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Nathaniel Malfoy

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Todo lo publicado por Nathaniel Malfoy

  1. Ejem, ejem... Alrededor de 9 años de servicio (interrumpido, sí, pero servicio) innegablemente fiel a nuestro escudo familiar y sólo sale mi nombre en el árbol para decir que tengo un hijo... ¿me queréis? veo que no HAHAHA *Drama off* Pues nada, que venía a inscribirme a esta familia, espero que me acepten... ... ... ... Okno, metedme al árbol. Soy hijo de Misty y Crazy, desde hace muchos años ya. De paso, metedme como hijos a: Shedder Malfoy, Cherryl Nathalie Malfoy, Marijo Malfoy Black, Pik Macnair y Galery Grindelwald Malfoy La madre aún está por decidir (a excepción de Cherryl que es hija de Nath y Gatiux) That's it! @@Crazy Malfoy
  2. Ciertamente, el tiempo había pasado como en los últimos cinco años: cero noticias de sus familiares más cercanos. Estaba más centrado en completar sus tareas en el bastión tenebroso y ponerse al día con familiares y amigos con los que iba encontrándose, que de su propia y más directa sangre; sus hijos. Por aquella misma razón, había decidido tomarse el día libre y convocar a todos éstos en la mansión de nuevo, después del más que convulso primer encuentro. Para ello, usó a su búho grisáceo y blanco, con el que transmitió el mensaje genérico para todos ellos. Hijos, Soy Nath. Me gustaría poder tomar algo con vosotros, o cenar, pero tenemos que acercar posturas. Sé todo lo que tenemos que decirnos, en especial vosotros a mí. ¿Os parece si nos vemos hoy por la Malfoy? Fdo, Nathaniel Malfoy. El pergamino fue envuelto y el ave se encargaría de llevar copias a Valentina, Cherryl y Shedder. Sin más, el londinense decidió bajar a la sala a esperar. Últimamente la morada se encontraba más abandonada que nunca y aquello era algo que no le gustaba lo más mínimo. ¿Dónde estaban aquellos días de tener que pelearte con la gente por un sitio en el sofá? Negó con la cabeza mientras descendía la escalinata que conducía al hall. Sus pelos naranjas, despeinados en lo que otrora fue un tupé, brillaban con un esplendor desmesurado a causa de la lámpara con forma de araña y cristales Swarovsky. Su atuendo consistía en una chaqueta negra básica de lana, abierta de par en par, no hacía frío dentro del lugar. Por debajo una camiseta blanca y unos jeans azulones. Y de calzado las zapatillas de andar por casa, que le dolían los pies lo suficiente como para ponerse unos zapatos o algo más formal. Se dejó caer sobre uno de los sofás más cercanos a la chimenea y dormitó por momentos. El calor y el mullido asiento hacían lo propio para envolverlo con Morfeo. ------ @@Shedder Malfoy @@Cherryl Nathalie Malfoy @@Marijo Malfoy Black
  3. Enarcó una ceja. La reacción de Shedder, podría dividirse en dos partes: la primera, una falta de respeto que ni el antiguo ni el actual Nathaniel permitiría -- y mucho menos delante de gente -- y la segunda, una reacción esperada de alguien enfadado. Sin embargo, el licántropo había esbozado una sonrisa. Cuando su hijo se echó a andar, no logró en carraspear. - Muchacho, si no quieres venir y hablar las cosas como adultos... Si no estás dispuesto a escuchar lo que me gustaría decir, si tampoco estás interesado en que nos reunamos como gente normal y adulta, puedes irte. No hay ningún hechizo reteniéndote a desgana. Y controla esos impulsos, que soy tu padre, aunque no haya ejercido como tal. No me hagas aplicarte correctivos a estas edades... - bramó, desde la distancia. Ante todo, no iba a permitir que carne de su carne, sangre de su sangre, se sublevase de tal manera en un recinto familiar. En la Malfoy, su primera casa. Podía notar cómo su puño se cerraba con enfado, mas se relajó de inmediato. No quería que la cosa tuviese mayor importancia. Indicó con un gesto a sus hijas para que siguiesen a ambos hombres. Éstas, boquiabiertas, avanzaron tras el ex-Nigromante. - No os preocupéis por nada. Vuestras habitaciones permanecen intactas donde las habéis dejado. Id a cambiaros y bajad en un rato, cuando la cena esté lista. - susurró. Instintivamente se había parado frente a ellas y las había acariciado por los hombros, sonriendo con calidez. Volteó su mirada hacia Shedder. - Y tú, haz lo mismo si es que te quedas. Y lávate, apestas a alcohol barato. - espetó. Lanzó sus pies hacia las escaleras que conducían a los pisos superiores, para perderse en los pasillos. Chávez los avisaría de la cena ya encargada.
  4. Bueno, vengo a poner en orden las cosas también *0* Nathaniel Malfoy tiene que salir en el árbol como hijo de Crazy y Misty, como siempre lo fui desde hace MUCHOS años, o me incluís o me voy a donde me valoren *emoticono de las uñas pintadas en whats* HAHAHA y que añadan de hijos a: Cherryl Nathalie Malfoy Marijo Malfoy Black Shedder Malfoy Pik Macnair Galery Grindelwald Y creo que es todo hasta nuevo aviso :hero: HAHAHAHAHA
  5. Nada había salido como esperaba. Con sinceridad, podría haber afirmado que no se esperaba toda aquella reunión que había tenido lugar en la mansión Malfoy. Sin duda alguna, alguien había contactado con sus hijos y todas las pistas apuntaban a Chávez. Aquel elfo había sido siempre tan servicial... Pero no era momento de pensar en esos asuntos. El londinense no ganaba para movimientos de ceja, pues se iban sucediendo de cuando en vez al ver aparecer a todos sus hijos en escena. ¿Qué había sido de todos ellos? Por un lado, Shed, quien ya era un hombre, lucía más viejo que su propio padre. No viejo, sino desgastado. Demacrado. Y su olor a alcohol se hacía vigente: nadie podría negar sus raíces. El mortífago había pasado por todos aquellos movimientos de joven alocado que no tenía ninguna atadura, hasta que tomó las riendas de su vida un día bastante memorable. Posó sus orbes en Valentina. Tan bella como siempre. Su otra hija, Cher, estaba allí, con la dulzura más característica que podría haber recordado de su vida ya pasada. No iba a ser él, no iba a ser él quien se pusiese a preguntar por sus vidas paralelas pero ajenas. Se había ganado todo el odio que ahora sus familiares más directos y puros proyectaban hacia su persona. Apretó con rabia el puño de la mano derecha, dejando que las uñas se clavasen en su propia palma. - Bien, sinceramente... - comenzó. Su voz se veía trastocada por el tiempo que había pasado sin emitir algún sonido. Carraspeó para poder continuar. - ...no me esperaba esta reunión. Yo no os he convocado. - añadió. Pudo ver alguna que otra mirada atónita de sus hijos y algún que otro gesto despectivo, o dubitativo. - Me gustaría explicar todo lo que ha pasado en este tiempo. Todo lo que me llevó a dejar lo que más quiero... Pero me gustaría hacerlo con calma. Y me gustaría poder también hacer todo lo posible porque regreséis, porque seamos una familia unida de nuevo... - las palabras iban sucediéndose, en un estado de evasión del ex-Nigromante, que no era capaz de mirarlos a los ojos y por ello simplemente estaba cabizbajo. - ¿Os importaría que cenásemos juntos? - sentenció. Su cabeza, ya erguida, recorría las facciones de todos sus retoños. Los Malfoy Black estaban de vuelta. @@Marijo Malfoy Black @@Shedder Malfoy @@Cherryl Nathalie Malfoy
  6. Culpabilidad, como si de una losa se tratase, el sentimiento de culpabilidad resultaba inamovible. De su mente, de su cuerpo. Era como lodo, un lodo que se había adherido a su piel y del que no podía librarse ni con una interminable ducha de las que solía darse cuando la pesadez y el cansancio lo invadían. El mortífago, cabizbajo, meditaba con su fuero interno, sentado sobre el borde de la cama con doseles que caracterizaba su dormitorio. Sus manos optaban por frotarse entre ellas y, de cuando en vez, pasaban por la nívea piel de la cara del londinense, que seguía sumido en un bucle de emociones. Ya eran varias semanas. Muchas semanas. A decir verdad, cinco años apartado del mundo mágico, en los cuales no había logrado ni por un segundo olvidarse de todo lo que había dejado atrás con un único propósito: olvidarse de Gatiux. Lograr olvidar el amor. Lograr aceptar el desamor. Y sin duda lo había conseguido pero, ¿a qué precio? Volvió al mundo mágico. Estaba de vuelta. El cariño y el buen recibimiento en el interior del bastión tenebroso se habían hecho vigentes cuando se le confió una serie de trabajos y cargos que no le venían grandes dada su amplia experiencia del pasado pero, aún así, aún a pesar de todas aquellas muestras de cariño e inmensas bienvenidas, no estaba lleno. No estaba al cien por cien. Era un alma libre, pero sus ataduras sentimentales, sus más altos instintos paternos, seguían sin ser cubiertos. Echaba de menos a su estirpe. Echaba de menos su mansión, su anterior castillo, su lugar de meditación. Echaba de menos todo aquello que había compartido con la banshee pero, que al fin y al cabo, era lo que había dado sentido a sus años más gloriosos. Si echaba la vista atrás, aunque sólo fuese por un momento, era capaz de comprender el valor de todo aquello de lo que había sido partícipe. Aún a pesar de haber sido un alto rango dentro de su bando, aún habiendo sido también profesor de la Academia, de haber regentado negocios y demás... Lo único que prevalecía y permanecía, lo único que aportaba sentido a sus días, era la familia. ¿Y qué había sido de esta? La había dejado de lado. Sus hijos. Su hijo e hijas. Sus puntos de apoyo, sus razones por las que seguir adelante. Sangre de su sangre. Y para un Malfoy -- o al menos para Nathaniel Malfoy Black -- aquello era innegablemente importante. Suspiró, sin poder evitar derramar un par de lágrimas que se perdieron en sus fríos pies, para finalmente descansar sobre la alfombra de pelo violáceo que protegía el suelo de madera de su guarida. **************** Pasó la mano por la pared. Cerraba los ojos y podía sentir cosas que hacía tiempo que no sentía. Aquellas grietas, aquel recorrido... Creaba una electricidad estática de la que no podía desprenderse. Inconscientemente, una sonrisa iluminó su blanquecino rostro cuando hubo abierto los ojos para observar su apartado en el árbol genealógico de los Malfoy. Aquella era una habitación un tanto peculiar, que se hallaba en las partes más recónditas y menos visitadas de la mansión. Sólo algunos de los miembros más antiguos, honoríficos tal vez, acudían a ella para recordar cosa o simplemente para gozar de la intimidad que no lograban tener en algunas otras inmediaciones. Allí estaban todos ellos: Cher, Valentina, Majo, Shedder, Vito... O así los recordaba él. Todos ellos tenían su propio nombre escrito en la historia de los Malfoy, todos ellos tenían también motes afectivos con los que él se refería a ellos. Todos aquellos retoños, todos aquellos hermanos que se habían visto separados por una mala gestión del patriarca de los Malfoy Black. El licántropo ahogó un sollozo y tragó una buena bocanada de aire, mientras seguía acariciando todas y cada una de las letras que componían los nombres de sus respectivos descendientes. Había optado por la vía fácil; también la cobarde. Había elegido huir cuando todos ellos necesitaban sus consejos, su sabiduría y sobre todo, su apoyo. Pero el egoísmo por olvidar a Gatiux, el egoísmo por volver a ser feliz independientemente de las mujeres, lo habían hecho apartarse de lo que lo había hecho llegar a donde había llegado. Ahora, el Tempestad, estaba de vuelta. Y estaba dispuesto a tragarse el orgullo, a pedir todas las disculpas que hiciesen falta y obviamente, a recuperar el tiempo perdido con su familia. - Ojalá tuviese tan sólo una, una única oportunidad de recuperar todas sus sonrisas... - musitó. Ya iban dos meses y medio desde su regreso, casi tres. Casi doce semanas en las que no había cesado en su búsqueda de los hijos que había perdido. Pero que recuperaría. Al fin y al cabo, la magia siempre se conservaba, la magia siempre envolvía Ottery.
  7. El rayo rojo salía despedido hacia él; era el momento de volver a demostrar que podía retomar su actividad duelística y aquella calidad que había quedado abandonada en el olvido. Se aferró a su varita de roble y la agitó con un golpe que generó una bonita floritura en el aire. Se protegería rápidamente intercalando alguna defensa... - ¡Protego! - gimió. Un escudo blanquecino fue invocado por el mortífago que fue salvaguardado por el instantáneo efecto. La ofensiva de la Black había sido contrarrestada y el joven Malfoy llevaba ahora la iniciativa. Trató de calentar el ambiente, a pesar de que la falta de ropa ya lo calentaba de por sí mismo, pero no pudo mediar palabra. Comprendió que había recibido un Silencius de la joven y, según eso pasó, tomó de nuevo las riendas del ataque. - Seccionatus. - esa palabra fue dibujándose en su mente y, al mismo tiempo, disipándose. La orden mental acababa de ser acompañada por un flujo de magia que salió desde los rincones más recónditos de su interior y sólo pudo exhalar un suspiro y dejarse llevar. Desde el codo, un movimiento brusco generó una lluvia idéntica a la anterior que mató al oso, una lluvia de doce medias lunas cortantes, de 10 cm de diámetro, rápidas y resplandecientes. La luz del lugar se reflejaba en los afilados artefactos, creando una atmósfera más que bella para quien pudiese estar observándolos desde la lejanía. La invocación del ex-Nigromante no tardaría en impactar en el pecho de Alegna que, tras haberse acercado al muchacho hacía tan sólo unos segundos, se encontraba a unos tres metros de distancia. ¿Tres metros? Aquello no era nada para la celeridad de las mortíferas hojas que sin duda alguna podrían empezar a tintar el lugar de sangre, sangre que para el licántropo no era nada más que un olor seductor por el que dejarse llevar. Sonrió de nuevo, esperando una reacción.
  8. Había sido un día agotador. Se desplomó, sin siquiera haberse deshecho de su sobretodo marrón, sobre el mullido sofá múltiple de la sala de la mansión Malfoy. Si bien era verdad que había aparecido en el hall haciendo uso de su magia, había logrado arrastrarse hasta el lugar con una cara de cansancio más que vigente en sus ojeras violáceas. Desabrochó el abrigo y se estiró con los brazos en cruz, tratando de alcanzar la posición más cómoda posible para su espalda. Su mirada fue apagándose, tapada por los párpados que ejercían de telones cerrados. Resopló repetidas veces. Las tutorías, el escuadrón, tareas ministeriales... Desde que había llegado, no hacía más de mes y medio, todo se le había vuelto a reasignar. Muchísimas obligaciones para un hombre que llevaba alejado de todo índice de deber en el mundo mágico por un largo periodo de cinco años. Aún así, estaba orgulloso. Orgulloso de que en el bastión tenebroso se estuviesen haciendo las cosas bien y con tesón. Además, se estaba contando con él, dándole galones. Aquello era maravilloso. Era volver a casa y sentirse vivo, útil. Con mucho que enseñar y más todavía que aprender. Cruzó sus manos sobre el abdomen y entreabrió los ojos, tras bostezar. ¿Qué habría sido de Gatiux? La verdad es que no sabía de ella absolutamente nada tras aquella vez que comenzó a sufrir las debilidades de ser animaga. Dibujó un gesto de preocupación en su rostro y ladeó la cabeza, inquieto por cómo le podría ir a la bruja, a la vez que curioso por saber si ya había solucionado aquellos problemas que debía de solucionar con la gente adecuada. - Chávez, contacta con Gatiux cuando la veas y dile de mi parte que me busque. Quiero saber cómo le está yendo. - el elfo se volteó y dejó de pasar un paño húmedo a las estanterías de roble que yacían cercanas a la chimenea. Con una reverencia y un movimiento de arriba a abajo de la cabeza, indicó que estaba conforme y que la orden sería llevada a cabo. Ni siquiera sabía porqué hacía todo aquello. El ex-Nigromante, que tanto había sufrido por ella, ahora quería ayudarla. Al fin y al cabo, una parte extremadamente grande de su vida había desaparecido con ella. Y no podía estar más agradecido. --- @Gatiux
  9. Estaba desentrenado, no cabía duda. El mortífago trató de atacarla con los mejores hechizos que recordaba, mas era consciente de que había perdido muchos de sus poderes durante los cinco años apartado de todo indicio de magia circundante. No obstante, se mostraba positivo, tropezando con la misma piedra las suficientes veces terminaría haciéndolo mejorar y volver más fuerte que nunca. Se encomendó a su varita, agarrándola con fuerza en su diestra. Su invocación de la rana había sido todo un fracaso. No le costaba reconocer cuando las cosas iban mal y, en aquella situación, tenía la balanza totalmente decantada a favor de su enemiga. Ágilmente, Jessie había conseguido que un dichoso animal le inyectase su veneno y ahora la ponzoña comenzaba a provocarle náuseas y algún que otro mareo. Al instante de enviar su rayo de luz, la mortífaga lo absorbió en un escudo mágico tan común como efectivo. No había tiempo que perder, necesitaba contrarrestar aquella acción que le estaba provocando un malestar suficientemente efectivo como para hacerlo estremecerse de cuando en vez. - Morphos. - una de las piedras cercanas a su pie derecho se transformó en un bezoar, el cual no dudó en ingerir para frenar el curso del veneno por su cuerpo. Todo recobró su normalidad y el malestar se había disipado, al igual que las pocas nubes que adornaban el cielo azul de aquella playa gallega. - ¡Morphos! - la floritura fue idéntica, al igual que la que había hecho segundos atrás. Sin mayor dilación, una de las conchas que había justo a la derecha de Jessie mutó, transformándose en una letal avispa marina,que se dirigió al cuello de la joven para picarla e inyectar el veneno. - Tienes razón, tienes razón. - susurró a regañadientes. - Veo que no os están enseñando mal, veo que nuestro bando se está reforzando bien... - añadió.
  10. - ¡¿Dónde está Jessie?! - gritó. Su voz se extendía por las inmediaciones de los terrenos circundantes a la Mansión Black Lestrange. Había llegado hasta allí tras seguir las indicaciones del elfo de la mansión Malfoy, Chávez. Con tesón, la criatura le había hecho una especie de croquis que no tardó en llevarlo a su destino. El ex-Nigromante no dejaba de gritar. Repetía aquella pregunta una y otra vez, aporreando la puerta de entrada con ambas manos como si la vida le fuera en ello, como un niño montando un numerito en un sitio público. Tenía que hacerlo, tenía que confesar una verdad; su verdad. Al cabo de unos minutos, la puerta se abrió y con ella, un elfo doméstico hizo una reverencia. Había conseguido una parte de su propósito: adentrarse en la mansión para así poder hablar con Jessie. El mortífago portaba una camisa blanca de lino, unos pantalones de color azul marino, gastados. En los pies unos zapatos de tela blanca también, a juego con la camisa, bastante veraniegos para el clima que atacaba a Ottery y alrededores. - Necesito hablar con Jessie. Es urgente. - sentenció, mirando a los ojos bailarines y vivarachos de la criatura élfica que se alzaba a escasos metros del Malfoy. Con un gesto, le mandó pasar. El mago accedió y lanzó sus pies hacia adelante. Fue conducido a la salita, donde debía de esperar a Jessie otros tantos minutos. Un agobio lo invadía, una sensación de tener que soltar aquella frase ya, aquella verdad que sólo él sabía y nadie más. Hinchó sus pulmones, estaba más blanco de lo normal, él era níveo pero no tanto... - Sonorus. - susurró, apuntando con la varita a su garganta. - ¡Jessie! ¡No he podido olvidar la despedida de soltera de Alyssa! ¡Deja a Otto! ¡Ven conmigo! - las palabras sucedían la una a la otra. Gritaba, como si no hubiera un mañana. Esperaba que su voz amplificada, la cual había hecho temblar las paredes del lugar, notificase a Jessie lo suficientemente bien como para obtener una respuesta rápida de la bruja.
  11. - ¡¿Dónde está Jessie?! - gritó. Su voz se extendía por las inmediaciones de los terrenos circundantes a la Mansión Black Lestrange. Había llegado hasta allí tras seguir las indicaciones del elfo de la mansión Malfoy, Chávez. Con tesón, la criatura le había hecho una especie de croquis que no tardó en llevarlo a su destino. El ex-Nigromante no dejaba de gritar. Repetía aquella pregunta una y otra vez, aporreando la puerta de entrada con ambas manos como si la vida le fuera en ello, como un niño montando un numerito en un sitio público. Tenía que hacerlo, tenía que confesar una verdad; su verdad. Al cabo de unos minutos, la puerta se abrió y con ella, un elfo doméstico hizo una reverencia. Había conseguido una parte de su propósito: adentrarse en la mansión para así poder hablar con Jessie. El mortífago portaba una camisa blanca de lino, unos pantalones de color azul marino, gastados. En los pies unos zapatos de tela blanca también, a juego con la camisa, bastante veraniegos para el clima que atacaba a Ottery y alrededores. - Necesito hablar con Jessie. Es urgente. - sentenció, mirando a los ojos bailarines y vivarachos de la criatura élfica que se alzaba a escasos metros del Malfoy. Con un gesto, le mandó pasar. El mago accedió y lanzó sus pies hacia adelante. Fue conducido a la salita, donde debía de esperar a Jessie otros tantos minutos. Un agobio lo invadía, una sensación de tener que soltar aquella frase ya, aquella verdad que sólo él sabía y nadie más. Hinchó sus pulmones, estaba más blanco de lo normal, él era níveo pero no tanto... - Sonorus. - susurró, apuntando con la varita a su garganta. - ¡Jessie! ¡No he podido olvidar la despedida de soltera de Alyssa! ¡Deja a Otto! ¡Ven conmigo! - las palabras sucedían la una a la otra. Gritaba, como si no hubiera un mañana. Esperaba que su voz amplificada, la cual había hecho temblar las paredes del lugar, notificase a Jessie lo suficientemente bien como para obtener una respuesta rápida de la bruja.
  12. - ¿Seguro de que eres aquel del que hablan en la Marca? - preguntó la joven. No, por ahí sí que no. El Malfoy enarcó una ceja. Habían herido su ego, cosa que pocos podían hacer, por no decir ningunos. Había un pedazo del mortífago que no guardaba rencor alguno a nadie de sus compañeros, pero el resto de su raciocinio acababa de nublarse y pensaba matar a aquella compañera de bando. ¿Cómo osaba hacer tales preguntas? Él era uno de aquellos integrantes de la mejor generación del bando tenebroso y pretendía demostrarlo. - ¡Morphos! - gimió tras escuchar la segunda declaración de la muchacha. La punta de su varita de diecinueve centímetros vibró un instante. La floritura había creado un efecto en el sombrero de Jessie y la playa gallega pudo ser testigo de cómo aquel complemento tornó su forma y se convirtió en una pequeña y extremadamente peligrosa rana flecha azul. El cuasi-diminuto ser envenenó gravemente a su rival, propagando la ponzoña con celeridad, lo que provocaría la muerte en el caso de no tomar cartas en el asunto. La brisa golpeaba a ambos jóvenes que se batían en un duelo provocado por la coincidencia de encontrarse en el lugar adecuado en el momento adecuado. Él iba con intenciones de jugar con la comida; no de comérsela. Pero ahora la sed de sangre del licántropo se había hecho con el control de su ser y no pensaba cesar en el intento de matarla hasta que consiguiese su más preciado trofeo del día. - Sectusempra... - susurró con calma sin dejar mucho más margen. A Jessie y al ex-Nigromante los separaban una distancia de siete metros, pues el joven más o menos supo calcularlo con un golpe de vista a su alrededor. El haz de luz salió despedido de su arma más letal, surcando con velocidad alarmante el espacio que había entre ambos magos. De no hacer nada por defenderse, la mujer estaría entregando su vida y su cuerpo al mar, que cuando subiese y bajase, arrastraría el cadáver a las más oscuras profundidades marinas. - No te atrevas a hablar de mí con esa boca tan sucia... - bramó.
  13. La situación había dado un giro inesperado. Nathaniel, que lo único que quería era llevarse bien con todos sus compañeros de bando y, especialmente con las compañeras, había sido agredido. Rápidamente su camiseta desapareció y se convirtió en una araña, dejándole con el torso al aire y siendo víctima de una picadura del venenoso animal. No había tiempo que perder, había que actuar con celeridad, pues la mujer se estaba poniendo agresiva con tanta iniciativa. - ¡Morphos! - gritó. Su pantalón desapareció. Sólo llevaba como atuendo, en aquellos instantes, unos bóxers de color gris claro. El bezoar fue ingerido por el Malfoy, que enarcó una ceja al instante, viendo cómo su rival había tomado la iniciativa a la hora de ponerse agresiva. - Veo que vienes enfadada y pretendes desnudarme... - pudo ver cómo el oso que él mismo había invocado, se daba la vuelta y gruñía, avanzando para atacarlo. El Nigromante retrocedió unos pasos, aumentando la distancia que separaba al mago de Alegna y, por ende, del oso que corría hacia él. Sin dudar, pensó en un Seccionatus. Los tres metros que salvaguardaban al londinense de su propia creación fueron decorados por una lluvia de doce cuchillas en forma de medias lunas, rápidas y afiladas. Éstas se clavaron en el oso que, al momento, cayó al suelo desangrándose ante la vista de ambos mortífagos. Cualquier persona que hubiese observado la escena habría aprobado aquel duelo. Había acción, había desnudos... ¿Qué más se podía pedir? Había sido un movimiento rápido el del joven británico, que estaba sorprendiéndose por dos motivos: por haber estado lo suficientemente acertado a la hora de preparar su defensa con tan poco margen -- pues había dado unos pasos hacia atrás para que le diese tiempo de defenderse de una futura invocación o rayo enemigo, a la vez que mataba con celeridad al oso que tenía a unos metros de él -- y por estar desoxidándose de los duelos tras un largo parón de ausencia del mundo mágico. - Tienes que quitarte algo tú también... - musitó, curvando sus finos labios en una sonrisa.
  14. Entreabrió los ojos con pereza. La luz que se filtraba por los huecos que no había cerrado del todo de la persiana, golpeaba sus párpados con rayos de sol que iban y venían, eclipsados por las nubes. Bostezó un par de veces y se incorporó, tras moldear la almohada a su gusto y usarla como reposo para su espalda. - Menuda pereza... - musitó con voz ronca. Carraspeó para aclarar su garganta que, tras tantas horas de sueño, se había entumecido cual músculo dañado por exceso de deporte. Tenía que acicalarse, la boda de sus compañeros de bando era ése mismo día y todavía estaba sin decidir qué ropa llevaría, cómo llegaría a la Riddle y con quién. Enarcó una ceja, contestándose a sí mismo. Tenía muchísimos momentos de conversación interna, como aquel que estaba experimentando, a lo largo del día. Tras haber reunido las fuerzas necesarias para abandonar la mullida cama que tanto placer le daba, abrió de todo la persiana y la ventana, para que se airease el recinto. Se dio una ducha rápida, en la que no lavó la cabeza para dejar su pelo en un tupé un tanto despeinado, con sus cabellos naranjas completamente a sus anchas. Dirigió una mirada al espejo en la que la aprobación se materializó en sus labios y lanzó sus pies al armario que había en el otro cuarto. Como si de un partido de tenis se tratase, sus ojos se paseaban de este a oeste. Observaba con atención cada conjunto que allí se guardaba, analizando con minuciosidad qué sería lo adecuado para el evento, siempre y cuando no fuese excesivamente formal pero tampoco abordando el conformismo cotidiano. Halló un traje negro, con las solapas del mismo en unos tonos más brillantes, a juego con los botones. La camisa blanca, para no variar. - ¿Pajarita o corbata? - inquirió, con voz queda. Ni siquiera había nadie allí para aconsejarlo. ¡Qué solo se sentía a veces! Negó con la cabeza, a la vez que elevaba sus pupilas al techo. - A veces soy demasiado dramático... - alcanzó una corbata delgada, negra también, para completar así su atuendo. Los pantalones llegaban hasta los tobillos, pero eran cortos, dejaban al aire una porción de éstos que mostraban así el color níveo característico de la piel del Malfoy. Unos zapatos simples, de charol negro, cubrieron sus pies. Volvió la cabeza a otro de los espejos que le ofrecía una completa visión de su físico. Estaba sensacional. - No quiero quitarle protagonismo a los novios... - susurró, desapareciendo con un chasquido entre volutas de humo blanquecino.
  15. Se notaba que Gatiux estaba cómoda, pues poco a poco fue entregándose a otro hombre que no era Nathaniel, sino Morfeo. Fue quedándose más y más dormida hasta que llegó la cena que el londinense había previamente encargado para ella. Se despertó sobresaltada por unos segundos hasta que el mago siguió acariciándole la cabeza. Chávez dejó toda la cena en una bandeja y, sorprendentemente, Gatiux se la comió sin rechistar. - No tienes porqué quedarte, en serio. Siento... ser una carga. - musitó la banshee. Nathaniel enarcó una ceja y negó con la cabeza, resignado a que Gatiux continuase en su afán por pedir disculpas por un pasado ya olvidado, al menos la parte negativa, y agradeciéndole que estuviese allí con ella. - Ya te dije que me acabaría enfadando si seguías así de cabezota... - se rió y acarició la cabeza de la joven, como llevaba haciendo desde que ésta se había acostado. Una vez dormida, la tapó completamente con el edredón hasta el cuello, le convenía mejorarse. Además, ella solía ser muy inquieta durmiendo y se movía en exceso, lo que provocaba que se destapase continuamente. Se levantó, dejándole la cama para ella. Besó su frente, y se acercó a la mesa del escritorio que estaba a unos cuantos metros de la cama, iluminada por una ventana cuando esta solía estar abierta. Cogió una pluma de escribir y un trozo de pergamino. Comenzó a escribir unas letras. Pequeñita, Me voy, espero que estés durmiendo bien y descansando como tienes que hacer. Espero también que cuentes conmigo para cualquier cosa y, sobre todo, para arreglar éstos problemas de la Metamorfomagia. Te quiere sólo un poquito, Nathaniel Malfoy. Dejó la carta en la mesita de noche, acercándose una vez a la Ángel Caído, sin evitar soltar una mirada tierna. Volvió a besar su frente y se fue, en dirección a la puerta. Cerró tras de sí con extremo cuidado y se desapareció entre las sombras de los prácticamente centenarios pasillos de la mansión.
  16. Una lechuza llegó a la mansión Malfoy para avisarlo de que una de las compañeras de bando lo había citado en el valle de la Luna. No tenía excesiva información de la localización del lugar, pues sólo había ido un par de veces, pero era suficiente con saber llegar. Accionó la puerta de su habitación, tras haberse dado el aprobado a su atuendo: una camiseta básica blanca, unos pantalones vaqueros azul oscuro y unos náuticos marrón claro. Cerró tras de sí y se desapareció en el corredor. Una sensación de malestar que duró alrededor de tres segundos, lo invadió. Ya estaba en el lugar correcto, ya había aparecido, dejando unas volutas de polvo como único rastro del movimiento mágico. Se echó a andar, observando el lugar con extrema minuciosidad: algún que otro animal que no lograba identificar en la lejanía, cráteres, árboles secos, tierra rojiza... Le gustaba. El ex-Nigromante portaba en su diestra la varita de diecinueve centímetros, de roble, con la que jugueteaba usando las yemas de sus dedos. La hacía bailar a su antojo. Estaba oxidado y eso no era una novedad; llevaba seis años fuera del mundo de la sangría, del mundo propio de un mortífago. Tenía sed de sangre, pero no iba a ser con aquella joven con quien pagase los platos rotos. Una compañera de bando, alguien con quien entrenar, era simplemente sensacional. - ¡Gracias Alegna! Me apetecía mucho entrenar para... - comenzó a hablar al observar la silueta de espaldas de una atractiva Black. Sus palabras se vieron interrumpidas por un rayo que viajaba con la máxima velocidad posible a través de los siete metros y medio que los separaba. - Protego... - musitó, con voz tranquila. Un escudo blanquecino surgió del suelo y ascendió rápidamente hasta cubrir el último pelo del londinense. El rayo impactó sobre la base y lo absorbió, desapareciendo con un ruido futurista tras cumplir su cometido. - ¡Empiezas fuerte eh, no te cortas! - añadió, sonriendo. A la vez, se había posicionado unos cuantos metros a su derecha para acercarse a uno de los conjuntos de arbustos que se encontraban allí. Apuntó al más grande de ellos, era consciente de que aquel era el único arbusto grande que reinaba en el escenario y por lo tanto, tenía que aprovechar y jugar aquella carta a su favor. - Morphos. - sentenció, sin malgastar el tiempo. El arbusto comenzó a mutar cambiando totalmente su apariencia. Brotaron de él patas, no ramas. Un hocico... Efectivamente, un oso. Un oso pardo mediano acababa de hacer aparición, el cual se situó delante de Nathaniel, dispuesto a defenderlo hasta que su vida se apagase. A veces, el mejor ataque consistía en una buena defensa. Su nuevo amigo interceptaría cualquier rayo o invocación que Alegna lanzase en su contra, lo cual resultaba favorable para el joven.
  17. Gatiux explicó al Malfoy cómo funcionaba aquello en un idioma un tanto infantil para que éste se enterase de todo a la perfección. Al fin. La cosa se puso seria cuando la joven mencionó la palabra "muerte" y "Gatiux" en la misma frase y al joven le dio un vuelco el corazón. - No va a pasar nada, ya verás... - susurró, acariciándole el pelo. Más que nadie, en ese momento, era él quien tenía que tranquilizarla y transmitirle el mayor positivismo jamás visto. La banshee dejó el libro a un lado y fue cayendo lentamente en la cama, recostándose para así descansar y estar lo más cómoda posible. Todo se parecía al pasado, él o ella cuidando del otro. En cama, haciendo cosas juntos. Suspiró. - Estoy hambrienta y cansada, me pesan tanto los ojos... - murmuró, con la voz en un fino hilo que desapareció al instante. Nathaniel se levantó como un resorte, levantando la palma de la mano en un ademán, indicándole que esperase. - ¡Chávez! - gritó. Pluff. El elfo apareció de inmediato, dejando una voluta de polvo tras su aparición. Aquellos ojos serviciales se clavaron en su amo, mientras refregaba sus manos tras la pronunciada reverencia de iniciación a la conversación. - ¿Me llamaban los señores? - inquirió obedientemente, sin poder pasar la vista élfica por el cuerpo de la joven Ángel Caído que descansaba en la cama. Seguramente Chávez estaba siendo curioso en exceso, empujado por el deseo de saber si sus amos volvían a las andadas o no. Cualquiera lo hubiese sospechado, ambos juntos en una habitación, en cama, a aquellas horas. Pero no, la realidad era totalmente diferente. Por desgracia. - Trae algo caliente para Gatiux... Una sopa, pero que no hierva tampoco. Y de beber tráele un jugo de algo apetecible. Con rapidez y buenhacer, que está enferma y tenemos que cuidarla entre todos. Por favor, trata de ser rápido. - el Malfoy instó al elfo a marcharse y este asintió, sonriente, a la vez que desaparecía con el mismo movimiento inicial. - Descansa, pequeña... - se fue acercando de nuevo a la cama hasta sentarse a su lado, con los pies estirados, apoyado sobre el cabecero. - ... no sería la primera vez que me quedo la noche en vela mirándote. Acostumbraba a hacerlo unas cuantas veces por semana... Se te veía tan frágil y tan adorable... - concluyó, riendo. - Pero claro, luego te despertabas y ya eliminabas todo rastro de inocencia, belleza y fragilidad - había guiñado un ojo al final de la frase. Con su mano derecha, pues Gatiux se encontraba allí, acarició los cabellos de la joven para que ésta se relajase y tratase de dormir hasta que la cena llegase. - Yo te cuido, ahora trata de dormir, luego cenamos y sigues durmiendo. No te preocupes, yo te vigilo. - musitó. Movimientos circulares, mientras su sedoso pelo se colaba entre los lánguidos dedos del mago. Ciertamente él estaba cansado porque la noche anterior había sido larga en el bastión tenebroso solucionando unos asuntos, pero toda muestra de cansancio se disipaba con tal de ver que ella mejoraba. Ya tenía mejor color.
  18. La información proporcionada por el Malfoy había sido desechada en un abrir y cerrar de ojos. Se notaba a simple vista que no era su fuerte aquello de la metamorfomagia, ya tenía suficiente con sus problemas de licántropo y cómo controlarse y medicarse. Gatiux optó por descansar la vista momentáneamente tirándose sobre la cama y dejando al libro descansar por un instante. Al poco rato, retomó su búsqueda y el base se unió a la tarea. Ambos trataban de encontrar la solución a aquella enfermedad que estaba afectando negativamente a la Ángel Caído. De repente, la mirada de ésta, se posó sobre lo que había usado como marcapáginas. Nathaniel enarcó una ceja, distraído por aquella situación. ¿Qué demonios miraba? ¿Acaso era una carta del noviazgo que habían mantenido? - Verás, hace unos cuantos meses tuve problemas con mi forma animaga, llegó a un punto en el que no podía transformarme. Tuve que acudir a la Universidad para estudiar con los Arcanos una forma de reconectar con mi espíritu animal, con el cual nunca antes había tenido problemas. Son ellos. De alguna forma están intercediendo con mi magia, bloqueándola. Otra vez. - las palabras de Gatiux eran como crucigramas que el londinense no daba resuelto. Sudokus, que era más difícil todavía. - Y... ¿qué se supone que hay que hacer ahora? Hay que matar a alguien, ¿verdad? - inquirió, iluminándosele la mirada cual niño ante su regalo de Navidades. Al mismo tiempo, de manera inconsciente, había cogido su varita con la mano derecha y jugueteaba con ella entre sus dedos, bailándola a su antojo. Al menos el día estaba resultando lo suficientemente interesante como para haber abandonado la lectura inicial del libro en la sala de estar. Sólo había contemplado dos opciones: o leer y quedarse en casa, cerca de la chimenea, o ir al callejón a tomar algo más solo que la una. Y tanto su mente, como su corazón, sabían que estaba mejor allí bebiendo de los momentos que Gatiux le ofrecía que bebiendo de una copa llena de ginebra. - Dime que sí, tengo ganas de hacer algo divertido. - sentenció.
  19. - ¿Sabes Nathaniel? Sí que creo que tengo que disculparme. Sé que te fuiste del pueblo después de lo nuestro, te esfumaste por mi culpa... - la muchacha hizo una pausa y se mordió el labio. - No soy idi***. Sé que te hice daño y nunca te pedí perdón por ello. Lo siento mucho. - las palabras de la banshee sentaron como cuando un gato come helado demasiado rápido y se le congela el cerebro. Del mismo modo, ahora el ex-Nigromante estaba paralizado. - Ehm... Y-yo... No sé. No creo que tengas que pedirme perdón por nada. Te hice una pregunta y me la respondiste como sentías, aún a sabiendas de que yo no debería de haber hecho aquella maldita pregunta... - apretó su puño derecho, clavando las uñas en su propia palma de la mano. - No hay de qué disculparse, tienes derecho a ser feliz. - añadió. La joven, sin responder, salió del cuarto y se fue hacia la habitación donde probablemente se cambiaría. El londinense necesitaba un par de minutos para aclararse. Se acercó al lavabo y mojó sus manos con agua fría para luego llevárselas a la cara y a la nuca. Se miró en el espejo. Él era pálido, así que no se podía negar que aquel rubor en sus mejillas era producto de la situación embarazosa que parecía perseguirlo cuando hablaba con Gatiux. Lanzó sus pies en dirección a donde la joven Malfoy se encontraba y se sentó en la cama, como ella misma le indicó. - Tienes que buscar algo referente a las interferencias de la metamorfomagia. - sentenció ella, pidiéndole ayuda. Si había algo que el base sabía hacer, era eso. Leer. Era una de sus actividades favoritas y, entre sus conocimientos mágicos, destacaba Leyes Mágicas e Historia de la Magia, dos conocimientos un tanto dedicados a las letras. No tendría problema en ayudarle a recorrer aquellos tomos repletos de palabras. - Eso está hecho. - dijo sonriente, al mismo tiempo que comenzaba a perderse en el índice del libro, en busca de alguna palabra clave que pudiese ser de ayuda en su búsqueda. Tras ello, se puso a escudriñar por el resto del libro, abriéndolo por la mitad, más o menos. - ¡Eh! Aquí dice algo interesante sobre los cambios de colores de pelo y ojos... Échale un vistazo. - indicó. Al mismo tiempo, había señalado con el dedo el párrafo donde comenzaba a hablar de un tema que probablemente le sirviese de ayuda a la banshee. Ésta se acercó a él, casi colándose en el hueco que dejaba la cabeza de Nathaniel y su hombro. Su olor... era característico. Tenerla cerca era, al menos, una buena señal. No podía negar que le gustaba pasar tiempo con ella y sin duda era la mejor noticia que había recibido desde su vuelta a Ottery y alrededores.
  20. Gatiux fue volviendo en sí misma. Menudo alivio para el londinense, que se encontraba como un estudiante ante la peor ecuación de su vida. La mortífaga fue dándole las indicaciones más acertadas que se le ocurrían en aquel estado febril y todo fue mejorando momentáneamente. Le acercó el albornoz y, una vez tapada, se desnudó. Cayó aquel conjunto de lencería al suelo, como las barreras sentimentales del Malfoy, que ladeaba la cabeza de cuando en vez tratando de apelar a la cordura. Se disculpó por meterlo en aquel berenjenal. ¿Para qué negarlo? No era ni mucho menos el momento más feliz de su vida, pero era lo mínimo que podía hacer por ella, al fin y al cabo, era parte de su historia y artífice de sus mejores años en el mundo mágico. - Me parece incluso mal que te disculpes... Sabes que me tienes para esto y más. - musitó cabizbajo. No se atrevía en algunos momentos a cruzarle la mirada, bien por los recuerdos que le evocaba, o bien porque cambiaba de color aquellas orbes felinas más que un semáforo estropeado. Al poco rato, la banshee le pidió que fuese a por la cura a la enfermedad con la que se estaba peleando. - Herbovitalizante. Herbovitalizante. Herbo... - las palabras del ex-Nigromante se sucedían, repitiendo en una cadena lo que Gatiux le había pedido. A veces, en situaciones tan difíciles de controlar por culpa de los sentimientos, tenía pérdidas de memoria. Y no estaba para esos trotes, tenía que saber sobreponerse a cualquier adversidad, la salud de su ex era más importante que sus propios divagares. Alcanzó con máximo cuidado el pedido y lo sujetó con su diestra, tras haber llegado al armario que la joven Malfoy le había descrito más o menos bien. Volvió a la estancia anterior, donde ella se encontraba mirándose al espejo mientras se tocaba la cara. - Incluso así, cambiando de colores como quien cambia de ropa interior. Aún estando deteriorada y envejeciendo a una velocidad alarmante, ¡aún así! - tomó un tiempo para sonreír. Cruzó su mirada con la de Gatiux a través del espejo que los conectaba. - ...¡Aún así estás bonita! - añadió. Bajó la cabeza y ofreció la cura a la muchacha, tendiéndole el brazo, tratando de controlar sus impulsos por rozarla, tocarla, abrazarla... Besarla.
  21. Según golpeó la puerta, ésta cedió con suavidad, abriéndose ante él. No pudo evitar estremecerse, pues una oleada de recuerdos sacudió su mente con gran exactitud. Allí habían pasado bastante tiempo. En general, habían pasado bastante tiempo en cualquier rincón de la casa y, obviamente, en la habitación también habían tenido sus roces maritales. Como un pez sacado del agua, la banshee parecía estar extremadamente enferma y tiritando. - Nath-Nathaniel... t-tengo much-cho frío... - su voz, entrecortada, llegó al londinense que no hacía otra cosa que preocuparse por el estado de la Ángel Caído. Se acercó, dubitativo, no sabía hasta qué punto debía de ayudarla o no. No por el mero hecho de ayudarla, pues obviamente además de ser su compañera de bando había sido la mujer más importante de su vida, pero no tenía una vara de medir extremadamente concisa como para establecer los límites con ella. Nunca había tenido tacto en ese sentido. Le superaba la situación. La frente de Gatiux no hacía otra cosa que emanar sudor, su pelo cambiaba de forma intermitente de colores. Y el ex-Nigromante estaba tan perdido que sólo pudo arrodillarse y acariciarle el pelo. - ¿Viste que Cherryl parecía preocupada durante el desayuno de esta mañana? Tal vez deberías hablar con ella... - la voz fue un duro golpe para el Malfoy. El tiempo se paró. Cherryl. Gatiux. Nathaniel. ***** La cocina de la mansión Malfoy Black era el escenario. Nathaniel, como un simple espectador, veía cómo su hija se llevaba a desgana una galleta integral a la boca. Sin ni siquiera mojarla en el tazón de leche tibia que yacía enfrente de ella. Con la mano izquierda sujetando su cabeza cansada, divagaba en un mar de pensamientos a los que su propio padre sanguíneo no podía acceder. En el marco de la puerta, Gatiux estaba apoyada con gesto preocupado. Ambas manos sujetaban el peso del cuerpo, apoyándose por completo en la madera de roble que decoraba los bordes de aquella entrada interior. Tras ella, Nathaniel agarraba su cintura. Incluso en una situación que parecía lejana y no muy nítida, incluso en una situación cotidiana y a priori de suspense en cuanto a lo que estaba sucediendo, Nathaniel era feliz al cien por cien. Tenía su propia mansión, con su familia. Con sus hijos e hijas, recién ingresados al bando tenebroso tras su graduación en la Academia. Además, contaba con su chica, Gatiux, una sobresaliente bruja que además de saber asesinar a cualquiera que se le pusiese delante, era una fiera en todos los demás aspectos de la vida diaria. ¡Qué feliz era...! ***** El flashback no era más que un batido de recuerdos. Tuvo que volver a la realidad y un sentimiento de culpabilidad le había consumido reflejado en un temblor en sus largas y delgadas piernas. ¿Por qué le había pedido matrimonio? Ciertamente quería haber cerrado su vida con ella en aquel momento, pero la chica lo había avisado desde el principio de que no quería casarse, que era un alma libre por mucho que hubiese accedido por su propio pie a mudarse de mansión. Todo iba sobre ruedas pero su tren descarriló en el último momento. Tomó a la muchacha en sus brazos, tras desvestirla previamente hasta llegar a su ropa interior. De ahí no quería pasar, no se sentiría cómodo. Él no iba a forzar ninguna situación. Tan frágil, tan bella. La llevó al baño contiguo a la sala, agarrándola con muchísimo cuidado, estaba en un estado febril avanzado y deliraba, como su declaración sobre Cherryl había demostrado. Suerte que se conocía perfectamente toda la estancia. Sin más dilación, llenó la bañera de agua y de hielo, con un par de florituras de varita, para que al introducirla allí se le estabilizase la temperatura a la joven. - Te pondrás mejor, no me odies... Y Cherryl está bien, de hecho hablé ayer con ella por unos temas de la mansión, tengo pensado volver a alquilarla... - musitó, mientras la dejaba hundirse en aquella especie de iceberg improvisado. - Dime... ¿qué te ha pasado? Estoy un poco nervioso, soy negado para estas cosas... - susurró, acariciándole la espalda, mientras trataba de apelar a su cordura. ¿Obtendría una respuesta de Gatiux? O por el contrario, ¿obtendría una respuesta de alguien totalmente diferente? ---- @Gatiux
  22. Había terminado todas sus tareas pendientes. El día había sido duro y eso se reflejaba en su mirada cansada; sus ojos habían tornado de color como solía ocurrir cuando la situación lo superaba. Los pasos del londinense comenzaron a sucederse, el uno tras del otro, hundiéndose sobre la arena mojada que lo rodeaba. Se había permitido una escapada al mundo muggle, donde había permanecido los últimos cuatro años. Su historia podría haberse escrito. Uno de los magos más prometedores de su generación: excelentes informes académicos, -- todavía de la antigua Academia -- un mago respetado con dos negocios en el Callejón, un trabajo fijo en el Ministerio de Magia... Llegó a alcanzar los altos rangos de la Marca Tenebrosa y... Se enamoró. Quizá la única mancha en su impecable currículum. ¿Qué demonios se le había pasado por la cabeza? Cuatro fueron los años que necesitó alejado de la sociedad mágica, permaneciendo entre Sutton, Londres, y Santiago de Compostela, Galicia. Allí pudo olvidar al único gran -- y peor -- amor de su vida. Y por eso las raíces siempre permanecen allí y tan sólo un mes después de su vuelta, la morriña lo había invadido. Así era como denominaban en Galicia al sentimiento patriótico que le atacaba a alguien que se enamoraba de los verdes prados gallegos y de sus infinitamente bellas playas. El sonido de las olas se sucedía, siempre siguiendo el mismo patrón. La marea estaba subiendo, pero sin ninguna prisa. La noche comenzaba a tomar posesión en el abierto cielo. Ni rastro de nubes, pero el sol ya se estaba escondiendo para dejar paso a una noche de luna menguante. Vestía una camisa blanca de manga larga, mas iba remangado hasta el codo. Unos jeans cortos, hasta la rodilla, y unos cómodos deportivos grises. Portaba su diestra en el bolsillo correspondiente del pantalon y con las yemas de los dedos, jugueteaba con la varita, ensimismado. Hacía tanto tiempo que no tenía la sensación de asesinar a alguien... Más de cuatro años. Quizás cinco. ¿Qué había sido de aquel magnífico duelista? ¿Dónde había quedado su maña? Probablemente olvidada ya, pero merecía la pena practicar. Vislumbró a alguien cerca de él, como una sombra, en la inmensa pero desierta playa. No había tiempo que perder. Fuese muggle o mago. Fuese rival o aliado. Aquella sensación había vuelto, sus orbes grisáceas dieron la orden y blandió su única arma, sujetándola fuertemente por la empuñadura. - ¡Incárcerus! - musitó, acompañando las palabras con una elegante floritura. Tres lianas se dirigieron a su oponente con celeridad, buscando diferentes direcciones; la primera se engancharía alrededor de su cuello, apretándolo fuertemente para así causar imposibilidad a la hora de pronunciar hechizos verbales. Además, la insuficiencia respiratoria se haría vigente pronto. La segunda cuerda buscaba sus ojos, pues tenía el grosor suficiente como para quitarle toda o parcial visión de las inmediaciones a su contrincante. Por último, la tercera cuerda buscaría atar sus pies y desestabilizarlo en la medida de lo posible. ----- Off Rol Buenas! Espero tener un buen y ameno duelo! Estoy muy oxidado, llevo cinco años o más sin duelear y... Pido paciencia! Me equivocaré mucho (aunque intentaré revisar hechizos y reglas en la medida de lo posible) así que espero que comprendáis mi mal hacer :< Muy buena suerte a mi contrincante yyyyyy que gane el/la mejor! Como indiqué en la descripción, si eres más que base/initié, no uses hechizos más avanzados, pleeeeeease! Que estoy oxidadísimo :< Saludines! :-)
  23. Desde la sala, un ruido lo sacó de su ensimismamiento. Nathaniel trató de fijar toda su atención en el sentido auditivo, que no hacía más que proporcionarle material de que algo estaba pasando en el hall de la mansión. Marcó la página en la que se había quedado, doblándola por la esquina superior, y dejó el libro sobre la mesita que yacía enfrente a la chimenea. Se incorporó y comenzó a caminar, con inquietud. Apoyado en el marco de la puerta, cual cazador furtivo esperando avistar su presa, observó cómo Gatiux se arrastraba escaleras arriba. - Menuda fiesta debió de pegarse... - musitó. Ella no había sido consciente de su presencia, era como si el estado de embriaguez hubiese hecho su trabajo a la perfección hasta el punto de llevarse todo rastro de sensatez. Pero... actuaba de manera extraña. Era su ex-prometida. Había bebido incontables veces con ella -- uno de los pasatiempos que más le gustaba ambos -- y no recordaba aquel tipo de comportamiento en la banshee. Ciertamente habían pasado cuatro años desde que se habían separado y, como es normal, la gente cambiaba. Pero... ¿tanto? Enarcó una ceja, viendo cómo se perdía en uno de los pasillos que probablemente la dirigiesen a su habitación. Volvió a su asiento y tomó el libro con ambas manos. No podía negar que estaba preocupado, al fin y al cabo, ella había sido la mujer más importante de su vida hasta el momento. Sin embargo, todo se había terminado el día que la Ángel Caído huyó por la ventana del baño. Desde aquel momento, Nath cambió de habitación. De mansión. De baño. Y de vida. Un grito lejano inundó de nuevo todos aquellos pensamientos que lo envolvían. - Pero... ¿Qué demoni...? - susurró. Se levantó, con celeridad, cerrando el libro de golpe. Dirigió sus pìes a las escaleras y subió los peldaños de dos en dos. Si mal no recordaba, podría llegar a la antigua habitación de Gatiux. Tras unos instantes, se plantó ante la puerta de la muchacha de los ojos de gato. - Esperemos que no haya cambiado de habitación... - pensó. Knock, knock Sus nudillos golpearon un par de veces la superficie de madera. - Gatiux, ¿estás bien? - preguntó. ---- @Gatiux
  24. El ex-Nigromante apareció en las inmediaciones de la mansión Malfoy. Habían pasado ya unos días desde su llegada o, mejor dicho, regreso al mundo mágico. Durante aquella corta pero intensa semana había llevado a cabo diferentes tareas en el bastión tenebroso, así como algún que otro encuentro amoroso en las tabernas de las cercanías. No había comenzado mal la cosa. Se echó a andar. La hierba, recién cortada, rozaba con su negra túnica con detalles en plateado, produciendo un onomatopéyico frufrú. Unos zapatos relucientes, del mismo color, protegían sus pies. Dirigió una mirada hacia la puerta y con un gesto la accionó para entrar al recibidor de su casa. Cuando hubo entrado, dejó su túnica en los dorados colgadores y se miró en el espejo. Llevaba una camisa blanca, con los dos botones más cercanos al cuello desabrochados. Unos pantalones de pinzas negros y los zapatos anteriormente mencionados. Un cinturón de piel, proporcionaba la sujeción necesaria para que su parte de abajo se mantuviese en su sitio. Se adentró en la sala, la cual permanecía totalmente inhabitada. ¿Qué había ocurrido con los Malfoy? Aquellos tiempos de gloria, aquellos tiempos de reinado en Ottery St. Catchpole se habían terminado. Habían quedado atrás todas aquellas memorias tan buenas que él guardaba en rincones especiales de su mente: sus padres, Mistify y Crazy, sus hermanos, sus hijos e hijas... En otro apartado estaban los desamores que, quizá, era la parte que ahora menos le importaba pero que más le había afectado durante el paso del tiempo. Atrás también habían quedado sus experiencias como alto rango, como una persona más que respetada en el bando oscuro. Pero poco le importaba. Tenía paciencia, ganas y talento; quizá tres de los ingredientes más importantes para volver a triunfar. Y ambición. ¡Cómo se notaba que era un Slytherin! Se dejó caer en uno de los mullidos sofás, tras haber cogido un libro del mueble, y comenzó a hojear el mismo. Instrumental, rezaba la portada, por James Rhodes.
  25. Una explosión. Nada nuevo. Así solía ser cuando Nathaniel aparecía. ¿Qué había sido del londinense? Cuatro años, cuatro habían sido los años que marcaban su ausencia. Tras la ruptura con Gatiux, su ex, no podía permitirse seguir en el mundo mágico. Todo había cambiado tanto... El polvo y el remolino que habían acompañado a su aparición fueron desapareciendo progresivamente, dejando entrever la figura que lo caracterizaba... modificada. Alrededor del metro ochenta, pelo cuasi-naranja erguido en lo que se denomina tupé, y un atuendo más propio de un muggle que de un mago. Así era él. ¿Qué había sido de esa cara de joven diariamente afeitada y suave? Ni rastro. Barba larga, barba inglesa que abarcaba desde prácticamente sus orejas hasta traspasar con creces la barbilla. En pico. Ojos azules, que dependiendo del día y del estado anímico tornaban; a veces grises, a veces verdes. Una camisa de color azul pálido con unas especies de espirales formando un patrón que se extendía a lo largo de toda la prenda, tanto por delante como por detrás. Unos pantalones vaqueros azules, rotos de manera sutil en las rodillas y remangados en los tobillos: se había convertido en un muggle más por aquello de no levantar sospecha. Hasta tal punto de ser uno de los denominados posh & cocky en el barrio londinense donde había residido esos cuatro años: Sutton. El calzado consistía en un par de tenis de una conocida marca muggle, Vans, de tonos grisáceos y blancos con los cordones también de ese mismo color. Su tez, blanca como la nieve, era lo único que parecía iluminar la oscura habitación donde había reaparecido. - Damn... - musitó en inglés. Aún se encontraba medio mareado tras realizar esa aparición, demasiado tiempo sin usar sus poderes como para que no le pasase factura. Dio un par de pasos en los que casi cayó, pero poco a poco se iba recuperando. Chasqueó los dedos y la luz cobró vida, iluminando el cuarto en las cuatro paredes. En cada esquina, antorchas dobles iluminaban la estancia. Era un habitáculo cuadrado, todo seguía como él mismo lo había dejado. Cortinas de color anaranjado que cubrían una ventana oscura; era de noche. La cama, hecha a la perfección, residía en el centro, justo a la derecha de la ventana, con sus míticos doseles. A cada lado de la cama, unas pequeñas mesillas de noche con unas velas apagadas sobre ellas. Roble puro. Una gigantesca alfombra que abarcaba el cincuenta por ciento de la habitación, emulando a un oso pardo, sostenía al inglés. A su izquierda, una puerta cerrada que dirigía al baño. Delante de él, otra puerta. Por allí, si mal no recordaba, estaba la salida. Caminó decidido hacia ella, accionó el pomo dorado y salió. ***** Tras unos cuantos minutos en los que se perdió por las inmediaciones de la reformada mansión -- y donde también estuvo cotilleando -- llegó al salón. No había nadie, por el momento. Decidió sentarse en el sofá y esperar a que alguien se dignase a darle conversación. No todos los días aparecía un Nathaniel salvaje. A decir verdad, 1460 días habían sido los artífices. Lo justo y necesario. Pero volvía, y eso nada lo iba a cambiar. Y había cosas que nunca cambiaban, como su famoso tatuaje del antebrazo izquierdo que palpitaba noche sí y noche también, aguardando una llamada. Aguardando la llamada.

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