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Cuidado de Criaturas Mágicas VI


Sherlyn Stark
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Entonces Lisa sí había sabido todo el tiempo que él la había estado siguiendo durante su camino hacia aquella especie de bosque. Edmund se encogió de hombros, por lo menos aquello aseguraba que su compañera no era una bruja incompetente, ciertamente no lo era. La última persona en llegar llamó un poco la atención al ir ataviada con un vestido renacentista, especialmente por su busto llamativo. Edmund casi podía asegurar que conocía a aquella bruja de algún lugar pero no alcanzaba a recordar nada. El mago desvió la mirada para concentrarse en su profesora, quién había comenzado a responder a su pregunta, sin realizar ningún tipo de anotaciones pese a que tenía su vuelapluma dentro del monedero de piel de moke que llevaba atado a su cintura.


Un crucero, varias copas, su pantalón mojado por vino “accidentalmente”… Ahora recordaba de dónde conocía a Lucrezia y por qué a la bruja le daba igual su presencia. Aquellos recuerdos habían sido borrados de su memoria al abandonar la Orden del Fénix. Mientras realizaba aquellas reflexiones, Edmund se colocó un par de colgantes al cuello y los ocultó debajo de sus ropas mientras sus compañeros continuaban la plática, además, también había decidido colocarse unos cuantos anillos en sus dedos, los cuales no eran meramente decorativos.


No, Lisa, los centauros fueron clasificados como criaturas XXXX por su propia petición —afirmó Edmund, pues conocía sobre ello—. Sherlyn se refiere a criaturas como los dementores. Una vez yo tuve un en…


Edmund calló. Unas fuertes ráfagas de viento comenzaron a azotar el claro en el que se encontraban, las ramas de los árboles se agitaron con fuerza, hasta el vestido de Lucrezia se había levantado hasta lugares indebidos mostrando mucho más de lo que la bruja quería. Browsler se sujetó con fuerza de aquella roca en la que había permanecido sentado pero pronto se vio obligado a soltarla, sintiendo su cuerpo a la suerte de aquel ciclón, abandonando la seguridad que le proporcionaba el suelo firme. Había dejado atrás los terrenos de la Universidad Mágica. El mago podía observar poco o nada a su alrededor antes de que su anatomía se viera presa por acción de la gravedad. Estaba cayendo, sí, y de no hacer algo pronto estamparía su rostro con el suelo al que se acercaba. El amuleto volador reaccionó mucho antes que él lo hiciera, las alas de plata de aquel colgante brillaron con intensidad proporcionándole una caída suave y segura.


Los pies de Edmund tocaron el suelo de aquella montaña. No entendía por qué su medallón no le había avisado del peligro amenazante o por qué su anillo detector de enemigos no se había accionado, tal vez era porque en ningún momento se había encontrado en riesgo. «¿De qué se ha tratado todo esto?» pensó al tiempo que se ponía en marcha cuesta arriba. Desconocía aquel medio de transporte y estaba seguro que el departamento al que pertenecía no había autorizado aquel medio de transporte. Al finalizar aquella clase tendría que hablar con el director del Departamento de Transportes Mágicos para enviar un comunicado a los directores de la Universidad Mágica.


¡Paff!


«¿Y ahora?» Edmund se colocó de pie. Había estampado su rostro contra el suelo después de haber tropezado con algo. Después de sacudirse el polco y de limpiar la suciedad que había corrompido su túnica elegante, el mago observó que no se trataba de algo, sino de alguien. Era Sherlyn, su profesora. Edmund la ayudó a incorporarse, ¿qué había estado haciendo allí en el suelo? Luego de tocarla y sentir cómo temblaba lo supo, seguro no le gustaban las alturas y menos desde aquella vista, pues parecían estar al borde de un acantilado. Unas chispas rojas se hicieron presentes en el aire, aquel encantamiento por lo general lo hacían los magos para dar señales de vida y Edmund supuso que se trataba de alguna de sus compañeras. Cedió su antebrazo con caballerosidad a Sherlyn y la guió montaña abajo hasta que la bruja estuviese lo suficientemente tranquila como para caminar por su propia cuenta.


Toma, te hará bien —dijo finalmente, ofreciéndole un poco de poción herbovitalizante que había sacado del monedero.


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Unas chispas rojas en el cielo llamaron poderosamente mi atención, descubriendo entonces que nuestra aristócrata favorita se hallaba cerca. Enarque una ceja sin ningún tipo de sutileza – Anda vamos – Le susurre a la Delacour – Una bella damisela en apuros nos necesita – No podía evitarlo, me habían tocado en el punto débil; mi ego, creyéndose mejor que yo sin ni siquiera pararse a conocerme. Su rictus, sus pomposidades, su alta cuna, su grandioso porte no era nada en aquel paraje.


Trasgu alzo el vuelo cuando Mei se subió, eliminando la distancia que nos separaba de la rubia, la cual lucia tan impoluta como minutos antes. Era alucinante como algunas personas eran tan sumamente superficiales. Omití cualquier mención burda sobre lo que me provocaba tenerla delante y decidí comportarme bien, al menos por el momento - ¿Ha sufrido alga tipo de herida durante la caída? - A fin de cuentas, mis principios fundamentales siempre salían a relucir.


Ya reunidas las tres, solo quedaba saber el paradero del Knight y de la profesora – No tengo idea de que ha sucedido, pero no me sorprende. La universidad lleva intentando matarme desde principios de este año – Y no era broma. Entre los entrenamiento con los Uzzas y las miles de aventuras en paraderos extraños en los que me había visto involucrada, aun no sabia como seguía respirando – Creo lo esencial es movernos y usar la lógica. No deben estar lejos - Confiaba que fuera así.


De repente y entre la hojarasca hizo acto de presencia un lobo de apenas tres meses. Era minúsculo, de tonalidades grises y unos ojos azules que al instante me ganaron. El animal tomado por la curiosidad se acerco a la grácil figura de la paladín, queriendo que esta le hiciese caso – Mira un admirador – Los canidos amantes de la luna me fascinaban – No se porque tengo la sensación de que Sherlyn ha querido que viésemos con nuestros propios ojos la clasificación de la que ha hablado antes….

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Tardó unos pocos minutos en llegar a la orilla del lago, y para cuando iba llegando, oyó que algo se aproximaba volando con un fuerte aleteo que iba alterando cada vez más la superficie del agua aun a pesar de que ella ya había dejado de bracear debido a que ya había tocado tierra.

 

Le sorprendió bastante ver que se trataba de Lisa, quien había llamado a su siempre adorado hipogrifo, el cual había acudido a su llamado sin perder tiempo. Por un momento sopesó la idea de llamar a Einar, su fiel corcel que sólo le obedecía a ella y con el cual tenía un vínculo que nadie que no fuese de la Orden de la Mano de Plata entendería, pero descartó la idea casi de inmediato, no porque no quisiera llamarlo, sino porque estaba en una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, se supone que debía aprender a cuidar otras criaturas, no sólo a su caballo o su amado jobberknoll.

 

Negó con la cabeza al oír las palabras de la Weasley, acababa de tener una experiencia volando y por el momento prefería mantenerse en suelo firme y así lo dejó ver en sus palabras:

 

De haber aparecido unos minutos antes el hipogrifo habría sido de mucha ayuda.

 

Una vez salió del agua, observó sus ropas, sintiendo que ahora su vestido pesaba mil kilos más. Estaba arruinado, sin mencionar los zapatos que había perdido en el lago. Ahora sólo estaba descalza, algo que no le agradaba demasiado, pero ¿qué podía hacer? No regresaría al agua sólo para buscar su calzado, además, de seguro estaría arruinado.

 

De pronto, un rayo en el aire centró su atención en su alrededor, notando que alguien más se hallaba por allí, viendo que era la mujer extravagante, la llamada Médici.

 

¿Qué? No, no quiero subirme a… ¡OYE!

 

Aquel grito a forma de queja fue debido a que Lisa la obligó a subirse y el animal, sin esperar a que se agarrara firmemente a algo salió volando, a lo cual casi hizo que resbalara del lomo. Una vez en tierra, se dejó resbalar y caer nuevamente en tierra, sintiendo que su alma se había perdido en algún lugar de las alturas ante lo repentino de aquello.

 

¡Maldición, la próxima vez avisa! – exclamó, hallándose de rodillas en el suelo y respirando de forma profunda, pero recuperando el aire nuevamente, miró a la otra mujer – Puede que Stark y Browsler vieran el llamado que ella hizo, tal vez lo mejor sea quedarnos por acá un momento y tu aprovecha a usar a tu hipogrifo para ver si los localizas más rápidamente.

 

Soltó un largo suspiro, realmente casi la mataba del susto. No solía temer a las alturas, pero cuando la tomaban por sorpresa no es que le agradara, sobre todo si había estado a punto de caer nuevamente, y esta vez no a una superficie líquida.

 

Se sentó sobre sus piernas al momento que veía un pequeño animalito aparecer del bosque próximo que tenían, algo que la sorprendió, sobre todo para cuando acudió a ella de forma inesperada. Parpadeó varias veces, pero sin perder tiempo acarició al lobito, a fin de cuentas le exigía su atención.

 

Sí, creo lo mismo, aunque no creo que haya querido sorprendernos con ese extraño viento… o eso espero realmente – agregó, alzando al cachorro y mirando a Lucrezia –. ¿Creen que realmente deseara enviarnos aquí? Para eso podríamos haber venido desde un primer momento. La verdad a mí esto no me huele a algo normal.

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El lapso de tiempo entre su llamado y la llegada del hipogrifo fue minúsculo, pero le permitió observar su alrededor. Se perdió en el despejado cielo surcado por el vuelo ligero y espectacular de jobberknolls, en la montaña que se alzaba con magnificencia única en las cercanías y la cristalina superficie del lago salpicadas de variopintas sombras de criaturas que no llegaba a interpretar con su incipiente conocimiento sobre ellas. Aquel lugar era bañado por una espectacularidad que pocas veces había tenido la oportunidad de observar.

 

Detectó un extraño movimiento en la espesa oscuridad de la maleza e hizo el ademán de alzar su varita hacia el punto de emisión de un sonido de roce de hojas y ramas, pero fue en ese instante que fue interrumpida por la llegada de sus compañeras. Se volteó con un movimiento lúcido y dirigió su fría mirada a quien primero había tomado la palabra. Su expresión altiva se torció hacía una extraña benevolencia, con una ínfima sonrisa que comenzaba a tomar protagonismo en su rostro ¿Acaso sus oídos la engañaban o aquella mujer había preguntado por su estado físico?

 

- No, ninguna herida. Digamos que mi caída fue amortiguada.- respondió, mirando con el rabillo del ojo el montículo de barro donde había quedado impresa su figura.

 

Sin embargo, aquel rumor de movimiento que había percibido con anterioridad se tornó más notable, al punto de ser imposible ignorarlo a menos que uno fuese insolente. Estar en un entorno como ese, con su naturalidad y extensión, significaba una enorme libertad a la par de una peligrosa exposición. Giró su vista hacia el arbusto y fue entonces cuando lo vio: se acercaba un pequeño lobo con pelaje de tonalidades grisáceas, cuya actitud tímida resultaba sumamente agradable a la vista, debía aceptar.

 

Lejos del esperable contagio de la alegría con la que Lisa había recibido a aquel curioso animal, Lucrezia lo miró con desconfianza y apenas ejerció movimiento cuando éste llegó. Sabía que si un cachorro había llegado a ellas, su manada y - lo que era peor – su madre no estaría lejos. Procurando no exteriorizar su repentina tensión, dio un rápido vistazo a su alrededor para asegurar que más movimientos extraños la rodeasen. Nada. La suerte estaba de su lado, por el momento. Se arrimó a sus compañeras, posando sus azules orbes sobre los ropajes de aquella que aun permanecía impregnada del agua de la laguna.

 

- Si lo que quiere es que veamos la clasificación con nuestros ojos, no quiero llegar a la quíntuple equis.- comentó con un tono jocoso ajeno a ella, restándole importancia a lo que podría transformarse en una realidad.- Si quisieron realmente enviarnos aquí sin avisarnos, alguien va a recibir una demanda en su despacho.

 

La varita que aun pertenecía en su mano se elevó, manipulada por sus delicados dedos. Alcanzó con un pequeño movimiento, como un pequeño toque en el húmedo aire de ese paraje, para que se invocase en un punto entre las tres mujeres una pequeña llama danzante que serviría para calentar a Mei y secar su ropa. Poco tenía aquel gesto de amabilidad por parte de la Médici: si necesitaba ayuda de su compañera en el futuro, debía evitar cualquier factor que pudiese retrasarla. Una sonrisa de falsa amabilidad cerró aquel pequeño acto mientras volvía la mirada hacia la arbolada circundante.

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A causa de su involuntaria visita a esas alturas, la bruja no pudo evitar idear hipótesis acerca de eso. En verdad se arrepentía de no haber cumplido con su deber, de haber examinado con suma atención el ámbito donde conduciría la clase. Comprendía si después de aquel episodio sus alumnos se mostraban un tanto molestos por las consecuencias y por su irresponsabilidad, pero se abstendría de ellas y correspondería toda culpa. Pero en verdad esperaba que aquello tuviese un desenlace y salieran a salvo. Mantenía apretada su mano contra su pecho, la misma estaba abierta y tenía la intención de que midiera sus pulsos.


— Muchas gracias, señor Browsley —no sabía si aquel apelativo le correspondía, pero durante su infancia había tenido fuertes referencias en cuanto a la cordialidad.


Cuando al fin tuvo la oportunidad de estar de pie, su primera acción no sólo fue mantenerse expectante de lo que sucedía, sino también escudriñar el lugar en busca de las mujeres que podrían estar perdidas por esa inmediación. Estiró su brazo hacía abajo, permitiendo que su compañero de la Orden del Fénix lo tomara y descender de la montaña para iniciar la búsqueda. Para su suerte, había indicios que les permitía creer que, por lo menos, una de las alumnas estaría en cierta posición. Ponía total esperanza que el destello en el aire significara sólo eso.


Stark mantenía una postura firme, impidiendo que sus pensamientos y las acciones de su alrededor desviaran su concentración. No obstante, agradecía enormemente los gestos de Edmund y en algún futuro haría lo posible para devolverle esos favores. La poción herbovitalizante no la reconfortó plenamente, a pesar de que con sólo apoyarla sobre la comisura de sus labios sintió energía, necesitaba algo que le garantizara que todo saldría bien—. Gracias —sólo agregó la bruja, pero tampoco fue suficiente su respuesta.


Le era inevitable que sus miedos se fueran reflejados en sus acciones, aún se sentía rígida y el camino hacia donde se dirigían no le ayudaba a calmarse. Fue en ese momento en que decidió buscar una distracción, sólo hasta que llegaran hasta el pie de la montaña, y, fueron los anillos de su acompañante quienes captaron su atención. Ella imaginaba que debía ser incomodo llevar tantos artículos decorativos en una sola mano, pero no debía descartar que, posiblemente, éstos eran utilizados para otro fin.


— ¿Los anillos de los libros de hechizos? —una pregunta que sonaba tan imprevista como inoportuna que sólo le advertía que debía medir sus palabras—. Oh —dijo la bruja, al tiempo que también se encargaba de esquivar las rocas que estaban en la superficie.


Tenía la sensación de que las criaturas no tardarían en aparecer y podrían ser molestas y peligrosas si no se las controlaba como era debido; sin embargo, confiaba en los conocimientos de sus alumnos, a pesar de que sólo le habían podido responder una sola interrogación. Eran magos expertos. Y, como un llamado, las criaturas aparecieron. El cielo se vio teñido de un negro, pequeños puntos sobre éste fueron tornándose en un manto de esa tonalidad. Eran aves, sin lugar a dudas, y todas venían de la misma dirección como si estuvieran escapando de algún peligro.


— Debemos tener cuidado —dijo Sherlyn, olvidándose de la mala experiencia tras sus palabras anteriores—. Si no me equivoco, están encantados y pueden dormirte con sólo tocarte —recordaba haberlos inventado para que tuvieran esa finalidad. El efecto que provocarían las criaturas sería dormirlos profundamente, por unos minutos, y los sueños serían acerca de ellos viviendo una experiencia en la piel de algún ser, bestia o cualquier criatura, algo que aún seguía considerado cruel y por lo tanto no había tenido su aprobación absoluta. Y, por lo tanto, le era incomprensible saber que estas criaturas estaban allí en esos momentos y que hubiera tanta abundancia.


Se apartó de Browsley y sacó su varita, preparándose para el ataque de las aves.

Editado por Sherlyn Stark

 

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Sonreí, sin poder evitarlo, ante el gesto nervioso de la Médici. Podía llegar a entender el motivo de su intranquilidad, no obstante, yo sabia a ciencia cierta que el joven cánido se hallaba solo. No hubiese dejado a Mei jugar con el si no fuese así. La seguridad de la paladín estaba entre mis prioridades. Deje que intentasen encontrar la solución al gran misterio del porque la profesora nos había transportado a tal paraje o si lo había hecho con conocimiento de causa. Mientras yo investigaba la zona cercana, sin alejarme mucho.


Era consciente de que para el resto de la humanidad, sobre todo los que se consideraban de alta cuna, sobrevivir en el bosque, sin ningún tipo de comodidad, era algo parecido a la muerte. En mi caso era todo lo contrario. Me sentía cómoda e incluso segura cerca de aquellos altos arboles centenarios. Si bien era cierto que la naturaleza era salvaje y complicada, si la respetabas y cuidabas, ella no te haría ningún tipo de mal. Una aventura mas, eso era lo que era aquella cátedra. Otra a mis espaldas.


Quintuple equis, seria muy interesante, pensaba a la par que mimetizaba el olor a humedad de las cercanías.


De repente y cambando por completo mi semblante sereno, el cielo se nublo producto de miles de negros pájaros. La dualidad de mi personalidad se dejo entrever. Kim apareció en mi diestra con una velocidad tal que nadie logro verlo bien. Amaba por encima de todo lo creado por Gaia, pero también era una guerrera de la luz conocida como warrior. Combatiría incansablemente contra quien desease corromper mi cuerpo y alma. Las aves eran una amenaza, lo sentía dentro, su esencia no era normal, mucho menos confiable.


Mire de reojo como tanto Delacour como Lucrezia se preparaban para lo que vendría a continuación. Agradecía estar en presencia de brujas expertas, pues la lucha seria encarnizada. Eran pequeños, no obstante, nos superaban en numero – No tengo ni un mínimo de intención de saber que nos pueden llegar a hacer con esos afilados picos, así que no dejéis que se acerquen - ¿Aquello estaría también planeado por la Stark? La mente de la Knight se había vuelto mas perversa de lo que crea en su memento.

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Aún con el cachorro entre sus brazos, observó de un lugar a otro, aunque no parecían hallarse cerca tanto Edmund como Sherlyn, lo cual la preocupaba bastante, no recordaba haber pasado una clase alejada de algún profesor por demasiado tiempo, ¿o sería que la muchacha realmente estaría atenta a ellos desde algún lugar oculto?

 

Gracias – dijo repentinamente al ver que Médici hacía aparecer una llama a su lado con el objetivo de calentarla debido a las ropas mojadas que portaba, como así también su cabello, aunque había intentado arreglárselo lo mejor posible, sin demasiado éxito.

 

Se acercó lo más que pudo para mantenerse caliente a la vez que intentaba que sus ropas se secaran, pero entonces, algo sucedió. El pequeño lobo comenzó a gruñir a la vez que miraba al cielo, y al cabo de un momento, su cambio fue notable, al punto de comenzar a revolverse en el lugar. Lo soltó, dejándolo sobre el suelo al ver su extraño comportamiento y notó que su pelo se había erizado y dejaba ver sus pequeños colmillos, aunque no a ella.

 

¿Qué sucede? – preguntó, pero justo en ese momento notó que el sol parecía haberse ocultado demasiado rápido siendo que misteriosamente no había nubes cerca como para conseguir aquello de una forma tan abrupta.

 

Levantó la mirada entonces, encontrándose con algo que la sorprendió y dejó anonadada a la vez que escuchaba lo que la Weasley decía al respecto. Gruñó ahora ella al ver que tenían problemas en cuanto aquella repentina bandada de aves se lanzó en dirección a ellas, a lo que rápidamente se colocó por delante del cachorro, en un claro intento de defenderlo.

 

Lo primero que intentó realizar fue utilizar su amuleto de amistad con los animales en un intento de calmar a aquellas aves y evitar tener que luchar contra ellas, y aunque si bien algunas detuvieron su avance, fue inútil tratar de que tal cantidad se detuviera.

 

Rayos – murmuró, frustrada con aquel intento, mientras sacaba rápidamente a Aukan y apuntaba a las aves con ella –. ¡Incendio!

 

Una pequeña pero poderosa llamarada salió de la punta de su varita, logrando de esa forma que las aves se asustaran y desviaran su trayecto en dirección a ellas, pero eso no intimidó al resto que venía por detrás de las primeras.

 

¡Cuidado! – exclamó, viendo como se lanzaban sobre Lucrezia, Lisa y ella misma, logrando efectuar algunos cortes en su cuerpo – ¡Maldición!

 

Insistió con el intento de asustar a aquellas aves, pero repentinamente sintió que el cuerpo le pesaba y sus párpados apenas podían mantenerse abiertos. Un cansancio muy fuerte se estaba apoderando de ella, ¿sería acaso producto de la energía impura que aún cargaba en su cuerpo? O tal vez otra cosa…

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— Estás en lo cierto —respondió Edmund luego de dirigir tocar sus anillos con sus dedos. No le gustaba tenerlos, le resultaban del todo incómodos, pero era mejor prevenir—. Aunque sólo tengo los del Libro de la Sangre. Tendré que comprarme más dedos para portar los de los demás libros.

 

El resto del camino colina abajo resultó ser un tanto silencio. La bruja parecía ir pensando en un sinfín de cosas que él desconocía puesto que jamás había estudiado ni siquiera un poco de legilimancia. Entretanto el mago sólo estaba pensando en qué lugar o en qué momento aparecerían las criaturas mágicas. Antes de tomar la decisión de iniciar aquel curso, se imaginaba que se irían a una especie de zoológico mágico y aquello distaba mucho de serlo. A su alrededor sólo habían árboles, rocas, más árboles y aquel sendero que parecía nunca acabar.

 

Después de una hora de camino, Sherlyn se detuvo. ¿Qué estaba sucediendo?

 

El cielo se había teñido de negro, todo oscureció repentinamente pero no se trataba de la noche, ni siquiera de una tormenta. Una gran manada de pájaros negros huía de algo. La manada más grande que él hubiese visto jamás. Miles, millones tal vez. Edmund tomó la mano de la Stark para que caminaran más deprisa. La profesora le hizo caso, aunque sus ojos no se podían apartar de aquellas criaturas. Entonces los pájaros se lanzaron como una flecha hacia ellos y Sherlyn sacó su varita mágica para ¿atacarlos? ¿De verdad pretendía enfrentarse a tantas criaturas ella sola?

 

Sherlyn fue la primera en blandir su varita, lanzaba encantamientos aturdidores, inmovilizadores y muchísimos otros que Edmund no alcanzó a identificar. Los hechizos eran efectivos, pero los pájaros parecían multiplicarse. Browsler le ayudaba con aquellos encantamientos aunque hubo un momento en el que ya su paciencia no dio para más. ¿Qué más daba? Sherlyn era su compañera de bando.

 

— ¡Cyclone maximus!

 

Edmund formó un ciclón que se llevó consigo una buena cantidad de pájaros, pero no a todos, eran demasiados. Harían falta unos veinte hechizos de aquel tipo para poder acabar con todos. El mago volvió a tomar la mano de Stark pero esta vez para correr colina abajo. Los pájaros los perseguían de cerca, parecían acercarse cada vez más, estaban a punto de tomarlos cuando ambos se tropezaron con una rama de un árbol y terminaron rodando colina abajo. Browsler se colocó de pie y se sacudió el polvo de la túnica negra justo a tiempo para ver cómo los pájaros los atacaban. Pero no sólo a ellos dos, allí también estaban el resto de sus compañeras.

 

El cuerpo inerte de Browsler cayó al suelo, preso por aquel hechizo que producían los pájaros al tocarte.

 

 

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La cantidad de aves parecía ser infinita, tanto que le era imposible, desde su perspectiva, observar el panorama completo, por lo que desconocía si había otra clase de criaturas a su alrededor —deseaba que no—. Era una situación alarmante. Sin embargo, Sherlyn tenía presente que cualquier persona que llevara dentro de sí misma un gran valor y dignidad, sería capaz de encontrar una solución. Y, ya no le quedaba dudas, puesto que al tiempo que ella posicionó su varita de manera defensiva, su compañero la siguió.


Desde una temprana edad había aprendido a no emplear la violencia contra seres vivos, ya que terminaba lastimando y era lo que menos deseaba. Pero, en el medio del caos no siempre se pensaba con claridad y terminaba realizando acciones que no eran las mejores. La acción realizada por Edmund había sido lo suficientemente impactante para que ella volviera a la realidad; si bien, la imagen de las aves cayendo al suelo a causa del ciclón logró impactarle. Sin contar que el joven había realizado un hechizo de la Orden del Fénix, sin embargo, estaban a lo alto y con el disturbio era imposible que pudiera ser percibido por otra persona.


Antes de que la bruja pudiera articular una palabra, sintió la mano de su compañero contra la de ella. Inmediatamente supo cuál sería la reacción de éste, descender de la montaña ante la gran manada de pájaros que se dirigían hacia ellos, pero no fue una idea tan brillante, ya que terminaron cayendo hasta llegar a la superficie terrestre, curiosamente, donde se encontraba el resto de las alumnas.


«Debían dejarse capturar por las aves, ellos los llevarían nuevamente hacía el interior del aula luego de la profunda alucinación que los apresaría». Aquello no dejaba una buena enseñanza después de todo, entender el mecanismo de defensa de las criaturas era un tema complejo, al igual que encontrar las alternativas que ellos tenían para defenderse de ellas. Podían volverlos vulnerables por un hechizo, pero eso no cambiaría en nada, puesto que cuando éste se deshacía, las criaturas volverían a su actitud natural. Posiblemente, sea uno de los temas que la bruja hablaría cuando estuviesen nuevamente dentro del aula.


Y, olvidándose del dolor generado por la caída, la bruja se sumergió a una alucinación, esa en la que ella estaba bajo la piel de la criatura, pudiendo sentir todo lo que aquel ser vivía. Era una situación que le generaba confusión pero al mismo tiempo curiosidad. Vivir en la piel de una criatura era, quizás, una de las maneras en la que ella podía acercarse y descubrir cuáles eran las sensaciones de ésta. No era la primera vez que Stark tenía que pasar por esas circunstancias, así que ya había aprendido a que el pánico no la cubriera.


Cada persona podía transportarse a la piel de cualquier criatura y debían destacar todos los detalles que le rodeaban, el ámbito donde éste vivía; si estaba en custodia de personas o si era salvaje; cuáles eran sus impulsos naturales, si deseaban alimentarse de seres humanos o se sentían amenazados —sus puntos de vista—. También, experimentar los mecanismos de defensa: invisibilidad, desaparición o encogimiento.


****



Una vez que esa actividad diera finalización, la bruja se encargaría de escuchar los relatos de sus alumnos acerca de lo que habrían experimentado. Para ella sería una placer, ya que descubriría sí fueron capaces de captar lo que ella había tratado de transmitir.

 

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No, obviamente Stark había perdido el juicio. Después de aquello la llevaría de cabeza a San Mungo para que los sanadores se hiciesen cargo de explorar su corte cerebral en profundidad. Su voz llego a ms oídos tan nítida como si la fémina se hallase a un metro de mi figura, que después comprobé que era así, pues con la ayuda de Edmund habían logrado encontrarnos. No estaba muy convencida de dejarme atrapar por aquellos pájaros de esencia oscura, no obstante, si la profesora lo pedía, ¿tenia autoridad de negar su mandato?


Habíamos intentado defendernos de las aves sin hacerles mucho daño. Estas parecía se regeneraban porque cada vez había mas y no me agradaba nada. Una mirada con la Delacour fue suficiente para que dejase de luchar y asumiese que iba a caer presa de unos feroces picos, los cuales probablemente me seccionarían los ojos con rapidez – Ven a mi – Murmure, depuse de proteger al pequeño lobo que hasta entonces nos había acompañado – Sera interesante – No le tenia miedo a la muerte, menos a las negras criatura voladoras.


No sucedió lo que pensaba, fue algo mucho mas extraño. En cuanto el ala de uno de los seres cargados de magia que nos acechaban, toco mi pecho, la realidad muto. ¿Era verídico? No era cosciente. Tampoco me importo en un principio, pues la curiosidad gano por goleada a las miles de sensaciones que estaba teniendo. No solo veía a través de los ojos de un ratón de campo, si no que era ese roedor de pequeño tamaño. Sus pequeñas patas, sus largos bigotes, su flexible cola. Era, como poco, alucinante.


Perpleja ante lo que vivía, me puse a correr por las cercanías de lo que parecía mi madriguera. Probando mis nuevas y peludas patas. Mis orejas se movían na la dirección en la que captaba algún sonido extraño. Era una bestia enana, seguramente y en aquel paraje tendría mas de un depredador al acecho. Di una vuelta sobre mi, cuando intente subir un montículo de empinada cuesta. Escalar parecía no ser lo mio, no obstante, reptar por los túneles de tierra y cavarlos era una habilidad genial. Un cuchicheo cercano llamo mi atención.


Me acerque a una hondonada donde cinco criás de mi misma especie lloraban por falta de alimento. ¿Que? Tenia hijos y estos morían de hambre. Quizás mas por instinto que por otro tema, me fui en busca de algo que darles, a fin de cuentas, había tomado posesión de su madre y era mi deber cuidarlos. Después de unas vueltas a mi territorio, halle tres arándanos maduros con la piel suave y con una gran cantidad de azúcar. Perfecto par calmarlos, pensé, mientras arrastraba uno de ellos hasta la cueva. Jmas dejaría a un animal morir de hambre.

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