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El Día de la Ira


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~Wilhelm O’Brien López, Presidente del MACUSA

443 de Rivington Street, New York

Mientras espera, si un estado de inconsciencia inducido por el dolor se puede llamar espera. Pero aún así su cerebro se mantiene en un estado en que es capaz de captar los estímulos externos aunque no los entiende. Son destellos de luz que su cerebro no es capaz de conectar y mucho menos de darles sentido. De alguna forma su subconsciente es lo único que se mantiene activo.

 

Ese es el motivo por el que la escena en su despacho se repite una y otra vez. Y con cada repetición vuelve a sentir el dolor que experimentó en aquel momento. No es únicamente el dolor físico, no es solamente sus quemaduras y las magulladuras tanto externas como internas de su cuerpo. Es mucho peor, lo que más le duele es la impotencia. el saber que no será capaz de salvar a ninguna persona.

 

En algún momento, mientras Kelian está curando sus quemaduras, despierta de forma violenta producto de una convulsión. El mago, que parece bastante hábil, logra controlarlo sin que se haga más daño del que ya tiene. Luego de un tiempo con las pociones haciendo efecto finalmente abre los ojos.

 

—¿Cuántos murieron?

 

 

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Lo cierto es que Ellie no posee un carácter explosivo, a diferencia de Madeleine o la propia Melrose. Ella es una bruja tranquila, con una gran paciencia y que, la mayoría de las veces, prefiere mantener silencio a comenzar una confrontación. Muchas veces, llega a convencerse a sí misma de que no es más que una cobarde, que no es capaz de defender sus ideales y sus creencias. Que es una cobarde que permite que la pisoteen y la manipulen. Que la humillen, incluso. Y quizás sea cierto. Pero ésto es diferente. Si hay algo que puede tocar a Ellie, si hay algo que la indigne, la enoje y la haga explotar, es eso. Lo que vio en aquel pensadero. Incluso más allá de la crueldad, más allá de la ausencia de empatía, más allá de la deshumanización hacia las personas mágicas... La deshonra del conocimiento.

 

Porque ¿no es ella una científica? Ellie ha dedicado los últimos años de su vida a la exhaustiva investigación y el estudip de diversas ramas de la magia. A la hora de ahondar en la magia y buscar nuevos saberes, Ellie se rige por lo que los muggles conocen como método científico. No puede escribir ensayos o anunciar un descubrimiento o creación, así como así. ¡Cómo si fuera tan fácil! ¡Cómo si de esa forma alguien la fuera a tomar en serio! Por supuesto que no. Ella debe seguir un método ordenado de pasos. Ella observa, formula una idea para explicar lo observado, lleva a cabo experimentos para comprobar —o refutar— su hipótesis para entonces poder escribir una teoría que explique su hipótesis y extraer las conclusiones pertinentes. ¿No es ella una científica, entonces?

 

Por eso, lo que vio, lo que experimentó, la llevó a ese extremo de sensibilidad. Porque detesta verse reflejada en ese tipo de personas. Siempre ha sido así, se trate de magos o muggles. Si rechaza ciertas prácticas, no es por lo que se diga de "oscuridad" o "maldad"; para ella, la magia no es buena ni mala per sé. Es, y ya. Lo bueno o lo malo, es lo que se hace con ella, con ese conocimiento. Y sí, no cree que el conocimiento deba limitarse, siempre y cuando se use con cierta ética. ¿Dónde está su límite? No está de acuerdo con los experimentos en seres vivos, ya se trate de personas, seres, criaturas o animales. Y muchísimos menos está de acuerdo con secuestrar y torturar personas. ¡Niños! ¡Bebés! No hay nada que lo justifique. Ni todo el conocimiento del mundo, valdría la pena si se obtiene de una forma tan... grotesca.

 

Para Ellie, aquello es una deshonra a todo lo que hace, todo lo que defiende. Mancilla la búsqueda de conocimiento.

 

Por unos momentos, nadie es capaz de decir nada. Tiene un nudo en la garganta y la voz encogida, atrapada. Es incapaz de intervenir en el breve intercambio entre Kaori y Emily, acerca del paradero y la situación de una bruja llamada Valkyria, la persona a la que pertenecen aquellas memorias. A pesar de que no la conoce, le preocupa genuinamente si situación. Pero, como bien le dijo a Kaori, no se siente capaz de actuar. Porque es evidente por dónde van los tiros: una infiltración en aquel lugar. Y aquel tipo de misión, no es uno que ella pueda realizar. Se siente demasiado torpe, nerviosa y miedosa para ello.

 

—Opino que debemos cubrir varios flancos. ¿Quizás deberíamos pedir refuerzos? —sugiere Ellie, quien comienza a pensar en varios nombres para la misión— Necesitamos un grupo que se infiltre, que sea capaz de controlar la situación para rescatar a Valkyria... y a todos las personas, atrapadas allí, que puedan. No sabemos si los rescatados necesiten atención médica, pero me prudente pensar que es lo más probable. E, incluso, podríamos aprovechar la situación para robar la información que tengan y saber qué demonios está pasando en ese lugar.

 

@ @@Goderic Slithering @@Emily Karkarov

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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De pie sobre los escombros del palacio Buckingham, la ráfaga azotó mi cuerpo, rígido, expectante de la guerra que iniciaría el cambio, un camino, una senda, que sin duda alguna sería dura y cruel para todos. La túnica ondeó con rápidas intermitencias por el aleteo de un inmenso dragón que sombreaba gran parte del futuro campo de batalla. Estaba herido, hechizos impactados que aún no sanaban del todo luego de la noche en la que se proclamó el regreso de las familias sagradas; a la vista, un traumatismo ocular que entintaba uno de mis gélidos grises en un tono escarlata. No hubo ninguna tregua, tampoco un mensajero que menguara la tensión en aumento; quité con serenidad los tres botones que cruzaban la túnica y desenvainando la varita, dejé que un último aleteo de la criatura- garras que se aferraban a unos tejados no muy lejanos- me ayudase a librarme de tal prenda que se elevó por los aires como una ligera hoja del otoño...

 

...Cientos de Inquisidores se encontraban a mi espalda, sumando a ello los supremacistas que se habían unido a la causa y un séquito de diversas criaturas. Silencio, soledad, el caos y un descontrol que había buscado desde un principio, y era lo que más había llamado mi atención para que luego estallara todo en una secuencia que de seguro me afectaría, ¡más no encontrarían mi redención! ¡fiel hasta la muerte! una trascendencia que estaba dispuesto a enfrentar sin duda alguna. Había cumplido mi propósito, ya nos había mostrado ante el mundo, uno sobre el cual y sin duda alguna ¡éramos superiores!...

 

- ¡so nO RUS! ...- fui recalcando con mi voz en aumento mientras descansaba la punta de mi varita en el cuello, apuntando la cicatriz de Lucrezia Di Medici había dejado- ¡Hermanas y Hermanos! ¡Ésta no será la primera línea que deberemos cruzar para mantener nuestros ideales! ...¡no es la gracia de instaurar un régimen de magia oscura o blanca!...¡es nuestra libertad!...¡la divinidad que se nos ha otorgado!...

 

Había alzado la varita con las primeras gotas de lluvia, y sí, fuimos nosotros quienes lanzamos el primer ataque. ¡Una masacre!, eso fue para ambas partes. Brujas y magos entre las fauces de los dragones, lesiones que jamás se recuperarían tras el golpe de un maso troll, mordidas que cambiarían la vida de muchos ¡para siempre!... Pelotones hechos ceniza por las llamaradas y ruinas que cada vez se volvían más blandas... gritos alentadores... gritos desesperación... ¡eran míos!... tosía de bruces al suelo, no sabía si había despertado por algún ennervate o por las pisadas del gigante que se lanzaba contra un dragón- tomándole de una pata para impedir su vuelo; el mismo agarró al jinete y lo azotó contra el suelo-. Observé a un búlgaro caer a mi lado, parpadeando hasta quedar con la mirada fija en la mía... me levanté como pude, buscando mi varita alrededor...

 

Apariciones y desapariciones por doquier mientras que el cielo gris lloraba las perdidas de aquél día. Logré refugiarme de una columna de fuego que se dirigía hacia mí, agarrando la muñeca de una bruja a quién tiré conmigo para salvarle tras cubrirnos con un gran escombro; ¡había sido una enemiga y no me había dado cuenta!, ella intentó arrancarme los ojos cuando presionó sus pulgares en mis cavidades oculares, más una gran roca le lanzó lejos de mí sin saber de donde había provenido. Ya nadie sabía para dónde atacar, todo allí se había vuelto un verdadero campo de supervivencia... encontré mi arma mágica y solo me dispuse a eso, a sobrevivir...

 

****

 

Sin duda alguna la guerra había dejado al mundo totalmente desbaratado, con gran pérdida de brujas y magos de ambas partes, con la desesperación del muggle, quienes no sabían como afrontar a éste mundo paralelo que había azotado sus vidas sin previo aviso. Londres parecía ser una capital fantasma, de rostros cabizbajos y temerosos, tanto así que algunos del sagrado círculo aconsejaban el fin de la guerra, entre ellos la señorita Mackenzie Malfoy, con quien tuve más de alguna reunión- sin saber su militancia en filas fenixianas- se había ganado mi confianza con una sabiduría más que estratégica, reuniéndonos al menos una vez cada tres días para conocer los reportes de la Confederación Internacional. Sin perjuicio que en más de alguna oportunidad me ofreció uno que otro ungüento para las visibles heridas que iban dejando las viles y rudas batallas que se sostenían a diario por todo el poblado inglés.

 

Finalmente la guerra llegó a su fin, con pergaminos que cruzaban a vuelo de lechuza por las fronteras y mensajeros que lograban volver vivos. La guerra jamás debió haber sido entre brujas y magos, a excepción de quienes consideraba sucios o traidores, los a su vez eran una minoría a finales del enfrentamiento bélico. Pocos en comparación a lo que tanto había predicado: la supremacía de la magia por sobre el muggle. Había firmado un acuerdo de paz siempre y cuando dejaran que en territorio inglés, el mago y la bruja fuese libre de utilizar su magia bajo las normas sociales del orden público y las buenas costumbres. Sin embargo, no todo podría salir tan perfecto y sí hubieron grupos que violaron la ley para arremeter en contra del muggle... yo no estaba entre ellos aunque sin duda alguna, me culparían de ello... no utilizaría mi tiempo para cazar a seres que consideraba inferiores. Tenía una visión más amplia, donde claramente nuestro poder debía ser impuesto ante quienes no gozaran de nuestra esencia, pero no era tan est****o como para tropezar con las mismas piedras que habían hecho caer a Gellert o Tom. De eso se trataba, de lograrlo de forma distinta...

 

****

 

Cientos de muggles se aglomeraban a diario en las fronteras del nuevo Ministerio de Magia, un reconstruido Buckingham. No era desconocido para los muggles que las brujas y los magos se pasearan delante de sus ojos, algunos más amables y otros bien hostiles, pero al fin y al cabo, un régimen que se iba imponiendo ante sus vidas. Algunos consejeros me hablaban de la "Organización de las Naciones Unidas", organismo que en su esencia era conformado por seres no mágicos, directrices y normas que no tomaba en cuenta por considerarlas hechas por seres inferiores. Buscaban a sus hermanos, a sus padres y madres, a sus amigos más cercanos... todos tenían a alguien por quien reclamar.

 

Al pasar de los días, algunos países fueron cerrando sus fronteras para nuestra gente. Nos consideraban peligrosos por el simple hecho de haber nacido distintos, nos prohibían el uso de la magia con la amenaza de ejecutarnos en plena vía pública; Francia, Italia, España, habían sido de los primeros en armarse en contra nuestra, ¡y no solamente del inglés! sino también de la bruja y mago de sus propias naciones, con milicias que parecían mantener un régimen militar en las calles. Les apuraban el paso para llegar a destino, les molestaban cada vez que se podía, apuntaban con tanquetas a sus hijos y familiares más débiles. Fue entonces cuando decidí abrir fronteras y recibir a cada ser mágico que quisiera vivir dentro de una sociedad libre, pues en territorio Inglés la magia jamás sería un impedimento- había capturado al primer ministro muggle y lo utilizaba para dar mensajes de vez en cuando bajo la maldición imperius y así ganarme la confianza de algunos sectores de los no mágicos, en su mayoría los más adinerados- siendo así una de las tantas maneras en las que los gobiernos opositores comenzaron a mover las redes políticas que comenzarían a agitar las aguas para la próxima tormenta.

 

Las protestas contra la magia fueron aumentando con el pasar de los días, tanto así que se produjo un pseudo conflicto civil entre magos y nomjas, con cientos de víctimas que el pueblo no mágico lamentaría. Azkaban ya no daba abasto, y las conferencias que habían programado para mí las iba cancelando de inmediato, no por temor, sino porque el camino ya estaba hecho y finalmente seríamos ellos o nosotros. Demostrar nuestra superioridad era cuestión de cada quién, tan así, que si yo no lamentaba la muerte de quienes no eran dignos de la magia, menos lo haría con los simples muggles. Muchos pensarían como yo, muchos lo hicieron como yo: Rusia, Japón, India, Australia, y en América, Brasil.

 

***

 

Día de la Ira.

Aaron Augustine Black Yaxley

 

Cada noche me despertaba cerca del amanecer, sudando helado y con la impulsividad de quedarme sentado al borde de la cama con el último claro de luna iluminando mi cuerpo. Sin duda alguna la guerra había dejado un trauma en mí, heridas que llevaban varias semanas de cicatrización, marcas de las cuales muchas quedarían como un recuerdo en mi piel. La pierna derecha había sufrido quemaduras graves, al igual que una de mis manos la cual tapaba con un guante que me había dado Arya- supuestamente para sanación. Al menos era negro-, el torso había soportado varios cortes, mi cuello me recordaba a la blonda italiana y la cicatriz bajo uno de los ojos, paralelo al párpado inferior, a uno de los líderes búlgaros que había muerto en batalla.

 

Me levanté de la cama y caminé cuasi desnudo hasta el ventanal, que abierto, dejaba entrar una leve brisa la cual ondeaba las largas y ligeras cortinas de una habitación en el castillo Black. Paseé la gélida mirada gris por los jardines del castillo, custodiados por gente de mi confianza que se turnaba para proteger a la gente que allí vivía, sin contar los escudos y cuanta magia pudiese custodiar la ubicación de los Black. Kalevi, el hijo de Juliette, era uno de los tantos que vivía conmigo, pero justamente se encontraba en Hogwarts como cualquier otro estudiante de pregrado mágico. Así también, el elfo de Sagitas que se encontraba prisionero desde la noche de los Sagrados Veintiocho- la criatura estaba bajo protecciones mágicas que le impedirían desaparecer como alguna vez pudo hacerlo Dobby- y también el primer Ministro muggle, en una celda y nivel distinto. A éste último se le cuidaba y se le alimentaba bien. De vez en cuando le iba a visitar para estudiar más de cerca sus parámetros, su vida, su esencia no mágica. También disponía de un cuerpo médico que había gestionado Sybilla para los cuidados intensivos de quienes habíamos sufrido la guerra en carne propia, delegando tales funciones a Juliette, la menor de los Macnair, que esa noche no se encontraría junto a nosotros.

 

Desayuné en el gran salón donde años anteriores se habían sentado los grandes señores que habían practicado la devoción del Toujours Pur. Quité con lentitud el guante que protegía mi mano, una que se notaba quemada con ligeras notas negras, no por la necrosis que por suerte había evitado, sino porque el fuego de dragón no era uno común y corriente, los cuatro inquisidores que me acompañaban de pie como escoltas en cada esquina de la estancia, se miraron con una mueca extraña. En aquella habitación había una larga mesa rectangular de al menos treinta puestos; a la cabeza, mi lugar frente a una taza de café y algunos panecillos que rara vez tocaba.

 

-¿No se sentarán a la mesa?- les pregunté sin mirarles. Tomé un trozo de fruta y lo comí.

 

-Agradecemos su invitación señor, pero ya hemos desayunado...- contestó el mago de mayor rango, mientras dos de los tres restantes lamentaban no haber comido aquella mañana.

 

-Está bien...-sostuve mientras acercaba El Profeta con una floritura de mi varita- ... ¿algún reporte?...

 

-Todo tranquilo hasta ahora señor. Todavía nos acusan de las desapariciones de muggles...- respondió el mago. Y era cierto, pues un centenar de muggles habían estado desapareciendo el último tiempo, pero no sabía porqué [luego me percataría que sería por orden del famoso Inquisidor y la búsqueda de lograr formar su propio ejército de magos con el famoso gen (?)] Pues yo era un hombre de palabra y si nos manteníamos sobre la posición social del muggle, no violaría el acuerdo de paz para mantener la libertad de mi gente en territorio inglés.

 

-También han ocurrido algunos altercados menores en San Mungo y en las fronteras de Hogwarts...- indicó otro.

 

-¿En Hogwarts?...-cuestioné al inquisidor- ¿qué podría pasar cerca de Hogwarts?...

 

El colegio de magia y hechicería seguía siendo de los mejores a nivel mundial. No solamente cursaban ingleses sino también brujas y magos de países que hoy se consideraban aliados.

 

-Se han avistado grupos de muggles pero están siendo custodiados por miembros del cuartel, señor. Así también en San Mungo...

 

- Tal vez sea lo mismo de siempre, señor. Protestas...-prosiguió otro de mis hombres.

 

-Si algo aprendí de la guerra, es que el "tal vez" no es una opción...Kalevi cursa su primer año, si las cosas se ponen feas lo quiero de vuelta en el castillo- dí un último sorbo al café y me levanté para abandonar el salón.

 

7.57 am. Vestido de prendas victorianas, oscuras y grises, salí en búsqueda de Juliette sin saber que la bruja no se encontraba allí. Me encaminé por varios pasillos, habitaciones (inclusive la que tenía para ella y su hijo), consulté con algunas medimago quienes me indicaron que tal vez podría estar en los jardines. Fue allí, bajo los inicios del sol radiante de aquél día, que me enteré de lo ocurrido. Patronus de todas partes llegaban al castillo informando sobre la situación: El MACUSA, San Mungo... y Hogwarts, así como quizás otros puntos a nivel mundial y nacional, habían sufrido de un atentado brutal.

 

>>Se hace llamar El Inquisidor...Le dicen El Inquisidor...¡Se llama a sí mismo el salvador!, ¡ El Inquisidor!... Han violado el pacto de paz... ¡Los muggles se han revelado!... Es un ataque coordinado, el magi-congreso de la sociedad americana también ha caído... ¡Ordene el rescate a nuestros hijos en Hogwarts!... ¡Muertos! ¡muchos muertos! ...<<

 

Sentí la respiración agitada y un fría gota de sudor que recorrió la espalda. Del castillo comenzaron a desaparecer varios miembros del cuerpo de seguridad para comenzar a mover a sus tropas hacia las instituciones inglesas que habían sufrido el atentado, ese siempre había sido el protocolo. El mundo se me hizo inmenso, no por mí, no por lo que podría ocasionar la revelación del famoso muggle, sino por Kalevi a quien y sinceramente le había tomado cariño.

 

Fue así como y sin pensarlo me consumí en una voluta oscura para salir disparado sobrevolando el bosque que resguardaba mi ubicación. Pensaba en el muchacho, en mis hijos, en Juliette y en cómo acabaría todo ésto, sin recordar que era lo que tanto había anhelado, la ruin idea de enfrentar a la sociedad mágica contra aquellos que no tenían nuestras cualidades. Sentí que alguien me emboscaba en el aire- una blanca estela que interceptó mi camino- haciéndome caer sobre las frondosas copas de los árboles, entre ramas y hojas, hasta golpear la tierra rodando por el piso.

 

Me quejé, sí, por todas las heridas que aún no sanaban del todo y me puse de pie para sostener la mirada a un muchacho joven que también se erguía con velocidad. Desenvainé mi varita y le apunté...

 

-¿Qué demonios haces?...- cuestioné mientras pensaba en un simple hechizo de maldición al penetrar una mirada peculiarmente parecida a la mía. A lo menos con eso, cualquier acto que el mago realizase en contra mía, le saldría como tiro por la culata.

 

****

 

Kalevi. Primer año.

 

-Estamos bien... creo. Es solo que no hemos podido encontrar a los prefectos cuando nos separamos...- respondió el muchacho. Su rostro estaba magullado y manchado, al igual que sus prendas. Una línea de sangre bordeaba su rostro desde la ceja izquierda y tras un segundo estruendo uno de sus grises ojos se tornó color miel. Elevó el rostro y percibió el aroma del ambiente-...muggles, hay muggles en el castillo...

 

El chico podría tener once años y estar cursando su primer año en Hogwarts, pero prácticamente había vivido la guerra que su padrino había buscado y la determinación de su madre no se alejaba en absoluto de él. Aferró con fuerza la mano de la bruja y con la otra mantuvo su varita en alerta. Quizás debía ser la prima quien les guiara para salir de las mazmorras, pero ambas brujas parecían no estar en condiciones; fue entonces que recordó las palabras del Black: Somos dueños de nuestro destino, Kalevi. Labramos nuestro propio camino, no lo olvides jovencito.

 

-Debemos irnos de Hogwarts, debemos buscar la manera de salir de acá...-insistió y conjuró un Lumos para poder ver mejor tras la oscuridad que cernía los pasillos de la casa Slytherin. Fue entonces que agitó su varita para sacar un camino libre de polvo-... hay que avisar a casa...

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El día de la Ira

MACUSA

 

 

Quillan miraba alrededor sin poder creer lo que sus ojos veían. El edificio se había derrumbado en parte, el resto de la estructura se mantenía de forma precaria mientras algunos magos y brujas buscaban la forma de realizar tareas de rescate moviendo las varitas con precisión, buscando señales de vida. Aquí y allá, cuerpos diseminados, algunos con el rostro vuelto mirando un punto infinito, otros a los que sólo se les veían manos y piernas que sobresalían, tapado el resto por escombros de mármol, piedra y cemento.

 

El mago había visto la destrucción y la muerte en otras ocasiones, pero nunca había visto algo como eso. Nunca en un lugar como aquel. La bruja que lo había estado examinando se retiró para observar sus ojos, que estaban brillosos por las lágrimas que se negaba a dejar salir mientras apretaba sus puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Temblaba. De ira y de impotencia, mientras evitaba moverse para que la medibruja terminara de ver sus cortes y heridas antes de correr hacia el siguiente paciente. Él había tenido suerte, le dijo Marietta, porque por algún motivo alguien le había hecho un hechizo protector cuando el techo colapsó y eso había evitado que muriera aplastado.

 

-¿Cuántos muertos?- preguntó, mascullando cada palabra, que le sabía a ácido en la boca.

 

Marietta tenía el rostro congestionado, peor que él.

 

Habían estado saliendo de vez en cuando, luego del trabajo, por unas cervezas. Al principio habían ido en grupo, pero las últimas semanas eran sólo él y ella. Para Quillan no era tan importante, él había tenido otras parejas o novias, algunas de pocos meses, pero Marietta estaba muy ilusionada con aquella relación que aún no era tal y él no había querido decepcionarla. Ella era sensible y buena, todo lo contrario a su ex novia que parecía haber salido del mismísimo infierno. Y cuando Quillan la miró de nuevo, luego de esa pregunta, ella rompió en llanto silencioso.

 

-No tenemos una cifra exacta aún- le respondió Malcolm, el hombre que lo había sacado de debajo de los escombros que lastimaron su pierna. Era un tipo robusto, de cabello rubio cenizo corto con aspecto militar, tenía una cicatriz que cruzaba su ojo izquierdo y otra en su labio, del mismo lado, producto de una pelea. Era un mago golpeador, del Departamento de Seguridad Mágica-. Pero por suerte la gente estaba llegando al trabajo y los escudos exteriores percibieron el peligro y cerraron los medios de transporte al interior del edificio- hizo una pausa y no necesitó decir más, porque Quillan sabía el resto. Esos mismos mecanismos de defensa habían evitado que la gente saliera también, por la red flu o aparición. Un desastre.

 

Su móvil sonó y el corazón de Atkins dio un respingo.

 

"Estoy en San Mungo.
Pero no tengo idea de qué fue lo que pasó.
Quillan, tienes que sacarme de aquí, están atacando
el hospital.
Apresúrate, tengo miedo"
-¡ca***o!- gritó, poniéndose de pie de forma abrupta, lo que ocasionó un peligroso balanceo que amenazó con dejarlo tumbado, pero Marietta ya estaba allí para sostenerlo.
-¿Qué?- preguntó.
-¡Es Rice!- gritó, con algo lleno de emoción en la voz.
Eilon Rice. La chica que había conocido en la Universidad de Oxford hacía un año, mientras trabajaba de encubierto para el MACUSA. Había tenido un accidente hacía dos meses y desde entonces su novio muggle, James, había mantenido a Quillan al tanto del estado de su novia que parecía haberse quedado en coma. Quillan y Eilon se habían hecho amigos casi de inmediato y aunque muchos les decían que ellos podían ser una buena pareja, su relación no era para nada así. Él se preocupaba por ella, pero como si fuera una hermana y sabía que el sentimiento de la joven de cabello plateado era similar. Al final, ella se había puesto a salir con James y, Quillan... bueno, él ahora tenía a Marietta.
-¿Dónde está?- preguntó Marietta-. ¿Sigue en San Mungo?- y se estiró para leer el mensaje.
La pantalla del móvil se había agrietado, pero seguía funcionado.
-Oh, Quillan... Atacaron San Mungo también- Marietta lo miró-. Lo escuché de las medibrujas mientras atendían a los heridos. Están... Se llevaron a los niños recién nacidos- el tono de la bruja era extraño, como vacío, mientras lo decía.
Ella misma había sido una niña robada.
****
Diez minutos después y luego de escuchar las quejas de Malcolm y Marietta, Quillan invocó un portal y dejó atrás Estados Unidos y a su propia gente del MACUSA para ir en búsqueda de Eilon. Y, si tenía suerte, podría tratar de contactar con Juliette Rosier, la joven bruja que había estado trabajando como espía en el MACUSA en su mismo escuadrón.
El Día de la Ira
Hospital de Campaña en Soutton
Cissy Macnair
-Eres una bebé hermosa... ¿verdad que sí?- Marcus sostenía a Kore en brazos mientras yo caminaba entre las camas de los que aún permanecían en el hospital de campaña de Sutton, bajo el barrio en los viejos túneles del metro de correos.
Aaron me había pedido que mantuviera la imagen de un gobierno mágico inglés que se preocupaba por sus soldados y su gente, así que había decidido que me tomaría eso muy en serio e iría diariamente a un hospital distinto para ver que los madimagos y medibrujas tuvieran los elementos necesarios para trabajar, así como que los inquisidores que prestaban seguridad afuera estuvieran también bien comidos, dormidos y listos para enfrentar un nuevo día. Esa tarea me tomaba todo el día y, por lo tanto, había tomado la decisión de llevarme a la pequeña bebé Kore conmigo, ya que Hades permanecía como Director en San Mungo, teniendo tanto más trabajo que yo. Por eso, Marcus había tomado la iniciativa de acompañarme a todos lados a los que iba, siempre, convirtiéndose en mi sombra y guardaespaldas personal. Posiblemente Aidan hubiera hecho lo mismo de habérselo pedido, pero en vez de eso le había hecho jurar que cuidaría a Arya a toda costa... Y hasta ahora había cumplido.
El único problema con Marcus es que llamaba demasiado la atención. Solía vestir aquel traje negro de batalla, confeccionado con el mejor cuero de Tebo y escamas de dragón que se podía conseguir con el dinero. Parecía más un traje de buzo que una armadura, pero eso engañaba a la gente. Lo que no los engañaba eran las espadas gemelas que colgaban a sus espaldas, haciendo que su cabello hasta los hombros bailara alrededor de ellas con la brisa veraniega. El Umbra Mortis. Cuando lo veía vestido así, no tenía ninguna duda de por qué la gente lo llamaba La Sombra de la Muerte.
El primer indicio de que algo andaba mal llegó por una televisión muggle que había en la carpa donde nos encontrábamos. Alguien la había traído y encantado, ya que las modernas tecnologías muggles habían atraído a un montón de magos curiosos que les gustaba ver interminables horas de series, películas, informativos o deportes que no fueran Quidditch. A su vez, un grupo de expertos en tecnología y magia (tecnócratas los llamaban) habían desarrollado una forma de que unos nuevos noticieros mágicos estuvieran en seleccionados canales a los que se accedía con un movimiento de la varita. ¡Era espectacular! Aunque había muchos opositores a esta mezcla de tecnología muggle y magia... otro motivo para sumarle a esta guerra.
La imagen de la pantalla cambió y ahora estaba dividida en cuatro, donde un sujeto con voz distorsionada hablaba de grandeza muggle, demoníacos magos y... pureza... pureza de alma. Todos dentro de la carpa guardamos silencio mientras veíamos la pantalla, incluso parecía que los enfermos que habían estado quejándose hacía un momento, ahora estaban concentrados en la imagen luminosa. Vi el avión sobre Hogwarts y me tapé la boca con las manos, aunque era imposible ocultar el horror. Pero no pude continuar viendo, mientras en las otras pantallas las imágenes mostraban tropas de a pie... hacia San Mungo y... hacia los hospitales bajo tierra.
-¡TODOS A SUS PUESTOS! ¡ALERTA ROJA!- grité, ahogando la voz del Inquisidor, mientras la gente saltaba a mi alrededor, primero asustada por mi alarido y, segundo, para poner en marcha el protocolo.
Los inquisidores que cuidaban el hospital, realmente pocos, se metieron dentro de los límites y agitaron sus varitas para colocar hechizos poderosos y ajustar los que ya teníamos. Mis ojos se dirigieron a Marcus, que aún sostenía a mi hija, pero él simplemente la colocó contra su pecho con una mano y tomó una espada con la otra. Su rostro, una máscara de promesa de muerte. Yo misma tomé a Shember y me preparé para la batalla.
¡BUM!
El primer estruendo sonó en el túnel mientras intentaban traspasar las barreras mágicas.
¡BUM!
Otro golpe más. ¿Tendrían estos tipos armas contra la magia?
Apenas había podido resguardar esta carpa, este pequeño lugar. ¿Pero qué sería de los otros? Mis ojos viajaron un momento a la imagen de Hogwarts, donde la Torre de Ravenclaw ya estaba hecha escombros. Marcus siguió mi mirada y negó. No podía irme ahora y dejar a la gente que estaba allí, muchos menos a mi pequeña hija. No podía... Simplemente no podía...
-Comandante- la voz de un inquisidor me hizo voltear a verlo-. Mis hijos están en Hogwarts, Comandante- su voz parecía a punto de quebrarse.
Otros inquisidores me miraron. Algunos enfermos se habían levantado como pudieron de sus camas y sostenían sus varitas, junto a los medimagos y medibrujas que había allí.
-Mantengan la línea, Wilkes- dije con voz firme.
El hombre asintió. Sus oscuros ojos penetrando mi alma.
-La línea se mantendrá, Comandante, pero usted debe ir a Hogwarts- sentenció.
-Vaya a Hogwarts, Comandante. Por favor...- dijo una medibruja-. Vaya a Hogwarts... Por mi Camille... - sus ojos en la pantalla y luego en mí-. Ella es Ravenclaw- sus ojos se aguaron y soltó un sollozo que la hizo estremecerse-. Vaya por mi Camille, por favor... Por favor...
¡BUM!
Di un respingo ante el tercer golpe de lo que fuera que estaban usando y luego me giré hacia Marcus. Su rostro severo mostraba sólo ira, pero no hacía falta entre mi gemelo y yo. Me dio a Kore y tomó la otra espada que tenía en su espalda, dejándome al fondo de la tienda y caminando al frente, poniéndose delante de los inquisidores. Esa sería nuestra única despedida.
-Fulgura Nox- el portal se abrió apenas lo pronuncié y el aroma a humo llenó mis pulmones.
Las defensas de Hogwarts habían caído. ¿De qué otro modo podía yo estar apareciéndome en la cabaña del Bosque?
Miré un último vistazo a los valientes hombres y mujeres dentro del hospital y luego me metí por el portal.
****
Día de la Ira
Colegio Hogwarts
Rohana Macnair
-¡Hana!-
El grito llegó claro a sus oídos, entre sus propios llamados y se giró con alivio al ver a Ámbar y Kalevi en una pieza, llenos de polvo y algo maltrechos, pero en una pieza. Pareció que algo se aliviaba en su interior mientras Ámbar la examinaba con detenimiento y Kalevi aguzaba el oído, varita en mano, diciéndoles que debían moverse.
-¡AYUDA! ¡AYÚDENME!- alguien gritó.
Rohana se giró para mirar por la puerta destrozada de Slytherin, desde donde parecían venir los gritos.
-¡Ya voy!- respondió, sin saber muy bien qué demonios iba a hacer.
Y, entonces, la tutora Triviani llegó, corriendo y preguntando si había alguien más.
-¡Ahí dentro!- indicó Rohana, señalando-. La Mazmorra parece haber colapsado, señorita Triviani- dijo, mordiéndose la lengua para no llamarla Zoella, porque no era apropiado.
Otro estruendo hizo temblar el edificio y amenazó con enterrarlos vivos a ellos, así que Hana hizo un hechizo con su varita, para protegerse ella y a su primos.
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Kelian Karkarov.

Con Wilhelm O’Brien López, Presidente del MACUSA

443 de Rivington Street, New York

El mago a quien había ayudado cobraba conciencia por ratos y aunque Kelian intentaba encontrar sentido a lo que decía, no lo conseguía, parecía decir tan solo frases sueltas y sin sentido alguno. Curó y limpió las quemaduras un par de veces, la pomada que le había puesto era realmente buena pues la piel empezaba a adoptar un tono rosáceo lo cual era muy buena señal, los cortes eran otro tema, quizá le quedaran algunas cicatrices.

Mientras esperaba a que reaccionara encontró una radio mágica para mantenerse informado sobre la situación, descubrió que no habían atacado Ilvermorny, pero si el hospital mágico y al igual que en otros tantos lugares, los niños y recién nacidos habían sido el blanco. También informaban que el presidente el MACUSA estaba muerto, una noticia falsa pues Karkarov lo estaba viendo en ese preciso momento.

En primera instancia no lo había reconocido, pero luego de haber limpiado todo el polvo, la sangre y curado sus heridas al fin había descubierto de quien se trataba, igual le sorprendió un poco que pidiera ayuda a la Orden del Fénix. Mientras el seguía escuchando las noticias tratando de decidir cuales eran reales y cuales falsas, llegó hacía él un patronus en forma de tortuga, preguntando información sobre el presidente o el Inquisidor. El peliazul trató de recordar si algún miembro del bando tenía ese patronus y tras mucho pensar llegó a su mente el nombre de Matt Ironwood, quien es parte del FBI y miembro activo de la Orden.

— Movió la varita y un patronus en forma de panda empezó a rodar alrededor de él—W.O está aquí…—Fue lo único que dijo. el patronus de panda aún no había atravesado la pared cuando alguien a sus espaldas le preguntaba cuantos murieron.

—Aun no hay una cifra oficial. Pero por la magnitud del ataque se cree que un ochenta porciento de los magos y brujas que se encontraban en el lugar. —Le informó. El no había ido a comprobar la magnitud del daño, pero por lo que informaban en las noticias, esa cifra podía subir pues la estructura del MACUSA quedó gravemente afectada y aun había gente atrapada, herida que no podía salir.

—Todos creen que esta muerto, acabo de avisar a Matt Ironwood que usted esta aquí. Debe llegar en cualquier momento —Le informó y al ver que trataba de sentarse añadió —Beba esto, le ayudara a sanar más rápido. —buscó en el bolso que había llevado un frasco con un liquidó carmesí y otro con un color azul intenso, cálculo la dosis exacta de las dos pociones poniéndolos en lo que parecía ser un tubo de ensayo, lo movió hasta que liquidó se tornó magenta y se lo entregó.

Sabía que sería una pérdida de tiempo pedirle que descansara un poco más, así que lo único que podía hacer era asegurarse de que las heridas no se volvieran abrir y que los moretones que tenía por todas partes no le causaran dolor.

—Tenía el brazo roto en varios lugares, por favor tenga cuidado de no moverlo, por lo menos una media hora para que el hueso sane correctamente y sentirá el tobillo un poco amortiguado, pero se le pasara en un par de minutos —Le informó, al notar que el mago empezaba a examinar los daños que tenía, entre ellos un cabestrillo en el brazo izquierdo y un vendaje en el pie izquierdo. —Mi madre es mejor con estas cosas…—Se disculpó el ojimiel.


@@Syrius McGonagall
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Aries Black Lestrange.

El tiempo transcurrió. Estar en aquel lugar esperando poder ver a su esposa le estaba provocando ansiedad, si él tan solo hubiese sido el joven que fue hace un par de años, en ese momento no estaría ahí sentado, con su pequeño en brazos, en su lugar hubiese estado generando más caos. Aquellos momentos donde la gente se enfocaba en ayudar, también era la más propensa a que hubiese ataques a familias partidarias a la Orden del Fénix y él estaría en uno de esos ataques. Ahora estaba del otro lado, debía velar por otros, pero era demasiado egoísta que no trato siquiera hacer el intento por ir a ver cómo estaban las cosas en Hogwarts, lugar en el que impartía una clase cada dos meses.

Abandono el lugar en el que se encontraba con Elvis, tenía que despejar su mente así que decidió salir al jardín para disfrutar de aquella mañana con su hijo. Fabiano apareció frente a él con un par de papeles, papeles que el elfo domestico debía entregar a Volkov si es que a él le llegaba a pasar algo. Dentro de aquellos papeles le cedía los derechos de propiedad de sus negocios y todas las criaturas que tenía en su haber, a cambio él debía procurar a su familia tratando de que nada les faltara, al menos de forma económica.

Ya sabes lo que debes hacer con esos papeles.

Trato de no hacer mucho ruido, ya que Sammael se encontraba dormido sobre una cobija a la sombra de un gran árbol. El demiguise que tenía de niñero, miraba al pequeño príncipe de los infiernos desde arriba, si no fuera porque el metamorfomago lo había visto escalar el árbol ignoraría donde es que se encontraba gracias a la habilidad que tenía para desaparecer aquella criatura. Por un momento mientras miraba a su hijo sintió que aquel momento iba a ser de los últimos que iba a compartir con él, así que trato de distraerse un poco, debía ir con la mente despejada a encarar a Black.

Necesito que tomes a Sammael, y al demiguise, si me pasa algo se lo lleves a su madre y le digas que la amo y me perdonen. ¿entendiste? —El elfo doméstico asintió, aunque lo miraba con recelo. Fabiano no quería decirle aquellas palabras a la Sra Kaori, ella era mala con Fabiano, pero si Black Lestrange se lo había ordenado, tendría que hacerlo.

Minutos antes de su encuentro con Black, el rubio mando un mensaje a su esposa mediante un patronus de tigre. Donde ella se encontrará y con quien estuviera la haría sentir demasiada vergüenza, aquel mensaje era una forma de venganza por hacerlo esperar por tanto tiempo en aquel lugar. Así que mientras enviaba el mensaje sonreía acomodando su corbata.

«Si tú eres bonita y yo soy caliente, juntos somos bonitos calientes. Te extraño en mi cama.»

~Castillo Black.

Si alguien le hubiese contado que el encuentro con Yaxley iba a resultar de forma tan dramática, él no lo hubiese creído. Es más, se estaría burlando de aquello, eso de chocar en el aire y al levantarse ambos con varita en mano apuntándose mientras se miraban a los ojos con fiereza, era algo que sólo pasaban en aquellos libros de novela que había en la biblioteca de la Black Lestrange.

Baje la varita, Sr. Ministro. —no había apartado la mirada del hombre que se encontraba frente a él, por el contrario sonreía a boca cerrada, tenía una ceja levantada como si estuviera marcando cierta superioridad. —Si yo hubiese querido hacerle daño, en este momento ya estaría muerto. —su voz era fría y distante, como si sus ultimas palabras fueran una amenaza.

El demonio fue el primero que bajo su varita, al caminar por el jardín admirando la belleza que había en aquel tipo de lugares se tropezó producto al hechizo de maldición que tenía gracias a la persona que tenía de interlocutor. Aquello le provoco una sonrisa y por primera vez en todo ese tiempo le dio la espalda para ver la fachada de aquel lugar.

Le estaría mintiendo si le digo que nuestro encuentro es un accidente, ya que no lo es. He llegado hasta su hogar buscando tener una conversación con usted.

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Apoyé ambos codos sobre la mesa de madera. Las últimas palabras del joven Aries habían sido totalmente inútiles. Tal vez en una simple reunión no lo sería pero si de algo estaba seguro, era que me estaba volviendo un viejo intolerante y malhumorado. Antes tardaba milenios en perder los estribos, en cambio ahora, con una sola chispa podía volar una mansión entera en pedazos.

 

Necesitaba respirar. Necesitaba pensar.

 

Siempre me había caracterizado en mi manera de pensar. Tras cada acción, tras cada pensamiento, lograba empaparlos de agua fría para pensar con más claridad y no cometer ningún error (aunque ahora no lo fuera). Siempre hacía todo lo mejor posible pero ahora, con todo lo sucedido, tenía que encontrar la manera de cómo empezar. De dónde empezar.

 

Ir a Hogwarts y a MACUSA era totalmente innecesario porque ya sabía que había algunas personas ayudando allí. El Inquisidor era un pez jugoso pero era como la última meta que teníamos que atacar, claramente. Se había podido salir con la suya pero en medio había mucha información que no conocíamos. No podíamos llegar a él aún. En medio había muchos hilos conductores que iban en varias direcciones y solamente necesitaba encontrar el correcto y tirar de él.

 

Ignorando totalmente a Aries, esparcí sobre la mesa de la cocina del Grimmauld Place todo lo que había encontrado y lo que en ése momento me parecía importante. Algunos pergaminos con aquella lista de Mortifagos. ¿Pero para que los quería? Sabía claramente que ninguno había tenido que ver, el Inquisidor, tenía peores motivos y ellos estaban en peligro como el resto de la comunidad. Aunque no me sorprendería que (por cobardía) alguno estuviera aportando o aprovechándose a la causa.

 

¿Y el Ministro? Mejor ni pensaba aquello.

 

Algunas imágenes me miraban, rostros conocidos y otros no tanto. Los recortes de periódicos que habían salido desde las primeras amenazas de Bulgaria a Inglaterra, todos esos títulos estaban desparramados por ahí. También estaba la invitación al Palacio. Me avalancé sobre toda ésa información, mirando de centímetro en centímetro, porque claramente que había pasado por alto algo. Algo no estaba mirando. ¿Qué de todo lo que había pasado, me había sonado raro? O incompleto quizás.

 

Tres cosas: La reunión en el Palacio, ya que no sabía en qué había terminado. La desaparición de Mackenzie y luego la repentina salvación de la Confederación (y el silencio de ésta institución). ¿Cuántas semanas podía tardar una persona en curarse? La magia hacia casi cosas instantáneas. Y por último. ¿Por qué nos habían casi obligado a un Acuerdo de Paz para luego recibir aquellos ataques? ¿Todo había estado programado para que bajemos los brazos?

 

No quería pensar mal, pero mi cabeza estaba acostumbrada durante toda mi vida a pensar como tal.

 

Saqué mi varita. Algunas cosas se fueron moviendo con otras. Algunas más desaparecieron porque eran inútiles. Guardé en mi bolsillo aquella pequeña pluma y me encontré con un papel dentro de aquella capa. Lo saqué y pude ver que era la carta de Mackenzie Malfoy. La apoyé sobre la mesa. Me había olvidado de ella. El pedazo de pergamino, arrugado y amarillento estaba marcado con unos trazos plateados que brillaban intensamente. No sabía porqué de reojo, pude notar que no decían las mismas palabras que había leído. Lo miré extrañado.

 

La Confederación Internacional de Magos nos ha rescatado.

Estamos a salvo.

Me pondré en contacto con vosotros en cuanto esté recuperada.

No hace falta que me busquéis, dile a tus aurores que no pierdan el tiempo buscándome.

Aunque estén acostumbrados a hacerlo, estoy completamente a salvo y Mathilda me cuida bien.

 

¡Era diferente! ¡Y lo había cuestionado dentro de mi cabeza en ése momento y me había ignorado a mí mismo!

 

La simple razón de que una bruja como era Mackenzie Malfoy, necesitara de una emisaria para trasmitir un simple mensaje (teniendo tantos a su disposición) me había resultado extraño pero tras la situación no había querido insistir tanto. Volví a leer la carta. ¿La carta original? Tal vez. Estando prácticamente solo ahora se revelaba ante mí, seguramente. Pero eran oraciones incoherentes. ¿Mis aurores? Fruncí el ceño. Lo único que rescataba en aquella carta (aunque dijera lo contrario) era “SI hace falta que me busques”

 

De un latigazo de mi varita todas las cosas salieron volando de la mesa, menos la carta de Mackenzie, unas dos notas del periódico, la foto del Inquisidor (la silueta) y un pedazo del pergamino que contenía el sello del Ministro con su nombre.

 

Tenia que hacer algo. Ya sabía por donde empezar.

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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España

La Radio, La Voz que nos conecta

El demonio había recuperado sus fuerzas y se marchó por medio de un portal al continente europeo, donde funcionaba en Valencia una sede de su cadena radial Wizarding Wireless Network, una señal que se transmitía en todo el mundo. Además, fue el único en ofrecer una expansión en la televisión satelital, tecnologías en cada continente a precios muy por debajo del mercado, esto con el fin de servir para el lavado de transacciones ilegales.

 

-Sr. Luxure.- Le decía la recepcionista al llegar, pues el portal lo había dejado cercano a donde se encontraba la locación. –Ya falta unas horas para la rueda de prensa.- esto se lo decía porque era momento de anunciar el mundo esa nueva franquicia mundial. –Le informo que Cornelius trasmite su señal, según lo había estipulado.

 

Una sonrisa en el tempestad se produjo y fue rápidamente a su oficina, en la cual lo esperaba su socio Potter Blue, Sebastián. Este singular mago era primo lejano de @@Sagitas Potter Blue , una oveja negra de la familia y con lapso con la realeza y gobierno de aquel país, a pesar que sus inicios fueron algo turbios. Este recuerdo se encontraba incrustado aun en su mente, dado que lo que pareció ser un sabotaje, ahora es un vínculo comercial. Además, en secreto se encontraba vinculado a Genetics Corporation, Ltd, con el alias de: “El Lobo” un seudónimo que usaba también para hablarle al Inquisidor, los planes engranados del mago marcan a un bien mayor, solo que aún no termina de ejecutarse por completo, las ideas abstracta de su pasado ahora laten más fuerte en el mundo muggle.

 

EL CRONISTA, PRENSA DIGITAL ESPAÑOLA

El magnate empresario egipcio realizara un gran anuncio y alegría para las comunidades afectada por los actos terroristas de los magos y brujas en todo el mundo, lo cual puede traer grandes fuerzas de trabajo.

 

NUNDU, PRENSA MAGICA AFRICANA

Luxure, Demian llega acordar tratos con las comunidades muggles en todo el mundo, este es un paso para sanar los conflictos causado por la guerra, una promesa de paz está por venir.

 

EL ROSTO DE ISIS, REVISTA EGIPCIA MAGICA

El Archimago de la muerte reasume su puesto en el Consejo de Archimagos y ayudan al Regente a traer paz, es ahora el diplomático a nivel de relaciones exteriores, un poder conferido por el Ministro de países africanos y el gobierno mágico egipcio. Este es el último heredero del apellido Licaon, casa de cuna real y cuñado del regente, quien bajo los principios éticos gobierna el país.

 

 

 

Sala de prensa

-Buenas tardes.- expresa el demonio a todos los presentes. –sean bienvenidos invitados especiales y embajadores de todo el mundo, medios de comunicación hermanos en la transmisión de la verdad y todo los que nos ven y escuchan, hoy nos reunimos en apoyo a todos lo que padecieron bajo la brutal guerra.- hace una pausa muy bien pensada. –nuestros hermanos, gobiernos y sobre todo los líderes religiosos piensa en la paz, una paz que solo puede ser lograda bajo el apoyo de todos, ya que estamos trabajando por el bien común, invito a quien me escucha un momento de silencio por todos nuestros seres queridos que han fallecido.- Y bajo la mirada.

 

Los flash venían e iban, detallando a precisión con cada detalle lo que estaba ocurriendo, era interesante como aquel que buscaba destruir la sociedad mágica era quien invocaba palabras de paz, este lobo con piel de oveja intento penetrar la mente de todos los seres que le veía, inclusive lloro, y su voz se quebrantó en el discurso.

 

-Esta cadena no tolera los actos criminales de esos nefatos terroristas, piensa que fue obras de seres maquiavélicos y deben ser capturados.- Clava la mirada los destinatarios. –es momento que todos pongamos esfuerzos encontrad de ellos, hoy declaro mi estatus de mago y dispongo mis recurso para reparar todo daño causado.- se hace un gran silencio y asombro. –también pongo fin a mi condición ajena de todos Ustedes, por ello pido la bienvenida del Dr. Froid.- este era un medico perteneciente a Genetics Corporation, Ltd. –quien me dará la cura de este gran predicamento.- el médico le da una capsula transparente, el nigromante la toma y con un leve sutil movimiento la cambia. –este es un momento de la historia, en que voluntariamente seré el primero de muchos de lograr este cambio.- ingiere el medicamento, el cual no altera su condición mágica, era solo una ilusión para que su mensaje calara, algo que su gobierno estaba en completo conocimiento.

 

-Creo.- agrega Froid. – es mi turno de hablar. – y mira a todos los presentes.- Hoy la sociedad puede eliminar lo diferente, una opción viable y rentable ofrecida por nuestra corporación, un medio para alcanzar la paz deseada, todo sea por un bien mayor.- Miro al Luxure. –Este medicamento actúa inmediato y no causa daño alguno, es hora que todos los que nos ven y escuchan tomen su decisión.- Algunos se miraron y otros comentaron entre ellos. – y previene el padecimientos de muchos males, antes pesares y dolores de cabeza para el mundo, con ello erradicamos todo mal, pero respetamos la libertad.- En eso el Luxure toma nuevamente la palabra.

 

-La alianza y asociación de nuestras empresas traerá nueva fuente de trabajo, por ello se logró crear WWN-TV, una televisora satelital para el alcance de todo el mundo con asociación a las ya existentes, deseamos traer paz y solución a este castrofe económico mundial a causa de esos acontecimientos lamentables, por ello hermanos vamos a trabajar todos unidos.

 

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Mansión Gryfindor.

¿Un lugar seguro?

 

Me aparecí justo en los jardines, porque era donde tenía que empezar mi trabajo. En aquel momento estaba maldiciendo sobre mi agilidad actual que ya no contaba. En otros tiempos los ritmos y resistencias habrían sido otros, pero ahora todo tardaba un poco más, todo dolía un poco más. Mi cuerpo tal vez no respondía a cómo me gustaría pero mi cabeza no dejaba de parar.

 

Todos los Gryfindor presentes nos habíamos comprometido en convertir nuevamente a la mansión en un sitio protegido. Por los niños, por nosotros mismos. Pero si de algo estábamos seguros, era que debíamos tener un deber para con la sociedad mágica. Muchas personas habían quedado en el medio de la nada, tal vez sin protección o en peligro. Por lo que cualquiera que lo necesitara podría al menos encontrar un lugar seguro dentro de los terrenos de la mansión Gryffindor y una habitación cómoda, pequeña y necesaria.

 

¿A cambio de qué? Una promesa y su varita a disposición. Entre las estatuas que nos protegían del Lobo y el León, había una especie de vasija de piedra. Simple y gris. Dentro había una buena cantidad de agua con algunas piedras que contenían talladas algunas runas druidas. Saqué una a una y las encanté. Las encanté para que desaparecieran y les sirviera de traslador para cualquiera que lo necesite.

 

Cuiden el hogar —murmuré a las estatuas, aunque siempre lo habían hecho. ¿Había distinción entre los refugiados? Ninguna. Cualquiera que fueran sus ideales o creencias, podría ir. Y si se atrevía a algo, debía enfrentarse claramente a todos los Gryffindor. Salí disparado hacia el interior de la mansión.

 

Ahora debía encontrar la manera de hacerme tiempo para ver a @. Había incluso, contactado con mi hija para que me diera una mano en la difusión de algunas noticias. Era una experta (según me habían dicho y el amor de padre que le tenía) pero tal vez había llegado en el momento incorrecto porque había pasado todo lo del Inquisidor, la prohibición de magia de parte de la ONU, los ataques a los sitios mágicos. ¿Cómo podíamos tener una charla en paz? Era algo inimaginable. Rebusqué un pedazo de pergamino. Otra carta. Esperaba que no se enojara.

 

Querida Shelle.

No te enojes con tu padre porque aún no hemos podido reencontrarnos.

No alcanza éste pergamino para explicarte ni dónde estoy ni dónde voy,

pero créeme que el primer sitio al que voy (espero que vamos) a regresar sea la Gryffindor.

¿Has sabido del Inquisidor? No bajes tu varita, muchacha.

Tal vez la comunidad necesita de tus palabras y tu pluma.

Y no te olvides del Ministro, tal vez juntes a unos cuantos por buscar su cabeza.

Elvis.

 

 

Moví mi varita y la carta se enrolló y desapareció tras una voluta de humo rojiza.

 

Ya iban dos cosas solucionadas. Parecía que habían pasado horas tras haber abandonado el Grimmauld Place pero sólo habían sido algunos minutos. Me escapé de la sala, esperando que ningún de los otros Gryffindor me interrumpiera, porque la verdad que no podía darme el lujo de llevarlos conmigo. Era todo un honor pero no iba a poner en peligro sus vidas. Llegué a mi habitación, esperando encontrar lo que buscaba. Era una simple poción pero no recordaba dónde estaba.

 

¿Magia especial? Para nada. Cada comunidad tenía sus propias recetas y estaba orgulloso de mantener mis raíces con los druidas, que estaban en mi sangre por parte materna. ¿Hacía cuánto que no hacia eso? Años. Y era un juego que me había regalado mi prima Arabella. Amábamos jugar a encontrarnos de aquella manera. Magia simple. Pero en aquel momento me estaba salvando la vida.

 

Encontré la pequeña botellita que contenía un líquido violeta, como una hermosa lila. Y apoyé la carta de Mackenzie al lado. Abrí el contenido del recipiente y le eché algunas gotas al papel. Éstas se impregnaron en él y recité algunas palabras necesarias. Parecía esos cantitos de niños que hacían al jugar a las escondidas. “Uno, dos, te escabulles como el sol. Tres, cuatro, ¡perdiste!, porque te encuentro en un rato.” Tomé el papel entre mis manos y desaparecí.

 

Sólo esperaba que aquella magia de localización funcionara. O tal vez terminaría con un brazo menos en el hospital. Aquello no sería bueno.

 

 

 

Hospital Hindenbug

Buscando a Mackenzie.

 

El golpe del cambio climático fue brusco. Claramente no me encontraba en Inglaterra pero no sabía exactamente dónde. Abrí los ojos al sentir los pies sobre la tierra y lo primero que hice fue observar que no faltara nada de mi (nada de lo que ya faltaba). No me dolía nada. Asi que estaba tranquilo al saber que había por lo menos funcionado. ¿Lo sabía? Al menos había aparecido en otro lado.

 

Avancé unos pasos guardando el pergamino de nuevo en mi bolsillo. Había sido una estupidez no haberme traído la poción, no lo había pensado, en caso de necesitarla nuevamente. Había aparecido en una ciudad, por el tipo de estructuras pero no había tantos edificios, sino más bien instituciones grandes, casas inmensas. Los caminos eran anchos y había farolas altas que iluminaban todo como la luz de la luna. A un par de cuadras pasaron unos autos ¿Una calle principal? Tal vez. Por lo menos en ésos metros cuadrados no había nadie.

 

Miré más adelante, por encima de unas casas con unos ventanales que seguramente de haber movimiento, se vería por completo. Justo encima de sus techos, se leían unas palabras que no entendía. No era mi idioma ni tampoco lo reconocía fácilmente. Lo único que se distinguía era aquella cruz que me identificaba el sitio como un hospital. Abrí los ojos. ¿Un hospital muggles? La magia me había llevado hasta allí.

 

Acomodé el cuello de mi camisa y desaparecí la capa. No podía andar por cualquier lado como mago. Por encima tenía un chaleco de cuero con mi broche de oro en forma de león y unas cadenas que se guardaban en el bolsillo, sosteniendo mi reloj. Mis zapatos resonaron en la calle y guardé mi varita al ver pasar a un par de mujeres que iban enfrascadas en una conversación que no entendí. ¿Ruso, alemán, checo? Lo saqué de mi mente, aquello no importaba. Avancé por la calle, mirando alrededor. Y me detuve en seco. El Hospital empezaba a unos cien metros. Y estaba cometiendo un error bastante de novatos al no realizar alguna especie de análisis del sitio.

 

Y lo primero que llamó mi atención fue una especie de guardia, parado en la mitad de la calle. Y había algunos más como él cerca. Estaban custodiando algo. Por detrás de ellos, en un costado del hospital, había una furgoneta totalmente negra sin ninguna distinción. ¡Y estaban metiendo un cadáver! En ningún lado pasaría desapercibido cómo un grupo de personas enmascaradas con uniformes blancos, dejaban una bolsa grande pesada dentro del vehícul0

 

¿Dónde me estaba metiendo?

 

Negué con la cabeza. Me encaminé hacia un costado, donde había una casa con un par de árboles y arbustos alrededor. No sabía si había alguien, esperaba que no. Aunque solamente lo usaría como fachada. Oculto lo más posible, levanté mi varita y salieron despedidas unas luces como fuegos artificiales. Pero no fue como una estela de luz, que se vería de dónde salía. Sino que aparecieron a unos cien metros, del otro lado de la calle, para que los guardián al menos giraran la vista para ése lado. Hubo luces y explosiones.

 

¿En qué me estaba metiendo? Tenía que improvisar. Pero a la vez, utilizar todos los recursos que poseía (y sino, inventarlos). Se lo debía a @@Mackenzie Malfoy. Le había fallado. ¿Quién era ella? No era nada de mi, pero había tenido la oportunidad de hacer algo y no lo había hecho. Asi que técnicamente, se lo debía. Era como un pacto mágico invisible que unía a dos personas. Casi similar al que ocurría cuando le salvabas la vida a alguien. Se tenían que compensar.

 

Aproveché ése segundo de distracción y todo mi cuerpo se contrajo hasta quedar en forma de búho. Agradecía a todos los dioses el contar con aquella forma de animagia. ¿Cómo iba a entrar para averiguar si Mackenzie estaba allí si no era de ésa forma? ¿Había forma disimulada de hacerlo como un elefante o rinoceronte? “Si rompes medio hospital, entras seguro” intenté relajar mi propia mente. La necesitaba más que nunca.

 

Tomé vuelo, di algunos aletazos y me dirigí a la parte superior de la estructura. Tenía que ver cómo entrar.

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Había sido un mes espantoso. Después de lo sucedido en Londres todo aquel mes largo de espera sin encontrar a Mackenzie Malfoy, el desánimo parecía haberse instalado en la familia. La tía Sagitas desaparecía cada mañana temprano, demasiado temprano, en busca de información en la zona muggle. Los demás compañeros de bando esperábamos noticias y nos reuníamos a menudo en Grimmault Place para compartir noticias. En la ciudad, los movimientos en contra de los magos eran cada vez más violentos, por lo que los niños se habían quedado recluídos en la mansión, rodeada de protecciones en contra de los muggles y sus ataques. Las noticias que traía cada día El Profeta o escuchábamos en la Radio, eran desalentadoras.

 

El mundo estaba en contra nuestro.

 

Aquel día, yo también madrugué para dar clases a los niños. Habíamos cerrado la guardería y casi todos los negocios, sólo quedaban en pie algunos que podían pasar por tiendas muggles, como la librería o la taberna, la floristería y alguno más. No sabía qué había hecho la tía @@Hayame Snape Potter Black con la clínica aunque ahora todos parecíamos tener un confinamiento total en la mansión familiar para evitar problemas.

 

Preparaba la mesa de la biblioteca de la Potter Black cuando sentí un carraspeo. Lo identifiqué enseguida. Venía del Espejo Comunicador que llevaba siempre encima. El otro lo tenía el Padre Andrew, de la Iglesia de la Plazoleta roja. Le saludé. Se había convertido en un amigo y habíamos pasado horas hablando de todo un poco, aunque sobre todo sobre nuestra visión de la espiritualidad. Era un hombre muy abierto, muy amable y, sobre todo, muy poco rígido en cuanto a su religión.

 

- ¿Estáis bien? ¿El niño está bien?

 

Me senté en una de las sillas de la biblioteca, giré el espejo para que viera donde estaba y después volví el espejo hacía mí para contestarle.

 

- Está muy bien, a punto de empezar las clases.

 

- Pero no estáis en ese colegio de brujos, ¿verdad? Ese que es... de hechicería.

 

Eso me extrañó, no recordaba haberle hablado de Hogwarts o de algún otro colegio. Creo que notó mi desconcierto porque prosiguió hablando. Su cara también estaba rara.

 

- En la televisión están dando un ataque terrorista contra edificios vuestros. Uno no sé que és, el otro parece un hospital y otro dicen que era un colegio de magia. ¿No estaréis en...?

 

No escuché más. Con una terrible opresión en el pecho, salí corriendo de la mansión. Dejé a los niños custodiados por Babila y Harpo y corrí, todo lo que pude, hacia Grimmault Place, en busca de mis amigos de bandos. Allá me dirían que no... que no era cierto, que el Padre Andrew se equivocaba.

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