. A diferencia de seres de otras razas como los vampiros, Lucrezia poseía un olfato común y corriente; sin embargo, pese a la distancia que aun los separaba, pudo identificar aquel perfume que había impregnado tímidamente el aire con un tino único. Lo reconoció incluso antes de que emitiera palabra alguna, de que aventurara otro paso hacia el interior del aula. Recordó el aroma de la silvestre flora amazónica, del escape de gasolina de un carro muggle y del encierro dentro del mismo por horas. Sintió, como si estuviese presente físicamente en aquella habitación, el hedor del conductor del vehículo, un acérrimo enemigo de las prácticas de higiene más básicas. - Niko Uzumaki…- susurró con ligereza, dejando que su consideración respecto a aquel reputado hombre quedara resguardada como un indescifrable enigma. No fue ajena al movimiento que hubo a su alrededor: la mayoría de las personas allí, incluida una de las mujeres que solía cruzarse en la “Ojo Loco” Potter Blue, habían ido para aprender los misterios que ocultaban en el firmamento; de hecho, ella era la única que había asistido para certificar su conocimiento sobre historia. No le sorprendió, pues sabía que las personas amaban delatar su ignorancia al despreciar aquella materia por su a priori poca aplicación. Necios. La historia era primordial para el desarrollo del conocimiento y la ciencia, y obviar un hecho de tal evidencia fáctica era casi pecaminoso. Sin embargo, como una vieja y arraigada costumbre, Lucrezia encontró el lado positivo: ser la única "estudiante" de Historia de la Magia obligaría a su profesora a centrar en ella y solo en ella su atención. La blonda italiana aprovechó el momento en que Macnair se dirigió a los otros alumnos para materializar su blanca varita mágica en su zurda. La elevó en el aire con un suelto movimiento y ejecutó una floritura fugaz, en forma de s. La pila de libros sobre su pupitre se elevó en el aire, sin perder su delicado equilibrio, y se colocó a su lado destinada a levitar junto a ella hacía cualquier sitio donde marchase. Lucrezia decidió, para no entorpecer el desarrollo de una clase con dos áreas de estudio tan distintas, acompañar a los demás al aula de Astronomía. Su intención clara era facilitar la tarea de Cissy, con quién tenía un interés real por crear un vínculo más allá del trato esporádico y carente de profundidad. Atravesó el umbral de una habitación mucho más abierta y ambientada para la observación de los astros, con artefactos de llamativo diseño que invitaban a usarlos solo por su aspecto costoso. Caminó contorneando sus caderas con elegancia hasta quedar adrede en un punto medio entre Macnair y El Canciller. - Los libros de historia suelen concluir que las bases para el surgimiento del Estatuto se ubican en los siglos XV y XVII, aunque es sabido que su razón de ser viene de mucho antes. A veces es difícil aceptar que el conflicto entre magos y no magos viene desde mucho antes, porque nos obliga a reconfirmar nuestro fracaso como humanos al no poder coexistir. - hizo una pausa en la que su azul mirada, de manera esquiva y fugaz, se dirigió a Uzumaki - Aunque debo coincidir que, al menos públicamente, el conflicto se recrudeció en esa época. Fue el punto en que la desconfianza y las hostilidades, muchas veces fatales, se volvieron algo sistemático. Durante esas oscuras décadas los muggle institucionalizaron la casa de brujas y magos, incluso desde la política se accionó para legitimar la cacería. Se pasó de asesinar jóvenes magos en el anonimato a tomar el más importante espacio público de los poblados: en la plaza principal se levantaron hogueras para quemar a la gente. Las varitas, que muchas veces ayudaron a los muggles a curar sus enfermedades, fueron despojadas de sus dueños para dejarlos indefensos y fueron destruidos como objetos profanos. La locura fue tal que en la vorágine se ejecutaron muchos muggles. Fue en ese contexto que se creó el Estatuto ¿Debo explayarme más?
  4. Bosque Prohibido. 13 de marzo, cerca del mediodía. Apretó las palmas de sus manos contra aquella delicada porcelana, que templaba la temperatura de aquel té de hierbas. Aquella bebida resultaba más reconfortante que una poción herbovitalizante y más satisfactoria para su exigente paladar que un vino añejo a temperatura ambiente. Se lo acercó a sus fríos labios y bebió un largo sorbo, que atravesó su garganta como un bálsamo curativo que la obligó a dar un sonoro suspiro de placer. Dejó que el cálido vapor golpeara de lleno la pálida piel de su rostro y relajara sus músculos. El aroma de la menta se mezclaba a la perfección con el rocío precipitado durante la noche, en la que la aristócrata había dormido a la intemperie pese a la cómoda tienda de campaña que había levantado. Sin embargo, no se arrepentía de ello: había descansado como un bebé, luego de caer al mundo de los sueños sin siquiera haberlo buscado. Una gruesa manta rojiza y afelpada descendía desde sus hombros y cubría gran parte de su cuerpo, protegiéndola del imperante frío de aquella zona boscosa. Estaba sentada junto a la fogata o más bien junto a los restos de ella, pues la llama se había extinto en algún momento de la larga noche y no quedaban más que cenizas y restos de leña carbonizada. Durante el día, y pese a que las frondosas copas de los árboles impedían que la luz se filtrase con libertad, aquel lugar resultaba increíblemente calmo. Lucrezia se sentía cómoda en entornos naturales, donde el animado canto de las aves y el sonido de los roedores pisoteando hojas resecas la transportaba a un lugar pacífico y agradable, donde no existía una cruda guerra poniendo en jaque al mundo ni un alto mandatario al cual debía dar caza. Tal vez respondía a ello su interés en expandir continuamente los límites de su propiedad y poblarla de criaturas mágicas de lo más exóticas. Cerró por unos segundos sus ojos, inhaló una buena cantidad del fresco aire matutino que inundaba el bosque y estiro su cuello para luego girarlo lentamente hacia los lados, provocando que sus huesos crujieran. Su cuerpo se hallaba por fin en un estado de relajación absoluto, alcanzando hasta la parte más recóndita de su anatomía. Las horas de sueño, que había disfrutado como si fueran las últimas, cumplieron con sobresaliente su único cometido: aclarar su cabeza, dejando atrás los violentos sucesos del día anterior, y posicionarla nuevamente en el carril correcto hacia la culminación de su plan. No había borrado de su memoria la desesperación en los ojos de sus criaturas ni las hirientes palabras que Sagitas había tenido para ella con un oblivate sino que, en un ejercicio de autocontrol, había bloqueado sus más oscuros pensamientos hasta que la situación le permitiera sopesarlos con la mente fría. Su prioridad era, con más convicción que nunca, seguir adelante con la tarea que Piero le había encomendado. Su azul mirada descendió hacia un pergamino que, cuidadosamente doblado, aguardaba a ser releído. Aquella misiva había llegado hasta la aristócrata gracias a un cuervo que había rastreado su ubicación en el Bosque Prohibido, hecho que la alertó sobre la necesidad de levantar campamento y moverse hacía otro sitio. Cuando hubo leído por primera vez aquella carta engalanada con el sello ministerial, sonrió; sus carnosos labios dibujaron una sonrisa de sorna ¿De verdad Aaron había pensado que ella, Lucrezia Di Médici, asistiría a esa reunión de mentecatos con ínfulas de una superioridad que no poseían? La idea del ministro drogándose mientras escribía aquellas palabras de repente no parecía tan improbable. Sin embargo, apartó los pensamientos del ministro desvariando y se centró en el resto de la información que podía recabar de aquel hecho: que la carta estuviese en sus manos anulaba uno de los cabos sueltos que había dejado por el camino: los Triviani. Hipotetizó que Candela no había denunciado -al menos aun- sus intenciones. La posibilidad de aquella invitación como una trampa era muy perspicaz para ser elaborada por el ministro. Debía concederle a Aaron una similitud con ella misma, que irónicamente los unía pese a sus marcadas divergencias: la búsqueda inagotable por acumular poder casi como razón de ser. Sin embargo, como aceptaba aquello, como contrapartida encontraba entre ambos una diferencia fundamental que volvía irreconciliables sus ideas: los métodos para lograrlo. Ella lo hacía con inteligencia, moviendo sus fichas del tablero con creatividad, haciendo un uso formidable de la ciencia política e incluso de su innata gracia femenina. El Yaxley, por el contrario, lo hacía guiado por impulsos, por la necesidad de demostrar su hombría, de anteponerse mediante el poder de policía que el pueblo le había concedido -engañado- para captar voluntades. Aaron era el puño de hierro, la extorsión por medio del caos y la amenaza de sádicas represalias; Lucrezia era la cabeza como centro del todo, la victoria del intelecto sobre la fuerza para superar los desafíos que el ejercicio del poder presentaba. Si el destino no hubiese sido tan caprichoso como para enfrentarlos, ambos hubieran formado una dupla de escándalo. - Ariane, ven por favor…- interrumpió el silencio reinante en el Bosque Prohibido una vez diagramados en su cabeza los pasos a seguir y esperó a oír los pasos de la mujer para retomar la palabra - Sé que recibiste la misma carta del ministro que yo. No creo que tu intención sea unirte a un culto de la sangre pura ¿No? Bueno, si esa no era tu intención lo siento pero iremos…a Buckingham al menos. Me ayudarás a abrirme camino hasta donde está Aaron. El lugar estará bastante copado de inquisidores y no es mi plan entrar por la puerta chica, no es mi estilo. Irónicamente correrá sangre, así que entenderé si no es tu deseo acompañarme. Si no vienes, asegúrate de que nuestras familias estén a salvo. La Médici se incorporó con un solo movimiento, haciendo gala de su ligero cuerpo, y se encontró nuevamente frente a Ariane. La innegable pureza de la Dumbledore, tal como había remarcado Sagitas para reprocharle su falta de protección, era algo que las colocaba en dos esquinas diametralmente opuestas de la vida y era Thiago, ese hombre al cual ambas habían amado, el puente tendido para unirlas. La quería. Sentía auténtico cariño por ella, un sentimiento que reservaba para un número muy limitado de personas, casi inexistente. La apreciaba por su fiel y grata compañía, que la sostenía en medio de esa oscura soledad que la ahoga en los momentos en los que deja en el closet a la fría, elegante y superada aristócrata que todo Ottery, para bien o para mal, conoce. Poner en peligro a su amiga era algo que aun le generaba resquemor. Su posibilidades de éxito se resentían sensiblemente si no poseía junto a ella otra varita que le diera soporte para enfrentar a las fuerzas ministeriales que las esperarían en Londres. No existía una respuesta a aquel debate que se daba en su mente. Decidió, uniendo sus manos con las de Ariane, dejar todo el peso de la decisión en ella. - Nos reencontraremos a las nueve en las inmediaciones del Palacio para hacernos una idea de la situación, la disposición de la custodia, las medidas de seguridad y todo lo que te imaginas. Sé que no estaremos solas en ello, la posibilidad de que esa reunión se lleve a cabo con tranquilidad es nula. Depende de nosotras inaugurar el fin de esta locura desatada por Aaron. Si Sagitas va a la reunión y no es tan olvidadiza como se muestra, llevará el espejo que le di. Eso me permitirá ver lo que se cocina en esa reunión y desactivar posibles trampas, porque sin dudas las habrá.
  5. Ministerio de Magia Italiano. Bunker.Bajo el Vaticano. 13 de marzo, mediodía. Su puño cayó con firmeza y el sonoro golpe contra la madera resonó entre las paredes de aquella oficina. El escritorio vibró producto de la brutalidad del golpe, haciendo que se derrama el agua de un vaso lleno hasta el tope. Cuando el eco del golpe se extinguió, todo quedó sumido en un tenso silencio. Cada par de ojos presentes en ese bunker observaban a Piero; algunos expresaban admiración ciega mientras que otros dejaban escapar su temor ante la reacción del ministro italiano. Allí no volaba ni una mosca, lo cual era lógico debido al aislamiento de aquella habitación respecto al exterior. Lo único que se atrevía a moverse en tal situación era la dinámica imagen de Aaron Black Yaxley en la portada de la última edición del periódico inglés El Profeta. El parco rostro del político era iluminado por intermitentes luces que respondían a las cámaras fotográficas de la prensa, hambrientas por inmortalizar en su lente un momento ya considerado bisagra en la historia de la magia. - Hasta aquí llegó la honorabilidad de la guerra. Es un derecho establecido en innumerables tratados internacionales de actual vigencia y amplio conocimiento que el señor Black perdió en el instante que, de manera inconsulta y por motus propio, decidió que el Estatuto del Secreto cayera. Si aun en tiempos de guerra donde prima el egoísmo y la miseria del hombre existen reglas ahora se desvanecieron, así. - Azzinari chasqueó los dedos sonoramente, cual elfo doméstico haciendo magia - Todo cambia en nuestra estrategia a partir de ahora. La comunidad mágica está observando. Ahora incluso lo hacen los muggles. Piero apartó su mirada, que hasta ese instante había fijado en el canciller búlgaro, y volvió a centrarse en el periódico que descansaba junto a su brazo, extendido sobre su ordenado escritorio de trabajo. Lo que captó su atención en aquella ocasión, sin embargo, no fue el artículo que con la letra de molde que se desvivía en críticas ambiguas al accionar del ministro. Apartó el periódico a un lado y, tal como había hecho minutos atrás cuando le fue remitido, tomó en sus ásperas manos un pulcro sobre blanco; dos lecturas rápidas de la misiva que éste guardaba habían alcanzado para que el ministro italiano aprendiese cada palabra con su excepcional memoria. Aquel movimiento de su par inglés lo había sorprendido y no se sonrojaba ni un poco por aceptarlo ante su círculo íntimo de funcionarios más cercanos. Revivir al grupo de los sagrados 28, ya desterrado de la consciencia colectiva de la comunidad mágica, era una jugada por demás interesante. Piero había tenido apenas un par de horas para analizarla con la profundidad que merecía. Durante su juventud, en la que había trabajado a destajo para convertirse en un hombre de la política, Piero se había topado de casualidad con el Directorio de Sangre Pura, dado que en su biblioteca familiar predominaba en gran número la literatura italiana, como era esperable. Su primera impresión sobre el contenido de aquel libro había resultado tan definitoria y elocuente que la mantuvo por el resto de su vida: la ideología de la sangre era algo a todas luces ridículo, un caza tontos en toda regla. Nunca había subestimado la capacidad del Yaxley y allí residía el respeto que le tenía como rival. Durante su corta campaña política había apreciado su altura para sobreponerse a los otros candidatos, aun cuando los demás entregaban al votante propuestas más mesuradas. Sin embargo, caer en un error tan burdo como envalentonar a los propios con cuentos vacíos como la “pureza de la sangre” era un paso en falso tan inentendible que costaba endilgarlo a Aaron ¿No se había servido de las experiencias históricas -y catastróficas- de modelos autoritarios basados en ideologías similares? Abandonó la comodidad de su acolchonado sillón negro y se incorporó, volviendo a pasear su severa mirada entre los miembros de la comitiva a los que había autorizado para ingresar a su bunker: su prodigio jefe de prensa, su secretaria personal que rozaba los cincuenta años, el General de sus fuerzas de seguridad y el flamante canciller de Bulgaria, la nación aliada con la que habían configurado un bloque -el cual encabezaban en carácter de líderes- para frenar el sinsentido que Gran Bretaña había iniciado sin pudor alguno. Piero recorrió con parsimonia su oficina propia oficina, manteniendo adrede cierta tensión en el ambiente, y frenó frente a un tablero de ajedrez con el que solía entretenerse en tiempos de paz, cuando su deber se limitaba a administrar el Estado en beneficio de su pueblo. Vaya que añoraba esos momentos de tranquilidad, donde las circunstancias no lo obligaban a tomar medidas que contradecían su propia ética. Con un ademán invitó a los presentes a acercarse al vistoso tablero de madera. Pensando en aquella reunión, Azzinari había reconfigurado la disposición de las piezas según su asertiva visión. Los peones blancos, en representación de las naciones alineadas contra la caída del estatuto, llevaban las banderas de dichos países, entre los que destacaban potencias con menor injerencia en la guerra como Francia. Existían, como correspondía al juego, dos caballos blancos: uno de los caballeros en miniatura sostenía el reconocido símbolo de MACUSA mientras que el otro levantaba en alto un escudo de armas cuyo origen podía escapar a muchos: el de la familia Médici. Lucrezia sería, en su obligación de asesinar al ministro para conservar su vida, la estocada final dentro de un plan mucho más ambicioso y complejo. En cuanto a las piezas negras, el rey negro correspondía, claro, a Aaron; las torres, en tanto, representaban a las familias de sangre pura más influyentes en la sociedad, que según los cálculos de Piero acompañarían a su ministro y podían torcer el destino de la guerra. El rey estaba rodeado por un grupo de peones sustancialmente menor al blanco, en representación de los gobiernos sin duda lograría convencer, entre los que destacaba un Japón cuya traición al Estatuto había afectado la estrategia de Piero. - Dejemos que tengan su reunión, dejemos que el señor ministro saboree la gloria junto a un grupo de soñadores. Que crea que esta a punto de moldear el mundo a su gusto, al de las familias de sangre pura inglesas. Quiero que Aaron crea que por fin está marcando a fuego su nombre en los libros de historia para que un segundo después y solo un segundo después - detuvo su discurso un instante para derribar con un efectivo golpe de su dedo índice la pieza del rey - todo se desmorone ante sus ojos. Quiero que, cuando todo caiga, entienda que efectivamente dejó una huella en la historia, que cada libro tendrá un pequeño párrafo dedicado a Aaron Black Yaxley, el ministro de la magia que intentó tenerlo todo y se quedó sin nada…o, como dicen en mi pueblo, un ministro fracasado. Piero volvió a levantar al rey negro y a colocarlo en su correspondiente casillero porque, sin lugar a dudas, Aaron seguía vivo y de pie. No dudaba que su par inglés le daría pelea, pues irónicamente estaba en su sangre. Azzinari confiaba en lo que su prodigiosamente cabeza, nutrida por pilas de literatura bélica, podía elaborar pero sostenía como un mantra que apostar por una victoria segura traía consecuencias nefastas. Era confiado, pero no tonto. Las estrategias ofensivas como la que estaba a punto de materializar siempre traían contingencias y dificultades varias y era en la capacidad de prevenirlas donde residía la posibilidad de éxito. El ministro italiano caminó hasta pararse frente a los cuatro funcionarios y enderezó su postura. Aclaró sonoramente su garganta, juntó sus manos por detrás de su espalda y alzó su voz con la firmeza de su convicción. - Las autoridades búlgaras están listas para llevar a cabo su parte en la estrategia que elaboramos juntos - afirmó cruzando miradas con el canciller, cubierto de vistosas pieles animales, que asintió para reconfirmar sus palabras. Piero se había reunido con el cabeza de estado búlgaro durante la madrugada. - Ellos nos proporcionarán logística, criaturas propias. No llamaremos la atención y llevaremos todo con el más absoluto secretismo y minuciosa calma. Llegaremos callados, sin hacer el más mínimo ruido, cuando todos los ojos del ministerios y sus aliados estén enfocados en Buckingham nuestras fuerzas entrarán por la puerta de atrás, apenas una hora antes de que empiece su reunión.- su mirada recorrió el tramo que separaba a su General de su jefe de prensa - Durante el día acribillaremos al pueblo con artículo tras artículo desacreditando a Aaron hasta diezmar su ya desgastada imagen. En la noche, cuando cada familia salga de esa reunión pensando en la cuota de poder que acaban de recibir de parte del mismo ministro, iremos por la cabeza de Aaron y de quien se resista a la pacificación y la vuelta del Estatuto. La superioridad numérica activará una hormona muy específica de sus cabezas: las del miedo. Van a priorizar lo más preciado que tienen, algo superior a la pureza de su sangre: su propia vida ¿Y entonces? Entonces jaque mate.
  6. Bosque Prohibido. 13 de marzo, pasada la medianoche. ¿Aquel sonido había sido producto de una desaparición? En ese momento no lo supo, pues su mente había elegido no ocuparse de procesarlo. No había tiempo para arribar a conclusiones o interpretar cada uno de los ruidos que le daban vida a aquel bosque. La aristócrata se había abstraído completamente de todo lo que sucedía a su alrededor como un método de conservación propia y de terceros. Nadie, incluso ella misma, adivinaba lo que era capaz de hacer si caía en cuenta que aun poseía su varita a mano. En ese momento no era monarca de sus propias acciones; se encontraba en un estado obnubilado, en el que no comprendía si su cabeza estaba completamente en blanco o si estaba tan abrumada por pensamientos radicales que resultaba imposible reconocerlos como tales. Se había apartarlos de los demás para protegerlos de ella misma y de las potenciales consecuencias de una creciente ira mezclada peligrosamente con impotencia. Solo ella y su entrecortada respiración, que comenzaba a provocarle pequeños puntazos en sus pulmones. Tal vez había aspirado una dañina cantidad de humo y cenizas o quizás lo que la dañaba por dentro era lo que reprimía: una oscuridad capaz de tomarlo todo. No, no podía ceder ante su naturaleza más perversa. Buscó con su desencajada mirada algo a su alrededor que le permitiera escapar de esa encrucijada que se llevaba a cabo en su interior pero no encontró ninguna salvaguarda que la escondiera de sí misma. Fue al sentir el abrazador calor humano, ese que puede recomponer al menos por un instante cualquier espíritu hecho añicos, cuando logró despejar su cabeza de la densa niebla de ideas oscuras que la aquejaban. Cuando los brazos de Ariane rodearon su cuerpo, en un gesto de genuino cariño como no había experimentado en mucho tiempo, sintió como su respiración recuperaba paulatinamente su regularidad. Las palabras de ánimo de la Dumbledore fueron como un bálsamo para sus heridas invisibles, esas que duelen por dentro y que nadie puede ver. Notó como sus manos dejaban de temblar sobre el frío barro. Ya no eran inútiles, como lo habían sido contra el fuego devorador e impiadoso. Con su dedo índice limpió los restos de las lágrimas que habían surcado sus pálidas mejillas ¡Que era Lucrezia Di Médici, *****! No podía dejar que nadie la viese en un estado de tanta indefensión, tan vencida. En otro contexto, de no ser ella quien lucía tan afligida, se hubiese burlado con malicia de una imagen tan patética. - Necesitabas unos minutos para recomponerme. - aclaró mientras reunía fuerzas para volver a ponerse de pie- Le dije a Sagitas que debíamos movernos por vuelo, que las apariciones son más rastreables. Como alguno de mis animales haya salido lastimado de eso…- se retractó de mencionar el fatídico final que había imaginado en ese momento para la Potter Blue - Ahora mismo lo mejor es quedarnos aquí, donde quiera que estamos. Levantaré un campamento. La mortífaga se sirvió de su rodilla para tomar impulso y ponerse de pie, rehuyendo de la ayuda que Ariane le había ofrecido para incorporarse. Con un gesto casi caricaturesco quitó hacia los lados los restos de polvo y cenizas acumulados en los hombros de su túnica. No permitiría nuevamente que la debilidad se apoderada de su fuerte espíritu y menos aún frente a otras personas. Afianzó con sus delgados dedos el mango de mármol de su varita y realizó una elegante floritura. Varios trozos de corteza y ramas desprendidas de los robustos árboles de aquel bosque se elevaron unos centímetros sobre el suelo y levitaron hasta encontrarse en un punto cercano a ambas mujeres, en medio de una zona de troncos talados. Apenas un chispazo generado desde la punta de su varita alcanzó para encender aquella fogata, cuya llama sirvió para iluminar un amplio radio a la redonda y alejar a las alimañas que se acercaban a curiosear. La blonda aristócrata tomó de su bolsillo derecho su monedero de piel de moke, que sorprendentemente había resistido al daño del fuego en su túnica. Desató los dorados lazos que lo mantenían cerrado e introdujo su mano dentro, rebuscando entre las decenas de objetos que había almacenado allí en miras de una intrusión al ministerio que había quedado definitivamente trunca. Apenas unos segundos después logró extraer del interior de la morada bolsa una extensa tela de aspecto pesado que lanzó con ímpetu al aire; Lucrezia acompañó aquel acto con otro grácil movimiento de su varita, que provocó la materialización de estacas metálicas que se clavaron con firmeza en la tierra guardando varios metros de distancia entre sí. La tela se extendió hacia los lados, ganó altura y dio varias vueltas sobre su propio eje. Las sogas se unieron a las estacas y una sólida estructura de madera se levantó desde el suelo para darle forma a una lujosa tienda de campaña. La blonda italiana contempló unos segundos el atractivo interior, ampliado mágicamente e iluminado por varias lámparas de gas distribuidas por toda la carpa. Sin embargo, decidió quedarse unos instantes junto a la fogata. - No quiero invocar a Passepartout aquí, debe estar ocupándose de la situación en la mansión ¿Quieres preparar algo de comer, Ariane? No quiero irme a la cama con el estómago vacío, mañana tenemos un día largo. Mal que me pese…debemos reencontrarnos con Sagitas. Es importante descansar. Sopesando cambiarse de ropa recién al momento de dirigirse a su habitación, pues comprendía que no era sabio arruinar otra prenda de alta costura con el lodo de aquel bosque, la blonda italiana se sentó junto al fuego. Acomodó los mechones de su rubio cabello que se había rebelado durante el escape de su mansión y dejó que su azul mirada se perdiera en la llama, que crecía y se reducía mientras consumía la leña. Abrazó sus delgadas piernas flexionadas contra su pecho, buscando sentirse contenida. Le hizo un ademán a Ariane para que se sentase junto a ella y, cuando ésta lo hizo, Lucrezia apoyó el lado de su cabeza sobre el cómodo hombro de la Dumbledore. Su negación a considerarla una amiga la había enterrado tiempo atrás junto al recelo que sentía por su pasado junto a Thiago. Ariane se había convertido, con la pureza de su alma y su inagotable amabilidad, en una especie de sostén emocional. A la aristócrata le seguía resultando curioso como dos personalidades tan opuestas congeniaban de una manera tan auténtica. - ¿Crees que ese tal Elvis, que metieron sin avisar en mi mansión, tenía razón?¿Crees que soy una inútil defendiendo a mi familia y mi hogar? - le preguntó, intentando encontrar en la única compañía fiel que resistía a su lado un apoyo para despejar los últimos rastros de inseguridad que aun subsistían en su mente - Escucha Ariane…debo disculparme contigo por meterte en esto sin preguntarte. Los Triviani, pese a su gran estupidez, terminaron por alterar mis planes y ello tiene consecuencias que aun no llego a calcular del todo. Debo asesinar a Aaron Black Yaxley, no solo por el perjuicio que significa para nuestra sociedad. Yo…- sosegó su tono de voz sabiendo que estaba por escupir sinceridad - hice un trato inquebrantable con Piero Azzinari, el ministro italiano. Si no lo cumplo moriré. Al final de esta historia, todo se reduce a un final de solo dos opciones: es mi vida o la de Aaron. Y vaya que tengo motivos para no morir… Repentinamente una sensación de somnolencia comenzó a invadirla mientras su oído percibía los serenos y rítmicos latidos de Ariane. Abrazada por el calor de la fogata, la blonda italiana sentía una gran comodidad pese a permanecer sentada. Con su respiración calma, el silencio apenas interrumpido por el chisporroteo del fuego y bajo la oscuridad del firmamento, su visión se volvió más y más nublada. Finalmente, luego de una noche agitada y compleja, Lucrezia se rindió ante el sueño y cayó dormida en medio del Bosque Prohibido.
  7. ID: 46700 Nick (con link a la ficha): Lucrezia Di Medici http://www.harrylatino.org/topic/78208-ficha-de-lucrezia-di-medici/ Link a la Bóveda Trastero: (en caso de poseerla) http://www.harrylatino.org/topic/108180-boveda-trastero-de-lucrezia-di-medici/ Link a la Bóveda de la cual se hará el descuento: http://www.harrylatino.org/topic/78321-boveda-de-lucrezia-di-medici/ Link al Premio obtenido (en caso de gala/concurso): --- Fecha: 2020-04-04 Objeto: Tienda de Campaña de Lujo Puntos: 80 Precio: 4000 G Total de puntos: 80 Total de Galeones: 4000 G
  8. Establos. Mansión Di Médici. 13 de Marzo, pasada la media noche. Su mirada, clavada en quién había invadido su casa sin permiso, transmitían una frialdad que quien la observase describiría como inhumana; sin embargo, Lucrezia era bien humana, una humana lista para atravesar la garganta de quien pusiera en peligro a su familia sin mosquearse. Se forzaba a sí misma a no pestañear para no concederle al desconocido la mínima posibilidad de revertir aquella situación que la tenía en clara ventaja y a él al filo de la muerte. Aun cuando percibió cercana la presencia de Ariane, la blonda italiana no desistió de aquel enfrentamiento de miradas, en el que descubrió frente a ella a un hombre que parecía no temerle. No le era ajeno lo que esos ojos marrones ojos expresaban: desprecio y subestimación. Presionó más. Solo en el momento en que sintió la suave piel de la Dumbledore contra la suya decidió relajar un poco su postura. La mención de los adolescentes a los que tutelaba sirvió para destensar sus músculos. Si Luka y Luna estaban a salvo en otra mansión, ello le permitía abandonar el lugar sin dejar a nadie desprotegido detrás; Lucrezia había asumido su cuidado y su educación como la más primordial de sus responsabilidades, el pago de una deuda eterna que tenía con el desaparecido Thiago Gryffindor. El resto de los habitantes de su mansión, ya crecidos y con considerables conocimientos mágicos, podían defender su vida por su cuenta. Passepartout, como el natural líder de la comitiva de elfos domésticos de la mansión, conocía al detalle todos los protocolos en caso de contingencias. Los Di Médici estaban seguros. - Estoy bien, Ariane. Nos quedan unos minutos para recomponernos e irnos hacia Londres. Por ahora te vienes conmigo, quieras o no. Tendré tiempo de explicarte que fue todo esto en otro lado. - indicó, intentando transmitir en su voz cierta calma. Pese a que la aristócrata comenzaba a apaciguar su ímpetu hostil e intentaba disipar la rabia aun viva en su interior, el hombre no resistió a abrir su bocaza ¡Claro que no lo iba a hacer, aun amenazado! La virulencia reinante en sus palabras sirvió para envalentonar nuevamente el ego de Lucrezia, ya herido por lo sucedido anteriormente. Solo la extraña -incluso para ser ella- intervención de Sagitas consiguió que desistiera. <<Elvis, menudo nombre>>. Hundió un poco más la punta de aquel objeto punzante en la tensa piel de su cuello como una última declaración de intenciones y finalmente, acompañada por la mano de Ariane, dejó el brazo con que lo sostenía. Estiró sus delgados dedos y el atizador cayó al suelo, produciendo un chirrido metálico cuyo eco se extendió por todo el establo. El objeto metálico rodó hasta perderse de vista. - Créeme que estoy preparada para cualquier cosa, no me subestimes Elvis .- afirmó desafiante, pronunciando su nombre de modo incisivo - Si sigues vivo luego de meterte en mi propiedad es porque intuí que Sagitas y Ariane te conocen. Que sepas que confío en ellas a pleno, a ti no te quitaré el ojo de encima. - hizo una pausa, dirigiéndole una última mirada y pasando a su lado - Lamentablemente estas obligado a acompañarnos, al menos hasta que pase esta tormenta. Aunque la mortífaga atinó a seleccionar a alguno de sus adiestrados hipógrifos como la perfecta montura para el viaje que estaban a punto de iniciar…algo la detuvo. Algo, sin saber muy bien qué, hizo click en su cabeza. Tal vez un instinto o tal vez algo que su mente detectó luego de aclararse. Retrocedió unos pasos y se giró en busca de la autora de las últimas palabras que habían atravesado sus oídos: Sagitas Potter Blue. Las idas y vueltas de su relación habían logrado, a fuerza de discusiones y rabietas, que le resultase natural a Lucrezia percibir que algo extraño subyacía en su voz. Lo que más delataba su completa abstracción de lo que sucedía en el establo era la ausencia del brillo característico de su mirada que tanto la intimidaba. Lo que pasaba por su cabeza en aquel momento no solo se transformó en un enigma a resolver, sino en una preocupación real ¿Qué la tenía tan descolocada, tan ida? ¿Qué generaba esa respiración agitada, tan similar a la de un niño recién despierto luego de una pesadilla? Antes de que pudiera exteriorizar su preocupación Sagitas volvió a hablar, acusándola a viva voz de negligencia y de poner en juego la vida de Ariane. Lucrezia no supo entender cómo una mujer que se ufanaba de su sabiduría podía creer algo tan supinamente ilógico ¿Cómo se atrevía a poner en duda su intención con la madre de los niños que tenía bajo su cuidado y guía, insinuando que la había puesto en peligro adrede? Sintió como, de un segundo a otro, el fuerte lazo que habían creado peldaño a peldaño entre ambas se quebraba en dos de manera definitiva; una construcción de años y de experiencias mutuas se desvanecía así, sin más, como si su existencia hubiese sido efímera y sin sentido alguno. La infundada acusación atravesó su mente como una solitaria chispa que alcanzó para combustionar e incinerar toda consideración favorable sobre aquella mujer. Tomó una necesaria bocanada de aire y apretó sus puños en un vano intentó de contener su repentina ira. Aquí íbamos otra vez… - ¡Eres insolente! No puse en peligro a nadie ¿Es que aún no lo entiendes? Claro, por esa obsesión que tienes por mostrarte superior a todo, por pretender que sabes todo y que tienes todo en orden. - ¿le hablaba a Sagitas o a si misma? - Esto es superior a nosotros y a nuestras vidas, es lo que estamos dispuestos a sacrificar. Estoy seguro que Ariane lo comprende…lo hará cuando se entere que lo que planeamos es por el bien de nuestra sociedad tal cual la conocemos ¿Tu mente tan privilegiada no lo comprende? Te di oportunidad de irte, incluso antes de que los Triviani llegaran. Cuan… No le molestó que Sagitas le propusiera a Elvis irse de ese lugar rumbo a su pocilga de mansión ¡Es más, lo agradeció! Como un instinto para proteger su psiquis, su mente había bloqueado todo lo relacionado a la conspiración contra el ministro inglés y la necesidad imperiosa de contar con el valioso aporte de la Potter Blue para adentrarse en el ministerio sin ser detectados. El haber firmado un contrato inquebrantable con Piero y que por consiguiente su propia vida estuviese en juego era de repente una nimiedad, algo que en ese contexto se podía retrasar indefinidamente hasta quedar en el olvido. Su prioridad número uno era alejarse de aquella deshonrosa mujer, miles kilómetros de ser posible. Su sola presencia le generaba un estado de ofuscación tal que incluso puso en consideración desaparecer de su propia mansión. Algo la detuvo de levantar su mano y propinarle a Sagitas, cuya mejilla en ese momento lucía particularmente atractiva, una firme cachetada. El ambiente se había viciado de una forma abrupta. Cerró sus párpados y tomó un poco de un aire que se había vuelto repentinamente cargado. Sus fosas nasales se ensancharon, en busca de capturar la mayor cantidad de información posible. Mezcla de paja y madera quemada; aroma a fuego, cada vez más cerca. Calor abrazador. La aristócrata abrió los ojos alertada, sabiendo que se encontraría con una pared de fuego que avanzaba a toda marcha contra ellos. Las distintas estructuras de madera predominaban en la arquitectura de aquel establo, acelerando su ya incontrolable avance. ¿Los habían atacado o aquel incendio había sido casual? Aquella pregunta, como tantas otras que su cabeza comenzaba a formular en respuesta a lo que sus ojos atestiguaban, fue silenciada por los desesperados resuellos de los aethonans, que veían sus vidas en peligro ante las impiadosas llamas. Lucrezia respiró aunque el humo se lo dificultase. Decidió anular cualquier atisbo de sentimentalismo al atestiguar la destrucción del lugar que amaba y dejó lugar solo a su racionalidad. Intuitivamente alzó su blanca varita y efecto una corta floritura, apuntando hacia el techo de la estancia. Cada una de las puertas de las caballerizas se abrió de par en par. La última imagen que captó su visión antes de desaparecer fue la de sus animales huyendo de las incontrolables llamas, corriendo hasta el punto exacto donde su dueña comenzaba a desvanecerse. --- Bosque Prohibido. 13 de marzo, pasada la medianoche. La caída sobre sus rodillas no respondió a lo inesperado de la desaparición. Se dejó caer sola. Su cuerpo funcionaba a la perfección; no se había visto afectado por la despartición o las náuseas normalmente a ese tipo de viajes mágicos. Decidió caer y que sus desnudas manos se encontrasen con la húmeda tierra del suelo y que la tela de su túnica terminase de ensuciarse del todo, entre el polvo del techo, las cenizas de su establo y el barro de aquel bosque. Su respiración se volvió marcada y sonora, imponiéndose incluso al lejano canto de los grillos. Su mirada se perdió en algún punto lejano, entre los anchos troncos que se elevaban hasta encontrarse con las frondosas copas de los árboles. Anuló todo sonido, incluso los quejidos de dolor de Sagitas. De repente era solo ella consigo misma, rodeada de un escenario que le era completamente ajeno. Concluir tajante que la desaparición había afectado sus pensamientos hasta volverlos tan confusos que incluso le era difícil interpretarlos hubiese sido la vía de escape perfecta para ignorar la verdad y recuperar su línea. Sin embargo, aquello significaba engañarse de la forma más tonta que una persona podía hacerlo. Podía ser muchas cosas -altanera, petulante, ególatra- pero necia no era una de ellas. Por un instante, mientras ignoraba todo lo que sucedía alrededor, se permitió sincerarse consigo misma. Las imágenes del establo incendiándose y sus amados animales corriendo hacia ella en busca de seguridad y salvación se reproducían una y otra vez en su cabeza. Una pequeña y cálida gota se deslizó lentamente por su mejilla y cayó sobre la palma de su mano cubierta de barro. Había perdido el control. ¿Lo había tenido alguna vez?
  9. El rítmico golpeteo de sus tacos contra la piedra producía un ligero eco entre las curvas paredes de aquella torre. Los escalones eran cortos y bajos, obligándola a medir con cuidado sus pasos para no perder el equilibrio y mantener su postura estilizada. La blonda italiana ascendía con suma tranquilidad por aquella escalera de caracol, evitando pensar en la suciedad escondida en los recovecos de aquel lugar para evitar un resurgimiento de su dormida misofobia. Distraerse con otras cosas, como la tenue luz de las estrellas que se filtraba por las pequeñas ventanillas cuya presencia era casi anecdótica, la ayudaba a alejar aquellos pensamientos que su mente no podía controlar. Su escultural cuerpo era cubierto por un vestido extraído del renacimiento y conservado a la perfección el cual había pensado exclusivamente para aquella ocasión particular. La tela era visualmente espectacular, jugando ingeniosamente con la gama de amarillos. Un corsé negro ceñía la parte superior del vestido contra su curvilínea cintura, ajustándose a ella mediante tensos cordones de similar color. El diseño de la parte inferior consistía en una cómoda falda acampanada que se amoldaba con perfección a sus movimientos, permitiéndole una comodidad que era difícil de intuir a simple vista. Como cada ocasión en la que visitaba un lugar que desconocía, sus manos iban ataviadas con largos guantes de exquisita tela blanca que se extendían hasta unos centímetros antes de sus codos. Su cabellera caía por su espalda como una dorada catarata. Su inscripción en las clases de Historia de la Magia impartidas en Castelobruxo no correspondía a un hambre voraz e incontrolable por adquirir conocimientos de esa área de estudio específica, pues era una que conocía bien. La intención a la que se ceñía su presencia en aquella torre se basaba en dos factores: la obtención de una certificación académica de sus saberes que nunca había recibido dada su educación informal en el claustro de Villa Médici y su interés por compartir un momento con quien se le había informado que sería su profesora, Cissy Macnair. Lo mucho que había escuchado sobre aquella mujer era inversamente proporcional al poco tiempo que con ella había interactuado. En su memoria registraba dos encuentros previos ¿Por qué no compartir un tercero en un contexto así? Su relación con aquella materia era íntima y era incluso superior a ella misma, a todo lo que podía aprender de un par de textos o las explicaciones de un tercero. La historia formaba parte de su legado y de su vida, de su extenso árbol genealógico y de su propia identidad. El apellido Médici tenía un espacio reservado en cada libro de la historia de Italia, sin importar su origen mágico o muggle. Su linaje había participado de innumerables eventos que habían marcado, siglos atrás, la política y la sociedad de su país natal, en especial de la región de Florencia. El banco que con ambición dirigía era una de las más antiguas instituciones bancarias europeas, habiendo sobrevivido a cada crisis del viejo continente. Su familia era la historia; ELLA era la historia, como representante principal de su herencia. Al llegar al piso superior, la joven aristócrata dio dos simpáticos golpecitos a la puerta ya abierta y cruzó airosa el portal que configuraba la entrada a aquella aula. Sus azules ojos detectaron automáticamente a Cissy, en cuyo semblante se centraron con cierto brillo cómplice. Le regaló a su compañera de bando, por la que sentía un respeto basado en rumores del pasado, una genuina sonrisa de complacencia; las angulosas facciones de su rostro se iluminador al adoptar aquella expresión. Se acercó a ella, dirigiéndole desinteresadas miradas a las otras mujeres que ya se encontraban allí. Con delicadeza dejó sobre el escritorio de su profesora la misiva con que allí la había convocado. - Buenos días Cissy, supongo que te sorprende verme por aquí. Espero que esta clase sea…provechosa.
  10. @@Ellie Moody Cambios hechos, espero que ahora si esté todo bien.
  11. Establo. Mansión Di Médici. 13 de marzo, 00:20 AM. El regordete torso de Nahum, el porlock, se balanceaba de un lado al otro sobre sus cortitas y torpes piernas mientras daba saltarines pasos. Llevaba con cierta dificultad cuatro o cinco manzanas, lo máximo que sus pequeñas manos podían transportar. Aquellas dulces frutas eran las preferidas de los aethonans, que esperaban hambrientos por aquel jugoso postre de medianoche al que se habían mal a costumbrado. Estaba a solo unos pocos pasos del espacio hábitat de aquellos corceles cuando percibió en su sensible piel, cubierta por una espesa capa de pelo naranja, que algo cambiaba en el fresco aire de aquel establo. Repentinamente apareció junto a él un oscuro portal de aspecto, al menos ante sus impresionables ojos, muy tenebroso. Cuando una persona que desconocía salió expulsada de él, el terror se apoderó de Nahum y lo llevó a dar un bruto respingo que desestabilizó por completo su ya de por sí débil equilibrio. Las mazanas inevitablemente se escaparon de sus manos y cayeron una detrás de otra, rodando luego hacia distintos puntos de aquel ancho pasillo. El abrupto quiebre en la tranquilidad en la que normalmente se ceñía el establo atrapó la atención de todos sus habitantes. Incluso los animales que ya habían caído victimas del sueño asomaron sus cabezas sobre las bajas puertas de sus moradas. Para cuando Lucrezia hubo atravesado aquel portal, el porlock que cuidaba de algunas de sus más preciadas criaturas ya se hallaba oculto en uno de los cubículos vacíos del lugar. Resultaba fácil rastrear su presencia, pues su particular cola en forma de pompón se asomaba temblorosa en una de las esquinas. Sin embargo, el susto que se había llevado Nahum resultaba la última de las preocupaciones de su dueña. La joven aristócrata se concedió a si misma un momento para recuperar la regularidad de su ritmo cardíaco, que se había acelerado al escapar de su reunión con los Triviani. Soltó las manos de Ariane y Sagitas. Percibía la adrenalina corriendo por sus venas y alterando su respiración, sus hormonas y varios otros aspectos de su revolucionado organismo. Tomó una bocanada de aire y se obligó a centrarse, pues una seguidilla de poco probables casualidades la había convertido en la natural líder de todo un grupo. Lo primero que atravesó su mente una vez controlado su cuerpo fue la destrucción casi total del salón principal de su mansión, aquel donde recibía las visitas de grandes políticos y autoridades diplomáticas para elucubrar sobre potenciales negocios de dudosa legalidad. La reconstrucción del techo y la reparación del antiguo mobiliario tendría un costo efímero para su abultado patrimonio pero saber destruida una parte de su creación, aquello que había ganado por su propio esfuerzo y no por la herencia familiar, resultaba sin dudas chocante. Lo siguiente en lo que se detuvo fue, por simple lógica, en los Triviani. Dos preguntas surgieron intuitivamente en su fuero interno: ¿Seguían vivos? ¿Los perseguirían ahora que conocían la existencia de una traición? La blonda esperaba, sobre todo por Zoella, una respuesta afirmativa a lo primero; en cuanto a lo segundo, no se quedaría allí el suficiente tiempo para descubrirlo. - Cambio de planes. - rompió el silencio, sabiendo que Sagitas era la única que conocía su plan original y que incluso ella lo hacía parcialmente. - Nos vamos de aquí, no es seguro quedarnos. Los Triviani están al tanto de mis intenciones con Aaron - llamarlo Ministro era subirle el precio - y saben que hay más gente involucrada. Para esa familia la traición se paga con traición. Les tiré el techo encima, pero no es muy alocado teorizar que sobrevivieron y que lo denunciarán ante el ministerio. No quiero que un grupo de inquisidores bajo las órdenes de un necio toquen mí puerta o al menos no quiero estar allí cuando lo hagan. La mansión ya no es segura ni los son los habitantes. Nos iremos a Londres para estar más cerca del Ministerio. Cada uno elija su montura, no es inteligente arriesgarnos a utilizar magia para movernos. Al terminar de pronunciar la última palabra, la blonda italiana notó la leve agitación que interrumpía la fluidez de sus indicaciones. Sin dudas, aunque la idea incomodase a su vasto ego, debía descansar unos instantes más antes de continuar. No solo su respiración estaba afectada por la sucesión de hechos inesperados y violentos que había vivido momentos atrás dentro de un lugar que creía seguro; su mente había perdido la magnífica claridad con la que siempre distinguió lo inteligente de lo est****o. Sabía que la pérdida de su característica lucidez era momentánea, así que decidió centrar su atención en lo que la rodeaba e ignorar todo lo que sus acompañantes pudieran decirle. Se dispuso a recorrer aquel pasillo principal, del cual nacía el resto de la maravillosa arquitectura de aquel establo. Las moradas de los distintos animales estaban delimitadas en espaciosas caballerizas de madera de madera oscura, que reproducían de forma reducida sus hábitats naturales. Paseó con parsimonia frente a los unicornios y los hipógrifos, uno de los cuales había recogido con gran agilidad una de las manzanas desperdigadas por el suelo. Frente a éstos últimos se detuvo y sus labios no hicieron más que dibujar una mueca divertida. Había en aquellos animales algo curioso e irónico, dada la situación: los había nombrado en honor a los Triviani, sobre quienes había arrojado un techo casi entero minutos atrás. Contempló a Zoella, a Jeremy y a Matthew ¿Deberían buscar otros nombres a aquellas criaturas luego de aquella noche? Algo de lo que sus dilatados ojos observaban la hizo arribar a una conclusión que reactivó la compleja maquinaria de engranajes de su mente. En aquel momento necesitaba recuperar su espíritu ególatra, ese que le permitía llevarse el mundo por delante. No podía dejarse vencer por los indignos Triviani. Su objetivo era asesinar al mismísimo ministro inglés, algo superior a lo que aquel linaje de magos y brujas de poca monta podían aspirar. Necesitaba ser Lucrezia Di Médici, la última aristócrata ¡Vaya que lo era! Su orgullo no era pisoteable y menos por la bota repleta de suciedad de Candela Triviani. Avivar su rivalidad con aquella mujer permitió que las turbias aguas en las que navegaban sus ideas serenaran su intenso oleaje. De un instante al volvió a adoptar su elegante postura, aquella que le permitía lucir ante los demás la fortaleza de su ser. La claridad que inundó su mente como una desatada catarata le permitió notar ciertas cosas que hasta ese preciso momento había pasado por alto, como el hecho de portar aun en su mano derecha el atizador con el que había avivado las llamas de su chimenea antes de que todo se desatara. Incluso, había olvidado la presencia de un hombre cuya identidad desconocía dentro de su custodiada biblioteca. Conveniente. Alzó aquella delgada vara de hierro hacia el apetecible cuello del hombre y presionó la filosa punta contra su yulugar, observando como su blanca piel se hundía. Lo observó directamente a los ojos, transmitiendo a aquel extraño con total consciencia que era una rubia italiana capaz de quitarle la vida. En su zurda aun sostenía su blanca varita, así que las probabilidades de hombre eran más bien nulas. - Primero dime como te llamas. Luego, si te parece, me dices que hacías dentro de mi mansión. Por último, si no quieres que te mate y tu cuerpo quede tendido aquí para que se lo coman los gnomos trozo a trozo, me dirás que hacías junto a Sagitas y Ariane. No me gusta que se metan con mi familia ¿Sabes? Así que habla y no intentes nada extraño.
  12. Las paredes de aquella habitación eran negras, totalmente negras e infinitas. No, más bien no había pared alguna. Allí donde la vista se dirigía, allí donde se perdía en la eterna oscuridad. El aire estaba viciado. No, tampoco había aire. No tenía la necesidad de respirar, no sentía su pecho inflarse cuando intentaba en vano inhalar. Lucrezia se encontraba allí, en el centro de todo ¿Era realmente aquel el centro? No lo sabía. No podía definirlo como tal. Ese lugar tétrico se escapaba radicalmente de la realidad que conocía. No encontraba una explicación lógica a todo aquello más que la posibilidad de que su consciencia tomase la forma de su cuerpo humano y navegara por los desconocidos canales de su mente ¿Estaba soñando? A ella llegó un siseo, un siseo suave y apenas perceptible por su sentido del oído. La nívea piel de sus brazos se erizó. Su azul mirada intentó rastrear el origen el tenue sonido en aquella oscuridad, en aquel negro tan puro e inusualmente hermoso. Lucrezia pensó con su lógica resolutiva que en aquel contexto monocromático sería fácil hallar el objeto o el ser que emitía el siseo que seguía reproduciéndose cada vez con más claridad en su cabeza. Sin embargo, no encontró nada a su alrededor. Se preguntó si en realidad aquel sonido no tenía un origen cierto, o al menos uno que sus sentidos pudiesen detectar; tal vez provenía de la sala misma. Sin embargo, algo logró captar su atención. Una sensación incómodamente suave comenzó a ascender con extrema lentitud por su pierna izquierda; se enroscaba en ella, ejerciendo una ligera presión sobre su piel. Agachó por instinto la vista, sintiéndose súbitamente en peligro. Entonces despertó. --- La blonda italiana registró de arriba a abajo su fiel reflejo en aquel pulcro espejo de pie, siguiendo el devenir de su delgada silueta a medida que descendía su mirada. Repasó con suma satisfacción la excelsa manufactura de su largo vestido ceñido al cuerpo, que lograba estilizar aun más su figura; aquel diseño se ajustaba a la perfección a cada zona de su cuerpo, remarcando su curvilínea cintura y volviéndose más holgado sobre sus fibrosas piernas, permitiéndole un movimiento suelto y grácil. La tela era totalmente negra, a la vista lucía aterciopelada y al tacto se sentía tan suave que generaba ganas de frotarse con ella. El radical contraste entre su blanca piel y el color del vestido sin dudas llamaba la atención, algo que resultaba como un elixir de vida para una joven aristócrata acostumbrada a recibirla por sus distintivos modales. Antes de distanciarse de su reflejo Lucrezia acomodó su rubia cabellera permitiendo que cayese con absoluta libertad por su espalda, casi totalmente desnuda debido al corte abierto que su sastre personal había seleccionado para la pieza que llevaba. Se acercó a su escritorio de estilo colonial, pulcro y minuciosamente ordenado por sus elfos domésticos, y observó por encima el contenido escrito de varios pergaminos apilados uno encima del otro. La bruja no había escatimado en recursos, financiados por su banco familiar, para recabar la mayor cantidad de datos e información jugosa sobre la mujer a la que estaba por conocer: Suluk Akku. Sonrió, como si algo de aquello le divirtiera. La investigación había arrojado resultados escasos, vagos o de poco interés. Los archivos de la Universidad habían resultado inaccesibles y existía cierto secretismo alrededor de quienes allí ejercían la docencia. Se estaba por enfrentar a ciegas a nada más y nada menos que la flamante arcana de la Animagia y, sin embargo, la idea la extasiaba. La blonda aristócrata levantó su mirada hacia el ovalado reloj que colgaba en el medio de su habitación. El oro que lo enmarcaba lucía recién lustrado y emitía un ligero brillo, proyectando la luz que se filtraba desde el exterior. Notó que las plateadas agujas marcaban el horario en que había sido convocada por Mahoutokoro, específicamente a los aposentos de la arcana en uno de los tantos anexos del edificio central. Cruzó de un lado al otro para tomar en su mano su capa de viaje de delgada tela negra y con delicadeza se la colocó, uniendo los lazos del cuello con un diminuto emblema metálico con forma de serpiente. Le dedicó una última mirada a su habitación para cerciorarse que todo estaba en orden y listo para su vuelta de un día que sabía resultaría agotador. Súbitamente su figura desapareció del lugar. --- La estilizada figura de Lucrezia se materializó súbitamente, de un segundo para el otro. Nada cambió a su alrededor ni anticipó su aparición, una habilidad mágica que había fortalecido con el tiempo hasta acariciar la excelencia. Entrecerró unos instantes los ojos, pues el cambio en la intensidad de la luz respecto a de su habitación tenuemente iluminada impactó de lleno contra sus córneas. Cuando su vista logró acostumbrarse al natural resplandor, en un acto de mera curiosidad, la bruja de tomó unos instantes para apreciar todo lo que la rodeaba en aquel ambiente que percibía calmo. La piel de sus desnudos brazos se erizó ante la ligera brisa invernal que impregnaba la atmósfera. El frío le provocaba una extraña satisfacción que no lograba explicar aún. Sus mirada zafiro se encontró con una casa de aspecto simple, que sin embargo no tardó en categorizar como pobre y de una humildad inaceptable para una Arcana. La joven aristócrata cruzó el murete que delimitaba el terreno delegado por Mahoutokoro a Suluk y se adentró en su jardín con desfachatez, como si fuera de su propiedad; a fin de cuentas, para acceder a la arcana con el fin de entender sus últimas visiones y conducir su incipiente conexión con los animales había pagado una cuantiosa -y efímera para las arcas de su banco- cantidad de galeons. El repentino y abrumador cambio de temperatura la impactó de lleno y logró desencajar por unos segundos su altiva expresión. El gélido viento golpeó contra su cuerpo de más descubierto. Contuvo el temblor de sus extremidades; no podía mostrarse débil pese a que nadie la observaba. Cubrió improvisadamente sus brazos con su capa de viaje y avanzó sin perder la línea hasta la puerta. La golpeó dos veces con sus nudillos, evitando el contacto con la metálica puerta. Se quedó esperando a ser recibida, consciente de que aquel escenario alterado por la magia respondía al origen ártico de Suluk.
  13. ID: 46700 Nick (con link a la ficha): Lucrezia Di Medici http://www.harrylatino.org/topic/78208-ficha-de-lucrezia-di-medici/ Link a la Bóveda Trastero: (en caso de poseerla) http://www.harrylatino.org/topic/108180-boveda-trastero-de-lucrezia-di-medici/ Link a la Bóveda de la cual se hará el descuento: http://www.harrylatino.org/topic/78321-boveda-de-lucrezia-di-medici/ Link al Premio obtenido (en caso de gala/concurso): --- Fecha: 2020-04-01 Poción: Filtro de amistad Puntos: 40 Precio: 2000 G Poción: Poción de los Despertares Puntos: 40 Precio: 2000 G Total de puntos: 80 Total de Galeones: 4000 G
  14. ID: 46700 Nick (con link a la ficha): Lucrezia Di Medici Link a la Bóveda Trastero: (en caso de poseerla) http://www.harrylatino.org/topic/108180-boveda-trastero-de-lucrezia-di-medici/ Link a la Bóveda de la cual se hará el descuento: http://www.harrylatino.org/topic/78321-boveda-de-lucrezia-di-medici/ Link al Premio obtenido (en caso de gala/concurso): --- Nivel Mágico: XXXV Fecha: 2020-01-01 Criatura: Grifo Puntos: 80 P Precio: 4000 G Total de puntos: 80 P Total de galeones: 4000 G
  15. Mansión Di Médici. 13 de marzo, 00:17 AM Cuando el ambiente se torció, anticipando la aparición de otra persona en la escena, Lucrezia deseó ver en la penumbra el atractivo rostro de Matthew ¡Solo Merlín sabía que aquel era su Triviani favorito! Calculador y con un hambre voraz por los negocios, además de un notable instinto para llevarlos a cabo, el vástago de Candela representaba lo más cercano al modelo de hombre digno dentro de la indignidad de aquel linaje vapuleado por las malas lenguas. Para su sorpresa y en contra de su añoranza, se presentó ante ella un joven al que no reconoció. Lo observó con disimulo, procurando no demostrar interés alguno en su presencia. Cabello negro cuidado, profundos ojos verdes y unos veintitantos años…sin duda era un Triviani. No atinó siquiera a preguntar por su identidad, restándole entidad a su persona. Su único objetivo era que la comitiva encabezada por Candela se retirase de su propiedad por las buenas…por las malas. Fue el circunstancial silencio de la gitana el que permitió a la blonda italiana actuar con presura mientras recuperaba su posición cerca de la chimenea, donde la llama invocada por su varita aun danzaba dibujando círculos sobre la leña. Lucrezia debía armar en tiempo récord un orden de prioridades con pericia, de manera que su intercambio con los Triviani transcurriera sin sobresaltos innecesarios. La presencia de Sagitas, quien había confrontado a Aaron en las elecciones democráticas del año anterior, delataría sus planes contra el Ministro ¿Con qué excusa justificaría la presencia de la mujer en su mansión, en la medianoche del día en que el Yaxley había aparecido nuevamente en público luego de meses para anunciar algo tan controversial y de consecuencias impensadas como la caída del Estatuto del Secreto? Su atención se centró intuitivamente en Jeremy, quien era históricamente quien se resistía a caer presa de sus aristocráticos encantos. Si el vampiro fallaba en algo -y a los ojos de Lucrezia, lo hacía mucho- eran en disimular las sensaciones que atravesaban su cuerpo. Recordaba aun con claridad sus arranques de furia durante la reunión con Piero, aun a sabiendas de estar rodeado de sus poco pacientes custodios y bajo amenaza de muerte. La tensión que Jeremy experimentaba en aquel instante era palpable para un ojo avezado como el de la banquera, acostumbrada a interpretar el lenguaje no verbal de las personas. En otra situación hubiese sonreído con ironía ante ese hecho vergonzante para alguien que se jactaba de ser duro; en ese contexto, eso significaba que su coartada de “una noche como cualquier otra” no cuajaba en sus visitantes. Evitó sostenerle demasiado la mirada ¿Dejaría ella escapar, por un error inconsciente, lo que ocultaba en su biblioteca? La mortífaga decidió no concederle a Jeremy una inteligencia que no creía que poseyese. Fue Zoella quien, con el ingenio que a todas luces provenía su sangre Médici, puso en palabras los cabos sueltos que había dejado en el camino por error. Lucrezia rodeó su sillón imperial y frenó su elegante caminar frente a la chimenea. Cogió en su mano derecha el atizador de hierro y movió la leña para avivar el fuego. La incómodamente lógica mención sobre su vestimenta la obligó a contener un respingo; la estruendosa caída de la botella de vino terminó por sentenciar el abrupto final de aquella breve reunión. Su mente no de formular una excusa que la absolviese del envenenamiento de la bebida. Se encontró a si misma contra las cuerdas. Por lo bajo murmuró impiadosos insultos contra Passepartout, quien claramente había fallado al medir la cantidad justa de pócima en el vino. Todo se precipitó de una forma vertiginosa que no había considerado. No esperó para romper el silencio. El tiempo mostraba todo el alcance de su tiranía. - Lo siento mucho, sé que lo entenderán con el tiempo. No quería llegar a esto…no debían visitarme, son un incordio - dijo con tono incisivo al materializar su varita en su zurda - ¡Bombarda! Extendió su brazo izquierdo hacia el punto en el techo bajo el cual se encontraban los Triviani, a excepción de aquel hombre cuya identidad desconocía que se había ubicado en una de las esquinas del salón. El rayó rojizo salió con un impulso inusitado de la punta de su arma mágica y atravesó en un segundo el tramo que lo separaba de su objetivo, cortando el viciado aire y emitiendo un audible pitido. El hechizo no le concedió tiempo a la mafiosa familia italiana para reaccionar a tiempo y evitar el impacto. El estruendo no se limitó a extenderse entre aquellas cuatro paredes; la explosión se hizo sentir en el resto de la edificación, replicándose en cada habitación que conformaba la imponente mansión Di Médici. Los muros retumbaron. Vibraron. Los enormes trozos de piedra comenzaron a precipitarse por simple acción de la gravedad contra el suelo del salón. La madera de los sillones tronó y se quebró al recibir de lleno el impacto de uno de los desprendimientos de techo. Lo último que los azules ojos de la aristócrata lograron contemplar con claridad antes que una nube de polvo lo cubriese todo fue a una adormecida Zoella en los brazos de Jeremy. La llama de la chimenea se extinguió y todo se sumió en oscuridad. Los presentes quedaron a ciegas. Lucrezia contaba con que los Triviani, de alguna forma y otra, saldrían vivos de aquella situación. Ella había ganado tiempo. La joven aristócrata, con la ventaja de conocer de memoria la disposición de su propio hogar, corrió hacia la puerta que llevaba al pasillo por el que había ingresado minutos atrás y la cerró al atravesarla. Comenzó a correr a toda velocidad, desprendiéndose de una vez por todas de su típico porte elegante y cuidado dado que el difícil contexto lo ameritaba. Al pasar junto a su esfinge, que custodiaba los secretos de su cuarto, le indicó con un improvisado ademán que bloqueara el camino hacia la biblioteca; la dócil criatura, que había despertado de su pesado sueño por el estruendo de la explosión, se paró sobre sus gruesas garras y se posicionó a unos metros de la puerta para defender a toda costa a su dueña. En aquella ocasión no habría acertijo que calmase su instinto hostil ni su recelo contra extraños. En la improvisación con la que los hechos la habían conducido a actuar, la Médici había ideado aquello como un simple obstáculo para retener a los Triviani lo más posible dentro del lugar. Al son de sus pasos, las antorchas que Lucrezia iba a dejando atrás se iban apagando. La aristócrata sabía por experiencia propia que la oscuridad era la mejor aliada para un escape exitoso. Al llegar a la entrada de la biblioteca se vio obligada a frenar súbitamente sus firmes pasos. Si en su mente había previsto su encuentro con Sagitas para huir de allí hacia el ministerio, la realidad le respondió con una imagen radicalmente distinta: bajo el portal de aquella sala no solo la esperaba la Potter Blue, también lo hacían Ariane Dumbledore, el elfo que había desmayado solo minutos atrás y un hombre desconocido. Por apenas un segundo, el hartazgo se apoderó de ella ¡¿Acaso nada iba a salir como lo planeado aquella noche?! Sin embargo, era consciente que no tenía tiempo de analizar por qué tantas personas y seres se habían colado en su mansión al mismo tiempo. La ventaja frente a los Triviani, si habían sobrevivido a la lluvia de piedra, no era eterna. - Fulgura Nox.- exclamó, conteniendo su agitación, mientras ejecutaba una floritura circular apuntando hacia la pared más cercana. Una pequeña esfera de luz chispeante apareció en el aire al momento de pronunciar aquellas palabras y replicó contra el muro el movimiento que la aristócrata realizaba con su varita, aunque de una forma mucho más ampliada. Al cerrarse el círculo se formó en su interior un oscuro portal de un tamaño suficiente para recibir personas. Lucrezia, sin mediar palabra alguna, empujó con un efectivo golpe al extraño, haciendo que ingresase a la fuerza dentro del portal. Luego, observando primero a Sagitas y luego a Ariane tratando de transmitirle con su calma mirada cierta tranquilidad sobre lo que les esperaba del otro lado, tomó a ambas de las manos y cruzó aquella vía de escape mágica. El portal se extinguió instantáneamente al cruzar su creadora, dejando al pobre elfito en completa soledad. Bueno, lo acompañaba la esfinge, que no era poco.
  16. Banco Médici - Sede Londres. Días antes de la caída del Estatuto. El té de hierbas afrodisíacas, de ese color que uno suele asociar al amor, desprendía un pequeño hilo de vapor que ascendía haciendo un ligero serpenteo. La luz en aquel despacho era lo suficientemente tenue para crear un ambiente ameno y lo suficientemente clara para facilitar la lectura de las decenas de papeles que hasta allí llegaban día tras día. Se sostenía en el ambiente una mezcla entre el aroma de la infusión y un olor distintivo de un encierro poco ventilado; sin embargo, lo que más se percibía era la reinante tensión que todo lo reclamaba. A diferencia de lo que uno podía esperar de la dueña de aquel despacho, el mobiliario era más bien sobrio y limitado a lo vitalmente necesario para desarrollar su actividad. Lo único que lograba destacar por su robustez y su aspecto opulento era el escritorio, ordenado meticulosamente por quien lo ocupaba. Solo dos cuidados pergaminos, encabezados por el emblema del honorable Ministerio de la Magia italiano, entorpecían su perfecto orden. - Aaron está desaparecido hace semanas del ojo público - sentenció Lucrezia, una vez hubo seleccionado en su mente las palabras correctas - ¿Y si finalmente lograron manipularlo para que dimitiese? Sabes de qué son capaces. Soy la última que quiere admitir algún aspecto positivo de esa familia, pero tienen bajo su control una red monumental de comercio clandestino y han demostrado más de una vez que saben como manejar estas cuestiones por fuera de la ley. Debes darle más tiempo, Piero.- propuso con impostada frialdad aunque, consciente de la situación, hubiese rogado por ello. - Nuestras fuentes de inteligencia han informado de su presencia en el castillo Triviani ¿De verdad crees que no tuvieron oportunidad para cumplir con su parte del trato? - la grave voz de Piero Azzinari, el flamante ministro italiano, retumbó entre aquellas cuatro paredes con un dejo de incredulidad - Han traicionado su palabra. Ya sabes lo que significa, Lucrezia. Ante las palabras de su superior la joven italiana colocó ambas manos por delante de su cuerpo para que se perdieran de su rango de visión y apretó sus puños en una expresión de manifiesta impotencia, una sensación que solía serle totalmente ajena. Le estaba dando la espalda al ministro, quien sabía que la observaba a unos metros, justo por delante de la puerta de entrada al despacho. Se había presentado allí en soledad, sin comitiva o custodia, en el más absoluto secreto. En su azul mirada se proyectaba el vaivén de la pequeña llama que buscaba aportar algo de luz desde chimenea de ladrillo; repasó todas las veces que había arrogado allí documentos perjudiciales para sus negocios espurios con la intención de observarlos reduciéndose a cenizas, de verlos desaparecer. Sin embargo, sabía que reproducir aquello con los pergaminos que se encontraban sobre el escritorio significaría su prematura muerte. Si, Lucrezia era consciente de las consecuencias de la traición de Candela y sus hijos al acuerdo que habían firmado con el maquiavélico Piero Azzinari o, más bien, al que el poder mastodóntico del Estado italiano los había empujado a firmar. La blonda italiana había registrado cada detalle de aquella reunión en uno de los anexos del Ministerio y las había guardado en los recovecos más protegidos de su memoria. Su mente revivió el momento exacto en el que Zoella dejaba su firma en el papel, sentenciando su deber y el de su familia de desgastar a Aaron hasta causar su dimisión. Piero los había convocado y les había presentado un contrato inquebrantable, estableciendo con minuciosa tecnicidad cada uno de sus puntos: la “cabeza” de Aaron a cambio de altos puestos políticos en la estructura de gobierno y amplia libertad para llevar a cabo el comercio ilegal en territorio italiano. En dicho contexto no había faltado la extorción manifiesta en la amenaza de quitarles su nacionalidad y perseguir con todo el peso de la ley sus actividades delictivas. Su cabeza funcionaba como una maquinaria bien aceitada para encontrar una salida a aquella situación límite; si la aristócrata trabajaba con pericia cuando estaba relajada, lo hacia mucho mejor bajo presión. La idea que transformaría en acción segundos más tarde había aflorado en su mente de forma natural, como si la respuesta hubiese sido siempre apabullantemente clara. Sabía que la sola firma de Piero sobre aquel contrato inquebrantable activaría su mortal magia, causando la muerte de los Triviani sin la gloria que éstos merecían. Su mente revivió, como por instinto, su último encuentro carnal con Zoella, quien había resultado ser su sobrina; por un segundo pudo sentir incluso el suave y cálido tacto de su piel nuevamente. Pensó en Candela, aquella mujer de firme convicción en la que tan reflejada se veía aunque se negase a aceptarlo frente a terceros. Incluso Jeremy, el indecoroso mortífago con quien las descarnadas indirectas -o directas- nunca faltaban, merecía una muerte más honorable. No podía permitirlo. Separó sus carnosos labios y dejó que su labia moldeara su idea. - No firmes Piero, lo haré yo. Yo me ocuparé de Aaron. No exijo nada a cambio más que la destrucción del contrato con los Triviani ¿Hay trato? - exclamó utilizando un tono desafiante y firme, a sabiendas de que Piero caería por él. La joven aristócrata se giró con un grácil movimiento y clavó su azul mirada directamente en el semblante del ministro italiano, en ese rostro de facciones rectas y mandíbula marcada. Los embates de la guerra no habían dejado sus huellas en aquel hombre que lucía tan centrado como el momento en el que ascendió el poder aclamado por su gente. No le sorprendió la carencia de dudas en su tosca expresión, alimentada por su ampliamente desarrollada experiencia como gobernante. La cabeza del Estado mágico italiano asintió sin abandonar ni alterar su postura, dejando que Lucrezia actuara por cuenta propia; simplemente siguió allí, con los brazos cruzados bajo su pecho y tejiendo su plan para el momento exacto en que su contraparte inglesa cayese. La mortífaga le devolvió una solemne sonrisa, que escondía con éxito los incipientes cuestionamientos de su consciente a su peligroso plan. La matriarca Médici se acercó rápidamente a su escritorio, dejándose llevar por su instintivo impulso; sabía que, si lo sopesaba mucho tiempo más, terminaría por arrepentirse o por cambiar radicalmente su accionar. Tomó la azulada pluma que había tomado de su fénix de hielo para conservar en su despacho y clavó su puntiaguda punta en la yema de su dedo índice, dejando que una pequeña gota de sangre carmesí saliera a la luz. Pudo ver en ella el deformado reflejo de su rostro, cuya expresión mantenía fría. Dejó que su sangre cayera en el tintero y que se mezclase con la tinta, que luego utilizó para firmar uno de los pergaminos que tenía enfrente. Pudo percibir, aunque manifestara visiblemente en el exterior, como la magia sellaba aquel contrato inquebrantable. Las opciones se habían reducido indubitablemente a dos: o le arrancaba la vida al ministro inglés o la muerte la llevaba a ella. - Ya no tienes ningún trato con los Triviani, puedes dejarlos en paz .- tomó el contrato que los Triviani habían firmado meses atrás y lo arrojó sin cuidado al fuego - Te traeré la cabeza de Aaron Black Yaxley - le confirmó a Piero mientras contemplaba el pergamino incinerarse en la chimenea de su despacho.
  17. Nick: Lucrezia Di Médici. Bando: Marca Tenebrosa. Nivel Mágico: 35 Libros que posee: Libro del Caos.
  18. Autor desconocido, ubicada en la mansión Di Médici. Nombre del Personaje: Lucrezia Di Médici Sexo: Femenino Edad: Joven (29 años) Estado Civil: Soltera Nacionalidad: Italiana Familia(s): Di Médici (Matriarca) "Ojo Loco" Potter Blue. Padre(s) Sanguíneo: Leonardo Médici** Angustia Repetto (Cortesana)** Padre(s) Adoptivos: -- Trabajo: Banquera Puntos de poder en objetos y pociones: 4330 Hechizos adicionales: -- Puntos de poder en criaturas: 3880 Criaturas controlables en asaltos y duelos: -- Habilidades Mágicas: -- Conocimientos Especiales: Pociones Artes Oscuras Leyes Mágicas - Certificado. Cuidado de Criaturas Mágicas - Certificado. Herbología - Certificado Defensa Contra las Artes Oscuras - Certificado Aritmancia - Certificado Idiomas - Certificado Adivinación Transformaciones Conocimiento de Maldiciones Medallas: Herbología, conocimiento eliminado: 4000 puntos Defensa contra las Artes Oscuras, conocimiento eliminado: 4000 puntos Medalla por Aprobación Curso del Libro de la Fortaleza: 2000 puntos Medalla por Aprobación del Curso del Libro de la Sangre: 4000 puntos Medalla Experiencia Pack de Bienvenida: 30000 Medalla por Aprobación del Curso Libro del Equilibrio: 6000 puntos Medalla por Aprobación del Curso del Libro del Druida: 8000 puntos Experiencia mazmorras Gala de Halloween 2019: 16.000 puntos. Experiencia Misiones y Juegos de Bandos Gala de Halloween 2019: 2.000 puntos Medalla por Aprobación del Curso del Libro del Caos: 10000 puntos Total de puntos de Experiencia: 86000 puntos Raza: Humana. Aspecto Físico: Lucrezia es, sin duda, una armoniosa mezcla de ternura y ferocidad en los que respecta a su físico. Su delgado cuerpo, cuyo frágil aspecto suele ocultarse bajo la voluptuosidad de los renacentistas vestido que acostumbra a llevar, no llega al metro ochenta. Sus piernas poseen una forma escultural, fomentada por la rigurosidad de sus caminatas diarias, destinada a no perder su perfecta talla. Sus brazos, casi siempre decorados por unos apretados guantes de diversas telas, son bastante largos con respecto al resto de su figura. La verde marca tenebrosa, tatuada en su piel por la varita de Anne Gaunt, se luce en colores vivos. Su reluciente cabello, largo y dorado, cae lacio por su espalda y termina en unas delicadas ondulaciones. Sus grandes ojos, azules como el mar, son en extremo expresivos y capaces, al mismo tiempo, de transmitir la más cruel frialdad. Normalmente los lleva suavemente delineados con colores claros, para resaltar la profundidad de su imponente mirada. Su juvenil rostro, cuidado con estrictas rutinas de limpieza y belleza, posee unas bonitas facciones suavizadas por su pálida piel. Un par de rojizas pecas invaden sus redondas mejillas, cuya notable sensibilidad las decolora con el frío invernal, y llegan en menor a su respingada nariz. En cuanto a su forma de vestir, es bien sabido que Lucrezia transmite por medio de ello su altanería y su egocentrismo. La aristócrata ve la ropa como una forma de demostrar su alta alcurnia y su poder tanto económico como político. Su amplio vestidor está repleto de vestidos de diseñadores milaneses -sus preferidos- de toda la gama de colores imaginables, además de piezas únicas de época que pasan de generación en generación dentro de su familia. Tiene un gusto particular por los vestidos de corte renacentista, relacionados a la mejor era de los Médici. También posee una vasta colección de zapatos de todos los orígenes, siendo los stilettos los más utilizados, y otra aún más variopinta de guantes y accesorios de exquisito gusto. Cualidades Psicológicas: Lucrezia tuvo desde su inmediata niñez rasgos psicológicos bien definidos y complejos. Marcada por las atemporales costumbres aristócratas de su familia, se crió cerrada a los estilos de vida modernos (costumbres, ropa, etc.). Esto no le permitió forjar grandes relaciones con la plebe, proyectando en su cabeza los pensamientos xenófobos que su linaje transmitía de generación en generación. Fue instruida especialmente en diplomacia, técnica que hasta el día de hoy aprovecha. Paralelamente, adoptó un humor de salón fino, un odio hacia lo vulgar e indigno, y un demostrativo y vil desprecio hacia lo inferior a su sangre. Era, más bien, una cruda repulsión hacia la servidumbre y el resto de las inocentes personas que, hechizadas por aquella dulce y bonita cara de niña, se animaba a acercársele como un igual. Más entrando en su adolescencia, fue aligerando sus caracteres psicológicos gracias a la rebeldía típica de esa edad. Paulatinamente fue formando relaciones con apuestos jóvenes de viviendas cercanas, a escondidas de su estricto padre, y comenzó desarrollar otros aspectos de su personalidad: Si bien mantenía con todos esos muchachos una actitud distante y reservada, lograba mostrarse divertida e irónica fuera del ámbito formal, logrando ser a la vista una persona medianamente común. De allí nació lo que tal vez se convierte en su característica más importante: la falsedad. Logra disimular con excelencia cualquier situación, aunque prefiere hacer notar con descaro su falsedad y, sin duda, disfruta de ello. Formó un espíritu fuerte y luchador, que saca a relucir en situaciones caóticas, y oculta en tiempos de paz. Sin embargo, ante la mayoría de la gente suele mostrarse con aquella máscara de dulce niña tierna y sensible, protegiéndose con esa falsa esencia inocente. Es sumamente inteligente, en parte gracias a su prominente memoria alimentada por su único divertimento en el castillo: los libros. Con el tiempo forjó un tenaz espíritu competitivo y un humor peligrosamente ácido. Historia: -> Historia de la Familia Médici Lucrezia nació en el seno de la familia Médici, cuyo poder es al día de hoy aún mayor, en noviembre 1990. Hija de un veinteañero Leonardo, segundo hijo del banquero Roberto Di Médici, y de una cortesana de grandes dotes de belleza; una fugaz amante con la quien se relacionó una sola noche. Si bien el casi inexistente romance y el posterior embarazo con una “indigna” trajo escandalosas repercusiones en la familia aristócrata, Roberto terminó de aceptar de mala gana los sucesivos y cansinos pedidos de su hijo preferido para autorizar el nacimiento de su primera hija y de dotarla de todos los derechos familiares. Angustia fue obligada, luego del parto, a abandonar a la fuerza los límites de la Toscana o recibir, ante las miradas del pueblo, un maleficio asesino. Como la historia de los Médici tiene a repetirse, el verdadero origen de Lucrezia nunca llegó a manos de la opinión pública. Fue amamantada por su abuela hasta que alcanzó el año. Creció llena de lujos y encerrada entre las paredes de su inmenso castillo, conociendo el exterior apenas por el pintoresco cantar de un ave que se adentraba por la chimenea cada mañana. Apenas algunos rasgos de su magia comenzaron a exteriorizarse, su padre se movilizó para buscar un educador digno de una niña de alta alcurnia. Instruida desde los primeros años de su infancia en cada arte y materia que su familia podía proveerle, la joven aristócrata se convirtió en una personalidad fuerte y versada en tantas áreas como era esperable de alguien de su casta: historia; leyes mágicas y muggles; pociones y herbología; cuidado de criaturas; equitación. Quedó más tarde relegada al cuidado de un sabio anciano, de origen veneciano, que incorporó a su educación los conocimientos sobre la banca, la economía, las finanzas y los negocios que necesitaba obligatoriamente para hacerse cargo del Banco Médici cuando tuviese la edad adecuada. Roberto le heredó, cuando aún vivía, la idiosincrasia de los aristócratas, la vasta historia de su familia y el orgullo irracional por sus raíces. El resto de su vida, sin embargo, se formó como autodidacta. Para formarse en la cultura del trabajo, fue enviada por su padre a administrar los primeros viñedos familiares en las afueras de Villa Médici. En su primera experiencia como trabajadora, Lucrezia volvió a desenvolverse con excelencia. En los viñedos controlaba a los trabajadores muggles, a quienes trataba con vil desprecio, y se ocupaba de la producción y comercialización de los primeros vinos. El pequeño emprendimiento de los Médici, relegado a ser un negocio pequeño, creció estrepitosamente durante la gestión de la inteligente mujer: empezó a reportar ganancias records que le merecieron un mayor reconocimiento de sus habilidades dentro de una familia donde las mujeres eran señaladas como simples acompañantes de sus esposos, accesorios protocolares y derrochadoras de sus bóvedas. Durante sus últimos años dentro de Villa Médici, Lucrezia se especializó en las más milenarias técnicas de Pociones y Herbología de su linaje, de tradición médica en Italia. Más tarde estudiaría métodos modernos en estas dos áreas, que la transformarían en la mujer más habilidosa del que los registros Médici tuviesen memoria. También reforzó su talento natural para la equitación, utilizando los caballos de sangre andaluza y los ágiles ejemplares de aethonans que su familia criaba para provecho propio. Fue en dicha época que adquirió una pasión muy marcada por el vuelo a lomo de animales. Comenzó a diagramar sus primeros planes para montar su propia colección de criaturas mágicas empujada por su admiración por las obras de Newt Scamander. Más tarde los llevaría a cabo en su propia mansión. Una ya crecida Lucrezia se decidió a romper, impulsada por la mano del destino, el estigma que la historia les había asignado a las mujeres de la familia. Ella era, a fin de cuentas, la joven que había transformado los primeros viñedos de su familia, por los que nadie apostaba medio galeon, en una empresa generadora de vastos ingresos. Los vinos Di Médici se habían vuelto un bien de lujo, un obligado presente en las mesas familiares de las familias más adineradas del mundo. Además, su sagaz mano logró gestionar la mejor relación comercial del Banco con las entidades financieras británicas de la que se tuviera memoria, ofreciéndole a su familia un nuevo mercado y un nuevo nicho de influencia. Lucrezia se había ganado con mérito su lugar destacado en la historia de los Médici y un respeto inusitado por parte de todos sus parientes, muggles incluidos. Durante su juventud recibió las primeras cartas de Thiago Gryffindor, quien se presentó como su primo. El extraño resultaba ser hijo adoptivo de un hermano de Leonardo, cuya existencia se había perdido en las extensas ramificaciones del árbol genealógico familiar. El otro hijo de Lorenzo, muggle pero conocedor de la magia, vivió sumido en la pobreza, siendo un simple campesino que desconocía absolutamente la importancia del apellido que portaba. En un principio Lucrezia tomó con precaución el intercambio de correspondencias, pues desconocía como él la había encontrado, pero lentamente fue tomando confianza, hasta llegar a crear un verdadero lazo de cariño. Y allí, luego de fugaces y secretos encuentros entre ambos, nació el amor. Un día aquel idilio casi adolescente llegó a su fin, con la repentina y forzosa desaparición de Thiago de su pueblo debido según se enteraría Lucrezia más tarde a los lazos del mago con la Orden del Fénix. Lucrezia siempre había desaprobado aquella organización criminal de un país extranjero y la pertenencia a sus filas de su amante le provocó una gran decepción. Sin embargo, no tuvo tiempo de profundizar en la incógnita que despertaba el destino del Gryffindor, dado que éste le había dejado como herencia todos sus bienes, títulos y propiedades: El Parque de los Misterios, el patriarcado de la Ojo Loco Potter Blue, su bóveda en Gringotts, sus criaturas, algunos de sus más preciados objetos y el cuidado de sus hijos. Prisionera del amor pasional y sin fronteras que sentía por el hombre, Lucrezia decidió abandonar los lujos y las comodidades de una vida rodeada de gente de su mismo estatus y marchar hacia un pueblo en Inglaterra que desconocía hasta el momento: Ottery St Catchpole. Con un brevísimo paso como funcionaria Ministerial, dado que su crianza de alta alcurnia no le permitió incorporarse a un clima laboral tan cerrado y bajo, la aristócrata pasó a ocuparse de todos los asuntos del afamado Banco Médici dentro de Gran Bretaña. Fue en el transcurso de esos años que fortaleció con su excelso don para la diplomacia sus lazos, conexiones e influencias con distintos actores políticos, económicos y sociales. Se hizo meteóricamente de una fama dentro de las altas esferas de la comunidad, como una gran banquera y una sabia de las finanzas. Entre sus principales socios encontró a Piero Azzinari, nuevo Ministro de Magia Italiano, a quien financió la campaña política y a quien sirve como lazo con sus negocios en Londres. Frente a la necesidad de asentarse en Gran Bretaña y alejarse lo más posible de la presencia de Sagitas E. Potter Blue -la hermana de Thiago, con la que aún persiste una relación tensa y compleja-, Lucrezia adquirió de manos del Banco Gringotts una propiedad de varias hectáreas cruzada por el río Otter. Allí creó a su extravagante gusto la mansión de la familia Di Médici, que se convertiría una pieza fundamental en el paisaje de Ottery St Catchpole dada su imponente fachada y el aroma a vid que emanan sus terrenos. Si bien en un primer período la aristócrata vivió en la lujosa mansión en completa soledad, progresivamente empezó a transformarse en un cálido hogar para los miembros de su familia que decidían, tal como ella había hecho en el pasado, buscar su propio camino. Paralelamente a su crecimiento en popularidad, Lucrezia ingresó en agosto de 2019 a La Marca Tenebrosa bajo el ala de su líder, Anne Gaunt. Como una egocéntrica e impactante carta de presentación de su persona frente a quienes serían sus futuros compañeros, la aristócrata organizó en su propia mansión una gran cena de gala que sirvió para impulsar los objetivos del bando. Paso a paso comenzó a escalar dentro del esquema de poder manejado por la organización, alcanzando el rango de Bruja Oscura. Con una gran proyección dentro de las filas del ambicioso grupo creado por Lord Voldemort, la joven Médici es requerida en la actualidad para ocuparse de áreas de vital importancia para el liderato. Su intención dentro de la respetada Marca Tenebrosa sigue siendo, al día de hoy y como en todo ámbito, llegar a la cumbre del poder máximo. En cuanto al patriarcado de la “Ojo Loco” Potter Blue que heredó de Thiago, Lucrezia le cedió por cansancio y falta de interés el título nuevamente a Sagitas, a la espera de la aparición con vida del hombre que a ambas conectaba. Una habitación le fue cedida por la matriarca para vivir allí en un intento de sellar la paz y dejar en el pasado las numerosas riñas que surgían en cada encuentro. Al día de hoy, Lucrezia considera a la Potter Blue como una mujer fuerte merecedora de su genuino respeto y en quien se ve reflejada, dadas las experiencias a las que ambas se habían sobrepuesto siendo mujeres de un espíritu difícil de aplacar. En la actualidad, Lucrezia tiene a su cuidado a dos tutelados: Luka y Luna Gryffindor, los hijos de Thiago. Su existencia permanece en secreto dada su conexión sanguínea con un ex miembro de la Orden del Fénix que pondría en peligro su vida dado el resurgimiento de la Marca Tenebrosa. La aristócrata mantiene una genuina amistad con Ariane Dumbledore, la madre de los niños, a quien considera una conveniente compañera y consejera para sobrellevar los momentos más complejos de su vida. También sostiene un vínculo de negocios con la mafiosa familia Triviani cuyas consecuencias aún son inciertas. Lucrezia dentro del Marco de Rol Global: Con la asunción del nuevo Ministro de Magia y el estallido de la Guerra Mágica entre Gran Bretaña y otros países, la Médici hizo una rápida utilización de su influencia política para aliarse a Piero Azzinari, cabeza del gobierno italiano, y sacar partido del sufrimiento de miles de personas en el contexto bélico. Es así que comienza a buscar alianza con sus pares dentro de Ottery; contacta con el recién electo Aaron Black Lestrange para participar - y filtrar información de la restauración de Azkaban mediante su banco; financia las operaciones clandestinas de Italia en territorio inglés para atentar desde adentro y participa también en la búsqueda de los fragmentos del Libro de Thot por pedido de Piero. Objeto Mágico Legendario: -- Objetos Mágicos: Objeto: Varita Mágica. Clasificación: AA Puntos: 20 Objeto: Ballesta. Clasificación: AA Puntos: 20 Objeto: Relicario Mágico Clasificación: AA Puntos: 20 Objeto: Gema de la Desaparición Clasificación: AAAA Puntos: 80 Objeto: Shampoo Pet Palace (2) Clasificación: A Puntos: 10 x 2= 20 Objeto: Oakshaft 79 Clasificación: AAA Puntos: 40 Objeto: Lazo del Diablo Clasificación: AA Puntos: 20 Objeto: Mandrágora (3) Clasificación: AA Puntos: 20 x 2 = 60 Objeto: Vuela Pluma Clasificación: A Puntos: 10 Objeto: Monedero de piel de Moke Clasificación: A Puntos: 10 Objeto: Guantes de Piel de Dragón Clasificación: A Puntos: 10 Objeto: Cámara de Fotos Mágicas Clasificación: AA Puntos: 20 Objeto: Baúl de Siete Cerrojos Clasificación: AAA Puntos: 40 Objeto: Capa de Invisibilidad Clasificación: AAAA Puntos: 160 Objeto: Polvos Flú Clasificación: A Puntos: 10 Objeto: Pensadero Clasificación: AAA Puntos: 40 Objeto: Caramelos Petrificantes Clasificación: A Puntos: 10 Objeto: Disfraz Cambiante Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Daurblada Clasificación: AAAA Puntos: 80 Objeto: Miniatura Leprechaun Clasificación: AA Puntos: 20 Objeto: Réplica de Jack O'Lantern Clasificación: AAAA Puntos: 80 Objeto: Velas Negras Clasificación: AAAA Puntos: 80 Objeto: Grimorio de Ravenclaw Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Grimorio de Slytherin Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Grimorio de Gryffindor Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Grimorio de Hufflepuff Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Clown-Clown Clasificación: AAAA Puntos: 80 Objeto: Monóculo de Claridad Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Diamante de la Esperanza Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Armario Evanescente Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Espejos Comunicadores Clasificación: AAA Puntos: 40 Objeto: Ford Anglia Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Puertas Mágicas Clasificación: AAA Puntos: 40 Objeto: Naipes Explosivos (2) Clasificación: A Puntos: 10 x 2 = 20 Objeto: Espejo de Scrooge Clasificación: AAA Puntos: 40 Objeto: Relicario ¨Tu y Yo¨ Clasificación: AAAA Puntos de poder: 80 Objeto: Bombones Eclipse Clasificación: AAA Puntos de poder: 40 Objeto: Frisbee con colmillos Clasificación: AA Puntos de poder: 20 Pociones Mágicas: Objeto: Esencia de elfo Clasificación: AAA Puntos: 40 Objeto: Pócima para Dormir Clasificación: AA Puntos: 20 Objeto: Poción Multijugos Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Veritaserum Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Amortentia Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Felix Felicis Clasificación: AAAAA Puntos: 160 Objeto: Fluido Explosivo Clasificación: AAAA Puntos: 80 Objeto: Poción Vigorizante Clasificación: AAA Puntos: 40 Objeto: Esencia de Díctamo Clasificación: AAA Puntos: 40 Objeto: Brebaje Parlanchín Clasificación: AA Puntos: 20 Objeto: Poción de Estación (2) Clasificación: AA Puntos: 20 x 2 = 40 Objeto: Poción Arcoiris Clasificación: AAA Puntos: 40 Objeto: Esencia de Uro Clasificación: AAAA Puntos: 80 Objeto: Poción Bébeme Clasificación: AAA Puntos de Poder: 40 Objeto: Poción Cómeme Clasificación: AAA Puntos de Poder: 40 Objeto: Aliento de Perro Clasificación: AA Puntos de Poder: 20 Objeto: Elixir de la Vida Clasificación: AAAAA Puntos de Poder: 160 Objeto: Filtro de Bestialidad Clasificación: AAAA Puntos de Poder: 80 Criaturas Mágicas: Criatura: Lechuza Clasificación: X Puntos de poder: 10 Criatura: Gato Clasificación: X Puntos de poder: 10 Criatura: Aethonan (2) Clasificación: XX Puntos: 20 x 2 = 40 Criatura: Porlock Clasificación: XX Puntos: 20 Criatura: Jobberknoll Clasificación: XX Puntos: 20 Criatura: Bowtruckle Clasificación: XX Puntos: 20 Criatura: Grindylow Clasificación: XX Puntos: 20 Criatura: Gnomo Clasificación: XX Puntos: 20 Criatura: Cruce de Kneazle Clasificación: XX Puntos: 20 Criatura: Augurey (3) Clasificación: XX Puntos: 20 x 3 = 60 Criatura: Ashwinder Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Kneazle Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Baby Mooncalf Clasificación: XX Puntos: 20 Criatura: Baby Hipógrifo Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Hipogrifo (4) Clasificación: XXX Puntos: 40 x 4 = 160 Criatura: Escarbato Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Plimpy Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Lobalug Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Crup Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Fwooper Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Hada Clasificación: XX Puntos: 20 Criatura: Billywig Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Doxy Clasificación: XXX Precio pagado: 2000 G Puntos: 40 Criatura: Duendecillos de Cornualles Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Imp Clasificación: XX Puntos: 20 Criatura: Gorros Rojos Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Dugbog Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Bundimun Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Cangrejo de Fuego Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Unicornio (2) Clasificación: XXXX Puntos: 80 x 2 = 160 Criatura: Thestral Clasificación: XXXX Puntos: 80 Criatura: Fénix Clasificación: XXXX Puntos: 80 Criatura: Fénix de Hielo Clasificación: XXXX Puntos: 80 Criatura: Kelpie Perlado (x3) Clasificación: XXXX Puntos: 80 x 3 = 240 Criatura: Esfinge Clasificación: XXXX Puntos: 80 Criatura: Rámora Clasificación: XX Puntos: 20 Criatura: Baby Fénix Clasificación: XXXX Puntos: 80 Criatura: Jarvey Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Hipocampo Clasificación: XXX Puntos: 40 Criatura: Snidget Clasificación: XXXX Puntos: 80 Criatura: Runespoor Clasificación: XXXX Puntos: 80 Criatura: Swooping Evil Clasificación: XXXX Puntos: 80 Criatura: Snallygaster Clasificación: XXXX Puntos: 80 Criatura: Ave del Trueno Clasificación: XXXX Puntos: 80 Criaturas en la Reserva: Criatura: Nundu (2) Clasificación: XXXXX Puntos: 160 x 2 = 320 Criatura: Ridgeback Noruego (3) Clasificación: XXXXX Puntos: 160 x 3 = 480 Criatura: Baby Basilisco Clasificación: XXXXX Puntos: 160 Criatura: Serpiente Cornuda Clasificación: XXXXX Puntos: 160 Criatura: Wampus (2) Clasificación: XXXXX Puntos: 160 x 2 = 320 Libros de Hechizos: Libro: Libro del Aprendiz de Brujo Nivel: 1 Libro: Libro de la Fortaleza Nivel: 5 Libro: Libro de la Sangre Nivel: 7 Libro: Libro del Equilibrio Nivel: 10 Libro: Libro del Druida Nivel: 15 Libro: Libro del Caos Nivel: 20 Poderes de Criaturas: Tipo de poder: Consumibles en Batallas: Nombre: Cuerno de Erumpent Categoría: CS Nombre: Cuerno de Erumpent Ancestral (3) Categoría: CS Nombre: Llave Baby Categoría: CS Nombre: Llave Baby Categoría: CS Elfos: Passepartout: Elfo doméstico de origen francés, anteriormente bajo las ordenes de Thiago Gryffindor. Fue, luego de una larga seguidilla de sucesos erróneos, autor de un escandaloso secuestro a Mistify Malfoy, que mantuvo en vilo al Ministerio de la Magia. Capturado por las fuerzas de seguridad de la entonces primera dama, fue separado abruptamente de la protección del joven mago. Ante las sucesivas fallas organizativas de los Juicios Mágicos, obtuvo la libertad temporal. Mientras escapaba de una posible sentencia de dicha institución y de la incomprobada idea de un amo rabioso por su conducta, corrió a brazos de la única pariente viva y conocida del linaje adoptivo de Thiago: Lucrezia Di Médici, prima lejana del Gryffindor. Entonces, mientras paralelamente su amo era dado por desaparecido por el Ministerio, emprendió un viaje a las soleadas tierras italianas de Florencia, donde ella vivía. Sin duda, Passepartout resultó una ayuda fundamental para que la aristócrata decidiese asentarse en Ottery St. Catchpole. Con ella suele ser un poco más cariñoso y complaciente que con anterior su amo, con quien confrontaba ocasionalmente, además de mantener siempre actitudes formales correspondientes al comportamiento aristocrático de la distinguida dama. De hecho, ese misma debilidad lo impulsa a usar siempre un traje smoking, con moño haciendo juego. Posiblemente algo tenga que ver ese brillo enamorado que se enciende en sus enormes ojos marrones cuando la ve caminar por los pasillos de su mansión, cuando la acompaña al Callejón o cuando le lava los pies. Debidamente registrado en la Oficina de Duendes, Seres y Espíritus, Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas, durante Agosto de 2012. Licencia de Aparición: Obtenida. Licencia de Vuelo de Escoba: Obtenida. Personajes Secundarios: Thiago Gryffindor, primo (sin relación sanguínea) y amante hasta su desaparición. Piero Azzinari, aliados políticos y comerciales. Luka Gryffindor, sobrino segundo (hijo de Thiago Gryffindor) bajo su tutela. Varita: Posee un mango de mármol blanco y siempre pulido, afectado por un encantamiento para que al entrar en contacto con la mano de su portadora pierda su característica dureza y se adapte cómodamente a la posición de sus dedos. Está elaborada finamente en madera de roble blanqueada y curada, tomando la forma de dos tallos que se van entrelazando y uniendo progresivamente hasta llegar a la punta. Tiene un aspecto elegante. El núcleo es de pelo de Veela. Patronus: Conejo blanco de aspecto tierno y esponjoso, cuyas llamativas orejas tienes pequeñas manchas negras. Otros registros: Registro de elfo doméstico: Realizado. Registro de objetos mágicos iniciales: Realizado. Pago Correspondiente por Abi, Kahil (Aethonans) y Nahum (Porlock): Realizado. Pago correspondiente por Terry (ave mensajera) y Aixo (Gato): Realizado. Registro de dos (2) criaturas mágicas (Aethonans): Realizado Registro de una (1) criatura mágica (Porlock): Realizado Pago Correspondiente por Gema de la Desaparición (Subasta): Realizado Objetos: (más detallados aquí) Objetos heredados de Thiago Gryffindor: Ballesta. Relicario Mágico. Objetos propios: Anillo cápsula. Los Grimorios. Criaturas: (más detallados aquí) Criaturas heredadas de Thiago Gryffindor: Terry, la lechuza. Aixo, el gato. Aethonans: un macho y una hembra: Abi: Hembra y Kahil: Macho Nahum, el Porlock. Criaturas propias: Rigoberto, el Gnomo. Grindylow. Leah, la Bowtruckle. Mora, la Jobberknoll. Miyuki y Miyabi, la Kneazle y su cruza. Frida, la Crup. Margaux, la Ashwinder. Los Augurey. Felicity, la Fwooper. Hermes, el Mooncalf bebé. Razz, el Hipógrifo favorito de Lucrezia. Arsen, el Hipógrifo bebé. Zoella, Jeremy y Matthew, los otros hipógrifos. Eva, el Hada. Gara, el Escarbato de Gales. Plimpy, la Plimpy. Eso, el Lobalug. Los Habitantes del Hadiario: Doxy, Gorro Rojo, Duendecillo de Cornualles, Billywig, Imp. Los Habitantes del Avario: Dugbog, Bundimun. Ministerio de la Magia: Thiago Gryffindor: - Jefe, Primera Planta de San Mungo. 09/2009 - Jefe de Oficina, División de Bestias, Depto. de Regulación y Control de Criaturas Mágicas. 05/2010 - 11/2010 - Director, Depto. de Regulación y Control de Criaturas Mágicas. 11/2010 - 07/2011 Lucrezia Di Médici: - Jefa de la Oficina de Inquisidores. 08/2012 - 11/2012 Ministerio de la Magia, rangos: - Unicornio de Oro. 10/2010 - 02/2013 (Pre-Reforma) Bandos (pre-reforma): - Mago Oscuro. (Pre-Ministerio) - Knight. 10/2010 - 10/2011 - Templario. 10/2011 - 07/2012 Bandos - Coordinador de el "Despacho del Ministro". Miembro de la Comisión de Rol. Reportero. Premios y Reconocimientos: Gala de Halloween (2019): Mejor Ficha de Personaje. Mejor Bandera (Voto del Público). 1° Lugar Ranking de Juegos y Spam. Mejor Capturador. Gala de Navidad (2019): Mejor Mazmorra. Perfil de Comprador MM: #30 Bóveda Personal: Bóveda N° 78321 Bóveda Trastero: Bóveda N° 108180 Bóveda de Negocio: • Bóveda N°108226 Negocio Casa de Infusiones "Ill Boun Gusto". • Bóveda Nº 113324 Sangiovese and Merlot. • Parque de las Lamentaciones (Negocio Cerrado) Bóveda Familiar Principal: Familia Di Médici. Bóveda N° 113112 Bóveda Familiar Secundaria: Familia Ojo Loco Potter Blue. Bóveda N° 78439
  19. Sus azules ojos recorrieron, con una lentitud consciente, la silueta de Zoella. Ascendió por sus desprotegidas piernas cruzadas, contempló con sana envidia la deliciosa manufactura de su corto vestido mostaza, visitó con la mirada su ajustado escote y finalmente alcanzó su rostro impoluto. No pudo evitar que sus labios dibujaran una sonrisa natural, que expresaban con autenticidad la repentina felicidad que la embriagaba. Tampoco intentó evitarlo, para nada. Dejó que la Triviani descubriese, seguramente en medio de la sorpresa, que estaba realmente complacida de recibirla en el salón de su mansión. Lucrezia la observaba con tal atención que incluso notó la casi imperceptible expansión de sus fosas nasales ¿Acaso estaba percibiendo su aroma? ¿Sacaría aquella noche a la luz sus instintos más primitivos? Se dejó cautivar unos instantes más por aquellas facciones tan particulares y exquisitas, que la calvicie de Zoella no hacía más que remarcar. Claro, Lucrezia no era ajena a la mirada lujuriosa con la que Zoella registraba en su mente cada parte de su cuerpo, cada recoveco, cada espacio de su blanca piel. Fue entonces que notó como los músculos de su rostro comenzaban a tirarle ¿Cuánto llevaba sonriendo y por qué su siempre fría mente no lograba borrar aquella molesta sonrisa en un instante, como siempre que dejaba escapar sus emociones? ¿Acaso era tan fría como se entendía a si misma? Suprimió aquella discusión que estuvo por desatarse en su fuero interno y se forzó una vez más a recuperar su actitud altanera. Relajó su rostro y se acercó unos pasos más a la Triviani, unos pasos lentos y calculadores que le permitieron contornear su cadera que en aquel momento era atravesada por la mirada libidinosa de su invitada. La dejó desarrollar las intenciones de su visita hasta que sus miradas volvieron a cruzarse. Un cruce intenso. Un cruce retrasado desde el momento en que ambas brujas se habían conocido, pero, a fin de cuentas, un cruce destinado a existir. - Esto encaja perfectamente en la definición de visita, Zoella. Sé que te gusta contradecirme. Si me permites, encuentro eso ligeramente exitante. - confesó, asegurándose de que su tono denotara una armoniosa mezcla entre travesura e ironía - Naturalmente ibas a ser nombrada en el ministerio italiano hasta que la noticia de la renuncia de Aaron no inundara los periódicos del mundo. Ahora no lo serás nunca. Tuve que responder por tu familia. Considéralo una deuda de favores. La observó levantarse de su asiento con un suelto movimiento, que dejó su falda levemente levantada. No dejó que su más carnal instinto, ese que luchaba por atravesar sus entrañas y salir a la luz, tomara posesión de su mente. Apenas duró un segundo observando la ropa interior que la Triviani había seleccionado con exquisito gusto para esa velada. Solo por un instante figuró a la mortífaga colocándosela luego de una placentera ducha. A medida que recortaba la distancia entre ambas, los vellos de su nuca se erizaban más y más, como si un frío aire rozara su blanca y delicada piel. Se preguntó, aunque inconscientemente conocía la respuesta, si aquello que sentía en su pecho era la aceleración de su ritmo cardíaco. Tomó de las manos de Zoella aquella carta, buscando en aquel acto rozar su piel. Tanto tiempo esperando… - ¿Ernesto Di Médici, dices? Es mi hermano, el primero criado por mis padres. Me lleva varios años de edad. Nací durante el último período de fertilidad de mi madre, mientras que él nació en los primeros. Lleva el nombre de un invaluable aliado de mi familia, de origen español. - recordó con añoranza mientras apartaba por unos instantes su mirada de su interlocutora y hacía que se perdiese en la llama de la chimenea - Allí es donde fue a vivir, a España. Lo desheredaron por ello. Según me dijeron, no tenía eso que nos hace verdaderos Médici. Nunca tuve mucho contacto con él. Su mente apenas podía esbozar, en base a sus recuerdos, el rostro masculino y duro de era su hermano mayor. Incluso le resultaba curiosamente difícil ahondar en lo profundo de su memoria para recuperar los detalles de sus últimas reuniones, como si alguien hubiese tomado esos engranajes de su cabeza y los hubiese guardado en un pensadero. Aquello nunca había sucedido, claro. Sin embargo, la letra impresa en el pergamino que tenía en ese momento en sus manos le resultaba tan apabullantemente familiar como las grandiosas tardes bebiendo el té en los jardines de Villa Médici, cuya extensión la vista humana no podía calcular. Extendió el papel, sirviéndose de la luz de la chimenea, y dejó que su vista navegara en libertad por aquellas palabras. Tardó un minuto en comprender lo que sus ojos atestiguaban, varios segundos más de los que hubiese tardado en leer el más complejo de los tratados internacionales. Incluso ignoró por completo el comentario sugerente de Zoella, que su mente ni siquiera procesó. Se volteó, sosteniendo aun la carta a la altura de su pecho pero escapando de encontrarse con aquella letra nuevamente. Observó la danzante llama que brindaba su luz desde la chimenea y atinó a lanzar aquella misiva al fuego para verla reducida a cenizas en segundos. Un acalorado debate se encendió en su mente, como aquel fuego que contemplaba en ese instante. Por primera vez en mucho tiempo no sabía como reaccionar, qué hacer o qué decir. La vida le había hecho jaque mate a la última aristócrata, a aquella mujer única que parecía impenetrable e invencible. Que así se mostraba, al menos. La mortífaga se encontraba en una disyuntiva enorme. Sin embargo, decidió ceder para no perder la línea. Debía ganar un momento para aclarar su mente y recuperar la serenidad con la que siempre tomaba decisiones. Dejó caer a su lado su zurda, aquella con la que sostenía la misiva. - La carta no es para mi…es para ti.- dijo con un tono frío, extendiendo su mano hacia atrás para que Zoella tomara aquel pergamino por su cuenta.
  20. 13 de marzo, 00:14 AM. Mansión Di Médici. - ¡Tú, Rambaldi! - llamó con aire de autoridad a uno de los elfos de servicio, nombrado así en deshonor a una de las tantas familias enemigas de los Médici - Hay un elfo tirado en la entrada de la mansión. Súbelo al hipogrifo con el que vino y que vuelva a su mansión de origen. Pégale con cinta un par de huevos de la nevera. Aquel, uno de los tantos súbitos que Lucrezia había adquirido para llevar a cabo las distintas tareas que sostenían una de las mansiones más amplias de Ottery St Catchpole, asintió ante la orden de Passepartout y se retiró del lugar con prisa. El elfo doméstico había desarrollado un gran liderazgo frente a los demás sirvientes de su especie gracias a su lugar privilegiado junto a la matriarca, a quien servía personalmente desde hacía años. Passepartout disfrutaba su circunstancial posición de poder y autoridad, replicando tal vez el comportamiento que los magos y brujas tenían con los siervos como él. Comenzaba a entender un poco la naturaleza autoritaria de muchos humanos: tener poder sobre terceros y ejercerlo le generaba una sensación placentera en todo el cuerpo. Se puso en puntas de pie para lograr encajar la llave. Los ceñidos zapatos italianos que su ama le obligaba a utilizar día si y día también resultaban increíblemente molestos para realizar aquella simple tarea, pues apretaban sus gordos dedos hasta el punto de hacerlos doler. Cuando por fin pudo cumplir su objetivo, el elfo doméstico giró el pomo de la puerta y la empujó Sin tiempo de contemplar el interior de la biblioteca y apresurado, Passepartout volvió a cerrar la única entrada al lugar y dejó escapar un suspiro de genuino alivio. Nadie lo había seguido y había visto a una de las visitas de Lucrezia beber del envenenado vino. Todo parecía marchar de acuerdo al plan de su ama ¡Y claro que lo hacía! Jamás en su larga vida había visto una mente trabajar con tanta excelencia. - ¡Ama Sagitas! - exclamó al notar la presencia de una mujer a la que muy bien conocía, pues con ella había convivido años. Passepartout se desprendió conscientemente de su impostada seriedad y corrió con sus delgadas piernas hacia la mujer. Olvidó por un momento todas las veces que la bruja había confundido, adrede o no, su nombre y dejó de lado todas las riñas que había tenido con su ama por los títulos de propiedad de la “Ojo Loco” Potter Blue. “¡Paspartuto, Pasaporte!” podía oír en su cabeza con la inconfundible voz de Sagitas ¿Realmente importaba en aquel momento la reiterada confusión de su nombre de origen francés? Su respuesta, tal vez inspirada por la tensión que se vivía en la mansión, era que no. El elfo doméstico había decidido privilegiar el amor con el que Sagitas había tratado a Thiago, quien fuera su anterior amo y el hermano de la payasa. Entonces la abrazó. La abrazó con fuerza, aunque solo llegase a rodear con aquel abrazo sus piernas debido a la diferencia de altura. La aprisionó contra sus delgados brazos. - No sabe cuanto la extrañe ¡Lo juro! - le dijo, apoyando su gris cachete contra la pierna de la Potter Blue - Estaba esperando que visitara al ama Médici. Servir a la señora Lucrezia, sexta de su nombre, es sin dudas más intenso que servir al amo Thiago. La soltó. Inclinó su cabeza hasta el punto en que su cuello se resintió para poder mirarla directamente a los ojos y sonreírle, con una de esas sonrisas tan extensas que deformaba su relativamente feo rostro. Retrocedió un paso para no ser demasiado invasivo ante las visitas y se obligó a recordar la existencia de Harpo, ese otro elfo doméstico que le había hecho la vida difícil, para no mostrarse tan explosivamente cariñoso con Sagitas. Dio media vuelta y se dirigió a uno de los tantos escritorios que estaban dispuestos en la amplia biblioteca, sobre los cuales la matriarca exponía mucho de los objetos más raros que había adquirido en el mundo: coloridos huevos de dragón sin eclosionar, bolas de cristal armenias, la ballesta mágica que había heredado de Thiago y el espejo de scrooge. Rastreó entre aquella colección la caja donde Lucrezia almacenaba sus pociones. - El ama Médici sin dudas vendrá a buscarla pronto. Se va a liberar de las visitas en un santiamén ¡Si, lo hará! Los Triviani le han traído bastantes problemas ¿Sabe que una de ellas resulta ser su prima? Las he visto bastante…cercanas. - murmuró, sabiendo que no debía comentar a viva voz los secretos de la aristócrata - No quería dejarla aquí sola mientras espera ¿Cómo va todo en su hogar, ama Sagitas? Extraño lustrar las estatuas. Passepartout desactivó con un chasquido de sus esqueléticos dedos el mecanismo de seguridad de aquella caja y la abrió con sumo cuidado, pues conocía el frágil contenido de su interior. Contempló los numerosos compartimientos cuadrados donde Lucrezia guardaba cada uno de los frascos de cristal, con sus variadas formas y contenidos de propia elaboración. El veritaserum, el brebaje parlanchín, la amortentia…una a una fue enumerando en su cabeza cada una de las pociones que sus atentos ojos registraban. Notó que faltaban varias, como el fluido explosivo y la esencia de díctamo. La preocupación sobre el devenir de los planes de Lucrezia, cuyos detalles desconocía, comenzó a florecer en el elfo doméstico ¿Qué haría él si perdía a su ama, a la cual había aprendido a adorar pese a su severidad? Guardó la pócima para dormir en su correspondiente sitio y cerró la caja, dejando dentro de ella también sus dudas. - En cualquier momento vendrá Lucrezia…
  21. 13 de marzo, 00:11 AM. Mansión Di Médici. La noche había cubierto con su invasiva oscuridad la presencia de otras dos personas, al menos a priori. Lucrezia, aun bloqueando la posibilidad de que se adentraran en la mansión, apartó por un momento su fiera mirada de Candela y descubrió dos figuras que hasta el momento la penumbra había ocultado. Advirtió con cierta sorpresa como la luz de la chimenea lograba filtrarse desde el interior del salón e iluminar tenuemente los rostros de Jeremy y Zoella; al primero le dedicó una expresión tan fría que de tan solo tener alguna cualidad mágica hubiese congelado al mortífago mientras que a la segunda le regaló una sonrisa casi imperceptible con la intención de no alertar a los demás sobre su creciente relación. Era con aquella mujer con quien había construido una relación más fluida y…amena. Sus carnosos labios quedaron ligeramente entreabiertos mientras formulaba en su mente la mejor manera para librarse de las infortunadas visitas. Sin embargo, ni una palabra había salido de su boca cuando la blonda italiana fue nuevamente interrumpida por una singular voz que delataba su procedencia no humana. La bruja inclinó su cabeza para encontrarse con un elfo, que llevaba un simple gorro y poco más. Bufó con cierto hastío ¿Qué más podía pasar aquella medianoche, justo cuando estaba por embarcarse en una misión con un final tan abierto que podía impactar en toda la comunidad mágica? La detallada y vívida imagen del asesinato de Aaron que su cerebro había elaborado no hacía más que desvanecerse con transcurrir de cada minuto. Por un efímero instante la idea de asesinar a los cuatro sin piedad alguna resultó lógica y agradable. La sola mención de Sherlock no hizo más que incrementar su molestia, que logró contener con éxito frente a los Triviani. La alianza que había ejecutado con el hombre durante Halloween, con el solo afán de perseguir sus propios intereses y nada más, se había convertido en una verdadera condena. Despreciaba a aquel hombre corriente y sin distinción del que solo se había aprovechado circunstancialmente en una única ocasión. Solo ella misma sabía la cantidad de veces que había enjuagado su boca luego de besarlo. Seguía arrepentida de la borrachera bochornosa que la había conducido a cometer tal terrible error, que con ahínco buscaba olvidar. La aristócrata no podía dejar que Holmes sintiese por parte de ella la mínima empatía. La mortífaga se puso en cuclillas para que su rostro quedara apenas unos centímetros por encima de aquel delgaducho ser. Lo miró directo a los ojos. - Ven, “elfito”.- dijo de forma condescendiente y amable, algo que sin duda los Trivani reconocerían como impostado - Necesito que le des un mensaje a tu amo. Dile que la familia Médici ya hace suficiente caridad y que si quiere huevos debe criar gallinas…Desmaius. Lucrezia pronunció aquel hechizo imponiéndole a cada sílaba más y más malicia; vaya que disfrutaba aquello. Su blanca varita acababa de materializarse en su mano zurda, apuntando directamente al pecho del elfo. El luminoso rayo escarlata apenas logró viajar unos centímetros, pues la distancia que los separaba era nimia. Al impactar en su pecho, la criatura salió expulsada dos metros hasta caer en el camino de roca que llevaba hasta la entrada de la mansión. El golpe contra el suelo fue sonoro y sentenció su pérdida de conocimiento. Al ver aquello, la blonda italiana volvió a erguirse y le dedicó una última mirada al cuerpo extendido de “elfito”. - Passepartout, llévalo a su mansión. Déjalo donde Sherlock pueda recogerlo. Y lleva los huevos. - le ordenó a su elfo doméstico personal, que hizo acto de presencia en la escena para dejar el vino que su ama le había requerido con anterioridad. Todo ello la había distraído importunamente de la visita de los tres Triviani. Como Zoella había apuntado con su siempre despreciable claridad, aquello no era cosa de todos los días. Lucrezia logró en un solo segundo recuperar su típica actitud solemne y avasallante como si no hubiese desmayado a un elfo segundos atrás. Estaba acostumbrada tal exigencia gracias a su exhaustiva preparación para ser lo que la aristocracia italiana esperaba de ella. Su prioridad en aquel momento era librarse de ellos de forma amistosa y volver al encuentro de Sagitas para de una vez por todas acabar con la cadena de errores que Aaron había desatado desde su elección. Sabiendo que no podía retenerlos más en la entrada dejó que su prima encabezara el ingreso. La siguió con la mirada con total naturalidad, como si nada estuviera pasando, esperando a que los demás la siguieran. Se obligó a censurar una sonrisa de satisfacción cuando contempló a Zoella beber de la violácea bebida directo del pico. No cabía duda de que Passepartout había entendido el significado escondido en sus palabras y que había llevado hasta allí el vino que contenía una concentración suficiente de pócima para dormir para sumir a quien bebiese un sorbo en un profundo sueño. No olvidó tampoco que debía responder a todo como la típica Lucrezia ante cualquier cosa que los incontrolables Triviani hiciesen durante su - esperaba - corta visita. - Pues sírvete cuanto vino quieras, es exquisito, pero hazlo en una copa ¡No seas tan indecorosa! Añejo y frutado. Comparte con tu hermano y tu madre ¿Quieren? Podrían decirme que hacen aquí a la medianoche. Una mujer debe estar bien descansada y en esta casa se duerme temprano.- dijo con notable altanería, extendiéndole a Candela y Jeremy copas de aquel vino.
  22. 13 de marzo, 00:10 AM. Mansión Di Médici. La madera crujió en el silencio de aquella noche. El eco de los golpes contra la puerta atravesó el pasillo hasta llegar a la biblioteca, expandiéndose como la ola expansiva de una bomba que llegó hasta la misma Lucrezia. Si algo había realmente explotado en ese momento era la prisión mental donde la aristócrata había encerrado todas sus dudas respecto al plan que con tanto detalle había elaborado. Giró bruscamente sobre su propio eje para observar la puerta, pese a no ser esa la que las inesperadas visitas habían golpeado ¿Quién se atrevía a interrumpir la paz de su hogar en plena medianoche y luego de la caída del estatuto del secreto? Sin dudas, la improbabilidad de intenciones amistosas resultaba un mal augurio. La blonda italiana se volteó súbitamente para observar nuevamente a Sagitas, con una pequeña esperanza de encontrar en ella una respuesta. Sin embargo, no encontró en ella una respuesta o al menos una tan expeditiva como requería la situación. Debía actuar. Escabulló su mano en el interior del bolsillo de su túnica y extrajo su morado monedero de piel de moke, que lucía saturado de objetos y a punto de estallar. Sosteniéndolo con la palma de su diestra desató la dorada cuerda que lo mantenía sellado y comenzó una rápida exploración de su interior guiada por su tacto. Al percibir el frío del metal lo tomó con cuidado y lo sacó a la luz: un espejo comunicador. Se lo entregó directamente a Sagitas apretándolo en sus manos para transmitir la seriedad con la que encaraba la situación. - Quédate aquí, ocúltate si es necesario. No estaba esperando ninguna visita. Nadie puede saber que estás aquí. - advirtió con frialdad, clavando su mirada en la mujer y guardando nuevamente el monedero - Ojalá no necesites defenderte. La mortífaga afirmó con la cabeza y se apartó de la Potter Blue. El golpeteo en la puerta volvió a resonar entre las paredes de la aristócrata mansión. Dejando a Sagitas a sus espaldas salió de la biblioteca y cerró la puerta con llave. La homicida conspiración contra el Ministro de Magia inglés debía esperar. Debía liberarse lo antes posible de las visitas, aunque tuviese que utilizar métodos de discutible ética. Aunque no le gustase aceptarlo, la seguridad de Sagitas también le resultaba de importancia, no solo – aunque si principalmente -por ser una pieza fundamental de su plan sino por que comenzaba a apreciarla genuinamente ¿Serían las fuerzas del ministro quienes la esperaban del otro lado de la puerta? Mientras caminaba sin perder su elegancia hacia la entrada de la mansión la joven aristócrata fue interrumpida por Passepartout. Su elfo doméstico, aquel delgado y pequeño ser vestido con un pintoresco trajecito negro hecho a medida, se acercó a ella corriendo. Lucrezia lo notó ligeramente agitado, una señal inconfundible que confirmó su temor. Su caja torácica se expandía y se contraía con un ritmo vertiginoso. El siervo se inclinó para intentar recuperar su ritmo cardíaco y esperó unos segundos para dirigirse a su ama. Una vez normalizada su respiración, el elfo le concedió una respetuosa referencia a la italiana y dirigió su mirada directamente a la puerta. Su rostro grisáceo y extenuado expresaba una preocupación nítida. - Señora Lucrezia, son los Triviani ¿Libero al runespoor, como me indicó en ese caso? - susurró para que nadie más allá de la Médici lo escuchara - Puedo tener listos otros métodos de contingencia del manual de defensa de la propiedad. - Solo ocúpate de proteger mi habitación y la biblioteca, donde está Sagitas. - indicó con un tono severo - Lo único que necesito es que traigas un vino para hacer…más amena la velada. Sabes exactamente cual traer. Le regaló a su elfo personal una sonrisa en busca de tranquilizarlo, pues del cumplimiento de sus ordenes dependía su primera idea de cómo librarse de las poco convenientes visitas. Le resultaba curioso que justo en aquel momento, cuando confabulaba contra el progenitor de algunos de ellos, los Triviani se hicieran presentes en sus terrenos. Reafirmó en su fuero interno que aquello no era una casualidad, sino que respondía a la más obvia causalidad ¿Alguien podía ser tan necio de interpretar como una coincidencia todo aquello? ¡Si el incumplimiento del trato con Piero la había empujado a mancharse ella misma las manos con la sangre de Aaron! La aristócrata debía ser medida en el trato con los Triviani fuese cual fuese la razón de su visita. Debía hacer una elección quirúrgica de sus palabras y de las mentiras que estaba a punto de sostener, sobretodo si entre la comitiva se encontraba Candela; la inteligencia y el instinto natural que aquella mujer tenía habían dejado una buena impresión en Lucrezia pese a que en ese particular contexto resultase perjudicial para sus intereses. Había encontrado en la líder de la mafia italiana una guerrera de un espíritu fuerte, imprevisible e incontrolable. La mortífaga no había propuesto el nombre de Candela Triviani por sus lazos con Aaron sino por lo difícil que resultaría para el propio Piero manipularla. Pese a su rivalidad, que consideraba natural entre mujeres que disputaban poder, Lucrezia sentía por ella un profundo respeto. Esperaba no verse obligada a arrebatarle la vida aquella noche. La aristócrata atravesó el salón principal, que permanecía casi completamente a oscuras, y colocó su mano sobre el picaporte, deteniéndose unos segundos antes de abrir la puerta. Podía percibir las presencias al otro lado, bajo el manto del nocturno firmamento. Inhaló un poco del fresco aire que lograba filtrarse por las rendijas y adoptó su característica postura elegante. Ocultó con éxito todo rastro de preocupación que pudiese expresar su rostro. Había superado a los Triviani una buena cantidad de veces y aquella no sería la excepción, o al menos eso intentó reafirmar su voz interna. Giró con extrema lentitud el pomo y entornó la puerta apenas lo suficiente para poder encontrarse indefectiblemente con el familiar rostro de... - Candela, que sorpresa verte por aquí…¿Qué necesitas?¿Unos huevos? Creo que tengo un par en la heladera - ironizó con tono soez, enfrentando a la matriarca de una familia que había resultado una molesta piedra en sus zapato.
  23. Tomó un poco de aquella pasta verdosa con la yema de su dedo índice y la deslizó por el contorno de su respingada nariz, presionando para que aquel producto elaborado con hierbas silvestres entrara en contacto con sus poros. Limpió los restos en una toalla negra que había dispuesto específicamente para tal fin y tomó con cuidado la tapa del frasco, la cual colocó sobre éste y utilizó para cerrarlo herméticamente. Volvió a clavar su gélida mirada en el pequeño espejo oval de marco de oro que tenía enfrente, ubicado sobre su tocador donde se repartían sus numerosos elementos de belleza personal. Contempló su bello rostro cubierto por una mascarilla cremosa que tenía como objetivo de liberarla de imperfecciones cutáneas y sonrió, sintiendo como aquel producto similar a la arcilla comenzaba a endurecerse. Sin apartar la mirada de su reflejo la blonda italiana arrastró la mano por la superficie de blanca madera que tenía enfrente hasta que su tacto reconoció el mango de uno de sus peines. Lo tomó e inclinó su cabeza ligeramente, haciendo que su rubia cabellera cayera casi en su totalidad hacia uno de los lados. Comenzó a deslizar los dientes del peine por su ya de por si lacio cabello hasta que éste quedó completamente liso. Con el espacio entre su dedo pulgar e índice lo acomodó hacia atrás, dejando que este cayera libre sobre su desnuda espalda. El roce de su propio pelo con su piel le provocó un ligero cosquilleo al que respondió con una sonrisa de satisfacción. Inhaló una bocanada del aire de su habitación, invadido por el cítrico aroma de su perfume francés. La bruja le concedía un lugar predominante a su estética, algo vital para la gente de su clase. El repentino golpeteo de la puerta la obligó a contener un respingo que hubiese arruinado su postura siempre perfecta y nunca relajada, incluso se encontrara en la más absoluta privacidad. Lo que era inequívocamente un llamado de uno de sus elfos la tomó por sorpresa, pues ella había establecido ese horario como uno donde no debía ser molestada sin mediar acontecimiento importante. Sin duda algo requería su presencia, así que decidió no lanzar improperios contra sus siervos por desobedecerla. Se apresuró a acomodar los elementos distribuidos por todo el tocador y a esconder en uno de los cajones la carta hacia El Profeta que había estado redactando previamente en relación a la desaparición del Ministro de Magia. Si bien nadie tenía acceso a aquel lugar la joven aristócrata gustaba de no dejar cabos sueltos. Por instinto cubrió sus pechos con su brazo izquierdo y abandonó la silla de estilo imperial en la que se sentaba para llevar a cabo sus rutinas de estética frente al espejo. Atravesó su habitación y llegó hasta su amplia cama matrimonial, con un aterciopelado respaldo de un intenso color rojo y un dosel de madera de roble que con sus cortinas proporcionaba intimidad cuando ésta era necesaria. Sobre la blanca sábana de seda se encontraba extendida una de sus batas preferidas, elaborada con una fina tela negra que destacaba por una muy ligera transparencia que según el ojo que la mirase podía resultar provocadora. Sin pensar en las consecuencias de presentarse así ante potenciales visitas se la colocó para ocultar la desnudez de su cuerpo. - Passepartout, sabes que son horas difíciles para interrumpirme ¿Qué pasa? - preguntó con serenidad al encontrarse con su elfo doméstico personal al otro lado de la puerta. - Señorita Lucrezia, lo siento mucho. - dijo con su típico intento de acento italiano mientras paralelamente le regalaba una reverencia exagerada - Tiene visitas. La reconocí como Zoella Triviani. Tenía una carta en su poder que parecía importante. - Curioso…- dijo de manera inaudible mientras se debatía entre recibirla con ese aspecto o cambiar radicalmente su vestimenta - Te doy permiso para descender a la bodega y traer una botella de vino añejo, algo de principios del siglo pasado. Limpiarla bien. Están en la estantería privada. Busca también el veritaserum en la biblioteca. Su leal elfo doméstico, que vestía un simpático traje hecho a medida por los sastres de la familia Médici, se alejó por el pasillo que ladeaba el iluminado patio interno hacia las reservas de Lucrezia. La blonda italiana tomó el camino opuesto, aquel que llevaba al salón principal donde recibía a las visitas que solían ser - por suerte - contadas con los dedos de una mano. La mortífaga pasó junto a la imponente esfinge de brillante pelaje dorado que había adquirido con el único objetivo de custodiar su habitación y apartar a los curiosos de los secretos que allí con recelo ocultaba. Un acertijo mal contestado al intentar escabullirse allí terminaría indefectiblemente en una dolorosa y lenta muerte por desangramiento. Sin embargo, en aquel momento la corpulenta criatura que ocupaba una buena parte del pasillo se encontraba en un sueño profundo que se evidenciaba en los sonoros ronquidos que tapaban sin culpa el armónico cantar de las aves. Por más que quisiese hacerlo, la blonda italiana decidió no detenerse a acariciarla y continuó con su elegante caminar hasta llegar al salón principal. Lo primero que sus azules ojos rastrearon fue la figura de la Triviani. - Zoella, que curioso tenerte aquí. Ya tardabas en visitarme ¿Puedo saber que te trae por aquí, además de agradecerme por el hecho de que Piero aun no te haya cortado la cabeza y colgado a tus hermanos en el medio del coliseo? - exclamó con un tono que lograba un perfecto equlibrio entre mordaz y cómplice.
  24. 13 de marzo, 00:05 AM. Mansión Di Médici. Antes de proseguir, Lucrezia decidió detenerse en un comentario que había dejado pasar para priorizar sus ideas. Concederle características positivas a Sagitas se había convertido en el último tiempo en una costumbre incómoda para su ego. En este caso, debía aceptar que la Potter Blue tenía una capacidad de percepción más que notable. “Todo aquel que no cumpla con los deseos que tienes planificados de antemano, te estorba.” ¡Había dado en el clavo! De hecho, no se sonrojaba al aceptar su irrenunciable búsqueda del beneficio propio y su egoísmo en detrimento de los demás; por el contrario, era una bandera que enarbolaba con orgullo. Una sonrisa se dibujó en sus labios al concluir que Sagitas la conocía bastante bien. - El rompimiento del Estatuto es solo la gota que rebalsó el vaso, una gota muy gorda. - dijo, consciente de que aquel vocabulario no le era propio - ¿O acaso ha traído algo bueno a la sociedad inglesa? Solo trauma por la guerra, muertes, familias separadas y recesión. Hasta tú como ministra hubieses hecho un trabajo mejor. Observó cómo su interlocutora jugueteaba con uno de los cristalinos tapones que reconoció audazmente como perteneciente a la botella de whisky de fuego escoses, elaboración 1922. La blonda italiana nunca había bebido ni un pequeño sorbo de aquella bebida, que solo utilizaba como un recuerdo ornamental de sus lazos con varios países del mundo. Los obsequios configuraban un recurso importante para la diplomacia y ella había sacado ventaja de ello, conformando una formidable colección de bebidas propias de distintos países, joyas de gran manufactura y bienes varios. Con ello aun en mente, volvió a centrar su mirada en el semblante animado de Sagitas y descartó frenar el manipuleo de aquella pieza de cristal. - Ya te había informado de mi pertenencia circunstancial a dicho grupo. - espetó con recelo, preguntándose si el horario estaba afectando la memoria de la Potter Blue - Puedes saberlo, mientras no te dejes atrapar por un auror que quiera extraer algo de tu mente. La joven aristócrata dejó reposar su copa de vino nuevamente en la pequeña mesa ratona y apoyó ambas manos en los brazos del sillón. Suspiró con actitud renegada, sabiendo todo lo que quedaba por delante aquel día tan particular. Consciente de que no podía escapar de su deber, tomó buen impulso y se incorporó con elegancia. El jarvey se despertó repentinamente ante el movimiento inesperado de su dueña y decidió, al ver la posibilidad de que su fuente de calor se alejase, treparse por su brazo hasta colocarse en su hombro. Lucrezia se acercó a la chimenea y dejó que su mirada se perdiera en el baile de las llamas mientras su cabeza funcionaba como una aceitada maquinaria. Pensaba y repensaba todo lo que había planeado para llegar a Aaron Black Lestrange. - Desconozco quien es Amya pero bienvenido sea su aporte. - comentó, disfrutando de ignorar abiertamente a quien Sagitas había mencionado - Estoy segura que Aaron se recluyó en el Ministerio, más específicamente en su despacho. Estará acompañado de su custodia personal de aurores. Las entradas generales están selladas incluso para los trabajadores. Habrá gente patrullando los accesos y pasillos principales. Es necesario evitarlos para no lamentar enfrentamientos innecesarios. El chispeante fuego se proyectaba en sus ojos y permitía contemplar con lujo de detalle su vestimenta, que había permanecido bajo un manto de misterio debido a la oscuridad reinante en el salón. La aristócrata no llevaba uno de sus tantos vestidos de corte clásico que gustaba de utilizar para remarcar su origen de alta alcurnia ante el resto de la humanidad. Aquella noche su estilizada figura era cubierta mayormente por una larga túnica de un verde apagado que recordaba al utilizado por Salazar Slytherin para inmortalizar su casa. La lujosa tela con la que se había diseñado aquella pieza poseía pequeños relieves que respondían a figuras de pequeñas flores. Llevaba la túnica abotonada, por lo que apenas lograba verse la parte inferior del pantalón de vestir de la misma tonalidad verdosa. Completaban aquel conjunto unos tacos de lustroso cuero negro, cómodos para moverse con facilidad. Cómodos para pelear. - Me alegro que estés dispuesta a colaborar conmigo una vez más. Acompáñame.- le requirió a la bruja, invitándola con un ademán de su mano izquierda a seguirle los pasos. Al apartarse de su posición frente a las llamas, la copa de vino a medio beber que había dejado sobre la mesa se elevó en el aire y levitó hasta posicionarse a su lado, acompañando su elegante caminar. Atravesó una de las dos puertas que ladeaban la chimenea y accedió a uno de los sendos pasillos laterales al patio interno de la mansión, donde el lazo del diablo danzaba a la luz de la omnipresente luna que observaba desde el firmamento. A diferencia del salón que acababan de abandonar, en aquel lugar las antorchas proveían una iluminación que todo lo cubría. Ambas pasaron por delante de una imponente puerta de madera de roble con figuras de serpientes talladas con suma pericia que correspondía a la habitación de la matriarca; el grave rugido de la dorada esfinge que custodiaba aquella entrada, vedada para todos, interrumpió el silencio de la noche. Lucrezia colocó su mano sobre el dorado pomo esférico de la puerta contigua y lo giró, dejando que la puerta se arrastrase sola. La blonda italiana había conducido a su invitada a la gran biblioteca. La vasta colección de libros propiedad de los Médici impactaba por su incalculable valor, una variedad que saltaba a la vista y una apabullante cantidad. Las estanterías de madera llegaban hasta el techo, el más alto de toda la mansión por dicha razón. Allí se resguardaban tomos de enciclopedias de siglos pasados, literatura de literalmente cualquier país registrado y libros de toda forma, extensión, temática y tamaño ordenados con perfeccionismo y detallismo por la misma Lucrezia. En el centro había dispuesta una mesa redonda bajo un colgante candelabro de cobre; sobre ella destacaban cuatro libros apilados uno sobre otro, cuyo color de lomo permitía reconocerlos a simple vista como los legendarios grimorios de los fundadores. Distribuidos alrededor de ellos se observaban también los libros Uzza, abiertos en los capítulos de hechizos. - Me estuve preparando para esto. - anunció, rozando con la yema de sus dedos el lomo del libro de la sangre. - Debo serte sincera, Sagitas. Estoy dispuesta a arriesgar todo por el bien común aunque te cueste creerlo. No hay espacio para improvisar o echarse atrás. Estamos por hacer algo que quedará grabado en la consciencia de los magos y brujas o terminará en el olvido, como otro intento de magnicidio y con nosotras en Azkaban, exiliadas o muertas. Antes de irnos, quiero asegurarme de que entiendes lo que haremos y las consecuencia que tendrá. No quiero meterte en algo que puede perjudicarte sin tu consentimiento. Aunque no lo creas, siento algo de empatía por ti. A alguien debo dejarle mis criaturas...
  25. 13 de marzo, 00:02 AM. Mansión Di Médici. Sagitas siempre era…tan ella. La irreverente elección de palabras para presentarse y su forma de vestir tan cuestionable, entre modernilla y casual, eran una señal inequívoca de que se trataba de la mismísima matriarca de la “Ojo Loco” Potter Blue y no de una impostora. Pese a cualquier reacción que de ella pudiesen esperar, Lucrezia sonrió con genuina complacencia al verla atravesar la puerta mágica que unía ambas mansiones. La ligera sonrisa dibujada en su pálido rostro de refinadas facciones expresaba con transparencia su satisfacción por ver a la mujer que tantos dolores de cabeza le había provocado en el pasado. Siguió a la mujer hasta que ésta tomo asiento y aprovechó para despertar con cosquillas a su jarvey, que se desperezó y trepó a uno de los brazos del sillón para volver a dormirse. - Sabes que voy a ignorar tu primer comentario ¿Verdad? A esta altura, no hace falta tanto saludo. - dijo con aire cómplice, inclinándose para tomar la copa de vino que había depositado junto al periódico - Me sorprende que pienses que soy tan necia como para haber votado por Aaron. No participé de las elecciones más que como una testigo del desastre previsto por cualquiera con mínimo raciocinio. No habría votado por ti tampoco, por cierto… Contuvo con éxito una pequeña risa ante su propio comentario y descendió su mirada hacia la bebida que reclamaba atravesar su garganta. La observó por unos segundos, notando que sus ojos se reflejaban en el violáceo líquido pese a la débil iluminación del lugar. Se centró en el azul de su iris y en el cansancio que el maquillaje sobre sus ojeras tapaba. Los últimos días habían sido intensos para la blonda italiana, afectando en consecuencia su rutina de descanso que solía cuidar con recelo. Los cables diplomáticos sobre la decisión de Aaron de anular el estatuto del secreto habían circulado en los días previos anticipando un discurso del ministro inglés que apenas horas atrás había roto con la paz que comenzaba a avizorarse luego de meses de guerra. El mismo Piero Azzinari le había comunicado a Lucrezia las nuevas noticias. La banquera había trabajado a destajo para obtener las herramientas necesarias para cumplir con la tarea que le habían encomendado. - Es una situación límite que no se puede permitir y que rompió con todo contrato social, supongo que en esto coincidimos. - dijo con cierta amargura, consciente de que estaba punto de romper con su línea de pensamiento - Créeme que me cuesta decir esto, pero es hora de priorizar lo colectivo sobre lo individual. Lento pero seguro, con medidas radicales y ganando adeptos fanáticos, Aaron acumuló mucho poder. Le concedo eso, fue inteligente. Sin embargo, es imposible derrocarlo y más imposible es que dimita. Cuando su voz se extinguió por completo, la Médici tomó por fin el primer trago de aquel vino; uno largo y sostenido. Sintió como placer como aquel dulce líquido humedeció sus carnosos labios e hidrató su garganta, extenuada luego de tanto parloteo. Suspiró sabiendo que lo que se avecinaba sería lo más complejo a lo que se enfrentaría en su vida. Incluso eso, su propia vida, estaba en riesgo si avanzaba con su plan tal cual lo pactado con el ministro italiano. La continuidad de sus espurios negocios con el Ministerio de Italia, vitales para su situación económica, pendían de un hilo extremadamente fino. La traición de los Triviani a su promesa de erosionar el poder de Aaron hasta su dimisión, para evitar a toda costa un magnicidio, había obligado a erguir un plan b. La blonda italiana apeló a la inteligencia de Sagitas, esperando interlocutora comprendiera su idea sin necesidad de pronunciarla: el asesinato de Aaron Black Lestrange. - Sé que esto me hará ganar enemigos y que al liderato de La Marca Tenebrosa no le gustará…si se entera, claro. - concluyó con una ligera sonrisa, imaginando las posibles reacciones de Anne Gaunt y de los vástagos de Candela Triviani - Debo priorizar mi legado familia, a Italia y al status quo en cuanto a la relación de nuestra comunidad con los muggles. No podemos permitir un desastre aun mayor a la guerra, que suficiente ha perjudicado mis finanzas y a todos. Nuestras familias están en peligro y debemos actuar, Sagitas. No es lo mejor pero es lo necesario. Yo aguantaré ser la cara visible de esto, la autora material…pero necesito tu ayuda. Necesito tu apoyo. Necesito tu acceso al Ministerio ¿Estamos en el mismo barco? - su azul mirada volvió a clavarse con fiereza en Sagitas.

Sobre nosotros:

Harrylatino.org es una comunidad de fans del mundo mágico creado por JK Rowling, amantes de la fantasía y del rol. Nuestros inicios se remontan al año 2001 y nuestros más de 40.000 usuarios pertenecen a todos los países de habla hispana.

Nos gustan los mundos de fantasía y somos apasionados del rol, por lo que, si alguna vez quisiste vivir y sentirte como un mago, éste es tu lugar.

¡Vive la Magia!

×
×
  • Crear nuevo...

Información importante

We have placed cookies on your device to help make this website better. You can adjust your cookie settings, otherwise we'll assume you're okay to continue. Al continuar navegando aceptas nuestros Términos de uso, Normas y Política de privacidad.