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Castillo Snegovik (MM B: 111885)


Leah Snegovik
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Sísifo:

 

 

 

Miré a otro lado, avergonzado. Me rasqué la nuca.

 

––¡Leah! ––reproché––, y yo no puedo sacarte a bailar, soy pésimo. Tendrás que enseñarme.

 

Me retiré hábilmente sacándole la lengua, perdiéndome entre la multitud. Caminaba con calma, contemplando el bullicio a mi alrededor, cada vez más ilusionado. Entonces vi cómo se aproximaba una chica que me resultaba terriblemente familiar. No fue capaz de reconocerla, pero sabía que nos habíamos visto en alguna ocasión. Su rostro estaba parcialmente oculto por una máscara lila, y lucía un vestido color crema que absorbía las luces tenues del salón. En su hombro, el tatuaje del trisquel me causó cierto impacto. Me aproximé sin alterar mi aparente serenidad.

 

––Buenas noches.

 

Sonreí. Le mostré el símbolo de mi muñeca, en un intento de crear hermandad. Pero antes de dejarle responder volví a alejarme. Vislumbré a otra joven que parecía algo aturdida. Miraba de un lado a otro como buscando una manera de encajar.

 

––Yo soy uno de los organizadores de todo esto... ¡y me siento igual de nervioso! ––comenté. Robé una copa de una de las bandejas y se la tendí––. Este es el secreto.

 

Me vi interrumpido por la llegada de un figura azulada. Supe quién era al instante.

 

––¡Profesor Emmet!

 

 

 

Oniria:

 

 

 

––Ese desgraciado sabe cómo librarse. ––Mascullé, contemplando cómo se alejaba. Yo también odiaba bailar, y más en público. Pero sabía que Leah era una amante de la danza, y quería satisfacerla. Tendí mi mano y le sonreí, dándome por vencida.

 

––Anda, ¡vamos antes de que me arrepienta!

 

La arrastré al centro de la sala, escuché la música unos segundos para adaptarme al ritmo y adopté una postura algo exagerada, como buscando imitar la escena de alguna película. Pronto Leah me contagió su entusiasmo.

 

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-Oh, ya me ocuparé de ti algún día.

No pudo evitar reír al verlo sacar la lengua. Acompañado del comentario de Oniria, era lo más gracioso de la noche. Tomó la mano de la mujer y se dejó llevar al centro de la sala. Ella misma giró cuando estuvieron listas, sin soltar su mano para hacerlo parecer premeditado. Quedó con elegancia frente a su cuerpo, se le daba bien el baile. El ritmo de la música era lento, la clase de compás que no tenía espacio a errores, uno de los vals que más disfrutaba. Sin embargo, ella parecía bastante tensa. Rió entre dientes y se inclinó para besarla.

-Relájate o vas a romperte algo -murmuró, divertida.

Entre ellas existía una química difícil de explicar, siempre había existido. Pero desde que la habían transformado, era más evidente. Le seguía el ritmo sin preocupaciones, casi sin prestar atención. Aún cuando un paso se salía de lo esperado, ella parecía saber con exactitud dónde iba a equivocarse y la seguía, evitando el error. En pocas palabras, estaban teniendo un baile fluido casi sin notarlo.

Mientras bailaban, moviéndose lentamente por el salón en pequeños espirales invisibles, sus ojos veían todo en conjunto. Las facciones de Oniria, su expresión de concentración. Las sombras de su rostro se alargaban cuando pasaban cerca de alguna de las luces. Le parecía hermosa, parte viviente de la decoración que habían elegido para la noche. Y también veía al resto de los invitados, a Sísifo, andando entre ellos como todo un señor. Regresó los ojos al frente. Su pareja de baile era la persona por la que, en ese mismo lago congelado, había llorado años atrás. Sonrió.

-¿Te das cuenta de que estamos teniendo nuestro primer baile? -preguntó entonces. La pieza cambió y ella, con una habilidad excepcional, se adoptó al ritmo e hizo que Oniria lo hiciera también.


@@Oniria Editado por Leah Ivashkova

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—¡¡Mami, quiero ir!!

 

La pelirroja ejercía presión con dos dedos sobre el tabique e inspiraba con parsimonia intentando no arremeter contra su propia hija. Había pasado un tiempo prudencial desde que ambas féminas (relevantes en la discusión con una niña de cinco años) se hubieron presentado en la recepción del LAIC a punto de dar a luz, desde entonces había evitado reuniones de Altos Rangos a menos que fuese sumamente importante su presencia momento en que no llamaba la atención, acudía en silencio y se marchaba antes de que el resto de los presentes notase que estaba allí. Al igual que Oniria, había rechazado sus escritos y si en algún punto intentó verla en la mansión Macnair tampoco se enteró.

 

Ámbar había vuelto de Italia hacía dos días y se sentía plena de tenerla consigo. La pequeña disfrutó de unas extensas vacaciones junto a sus abuelos y a su querido Massimo mientras la pelirroja realizaba un viaje ligeramente peligroso en compañía de Laura en busca de las piezas de su pasado, el saber por qué seguía con vida, dónde estaba el cuerpo de su pequeño hijo y su vez poder escapar de las obligaciones.

 

Pero la niña, sin su permiso, había revuelto los papeles de la oficina matriarcal encontrando la invitación a una elegante fiesta para dar la bienvenida a la familia Snegovik al mundo mágico así ésta se encontrase en Siberia. Irónico. Dudaba mucho que Haughton recordase el por qué su huargo de ojos violáceos tenía el mismo nombre. Llevaban una hora peleando, Ámbar podía ser intensa cuando se lo proponía y había pasado del capricho a los gritos histéricos y ahora recurría al llanto desconsolado, sabía que su madre era sensible, que no podía decirle que no pero por algún motivo aquella manipulación infantil e inconsciente estaba fallando.

 

—Mami, por favor. Extraño mucho a Leah— Más que ayudar aquello lo empeoró todo.

 

—Ya te dije que no, Ámbar. Fin de la discusión, si estás aburrida podemos visitar a Ishaya en el periódico— Argumentó haciendo ademán despreocupado.

 

—Pero yo quiero ir— la niña formuló un puchero increíblemente desgarrador y se dejó caer al suelo presa de una pataleta. Al final, ganó.

 

— — —

 

Ambas aparecieron a una distancia prudente de los terrenos Snegovik, ella podría ser compañera de bando pero no sabía hasta qué punto el odio desmedido de Ivashkova por poner en riesgo la vida de su hijo podría llegar. Pensaba en Baleiro mientras veía como Ámbar correteaba contrastando entre tanta blancura, la niña era una réplica exacta de ella misma pero sin pecas en la piel, una piel de porcelana que le hacía parecer una muñeca antigua con sus altas botas marrones y su cabellera rojiza trenzada. Al marcharse había puesto en riesgo su vida varias veces y sabía que al estar conectada el pequeño lo habría sentido en algún momento exasperando los nervios de sus padres así como ella misma sentía aguijonazos en la boca del estómago cuando el niño enfurecía por hambre o sueño.

 

Aun era ajena a la conexión que hubo creado entre ambos, un vínculo que se fortaleció debido a la conversión de su madre. Aquello fue un total desperdicio de energía y si Arya lo supiera estaría ahorcando a Leah en ese preciso instante; siendo vampiro ya no portaba corazón latente y ella había fragmentado su propia alma con tal de volverla a la vida, nuevamente demostraba ser egoísta.

 

—No te alejes mucho— Exclamó mirando sus pies, parecía flotar con aquel lago congelado bajo sus pasos. La música se oía clara a lo lejos.

 

Su hija la saludó enérgica extendiendo el brazo izquierdo, se veía radiante con aquella sonrisa brillante en medio de su angelical rostro. De pronto sintió calor en la garganta, envidia. Sabía que Ámbar se sentía plena porque vería a esa mujer que tanto pesar le había causado en la vida y no estaba contenta pero a su vez pensaba que una vez cruzase la arcada vería a Insomnia una vez más, algo dentro se removió como si aun hubiese esperanza, como si aun fuese capaz de sentir algo por alguien que no fuese su propia sangre.

 

Pero no quería que la vieran, no quería que la Mortífago supiera que estaba allí y mucho menos Ivashkova así que mientras se acercaba cubrió su rostro marmóreo con una máscara veneciana de color negro, extrajo su varita de nogal y enarbolando garabatos al aire la adornó con pequeñas rosas que fueron creciendo cuan matorral espinoso sobre sus mejillas rosadas y alrededor de sus ojos verdes. Algo siseó en su oído derecho, podía sentir el roce suave de una pequeña culebra encantada que parecía brotar de su sien como el veneno de sus propios pensamientos.

 

Cuando llegó a la puerta en donde un Squip aguardaba a los invitados que parecían ser bastantes, su cuerpo tembloroso estaba enfundado en un perfecto y fino vestido de tonos pasteles, un rosa pálido en gasa y seda que permitía ver por completo su pecho, su espalda en donde caía con gracilidad su cabello rizado y de un tono anaranjado demasiado claro para ser el suyo natural y su pierna izquierda. Desde las costillas nacían rosas de tela hasta la falda revuelta, éstas permitían la apertura a la imaginación.

 

Parecía entonces una bailarina de esas pequeñas de caja pero sin música, con la mirada perdida y melancólica y el andar pausado, tratando de no ser descubierta, con una mezcla de atuendo poco usual en ella, un perfume a fresias que nadie nunca le sintió —pues acostumbraba oler a jazmines— y aquel encantamiento de quinto año en el cabello que le permitía ser quien no era por unas horas. Así ingresó al fin, dejando que Ámbar corriera desesperada al encuentro de su persona favorita en el mundo mientras ella buscaba un poco de alcohol y colocar un abismo entre su persona y las matriarcas.

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Insomnia:

 

 

 

 

 

Escucho sonidos. Algo que no entiendo. Mis padres no están. Miedo, siento miedo. ¿Me han abandonado?

 

Baleiro duerme. ¿Qué pasa cuando dormimos? Siento que desaparezco. Me asusta. No quiero olvidar. Corro, corro, ya he aprendido de memoria los entresijos de mi casa. El barullo de la primera planta llega hasta mis oídos distorsionado. Subo las escaleras, doy traspiés. Siento frío, me abruma la soledad. Quiero gritar y que me escuchen.

 

Cuando abro la puerta me abruma la claridad. Desconocidos, desconocidos que se mueven de un lado a otro, músicos, comida. Me llevo un dedo a la boca, sin comprender. La curiosidad me corroe. Huelo aromas familiares. Mi padre charla con un chico extraño, mi madre y mi otra madre se mueven como los demás. Se me aprieta el corazón. Hay una mujer. No la he visto en mi vida, pero sé que... sé que le debo algo. Quiero llamar su atención. Camino hasta ella, torpemente. Quiero reproducir los sonidos de los demás, comunicarme. Levanto la mano, contemplándola absorta. El aroma de las flores me marea. Emito un sonido. Si supiera darle forma a los sonidos.

 

@@Arya Macnair

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Una sonrisa complacida surco sus labios al notar como el caballero frente a ella se quedaba sin palabras -Señor- hizo una reverencia de despedida antes de avanzar unos metros hacía donde la banda tocaba. El tiempo parecía congelarse en aquel hermoso salón y su mente no pudo mas que evocar el recuerdo de aquellos místicos bailes a la luz de las velas en su amada Lyon. Su mente vagaba mientras la música la transportaba a aquellos años gloriosos que jamas regresarían.

 

A lo lejos su madre y Oniria bailaban; se quedo observándolas anonadada ya que jamas había visto a su madre bailar y mucho menos tan feliz como su rostro podía representarlo. Durante aquella discusión en la taberna del basilisco la Ivashkova le había remarcado la existencia de dos hermanos menores, Su estómago se revolvió un poco de nervios pensando en como serían aquellos seres que sabía sin lugar a dudas amaría con el alma; Contrajo sus labios en una fina línea mientras un sin fin de dudas se creaban en su interior ¿Podrían verla como hermana? ¿Quererla? Jamas había tenido una familia, mucho menos unida y eso afloraba sus temores mas internos.

 

 

La música cambió sutilmente dando paso a un vals, sus dedos empezaron a simular distraídos las notas de un piano sobre sus faldas; gesto que hacía cuando algo la abrumaba. Escuchó perdida aquella melodía mientras esperaba alguna oportunidad para acercarse a su madre y así preguntarle por Insomnia y Balerio

Editado por Emilia Malraux

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Marie

 

La piel se le eriza cuando el hombre desvela su muñeca. Tiene que contenerse para no llorar, correr hacia la dirección contraria o abrazarlo súbitamente. Se limita a sonreír y asentir, nerviosa. Asume que tal gesto abre la oportunidad para formular una necesaria conversación futura más seria, nada acorde con la fiesta. La atención de su familiar es robada por un chico de cabello azul. Se muerde el labio. Había pensado que una corona de ramas de más de un metro sería suficiente para engancharlos. Ahora que lo piensa suena tonto.

 

Alza la vista para admirar los detalles. En realidad, lo que más la maravilla es la simple idea de que están rodeados por un castillo de hielo puro. Es un lugar tan distinto a la Toscana que la vio crecer durante siete años, pero muy parecido a Koldovstoretz. Tanto así, que la escena le hace viajar tres años atrás, durante el baile de final de curso. Nadie la invitó a bailar en aquel entonces, al igual que ahora. Lo resolvió al encontrar tres chicas igual de solitarias que, reunidas, pasaron una de las mejores noches de su vida. Pero para ese entonces tenía más confianza en sí misma, estaba exenta al temor de cometer errores y su necesidad de afecto se sentía tierna. Como con el bebé que se dirige a la chica de la máscara negra.

 

Pasa por un lado para llegar a la mesa de los comestibles y el olor a freesia la enamora. Le recuerda a Fabio, su primer novio, que pasaba los veranos en Italia. Vivía en Sudáfrica. Le llevó ramos así dos años consecutivos. El año siguiente no regresó, ni nunca.

 

- Freesia, cuan acorde - dice, reverenciándose, y sigue su camino. Llega a la mesa de los aperitivos y selecciona los más calientes. Hay uno que parece estar vivo, bastante difícil de siquiera observar, pero suelta humo, así que debe estar hirviendo. Se lo lleva la boca y lo traga sin pensar. Descontando el sabor, al menos cumple con la labor de quitarle el frío del pecho.

 

Observa de reojo a una bruja de vestido rojo. Marie se muerde el labio. Parece una princesa medieval. Se muere por preguntarle dónde lo compró, o mejor, si conoce a su diseñador. Se toma varios segundos en decidirse y, al final, se atreve. Las manos le sudan cuando está frente a ella.

 

- Lindo vestido - empieza, tratando de ocultar el acento italiano, maquillando su inglés con el ruso - ¿Dónde lo conseguiste? Me encantaría tomar algunas inspiraciones nada más - se relame los labios - Marie, por cierto.

 

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Enterarme de la nueva familia de Sísifo me sorprendió, más por el hecho de todo el tiempo que me mantuve desaparecida y que al volver ya tuviera hijos y formara parte de un matrimonio, al cual no me invitó. Fue extraño recibir la noticia, aunque bastante fue mi alegría al ver lo emocionado que él estaba. La fiesta de mascaras que era organizada en su nuevo hogar estaba frente a mi, en el gran castillo de los Snegovik, recubierto de nieve y rodeado por lago blanquecino. Mis pisadas dejaban marcas en la nieve a medida que me adentraba a los terrenos, siendo borradas por la larga túnica que cubría mi cuerpo y erra arrastrada a mis espaldas.

 

Terminé de ajustar la mascara de encaje sobre mi rostro, dejando las tiras escondidas entre los bucles de mi largo cabello. En la entrada un squib daba la bienvenida y acompañaba a cada mago y bruja al interior del castillo, llegando a su lado retiré la túnica de sobre mis hombros y la lancé sobre su rostro, dejando a la vista un largo vestido negro de hombros descubiertos, que dejaba a la vista una de mis piernas por la abertura casi hasta la cintura que tenía a un lado.

 

Ignoré lo que me decía y camine sola hasta donde los invitados estaban, un pequeño grupo hablaba a un costado de la sala, no logré reconocer a alguno y simplemente caminé hasta donde estaban las bebidas tomando una copa de champagne, algo suave para lo que normalmente acostumbraba a beber.

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Sísifo:

 

 

 

 

Fueron llegando más invitados. Sonreí. La fiesta estaba siendo un éxito. Reconocí un olor en el ambiente, pero rechacé la idea de que aquello fuese posible. ¿Se habría atrevido Arya a acudir a la Snegovik? ¿La habría invitado Oniria? Busqué a Leah con la mirada, disimulando mi nerviosismo. Definitivamente, allí estaba. Recordaba su aroma como si lo tuviese registrado en la memoria. Portaba un vestido pálido, de seda, cubierto de rosas, y una máscara a juego. No me acerqué a ella, sentí una tristeza extraña y lo dejé estar. Yo no tenía derecho a negarle su presencia. Si Leah quería estallar en cólera, era su decisión. Lo que terminó de llamarme la atención fue la presencia de Insomnia. Me llevé la mano a la boca, ahogando un grito. ¿Qué narices? Se había escapado de su habitación y había irrumpido en la fiesta. Debí suponerlo. No había ni rastro de Baleiro, que probablemente siguiese en su cama ensimismado.

 

La niña estaba de pie, junto a Arya, contemplándola obnubilada. Un brillo misterioso ocupaba sus ojos, los reflejos de un lago helado. Me mordí el labio. Iba a interpelarla cuando me percaté de la presencia de Zoe, mi prima. Aproveché aquella oportunidad para desatender mis labores como padre.

 

––¡Zoe! ––exclamé, corriendo hacia ella. La abracé efusivamente––. Tenemos una larga conversación pendiente. Espero que no me tengas en cuenta no haberte invitado a la boda, fue una ceremonia privada, sin invitados. Me alegro de que hayas venido.

 

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Editado por Oniria

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Algo tiró de su vestido en el momento en el que ella y Oniria se detenían. Al girar la cabeza, tuvo una sensación extraña en el estómago.

-¡Ámbar! -sonrió, muy tensa.

-¡Leah, Leah, Leah! -se le colgó de la pierna-. ¡Mi mamá me trajo!

Ensanchó la sonrisa. El gesto oscilaba entre la falsedad y la cólera. Alzó la mirada, siguiendo la mano de la niña quien, muy ajena a que la relación con su madre se había vuelto más complicada, la señalaba. La vio. La vio a ella y a Insomnia, que se había colado en la fiesta. Se le iban a partir los dientes. Ámbar volvió a llamar su atención, en un momento le contó todo lo que había hecho en sus vacaciones. Incluso saludó a Oniria y le contó otro par de cosas, estaba en la etapa desesperante donde no dejaban de hablar. Ella la escuchó en perfecto silencio, con una palpitación en la sien.

-Me alegra que hayas compartido tanto con Massimo, yo también lo echo de menos -le acomodó la máscara-. Estás preciosa. ¿Y si le pides helado a un Squib?

-¡Vale!

Se enderezó en cuanto la niña se alejó. Oniria seguía a su lado. La enfrentó y se agachó en una elegante reverencia.

-Señora Snegovik...

No iba a hacer una escena, se negaba a hacer una escena. Pero necesitaba salir de la pista, dejar de ser el centro se atención y que le vieran la cara de tonta. ¿Cómo se le ocurría...? Justo acababa de llevarse la mano a la frente cuando Emilia la interceptó. Se sobresaltó, como si de pronto hubiese olvidado dónde estaba. Claro que quería conocer a sus hermanos, ¿qué mejor momento? Le pidió que la esperara unos minutos y bajó a por Baleiro. El niño estaba despierto cuando llegó, pero aún así se mantuvo cinco minutos agachada junto a su cuna, asida al borde. La miraba con curiosidad. Cuando regresó a la fiesta, ya no tenía el mismo aire de felicidad.

-Emilia, este es Baleiro... -su hijo extendió los brazos hacia Emilia y ella no pudo evitar sonreír, quizás veía mucho de ella en su hermana. A su lado había otra chica, apenas reparaba en ella. Vio su tatuaje-. ¡Vaya! Bienvenida, me suena tu cara de algún sitio. Soy Leah.


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Parecía que el lugar era más grande por dentro que por fuera. Los largos pasillos por los que pasó hasta llegar al salón eran inmensos. Seguramente que alguien se la pensaría dos veces antes de andar solo por alguno de estos recovecos. El squib lo había guiado de manera correcta pero Emmet jamás bajaba la guardia así sea que fuera a una fiesta de una mortífaga reconocida; uno nunca sabía cuando se podía presentar algún contratiempo.

 

El hombre se hizo a un costado y, con una pequeña inclinación de su cuerpo desgastado y su mano indicando al frente, Emmet se colocó la máscara e ingresó al lugar.

 

Inmenso, majestuoso y hermoso.

 

Los tres adjetivos que le vieron a la cabeza apenas sus ojos comenzaron a recorrer como loco el lugar. No le alcanzaba la vista que le daba la máscara para deleitarse con los detalles que habían en aquél lugar. Algunas mesas destinadas a las bebidas estaban colocadas estratégicamente para que la pista de baile quedara bien al descubierto y con mucho espacio para que las parejas la pudieran aprovechar al máximo, las copas con distintos tragos llamaban a todo aquel sediento para que disfrutaran de una buena bebida, la comida estaba ubicada en una de las mesas invitando a cualquiera a servirse un tentempié; todo exquisito a la vista y, no se quería imaginar, en el sabor.

 

Cuando salió de aquél trance, el vampiro, se dispuso a tomar una copa; al fin y al cabo era una fiesta y el alcohol siempre era su buen compañero y más cuando había ido solo. Estaba por llegar a su objetivo cuando la voz de un muchacho lo interrumpió y, al darse vuelta, supo de quién se trataba: Sìsifo. Aquél muchacho había sido alumno suyo en la clase de Herbología que impartía el vampiro en la Universidad.

 

- Hola ...

 

Dijo levantando la mano y saludándolo pero el muchacho no pudo notarlo debido a la gran cantidad de gente que iba llegando a la fiesta.

 

Nunca había estado en un baile de máscaras. Quizás eso lo atrajo a aceptar la invitación de Leah. ¿Quién podía conocer a aquél que se escondía detrás de un antifaz?

 

Llegó hasta la mesa, tomó una copa y la vació en su boca como si se tratara de agua. Luego con otra y con otra. Tres a tono para comenzar la noche.

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Crazy Awards 2018:

7F1CpeC.gif "El Romeo"

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