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Samy Lestrange

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Todo lo publicado por Samy Lestrange

  1. La pelirroja sonrió cuando escuchó el mismo reproche que su madre dejaba caer cada vez estaba en el castillo. Prefería caerle de sorpresa cuando volvía a la casa, aunque a veces fuera ella quien se llevara las sorpresas más grandes... con una familia como la suya, eso era inevitable. - ¿Qué tendría de divertido que te avisara cada vez que estoy en la casa? - Se lanzó a sus brazos para poder devolverle el abrazo y besuquerla a gusto, sin poder evitar espiar su mano disimuladamente, para asegurarse que Haydie no le hubiera mentido. Sol a veces podía tener ideas locas, y cuando había decidido casarse con un desconocido sin haberle dicho nada ni haberlo presentado a la familia, el berrinche que Sam había montado no había sido demasiado bonito. La recepcionista del hotel probablemente correría si decidía pasarse por allí, si es que aún trabajaba para la Lestrange. Pasado aquel día, había temido que quizás la bruja mayor hubiera decidido casarse de todas maneras, sin que ella estuviera presente para evitar que le montara otro drama Lestrange. Después de todo, no solía tomarse demasiado bien cada posible boda de Sol... Sabía que no era el estilo de su madre y que no haría algo así, pero aún así no podía evitar la sospecha. - Bueno, en realidad ya he desayunado... Quería esperarte - le dijo disculpándose con una sonrisa -- pero no parecías tener prisa por despertar y ya estaba hambrienta. Hablando de eso, vamos... La bruja tomó la mano de la ojimiel (xD) y regresó hacia la cocina llevándola con ella. Tendría que dejar para más adelante el plan de saltar sobre la cama de su madre... Pero al menos ya estaba despierta. Haydie, como de costumbre, se apresuró a atenderlas y a servir la mesa con rapidez. - Estaba pensando que quizás podríamos ir a patinar al lago... Se ve precioso y hace mucho que no lo disfrutamos. Haydie me dijo que no tienes a los niños hoy - sonriendo con picardía, tomó una preciosa manzana roja del tazón que Haydie dejaba siempre para ellas y la lanzó al aire para luego atraparla. - Podríamos tener un día madre hija... Patinar, comprar, ir al spa o a un bar... - mordiendo su manzana, saboreó su fruta favorita antes de fruncir el ceño en confusión. - Pregunta uno, ¿para qué necesitarían una institutriz? Tienen a su 'abuela' Haydie para ellos... Y, pregunta dos, ma... ¿Por qué hay un perro mirándonos fijo desde la puerta?
  2. Un pastel glaseado. Aquello era lo que venía a la mente de Sam al ver por el gran ventanal, la nieve como una capa cubriéndolo todo, el lago congelado centelleando bajo los débiles rayos del sol de invierno. Era la primera vez en días que podía ver el cielo despejado, lo que hacía que la mañana adquiriera ese toque cristalino y transparente de los cuentos de hadas, como un reino de hielo allí afuera. El silencio del castillo la rodeó mientras se bebía el café sentada sobre la mullida alfombra, un silencio al que sus habitantes se habían acostumbrado con el pasar de los años. La gran ventaja de la poca afluencia familiar en el castillo era que podía pasarse la mañana en pijama en medio de la sala y realmente no tenía que preocuparse por cruzarse con alguien o porque alguien la regañara. - ¿Haydie? Sabía que aunque no alzara la voz, la elfina de su madre nunca se hallaba demasiado lejos y acudiría sin demora. El ligero 'pop' que oyó a sus espaldas le indicó que sí la había escuchado y la voz familiar de Haydie la hizo girar ligeramente su cabeza hacia donde se hallaba. - ¿Niña Sam? ¿Le gustaría más café? La pelirroja giró pensativamente su taza, deseando que de verdad el jardín estuviera cubierto de glaseado y no sólo de hielo y nieve. Negó con la cabeza, bebiendo el último contenido de la taza antes de que acabara enfriándose. - Ya no, gracias. ¿Sabes dónde está la bruja malvada, mejor conocida como mi madre? - La ama Sol - la elfina pareció contenerse de decir algo más para defender a su protegida, y continuó en su tono normal - aún no ha bajado. - Qué extraño, suele ser la primera en comenzar las mañanas. Frunciendo el ceño pensando en qué le sucedería a Sol, dejó su taza abandonada y se levantó de un salto, pensando en ir a despertarla. El día era bastante bonito pese al terrible frío que sabía que hacía afuera, quizás pudieran aprovecharlo para tomarse el día libre y patinar en el lago hasta que estuvieran heladas y agotadas. Había muchas cosas que hacer en la casa, pensó mientras cruzaba frente al árbol de navidad que seguía decorado y brillante en su lugar. Lo bueno era que nadie movería el árbol sin su permiso, aunque se quedara allí hasta abril si se lo olvidaba. Podría ocuparse de redecorar más tarde, ahora decidió que era un buen momento para despertar a la bella durmiente y saltar sobre su cama.
  3. Qué curiosa coincidencia, pensó la bruja mientras notaba la ausencia de cortinas y tapices en aquella habitación. Cerró la puerta tras de sí y se libró de sus botas, su capa y su abrigo, arrojándolos a un lado mientras se dirigía al ventanal, abriendo las hojas de par en par para que el aire fresco de la tarde pudiera entrar libremente. Hacía tiempo que en el castillo habían dejado de lado las cortinas y algunas otras cosas fácilmente incendiables, sobre todo en las que contenían cosas que no querían que ardieran. Decidiendo que mejor sería no quedarse allí dentro dando vueltas como tonta en lo que tardara su madre en llegar allí, dejó que sus pasos la llevaran fuera, hacia la baranda de mármol que parecía resaltar en las últimas luces del fin de la tarde. Balanceándose para poder trepar, se subió a ella y respiró hondo, admirando el bello lugar que era como la segunda casa de su madre. Su cabello comenzó a agitarse con el viento que comenzó a soplar y lo apartó de su rostro, mientras intentaba decidir qué exactamente decirle a Sol. Estaba furiosa y molesta porque hubiera decidido no contarle acerca de su boda, pero sabía que aquello no duraría demasiado, porque no podía estar enojada con ella durante mucho tiempo, aunque quisiera... ¿Una boda? ¿Ahora? Ni siquiera sabía quién era el dichoso novio. Una vez que la elfina había comprendido que había metido la pata al hacer un comentario sobre la ceremonia frente a ella, se había cerrado a cal y canto. Haydie ni siquiera respondía a las amenazas ni a las órdenes de la pelirroja cuando tomaba esa actitud, así que seguir intentando interrogarla sería inútil. Y preguntar a su recientemente reaparecido tío tampoco sería fructífero, tendría suerte si no acababa en un asesinato múltiple si él no sabía nada de esta boda... Si alguien se tomaría el asunto peor que Sam, ese sería Farkas. O tal vez Akiles, pero dado que seguía muerto, tampoco podía responder sus preguntas. - ¿Cariño estás aquí? La voz suave de su madre se escuchó apenas desde el otro lado de la terraza, por lo que respondió en voz más alta para que supiera donde estaba. - ¡Estoy aquí afuera! El viento pareció hacer eco de su voz a su alrededor, dándole escalofríos ahora que había dejado su abrigo en el suelo del cuarto. Se mantuvo mirando hacia el horizonte mientras escuchaba los pasos de la bruja acercándose al ventanal, viendo los colores que tomaban las nubes mientras la luz iba menguando. - ¿Qué tal, señora Lestrange? ¿Cómo se encuentra hoy? ¿Ya tiene todo listo para su pronta boda? - Oh... - dijo golpeándose la frente con la palma de su mano, como si recordara algo importante de repente. - ¡cierto! Olvidé que no sabía nada al respecto...
  4. Había días en que era fácil distinguir el humor de Samantha sólo con verla y este era uno de ellos. Atravesó las puertas del hotel asintiendo a quien las abrió para ella y se dirigió hacia la recepción con un solo objetivo, sus pasos rápidos y su mueca de enojo dejaban en evidencia que no estaba allí para pasar unas horas de relax en el spa de su madre. Interponiéndose entre una bruja de sonrisa agradable y su nuevo cliente, la pelirroja interrumpió su seguramente bien ensayado discurso de bienvenida, no dispuesta a perder tiempo allí con la poca paciencia que arrastraba. – Hola... Busco a la señora Lestrange. ¿Dónde está? – La señora Lestrange no se encuentra disponible en este momento y dejó orden de no ser molestada... ¿Quizás quiera dejarle un recado? En un segundo estaré con usted... – respondió la joven aún con su omnipresente sonrisa, intentando sonar amable aún ante la actitud poco educada de la pelirroja. Sam se cruzó de brazos y respiró hondo, intentando no soltarle todo su enojo a la pobre chica, y contó hasta cinco mientras sus pensamientos no hacían más que avivar su enojo. ¿Desde cuando no podía ser molestada? Su madre jamás había dejado de estar disponible para ella aún en su trabajo. ¿Con qué o con quién estaba ocupada? No, mejor no pensar en ello... Sintiéndose como si debiera invocar rayos y truenos y una enorme nube negra sobre su cabeza para hacer juego con su estado de ánimo de ese día, se encogió de hombros y sonrió a la bruja con una mueca caprichosa; estaba demasiado enojada, cabreada, herida y molesta como para que le importara mantener las apariencias en el negocio de Sol. - Bien... puedes darle mi recado. - Le dijo con voz dulce y cantarina. - Puedes decirle que estaré en la terraza de la suite que solía ocupar y que si no sube a hablar con su hija de inmediato, necesitará más que un decorador para arreglar lo que quede del hotel. Cuando se giró para dirigirse a los pisos superiores, las bonitas cortinas color crema que decoraban los ventanales comenzaron a arder. Sonrió por primera vez al ver las hermosas llamas, y siguió su camino sin darle mayor importancia. Sol seguramente tenía un protocolo anti incendios excelente, dado lo mucho que conocía a su hija. Y dado lo bien que la conocía, no podía creer que le hubiera ocultado algo tan importante como su próxima boda... ¡Tener que enterarse por Haydie! ¿Dónde había quedado la confianza, el amor y la falta de secretos entre ellas? ¿Acaso temía que intentara espantar al novio, otra vez? Bien, no se había portado muy bien en la anterior boda de su madre, pero en su defensa, había estado tratando de evitar que cometiera el peor error de su vida, aunque no le hubiera hecho mucho caso al respecto...
  5. La pelirroja se acercó a la pareja mientras Haydie corría hacia ellos con una botella y sus copas, la mirada de su madre la hizo reír pese a lo extraño de la situación. - Supuse que querrías brindar por semejante acontecimiento... ¿Eso es lo que se hace por lo general, o no? Aunque, no conozco el protocolo a seguir cuando los muertos regresan de sus tumbas. ¿Hay uno? - preguntó inclinando la cabeza. Acabando de acercarse al demonio y a su madre, ignoró sus palabras reprochonas y se detuvo y observó a su tío como si buscara algo en particular, aunque se veía y sonaba exactamente igual que siempre, como si nunca hubiera estado lejos de allí. Para estar segura, estiró el brazo y pellizcó a Farkas, y luego a su madre para estar doblemente asegurada. Se rió cuando ambos la miraron con expresiones molestas, como si ella fuera la demente allí. - ¿Qué? Tenía que comprobarlo. Así comenzaba un libro que leí una vez, y por lo general las vainas robacuerpos se comen a las bellas niñas del lugar. Puede que los ame, pero definitivamente no quiero ser comida- les dijo antes de saltar sobre ambos y estrujarlos en un abrazo apretado, contenta de que estuvieran allí aunque no entendiera una sola de las cosas que sucedían en el castillo últimamente. Y justo cuando intentaba actuar como una persona cuerda y casi normal... Debería aprender la lección y nunca volver a pretender ser normal otra vez. Al menos había quedado casi claro: Sol no estaba loca, o ambas habían enloquecido...
  6. Vaya, parecía que Hallowen ya estaba aquí. Al parecer, era el día en que todos los muertos salían de sus tumbas y, por alguna extraña razón, todos parecían caer justo a las puertas del castillo. Sam tardó unos segundos en dejar de parpadear como tonta y cerró la boca que había quedado abierta frente a la aparición. El tiempo parecía haberse detenido en la cocina mientras los hermanos se abrazaban... ni siquiera Haydie había atinado a soltar el plato que estaba a punto de dejar sobre la mesa. Inquieta sin saber muy bien qué decir o hacer en un momento como ese y sin querer interrumpirlos, la pelirroja volvió a su sitio lentamente, aún esperando despertar en su asiento del tren y confirmar que aquello sólo era un extraño sueño provocado por la horrible cena que había tomado. - Se que es demasiado temprano para el alcohol, Haydie, pero creo que necesitaremos de eso ahora- le dijo a la espantada elfina mientras alejaba sus tostadas y comenzaba a jugar con una roja manzana del tazón, tratando de poner algo de normalidad en su voz después del susto. - Haydie traerá el champagne ama - asintió con rapidez, agradecida de tener algo que hacer y poniendo manos a la obra con rapidez. - Yo estaba pensando mas bien en whisky... - dijo en voz baja, pensando en que después de uno o tal vez dos le encontraría sentido a todo esto. - Pero el champagne servirá.
  7. El tiempo parecía haberse detenido mientras en ese momento eran sólo ellas, unidas a través del dolor, la pena y el amor. La pelirroja tardó un momento en darse cuenta que, sobre la mesa frente a ellas, había ahora una caja de pañuelos y sonrió a través de las lágrimas. - Gracias, Haydie , tú siempre piensas en todo- soltó la bruja con una sonrisa triste mientras sacaba algunos de los pañuelos y secaba suavemente los lagrimones que aún se deslizaban por la cara de Sol. Sam cerró los ojos por un minuto, contenta de haber escuchado las palabras de su madre. Aunque supiera que la amaba y que siempre se tendrían la una a la otra, aquellas palabras habían aliviado un peso en su interior que no sabía que cargaba. Su mente podía entender que Sol no la odiaba, pero la niña que había en su interior y que había perdido a gran parte de los que consideraba su familia, seguía esperando que quizás algún día su madre también la dejara. - Míranos, ¡estamos hechos un desastre! Tal vez deberíamos ponernos decentes, al menos un poquito... Si Poly estuviera aquí, probablemente nos regañaría por llorar en la cocina como dos espantos. - Fingiendo pensar llevándose el índice a su barbilla, se corrigió a sí misma. -O tal vez se pondría a llorar con nosotras, ¿quién sabe? Con eso del instinto maternal y todo eso...
  8. Las palabras de Sol no hacían más que preocuparla cada vez más a medida que la escuchaba. Incapaz de permanecer sentada por un minuto mientras absorbía todo lo que su madre le estaba contando, se soltó de sus manos y comenzó a caminar de un lado a otro intentando respirar y pensar a través de la marea de enojo que la recorría. Parte de esto era su culpa también. Sabía que no debería haber dejado sola a la matriarca Lestrange, no después de tanto dolor, de tantas pérdidas. Había sido una egoísta, preocupándose más por ella misma que por lo que su madre podría estar sintiendo allí, rodeada de recuerdos en un castillo solitario, abandonada a los fantasmas de su pasado... Sus ojos se inundaron de lágrimas y parpadeó con fuerza para evitar que Sol se diera cuenta. Se daría una patada a sí misma si pudiera. ¡Era la peor hija del mundo! – Tienes razón – le dijo volviendo junto a ella y rodeándola con sus brazos apretadamente. – Ese hombre jamás ha hecho nada bueno ni aquí ni allí y los niños no lo necesitan, sólo sería un estorbo. Podemos mantenerlos seguros y bien y... todo estará bien – sonrió intentando infundirle algo de confianza a su voz. No era capaz de seguirle la corriente a la bruja acerca de su amor perdido. Seguir esperando a Farkas le hacía daño a su madre, pero no tener esperanzas de su regreso la heriría aún más. Sabía en el fondo de su corazón que si Farkas siguiera vivo en algún plano, volvería para encontrar a su Sol costara lo que costase. El hecho de que aún no hubiera regresado, le daba muy pocas esperanzas de que aún siguiera con vida, demonio o no. – Mamá... – dijo con una vocecita casi inaudible. – Lo siento... Lo siento mucho. ¿Me perdonarás alguna vez por abandonarte?
  9. Sam negó con la cabeza tratando de aclarar sus pensamientos y se mordió el labio inferior con indecisión, sin saber muy bien cómo proceder ante las noticias de su madre. Había dos opciones: o Sol había perdido el juicio completamente y creía que sus dos hijos estaban ahora vivos, o los niños de verdad habían reaparecido después de muchos años de haber estado quién sabe donde. Rechazando la idea de que su bella madre fuera una demente, intentó pensar en la segunda opción, tratando de encontrarle algún sentido a ese extraño milagro que había acontecido. Desde luego no era muy propensa a creer en los milagros así sin más. – ¿Estás segura? – Aclarándose la garganta después de darse cuenta de que quizás había sonado demasiado grosera, intentó de nuevo. – Quiero decir... ¿cómo puedes estar segura de que de verdad sean ellos? Ha pasado mucho tiempo y... bueno... No sabía muy bien cómo terminar su frase. El parloteo de su madre acerca del parecido de los niños a su abuelo y a Farkas la preocupó aún más, sabiendo cómo lastimaba a Sol recordar a los dos hombres que más había amado y los que más la habían hecho sufrir en su pasado. – Es normal que se parezcan a ellos, cielo. Tu padre y el tío Farkas eran muy parecidos y esas cosas se transmiten de padres a hijos – le dijo con una sonrisa extraviada, pensando más en tranquilizarla que en las palabras que salían de su boca. – Pero... no creo que sea bueno que sigas pensando que él volverá. Eso te hará daño. ¿Cómo desaparecían dos niños y reaparecían años después sin que nadie supiera de su paradero? Sol ni siquiera había mencionado al sujeto que resultaba ser el padre de los niños, pero el hecho de que su hija sin más apareciera con los pequeños bajo el brazo no le daba buena espina. Pero nadie podría ser tan monstruoso para hacer algo como lo que sospechaba... ¿o sí? Bueno, después de todo, su abuelo no había demorado nada en alejarla de su madre siendo apenas un bebé. Al menos Lord Lestrange había procurado encontrar una familia que se ocupara de ella antes de lanzarla a la calle. Si alguien quería librarse de esos niños, definitivamente no habían tomado los mismos cuidados. – ¿Y qué hay de su padre? – preguntó como si se le hubiera ocurrido de repente. – Nadime y Josue aparecen de repente... ¿Y jamás supo que estaban vivos? ¿Cómo los encontró Nicte? ¿Cómo supo que realmente no estaban muertos?
  10. – Es bueno verte de nuevo, Haydie. Espero que hayas preparado uno de tus super desayunos como de costumbre, nadie nos malcría tanto como tú y en ningún sitio se puede comer tan deliciosamente como aquí– sonrió la bruja, sabiendo que los halagos avergonzarían y distraerían a su madre y a su siempre fiel elfina, que olvidarían regañarla por sus modales poco correctos. La pelirroja no pudo evitar soltar una carcajada ante la anécdota de la visita de su madre. Sí, podía apostar a que Sol jamás se dejaría rebajar por una bruja cualquiera sea su pedigrí, y que había puesto en su lugar a la desafortunada con su típico estilo: con clase y sarcasmo, utilizando sus palabras como certeras dagas... Ojalá hubiera heredado un poco de ese talento. – ¿Debo suponer que Black simplemente se quedó allí viendo como su hija y su... bueno, tú, se disputaban su honor como si fuera un joven doncello puro y casto? – preguntó arqueando las cejas con expresión divertida. Bajándose de la barra para poder acercarse a la mesa, comenzó a dar cuenta del delicioso desayuno que Haydie les había preparado, esta vez sentada como correspondía en su lugar. Le gustaban las locuras de su madre, uno jamás podría aburrirse con ella. – Espera... ¿qué?– soltando su tenedor y volviendo a prestar atención cuando su madre volvió a hablar, sus pensamientos saltaron de repente a la idea de que Sol quizás estaba perdiendo un poco la cabeza después de tanta soledad y tragedia que había envuelto a su vida en el castillo, o de que tal vez intentaba no muy gratamente hacer una especie de broma extraña. – Mamy... ¿te encuentras bien? – tomando su mano, la miró a los ojos para intentar dilucidar si aquello era una especie de teatro al que había llegado tarde. – ¿De qué hablas? No han regresado... no están aquí – dijo haciendo un gesto que abarcaba todo el lugar.
  11. La joven arqueó una ceja al imaginar una visita "de cortesía" de su madre al castillo que fue su residencia en el pasado. Era cierto que ella y su ex pareja no siempre se habían llevado como perros y gatos, pero según sus recuerdos del último tiempo que habían pasado en el castillo de los Black Lestrange, entre Sol y Jocker podían volar chispas, platos, elfos y maldiciones, o todo al mismo tiempo. El hecho de que su madre calificara como "cordial" el intercambio con la hija del patriarca, le hacía pensar que no se habían limitado precisamente a tomar el té como buenos vecinos. − Sí, imagino que es difícil dejar de considerarla tuya, aunque jamás me ha pasado de extrañar tanto ese lugar como para querer visitarlo – le respondió apartándose el aún despeinado cabello del rostro y siguiéndola a la cocina. − Los Black Lestrange, al igual que otras familias, adquirieron ese encantador hábito de reproducirse como conejos, lo que garantiza que difícilmente vaya a querer ir de visita alguna vez. Igual que la familia del padre de tu monstruo, son tantos allí que parece un hotel... Me gusta más la paz y soledad de nuestra casa. Abriendo los brazos para señalar la pulcritud y el orden de la cocina, sonrió al pensar que ni siquiera necesitaban preocuparse por parecer indecentes y desarregladas mientras desayunaban. ¿Qué importaba? Sólo estaban ellas dos y nadie las vería en esas pintas hasta que decidieran salir del castillo o, milagrosamente, una visita cayera de sorpresa. – Aún no, así que me muero de hambre – dando un brinco para sentarse sobre la barra, cogió una de las omnipresentes manzanas del frutero que Haydie siempre mantenía para ellas y le dio un mordisco mientras pensaba en voz alta. – Imagino que tu... eh... casi "hijastra" no ha sido muy amable contigo. – Sonriendo traviesamente prosiguió – Dado lo poco amable que suelo ser con tus novios, puedo imaginar lo divinamente bien recibida que fuiste por el vástago de Black...
  12. La pelirroja le dedicó una sonrisa dulce e inocente a su madre al oír su regaño, sin sentirse para nada avergonzada por sus actos. ¿Qué sería de su relación si no le diera a su madre motivos para regañarla al menos una vez al día, cada vez que se veían? Probablemente serían de ese tipo de madres e hijas que apenas hablaban. - Tal vez deberías haber invertido esos galeones en algo un poco más rentable... Tu visión de negocios es pésima, querida madre - le soltó con una risa alegre mientras se arrojaba a sus brazos y la estrujaba cariñosamente. Era bonito estar de vuelta y saber que siempre sería bien recibida allí, que Sol siempre tendría un abrazo y una sonrisa para ella cuando regresara. - ¿De qué me he perdido, mi bella dama? ¿Qué hay de nuevo? - preguntó jalando a su madre hacia el sofá y esperando saber las novedades de la familia, que aunque nunca fueran muchas, siempre solía haber al menos una sorpresa esperándola.
  13. Cuando la familiar silueta del castillo Lestrange apareció ante sus ojos, la joven bruja sonrió y recordó por qué le gustaba aquel lugar. Aunque el aire frío sacudiera sus rojos cabellos sin cesar y no sintiera su nariz hace un rato, decidió que había sido una buena idea ese pequeño paseo a pie hasta su hogar. Era bueno saber que aunque se alejara y vagara por un tiempo lejos de allí, sus grandes muros y sus habitantes siempre estarían allí cuando decidiera regresar. Bueno, en realidad, debería decir su habitante, ya que aparte de Sol y los elfos que la servían, no había más Lestranges allí para llenar el lugar. Siempre se prometía a sí misma que esta vez sería diferente y que se quedaría allí como huésped permanente, que encontraría un trabajo, se establecería y dejaría de hacer sufrir a su madre con sus ausencias, pero hasta ahora nunca lo había logrado. Aunque Sol no la presionara con ello, la sola idea de quedarse en casa para siempre hacía que le diera algo de claustrofobia a veces. Corrió los últimos metros que la separaban de la entrada y se adentró en la calidez de su hogar. Se quitó su capa y su abrigo, dejando todo desperdigado como siempre, antes de ponerse a buscar a la señora de la casa. - ¡Mamá! ¿Haydie? - llamó mientras se quitaba las botas y se sacudía el cabello intentando arreglar un poco el desorden que el viento le había dejado. - ¿Dónde están todos?
  14. ─ Ahora, cariño, tú te quedas ahí sentadito y me dejas trabajar ─ los susurros de la bruja, que no eran tales, parecieron hacer poca mella en el bebé, que la miraba sin comprender y seguía cada uno de sus pasos como una sombra. Suspirando teatralmente, Samantha se acercó a una de las cajas y sacó algunas hojas y un par de crayolas, dejándolas frente a Urian y mostrándole cómo rayar el papel con ellas. ─ ¿Qué tal si tú le haces una tarjeta de felicidades a la abuela Sol, mientras acabo de decorar? Seguro lo amará. Contenta de haber encontrado algo con lo que entretener a su pequeño ayudante prófugo, volvió su atención al contenido de las cajas y siguió sacando y desparramando todo su contenido por el lugar. Los globos iban inflándose a medida que trabajaba y los amarró al techo, a la chimenea, a las escaleras y a los muebles, y soltó los demás para que fueran libres por la casa. Las serpentinas verdes y plateadas hacían juego con los globos y colgaban también por doquier, llenando el castillo de color. ─ Casi acabamos aquí, Urian. ¿No quieres un...? ─ La pelirroja se interrumpió a mitad de frase con un globo verde brillante en la mano, al ver las hojas abandonadas donde las había dejado y a ningún bebé cerca de ellas. Su rostro se volvió pálido de repente al pensar en lo que le haría su prima si descubría que había perdido a su preciado primogénito... Oh, Merlín, ¡sería una loca muerta! Empujando y pateando globos frenéticamente, buscó por todos los sitios donde se le ocurrió que podría esconderse un pequeño escapista. ¡Sabía que debería haberlo amarrado! ─ ¿Urian? Bebé... ¿dónde estás? Ven con la tía Sam... Estaba a punto de ponerse a llamar a gritos a Haydie cuando escuchó una risa seguida de un hipo infantil. Siguió empujando globos hasta dar con el niño, que garabateaba sobre la pared con las crayolas que le había dado, sin inmutarse por su pequeño ataque de pánico. ─ Mmm... no estoy segura de que la abuela vaya a amar eso... Pero si pregunta, fue idea de mamá, ¿vale? A propósito, ¿dónde estará? Debería estar aquí para evitar que tú te pierdas, o que yo te pierda... No importa. ¿Qué tal si vamos a despertar a la cumpleañera? Ya es hora. Cogiendo al bebé en brazos antes de que volviera a perderse, la bruja fue en busca de Haydie, la elfina favorita de su madre, para asegurarse de que el desayuno de cumpleaños estuviera preparado y listo para servir. Hoy tenía que ser un día muy especial.
  15. - ¿Historias familiares? Pobre Urian, ¿crees que esté listo para dar semejante paso? No somos una familia normal ni por asomo... Si escucha nuestras historias, quizás acabe decidiendo que es mejor vivir en una taberna que ser parte de la familia. - Haciéndole cosquillas al niño, la bruja resopló pensando en la cantidad de anécdotas que poseían. Tal vez fuera buena idea irse a vivir a una taberna... o tal vez no. Lo cierto era que la cantidad de historias que habían logrado coleccionar a lo largo de sus cortas vidas podía estremecer a cualquiera. Aterradoras, dolorosas, cachondas, felices, dramosas, divertidas, extrañas, perturbadoras... Había sin duda un enorme montón de donde elegir. - ¡Mami! - Sonrió y abrazó a su madre cuando ésta llegó al comedor, completando así el plantel para el desayuno familiar. - Planeábamos desayunar y luego enseñarle a Urian lo loca que está nuestra familia. ¿Quieres unirte? - le dijo apropiándose de los planes de su prima sin pedir permiso, como era su costumbre.
  16. La bruja se revolvió entre sus sábanas y deseó con todas sus fuerzas tener un botón con el que apagar la luz que entraba por su ventana. Pese a la temporada fría, el sol no dejaba de ser una molestia para sus mañanas. Renunciando a seguir durmiendo, la pelirroja decidió levantarse y comenzó su rutina mañanera sin dejar de gruñir internamente por dentro. Últimamente las mañanas no le sentaban demasiado bien y pese a ello no conseguía dormir a gusto hasta tarde aunque lo intentara. Una vez acabó de bañarse y arreglarse, se dispuso a bajar las escaleras para encontrar algo de comida que la hiciera feliz. Esperaba que al menos hubiera alguien en la casa para no tener que sentarse en soledad con la única compañía de un montón de cuadros y elfos silenciosos. Canturrreando mientras brindaba hacia el comedor, por poco acaba por estrellarse con Polyxena, que hacía malabares con su pequeño bebé mientras observaba un viejo baúl que le resultaba familiar. - Vaya, parece que alguien te sacó de la cama temprano - le dijo a su prima antes de darle un abrazo y luego un beso en la naricita a Urian, que parecía lleno de energía a esas horas insalubres de la mañana. - ¿O lo has sacado tú? - preguntó con una sonrisa, cogiendo al pequeño y levantándolo alto en sus brazos para hacerlo reír. - Madrugar debería ser ilegal, es perjudicial para la vida mágica... ¿Alguno de los dos ha visto a cierta bruja que suele andar por aquí? Se me ha perdido. Suele responder al nombre de Sol, es bonita y se dice por ahí que es mi madre...
  17. - ¡Excusas! Deja de intentar cambiar de tema... - sopesando un antiguo ángel al que ya no le quedaban alas ni cabeza y que sólo podía ser reconocido por la ajada pátina dorada que lo cubría, lo miró con tristeza antes de lanzárselo a la cabeza de su hermana. Respirando hondo, la bruja desistió de los adornos navideños y se cruzó de brazos con expresión inmutable. Se dedicó a observar en silencio a la castaña, sabiendo que muy poco le gustaría aquella actitud. Pese a que no se habían separado hace tanto tiempo, le era difícil no intentar buscar diferencias entre la Liliana actual y la de hace unos años. Pese a saber que su hermana era una nómade consumada y que nunca podría cambiar eso de ella, le molestaba que se mantuviera en silencio durante sus escapadas. No es que Samantha fuera una criatura hogareña ni mucho menos, pero le gustaba tener su ancla y esa actualmente era el castillo de su familia, donde era ama y señora y podía ir y venir cuanto deseaba. El hecho de que Liliana no se pusiera en contacto ni siquiera con una lechuza le molestaba. Podía escapar de sus obligaciones, de su pasado, de sus relaciones y de todo lo que quisiera, pero después de haber pasado gran parte de su vida juntas, que la dejara siempre atrás era irritante. -Es difícil no notar un castillo de ese tamaño - respondió encogiéndose de hombros. - No tengo idea de quienes viven allí, no suelo ser muy sociable con los vecinos, ya lo sabes. No le caigo muy bien a la gente... - Volviendo a encogerse de hombros, la pelirroja observó con expresión calculadora a la lugat antes de hacer una mueca infantil. - ¿Al menos has traído chocolate?
  18. Una sombra se movió silenciosamente entre los arbustos que rodeaban las cercanías de la antigua cabaña Gaunt y un apagado respondió apenas alcanzó a oírse en la tranquila noche. - Eres tan predecible... - La figura se movió hacia el sendero envuelta en una capa verde petróleo tan oscura que casi parecía negra en las sombras. Samantha se acercó a la cabaña casi sin prestar atención a su alrededor. Al menos, todavía podía sentir la cercanía de su hermana como para detectar cuando se encontraba en las cercanías del pueblo. Cuando eso sucedía, sabía que la McDougall sin duda visitaría lo que quedaba de su antiguo hogar o alguna taberna de mala muerte. Al menos esta vez había sido la primera opción. Llevaba años sin pisar ese lugar. Pese a haber pasado casi toda su infancia y adolescencia con los Gaunt, no era la cabaña lo que ella añoraba. Pasar por allí y saber que no encontraría a su madre, a la demente de su tía o a su hermana dentro, era demasiado deprimente para tolerarlo. Saber que Liliana estaba allí al menos hacía las cosas más divertidas. Hurgando en el frasco que llevaba en las manos, sacó para sí una galleta con chips de chocolate y luego devolvió la tapa a su lugar. Bastantes arañazos le había llevado conseguirlo después de la desaparición de Mel. - Maldita bruja desconsiderada... - murmuró adentrándose en la cabaña y siguiendo las huellas en el polvo acumulado. Dejando caer su capa y el frasco de galletitas en la entrada, la pelirroja tomó un canasto que había colocado allí con premeditación en espera de este momento y continuó su camino hacia la sala. - ¡Liliana McDougall! - vociferó con gesto enfadado. La bruja dejó el canasto en el suelo y cogió uno de los adornos de navidades pasadas y lo utilizó como proyectil lanzándoselo a su hermana. Comenzó a arrojarlos, uno tras otro, enfatizando sus siguientes palabras. - ¿Acaso no pensabas visitar a tu hermana? ¿Enviar una lechuza?
  19. La pelirroja deseaba haber tenido a mano algo más contundente que una manzana para golpear al egipcio, sobre todo después de haber oído cómo le hablaba a la Lupin. Sí, él estaba sufriendo, pero eso no era motivo pata torturar a la joven más de lo que ella ya lo hacía por sí misma. Rodeando los hombros de su prima, la bruja la siguió en busca de su sobrino para dejarla más tranquila. No le parecía que Urian debiera ver a su madre en ese estado pero ella no era quien para juzgarla. Sol tendría que lidiar sola con la visita indeseada y con Khalid unos momentos más, hasta que se aseguraran de que todo estuviera bien con el pequeño y estuviera segura de que Poly no iba a cometer alguna locura. Los pasos de ambas brujas se detuvieron tras el breve paseo hasta la habitación donde Asturión debía cuidar al pequeño, pero lo que encontraron al abrir la puerta definitivamente no era lo que esperaban. Samy sostuvo a la pelinegra con más firmeza teniendo que ésta se desvaneciera al ver al que ella suponía el padre del niño sosteniendo a un felizmente ignorante Urian en sus brazos. - Elena... - el mago pareció contenerse y se corrigió con una expresión agria en su rostro. - Polyxena. Ve por tus cosas y las de nuestro hijo. Nos vamos ahora mismo de este... lugar. - ¿Elena? - La bruja arqueó un a ceja con gesto interrogante hacia su prima pero decidió que no era el momento para preguntas de ese tipo. ¿Y ahora esto? ¿Pero quién se creía este sujeto? Actuaba como si con sólo cheasquear sus dedos todos debieran obedecer sus sagrados mandatos... Muy mala actitud para tratar con cualquier Lestrange, sobre todo con Polyxena que, pese a parecer la más tranquila de ellas, podía tener un carácter de los mil demonios cuando se enfadaba. - Mire... sea quien sea. - Comenzó la pelirroja utilizando su mejor gesto arrogante y su tono de "tú, escoria indeseable", una perfecta imitación del de su antigua madre adoptiva. - O suelta a mi sobrino en este momento y se aleja de él o será el próximo tentempié de mi mascota. Urian se movió en brazos del desconocido y comenzó a hacer sonidos babosos hacia su tía, estirando sus pequeños bracitos al ver a su madre también allí. Samy le sonrió y le dedicó una de sus carantoñas antes de recordar que estaba amenazando a alguien sólo unos segundos antes. Hace mucho tiempo que no tenía que resultar amenazante... primero Khalid y ahora Ashton, tendría que practicar de nuevo sus antiguos talentos. - Este "lugar" es su hogar y nadie moverá a Urian ni a su madre de aquí. Así que si eso es lo que pretendía, puede largarse de aquí como llegó, como un vulgar y corriente ladrón escaqueándose en cuartos ajenos - finalizó la bruja, arrugando su nariz como si aquello fuera el peor pecado que podía ocurrírsele.
  20. Samy Lestrange La pelirroja sintió un nudo en la garganta cuando vio el estado en que su prima se encontraba. La rodeó con sus brazos y la arrulló como a una niña pequeña, intentando tranquilizarla. Estaba un poco molesta por el hecho de que Polyxena decidiera delegar la responsabilidad de echar al intruso en su madre en lugar de en ella, cuando Sam era la mejor apuesta para librarse de cualquier extraño y sin parpadear. Decidió callarse de todas maneras, le pareció poco adecuado reprochárselo ahora cuando se veía tan mal. Nunca había visto a la Lupin llorar y mucho menos ponerse así de triste. No entendía muy bien la historia del padre de Urian que hasta donde ella sabía, era un muggle, pero no necesitaba entender mucho para cuidar de su amiga. Mago o no, si el tipo intentaba acercarse a Poly o llevarse al bodoque de malas maneras, le arrancaría la cabeza y se la daría de comer al calamar. Tal vez sí había sido una buena idea enviar a Sol abajo en lugar de a ella, la Lestrange mayor sabía ser diplomática y encantadora para conseguir lo que quería. - El bodoque estará bien y tú también. No enloquecerás, lo prometo. Huiremos a otro continente si quieres, o mataremos a cualquiera que intente molestarte - susurró la bruja deseando que la Lupin recordara que no estaba sola y que nunca lo estaría. - ¿No tienes idea de lo que estás haciendo, cierto? Ambas voltearon a ver al egipcio que había guardado silencio durante la repentina crisis familiar. Khalid había vuelto a ponerse de pie y mantenía en sus ojos esa expresión de profundo dolor. Sam había notado que no había despegado la mirada del rostro de su madre mientras ella estaba en la biblioteca, pero ahora su atención se había concentrado en la Lupin. Khalid de Egipto - ¿Por qué sufrir de esa manera? ¿Por qué entregar tu amor y luego negarlo? Estás clavando una espada en tu pecho y ni siquiera eres capaz de verla - le dijo con un gruñido a la pequeña mujer que lloraba desesperadamente. - ¿De verdad piensas sacrificarlo por nada? Khalid no podía entender cómo alguien podía obligarse a sentir lo que estaba sintiendo en ese momento. Podía ver y sentir cuánto destrozaba a la joven la decisión que estaba a punto de tomar pero aún así, no parecía tener la intención de echarse atrás. Habría dado cualquier cosa por tener la posibilidad, por un minuto, de volver a tener aquello que esta gente descartaba tan sencillamente. Había vivido y respirado sólo por su Kritzia en el poco tiempo que la había tenido para él, y entregaría mil vidas y sus mil muertes sólo por volver a ver la mirada de sus bellos ojos de miel al fijarse en él. Las imágenes tomaron forma en su cabeza con rapidez, ocupando sus sentidos. Pudo ver los ojos de su amada, el destello del reconocimiento en ellos, el amor convulsionado en su interior antes de convertirse en un miedo atroz. Su pulso se aceleró, cada descarga de su pecho llenando de agonía su ser mientras observaba cada latido de vida gotear muy lentamente del alma de su Kritzia, y a Seshat allí observándolo, disfrutando, arrancando el amor de su vida con crueldad divina. - ¿Pensaste que podrías tenerla? No sucederá, ni ahora ni en mil siglos. Verás tu amor morir, te haré el favor de arrancarlo de ti. La dulce y terrible voz de Seshat se coló en su mente mientras la imagen cambiaba imperceptiblemente a sus ojos, la piel de Kritzia, su cabello, sus facciones, mutando y adoptando una forma que lo llenó de horror. Era imposible y tan maravilloso, algo que no había esperado y que lo horrorizaba y alegraba a la vez... Un golpe lo devolvió a su extraña nueva realidad, atrapó una fruta de un rojo brillante que había golpeado su cabeza y la miró con confusión. - ¡Esa cosa está brillando! Yo que tú me alejaría - la voz de la joven pelirroja hizo que se diera cuenta del brillo dorado que había cubierto al libro que contenía su maldición. Estaba a punto de acercarse, atraído por aquel fulgor cuando una conmoción más allá de las puertas llamó su atención. Sus pasos cambiaron de dirección y, antes de que pudiera decidirlo, sus pies lo guiaron a prisa por el camino que creyó que su Sol había tomado. Si lo que la visión le había mostrado era cierto, entonces ella y su familia no estaban a salvo. Encontraría la manera de protegerla, de salvar su alma esta vez.
  21. La bruja observaba aún meticulosamente las páginas del antiguo ejemplar, escuchando sin perder detalle de la historia que su "invitado" narraba. Era casi imposible no perderse en la melodiosa cadencia de su acento, aunque intentaba concentrarse en los hechos para poder darle algo de sentido a aquel problema. Tal vez podrían embotellar aquella voz y sacarle una buena ganancia, si no podían encontrar la manera de ayudar al extranjero. ¡Concéntrate! Su mente intentaba unir los puntos de aquella imagen pero no parecía dar resultado. No podía entender del todo qué era lo que unía al antiguo Egipto de hace dos mil años con la biblioteca de su abuelo en el Londres de esta época. Sí, sabían Lord Lestrange a lo largo de su vida había acumulado una gran cantidad de objetos con propiedades mágicas, sobre todo aquellos relacionados a la magia oscura, pero ¿cómo encajaba aquel libro allí? No parecía el tipo de objeto que alguien codiciase, a menos que tuviera otros usos aparte de encerrar a su prisionero. Pasar meses, siglos, milenios... encerrado en un libro. No podía imaginar algo así. No tenía idea de qué se sentiría allí dentro pero imaginaba un estrecho espacio oscuro y asfixiante y, de repente, sentía enormes deseos de abrir cada puerta y ventana a su alcance. Y eso que no era claustrofóbica. La mente que había ideado ese tipo de castigo debía ser terriblemente cruel. Aunque si lo pensaba con detenimiento, si ella fuera una diosa con superpoderes mágicos y encontrara a su nuevo juguete retozando con alguna humana común y corriente, haría exactamente lo mismo y quizás algo peor. Entonces... Sus divagaciones se interrumpieron cuando oyó la voz de su prima en la entrada. Al parecer, todos habían estado demasiado metidos en la historia para darse cuenta de que las puertas habían sido abiertas. - ¡Polyxena! -Samy saltó y atrapó a la pequeña pelinegra en un abrazo con cuidado de no aplastar al pequeño Uri. - ¡Qué bueno que te nos unes! Mira, este de aquí es Khalid de Egipto y vive en uno de los libros de la biblioteca. No se si has llegado a oír su historia, pero acaba de contárnosla. Intentábamos decidir si era algún tipo de loco asesino serial o mago malvado encarcelado, antes de que llegaras... Al menos, tres cerebros actuales podrían pensar mejor que dos. Quizás Poly no tuviera los mismos problemas que ellas para concentrarse frente al atractivo del egipcio y pudiera ayudarlas a encontrar una solución. Una fuente de moderado recato y absoluta decencia -excepto por sus andanzas con muggles y la criatura que había concebido con uno de ellos-, la Lupin siempre era un buen activo a la hora de pensar con coherencia. -Hablando de vivir en un libro... -la pelirroja se detuvo a pensar un momento en dos ideas que se le habían ocurrido antes de que su prima llegara, e intentó unirlas aunque no concordaran del todo. -Khalid, ¿recuerdas si alguna vez has abandonado tu... prisión, aparte de ahora, o lo que has oído dentro de él? ¿Alguna vez en dos mil años? La crueldad de una diosa caprichosa del destino con experiencia en maldiciones y la ambición de poder de un mago oscuro podrían ser una combinación peligrosa. Si su abuelo se había molestado en conservar aquel libro, debía haber alguna razón para ello. Eso convertía a su invitado en un arma que Alexandre no había usado aún, o en una bomba de tiempo que podía despertar aún mas pesares a su maldición. La joven observó cómo las facciones del moreno se cerraban y se oscurecían, su vista perdida en algún otro tiempo y lugar. El egipcio retrocedió un paso, alejándose de las mujeres y fijando una mirada terrible en el libro que solía ser su cárcel. Parecía haber recordado algo que le causaba dolor, un dolor crudo y lacerante. -Debería irme. - ¡No! No puedes... Su madre intentó detener a Khalid, pero él volvió a retroceder antes de que ella pudiera tocar su brazo y negó con la cabeza con decisión. -No voy a herirlas. No dejaré que vuelva a suceder. Ok... Al menos habían encontrado algo, aunque no supieran de qué se trataba. Una reacción podría conducirlas por el camino correcto. La pelirroja alzó la voz antes de que Khalid decidiera largarse del lugar de alguna manera. -No puedes irte. Así vestido, en esta época, causarás un pequeño alboroto. La gente creerá que vas a una fiesta de disfraces o que eres un loco. No tienes dinero ni sabes viajar ni a donde ir... Tu mejor opción es este castillo. -Volviendo la mirada al libro en sus manos, lo ojeó una vez más con distraída parsimonia. -No sabes lo que sucederá si lanzamos el libro al fuego, si lo destruimos o si invocamos a una diosa loca de siglos de antigüedad a estos tiempos. O te quedas y nos explicas esto, o tendrás que arriesgarte. La turbia mirada de Khalid se desvió del libro y entonces sus ojos se cerraron con lo que parecía frustración. No le sorprendería que el extraño tuviera ganas de gruñirle, solía tener ese efecto en las personas. Podría haberse oído la caída de un pelo de hipogrifo en la biblioteca en esos momentos, mientras todos se calmaban. - El libro no puede ser destruido.- Fue lo primero que salió de la boca del egipcio. - Muchas personas lo han intentado... de mil maneras. La maldición de Seshat... tardé mucho tiempo en entenderla y muchos soles y lunas padeciéndola. El libro no sólo es una prisión, también una horrenda condena. La condena de la pérdida del amor. - Khalid se acercó y tomó el libro, sujetándolo como si fuera a morderlo. - El libro parece sentirse atraído por aquellas personas cuyos sentimientos son puros y buenos, el amor profundo y sincero. Y entonces, cuando haya un lugar en su hogar... - No parecía encontrar las palabras, así que aclaró su garganta con pena. - Encuentra como destruirlo. Eso he oído por años. El amor muriendo una y otra vez.
  22. Las cejas de la bruja treparon hasta casi toparse con su pelirrojo cabello al oír el extraño discurso de su madre. Aunque... ¿Por qué se sorprendía? Cosas más extrañas habían sucedido en ese castillo. Tal vez no tan extravagantes, pero extrañas sin duda. ¿Un sujeto saliendo de un libro? Bueno... Tal vez debería ir pensando en tener con su madre una charla especial acerca de la responsabilidad con sus mascotas, sobre todo cuando no tenían idea acerca de sus costumbres o antecedentes. Aunque con una que se viera así de bien semivestido... entendía el azoramiento de su madre. - Es un placer, Khalid. Siéntete como en tu casa. ¿Me prestas a mi madre un minuto? La joven tiró del brazo de su madre con delicadeza, alejándolas un poco del rango auditivo del desconocido y de la extraña aura magnética que parecía rodearlo. Tuvo que chasquear sus dedos dos veces frente al rostro de la bruja mayor para que esta le brindara toda su atención al menos por un minuto y dejara de observar los eternos bíceps de su visita. - Hum... mamy, ¿realmente no conoces a este sujeto? Si dices que estaba encerrado en un libro, tal vez fuera por algún motivo y no sólo para eternizar su bella figura en el papel... Escuchó de nuevo la versión completa de su madre de los pocos datos y hechos con los que contaba y nuevamente observó con el ceño fruncido al objeto de sus cuchicheos, que parecía observar todo con atención y aún así no quitar los ojos de la pelinegra. Samy se sentía algo descolocada. Por lo general no era ella la que tenía que aportar cordura y sensatez a las situaciones y no estaba en absoluto cómoda con ese papel, pero la implicación del nombre de su abuelo hacía que aquella situación le pusiera los pelos de punta. Nada bueno venía de Lord Lestrange ni de su legado, quitando a la bruja aquí presente del listado. Si ya se sentía inquieta desde la pesadilla en el lago, ahora parecía tener un hormiguero bajo su piel. - ¿Qué tal si es algún malvado brujo condenado por toda la eternidad a pasar su vida en un libro por asesinar bebés o comer gatos o aparear elefantes con cocodrilos o algo así? Los egipcios eran raros. Aún con todas las posibilidades que pasaban por su cabeza, sabía que era algo imposible que su madre le hiciera caso. Sol siempre pensaba lo mejor de las personas sin importar qué, seguramente en este caso no sería diferente, pero Samy tenía sus reservas. Aún cuando su abuelo fuera el ser más malvado que conocía, no era el único brujo oscuro en el mundo y seguramente no el más malo. Lamentablemente, Sol tenía en sus ojos ESA mirada, luminosa y encendida, que quería decir que en algún momento entre caer en los brazos del egipcio y este instante, ya había visualizado su primera cita, su boda y había nombrado a un par de sus hijos. Tendría que estar alerta antes de que se encontrara con medio hermanos medio extranjeros en su jardín. - Bueno... -levantó la voz y dio una palmada fingiendo alegría, antes de separarse de su madre e ir a recoger el empolvado libro que era el quid del asunto. - No tengo experiencia con maldiciones de este tipo, pero estamos en una biblioteca, tal vez aquí encontremos algo útil - sentenció mientras observaba el viejo libro con el ceño fruncido ya que no podía leer los caracteres en sus páginas.
  23. Un enorme colchón de césped. Así era como se sentía aquél rincón frente al lago, como un mullido y algo picoso colchón de césped. El tiempo había mejorado los últimos días, y el brillante sol calentaba su piel incluso bajo el cobijo de la arboleda que la rodeaba. A Sam le gustaban los cambios de estación. Ver morir las hojas con su lenta y colorida caída, el blanco prístino cubriendo los restos moribundos de la naturaleza, el renacimiento de los colores y del paisaje, que bullía de vida cuando el buen tiempo acontecía. Pese a saber que su tiempo de auge tenía fecha de vencimiento, a las plantas y árboles no parecía importarles. Parecían ser felices con el hecho de hibernar, guardar energías, y volver a emerger, para repetir incesantemente el ciclo de su vida. Era curioso que un ser tan básico como ese tuviera tal poder. O quizás sólo estuviera desvariando y las plantas no pensaran, y si lo hacían ni siquiera les importara. - Es hora. La profunda voz y la repentina sensación de algo moviéndose bajo su cuerpo hicieron que abriera los ojos, buscando con la mirada a su alrededor sin ver nada ni a nadie que pudiera haber hablado. De repente, la impresión de que algo o alguien la observaba la hizo querer salir de allí con rapidez. - ¿Hay alguien ahí? - Ya es hora. Las agujas se mueven y caen las hojas. Los frutos mueren y las ramas se cortan. Y así el invierno te atrapa a solas. No parecía haber nadie alrededor, aún así la voz parecía salir de todos lados y de ninguno a la vez. Se incorporó echando una mirada hacia arriba, temblando cuando notó que el viejo manzano bajo el que se había echado parecía haber echado frutos de repente. Manzanas. Manzanas negras que parecían verla desde arriba, con sus ojos cafés, verdes, azules, violetas, negros... Manzanas con expresiones familiares, con rostros que pusieron un nudo en su garganta. Frutos de un árbol que había conocido un invierno demasiado largo, ramas de su árbol que se habían secado y que habían dejado una cicatriz en aquel lugar donde habían estado. - Es hora. El suelo comenzando a moverse y la sensación de algo enredándose en su tobillo la hicieron saltar y casi ponerse a gritar. No quería subir con las manzanas, no quería verlas de cerca, no podía. Tiró con fuerza de su pie y la fuerte sacudida hizo que abriera los ojos, que tardaron unos segundos en acostumbrarse al sol que se filtraba entre las hojas. La pelirroja miró a su alrededor, buscando frenéticamente manzanas u ojos o cualquier cosa que la amenazara. Los latidos de su corazón se normalizaron poco a poco, al ver que el árbol volvía a parecer tan vacío y callado como cualquier árbol. ¿Había sido un sueño? Maldita sea, su imaginación la mataría algún día... - Naturaleza, tan inofensiva, sí, claro... Ni siquiera su sarcasmo logró que se sintiera mejor. Las palabras que había escuchado en su sueño le recordaban a algo, aunque no podía asociar a qué. Se levantó rápidamente y sacudió su ropa y su larga melena para deshacerse de los restos de pasto, hojas y tierra. Emprendió con rapidez el camino que llevaba al castillo, sintiéndose ridícula pero sin querer estar más tiempo allí sola. Sus pensamientos se movían perezosos a través de la niebla del sueño y, aunque no lo había decidido conscientemente, luego de regresar a su hogar sus pies la habían llevado por el conocido trecho hacia la biblioteca. Había pasado mucho tiempo allí a solas, cuando necesitaba distraer su mente y futilmente saciar su necesidad de respuestas. La biblioteca de Lord Lestrange estaba bien abastecida, aunque sospechaba que aún había más secretos escondidos en ese castillo de los que podían imaginar. Aún así, tal vez encontrara alguna referencia a esos versos que creía haber visto antes. - Esto... ¿interrumpo? Dado que la biblioteca no era una sección privada ni íntima, y que apenas era usada, la bruja había empujado sin más la pesada puerta, sólo para encontrar la extraña imagen de un desconocido arrodillado frente a su madre. No es que fuera extraño que una bruja de la edad y la belleza de Sol tuviera algún que otro amante, ni tampoco necesitaba chaperones a su edad... Pero le parecía extraño escoger la fría biblioteca como lugar para una cita, además de tenerla con un hombre semivestido... Al menos podrían haberlo presentado antes de desnudarlo en la casa y justamente en la biblioteca.
  24. La pelirroja sonrió con alegría cuando su madre aprobó los nuevos cambios en la estructura del castillo. Definitivamente no tenía tiempo ya para más remodelaciones y era importante que la bruja diera el visto bueno para que la fiesta siguiera en pie. Esquivando como pudo a elfos y escombros, atrapó a su madre en un abrazo y se puso de puntillas para poder darle un beso en la mejilla como bienvenida. Por lo general no era tan difícil alcanzar a su madre, pero una bruja descalza no era competencia para los taconazos que la Lestrange lucía ese día. - Con tantos seres extraños en nuestro árbol genealógico, creo que no es muy buena idea sacar a la luz el armario de los genes, mamy. Quién sabe qué podríamos encontrar. Creo que ya estoy curada de espantos. Después de todo, nunca era bueno pensar que nada podía ser peor. Ya.tenían a Alexander y a Fokker en la familia, pretendía dejar su esquema genético en paz antes de descubrir que estaba emparentada con alguien aún peor. Se distrajo de sus pensamientos cuando Poly llegó con el futuro rebelde en brazos, haciéndola sonreír cuando vio los pequeños bracitos agitándose. - ¡Bien! Ahora que todos estamos aquí, podemos decidir qué más necesitamos antes de la fiesta... - sacando de su bolsillo disimuladamente una barrita de chocolate y dándosela al niño luego de abrirla, se agachó para coger una ajada revista abandonada en el suelo. - Necesitaremos más decoración, aparte de lo normal. No lo sé, es Halloween, se supone que debe haber arañas y murciélagos, calabazas... y helado y manzanas envenenadas... Ojeando la revista sin terminar de decidirse, pensó en la temática que habían escogido mientras seguía dándole vueltas a todo. Ya había cambiado los cuadros y retratos sesenta veces, hasta que había encontrado los que quería. Luego los tapices... - Tal ver deberíamos buscar una de éstas - dijo mientras observaba una lámpara de araña gigante, con la forma de una delicada telaraña de cristal. - A propósito... ¿alguien sabe de qué se disfrazará? ¿Ideas? No se me ocurre nada...
  25. ¡Booooooooom! Una repentina tos atacó a la pelirroja cuando una nube de polvo se elevó desde los restos de lo que antes había sido una pared. Se aclaró la garganta con una sensación rasposa antes de comenzar a mover los escombros con magia, apartándolos de su vista. Se suponía que aquella pared faltante debía verse como una elegante arcada... Bueno, aún no había aprendido del todo a delimitar el daño de las explosiones, pensó observando el irregular resto de muro. Samantha se paró en medio del salón mientras miraba su alrededor, calculando cuánto tardaría en deshacerse de todo aquello que la molestaba. Eliminar las cortinas y el escaso mobiliario fue sencillo, el fuego era la salida más rápida para reducir todo a restos irreconocibles. Todo tenía que ser reemplazado antes de la fiesta, tanto la distribución de la habitación como la decoración. Halloween era la perfecta excusa para darle una lavada de rostro a su hogar y a la vez satisfacer sus necesidades destructivas. - Están tardando demasiado -les dijo a los elfos que cargaban con la nueva decoración y los accesorios. - No acabaremos a tiempo y mi madre se decepcionará. Ella aún tenía que escoger un disfraz para la fiesta, aunque nada la decidía. Seguramente Sol ya tendría escogidos su vestido, maquillaje y hasta sus zapatos, aunque todo era variable hasta último momento. Samy no tenía esa facilidad de elección con los trajes, prefería centrarse en lo que mejor se le daba: destrozar el lienzo que era el castillo hasta dejarlo en blanco y reconstruir cada detalle hasta que estuviera satisfecha con su trabajo. Quizás debería pedir a Haydee que rebuscara algún disfraz para ella, así podría dedicarse por entero a su tarea. Los jardines, el salón, las ventanas, incluso las escaleras debían verse como parte del escenario que se recrearía para la fiesta. Por suerte su madre se ocuparía de las invitaciones, ya que no tenía paciencia para ello. La comida y la bebida estarían a cargo de las capaces manos de Haydee, bajo la supervisión directa de Sol. - Sólo esperemos que no haya "muertos vivos" ni hijos desconocidos en esta celebración, sería una pena tener que incendiar la casa de nuevo para eliminar las pruebas...

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