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Encantamientos


Liam Black
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El Sr. Hawthorne terminó su explicación sobre los encantamientos y Mackenzie se removió inquieta en la silla, planteándose la mejor manera de preguntar al profesor, sin que su pregunta pareciera demasiado precisa o inteligente. Cuando iba a alzar la mano, sin embargo, el profesor se dio la vuelta y la pregunta de Mackenzie quedó en el limbo de las palabras pensadas y no expresadas, pues instantes después el profesor creaba un traslador y seguía con sus indicaciones. Se reprochó a sí misma la lentitud y las dudas y se prometió que no volvería a ser tan cuidadosa. Después de todo, por la forma en que la miraba el profesor, estaba segura de que había logrado convencerle de su escasa inteligencia y nula importancia para la clase.

Mackenzie tocó el traslador, siguiendo las indicaciones del profesor y sintiendo contrariedad porque la sacaran de la Universidad de esa forma. Cuando se deshizo de la inevitable sensación del viaje en traslador, su contrariedad aumentó al verse rodeada de una tierra musgosa y verde que conocía bastante bien, pues no se hallaría a más de 100 millas del lugar en donde se encontraba el Parque Natural de High Flights que ella misma regentaba. ¿Escocia? ¿De verdad me he apuntado a una clase de encantamientos para que me traigan de excursión al campo a cazar haditas? Sí, ya sé que estamos en Escocia, no necesito que me lo recuerden -pensó cuando el profesor les ubicó sobre el lugar en el que se encontraban-. El pueblo se llama Uig y estamos en la Isla de Skye, en las Hébridas interiores.

Obviamente se guardó sus pensamientos para ella y puso especial cuidado en que sus emociones no pintaran su rostro de púrpura o algo peor. Sin embargo, cuando el Sr. Hawthorne se puso a hablar de la energía que involucra a la magia no pudo evitar enarcar una ceja. Después de todo, aquel hombre no era un ignorante.

Con una floritura de la varita hizo aparecer una emboscada de duendes. No, haditas no, duendes. Los había traído allí a cazar duendes. Y no de cualquier manera, no, sino al estilo del torneo de los tres magos o de un partido de quidditch, compitiendo. Encima se desaparecía con aquella Potter Black. En fin, iba a ser un poco difícil coger al profesor por banda para poder preguntarle. De momento, tenían que deshacerse de los duendes con un encantamiento. Bien claro se lo había dejado.

Lyra se dirigió hacia Mackenzie y Aine para formar el grupo que les había organizado el profesor. La Malfoy, que se presentaba sólo como Yellbridge, no pudo evitar un tono exasperado cuando contestó a la pregunta de la Selwyn.

- Claro que te puedes llevar uno a casa. Por mi, nos los llevamos a todos. Tampoco sería tan complicado. Aunque yo mejor los dejaría en el aula de encantamientos a ver si terminaban de arreglar la humedad y las grietas. ¡Mejor todavía! A ver si terminaban de agrietarla y hundirla en agua y así, de una vez, nos ponen un aula decente, que se supone que se han gastado una fortuna en la nueva Universidad.

Justó terminó de hablar cuando a la emboscada de duendes convocada de la nada por el profesor se unió una bandada de duendecillos que revolotearon a su alrededor. Un instante después un Inmobilus de Lisa, una de las compañeras de clase que había sido asignada al otro equipo en liza, los paralizó en el aire.

Los otros duendes, los convocados por el profesor, seguían en su avance hacia ambos grupos de competidores, mientras el profesor se había parado a hablar con Darla unos metros más allá.

- ¿Habéis visto que verde es todo esto? - Preguntó Mackenzie a sus compañeras de equipo, volviendo otra vez a su apariencia de niña boba "nomeenterodenada"- Es tan... tan... verde...

No terminó las palabras. Se giró alrededor como si contemplara las amplias millas de verdes y desnudas mesetas y se deleitara en ellas. En realidad, lo que estaba haciendo era concentrar con los brazos abiertos el máximo de energía de aquella zona de alta capacidad telúrica, uniéndola a su propia energía vital. Y cuando supo que concentraba un poder difícilmente igualable, siguió girando, empuñando su varita con la mano izquierda, que no usó para nada, y metiendo disimuladamente la mano derecha debajo de la sudadera para empuñar con fuerza la oculta varita de sauco, una varita especialmente útil en encantamientos.

- ¡Es tan... tan... verde... Ver-di-MILL-i-ous! - Gritó la última palabra y se abrazó el pecho con los brazos, como si sólo se deleitara con las millas verdes que contemplaba, obviando por completo todo lo demás y con el gesto de mayor inocencia dibujado en sus ojos que, sin embargo, vieron con toda claridad el efecto del potente encantamiento que acababa de lanzar. La varita de sauco encantó la energía verde con tal intensidad que pudo verla en acción duranteunos instantes con sus propios ojos. Vio como esa energía encantada recorría las mesetas y surcaba el pasto a toda velocidad en haces de intensa luz verde. Luego se concentró en un blanco fogonazo que cegó a todos los duendes a la redonda, los de la emboscada y los voladores, aún paralizados por el Inmobilus de Lisa. Por último, unas chispas verdes y una enorme descarga eléctrica embistieron a las criaturas.

Era el momento que Mackenzie había esperado. Miró al profesor y lo vio en la distancia.

- Acordaros de .... -muy bajito, al oído, les dijo algo a sus compañeras de equipo. Luego, salió disparada a la carrera para alcanzar al profesor.

- ¡Profesor! ¡Eh, profesor! ¿Qué ha sido eso? ¿Lo ha visto? Yo... yo no hice nada, sólo estaba admirando el pasto. -Anunció Mackenzie, jadeante, cuando alcanzó al Sr. Hawthorne a la carrera.

Tomó aire varias veces, haciendo que pareciera que se sentía mucho más exhausta de lo que en realidad se sentía.

- Verá profesor, quería preguntarle. Es que se me ocurrió que una forma de deshacernos de los duendes sería utilizando el tiempo, encantándolo. Por ejemplo, dándole la propiedad de alargarse, para que el tiempo en el que están las criaturas ahora se volviera eterno o, al revés, acortándolo, para que su vida pudiera pasar en un instante. O sea, igual que se puede encantar el espacio y hacerlo más grande o más pequeño, tiene que haber un encantamiento que permita alargar o acortar el tiempo, ya sabe. Pero el caso es que no conozco ninguno. Un chamán de una tribu aborigen de Australia dijo que se podía hacer. ¿Usted cree que es posible?

Esperaba que la pregunta sonara ridícula, pero no tanto como para que el profesor pudiera obviarla.

Las criaturas aún seguían ahí, demasiado confundidas, cegadas y doloridas para molestar durante unos minutos, pero aún no habían acabado con ellas. Eso esperaba que quedase en manos de sus compañeras de equipo, mientras ella tan solo ganaba un poco de tiempo para sus propios fines.

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Realmente, las cosas estaban muy confusas y no por los duendes o duendecillos que nos perseguían en ese momento. Si no les habíamos hecho nada, pero no era eso lo importante. Antes de llegar a clases había leido sobre encantamientos y comprendido que encantamientos y hechizos era lo mismo, sin embargo algunos los trtaban como cosas diferentes. Esa duda era la que me carcomia, si eran diferentes, ¿qué era lo diferente?

 

Termine de hablar con mis compañeras de equipo y antes de otra cosa, me hice un encantamiento desilusionador, con lo que no era tan fácilmente detectable para estos criaturas, habia leído un poco sobre el tema y ponerme a practicarlo un poco. No podía detenerme mucho, así que señale primero a los duendes que aunque no me vieran podían tirarme al ser demasiados si pasaban por donde estaba.

 

-Skurge- Grite señalandolos y repitiendo el hechizo un par de veces.

 

De mi varita salieron poco a poco varios rayos, con la intención de hacer huir a los duendes. No quería hacerle daño a los duendes, solamente espantarlos, o como contaba la leyenda sobre lo que dijo un elfo no quería matar, solo herir o mutilar, pero matar nunca. Ese hechizo había sido sugerido por Mack, aunque por mi cuenta quise realizar otros.

 

-Locomotor Wibbly- Exclamé varias veces a los duendes que venían corriendo y sus piernas pronto quedaron como si fueran una masa de gelatina. Señale esta vez al grupo más cercano de duendecillos y grité varias veces el siguiente hechizo o maleficio.- ¡Mocomurciélago!

 

No estaba segura si era maleficio pero aparecía en la lista de hechizos, estaba totalmente confundida pero era la unica ocasión en que podría probar esos hechizos, aunque no estaba segura de que funcionarían.

 

La escena fue desagrable. Los duendecillos impactados por el hechizo fueron cubiertos en seguida por mocos en forma de murciélagos negros, que salían de sus narices. Al no poder ver chocaban entre ellas creando un caos mayor.

 

-Creo que eso no fue muy útil.- Pensé.

 

O a lo mejor si, al menos no me habían atacado por un momento ni un grupo de duendes. El efecto del hechizo de encantamiento desilusionador estaba terminando, por lo que pronto sería detectable para estas crituras. En verdad quería llevarme una de cada uno.

 

-Peskipiski Pesternomi- Dije en voz alta señalando a otro grupo, sin efecto. Este hechizo lo había sugerido Mack también, pero no parecía surtir efecto.-Seguro lo dijo en broma y le creí.

 

Movi la cabeza negativamente, mientras les volvía a enviar a los duendecillos otros Mocomurciélagos, al menos ese hechizo era divertido. Realice de nuevo en encantamiento skurge para espantar más duendes, ¿qué los habría hecho venir hacia nosotros?

 

Suponía que eso no era importante, a menos que lo que los hubiera hecho venir hacia nosotros, no tardara en llegar.

Editado por Lyra Katara Ryddleturn

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Caminaba junto a Liam, asombrada aún por la aparición primero de los duendes y luego de los duendecillos, Lisa se había hecho cargo de los segundos. Solo Merlín sabía quién los había invocado o si habían estado al acecho de algún mago o bruja desprevenido. Nunca se sabía en lugares como ese. Darla podía sentir la fuerza que había en el lugar, por un momento miles de recuerdos fluían por su mente, recuerdos no propios, sino de Scarlet buscando en aquellas tierras a las brujas más poderosas pero acequibles para ponerlas al servicio de su ejército vampírico.

 

Podía escuchar las voces y conjuros de sus compañeras de clase e iba a preguntarle al joven profesor una vez más que es lo que planeaba cuando sintió la fuerza, un estremecimiento recorrió toda su médula y la pelirroja presionó con fuerzas a Edelweiss entre sus dedos. Los chillidos y la corrida de Mackenzie la hicieron ponerse en guardia, no, nada malo sucedía, solo que la chica era, una vez más, una exagerada. La observó con detenimiento mientras jadeaba y le recordó a ella cuando respiraba, innecesariamente.

 

Por respeto se alejó un par de pasos mientras la muchacha comenzaba con sus preguntas, por un momento un escalofrío le recorrió el cuerpo al pensar que a las criaturas les podrían acortar la vida de esa manera. Agradeció que sus pensamientos estuvieran protegidos tras una barrera oclumántica o seguramente más de un mortífago la censuraría por aquel momento de compasión. No podía negar que la pregunta era interesante eso si, pero le aterraba el pensar que alguien pudiera tener además semejante poder.

 

Su mirada se centró en sus compañeros de clase, reparando que una de ellas, la minina, había desaparecido, pero segundos después varios rayos y otros cuantos hechizoas que surgían de la nada le revelaron su posición. Inteligente postura el utilizar un hechizo desilucionador, lamentó que no hubiera por allí algo de buen tamaño para transformar en baul y meter dentro a todos los duendes, duendecillo y demás yerbas que anduvieran por la zona. Quizás convertir algo más chico y aplicarle un encantamiento de extensión indetectable, incluso así podrían llevar a los duendes a dónde quisieran. Nótese que a ella no le tocaba enfrentarse a eso, así que se volvió, atenta hacia Liam, a la espera de que el mago o respondiera a Mackenzie o le indicara que debían hacer a partir de ahora.

 

Aún podía sentir la vibración del aire a su alrededor, en verdad aquello era una sensación de la más pura y amplia magia que reinaba en el lugar. Se preguntó si habría manera de canalizarla, quizás a través de sus propios cuerpos podrían hacerlo, e incluso ampliarla hasta límites inimaginables. En su interior pudo sentir como Scarlet sonreía satisfecha y supo que la vampiresa había elegido aquel lugar en el pasado para buscar a una bruja tan poderosa como Kim para su ejercito, claro que no le había sido tan fiel como la Black.

 

La clase, se volvió a repetir a si misma mientras se centraba, una vez más en los que estaban a su alrededor. Pero no podía negar que su mente estaba dividida, saber que su amado estaba en una misión personal más que complicada le robaba parte de su concentración, esperaba que no lo notaran. Veía el verde del lugar, el encanto que había a su alrededor y no podía evitar pensar cuánto deseaba haber podido compartir esa clase, ese viaje con su amado. Suspiró y se obligó una vez más a relajarse y concentrarse, ya encontraría alguna oportunidad de enviar un mensaje para saber de él.

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No sé si me vaya a dar tiempo, aunque sí me gustaría escuchar tus explicaciones —quiso seguir, pero las instrucciones del profesor le interrumpieron de comenzar una discusión con Jock. Seguía molesta, pero ya menos y lo mejor era no tentar la suerte. Sí, eso era lo mejor. Escuchó con atención las palabras del Hawthorne y, con recelo, accedió a tocar el objeto reluciente que ofrecía. Aunque, quizá, lo que más le motivó fue la promesa de una bonificación mucho mejor de la que le había traído allí, ese día. Selló una tregua temporal en los labios de Jock y se acercó a su grupo. Lyra y Mackenzie ya estaban preparadas.

La presión que nacia desde el interior de su cuerpo, producida por el traslador, era una sensación que no le gustaba y su rostro no supo disimularlo. Se abrazó el torso con el brazo que le quedaba libre y cerró los ojos esperando que acabase rápido.

Puedes intentarlo... —respondió a una Lyra casi interesada en echarle mano a uno de esos diminutos demonios burlones. O eso eran para Ainé.

Cuando sus ojos se acostumbraron al nuevo lugar, agradeció la elección. Por origen, la naturaleza siempre había sido habitat, su complemento. Aunque Liam no lo hubiese hecho pensando en ella, agradeció el detalle. Estando allí, nada podía salir mal. Ni una legión de duendes podían hacer algo contra eso. No sólo era la magia en su estado puro, Ainé podía sentir mucho más y aprovecharlo a su favor.

No seas cascarrabias, Yellbridge. Mi familia ha dado mucho para que este proyecto se lleve adelante; digamos que he perdido mi cuota de la herencia, aunque no me preocupa, porque siempre me queda mi hermana —esto último fue un guiño al verdadero ser oculto tras una transformación bien ejecutada—. Aunque sí coincido contigo en algo: es de un verde perfecto —aspiró el aire y llenó sus pulmones del más puro oxígeno.

«Verdimillous. Sí que estás jugando bien tus cartas y ahora entiendo el motivo de elegir esa vestimenta. ¿Qué más ocultas tras esa cándida inocencia?», pero no compartió su pensamiento con nadie más. Aunque seguro que Mackenzie podía descifrarlo en su rostro.

Seguro que podemos encargarnos de eso que sugieres Mackenzie, ¿Cierto, Lyra? Aunque, primero tengo que ocuparme de algo —su hermana salió disparada y muy confiada en su nueva apariencia, que Ainé dudó si llegó a escucharla por completo. ¿Podría alguien descubrir que de verdad se trataba de la viceministra?

Lyra, con gesto serio, se concentró en la tarea y dedicó una retahíla de hechizos para refrenar la embestida de los duendes. Ainé deseó que tuviera éxito.

La sacerdotisa caminó con cuidado entre la hierba. Parecía sortear una secuencia de interminables obstáculos, hasta que sus pies se toparon con un desnivel que sólo podía ser avistado por alguien muy dado a los detalles, o curioso si así prefieres llamarlo. Murmuró algo y tiró de un lazo invisible que unía a su varita con la superficie. El resultado casi fue catastrófico...

Era como si desvistieras una gran cama, dejando el colchón desnudo. Aunque este colchón no tenía relleno. La malla que simulaba un vivo cesped, dejó a la vista un foso de grandes dimensiones, que se iba agrandando a una velocidad preocupante y que amenazaba con arrastrarte a sus profundidades. Se preocupó por Lyra y Mack, aunque confiaba en las cualidades de sus compañeras. No así en las del equipo contrario o de Liam, el profesor. Jock estaba aún adormecido por el efecto de la veela y los otros estaban tan enfrascados en seguir una línea, que no miraban más allá de lo que le permitían sus ojos. Eso, sn duda, estaba a favor de Ainé y las chicas.

Lo siento, cariño. En el amor y la guerra, todo vale.

 

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Estaba alejada del resto del grupo, por estar entretenida con los duendecillos. Mackenzie y Aine se habían acercado al profesor, por lo que me limite a sacar una mochila negra de esas de campamento - de uno de los bolsillos de la chamarra, que tenían un encantamiento para hacerlos más grande y guarde ahi un par de cada tipo de duende para llevármelos de recuerdo. Me acomodé la mochila en la espalda, esperando que el profesor no notara lo que quería hacer.

 

Empecé a dirigirme al grupo con la varita en la mano derecha como siempre, pero lo que vi fue impresionante. Se estaba creando un enorme foso donde se encontraban mis compañeros por lo que empecé a retroceder hastaa mantenerme a salvo.

 

-¡Cuidado!- Grite, pero ya era tarde para los demás.

 

¿Qué había pasado? Lo más curioso era que los duendes y duendecillos se habían alejado del lugar, como si temieran algo, lo cual era bastante raro. Ellos eran felices molestando y nunca dejarían de molestar si tenían la oportunidad.

 

Volví a realizar el hechizo desilucionador para camuflajearme, manteniéndome alejada de aquel sitio. Afortunadamente no había seguido a mis compañeras y más bien, mientras intentaba atrapar a esos pequeños traviesos, me había separado más del grupo. No me movería de donde estaba. O más bien, era mejor que siguiera alejándome del sitio.

 

Los duendes que me llevaba de recuerdo no parecían estar felices en la mochila, a la que le había hecho un pequeño agujero para que entrara aire. No quería que murieran asfixiados en ella. Les hice otros encantamientos para que estuvieran quietos.

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¡Qué poca fe! -Pensó Mackenzie- cuando oyó a Lyra pronunciar el famoso Peskipiski Pesternomi. Se lo había advertido, había que pronunciarlo con las últimas "i" tan abiertas que casi parecieran "a" - Peskipiskai Pesternomai -. Ese había sido el error de Lockhart, años atrás. Su padre, Crazy Malfoy, se lo había explicado a Mackenzie, entre risas por el tonto error de Lockhart, cuando ella era apenas una adolescente a la que todavía le gustaba jugar a atrapar duendecillos. Estaba claro que Lyra no la había creído.

El Skurge que lanzó Lyra a los duendes resultó más efectivo y éstos se asustaron y comenzaron la desbandada en todas direcciones. Pero algo los retraía, no se iban del todo. O bien el profesor había utilizado mucha energía al convocarlos y, por ello, no eran fáciles de espantar o bien algo o alguien les asustaba lo suficiente para cortarles la retirada. Tal vez, incluso, pudieran estar ocurriendo ambas cosas.

Mientras Mackenzie esperaba la respuesta del Sr. Hawthorne a la pregunta que le había planteado, ocurrió lo que nadie había previsto. La cesped bajo ellos se abrió y un enorme foso, que se iba agrandando a cada instante, surgió ante ellos. Vio a su hermana Aine tratando de esquivarlo y escuchó a Lyra, la más alejada del creciente foso, gritar unas palabras de alerta. ¿Qué podía hacer? Si hacía algo muy llamativo, podía ponerse al descubierto. Mientras Mackenzie pensaba, el foso se agrandaba y avanzaba hacia el lugar en el que se encontraba, junto a Darla y al profesor.

Y, entonces, sumida en un rápido revoloteo de pensamientos confusos y contradictorios, Mackenzie vio, a pocos pasos de ellos, el porqué los duendes y duendecillos no habían terminado por huir despavoridos. Unas criaturas tan enormes como las propias mesetas circundantes, surgían de todas partes. Más de cien enormes masas de carne y músculo avanzaban hacia ellos y sus pasos retumbaban en la escasa tierra que aún no había sido tragada por el foso. Portaban armas en sus enormes manazas y gritaban en una lengua extraña. En sus rostros, se pintaba la furia y el deseo de batalla. Eran gigantes.

 

Los gigantes se lanzaron a correr y los pocos duendecillos que aún quedaban eran espantados por enormes manotazos, hasta no quedar ni uno. Los duendes, no muchos ya, trataban de apartarse como podían, mientras en el Bosque de Hadas todo era caos y gritos.

 

El foso seguía avanzando bajo nuestros pies.

 

Los gigantes gritaban enfurecidos.

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Había sido despistado al no cerciorarme de lo que ahora era un problema. No me había asegurado de que funcionase bien, porque no tenía idea de que la distancia influyera en un mísero encantamiento, pero al parecer lo había hecho, y tenía que arreglarlo. No solo para mí, sino para todos los alumnos que me habían acompañado a Escocia. No volvería a perder mi empleo como profesor en la nueva y modernizada Universidad.

 

—El problema es ese, tener un plan inquirí mientras avanzaba con Darla, alejándome de los demás—. Resulta que, mi mente estaba conectada con la universidad, y a su vez, el traslador se alimentaba de aquella conexión para funcionar. Ustedes creyeron pasar por un laberinto, creyeron llegar a un aula demacrada, porque en realidad siempre permanecieron en la nueva aula de encantamientos que el ministerio nos entregó relamí mis labios—. Claro que donde estamos ahora sí es la realidad, no sería tan divertido hacerles creer que estaban en Escocia, pero...

 

Y el estallido.

 

Miré hacia todas las direcciones y lo único que pude percibir fue un estrepitoso destello verde que ocupó gran parte de la isla. Lo reconocí al instante, alguien había usado el encantamiento Verdimillious de una manera mucho más potente que la habitual. No era profesor de encantamientos para nada, y mucho menos iba a pasar por alto semejante cosa cuando aquel hechizo había sido el tema principal de mis clases anteriores. Pero, incluso con toda la energía que aportaba la magia del descampado, nunca nadie hubiera podido realizar aquel encantamiento a tal magnitud. Había un mago realmente poderoso allí...

 

—Señorita Yellbridge, será mejor que omita sentarse a admirar el pasto y pensar en preguntas tan retorcidas y vuelva a sus deberes, si es que quiere aprobar la clase o hacer que su equipo gane había algo raro en la alumna, ni siquiera una squib era tan tonta como esa mujer—. De cualquier manera, no necesita encantar el tiempo, parece que sus compañeras se la están empeñando bastante bien.

 

Pero, ¿en serio lo hacían? Cuando levanté la vista, lo último que pude ver fue a la alumna Lyra robándose un duende, justo antes de sentir el temblor bajo los pies y caer inevitablemente hacia atrás. Eso estaba mal, muy mal. ¿Qué estaba ocurriendo con la clase? Primero un hechizo tan potente que a falta de gran sabiduría sin dudas no podía ser realizado, luego el temblor y ahora... ¡Gigantes! Tenía que poner orden.

 

¡Partis Temporus!

 

La energía del lugar me brindó la suficiente magia como para hacer una versión bastante potente de aquel encantamiento. Podía sentir el maná recorriendo mi sangre, y era algo que peculiarmente se disfrutaba. Una barrera invisible se formó alrededor de la fosa que lo único que hacía era agrandarse, al menos antes de que el hechizo la rodeara. Era como un enorme corral mágico que desafiaba la naturaleza. Una cosa menos.

 

Sin embargo, los gigantes que vaya a saberse de dónde habían salido, no parecían asombrarse con mi magia, porque ni siquiera eso los había detenido. El lado bueno de aquello era que al menos los duendes ya no estaban molestando, pero lo que había quedado en su lugar eran unas horrendas criaturas que además de enormes eran letales.

 

Ubiqué una vez más la concentración de la magia que me rodeaba para mover con la varita a los gigantes y reunirlos en un buen grupo alejados de los magos. Acto seguido, susurré un par de palabras irreconocibles que acompaban al potente Diminuendo que logró afectar a todos y cada uno de ellos, convirtiéndolos en justamente lo contrario. Ahora más que enormes y peligrosos parecían ser pequeños e inofensivos.

 

—¿Qué es lo que pretendían? Creí indicarles bien que no necesitaban más que un par de encantamientos para deshacerse de los duendes. ¿Y abren una grieta en el suelo? ¿Atraen a los gigantes? No sé lo que pretenden sobre esta clase, pero que los haya traído a Escocia no significa que estemos disfrutando un día de campo estaba enojado, y era comprensible. Quizás ya no volviera a hablarles educadamente—. Quiero que canalicen la energía del lugar y hagan hincapié en ello para revertir la gran fosa que crearon. Alguien de ustedes parece tener una varita de Saúco, así que no les resultará difícil.

 

Obviamente era un comentario sarcástico, pero en mi mente no descartaba la posibilidad de que eso fuera real. El Verdimillious había sido bastante potente.

 

»Y, Selwyn, intente no llevarse un gigante en su bolso ésta vez.

 

Guardé la varita mágica una vez más en el bolsillo de mi capa y sacudí notoriamente ésta, volviendo a dar una vuelta para acercarme a la compañera que más alejada del caos se encontraba.

 

—Retomando, Darla... Supe que había algo mal en cuanto Jocker desvió su camino, porque era mi propia mente. Y todo empeoró cuando viajamos por el traslador. Ahí la conexión se perdió; al parecer el encantamiento no soportaba la distancia entre mi mente con la institución bufé—. Aquí cerca está la Laguna del Hada, y quizás si nos ayudamos con la magia que eso nos brindaría más la magia que todavía el mapa que les entregué debe de tener, podríamos crear un nuevo traslador con el pergamino. Necesitarían trabajar juntos todos, juntar sus poderes... No creo que les sea muy difícil si pudieron atraer al viejo Storr y sus secuaces hasta aquí.

 

 

 

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You can't make people love you, but you can make them fear you.


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Escuché el regaño del profesor, al menos no me había hecho dejar a los duendes que llevaba en el bolsillo y eso me alegró, pero no me gustaba que se enoajará si no tuve que ver con los gigantes. Me volví y le saque la lengua a Mackenzie y a Aine como niña chiquita, aunque tampoco las delataría, pero se llevarían un ataque gatuno si llegaba a reprobar.

 

-No quiero un gigante, son tontos, feos y destruyen todo.- Proteste.- Aunque... Chiquitines se ven muy lindos.

 

El profesor ya se había alejado de nuestro grupo y estaba con Darla nuevamente. Los pequeños gigantes se alejaban, pero prometí no llevarme uno de recuerdo, si bien estaba tentada, aunque lo que me detuvo más que portarme bien, fue el peso de la mochila.

 

-Supongo que los duendes si me los puedo llevar.- Pensé.

 

El profesor en ningún momento dijo que dejara los que metí en la mochila, solo que no me llevara un gigante, así que en realidad no estaba desobedeciendo. Se los enseñaría a mi hijo Lionel cuando regresará de la clase. Mis otros hijos ni sabía donde estaban y era mejor no preguntar algunas veces de lo que hacían, pero ahi estarían mis duendes para cuando se dejaran ver. Duendes y duendecillos, en se momento parecían estar tomando una siesta. Sus compañeros ni cuenta se dieron de su desaparición, los dejaron a su suerte, lo cual era una pena. No para mi, claro estaba.

 

Me quede a ver como hacían las culpables de ese agujero para rellenarlo, porque no se me ocurría nada. Tal vez un terreus, pero dudaba que si había algún miembro de la Órden en el grupo quisiera delatarse para facilitarles la tarea. Alguna veces fui testigo de como usaban ese hechizo, era una lástima no poder usarlo. Sabía como hacer agujeros, pero no como llenarlos.

 

Decidí sentarme lejos del enorme agujero, para ver como solucionaban ese asunto. Aunque lo que sí era cierto, era la cantidad de energía que se sentía en ese lugar. Quizás era la posición que en la que estaba sentada y que estuviera tranquila lo que me ayudaba a sentirla, pero seguía sin ver nada de tierra en el sitio indicado. Tal vez un poco de concentración sirviera más, pero no quería concentrarme en ese momento. Me levante y camine un poco por el lugar, observando un poco lo que pasaba a mi alrededor.

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- Me va a perdonar usted, Sr. Hawthorne, pero ¿nos está acusando de robarle a la Vice-Ministra de Magia? - Mackenzie, en su papel de boba, hizo caso omiso al sarcasmo del profesor y se lo tomó en serio, como correspondía a la ingenua chiquilla que pretendía aparentar. - Sólo existe una Varita de Sauco y está vinculada a ella. Sería muy difícil que ninguno de nosotros consiguiera tal varita. ¿No cree?

 

Sonrió, pero en el fondo estaba airada. Tanto, que tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder contenerse. En primer lugar, estaba airada consigo misma. Había acudido a aquella clase con la intención de obtener una información para su última investigación de arqueomagia que, le habían asegurado, poseía aquel hombre. Un vampiro que antes había sido licántropo y que ahora daba clases de encantamientos. ¿De verdad podía haberse equivocado de hombre? No, no lo creía. La realidad es que Mackenzie tenía la prueba de que no se había equivocado ante sus propios ojos. Era un mago más poderoso de lo que daba a entender y con un cierto don, como demostraba aquel Partis Temporus que acababa de lanzar o la fuerza con la que había convocado a los duendes. Por lo tanto, debía interpretar que no era un hombre fácil de convencer o manipular. Pues muy bien, ella tampoco lo era.

 

Pero lo que la enfurecía aún más era la acusación injusta de haber creado aquel foso y haber traído a los gigantes. Eso le tocaba una de sus venas más sensibles: su sentido de la justicia. Y fue por ello que terminó por perder la compostura.

 

- Por lo demás, profesor. Ni yo, ni creo que la señorita Ainé Malfoy, según lo que han visto mis ojos, hemos traído aquí a los Gigantes ni hemos abierto ninguna fosa en el suelo. La fosa estaba aquí y se abrió solita porque la señorita Ainé tiró de algo sin querer. ¿Todavía no se da cuenta de que es una trampa? Probablemente era una trampa para los gigantes, pero se abrió por accidente al llegar nosotros aquí.

 

Conforme hablaba, su enfado aumentaba y su tono iba subiendo, sin que su furia y sus emociones desbocadas le permitieran contenerlo.

 

- Y en cuanto a los gigantes -lanzó a Lyra una mirada acusadora, a la vez que al profesor, pues no había olvidado la sacada de lengua de ésta, como si Aine y ella fueran culpables de algo- es bien conocido que hay gigantes en esta zona. ¡Por las barbas de Merlín! ¿En qué se basa para pensar que los hemos traído o atraído nosotras? Le diré algo, no tengo ni idea de cómo solucionar lo del foso -mintió Mackenzie, con los ojos incendiados de furia- pero aunque lo supiera, no lo haría. Si había una trampa tan descomunal como para tragarse a todos estos gigantes, por algo será, ¿no cree? Además, alguien que con un sólo Diminuendo logra convertir a 100 gigantes en la antítesis de sí mismos, me parece que no tendrá muchas dificultades para solucionar el problema.

 

Mackenzie se alejó a zancadas hacia la fosa. Prefería estar dentro de aquel abismo que seguir aguantando que la acusaran injustamente.

 

-¡Ah! Y si quiere suspenderme, me importa tres pimientos - Gritó Mackenzie desde el borde de la fosa. - Pero tendrá que pedirnos disculpas a Ainé y a mi, si quiere que vuelva con usted a la Universidad. Si no, aquí me quedo.

 

Mackenzie no lo vio. Había llegado al borde del abismo demasiado enfurecida como para fijarse en nada. Cuando la criatura abismal tiró de ella, perdió el equilibrio y cayó. La negrura la rodeaba.

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Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
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Pretendo aprender, señor Hawthrone y supongo que usted pretende enseñarme. O eso espero, vamos —esta vez ya no sonreía y tenía claro que Liam lo entendía muy bien—. Si nos trajo aquí, debía ser conciente del terreno y los peligros que puede encerrar. Más bien debería agradecerme el que haya encontrado esa trampa mortal y evitar que el Ministerio le culpase por cualquier incidente en su clase. ¿Es la primera luego de las reformas, sabe? Todo el mundo tiene los ojos puestos en cada profesor y su clase. ¡Imagine los titulares que pueden ocupar la primera plana de El Profeta!

 

Liam debía conocer a Ainé y le extrañó que soltara a la ligera una acusación sobre un delito, del que esta vez, no formaba parte. Ella le miró fijamente y deseó que el hombre no olvidara a quién le estaba hablando. Ella no era una chiquilla inexperta, era su superior inmediata. No ahí, pero sí dónde en realidad importaba.

 

Todo este tiempo hemos estado atendiendo a su mandatos, sin chistar. Hemos venido a este punto perdido en la nada y ¿usted lo que hace es soltarnos, sin más y que nos arreglemos por nuestra cuenta? ¿Y todas esas preguntas que planteó antes Mackenzie y que ha preferido no responder? No. No me parece que esté para asistir a un picnic; de lo contrario habría escogido otra vestimenta más acorde. Ahora que lo dice Mackenzie...sí que espero una disculpa —miró hacia donde se encontraba Lyra, que caminaba por el terreno y luego se fijó en el bulto de su mochila. Al final se había decidido por el duende.

 

»¡Cuidado! Mobilicorpus —había actuado rápido. Su varita reaccionó al hechizo y la energía cargada en el ambiente lo hizo más efectivo. En otro momento no habría podido salvar a su hermana, pero se alegró de que funcionara. Corrió hacia donde estaba ella y esperando que no le hubiera pasado nada.

 

¿Ve lo que pudo haber ocurrido? De otra cosa que le salvo, señor Hawtrhone. Va a quedarme en deuda.

Editado por Aine Malfoy

 

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