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Cuidado de Criaturas Mágicas VI


Sherlyn Stark
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Abrir los ojos fue lo único que necesitó para dar paso a aquella aventura conocida como vida.

 

La cría apenas podía moverse, de vez en cuando giraba sobre sí misma hasta que descubrió que no se encontraba sola. Dos iguales estaban frente a él y apenas podían mirarle. Los días pasaban y los felinos crecían rápidamente en aquella madriguera. En aquellos tiempos la comida era escasa, su madre apenas podía conseguir alimento lo que causó un poco de frustración entre los trillizos. Los animales comenzaron a luchar por la comida día y noche. Y él no podía quedar atrás. Las peleas continuaban todo el tiempo mientras su mamá los mudaba de madriguera para evitar a los depredadores. Él resultó ser el más fuerte. Para cuando había culminado el mes, sólo él había sobrevivido.

 

El segundo mes de vida había pasado y era momento de que saliera de la madriguera. Había comenzado a asistir a su madre en la caza, la cual se le daba muy bien pues era algo natural.

 

Un día se encontraban de caza con su madre, esta era cinco veces más grande que él, pues todavía era un bebé. A pesar de la corpulencia de la bestia, era muy sigilosa y siempre lograba cumplir con su objetivo. Además, la nundu tenía habilidad especial que él aún no había desarrollado. Su aliento era letal. Cuando abría la boca era capaz de aniquilar a una manada completa, pero en aquella ocasión no la había utilizado. El nundu bebé avanzó y logró devorar a su presa. Lo había hecho bastante bien y era momento de celebrar el festín. Al levantar la vista observó que se encontraba sólo, ¿qué se había hecho su madre? El nundu corrió pues estaba a punto de anochecer pero un haz de luz escarlata lo detuvo. Aquello fue lo último que recordó de su estancia en África.

 

 

El felino abrió los ojos justo cuando un mago salía de la estancia.

 

Aquella había sido la primera y penúltima vez que lo había visto. Los días transcurrieron pero no recordaba mucho al respecto. El felino, aun bebé, se pasaba las noches arañando los muebles y mordisqueando zapatos viejos para entretenerse. No sabía que comía, se sentía extraño pues ya se había acostumbrado a la caza, pero aún así devoraba todo lo que le era servido. En el día, el nundu era dormido a través de una cerradura por lo que continuaba sin saber qué estaba sucediendo.

 

Con el paso del tiempo aquella casa se fue llenando de joyas valiosas, cuadros y antigüedades gracias a aquel ladrón espectral. La ira del nundu aumentaba paulatinamente.

 

Una tarde de abril, aquel mago ingresó a la casa cansado y frustrado. Se le había olvidado dormir al nundu y cerró la puerta. Al instante los ojos de la bestia se iluminaron en la oscuridad. El mago intentó correr, pero no había salida, él mismo había diseñado aquella casa para que fuese del todo impenetrable. El leopardo gigante himpló amenazadoramente mostrando sus colmillos y se lanzó al acecho. Su presa gemía y lloraba en el suelo. El nundu lanzó un zarpazo con su garra izquierda y provocó graves heridas en el pecho del mago, tumbándolo al instante. Al abrir sus fauces contagió a su víctima con aquella enfermedad virulenta. El mago se llenó de pústulas y su rostro se demacró.

 

— Alohomora —dijo Eldon Elsrickle antes de que el nundu lo devorase.

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Perdió el conocimiento instantes antes de que Edmund y Sherlyn llegaran hasta donde ellas se hallaban, por lo que no logró verlos a tiempo. Su cuerpo le había pesado de una forma inconcebible, y sus parpados habían terminado por cerrarse por sí solos.

 

Los abrió repentinamente, como si ya nada hubiese pasado, pero se sentía muy rara. Le sorprendió ver el panorama frente a sus ojos: unos metros por delante se hallaba ella misma, aunque en el suelo e inconsciente, y a cada lado, Lisa y Médici, junto a Browsler y Stark, quienes acababan de llegar. Todos, siendo invadidos por las aves que se abalanzaban sin piedad sobre ellos. El hipogrifo grazno y se apoyo sobre sus patas traseras, dejando expuestas sus garras y su pico en señal de advertencia. En ese momento experimento un miedo aun mayor del que, sin darse cuenta, ya sentía.

 

¡Corre! – se dijo a sí misma, o eso creía.

 

Se giro y comenzó una carrera frenética en dirección al bosque que se hallaba un poco mas allá, sintiendo el viento azotar su cara. No sabía adónde iba, ni lo que había sucedido, ni siquiera por que tenía una estatura mucho más pequeña de la normal, pero se dejo guiar por un instinto mucho más grande que cualquier cosa.

 

Se detuvo solo después de unos minutos, cuando el silencio lo invadió todo casi en su totalidad. Se oían los graznidos de las aves muy a lo lejos, lo suficiente para indicarle que el peligro había cesado por ahora. Se acerco a la pequeña laguna que había frente a ella, dispuesta a beber un poco de agua. De haber podido gritar lo habría hecho.

 

El reflejo de un hocico corto y una lengua al aire fue lo que vio. No era ella, sino el pequeño lobo al cual se habían cruzado antes, ¿era aquello posible? No estaba segura, pero parecía que sí. No estaba en su cuerpo, ni tampoco usurpaba el del cachorro, sencillamente compartía su cuerpo, pero solo como una visitante temporal. Mientras el animal bebía agua, se dejo embargar por las sensaciones ajenas.

 

Todo parecía multiplicarse, el ruido, los olores, las cosas que rondaban el lugar e incluso la tierra húmeda. Se dejó llevar por ellos y por lo que el cachorro deseaba hacer, a fin de cuentas, era un huésped momentáneo. Se oyó gimotear al pequeño, a medida que avanzaba entre la espesura. Estaba perdido, no sabía dónde ir y había perdido a su madre y hermanos, y en un principio había intentado refugiarse entre los humanos que había encontrado, pero ahora ellos no estaban para ayudarlo.

 

«Ánimo, pequeño, estoy contigo.»

 

No sabía si la oía o no, pero de todas formas lo intentó.

 

Andando estuvo un tiempo bastante prolongado, y poco a poco el pequeño comenzaba a cansarse y el hambre se hacía sentir. El sol caía lentamente, dejando en penumbra el paisaje, hasta que el pequeño se echó en el suelo, gimoteando cada vez más. Estaba agotado y bastante asustado, no había nada ni nadie que pudiese ayudarlo.

 

«¿Qué es eso?» se preguntó, haciendo que las orejitas del pequeño se levantaran levemente. Había algo en el ambiente que llamaba la atención, algo muy sutil, pero reciente. Olisqueó el aire, tratando de encontrar de qué se trataba. ¡Sí! ¡Era un olor conocido!

 

Haciendo uso de las últimas fuerzas que le quedaban por delante, se levantó y comenzó a buscar el rastro. Era débil, pero fresco, ¿sería que todavía estarían por allí cerca? Entonces, luego de llevar ya varias horas sin hacerlo, aulló, un llamado particular al que sólo su familia podía corresponder. Y entonces, la respuesta llegó, a lo lejos, pero develando el lugar donde su familia lo estaba esperando.

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Luego de que los alumnos despertaran de aquel profundo sueño, aparecerían en el aula de Cuidado de Criaturas Mágicas. Era un ambiente acogedor, al menos Sherlyn se esforzaba por mantenerlo de esa manera, con los objetos decorativos ordenados y las estantería alineadas. Había dos amplios ventanales que, al ser de día, se mantenían abiertos para dejar que la luz traspasara y ofreciera calidez en el interior. A pesar de las reformas que la bruja había hecho, éste no dejaba de presentar un aspecto misterioso.


— Bienvenidos al aula —dijo, recordando que ellos aún no la habían pisado ya que la clase comenzó en el interior del bosque—. Llegamos al final de la clase, espero que hayan tenido una experiencia maravillosa —añadió, con esperanzas de que sus alumnos hubieran podido aprender mucho acerca de las criaturas mágicas a pesar de las circunstancias con las que se encontraron.


— Lamento mucho lo ocurrido dentro del bosque —se disculpó la bruja—. Próximamente se iniciarán investigaciones para saber con exactitud lo que sucedió —no creía que aquello lograra calmar a los alumnos, pero no finalizaría la clase sin decir nada al respecto.


Estaba claro que quienes estaban presentes en ese lugar eran quienes aprobarían la clase. Desconocía el paradero de Di Médici. Aunque imaginaba que las autoridades del establecimiento se encargarían de ella. Volvió nuevamente su atención hacía sus alumnos y se dedicó a mirarlos. Lucían mal, sin dudas, y ella estaba segura que un buen descanso les haría muy bien. Lo más óptimo era cerrar la clase, considerando que ellos ya habían pasado por mucho.


— Lo hicieron excelente —felicitó la bruja, para luego entregarles los pergaminos que certificaban que habían aprobado la clase. Los directivos se encargarían de hacer oficial el nuevo conocimiento.


— Espero volver a volverlos en otra ocasión.

 

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