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Libro de la Fortaleza 8~


Athena Rouvas
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—Siguen escogiendo lugares de un solo sitio, ¿por qué?


Ella había esperado que esta vez los Guerreros Uzzas escogiesen un lugar mucho más lejano que las anteriores, uno cerca del espacio en que se encontraban en esos momentos, pero otra vez se había equivocado.


No pudo evitar una mueca de fastidio. No quedaba otra que remitirse a las ideas expuestas, que más que ideas eran casi ordenes explícitas. A Rouvás no le quedó otra que enviar cinco misivas en diferentes direcciones para los alumnos que estaban solicitando hacerse acreedores de los poderes del Libro de la Fortaleza. Esta vez procuraría tener un ojo más encima que en los meses pasados; los métodos Uzzas todavía le resultaban poco afines.


—Porque un solo lugar puede darte más de una lección, y además, consideramos que allí pueden vincularse con más facilidad. Aunque. . . —Endureció las facciones. —Es muy probable que ni siquiera se fijen en los detalles. Mientras estén firmes en su objetivo, realmente no nos importa.


—Sus métodos son muy extraños y contradictorios entre sí ¿lo sabían?


—Solo guíalos, muestrales, ayúdales. Estaremos cerca, como siempre.



~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~ * ~


—Bien, aquí vamos.


Había cierto olor a sal en el ambiente, pero no tan marcado como suele suceder cerca de la costa. Allí se mezclaba con la sequedad propia de las dunas y el abrazador sol, que pese a ser bastante temprano ya pegaba con fuerza. No había ruidos alrededor, ni siquiera aves o sonidos provenientes de insectos, pero si del viento, por ratos suaves, otras veces más intenso haciendo que el cabello de Rouvás se enmarañara aún más si es que se podía.


Pero algo no encajaba del todo en la escena; habían colores. Ya fuese a unos pasos o a la distancia de varios kilometros (al menos hasta donde alcanzaba a distinguir) se lograban distinguir algunas desconocidas flores. Algo impensado para un desierto, el más árido del mundo.


—Debe ser por la estación, y esto deber lo que la gente llama "desierto florido". —Murmuró. Era una imagen fenomenal que en otra situación de seguro habría disfrutado gustosa, pero necesitaba centrarse en lo suyo. La inminente llegada de los que por un breve período de tiempo serían sus alumnos. —Ya deberían estar por llegar. —La nota que había enviado en nombre de la Universidad también acusaba que era un traslador que una vez estuviesen listos le llevaría directo donde ella estaba esperando. También les recordaba que debían acudir con el Libro.


De seguro, como ya había sucedido antes, se habían tomado la molestia de leerlo o de investigarlo al menos. A su juicio era un tipo de magia no más allá de lo común pero que requería de concentración y deseos de llevarla a cabo. Más que enseñarles algo nuevo, su misión allí era lograr que existiese un vínculo y un conocimientos sobre el Libro de la Fortaleza.


______________________________


ALUMNOS

Mery Gaunt Karkarov

Darla Potter Black

Juv Malfoy Croft

Orión Black

Joa Macnair Crowley

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La Nigromante se mantenía atenta a los canticos que tenía grabado su grimorio, no podía asimilar del todo la experiencia vivida dentro de la pirámide. Báleyr había sido un excelente profesor y guía, justamente por eso su afán de perderse horas y horas entre esas hojas cargadas de sabiduría milenaria ─Es hora─ siseó Kaede. Aquella contra parte de Juv, extrañamente resurgió luego de aprobar la habilidad de Nigromancia y abandonar la misteriosa pirámide que era la piedra angular, donde culminaban las pruebas que ponían a prueba el conocimiento y la valía de cada mago y bruja que deseaba ostentar con orgullo el anillo que los acreditaba como dueños de dicho poder. Su pecho escocia levemente, aquella cicatriz no dejaba de molestar del todo y el dolor, no era profuso, pero si constante ─Ya lo sé…─ respondió casi mecánicamente.

 

Le gustaba a su contra parte azuzar las llamas, avivar a toda costa cada uno de los acontecimientos ocurridos dentro del mundo de los muertos. Para Juv no era una condena como tal, pero si le incomodaba sobremanera tener que lidiar con la persona que le había causado más de un sinsabor en vida. Era como tener una piedra en el zapato, aunque mucho desearás extraerla de su interior, casi siempre algo te lo impedía y seguías andando con esa molestia para donde tus pasos te llevaran. Levantándose con una pesadez del sillón, decidió cerrar con parsimonia su grimorio, ocultando este de los ojos curiosos lo hizo desaparecer con un cántico, tal vez en otro momento volvería a leerlo con calma y sin la intervención mezquina e incesante de Kaede.

 

─Nos vamos…─ colgándose al hombro una mochila que llevaba todo lo necesario para esa travesía. El libro de la fortaleza era el protagonista principal, además de los anillos y toda la parafernalia que necesitaría para aprobar esa clase costará lo que costará. Echándole una última ojeada tocando con la punta de sus dedos la misiva desapareció en medio de un remolino azul oscuro, sintiendo el conocido hueco en el estómago seguido por una brisa que agito su dorada cabellera ─Un desierto atiborrado de flores, yo hubiera preferido el infierno, pero bueno…─ desviando su vista hacia el paisaje que le rodeaba, esperaba que sus compañeros no se demoraran en aparecer o su personalidad anti puntualidad podría comenzar estragos.

 

Cuando eres tan grandiosa como yo, es difícil ser humilde

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La pelirroja estaba esperando en su hogar que se hiciera la hora, en la mañana se había despedido de Seba que iba a realizar su trabajo con los duendes en Gringotts y él le había deseado suerte tras leer juntos la misiva proveniente de la Universidad, firmada por Athenas. La Potter Black había tenido que resistir su ansiedad, después de todo la bruja se había presentado tras la citación en los cuarteles. Pero la bruja se había obligado a si misma a dejar de lado su función de inquisidora y poner todas sus pilas en el aprendizaje de aquel libro que poseía hacía meses.

 

Con cuidado había escogido un conjunto cómodo de jean y remera manga tres cuartos azul, unas zapatillas negras y llevaba recogido el cabello en una trenza, casi lo mismo que hubiera escogido para un duelo. Bueno, se había dicho a si misma, después de todo en cierta forma es lo que iba a aprender, a utilizar los hechizos útiles para la vida diaria y los aún más útiles para participar en duelos y, sabía bien, en asaltos. Terminó de guardar cuidadosamente el libro dentro de su bolso de piel de moke, que aseguró a su cintura y se puso los quichicientos anillos y el par de amuletos de ambos libros, del aprendiz de brujo y el que iba a cursar, de la fortaleza. Miró sus dedos y sonrió, el más bonito de todos era su anillo de compromiso, que parecía brillar entre los dos anillos de habilidades, el de perla mágico que fortalecía las fuerzas de su sangre materna, los tres del libro del aprendiz y los dos nuevos que iba a aprender a utilizar del libro de la Fortaleza.

 

--Lista --susurró tras asegurarse que tenía todo lo que tenía que tener, incluyendo a Edelweiss en el bolsillo lateral de su jean.

 

Tomó la nota que brilló con un destello azul, propio de los trasladores y la arrastró hacia su destino en la clase.

 

--Guau --dijo sorprendida al ir bajando hacia su destino final, estaban en un desierto, o al menos eso hacía parecer la gran cantidad de arena a su alrededor y sin embargo estaba "manchado" de color, se sorprendió al distinguir flores, cuyo suave aroma se mezclaba con el salitre, Darla se preguntó exactamente dónde estaba el mar y qué desierto era aquel. Eso de confiar ciegamente y dejarse arrastrar hacia el destino desconocido de la clase no era su situación favorita, pero no podía negar que el lugar era interesante.

 

--Buenas --dijo en señal de saludo mientras doblaba la nota que le había servido de traslador y la guardaba en un bolsillo --Juv, señorita Rouvás --sonrió acercándose a la bruja rubia y cerrando su mente con oclumancia a cualquier intromisión extraña, no sabía bien cuántas faltaban, pero si recordaba que varias de sus compañeras habían mencionado que cursarían.

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Suspiró de nuevo mientras recogía su cabello en una corta cola de caballo. Se había acabado el tiempo, nada de retrasar de nuevo sus intentos de progresar en convertirse en una bruja poderosa, ese día comenzaría sus lecciones para controlar el Libro de la Fortaleza. Desde cualquier ángulo que lo observase, era la menos diestra en duelo en sus familias y debía superarse, no podía ser el eslabón débil, no podía dejar que se notase, su mente estaba enfocada en ello, en lograr adquirir los poderes contenidos en el libro, en dominarlos y no manchar su apellido en el proceso.

Alisó una vez más las arrugas imaginarias de su camiseta a rayas blancas y negras y tomó la mochila que contenía el libro en cuestión, junto a los accesorios que tanto éste como el Libro del Aprendiz incluían, su varita en mano y con otro suspiró tocó el pergamino que anunciaba el inicio de la clase, el traslador por el cual se dejaría arrastrar hasta dónde sea que necesitase llegar.

Ignorando la desagradable sensación causada por aquel tipo de viajes, aterrizó suavemente sobre sus pies en lo que parecía ser su propio infierno personal. La única clase de desierto que conocía era uno blanco, de nieve, con crudas temperaturas bajo cero; allí, en cambio, sentía como el sol buscaba tostar su piel, extraer cada gota de líquido de su cuerpo hasta deshidratarlo, mientras la sal en el aire picaba en su nariz, ¡y aquello apenas comenzaba! No sabía si agradecer el estar usando pantalones y tenis cerrados que le protegerían de los terribles rayos de luz, o desear estar usando shorts y sandalias para salvarse de insoportable calor. Sin embargo, a pesar de lo inhabitable que le resultaría ese lugar —y, según ella, debería resultarle a cualquier ser viviente con un poco de sentido común—, extrañas flores crecían por todas partes, coloreando lo que debería ser una simple escena en tonos ocres.

—Buenos días —saludó por inercia, observando con curiosidad la vegetación alrededor.

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—Si este calor no te parece un infierno, no se que lo haga, sinceramente. —Comentó en dirección Malfoy, en cuanto captó su comentario.

 

Aún esperaban a unas personas más, pero dado que ya habían pasado de la hora estipulada decidió comenzar. Si alguien más se les unía sería sobre el camino. Dos personas más se les unieron, a ambas les saludó con un escueto "buenos días". Le llamó bastante la atención, que Darla le llamase "señorita", casi nadie se refería a ella así, pero dado que con la bruja no se conocían más coloquialmente no hizo ningún ademán de corregir el trato. Aún así se sentía y escuchaba extraño.

 

—Bien, aún falta gente, pero podemos ir comenzando por el momento. La clase constará de una parte más teórica, donde me podrán consultar sus dudas y otra de práctica para saber si han logrado vincularse con el Libro de la Fortaleza. Me parece que ustedes ya le deben haber echado un vistazo siquiera para memorizar los hechizos al menos.

 

Al menos ella lo había realizado así cuando lo adquirió, por supuesto, no esperaba que todo el mundo actuara de la misma manera.

 

—Me gustaría que si tienen dudas las comenzaran a plantear en estos momentos, de lo contrario podemos irnos moviendo, hay un largo camino entre este sitio y donde culminará la clase. Oh, por cierto, no crean que este Desierto tiene alguna incidencia especial, pero a los Guerreros Uzzas le gusta un poco variar con los sitios donde debo ayudar a los magos con esto de los Libros, espero que esta calor abrazadora no les resulte demasiado agotadora.

 

Seguro iban a pensar que hablaba demasiado, pero poco le importaba. Siempre había considerado a los magos británicos demasiado callados.

 

Un zumbido se escuchaba a los lejos, y era fácil de identificar debido al silencio que traían consigo las dunas, aunque a esa distancia no podía identificar con exactitud a que criatura pertenecía. Elevó un poco la vista al cielo, por si venían por aire, pero tampoco se veía nada; tuvo que aguzar los sentidos al máximo. Ningún lugar del mundo se libraba de ser acreedora de animales mágicos, aunque juzgando solo con un antecendente no se podía definir si en realidad era mágico o solo una simple plaga de insectos. De todas manera era desconocido, solo sabía una cosa: se estaban acercando con suma rapidez.

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Darla estudió con curiosidad el rostro de su rubia profesora, había oído que era de ascendencia griega, en verdad había leído un poco de la historia de la adolescente en los archivos ministeriales. Después de todo, quien tuviera el valor de declararse fenixiano abiertamente y seguir enseñando, viviendo su vida, como si nada ni nadie le pudiera hacer ningún daño, era algo para tener en cuenta y mucho cuidado.

 

La muchacha, apenas un poco más baja que ella lucía extrañada por su trato, sin que la Potter Black terminara de entender su sorpresa, quizás fuera un dejo de timidez, no estaba segura, pero poco importaba. Estaban allí por otra cosa y lo que quería más que nada en ese momento era terminar de dominar la magia del libro de la Fortaleza.

 

Mientras esperaban se hizo presente entre ellas una figura que le arrancó una sonrisa, se alegraba de que su oclumancia cerrara el conocimiento de sus pensamientos a nadie más, pero de verdad se sentía más que cómoda entre las dos brujas que la acompañaban en la clase. A Juv la conocía casi desde que había llegado a Ottery y, aunque no siempre habían tenido la mejor relación, pero no podía negar que era un trato que se había vuelto algo más ameno que al principio. La recién llegada, Joa, compartía con ella el control del escuadrón y eso la hacía sentirse con una de las mejores compañías, por eso le dedicó una agradable sonrisa al saludarla.

 

--Buen día Joa --Distraídamente acarició el dije que colgaba de su cuello mientras escuchaba cómo sería el desarrollo de la clase.

 

--Solo a los humanos el calor les afecta tanto --mencionó como al descuido antes de agregar --me parece que podemos avanzar hacia donde usted sugiere mientras desgranamos nuestras dudas ¿o no? --un sonido lejano empezaba a resultarle molesto y algo preocupante, no lograba reconocerlo, aunque el nivel no era tan alto como para llegar a su parte consciente pero si su mente lo procesaba, en algún punto de su cerebro.

 

--¿Es necesario llevar siempre los anillos y amuletos de los libros para utilizar sus poderes? --consultó con curiosidad mientras giraba su rostro hacia el sonido ¿qué demonios era aquello? --¿Cree que sea momento oportuno de utilizar el anillo detector de enemigos o mejor el de las plagas del otro libro? Porque creo que si no se acercan langostas se viene algo más interesante que me gustaría saber qué demonios es.

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Tenía que hacer dos cosas específicas cada vez que el viento se levantaba: la primera, achinar un poco los ojos; lo segundo, pasar su mano por su barba; le molestaba por sobremanera la arena en su cara, y el revoloteo que se causaba ocacionalmente lo intensificaba, además de que el sudor producto de caminar por un largo rato en el desierto no ayudaba en lo absoluto. Parecía que toda la naturaleza estaba conspirando en su contra, para que él llegue lo más desarreglado posible.

 

Extrañamente, mantenía el buen humor. Finalmente podía cursar ese libro que tan poco le había llamado la atención. Le parecía algo importante, pero no era más que un conjunto de hechizos que hacía una separación taxativa entre magos ¿Por qué lo estaba haciendo él entonces? Más que nada para la curación a sus cercanos y ese anillo que te avisaba de no sé qué de peligros imprevistos o cosas así. Tampoco lo pensaba mucho. Quería aprender, para después democratizar el conocimiento.

 

La cuestión es que había estado caminando un rato por el desierto. Le había llegado la noticia justo cuando estaba caminando hacia la fortaleza tenebrosa para buscar unos libros. Por suerte, había hecho re-imprimir el libro en tamaño bolsillo, que por suerte no era muy grande, y convenientemente lo llevaba justo en esos pantalones cuando emprendió camino a la clase y digo convenientemente, porque en otra ocasión, el tipo seguramente se lo olvidaba en la Black.

 

- ¡Hola! Orión Black. Perdón por la tardanza. Me costó encontrar el lugar –saludó a las cuatro mujeres mientras se quitaba el sudor con la manga de la camisa.

 

Estaba acostumbrado de estar rodeado de mujeres. En la Black, en la Marca, en el Ministerio. Había una clara presencia del género femenino, la cual apoyaba y aportaba con contenido teórico de género. Entendía que las familias mágicas habían dejado muy atrás las separaciones heteropatriarcales en los puestos burocráticos y de enseñanza para pasar a algunos conflictos de pureza de la sangre.

 

Lastimosamente el mundo tenía que mejorarse, un paso a la vez.

 

- ¿Cómo están ustedes? –preguntó educadamente, tras sorprenderse de un grupo de flores creciendo en el hostil ambiente.

 

Se dio cuenta que la profesora estaba enfocada en una escena diferente. Intentó enfocar sus sentidos, pero sus azules ojos no veía más allá de las dunas doradas que se mezclaban a la lejanía y sus oídos, tapados un poco por el cabello cobrizo con puntas azuladas, no captaban más que el silencio interrumpido por las voces de los presentes. No se preocupó mucho igual, sabía que estaba al lado de mujeres con las suficientes armas para reprimir cualquier amenaza.

 

- Perdonen mi ignorancia. He visto a magos con varios con anillos que son nombrados en el libro ¿De alguna forma nosotros debemos conseguirlos? ¿Había que ya traerlos? Porque de ser así…

 

Levantó los hombros y puso cara de nada. Estaba un poco perdido. Hacía relativamente poco que había llegado a Ottery de nuevo y a veces se sentía sapo de otro pozo. Intentaba que eso no lo desanime después de todo.

 

- Entiendo la funcionalidad de cada hechizo, los efectos curativos y la salvaguarda mágica. Se me hace un poco difícil materializar el uso de los objetos mágicos. Siempre estuve acostumbrado a la varita.

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─ ¿Dudas? ─ carraspeó dibujándose en sus labios una lóbrega sonrisa ─ Si, puede que tenga un par, no dude que las externaré en el momento justo…─ agregó ataviándose con los anillos y diversos amuletos que le otorgaba ser la propietaria del libro de la fortaleza. Ya había transitado por un camino similar en el pasado, no le era extraño estar dentro de ese “paraíso”, si podía describírsele de ese modo. Sus orbes lapislázulis iban de un lado a otro, intentando comprender a los Uzzas, no daba crédito a los sitios tan peculiares que solían elegir para impartir las clases de los libros de hechizos. Distaba mucho de las preferencias de los Arcanos para probar la valía y capacidades de cada uno de sus alumnos.

 

─Mi primera duda es sobre este sitio, ¿Por qué algo tan pintoresco y sentimental en cierto aspecto?. Me imagino que es el preludio de lo que nos espera, yo me imaginaba una mazmorra atestada de instrumentos de tortura o implementos que nos ayudarán a utilizar de forma adecuada los hechizos que nos brinda el libro. Puede que mi duda este un poco fuera de lugar, pero como comprenderá profesora, no me apetece quedarme con la misma entre ceja y ceja…─ concluyó aferrando con fuerza el libro. Era una mujer directa y no se iría con las ramas, demostraría a toda costa que esa clase sería aprobada por ella sin obstáculos que se lo impidieran y no le importaba por encima de quien tuviera que pasar para hacerlo.

 

El tener a Darla como compañera de clase, sí que le resultaba un apoyo incondicional en los momentos difíciles. Ambas Nigromantes se daría la mano en el momento justo, no dudaba que formarán una mancuerna inigualable y con esa alianza ambas salieran victoriosas dentro de esa aventura que estaba a poco de comenzar ─Buenas, Darla… ─ sentenció obsequiándole una mirada cómplice a la pelirroja. Jamás se imaginó tenerla como compañera de esa clase, sí que el destino era caprichoso en algunos casos y ese no sería la excepción. La cicatriz cerca de su corazón comenzó a escocer con fuerza, sí que era incomodo tener el anillo de la Nigromancia unido a una herida que jamás sanaría de todo en ella.

 

─ Asunto que tarde o temprano resolveré… ─ musitó para sus adentros. Sintiendo que la marca de Caín, le hacía segunda a su primera cicatriz, no quedaba la menor duda de que cuando deseaban jugarle en contra, sí que encontraban el momento idóneo para poner todo patas arriba. Sus pensamientos se centraron en usar ese incalculable poder a su favor, no le quedaba más que enfocarse en trazar una estrategia que la condujera directamente a la prueba final. Le encantaba la idea de batirse a duelo con alguno de sus compañeros, pero le resultaba mucho más apetitosa una contienda contra la que en ese momento era su profesora.

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Las duchas con agua fría solían relajar más a le pelirrosa que muchas otras cosas. Además, ahora que su pequeño Edward se había quedado dormido podía tomarse todo el tiempo que quisiera allí.

 

Tras una larga media hora, salió y se envolvió en una toalla que cubría su cuerpo. Caminó hacía su habitación y encontró un sobre de la universidad encima de su escritorio. ¿Qué podía ser ahora? No recordaba nada que tuviera que hacer por aquella zona, o eso creía.

 

Cuando la abrió recordó que se había inscrito al libro de la fortaleza casi por obligación de su madre. Comenzó a leer y preparar el libro y su varita justo al lado para que así no se le olvidara a la hora de partir. Una vez leyó la carta varias veces, tomo todo y fue a dejarlo sobre la cama, donde estaban unos pantalones y una blusa para ponérselos, pero no, su estómago se contrajo y desapareció del lugar sin previo aviso.

 

Su pelo en un moño, la toalla aún envuelta en su cuerpo, y Mery vomitando. Así fue la llegada de la chica a aquel lugar desértico. El tema de aparecerse y desaparecerse todavía no era algo que la vampiresa llevara demasiado bien, y menos después del parto de su hijo.

 

- Soy la desgracia en persona –gruñó para sí misma mientras se agachaba y cogía de nuevo el libro y la varita, los cuales habían salido disparados con el aterrizaje.

 

Miró a su alrededor, a lo lejos pudo diferenciar, o al menos eso creía, a un grupo de personas, los cuales suponía que eran sus compañeros de clase.

 

- Vamos allá –susurró, y caminó hacía el grupo de personas, sosteniendo muy fuerte su libro y varita, y aún más fuerte la toalla.

 

Juve, Joa, Darla, Orión y alguien más hablaban sobre algo del libro, quizás de amuletos o algo así, no es que hubiera tenido demasiado tiempo de prestar la atención necesaria para engancharse a la clase. Y tampoco había mirado el libro mucho, sabía lo que le habían dicho su tío Emmet y su madre Anne.

 

- Esto… -dijo intentando unirse a la conversación sin molestar demasiado-. Siento el retraso… Mery Gaunt Karkarov –se presentó, aun sabiendo que la mitad de los que se encontraban allí la conocían, al menos de vista.

 

Miró a su alrededor, ignorando por unos instantes a los demás presentes. ¿Qué hacían en un desierto con flores? Sabía que en los desiertos había cactus y arena, pero nadie le había dicho nunca que en un desierto pudiera haber flores. Arrugó sus labios, confusa.

 

- ¿Cuándo empezamos? –preguntó al fin, soltando un largo suspiro al final.

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Darla se sorprendió por la pequeña pero no por eso sucesión de hechos, insólitos quizás, comprensibles dirían otros, pero sobre todo fuera de lo normal. Lo primero que había ocurrido tras la bienvenida y propuesta de Athena había sido la llegada de Orión, la pelirroja sonrió en señal de saludo al Black, eran primos, o algo de eso, su unión con la familia aún era endeble, su "madre" adoptiva aparecía y desaparecía casi tanto como ella misma y su "madrina" estaba demasiado ocupada con su boda como para recordar que había prometido guiarla en su ingreso a la Black.

 

La sonrisa cómplice de Juv, sumada a la posterior sensación de que algo había cambiado, leve, muy leve, no importaba, todo estaría bien, lo podía sentir en sus venas, no sabía cómo pero lo sentía. Lo más gracioso fueron las preguntas de Orión, ella había cargado con todas las baratijas y él preguntaba de dónde sacarlos, casi lanzó una carcajada al descubrir que el mago no había advertido que venían con su libro... original.

 

La duda de Juv sin embargo era más lógica, aunque para ella el lugar no resultaba sentimental, al contrario, estar en medio de un desierto era, para ella al menos, una forma de retiro, de ir a encontrarse con uno mismo. Sin embargo si debía admitir que las flores le hacían pensar que no estaban solas, salvo que fuera la forma de los Uzza de tentarlos, ponerlos a prueba, hacerlos sentir como en casa, cómodos, cálidos, en un mundo que podía ser gentil y sin embargo. Giró de nuevo, un nuevo sonido y una nueva presencia atrajeron su atención.

 

--Pero ¿qué dem... --comenzó a susurrar mientras apretaba en su diestra a Edelweiss, los libros, debes usar los libros, se dijo a si misma mientras continuaba viendo con asombro a la pelirosa que se acercaba envuelta en una toalla.

 

--Mery --saludó a la bruja, sin estar segura de poder justificar el conocer a la muchacha delante de su profesora, poco importaba en realidad, giró y miró a Athena Rouvás, esperando que sus palabras surgieran en respuesta a sus alumnos, había dicho que faltaban e igual iban a empezar, pero ahora habían llegado dos más ¿serían todos? Podrían seguir adelante o... un viento proveniente del norte comenzó a arremolinar las arenas alrededor del grupo, mala señal, en sus tierras le llamaban el viento de los locos.

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