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Valentina Ricci Yaxley

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Mensajes publicados por Valentina Ricci Yaxley

    La Fuente de la Buena Fortuna

    en Jabal al-Banat Sha'ib

    Publicado



    Paso a paso, sus padres Orión y Gatiux, seguidos de Evedhiel y su tía Gabrielle, fueron formando el camino de piedras que les permitiría avanzar hacia el otro lado del río. Ella no era buena a la hora de expresar sus sentimientos. No es que fuera tímida. De hecho, en ciertos aspectos a veces era demasiado echada para alante, pero no era capaz de abrir ni sus sentimientos ni sus recuerdos hacia los demás, por lo que se limitó a sentarse a la orilla del cauce y fue observando detenidamente cómo las piedras iban formándose.


    Estaba totalmente atónita mirando cómo cada uno de los Yaxley completaba la prueba con suma facilidad. Habían sido felices, muy felices durante toda su vida. Sí, también pasaron por circunstancias no deseadas, tal y como rememoraron bebiendo aquel té junto al altar de piedra, pero todas esas malas vivencias se vieron totalmente empañadas por recuerdos tan puros como los que estaban mostrando sobre el río.


    El agua funcionaba a modo de pensadero. Ellos estaban demasiado concentrados en seleccionar los momentos más profundos guardados en su corazón, casi como si se tratara de invocar al más poderoso de los patronus. Por eso, no se dieron cuenta de que la joven estaba visualizando en el agua todos esos momentos. En cierto modo, sentía como si les quitaba un poco de intimidad, pero necesitaba conocerlos más aún. ¿Cuánto tiempo se había tirado sin hablar con sus padres? ¿Cuánto sabía realmente de quiénes eran?


    Pero, sin duda, el recuerdo que más le cautivó fue el de cierta bruja revisando el árbol genealógico familiar. Evedhiel se encontraba atónita mirando cómo su propio retrato la saludaba, justo debajo del de Orión. De lo que no se percató, es que apenas unos centímetros hacia la derecha se podía ver el retrato de Valentina, entreteniéndose en colocar su larga melena en su sitio, melena del mismo color que la de su vecina de tapete.


    —Hermana…


    La voz se le quebró. La emoción la inundó, haciéndose presente en sus acaramelados ojos. No había sido una alucinación del té de Orión ni una pesadilla. Era verdad. Era tan hija de Orión como lo era ella misma. ¡Cuántas preguntas necesitaba hacerle!


    Una vez Orión colocó la última de las piedras, la familia cruzó. Lo que pasó después fue prácticamente como si lo hubieran sacado del guion de una película de ciencia ficción. ¡Unas diosas! ¿De verdad? A Valentina se le abrió tanto la boca que parecía que no pudiera volverla a cerrar nunca más. Pero aún faltaba una prueba final…


    La Viceministra fue la clave para poder levantar el muro invisible que los separaba de aquel jardín del Edén. Tantas preguntas fueron que la muchedumbre perdió la cuenta. Todas eran acerca de miembros de la comunidad mágica, magos y brujas que, de una u otra forma, fueron capaces de dejar su huella en la historia. Magos y brujas caídos en combate, auténticos héroes para el pueblo británico y que con tanto cariño serían recordados por cada uno de ellos, generación tras generación. Y aquel test final se fue sucediendo hasta que, finalmente, las diosas cedieron a levantar el muro, recompensando así todo el esfuerzo de tanta gente.


    Allí estaba, justo frente a la grandiosa Fuente de la Buena Fortuna, totalmente atónita viendo el agua correr. Era majestuosa, tal y como se la imaginó, con sus cuatro pisos y con el diámetro de a saber cuántos metros, y todo ello enmarcado en un bucólico paisaje que casi parecía formar parte de otro mundo. La luz del sol formaba hermosos arcoíris móviles a través de los chorros de agua emergentes del centro de la fuente, que bailaban con suma delicadeza formando hermosas figuras entre sí.


    Se acercó al borde de mármol que contenía el líquido que la colmaría de toda fortuna. Miró la superficie del agua y pudo ver reflejada en ella el rostro de sus familiares: el pelo violeta de su madre, los ojos azules de su padre, el rostro tan similar al suyo de Evedhiel, los reflejos azulados de tía Lu, la tez clara de Maida, la expresividad en la cara de tía Gabrielle y los ojos dorados de Paprika.


    Entonces, lo entendió todo.


    —Vosotros… vosotros sois mi gran fortuna.


    Y girándose hacia ellos, les dio el abrazo más sincero que en su vida pudo dar.



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