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Nathaniel Malfoy

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Todo lo publicado por Nathaniel Malfoy

  1. Cómo podía gustarle tanto Las palabras se arremolinaban en un torbellino de emociones. Le faltaba saliva. Le faltaba razón. Es que realmente ni atención le prestaba al segundo que hablaba, porque estaba embobado contemplando su cara angelical y su belleza trastornante. - No quiero bailes con nadie que no seas tú. O algún amigo muy cercano... pero quiero tener mucho tiempo para nosotros... Hasta nos vendría bien irnos de viaje. - Había procesado ya las oraciones hacia él y asimilado la información de tal manera que estaba listo para contestarle. Sonrió cuando ella seguía en su afán por darle más cariño gestualizando y dibujando corazones y demás. Es que era simplemente perfecta. No dejó de adularla mentalmente, sin embargo estaba centrado en devorar aquellos preparados platos que no tardaron en generar rugir de tripas en la pareja. Estaba simplemente deliciosos. Masticó como si no hubiera un mañana y tragó con celeridad; pareciendo así un muerto de hambre. - Lo siento por las formas, pero estoy... desnutrido. - Entre mordisco y mordisco le daba tiempo a respirar. De cuando en vez hablaba. Fue finiquitando todo lo que se le había puesto delante. El postre... se serviría en privado. - ¿Qué te parece que no haya visto a ningún personajillo con ese apellido últimamente? - inquirió, retomando la pregunta de Maida. Se encogió de hombros, tampoco era un tema en el que le interesase profundizar. - Espero que no sea mucha carga Orión, sino me encargaré de darle su merecido.- Bromeó. Bebió un sorbo de su bebida y la posó en la mesa. - ¿Qué te apetece hacer después de esto? @
  2. Menudo conjunto de novedades. Aquello parecía la casa de la pradera. O un orfanato. O el orfanato de la pradera. Le recordaba a sus tiempos mozos en la Marca Tenebrosa, lugar que era famoso por las relaciones sexuales entre personas de la misma familia. Daba igual sangre, raza o parentesco; lo importante era el sexo. Y claro, en un mundo de locos... se cometían locuras. Y nacían hijos fruto del pecado. Y del deseo. Negó con la cabeza, vaciándola de aquel obscuro hilo de pensamientos. Sintió las manos de su primo, que ya habían desaparecido hacía un rato, en sus hombros. Se rascó, como si aquello fuese a aliviar el escozor de unas fornidas palmas de mortífago. - La verdad no esperaba semejante reunión familiar el primer día... - masculló. Había logrado llevar a los labios la humeante taza de café. Sin siquiera haberse servido azúcar -- ni interesarse por si lo tenía -- dio un trago pausado y precavido. Tenía miedo de quemarse. Everything's fine. Pensó. - Encantado de conoceros a todos. Y de volver a veros al resto. - Su mirada se había paseado de lado a lado, clavando un par de segundos las pupilas en cada uno de los recién ingresados a la sala. Aunque no quería por el momento, Maida aparecería en el tumulto de gente que se había congregado en el interior del Manor. Aquello significaría airear la caja de Pandora. No de Pandora la loca, sino... Bueno, no tiene importancia. - Maida está un tanto... molesta. - susurró. La voz casi en un inaudible mensaje se había proyectado hacia el oído del patriarca Orión, quien ahora estaba a su lado después del caminar del licántropo Malfoy hacia él. Buscaba, sin duda alguna, un tipo de ayuda de su primo que hiciese que pudiesen evitar el contacto o las malas caras delante del resto de familiares. - ¿Cuál será el plan de hoy? Tenéis pensado algo, ¿no? Ya que somos tantos... - Se había dirigido a todos a viva voz, tratando de romper el hielo.
  3. - Pues hoy me siento un tanto débil, así que si puede servirme en un plato grande un par de filetes de pollo a la plancha, con arroz y ensalada... Sería increíble. - Su petición había sido aceptada por la figura que llevaba el local de la Taberna universitaria. Con un simple asentir de cabeza dio a entender que la petición del Malfoy se convertiría en realidad al cabo de unos instantes. De cuando en vez el mortífago se sonaba los mocos con un clínex que guardaba en el interior de su bolsillo del pantalón. Estaba resfriado por la maldita época invernal que se convertía en casi un infierno para alguien tan friolero como él. Y quizá sí que tenía razón la Yaxley en que estaba más delgado. Se le veía... - Desmejorado. Quizás me veas desmejorado. - Había susurrado aquello, no le hacía gracia hablar de su cuerpo si no se sentía cien por cien a gusto con él. - He estado un poco abandonado conmigo mismo, tienes razón. - masculló. Jugueteaba con las manos de Maida y sus dedos. Dibujaba figuras abstractas sin ningún tipo de sentido; mas le desestresaba hacerlo. Así que continuaba trazando líneas al azar. - Pero no quiero que ésto siga así. Ahora comenzaré a hacer ejercicio de nuevo, a comer como un animal y a cuidarme como hacía antes. Es que si dejo de hacerlo y me vuelvo un chico feo... ¡Podría perderte! Y yo no quiero eso... - Había sonreído y negado con la cabeza al finalizar la frase. Sabía casi a ciencia cierta que no la perdería. Y ella debía de tener la misma seguridad a la viceversa. Estaba loquito por los huesos de la mortífaga. - Bueno, cuéntame. ¿Cómo están las cosas por el Ministerio? ¿Algo a destacar en sesenta días? - inquirió. --- @
  4. Cuando la chica se separó de él para reprocharle y decirle que lo quería, el mundo podría haberse autodestruído que él ya se daba por satisfecho. Menuda frase. Menudo sentimiento. Sin embargo debían de mantener las composturas. Ella, una bruja extremadamente prometedora y con una carrera por delante más que salientable y él, un profesor de Hogwarts dándose besos en la Taberna de la Universidad Mágica. Un tanto... cuestionable. Tratando de adecentarse el tupé con la mano, dejó caer su cuerpo sobre el asiento y escuchó lo que ella decía. <¿Qué? ¿Que hizo algo? ¿Con quién?> Su corazón se empequeñeció. Pero la calma de la tempestad llegó cuando ella enseñó un paquete y dijo que no debía de haberlo tomado. ¡Menudo alivio! El Mago Oscuro suspiró y tragó saliva. Quizás había pensado, por un momento, que la joven había tenido alguna aventura con otro. - Menos mal que no ha sido nada más que ésto... - siseó entre dientes al ver el suéter. Era suyo, ella lo había tomado para recordarlo y, porqué no, impregnarlo con el aroma de Maida. Tan único y apetecible como lo recordaba. Lo olisqueó, hundiendo su nariz entre la mullida tela y sonrió, cerrando los ojos. - Si yo soy tuyo no tendrías que tener ningún reparo en coger cosas que sean mías... - Enarcó una ceja y le guiñó un ojo. - Bueno qué, ¿has pedido algo ya? No te voy a negar que me muero de hambre... ¿Habrá algo para picar aquí? - inquirió. Aún a pesar de haber estado como profesor de Historia de la Magia y pasar el suficiente tiempo en la Universidad como para saberlo, no había pisado siquiera la Taberna. Era la primera vez. --- @
  5. La verdad estaba un tanto indeciso. Su mirada se paseaba ante dos conjuntos que se perfilaban como los finalistas en su decisión de cómo vestirse. A la derecha, algo un tanto formal para la ocasión: zapatos de color azabache, perfectamente brillantes, con unos pantalones de seda italiana y con la raya perfectamente alineada de una plancha muggle que habían usado los familiares de Sutton con los que se visitaba. Finalmente una camisa blanca con tirantes del mismo color que el pantalón y algún detalle de serpientes verdes. No podía decidirse. Por otro lado, jeans de color azul cielo, con una camiseta negra con unas letras "Legend" en el pecho. Y una chaqueta de mangas de cuero y de torso de tejido vaquero. Difícil decisión. - Iré elegante. Ella es especial.- Se había finalmente decidido por lo más formal. Se lo puso y... le sentaba extremadamente bien. Partió. ******* No tardó mucho en llegar teniendo en cuenta que se apareció en las cercanías el profesor de Hogwarts. - El loro tartamudo estaba en... - Dubitativo y con el dedo índice en su labio inferior logró ver el letrero. - Ah, ¡allí! - Sus ojos habían por fin localizado el destino. Y nunca mejor dicho... Su destino. Como alma que lleva al diablo comenzó a acelerar su paso. Y sus pulsaciones. Echó abajo, o a un lado, o quién sabe dónde, la puerta. Y la vio allí, en una mesa, tan bonita como siempre. Como nunca. - Te quiero, te esperaba, te esperaré. - Se había plantado ante ella. Y la besó. Sin importarle nada ni nadie.
  6. - Madre mía, buenos ojos te vean Gatiux... - Accedió a devolverle el abrazo. ¡Quién diría que otrora no se podían ver delante! La invitación a café era todo lo que necesitaba en aquel momento; ya solucionaría sus problemas maritales en unas horas. Le apetecía descansar, volver a recuperar el orden y el control de su vida y ¿de qué mejor manera que con sus familiares y amigos? - Pues estoy, que es bastante. Estoy de vuelta después de una temporadita... ¿Cuánto han sido? ¿Dos? Sí, dos meses, eso creo... - Su voz sonaba dubitativa, aunque seguía hablando al haber observado que el café estaba demasiado caliente como para llevárselo a los labios. Seguía humeando. - ¿Beltis? Sí, algo he oído. Teníamos una... cita. Nada sexual, ¡eh! Pero olvidé la cita y me centré en mí y en mis cosas. Ha sido una temporada difícil en la que tuve que devolver favores fuera del mundo mágico. Ya sabes, cuando tú y yo dejamos de ser tú y yo, pues... me ayudaron allá. Y tuve que volver a echar un cable. Pero creo que ya está listo. - Era una manera suficientemente aceptable de resumir la expedición. Ahora sí que se atrevió a hundir el labio superior y tragar un pequeño sorbo de café. - Sabroso, pero caliente. Se parece a mí... - Se echó a reír, tras aquel comentario totalmente en broma. Sus facciones marcadas se volvieron serias tras una pausa. - Bien, ¿qué hay de Orión? ¿Ha crecido la familia? Habéis hecho un buen trabajo aquí dentro, eh... - Sus ojos dieron un paseo visual por la cocina e incluso por la puerta abierta que llevaría al recibidor y demás partes de la casa. Estaba muchísimo más entera que la última vez que se personificó allá. - ¿Y qué tal ha estado Maida sin mí? - susurró, bajando la voz como quien no quería ser escuchado por nadie. --- @Gatiux
  7. Frío. Mucho frío. Quizás era de esas personas que se quejaban en verano del calor y en invierno del frío. Quizás era como el resto del mundo. Pero no. En el interior de su ser sabía que no. Sabía que era una persona irregular, que a veces hasta le gustaba sentir aquellos embistes de la brisa fría de una mañana en Londres. Sabía que también le gustaba el colorido rayo de sol en sus cabellos naranjas. Y ahora tocaba lo que estaba sucediendo: lidiar con el frío. Trató de abrigarse a la perfección, para así combatir la helada de la noche anterior. El mortífago se atavió con un jersey de lana azul, bastante gordito, que entre puntada y puntada de las costuras dejaba entrever una camiseta de manga larga interior, de color blanco. Los jeans de color azul claro y unos deportivos blancos eran su outfit. No dudó en ponerse por encima un sobretodo de color verde oliva que se asimilaba a uno de esos uniformes militares. - Me voy a dar un paseo, quiero reactivarme. - El elfo doméstico Chávez, sirviente de los Malfoy, se despidió con una reverencia. Daba a entender así que había captado el mensaje y que si alguien preguntaba por él, transmitiría aquella información. Las calles estaban vacias; era normal que a las siete de la mañana de un Domingo cualquiera la actividad fuese más bien nula. Caminaba por el Callejón Diagon, viendo su reflejo en los cristales de los escaparates de diversos locales que todavía estaban cerrados. Algún que otro mercader trataba de limpiar el interior, adecentando la imagen antes de que hubiese tránsito de clientes. Pero algo llamó su atención. Quizá por paranoia, o quizás intuición. En un negocio con la puerta abierta, detrás de una estantería, algo se movió. Era demasiado temprano para decidir si querían atacarle, pero estaba más que dispuesto a saciar su sed de sangre de más de dos meses en el dique seco. - Sectusempra. - La figura cobró nitidez y sí que blandía la varita apuntándole a él, al profesor de Hogwarts. El haz de luz corrió hacia su improvisado enemigo, con la intención de abrir profundas y sangrantes heridas en el pecho del mismo. Alguien quería un duelo y no era sólo el Mago Oscuro. Esbozó una sonrisa en los delgados labios que habían pronunciado el primer hechizo de la batalla. Le gustaba tener enemigos allá a donde fuese.
  8. Con gesto de estar un poco perdido, escuchó todas las palabras que, una vez más, se proyectaban como misiles hacia su interior. Maida estaba no dolida, sino molesta. Y parecía decidida a mantenerse en sus trece, a no bajar la guardia. A no perdonarlo. No sabía cómo actuar. Quizás le venía grande la situación en el sentido en el que él no estaba acostumbrado a lidiar con aquel tipo de problemas. Él era una persona independiente, pero también una persona cariñosa y que necesitaba a alguien a su lado prácticamente siempre que se le antojase. No podía tampoco pretender estar con todos sus seres queridos a su completa disposición las veinticuatro horas del día. Y menos sin ni siquiera avisar cuándo se iba. Dejó que la joven se marchase tras haberle explicado que sus cosas estaban en un baúl y que sus familiares andaban por las inmediaciones del Manor. Probablemente la mejor opción del momento fuese ir tras ella. O no. Indudablemente estaba confuso. Pero se encogió de hombros tras haber decidido hacer lo que le gustaría que hicieran con él: dejarle un espacio. Echó a caminar por el hall de entrada, titubeando y casi dudando de dónde se encontraba todo y todos. Había cambiado el aspecto interior de la morada en aquellos dos meses de ausencia. Habían llevado a cabo un buen trabajo. - ¿Orión? ¿Gatiux? ¿Hay alguien en casa? ¡Nath ha vuelto! - Su voz, en un grito, se proyectó a lo largo de la estancia contigua a la puerta de entrada. Ni rastro de respuesta. Encaminó su delgada figura hacia las cocinas, donde se haría con algo de bollería y un café con leche para poder ir entrando en calor y aclimatarse de nuevo a su segunda casa, los Yaxley. Independientemente del desarrollar de la relación con su novia, o esposa, o ex-novia... O sea lo que sea que fuesen. Él quería quedarse. Él quería tener una habitación allí. - Bah, ya se le pasará el enfado y me dejará hablar con ella. Esperemos... - musitó aún manteniendo el gesto dubitativo cuando cruzó el umbral de la puerta de la cocina. Un elfo lo miró extrañado, como pensando si aquellas palabras iban dirigidas a él. Se sentó y comió y bebió con calma. Más tarde subiría a hablar con Maida.
  9. Escuchó pasos. Habían irrumpido en sus oídos, dejando a un lado los momentáneos cánticos de aves y ruidos naturales de hojas moviéndose o árboles danzando. Centró toda su atención en aquellos cortos e indecisos caminares que parecían cobrar más claridad conforme se acercaban al otro lado de la puerta. Aclaró su garganta de nuevo. Y pasó su diestra por la barba. Ella. Una vez más. Ella. ¿Quién sino? ¿Quién le había prometido fidelidad incluso al borde del abismo? ¿Quién le había prometido amor eterno? - Ehm... Sí. - Se había limitado a responder sin siquiera escuchar. Procesó segundos más tarde las palabras llenas de ira de la Yaxley que, sin duda alguna, se encontraba enfadada. Al menos la respuesta del Malfoy había sido acertada y sí era primo de Orión. Por ahora. - Y tu futuro esposo. Y padre de tus hijos. - añadió. Había aprendido con el paso del tiempo que tenía que ser rápido buscando las salidas que pudieran sacarle del atasco. Y se encontraba en un atasco emocional. No porque él quisiese, pues lo único que le apetecía era abrazarla, pero es que ella... Estaba enfadada. Negó con la cabeza, esbozando una sonrisa y mirando al suelo. - Mira, hace frío. Podemos hablarlo dentro... Me gustas. Y nunca dejarás de hacerlo. Sé que me he comportado como un i****** no emitiendo señales de vida durante dos largos y agónicos meses. Pero a veces uno necesita dar un paso atrás y verlo todo desde otra perspectiva... No sé si me entiendes. - Inconscientemente había comenzado a jugar a dibujar garabatos con su dedo índice en el interior del bolsillo del sobretodo. Estaba... nervioso. Aquello sí era nuevo. -- @
  10. Realmente todo habría cambiado tanto como la última vez. Si bien era cierto que su periodo de ausencia no excedía más allá de los dos meses, era demasiado. Demasiados días, casi sesenta días en los que todo podría haber dado un giro de 360º. ¿Y Maida? ¿Y su ex Gatiux? ¿Y su primo, o más bien hermano, Orión? ¿Y sus hijos? Negó con la cabeza, todavía fijando sus ojos en el pedregoso camino que le había estado haciendo compañía durante los últimos minutos. - No sé si será una buena decisión volver... Su voz ronca había interrumpido el incesante hormigueo auditivo del silencio de aquella mañana en el mundo mágico. De cuando en vez un chirrido en una verja cercana, o un trinar tímido de los pájaros, coloreaban la atmósfera en la que se hallaba, fría y húmeda. Portaba una prenda a ojos de terceros: el sobretodo color crema que tapaba desde su cuello hasta prácticamente sus tobillos. Sin embargo, tras éste, llevaba una americana de color gris gastado forrada con piel de borrego en su interior y sellada con botones metálicos, de aspecto oxidado. Bajo ésta, una camisa de lino blanca. En sus piernas unos pantalones negros estilo vaquero, que se ajustaban bien a sus piernas todavía musculosas. En los pies unas botas brutas, robustas, de color verde militar. Palpó su bolsillo izquierdo, el de aquella enorme chaqueta. <Chrrppri> El ruido de un papel arrugado lo sacó de su ensimismamiento. Deshizo el embrollo de papel y leyó una caligrafía apresurada y poco legible: Maida, Te echo de menos. Siempre tuyo, N. ¿Pensaba que iba a ser suficiente? ¿Ni un aviso? ¿Ni un "estoy vivo"? Carraspeó. Y golpeó la puerta del ya mejorado Manor.
  11. http://i63.tinypic.com/2e6bqe8.png Historia de la Magia. Quizás no era la asignatura más deseada; la mítica fama que se asociaba a conocimientos vinculados a libros. Cosas densas, de leer cientos de párrafos hasta quedarse ciego... No. Por aquella simple razón había comenzado sus cátedras hacía ya meses. El mortífago londinense tenía como meta más próxima la de "eliminar todo tipo de prejuicio" de la Historia de la Magia. ¿Por qué no podía, en parte gracias a él, asociarse a cosas divertidas una asignatura que trataba de la Historia de todo lo que ellos usaban a diario? La magia era mágica. Redundante, pero cierto. Los pasos del Mago Oscuro se sucedían dentro de la sala donde habían sido citados sus alumnos. Siempre le gustaba hacer las clases cíclicas: comenzaban en el aula, se iban de allí durante el tiempo que fuese necesario y, por norma general, regresaban al presente de la clase física dónde desde allí terminaba el conocimiento. Una vez más, había llegado el primero. No era la persona más puntual del universo -- de hecho solía andar con el tiempo justo o por detrás de él -- pero para motivos laborales siempre se tomaba las cosas con un punto mayor de seriedad. Vestía normal, un tanto elegante, con una americana de color gris y una camiseta de manga corta básica por debajo. De algodón. Unos pantalones vaqueros, azul eléctrico, cubrían sus piernas hasta llegar a los tobillos, donde se terminaban y dejaban una porción sutil al aire. Allí, aparentemente sin calcetines, terminaba calzando unos zapatos de color marrón. De ante. Y aquel era su atuendo mayoritariamente. Un aro en su oreja izquierda y ya. En su mano derecha bailaba a su vara de diecinueve centímetros, avellano. Solía hacerlo cuando esperaba por algo de manera impaciente. Miró el reloj de muñeca y asintió, a la nada. - Ya es la hora... - Su voz sonó lo suficientemente alto para que se escuchase al otro lado de la puerta que dividía los pasillos del Ateneo y el aula dedicado a Historia de la Magia. - Adelante. - Abrió de par en par y dejó paso libre, echándose a andar hacia adelante en dirección a la mesa del profesor. La estancia era la habitual: una habitación gigantesca que no contaba con paredes clásicas -- sino que eran estanterías repletas de libros -- y con una alfombra que cubría el suelo. Pupitres convencionales, sólo uno para cada alumno, y un olor a jazmín que venía impregnado en las cortinas color fucsia que cubrían los enormes ventanales. Éstos eran la única parte de los cimientos que no estaban previstos de libros. - HISTORIA DE LA MAGIA, Profesor Nathaniel Malfoy. - susurró mientras escribía a mano, y repetía en voz baja a la vez, con un rotulador muggle de color azul en el encerado blanco. - Sean bienvenidos. Preséntense aunque ya los conozca. Nos vamos a tener que tutear pronto y vamos con el tiempo justo. -
  12. ¿Humo? ¿Incendios? Sin duda aquel cruzar de piernas acompañado de la sensual voz de la Ivashkov le hicieron encender una parte interna de su cuerpo; mas trató de mantener la compostura. - Veamos, Leah, de algún modo tengo que llamar la atención o pasaré desapercibido... - bajó la voz y clavó sus orbes en las orbes de la muchacha, que se escondían tras una máscara del todo discreta. - Y eso no es mi estilo. Me encanta llamar la atención. - La llegada de la bruja le hizo sonreír, aunque no pudiese verse ni un centímetro de sus labios. A decir verdad estaba forjando una más que importante amistad con ella de la que no le gustaría desprenderse, de esas de las buenas. Y hacía tiempo que no establecía nuevas relaciones con gente distinta a la de su núcleo más cercano. Le ofreció el gancho colocando su brazo como si del asa de una jarra se tratase. Ya se había terminado la copa y no había nada que le arraigase en aquella esquina de soledad. - ¿Dónde está Zack? ¿Y quiénes andan por aquí? - inquirió, echando a andar agarrado a ella. - ¿Tenéis organizada alguna actividad? Se me ocurre una más que interesante y divertida, pero necesito que tooooodo el mundo se acerque a donde yo diga. - Había propuesto aquello porque pensaba que saldría mejor que bien. Eran esas actividades lúdicas que unían a la gente: beber. Beber en grupo. Beber con juegos. - ¿Qué te parece si nos reunimos en la sala en diferentes sillas todo el mundo, formando un círculo? - Aguardó la respuesta. --- @ @@Zack Ivashkov @ @ @@Eobard Thawne @@Ashura Lestrange
  13. Jefe de Guardianes. Sí, aquello sonaba bien. Nathaniel Malfoy acudía a su primera fiesta o celebración pública en un castillo emblemático: el Ivashkov. Sitio caracterizado por sus increíbles magos y brujas, ostentaba uno de los lugares más privilegiados en el mundo mágico, así como del lujo que derrochaba en cualquiera de sus inmediaciones; los terrenos circundantes, las fuentes, los animales que rodeaban la casa... Una envidia. El profesor de Hogwarts acudía solo a la Mascarada, aunque era bien cierto que había quedado de verse con compañeros y amigos. Tras un primer mes un tanto burocrático y liado en el tema de asumir la potestad de uno de los escuadrones más difíciles del bastión, se estaba adaptando. Alisó las solapas de la chaqueta del traje que portaba. Azul marino, perfectamente conjuntado con una camisa blanca con una sola y delgada línea paralela a los botones blancos marfil. El cinturón negro hacía juego con los zapatos, que brillaban con el roce de los rayos del sol. La pajarita gustaba de motivos blancos y también de la misma tonalidad que el traje y, para finalizar, un pañuelo blanco con puntos rojos. En su cara, la máscara de color escarlata y dorada. No había mucho buen gusto en aquella última elección pero no había gozado del tiempo suficiente para hacerse con una compra decente. - ¿Dónde puedo encontrar a Zack? ¿Y a Leah? - Ya había cruzado el umbral de la puerta si bien justo se había abierto. Le hicieron señas hacia una dirección, pero se hacía difícil distinguir a sus compañeros con los que día tras día tenía mejor relación -- dado que todo el mundo iba bien vestido y tapado por máscaras -- y de aquello se alegraba enormemente. Se hizo con una copa de vino blanco y se dejó apoyar en una de las mesas altas. Ya lo encontrarían. --- @@Zack Ivashkov @
  14. Bufó, un tanto molesto, aún en la silla. La clase seguía tomando la vía de las Runas Antiguas y para lo que él se había matriculado era para Pociones. Es como si se le ocurre ir a un bar a pedir de comer una ensalada de pasta y terminan sirviéndole una sopa calentita. Nada cuadraba. Llevaba ya un buen rato moviéndose en su silla, cambiando los pesos del cuerpo y las posiciones, haciendo notorio su enfado e inquietud. Sin embargo el resultado era el mismo: seguía sin recibir respuesta a sus preguntas ni enseñanza alguna salvo lo que escuchaban sus oídos vagos sobre las palabras y las equivalencias de las runas. Tauro estaba con la mirada perdida y de vez en cuando la enfocaba para que ella y Leah sonriesen. Se levantó. Quizás no era la mejor opción y fuese criticado por sus compañeros de bando. Quizás también fuese criticado por los demás allí presentes. Poco le importaba al Malfoy. - Señores, ha sido una bonita velada. No obstante, espero que me den de todos modos el título de Pociones o se me devuelva el dinero. No estoy muy conforme con todo... - hizo una pausa para señalar con su diestra lo que sus ojos veían.- ...esto. - Comprobó que llevaba todo consigo, incluso las hierbas recolectadas horas antes cuando había iniciado la prometedora travesía con Leah. Las guardó en el bolsillo y dedicó un gesto cariñoso apretando el hombro izquierdo de Leah con su mano. No estaba enfadado con nadie, sino que estaba molesto. Le gustaba que las cosas fuesen organizadas y, por el momento, todo era un caos para él. - Nos vimos. - masculló. Salió, cruzando el umbral de la puerta y se perdió entre la maleza.
  15. La duda de aquel acertijo estaba taladrando la cabeza del Malfoy. Siempre había sido malo para las adivinanzas o para cualquier tipo de problema en el que se debiese de utilizar la lógica y la imaginación. Seguía dándole vueltas hasta que, por suerte, su alumno habló. - Claro, no están jugando entre ellos profesor, cada uno tiene un rival distinto... - La voz acababa de desencadenar un movimiento desmesurado. Todo giró, todo dio vueltas. Era como volver a tener el examen de apariciones, o como montar en escoba por primera vez. Era como transformarse en lobo en una noche de luna llena. La consciencia del profesor de Hogwarts fue perdiendo enteros y la nitidez de todos aquellos momentos que había experimentado, también. El presente -- del pasado -- estaba deformándose y... En el suelo. Estaba desplomado en el suelo. Junto a él, a su derecha, yacía Kaiser Lord Pilu. Era su alumno, el más aventajado, el que había mostrado mayor interés en las clases y que le había ayudado a resolver el acertijo. Estaban sobre el frío suelo del aula en el Ateneo de Conocimientos, lugar que hospedaba los inicios de las clases de Historia de la Magia. ¿Y Dave? ¿Y Mei? ¿Y Jessie? Todas aquellas preguntas eran como un tic-tac del reloj de pared; si lo ignorabas, pronto te daría igual. A decir verdad, el Mago Oscuro no estaba preocupado. Todos tenían manejo de la magia y se las arreglarían para volver al presente y retomar sus vidas cotidianas. Lo que sí era cierto es que no se habían comportado como personas cabales, no habían mostrado el interés requerido para la asignatura y habían roto el grupo y su ritmo. Se levantó y tendió la mano a Kaiser para que éste se incorporase también. - Felicidades, estás aprobado... - susurró mientras se sacudía el polvo de la ropa. En su diestra materializó un diploma que acreditaría allá a donde fuese la valía, entrega y desempeño de Kaiser en Historia de la Magia.
  16. Runas... Runas everywhere. La mirada cansada del mortífago londinense era la pura imagen de la decepción. Sin bocadillos que comer ni cualquier otro tentempié que llevarse a la boca, la clase se hacía cuesta arriba. ¡Y para más había que aprender algo de runas! Se limitó a escuchar todo lo que decían los allí presentes, sin siquiera emitir un "ok" o cualquier otra palabra que dictaminase que estaba vivo. Solo respiraba y parpadeaba, de vez en cuando cambiaba miradas con quienes le miraban, y ya. Cuando todo aquel vendaval de preguntas, respuestas, lecturas de runas y palabras raras terminó, el Mago Oscuro se levantó y apoyó las palmas de las manos sobre la mesa. - ¿En algún momento prepararemos una poción? Por ejemplo... ¿algo contra la licantropía? - inquirió, con cierto tono de emoción. Aquella era la simple y única razón de su matrícula al conocimiento de Pociones. Hacía años -- toda la vida -- que lidiaba con sus transformaciones de luna llena. Sin embargo siempre había logrado controlarse cuando tenía pociones preparadas por otros. Cuando no tenía eso... simplemente no era él. ¿Y ahora? ¿Quién se las prepararía? Pues él mismo. Pero para ello tenía que aprender. Los allí presentes lo miraron un tanto desencajados, saliendo del ensimismamiento digno de una lectura colectiva. Incluso parecían molestos con la intervención del pelinaranja que sólo quería aprender aquello y marcharse. No soportaba las runas, era aquella sensación que cualquier persona tendría con la asignatura que más odiaba. - No es para mí, eh. Es para un amigo. Yo no soy licántropo. - puso los ojos en blanco, tratando de disimular. No le interesaba lo más mínimo que personas ajenas a su núcleo familiar o de amistad supiesen características y detalles de la vida privada del Malfoy.
  17. Ante la indiferencia y el estado de perplejidad al que se enfrentaba viendo la cara de su compañero Dave, el mortífago londinense optó por separar caminos. Quizá era lo mejor. - Chicos, alumnos de Historia de la Magia, síganme. - masculló entre dientes, echando a andar con gestos visiblemente malhumorados. No era lo más ortodoxo debido a aquellos papeles firmados días antes en las organizaciones del Ateneo de enseñanza de conocimientos, donde se comprometían por escrito a impartir las docencias de dos en dos durante aquel mes del año. ¿Y qué? Estaban en el pasado, ahora no había papeles a los que hacer caso. Además, no pondría la vida en juego de sus alumnos y, muchísimo menos, la suya. Los pasos no eran ciertos. Daba tumbos, no sabía muy bien a dónde se dirigía. - Lumos. - Había encendido la punta de su varita cuando se dio cuenta de que la visibilidad disminuía conforme avanzaba. En el suelo, tras unos metros ya caminados alejándose del resto de partícipes de la expedición, encontró algo extraño en el suelo. Eran baldosas uniformes, de color marmóreo, excepto una, que era más pequeña y de color gris oscuro. Era como si se hubiese roto una cadena cromática por... por un golpe. O por una excavación. Siempre había sido muy curioso. Apuntó con su varita y estalló en pedazos aquella pieza. Obviamente de nuevo surgió el polvo, los trozos de baldosa y todo lo que había aparecido minutos atrás con el hechizo destructor para ver el cielo oscuro. Sin embargo ahora no veían el firmamento sino que... - ¡Es una bajada! - susurró enérgicamente. - Seguidme. - Sin mirar atrás comenzó a descender una escalera que estaba oxidada, húmeda y raída por el paso del tiempo. Crujía cada peldaño que descendía, hasta que por fin tocó suelo. Estaban en una especie de subterráneos que gozaban de únicamente aguas fecales a la derecha y un improvisado camino pedregoso a la izquierda. Eso era todo. ¿Pero quién iría a aquel lugar? Su mente era un tanto curiosa. Siempre había tenido ese picorcillo interno por saberlo todo, por resolver dudas. Y se carcomía la cabeza cuando se enfrentaba a escenarios como en el que estaban en aquel preciso instante: un sitio al que nadie iría... salvo si querían esconder algo. - Veamos, podéis tirar al agua fecal el libro que os he dicho que traigáis. - comenzó a hablar. - Eso era una clase para impartir con mi compañero que, como habéis visto, no está muy por la labor de seguir con lo suyo. - se encogió de hombros y lanzó el ejemplar al oscuro riachuelo. El olor que se desprendía era... insuperablemente asqueroso. - Os aconsejo también que os tapéis las narices o en menos de media hora estaremos todos desmayados. Tenemos que encontrar algo. No sé qué, ni dónde, pero seguro que alguien ha sido tan i****** para pensar que nadie bajaría al subterráneo a buscarlo. Y yo sí. Bueno, eso, busquemos todos juntos algo que nos haga... no sé, falta. Supongo. - No estaba siendo claro. Ni conciso. Pero qué más daba, ya que estaban de expedición y tenía que impartir una clase que convalidarían por conocimiento de Historia de la Magia, qué menos que explorar. Echó a andar aún con la varita iluminada -- puesto que las paredes de piedra sólo tenían unas antorchas que vagamente proporcionaban luz a la estancia -- y con la mano izquierda tapando las fosas nasales. Los pasos del grupo retumbaban y hacían eco tras él y se proyectaban en línea recta, que era hacia donde se movían. - Quietos. - Había parado en seco. Las goteras eran cada vez más exageradas en un punto que estaba como a diez metros de ellos y no se podía pasar sin tener que mojarse. Mojarse de agua que provenía de una de las tuberías ancladas al techo y que traía... más agua fecal. Qué curioso todo. - No os parecerá curioso, pero no me apetece mojarme de agua que viene de un retrete. ¿A alguien le apetecería? - inquirió. Como era obvio, todos negaron con la cabeza. - ¿Y no os parece sospechoso? ¿Dónde guardaríais algo para que nadie lo encuentre? Efectivamente, en un sitio raro. ¿Y si al final alguien visita ese sitio raro? Pues habrá que ponerlo más difícil todavía, ¿no? - su razonamiento, por poca cordura que él tuviese, estaba siendo realmente veraz. - Entonces si nadie cruza por debajo de esa lluvia de agua de retrete... nadie tocará el suelo de un tramo de unos... ¿cuatro metros? ¿cinco? Interesante... - Echó a andar. - Encantamiento casco-burbuja. - su cabeza había pensado aquellas palabras y seguidas de una floritura de varita, apareció rodeando su cabeza una burbuja mágica que repelería todo líquido que le tocase. Aunque la ropa sí se vería afectada, eso era lo que menos le importaba. - Os recomiendo hacer lo mismo, a no ser que seáis fetichistas... - sus palabras fueron seguidas de una risa corta y divertida. Se arrodilló y apuntó al suelo. En éste, había una parte de las piedras del camino que se hundían formando una especie de cavidad en la que se había apozado el agua. Tampoco era muy grande, tendría el tamaño aproximado de un periódico cerrado, de aspecto irregular. - ¡Tergeo! - el rayo invocado por el muchacho pelinaranja comenzó a drenar la superficie y, conforme el agua iba desapareciendo, con más claridad se vislumbraban unas letras. - Dos hombres están jugando al ajedrez. Jugaron cinco partidos y cada uno ganó tres. ¿Cómo es posible? - la voz del Mago Oscuro leyó las letras que se habían revelado. Otra vez. Y una tercera la releyó, siendo más pausado y mirando de cuando en vez a sus alumnos. - ¿Alguien? - preguntó.
  18. Como nadie se había pronunciado todavía acerca de los giratiempos -- ni siquiera su compañero de cátedra -- el Malfoy llevó la iniciativa. Tras las preguntas de Dave acerca de si el profesor de Historia de la Magia necesitaba hacer alguna indicación previa, negó con la cabeza, carraspeando a continuación. - Chicos, sólo deciros que toméis ésto... - Lanzó un giratiempos a cada uno. Éstos emitieron un sonido metálico al viajar un breve recorrido por el aire y cayendo en las manos de cada uno de los alumnos. Y de Dave, que también lo había capturado. - Y cinco vueltas y media. Queda a vuestra disposición dar seis vueltas y aparecer en el siglo cuatro con los dinosaurios y demás paranoias muggles... - negó con la cabeza y puso los ojos en blanco. - pero eso ya no es asunto mío. Si queréis aprobar, seguidnos. ------- Recobró las ganas de vivir. Cada vez que se desaparecía aseguraba que tenía ganas de vomitar, sí. Como todo mortal. Pero es que los viajes en el tiempo ya estaban hechos de otra pasta, eran peores. Era como... besar a treinta dementores. Cesó en su afán por pensar en lo ocurrido y echó a andar hacia delante sin mirar siquiera quién lo seguía y quién no. Escuchó pasos tras él así que todo debía de estar saliendo a pedir de boca. Siempre que se visitaba el pasado, un pasado lleno de gente, había que guardar las formas. Era tradición para el Mago Oscuro la de mantener la compostura y ni siquiera preocuparse por guiar a sus camaradas. ¿Por qué? Pues la respuesta era bien básica: cuanta menos información se obtuviese en el pasado de esos habitantes del futuro, menos se modificarían las cosas. Mejor seguir conservando todo lo que le rodeaba, fuese bueno o malo. El escenario que se presentaba ante él era un largo corredor de mármol. No sabía muy bien dónde se encontraba, a decir verdad. Sus pies retumbaban contra el suelo en lo que parecía una escena del todo claustrofóbica. Era un corredor que no parecía tener fin, en el que las paredes no tenían ventanas, todo de un color blanco perla, con algún que otro detalle en ocre. Techo, paredes, suelo. Todo igual. Personas iban y venían, hablando diálogos que poca atención levantaron en el londinense que, cabizbajo, trataba de identificar dónde se había aparecido. En su diestra llevaba el libro que mostró minutos antes a sus alumnos. Se paró en seco. - Pregunta para nota... ¿Alguien tiene la más remota idea de dónde estamos? - Había preguntado totalmente en serio aunque, como solían hacer los profesores, con gesto fanfarrón con la única intención de hacerse el interesante. - Profesor Black Lestrange, ¿usted? - giró la cabeza mirándolo a él. Al fin y al cabo había sido idea suya visitar a los mayas. Si él tenía algún plan relacionado con la Astronomía quizás le ayudase... - ¡Bombarda Máxima! - gimió. Como un loco que había sufrido un brote psicótico apuntó al techo. No tardó en gritar aquellas palabras que causaron la explosión en mil añicos del techo marmóreo. Los allí presentes ahogaron un grito; personas del pasado corrían hacia adelante, otras se habían acurrucado en el suelo y otros, simplemente, lloraban. Los magos allí convocados, por contra, habían preferido protegerse usando la magia. - Interesante cielo, ¿no es así? Ahora interprételo y sáquenos de aquí, señor Black Lestrange. Tenemos prisa por salir del pasado y terminar éstas clases. - Estaba un tanto... bipolar.
  19. La travesía... Sí, menuda travesía. Enfrascados en una acción digna de viñetas de dibujos animados, ambos mortífagos surcaron la selva más salvaje que nunca antes habían visto. O al menos ese era el caso del Malfoy. Discusiones más por entretenerse que por el hecho de discutir, hechizos a cualquier cosa que se moviese y fatiga de tanto caminar; esos habían sido los ingredientes de la caminata. Pero por fin estaban allí. - Lo siento, pero no puedo esperar más por ese café... - susurró según cruzaban el umbral de la puerta. Con gesto un tanto convaleciente, el profesor de Hogwarts se dejó caer sobre uno de los asientos preparados para la presencia de los allí citados. No estaban todos -- al menos esa era la idea que surcaba la mente del pelinaranja al ver sitios sin ser ocupados -- pero poco le importaba. Comenzó a beber el humeante café, sosteniendo la taza con ambas manos. - Sí, un viajecito en el que hemos tenido de todo. Y sólo falta la escena de amor... - ¡Oh wait! La tenemos aquí... - soltó la taza y esbozó una sonrisa, poniendo las manos con las palmas hacia arriba y señalando a profesora y alumna. - Naaaaah, no me odiéis, sólo rompía el hielo... Sí, aquello parece una escoba. - Se encogió de hombros, cambiando drásticamente de tema para que no se ahondase en aquella broma. Quizás se ganase una reprimenda de sus superiores de bando -- una líder y la otra Ángel Caído... -- y no consideraba el Crucio como una opción apetecible. - ¿No hay nada con lo que saciar mi hambre? - inquirió. Sacó las hierbas recolectadas y las esparció sobre la mesa. - Profesora, hice la tarea. Y si no hay nada interesante, al menos tengo cena. - volvió a encogerse de hombros y negó con la cabeza. Guardaba cero ideas acerca de pociones y hierbas interesantes para llevarlas a cabo.
  20. No volvería a pasar la noche en vela bebiendo ginebra con manzana, no. - Lo prometo. - masculló. La mirada cansada del ya adulto Nathaniel Malfoy escudriñaba su imagen en un espejo de bolsillo con el que se había acompañado los últimos años. Vestía un jersey de punto verde oscuro, que no abrigaba lo más mínimo en invierno, pero que en temporadas más o menos templadas, se agradecía. Bajo éste llevaba una camiseta de manga sisa de color blanco y, finalmente, unos jeans gastados y raídos, que ya eran así de fábrica. Ya para terminar el atuendo, abajo en sus pies calzaba unas botas de piel de color marrón claro. ------- Ahogó una arcada. Ya caminaba con Leah a unos metros de él, la muchacha con la que había forjado una amistad imprevista. Sí, esas amistades que surgen cuando dos no se tienen cariño pero que con el roce acaban tomándolo. Roce de enemistad, puesto que casi se matan lanzándose imperdonables en las inmediaciones del bastión tenebroso. Ahogó otra arcada, llevándose esta vez la palma de la mano a la boca. - Leah, en serio, ¿estás segura de que es por aquí? - inquirió enarcando una ceja cuando hubo logrado hallar el equilibrio mental y gástrico. Tragó saliva, mientras que obtenía un silencio por respuesta y seguía los pasos de la Ivashkov. Ella iba en una dirección que no estaba explorada siquiera, pisando ramas, hierba mojada y todo tipo de hierbas que se agrupaban por doquier. El Mago Oscuro se agachó y recolectó unas cuantas hierbas, como así había indicado la carta que recibió en la que se le citaba en una cabaña. Cursaría pociones, así que según tenía entendido, necesitaba ingredientes. Eso sí, de las runas que estaba hablando su compañera de trayecto, no entendía nada. Hablaba como si fuese... un idioma indígena. - Viajar contigo es como tener de padre a Crazy. Nunca entiendo nada y me siento solo. Oh, wait. - musitó a regañadientes, dándose cuenta de que él mismo era hijo de Crazy y que había crecido solo. Bufó y continuó recolectando más hierbas sin criterio alguno: cogía las más coloridas o las que, por descarte, le tenían mejor pinta para elaborar un brebaje. De repente escuchó su apellido precedido de una embestida. Se giró con celeridad, viendo cómo Leah se enfrentaba a una criatura que parecía de familia felina. - Ehm... - susurró pensativo. Había pensado en un hechizo, Necrohands, un no-verbal que creó dos manos de gas que no tardaron ni una milésima de segundo en aparecer en la tierra mojada que sostenía a la criatura que inició el ataque sobre la bruja. Éstas tomaron al animal y lo agarraron, impidiendo cualquier rasguño en la compañera del profesor de Hogwarts. - Sé que no es lo más ortodoxo pero... - Con la mirada ordenó a las manos lanzar al animal. Como si de una piedra diminuta se tratase, las manos lanzaron al animal bastantes metros atrás, perdiéndose entre árboles y maleza. Se encogió de hombros y con un ademán de su zurda hizo desaparecer a la invocación gaseosa. No debió de haber usado hechizos mortífagos pero... estaban en medio del Amazonas y fue lo más efectivo y rápido que se le vino a la mente. - ¿Estás bien? - con su mano ayudó a la joven a levantarse. - Creo que he visto humo hacia allí, y en mi carta decían algo de seguir el humo. ¿Tú qué dices? - inquirió señalando con el dedo índice hacia la humareda que ascendía hacia el cielo. Guardó en el bolsillo trasero del pantalón las hierbas recolectadas y aguardó una respuesta.
  21. http://i63.tinypic.com/2e6bqe8.png - Rápido, estoy cansado de avisarte, tengo que irme a trabajar. - La voz del mortífago londinense se extendía por toda la sala de estar hacia la cocina, donde su elfo doméstico preparaba el desayuno. En realidad no tenía que echarle la bronca de semejante manera, pegando gritos y culpando a la criatura; él mismo se había quedado dormido y tenía el tiempo justo para desayunar y partir hacia el punto de encuentro. - ¡EL PUNTO DE ENCUENTRO! - ahogó un grito. Se había olvidado de avisar a sus alumnos. Consultó rápidamente su agenda con la mano derecha mientras que vio por el rabillo del ojo al elfo venir con una bandeja. En ella dos tostadas de pan de centeno de unas dimensiones XXL venían en un platillo de cerámica. Con tomate por encima cortado en dados, perfectamente aliñadas con unas gotas de aceite de oliva virgen extra y, para dar un toque más mediterráneo, una pizca de orégano. En un tazón no excesivamente grande, café con leche, oscuro. Emanaba de la bandeja un aroma sencillamente perfecto. Y para terminar, un vaso pequeño de cristal, chato, con zumo de naranja recién exprimido. - A veces no valoro lo mucho que vales, pequeñín. - masculló mientras recogía la bandeja y acariciaba la arrugada y fría cabeza del elfo doméstico que recibió el cariño con una sonrisa de oreja a oreja. Tras una pronunciada reverencia, se esfumó. El profesor de Hogwarts y del Ateneo comenzó a escribir con caligrafía bastante cuestionable un par de notas. No se había esmerado ni lo más mínimo en dar detalles, sólo escribió un "Estimados alumnos" acompañado de la hora, el lugar y su firma. - Et voilá! - dobló ambas notas y las introdujó en un sobre para despues colocarlas en las lechuzas que descansaban en el interior de las jaulas de la habitación contigua a la sala. Ambas partieron hacia sus destinos. No tardó él tampoco en terminarse su desayuno y cepillarse los dientes. Antes de salir por la puerta principal de la mansión, -- pues quería ir andando y respirar el aire fresco de la mañana -- se echó un vistazo en el espejo. Un sobretodo negro, de piel de ante, yacía abierto sobre la camisa blanca de seda y un pantalón vaquero de color azul intenso. En sus pies unos zapatos negros de punta más bien redondeada limpios y atados en un lazo desigual. Asintió y se echó a andar. ------- - Sí, debería de ser éste... - entre dientes mascullaba, consultando las páginas de un ejemplar. Era de origen muggle que, aunque fuese algo cuestionable, él apreciaba. Quizás aquellos años que pasó exiliado en territorio muggle -- entre Galicia (España) y Sutton (Inglaterra) -- le sirvieron para valorar y cogerle cariño a aquellas personas que carecían de magia pero que tenían una serie de características que les hacían resolver otros enigmas de igual o mejor manera. Muchos de sus compañeros de bando y demás personas allegadas al pelinaranja expresaban su malestar acerca del aprecio que éste guardaba por los muggles. ¿Y qué? Al fin y al cabo eran sólo opiniones. No todos podían ser iguales. "La civilización de los antiguos mayas" rezaba la inscripción de la portada. Escrito por Ruz Lhuillier Alberto. Se encogió de hombros, dado que no guardaba ni la más remota idea de quién demonios era aquel escritor. Lo que sí que sabía era lo que tenía el interior del libro -- que ya lo había consultado varias veces -- y la información, detalles y ejemplos que incluía eran del todo veraces. Llegó tras una breve caminata al encuentro de Dave, profesor de Astronomía. Lo saludó cálidamente con una palmada en la espalda. - Buenas, compi. ¿Preparado? He traído giratiempos para todos, por si a alguno se le ha olvidado. - en el interior del bolsillo de su enorme y espaciosa chaqueta tenía cinco diminutos giratiempos, del tamaño de un dedo índice, que esperaban para ser usados por él y sus alumnos. - Esperemos que no tarden, quedan tres minutos. - musitó, consultando su reloj de muñeca.
  22. Hola!! Viendo que se acaba el tiempo, vengo a inscribirme a otro conocimiento :3 Nick: Nathaniel Malfoy ID: 48397 Conocimiento: Pociones! (en caso de no poderse apuntar por cualquier motivo, Artes Oscuras). Nivel de Magia: IV Link a la Bóveda: http://www.harrylatino.org/index.php?showtopic=78227 Link a la Ficha: http://www.harrylatino.org/index.php?showtopic=78188 gracias espero que todo esté en orden!!
  23. - Pffff... - El sonido de la flecha clavándose en el centro de la diana fue un tanto onomatopéyico. Sin embargo, no pasó nada instantáneo. Ambos miraban con atención y en silencio a sus alrededores, esperando que algo pasase. Y nada, no sucedía nada. La mortífaga volvió a cargar el arco y le dio a la otra diana. Aquella vez falló, no dio en el centro como la anterior... - Oh, god... - Nathaniel se puso a la defensiva, localizando con su espalda la pared y colocándose para empezar a lanzar hechizos a diestro y siniestro. Una horda de inferis acababan de surgir de la nada y comenzaban a avanzar con celeridad hacia ellos. Teniendo en cuenta que no había nadie que los pudiese ver y que los denunciase por magia oscura, el londinense no dudó en utilizar maldiciones imperdonables y demás hechizos de bando que le facilitaban la tarea de limpieza. Menudas asquerosas criaturas las que habían surgido de la nada. - La próxima vez tenemos que tener mayor puntería, Amelie... - masculló entre dientes el ex-Nigromante. Afortunadamente la mujer le había ayudado también a matar a los seres. - Carga la próxima flecha y hazlo con concentración. Respira... y dispara. - Y así fue. Tan pronto como terminó la frase el profesor de Historia de la Magia, la flecha se clavó en el centro de una de las dianas. Las paredes retumbaron, crujieron y se movieron. Así lo hizo el suelo también. Una puerta se creó en el centro del agua, apartándose absolutamente toda la masa mágicamente. Era metalizada, de color grisáceo con alguna marca de óxido por las esquinas. El pomo era dorado y tenía una especie de cerradura ya forzada. El muchacho le hizo una seña con la cabeza para que la alumna siguiese sus pasos. Se adentró en la puerta con un simple empujón a la misma y... ***** Apareció en San Mungo. Una cama mullida y blanca era lo que le sostenía de pie. No recordaba nada. ¿Qué había pasado? ¿Y la clase de Historia de la Magia? ¿Y Amelie? --- @
  24. Salió de su ensimismamiento. Amelie había llegado y, con ella, el profesor de Historia de la Magia desconectó el hilo de pensamientos en el que había estado durante los últimos veinte o treinta minutos. Había perdido las ganas de respirar por culpa de aquella cloaca y sus inmediaciones. También las ganas de dar la clase. Y DE COMER. Se incorporó lentamente, al escuchar las palabras de la muchacha. Ayudó a su cuerpo con las manos sobre la húmeda pared y, cuando por fin estaba totalmente de pie, sacudió la ropa con las mismas manos que había manchado hacía unos segundos. Lógico. No. - Buenas, me alegra que hayas traído lo que te pedí. Vamos, no hay tiempo que perder... - masculló mientras echaba a andar por el único camino posible que, era lógicamente, el que estaba tras ellos y aquella pared que le sirvió de apoyo momentáneo. - Lumos. Había dirigido la orden a la varita que se encargó de proporcionar luz al oscuro camino el cual parecía un túnel sin salida. A su izquierda yacía una masa de aguas fecales constituyendo una especie de riachuelo. Sí, era el autor de aquel imparable y voraz olor; el causante de las náuseas de los allí presentes. - Sígueme, haga lo que haga. La voz del ex-Nigromante había sido la que rompió un silencio prolongado en el que sólo el sonido ambiental fraguaba el lugar. Pasos, gotas cayendo contra una superficie rocosa de adoquines rudimentarios, el agua moviéndose, alguna rata paseándose y el constante ulular de moscas, mosquitos y demás insectos deplorables. Sin más dilación, cuando hubo llegado al punto que él deseaba, se lanzó al agua. Sí, al agua fecal. Salpicó una notable cantidad de piedras y se sumergió al interior del riachuelo que, desde fuera, parecía no cubrir más que hasta la cintura y que, sin embargo, estaba encantado previamente por el profesor para contener una profundidad desmesurada. Echó a nadar, ayudándose de brazos y manos y tratando de no perder la concentración en su administración pulmonar. Tenía que ser rápido; aunque sin cansarse en exceso o no sería capaz de bucear lo suficiente. Llegó a una especie de banco de pirañas que custodiaban lo que parecía unas rejas submarinas. - Pgehgabv - Había tratado lanzar un hechizo verbal que no llegó a buen puerto. Tras haber sentido vergüenza de aquella situación, pensó una invocación que le ayudó a dispersar aquellos peces asesinos y con celeridad se introdujo en las rejas, las cuales rompió con un ademán de varita. Le seguía su alumna, también lidiando con la falta de respiración. Una especie de tubo alargado que podría albergar las dimensiones de un tobogán de niños muggles pero cerrado del todo en forma cilíndrica, les condujo a una sala con una piscina central. - Ahh... Ufff... - respiró, sacando la cabeza hacia fuera. No contaba él con que unas especies de dianas estuvieran colgadas en una sala completamente simétrica. Era cuadrada y repleta de espejos. Veían todo lo que se reflejaba multiplicado por cuatro paredes. Se veían a ellos mismos, respirando en el cuadrado de piscina, en una sala que sólo tenía paredes de espejos, una piscina central y tres dianas colgando del techo y que casi podían tocar con las manos desde el suelo. Una repisa de mármol rodeaba la piscina, a donde se acercó Malfoy para salir del agua. - ¿Ideas? -- @
  25. Se había desmayado. ¿Quizás por el olor? ¿Por no haber desayunado? Quién sabía, lo único que importaba era que se había desmayado y el tiempo avanzó sin esperarle. Como Orión y el resto de alumnos, que aparecieron e ignoraron al profesor de Historia de la Magia. Se encogió de hombros. Sabía cómo contactar de inmediato a Amelie sin demorarse ni un segundo más. Evocó con sus manos un papel de papiro, tras haberse limpiado de la caída provocada por el desmayo. Afortunadamente no se había impregnado de aquel olor a cloaca que le rodeaba, ni tampoco se había mojado las prendas con aquellas aguas fecales que, sinceramente, le harían vomitar pronto si prolongaba la jornada allí dentro. - Veamos, algo rápido. - habló solo. Comenzó a escribir con estilizada caligrafía sobre el pergamino, unas palabras que de manera clara y concisa expresarían la necesidad y el deseo de verla pronto en aquellas mismas cloacas. Una vez se reuniesen continuarían con el plan fallido inicialmente. Además, también había expresado que trajese consigo un arco, pues sería parte de la prueba que le impondría. Había sido todo tan rápido que fue lo primero que se le ocurrió como profesor de Historia de la Magia, aunque no tuviese mucho qué ver con la clase que tenía pensada. - Espero que no se retrase en exceso, tenemos muy pocas horas para dar por terminadas las clases antes de que nos regañen tanto a ella como a mí... Ató a la pata de su lechuza de color grisáceo aquel mensaje y se limitó a esperar viendo cómo el ave se perdía en las oscuridad. Se sentó en una de las pocas esquinas limpias que quedaban del sitio y hundió la cabeza entre sus rodillas. Qué aburrimiento. Y qué olor. Odiaba esperar. @

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