Jump to content

Mahia Black

Magos Expertos
  • Mensajes

    1.191
  • Ingresó

  • Última visita

  • Días ganados

    1

Todo lo publicado por Mahia Black

  1. Esa discusión ya estaba siendo algo sin sentido que no llevaría a ningún lado. Luisitha se había ido porque quería. Y, tal vez, estaba teniendo algo de sangre fría al no darle mayor importancia, pero las dos eran Black y tenían el mismo enfermizo problema de desaparecer cada tanto. Un hábito horrible que destruía su vida, pero que por algún impulso de idiotez no podían evitar. Aunque si no comenzaban a hacerlo pronto, se quedarían sólo con su puñado de historias y sin nadie a quien contárselas. Por lo que esperaba que ella estuviese bien, confiaba en su criterio. – Te voy a transferir un dinero suficiente para que puedas comprar el mejor rastreador del mercado Maida. Mañana iré a Gringotts, pero necesitaría que vayas a nuestra lechucería y envíes un mensaje con tu número de bóveda para que lo agreguen a mis autorizados. – Hizo aparecer la pluma que usaba en sus reportajes del profeta y un pergamino y, apoyándolos en la pared para escribir la nota con su puño y letra explicando el inconveniente y lo que se realizaría – Toma. Sólo falta agregarle tus datos. Hacelo y avísame cuando esté listo – Se mostró un poco molesta por la invasión tan prolongada a su habitación, pero le sonrió discretamente. Suponía que eso le iba a hacer un favor a la muchacha. Seguramente la cuenta de los Yaxley era ya abultada, pero era su forma de ayudar, puesto que no se le ocurría qué más hacer. De todas maneras, el objeto iba a quedar para la casa Black luego de ser utilizado, tenga el efecto deseado o no. Recordó el comentario de su novia y sonrió mirando hacia ella. Negando con la cabeza ante la falta de argumento para poder contestarle. Ella tenía razón. La amaba con locura y sabía que hacía mal en dejarla sola tanto tiempo, no le quitaría el derecho a bromear sobre eso. La miró con amor y pena, bajando los ojos al instante, pero moviendo una vez más la varita para que en su lado de la cama apareciera un gran chocolate y una rosa amarilla. Probablemente nadie se hubiese dado cuenta del gesto. – A Aaron no lo veo hace rato. De hecho, hablando de eso… Quiero hablar con mis hijos… nuestros hijos – Corrigió, pensando en su mujer con una gran sonrisa en su boca – y ver si tienen ganas de organizar una gran reunión de familias de magos en este castillo. Quizá resulte. Quizá no. Pero si lo querés ver y lo encuentro, puedo llevártelo más tarde. – Surcó el tramo que había entre ella y la puerta y la abrió rápidamente. Señalando la salida con el otro brazo. – Ahora, los invito a retirarse si no tienen nada más que decir. Pero si tienen ganas de pasar un rato organizando una fiesta, o tienen alguna idea para ayudar, pueden quedarse en el living hasta que yo baje. Sólo demoraré unos minutos… aún estoy descalza y con el pelo mojado… -
  2. Levantó la cabeza hacia la lluvia de la regadera y trató en vano de quitar el agua con la palma de la mano. Ya había enjabonado su cuerpo y su cabello estaba completamente limpio, pero podía escuchar las voces provenientes de la habitación y quería darle tiempo a que terminaran de hablar. No obstante, si continuaba allí se iba a arrugar más que con el paso de los años. Cerró la llave y se cubrió con la toalla, envolviendo su pelo dorado con una más pequeña. Alistó su ropa y se cambió una vez seca. Como pocas veces ocurría, había optado por una falda negra con pequeños vuelos que quedaban unos cuatro dedos por encima de la rodilla, y una camisa blanca a tres cuartos de manga con detalles dorados en los botones. Una delicada chaquetilla beige de cuero terminaba su vestimenta. Arremangó los puños de la chaqueta hasta mitad y dejó desprendida la cremallera. Los pies los tendría descalzos hasta llegar al ropero donde se pondría unos tenis muggle seguramente, puesto que odiaba usar zapatos de tacón. Por último, desprendió los tres primeros botones de la camisa, dejando un escote en V atrevido pero que no mostraba demasiado. Sacó la toalla de su cabello y abrió la puerta justo a tiempo para escuchar las últimas frases de Maida. Vio sus rostros girar hacia ella y avanzó unos pasos para unirse a las mujeres. – No creo que exista un hechizo de rastreo pero para la familia Black. Sobre todo si el miembro abandonó el castillo para ir a vivir con otra familia. – Sus palabras fueron tajantes y sus ojos azules no demostraron demasiada pena por ello. Volvió sus ojos a Gabrielle pero evitó hacer contactos con los de ella por unos segundos, puesto que no quería averiguar si había reproche aún en ellos. Pero su amor le venció el miedo y la miró, perdiéndose en aquellos orbes miel que le quitaban el aliento. Sonrió con alegría y aflojó sus hombros, volviendo hacia Maida para responder con más tacto. – Pero sigue siendo una Black, y mi hermana. Así que vamos a tratar de encontrarla. En primer lugar, ¿sabes si Luisitha estaba teniendo algún problema con otro miembro de la Yaxley? Sé que abandonó las filas, por lo tanto no podemos llamarla a nuestra manera, si sabés de lo que hablo. – Colocó delicadamente su pelo de lado y comenzó a secarlo mientras hablaba. No tenía miedo de mencionar la Marca Tenebrosa frente a la niña. Podía reconocer a un mortífago cuando lo veía, aún fuera de la fortaleza, pero quién sabe, quizás era la costumbre. – ¿Bridget? Estás muy callada, ¿querés aportar algo? – Dejó su cabello listo e hizo desaparecer la toalla con la varita. Estaba siendo vaga, pero no quería alejarse. Estiró la mano izquierda hacia su novia y le tomó de la cintura delicadamente.
  3. Esbozó una sonrisa de cara a la pregunta recibida y se despegó de la puerta, cerrándola tras ella. Se acercó a Gabrielle y con la mirada llena de pena le pidió disculpas con la mirada, depositando un tierno beso en la comisura de sus labios pese a saber que la había dejado sola. Le apretó la mano y se acercó más a ella, embriagándose en su perfume. La amaba, y se podía notar en sus ojos cuando la miraba. Se giró hacia Bridget, quien estaba expectante, y encogió los hombros. – Esa es una pregunta que últimamente me hacen mucho en mi propia casa, aunque esta vez sea en mi propia habitación – Pasó al lado de la muchacha mientras hablaba, agachándose frente a la chimenea. Prendió el fuego y tiró un leño más grande dentro. No tenía frío, pero le encantaba la luz tenue que daba el fuego, y más aún amaba el sonido de su crepitar. Además, sabía que Gabrielle prefería el calor. – Mi nombre es Mahia Black. – Se levantó. Pensó en pararse frente a la pelirroja y extender la mano hacia ella, pero la última vez que lo había hecho no le había salido muy bien. Le explicó que era la madre de Evarela, dejando tácito el hecho de que la relación que las unía era de Abuela-Nieta. Se sintió tentada en hacer un gesto casi materno y acariciar la mejilla de su nieta, pero cuando iba a hacerlo la puerta volvió a sonar. Giró los ojos y movió la varita para que esta se abriera, dejando paso a una Maida que lucía algo tímida. Comenzaba a molestarse un poco. No estaba acostumbrada a tener tanta gente, y menos dentro de sus aposentos. Apenas si se habían mudado a la planta preferencial del patriarcado y ya todo el mundo sabía donde habitaban. Era eso, o quizá había un hechizo colocado por elfos que comunicase las puertas de la parte de sus viejos cuartos con el nuevo. No lo sabía. Y aunque no quisiera asumirlo, lo que más le hacía ruido era no poder hablar con la Delacour, quien estaba muy callada. – Bueno, me iré a dar una ducha y las dejaré que hablen. Por algo seguramente han venido hasta aquí. Cuando esté presentable me uniré a ustedes. – Apuntó con la varita al closet ampliado en una de las paredes del cuarto y sacó unas prendas de ropa limpia para cambiar la que tenía y las hizo seguirla hasta el cuarto de baño – Me cambiaré dentro. No creo que quieran un espectáculo… Al me nos no todas. – Le guiñó un ojo a su mujer de manera sexy y, dándoles la espalda, comenzó a quitarse la remera antes de entrar al baño, cerrando la puerta con el pie tras ella.
  4. Despertó en el mismo momento en el que sus ojos se abrían. Se podía oír el canto de las cigarras bajo el cielo estrellado, acompañando la cálida brisa de viento que circulaba; algo usual en las templadas noches de otoño en Inglaterra. Mahia se sentó, apoyando el peso de su cuerpo en el brazo de derecho mientras refregaba sus ojos con la izquierda, bostezando a su vez. Estaba sola, sus perros se habían ido probablemente hacía unas horas. Lo último que recordaba era haber detenido su trote unos minutos, mientras Argos y Burzon correteaban por ahí. Estaba sudada, las piernas le temblaban, y la cabeza no dejaba de darle vueltas al mismo tema. Asique sólo se había dejado caer sobre la suave hierba de los jardines, con sus dedos entrelazados detrás de su nuca y una pierna sobre la otra, doblada para apoyar el pie en el suelo. El enfado y la indignación provocaron que el tiempo de ejercicio fuese más largo del que solía ocupar, y la intensidad no se había quedado atrás. Se había portado lo suficientemente bien con la mujer que visitaba a su novia, pero no dejaba de molestarle la actitud. Movió la cabeza varias veces y se preguntó qué hora sería. Seguramente Gabrielle la hubiese ido a buscar a su nuevo cuarto para terminar la mudanza, y ella no había estado. ¿Estaría enojada? “Más bien decepcionada” se dijo para sí misma, golpeando su frente con la palma de la mano mientras se levantaba. Tendría que hablar con ella. No estaba de humor para correr, y ciertamente necesitaba una ducha, por lo que decidió simplemente aparecerse en el descanso de las escaleras que daban a su nuevo cuarto, esperando que Gabrielle estuviese allí. Además de calmar su posible descontento con su ausencia, la extrañaba. La extrañaba horrores, como cada vez que se alejaba de ella aunque fuesen unos minutos. Quería verla otra vez… y hablar sobre lo sucedido, aunque eso no fuese tan bonito como lo demás. Subió los peldaños de dos en dos y se quitó la sudadera, agarrándola de la capucha con una mano mientras que con la otra terminaba de abrir con suavidad la puerta levemente entornada , por si la Delacour se encontraba durmiendo. Fue una sorpresa encontrarla con alguien más, aunque más le había sorprendido no haber escuchado las voces de las dos mujeres antes de acercarse a la habitación. Sonrió. Conocía a la otra chica. Tenía tiempo de no verla, y era una visita muy grata. Apoyó su espalda contra el marco de la puerta y esperó a que ellas se dieran cuenta de que no estaban solas.
  5. ¿Modales? ¿Realmente aquella mala agestada pretendía darle un sermón sobre sus modales? Ni siquiera se mostraba capaz de tomar la mano que gentilmente le había ofrecido y proferir unos buenos días, y pretendía hablar de educación. No tenía sentido. Moría de ganas por bufar en la cara de esa mujer y mostrar su descontento, pero sería un desperdicio de aire y expresiones. Miró a Gabrielle de reojo y supo de inmediato lo incómoda que ella se sentía. Era lógico. No sólo podía saberlo por ser su mujer, sino que cualquiera en su lugar querría que se lo tragara la tierra. Lo mejor era decir unas cuantas palabras y migrar del lugar antes de que las ganas de insultar y matar a la otra rubia se escaparan de sus manos. – De hecho… La que no está dando mucha cátedra de buena educación sos vos. Estás en MI casa, con MI mujer. Por lo que me acerqué a saludarla, y por consiguiente… - Se ahorró la cara de desprecio para no caer en el mismo escalón de miseria que la invitada de su novia y suspiró – Por consiguiente he mantener la cortesía y respeto y saludar a quien esté con ella, por mucho que el bicho merezca ser ignorado. – Terminó de hablar y bajó la mano nuevamente hacia la de la mujer, agarrándola contra su voluntad y apretando sus dedos con el saludo. Sus ojos azules se habían oscurecido del disgusto. Podía entender que el apellido Malfoy fuese acompañado de una personalidad vomitiva, pero nunca había llegado a tal sinvergüenza. La soltó con repulsión, tomando nota mental sobre ir a lavársela luego antes de tocar otra cosa más. – Ha sido un “gusto” conocerte, y espero que vuelvas a nuestra morada. – Mintió, poniendo toda la ironía que era capaz en esa frase. Se giró hacia Gabrielle y acarició su rostro, aflojando su mirada con amor y dibujando un te amo con sus labios. Sabía que su semblante podía disgustar a su mujer si veía el desprecio que le había surgido con su amiga, y la cicatriz que surcaba su ojo izquierdo sólo hacía sus facciones sombrías en ese momento; no quería que la viese así. Se dirigió nuevamente hacia Afrodita, con su voz tranquila y sin restos de enojo, y le habló mientras retomaba su camino hacia las perreras, dándole la espalda – Estaré a la espera de una lechuza o algo, así me avisas cuándo puedo volver a MI casa. – Se paró un momento y volvió su cabeza hacia la mujer, agregando una última frase antes de irse. – Por cierto. Es lógico que no te recuerde. No pareces una persona que de gusto recordar. Más bien una resentida que no se puede ubicar en su lugar. La próxima vez vuelve a tu casa para tratar a las personas como se te antoje, y no lo hagas en el lugar donde residen. Hoy te tengo respeto por mi mujer, nada más. - Se colocó la capucha de su sudadera y emprendió un ligero trote, sacando la varita de su bolsillo extendido para generar música en su cabeza mientras corría. Algo dentro suyo estaba vacío, y necesitaba llenarlo con sonido. En otro momento le habría saltado encima. Y la verdad era que necesitaba hacerlo. Se moría de ganas de destrozarla; y el hambre y el dolor en sus encías y garganta por la sed de sangre no habían hecho más que aumentar.
  6. ¿En qué momento había dejado de ser una joven intrépida y musculosa? Los años y la falta de actividad mortífaga estaban haciendo estragos en su cuerpo. Aunque el paso del tiempo no era el único motivo por el cual no era perfecto, por mucho que ella se jactara de su belleza. Desnuda de la cintura hacia arriba Mahia contemplaba su figura en el espejo de su ex cuarto, el único objeto que todavía quedaba sin empacar. No era que se estuviese demorando, sino que no lo iba a necesitar; el cuarto que había elegido junto a su novia tenía ya uno de ellos, y el triple de grande, quizá. El resto de sus pertenencias ya habían sido enviadas allí. – ¿Esto es lo que ve Gabbs cada vez que me mira? – La pregunta había escapado de sus labios por más que nadie la escuchase. Un pequeño tono de pesar la acompañó sin saber muy bien el por qué. Había pasado tiempo desde la última vez en la que se había dado un tiempo para estudiarse. Normalmente sus idas y venidas y el poco interés en las repercusiones que podían traerle sus acciones no le daban tiempo de hacerlo. Pero ahora que tenía con quien compartir su cuerpo, que tenía quién lo tocara, a quien entregarse por completo, sentía que quizá debería haberse cuidado un poco más. Las marcas de las batallas surcaban su piel por todos lados. Los contrastes entre la piel blanquecina y el tejido rosado reconstituido sobre las heridas eran demasiado notorios en prácticamente todos los casos. Y la ojiazul era demasiado consiente que, si bien eso hablaba de su poderío en batalla, le quitaba feminidad. Recorrió aquella sobre su hombro izquierdo con la yema de sus dedos. La más notoria de todas. Se la había hecho en un asalto. Alguno de sus enemigos había dejado caer un hechizo sobre ella, de aquellos que podían partirlo a uno en dos, y en su distracción al comandar había terminado con un corte profundo tanto por delate como por detrás de su hombro. Ya no dolía. No recordaba si le había dolido al hacérsela, aunque lo más seguro fuese que sí. Suspiró y se calzó el sostén y una de sus musculosas blancas. Saldría a trotar junto con sus perros. Aquellas marcas ya no tenían solución, mucho menos la que surcaba su rostro, desde la frente hasta por debajo de su ojo izquierdo, pero la flacidez en su abdomen y sus piernas sí: Ejercicio. De cualquier manera su mujer no había ido a buscarla aún, por lo que estaría seguramente ocupada con la mudanza o alguna otra eventualidad. Se colocó una sudadera gris y sus tenis muggles favoritos y bajó las escaleras hacia las perreras para buscar a los canes, teniendo que cruzar la sala para llegar a su objetivo. No obstante, apenas ingresó al lugar pudo ver a Gabrielle charlando con una mujer que no pudo reconocer, pero que le sonaba familiar, por lo que se acercó a saludar. – Lamento la interrupción, pensé en saludar. Iba de paso – Musitó algo dubitativa, alternando la mirada entre su mujer y la invitada mientras le tendía la mano a esta última luego de haber besado la frente de su amor. El ambiente no era ameno, y algo le decía que no era un buen momento para haber aparecido – ¿Llego en mal momento?
  7. Enarcó una ceja y suspiró. ¿Acaso esa era su primer pelea o discusión? No. No sonaba a nada de eso. Pero estaba segura que no era una situación del todo cómoda para una pareja. Dejó pasar el comentario sobre sus perros y se giró para prestarle atención al estofado. Si hubiese sido en otra época lo más probable era que Mahia hubiese visto con otros ojos la idea de mandar a Argos y Burzon a desmembrar a su ex cuñado, pero ya se había vuelto vieja y amaba tanto a su novia… no lo haría, no aún. – Me estás mal interpretando mon amour – Se giró y extendió la cuchara para que probara el resultado, poniendo una mano debajo mientras veía cómo la otra Black degustaba su cocina. – Lo que yo no quiero es que para alguien, para cualquiera, él sea tu esposo. Ni que en el caso de que algún día quiera reclamarte por el motivo que sea, venga aquí a hacerlo. Porque no me voy a contener. La miraba a los ojos. Se relamió los colmillos y sonrió de costado, casi en una mueca de locura que, estaba segura, su amante no había visto anteriormente. O quizá sí. En sus épocas de asaltos, cuando podía saborear la sangre de sus enemigos a grandes distancias, imaginándose con placer el desmembrarlos. Su respiración se agitó y mordió su labio para volver a la realidad. Suavizó la mirada y suspiró. – No quiero asustarte. Sólo… te amo tanto… Te prometo no volver a tocar el tema. Pero, por favor, si podés definirlo, para mi va a ser genial. Y si no, no te preocupes, nuestra relación es más que eso – Impulsivamente la abrazó unos segundos y al separarse le tendió la mano, ayudándola a bajar de la mesada. Algo que le volvía loca de Gabrielle era su olor. Si bien el mismo quedaba impregnado en su nariz cuando la abrazaba, cuando ella se movía quedaban dejos de su aroma en el aire, que le hacían a uno mantener los ojos cerrados y el rostro en alto para retener un poco la maravillosa fragancia. Y fue exactamente lo que hizo la Black cuando ella pasó a su lado. Se quedó con ella mientras comía para reponer las fuerzas y luego subieron las escaleras. Tenían que elegir su cuarto, y lo más importante, decorarlo. Soltó una carcajada al pensar en la rara combinación que podría salir de aquello, o de los desacuerdos que tendrían al organizar su espacio. Iba a ser divertido. Quizá le propondría pintarlo juntas para darle su toque, o más bien para poder jugar a una guerra de pinturas con su mujer. – Podíamos usar uno de los cuartos destinados al patriarcado. Esos que están en el ala izquierda, con acceso a la torre más alta – Le indicó, girando para verla. Se detuvo y la atrajo a ella, besándola fugazmente antes de emprender camino otra vez. Sus anteriores recintos estaban en la parte derecha, junto con los de toda la familia, pero ahora que eran las dos matriarcas, podían usar los aposentos de privilegio sin que nadie dijese nada. Aunque no era importante la opinión del resto para elegir donde dormir, siempre podía haber habladurías incómodas cuando uno se tomaba atribuciones que no le correspondían. No esperó la respuesta y apuró el paso, guiándola por las escaleras hasta la penúltima planta del ala izquierda. El pasillo era amplio y desembocaba en 4 entradas con sus respectivos pasillos individuales para cada cuarto. Dos a la derecha y dos a la izquierda. Los de la derecha eran los únicos con balcón que daban al exterior, y en particular, sabía la ojiazul, el último de ellos tenía en su interior un hogar donde podían hacer fuego en las noches de invierno. Y fue ese el que eligió ella. – Veni conmigo… Te voy a mostrar el que me gusta. Luego vemos uno de tu agrado. La idea es elegirlo juntas – La miró con amor y abrió la puerta para dejarla pasar. Era una habitación espaciosa y rectangular, pero no exageradamente. El techo al ser en forma de cono en el centro con una especie de alerón hacia los dormitorios, poseía un declive que iba encogiendo la altura en relación al piso hasta llegar a la pared exterior. Como pasaba normalmente en las cabañas muggles a dos aguas. De frente a la puerta de ingreso se podían vislumbrar dos ventanales amplios cubiertos con cortinas doradas entre abiertas para que dejasen pasar la luz del sol. Aunque ambos estaban separados por una pared, compartían el mismo balcón en la parte exterior. El borde de los ventanales era un semicírculo en la parte superior, llegando con sus vidrios corredizos hasta el suelo; un toque de actualidad para un castillo tan viejo. Delante de la boquera izquierda había un sillón blanco sin respaldo, con ambos apoya brazos más altos que lo normal. La cama de tamaño King tenía su cabecera contra la pared derecha, allí donde no llegaban las ventanas. Era el típíco lecho cliché de matrimonio ricachón, con barrotes que dejaban caer telas para cubrir la intimidad, y un edredón de plumas color negro y almohadas blancas. El respaldar de la cama era un rectángulo completamente negro empotrado en la pared e iluminado por luces que podían apagarse con un hechizo o simplemente con la llave de luz. En ambos costados, las mesitas ratonas con cajones donde poner las chucherías de la pareja, zapatos y veladores que en el mundo mágico prácticamente no se usaban, pero que daban una imagen bella al hogar. Seguido al ventanal más cercano a la cama, en frente a esta última, se encontraba un modular con un gran espejo, una silla y el espacio suficiente para tener todo el maquillaje de una mujer sobre la mesada sin que faltara lugar. El mueble poseía cajones de todas maneras y un espacio en medio para poner las piernas. Era completamente marrón y rustico, pero los colores podían cambiar. Del otro lado, sobre la parte izquierda, se encontraba la chimenea con el hogar. Sobresalían los bordes de mármol y el interior de la estructura de piedra negra y grande. Dando un toque de frialdad que contrastaba con el cálido fuego que allí se podía gestar. Arriba había lugar para un gran cuadro o trofeo, y frente al hogar también un sillón y alfombra para poder disfrutar. Sobre la izquierda estaba el cubículo para guardar la leña y para la derecha la puerta que daba al baño. Ese recinto no lo mostraría en ese momento, sino que dejaría que Gabrielle lo viese por ella misma. Le iba a encantar. - ¿Qué decis? ¿Te gusta? Podemos buscar otro. El guarda ropa es bien amplio, está hecho con magia así que no gasta lugar físico. Se encuentra a la izquierda de nuestra cama. Obviamente todos los colores pueden cambiarse y podemos agregar o quitar lo que se nos venga en gana. -
  8. Apretó más los párpados al escuchar la respuesta y contuvo la respiración. Lo que ella decía tenia mucho sentido. Recordaba aquella despedida en la fuente, pero desconocía lo demás. En esa época era obvio que su hermana no respondería al documento recibido, pero los años habían pasado y las cosas habían cambiado. Su relación era nueva, y ella no podía pedirle a su novia que olvidara el pasado en pocos meses. Pero lo cierto es que no quería que aquella unión perdurara. Relajó los hombros y dejó su cuerpo blando y maleable, lo suficiente para que la Delacour pudiese maniobrar sobre él. Asintió un par de veces mientras la escuchaba hablar y abrió los ojos, bajando el ceño con pesar. Se le notaba afligida, y no sabía cómo ocultarlo. La castaña no la miraba, puesto que mantenía los ojos en otra dirección, por lo que Mahia bajó la vista. Demasiados sentimientos encontrados. Ella era SU mujer. Se amaban. ¿Cómo no iba a tener importancia que la mujer de su vida aún estuviese casada? La tenía. De alguna manera le rompía el alma. No obstante, no era algo que le fuese a confesar a su hermana. Sabía que su marido no había sido el mejor, pero lo había amado, esperado, reclamado; Gabrielle había sufrido y llorado quizás, y hasta se había alejado de todos. La Base no tenia idea de cuánto había pasado su mujer, y nunca la iba a tener, pero quería que todo eso quedase atrás. Suspiró y levantó los ojos hacia ella, recordando que no era su culpa. Lo había buscado después de todo. - Imagina que soy yo la que estuviera casada aún si es que lo estás. ¿importaría? Saber... que hay un ámbito en el que yo no estoy segura de ser totalmente tuya, o que haya una pequeña posibilidad de ese vínculo siga vigente. No porque no te ame, ni porque lo ame a él, porque no es el caso de ninguna manera. Pero ¿Te daría igual? - Se sentía avergonzada. Estaba mostrando una parte de ella que nunca quiso sacar frente a su novia. ¿Exageraba? Quizá. Apoyó la cara en la mano que sutilmente acariciaba su mejilla y se relamio el labio mordido. Ella era todo en su vida. Estos son celos pensó. Y lo más probable era que lo fueran. Y odiaba eso. No se había mostrado insegura frente a nadie; siempre altanera, avasallante, engreída, y ahora tenia ¿ miedo?. - Lo más probable sea que me esté apresurando y que deba darte tu espacio para que lo resuelvas. Pero me mata pensarlo Gabrielle. No debo. Sé que no es así. Pero mi cabeza me juega malas pasadas -. tenia mucho tiempo de no nombrarla por su nombre completo, y casi se arrepintió de haberlo hecho. Le gustaba tratarla de Gabbs con dulzura, con amor. Pero también amaba su nombre entero. - Perdoname si estoy siendo infantil, pero me importa. Por ahora no volveré a nombrar este tema si te hace mal. Te voy a dar tu tiempo, tu espacio. Queda en vos. Pero si querés alguna vez hablarlo conmigo acá estoy. - La miro con amor y se pego a ella, subiendo las manos por sus brazos hasta ponerlas por encima de sus hombros. Ella también queria una vida a su lado. Disfrutarse, amarse, reir, jugar, gritar, vivir Era la mujer de su vida, quien le quitaba el aliento con un beso y le hacia sentir que nunca nada iba a estar mal. Era ella quien le daba tranquilidad. Le daba calor y le hacia llamar a ese castillo como hogar. - Por ahora vamos a comer. El estofado esta listo Gabbs. Y vos estás re débil -. Paso los labios por su cuello donde aun cicatrizaban las heridas que le había hecho y beso su piel con amor. -Me gustaria elegir nuestro cuarto juntas. Que sea de las desde el primer momento y decorarlo juntas. ¿te parece? -
  9. Terminó de cortar la carne sin emitir una palabra, pensando en lo que debía responder. El tema no era fácil de hablar. O por lo menos lo difícil era encontrar las palabras adecuadas para que el planteo no sonara autoritario o posesivo. Aunque pensándolo bien, Mahia quería serlo, aunque en los grados normales, pero ella era su mujer y quería que fuese sólo de ella, en todos los sentidos posibles. – Nop… sabés a lo que me refiero – Desvió la mirada hacia la Delacour y le sonrió al verla, esperando que con eso pudiese relajarse un poco más. Ella no era una mujer que dejase ver siempre sus pensamientos como si fuese un libro abierto, pero la Black la conocía demasiado. Colocó una olla en el fuego y la hizo hervir con la varita, no tenía ganas de esperar. Mahia siempre había sido una mujer ansiosa, de esas para las que siempre las cosas debían ser “ya”. Si tenía una idea, la ejecutaba. Y era lo mismo para la cocina. Colocó un caldo y la carne. Luego, agitando una vez más la varita, puso a pelar unas patatas para que luego fuesen incorporadas junto con las especies necesarias a lo que sería un estofado. Quizás podría agregarle algo de picante. – ¿Sabes? Cuando supe que estabas casada… casi me rindo. Él es… o era… mi cuñado, el padre de tus hijas, y… pensaba que tu dueño también. – Se dedicó a limpiarse las manos con un repasador y dejó la vista en el mismo mientras lo hacía. No hizo falta mencionar su nombre; ya las dos sabían de quien hablaba – Pero no podía dejarlo así, te amaba… te amo… demasiado. Y quise y quiero que fueras mía – Se acercó a ella y puso la mano sobre su rodilla, deteniendo el movimiento de la pierna inquieta de Gabrielle. Apretó el agarre y subió despacito hacia la cara interna de su muslo, mirando el avanzar de su mano, sólo para luego volver a la rodilla. – Lo sos. Y yo te pertenezco en cuerpo y alma. – Levantó sus orbes hacia los de la castaña y retuvo el aliento. Nunca, por más tiempo que pasara, recordaba respirar en el momento que sus ojos hacían contacto. Podía fundirse en la miel de los suyos y sentir que nada más importaba. – Yo quiero una vida a tu lado… Tenemos una hija hermosa, nietas, y nos amamos. Y a veces pienso demasiado. No te lo digo para no preocuparte, pero nunca me hablaste del tema y me pone realmente ansiosa. Me… - Dejó de hablar y llevó la mano libre hacia la derecha de su novia, posando la yema de los dedos sobre el anillo que ella le había regalado. Al hacerlo no había pensado en el matrimonio de Gabrielle, o quizá no le había importado. Si ella aún no había roto el vínculo, o si él se negaba a hacerlo… no. Esos pensamientos no habían cruzado por su mente. Simplemente quería que ella tuviera algo suyo, y que supera que un día desearía pasar a otro nivel… tal vez ya en ese momento lo deseaba. De cualquier manera, más allá de todo, Mahia sabía que ella la amaba. Lo sentía, lo veía, Gabrielle se lo demostraba… y también estaba plenamente consciente de que se pertenecían la una a la otra. Nunca lo había dudado. No obstante, comenzaba a sentirse egoísta y no podía dejar que aunque fuese por papeles, ella se vinculara a alguien más. – Yo… No quiero que… Dios… ¿Aún seguís casada con él?... – Cerró los ojos y abrió la boca para decir algo más. Las palabras no salían y sólo un suspiro pudo escapar de sus labios. –
  10. Pensándolo bien, amenazar a su hija de esa manera no había sido la mejor de las reacciones. No estaba muy segura de si lo que había primado en su actuar había sido el instinto mortífago, o el deseo de darle una lección de lo que el verdadero carácter Black debía ser, tranquilo, frío y elegante, y no la imitación de arrogancia que ahora osaban desmotar. De cualquier manera, había estado mal. La niña ni siquiera había dicho una palabra en los minutos restantes y Mahia comenzaba a creer que se había pasado de la raya. No obstante, decidió no disculparse y agradeció de corazón las palabras de su novia, siguiéndola para retirarse del lugar. Su mano izquierda agarraba fuertemente la derecha de la Delacour y suspiró, tranquilizándose. Ella siempre lograba sacar su lado tierno. Le hacía pensar y sentir cada una de sus acciones. Ya no recordaba cómo ser sin ella. Eran una sola. – Creo que eso no salió muy bien. ¿Creés que la niña me vaya a odiar luego? – Preguntó sin levantar demasiado la voz, no muy segura de que Gabrielle le haya escuchado, pues la respuesta no llegó inmediatamente. En vez de eso se encontró de repente entre la pared del comedor y su hermana. Se dejó llevar por ella y la abrazó, poniendo los brazos sobre sus hombros mientras la acercaba un poco más. Le beso lento, repitiendo las frases que había dicho en su mente, mientras que sus labios se concentraban en una tarea diferente. – Je suis à toi, mon amour. Ta petite amie. Vous pouvez le faire avec moi ce que vous voulez. –Se separó de ella sin ganas y gruñendo al tiempo que la miraba a los ojos con deseo, casi pudiendo ver reflejado el celeste claro que ahora tenían sus ojos en los de la otra mujer. – Desearía comerte a vos. Pero me quedaría sin novia… Vamos, preparemos algo de comer y subamos para poder hablar. – Le agarró la mano derecha nuevamente y la hizo seguirla hasta la mesada. Había algo importante que quería charlar con ella, más allá de lo que ya habían debatido en la taberna. Algo que le “molestaba”, si aquella era la palabra, desde hacía un tiempo, y que al entrelazar sus dedos recordó. Miró sus manos e hizo una mueca al ver su anillo, luego la soltó y se giró para buscar los ingredientes necesarios para prepararle la cena, incluyendo unos bollitos de pan francés que a ella tanto le gustaban. La sentía cerca, y evitaba mirarla para no sonrojarse. – Creo que esto va a llevar tiempo… pero me gustaría saber… - comenzó a decir, aún de espaldas a la otra Black - El anillo… Aún lo tenés en la derecha. Quizá no deba preguntar pero… – Cerró los ojos al hablar, fingiendo cortar. Aquello la tenía algo insegura. ¿Se estaba apurando? Quizá debía darle más tiempo, pero su deseo de ser todo en la vida de Gabrielle le llevaban más allá de lo que podía admitir. – Quiero decir… Ya sabés, tu unión… -
  11. “Señora… me dijo señora” Había dejado de escuchar la palabrería de su nieta en cuanto la pequeña le había llamado de aquella manera. Entreabrió los labios y frunció el ceño con fingida indignación, meneando la cabeza de lado a lado. Su mano derecha ejercía presión en el pecho y se arqueó casi imperceptiblemente hacia delante, fingiendo un ataque al corazón. Siempre había sido una persona seria, pero había empezado a ser aburrido al verlo reflejado en los demás, por lo que ante tanta falta de humor por parte de su descendencia, era ella la que debía poner el drama. – Mi nieta me dijo señora – Dijo muy bajito, mirando a Susan con fingido dolor. La muchachita seguía firme en su postura, y la indignación y vergüenza se veían reflejadas en sus facciones. Mahia se enderezó y dejó pasar las siguientes palabras que salieron de la boca de Susan. No tenía sentido ir en contra de la pequeña, estaba defendiendo a sus padres, pero de todas maneras le había dejado mal sabor de boca sus palabras. Podía entender que las bromas de su mujer fuesen algo fuertes. Pero su hija y nieta lo había tomado demasiado mal. Los Black habían sido por generaciones una casta orgullosa y fría de Mortífagos que ostentaban poder y riqueza por doquier, pero en la antigüedad ese orgullo demostraba, defendía y alardeaba de cosas importantes, dejando las pequeñeces de lado; solían tener un muy buen humor negro, cosa que se había perdido con el tiempo. – Las nuevas generaciones se toman todo muy a pecho. A ustedes les habría hecho falta conocer otro tipo de gente… Alguno de nuestros ancestros quizá. – Besó los labios de su amor y le guiñó un ojo antes de separarse de ella para acercarse a Jessie. – Pero si tu mamá te ofendió, te pido disculpas. Sólo tene en cuenta que bromea. No hay ningún problema con tu marido e hijas. Son Black, son familia. - Puso su mano en el hombro de su primogénita y le sonrió, clavando los ojos azules en los de ella. Su semblante suavizado por la risa y el drama se endureció y la sonrisa desapareció de sus labios. – Te amo hija. No soy de decir estas cosas, pero quizá nunca te lo recordé lo suficiente, y vas a ser siempre bienvenida en el castillo Black. Pero así como vos no vas a tolerar faltas de respeto nunca de tu hija hacia vos, yo no voy a tolerar las tuyas. – Bajó el rostro hasta colocar la boca pegada al oído de la Mortífaga y para cuando volvió a hablar su tono de voz había bajado varias octavas. Procuraría que los demás no escucharan lo que iba a decir. Sus labios casi tocaban la piel de la muchacha, y el agarre de su mano se suavizó antes de soltar su hombro. –– La próxima vez que te dirijas a Gabrielle lo vas a hacer con cuidado. Por más que ella se equivoque, sigue siendo tu madre. La próxima vez, por más que te adore… te mato. No vas a ser la primera, ni la última. – La amenaza no era broma, pero esperaba que ella no reaccionara mal. Se alejó nuevamente y le sonrió, suavizando la mirada otra vez para devolver el brillo a sus orbes. Nada podía explicar el cariño que tenía para con sus hija, y quizás la menor estuviese dolida después de sus palabras, pero por mucho que su novia fuese dura o por mal que cayera su broma, el trato de una hija a su madre siempre debía de ser respetuoso. – Te pido disculpas nuevamente y bien espero sepas aceptarlas. Ahora, los invito a sentarse a la mesa con nosotras, así podemos disfrutar de una buena comida y olvidamos el percance. ¿les parece? – Volvió hacia su hermana y le sonrió, tomándola de la mano nuevamente; entrelazando sus dedos.
  12. ¡Bueeeeeeenas! ¿Cómo les va? Vengo por estos lados para ya saber qué hacer, o quizás por ansiosa. Yo cursé Encantamientos en Junio, en la clase "Encantamientos & Pociones", que impartía Patrick Colt. Lo mismo que Nath, por las caídas del foro se extendió, y el profesor ya al último ni apareció. No sé si estoy aprobada o no, si me tengo que re-inscribir, o no. Me gustaría que se me informara antes de que cierren las inscripciones este mes. Muchas gracias. ¡Un saludo! *Le dejo chocos a Anne y una paleta a Niko*
  13. – No estoy de acuerdo con vos. Para ser un excelente duelista tenes que saber utilizar hasta el hechizo más inofensivo, porque muchas veces eso marca la diferencia; saber adecuar cada hechizo a la situación y sacarle el mejor provecho… distingue a un simple hechicero, de un excelente encantador. – Mientras hablaba la Black se había alejado de la mesa que utilizaban los alumnos de encantamientos y se había posicionado a un costado pero más cerca de Colt que de su compañera. Se podría decir que estaba a mitad de camino. Con la varita apuntando hacia el mesón y musitando claramente “Morphos” había convertido la mesa en un perro de tamaño mediano, que más se parecía a un lobo que a otra cosa. – Sabiendo de encantamientos podés dar vida, por ejemplo. Pero la inteligencia de un duelista le da otro significado a ese ser. – El can caminó lentamente hacia la Mahia, haciendo un rodeo por en torno a sus piernas antes de acabar sentado frente a ella. La ojiazul se hincó y acarició la cabeza del perro, moviendo sus orejas con lentitud. Susurró algo en voz baja para que sólo el animal lo oyera, le dio una palmadita, y el perro volvió al lugar en donde estaba la mesa. – Puede ser una simple compañía, o un medio de defensa, o de ataque. Supongamos que en vez de un perro he creado un tigre, que por razones obvias no lo he hecho – Apuntó con su varita a Patrick y mandó al animal a atacarlo. – Él tendría que defenderse del felino y yo tendría las manos libres para poder seguir atacando... también suponiendo que fuese mi aliado… – Aguamenti – Dijo claramente, lanzando un chorro de abundante agua que formó al instante un charco. El Can patinó en él sin poder frenar su carrera y cayó de bruces, volviendo a resbalar en el intento de levantarse. – Un hechizo tan simple y común como ese puede ayudar. Claro que hay que tener en cuenta que yo estoy en medio del camino de los dos, y que no lo hubiese logrado si estuviera detrás. En ese caso podría haber hecho un Oppugno para controlarlo. En este caso no lo hago porque ya soy su creadora. Nuevamente guió al perro hacia donde estaba anteriormente la mesa y le apuntó con la varita. – Sectusempra – Un rayo rojo salió de su varita, impactando directo en el animal. Varios cortes en el pecho y costado empezaron a sangrar de manera rápida, generando que el perro perdiese la vida y volviera a ser una mesa en cuestión de minutos. Eso había sido cruel, pero hacer una maldición imperdonable la habría expuesto en su rol de Mortífaga. – Claramente eso no es todo. Se pueden hacer encantamientos que te cubran del frío, que reparen tus objetos rotos por el enemigo; endurecer cualquier objeto para que sea una defensa, crear aves para parar rayos. Hechizos que usarías en cualquier situación normal, pero con otras intenciones… Entonces, a mi modo de ver, para ser un experto en duelos sólo tenes que agregarle la inteligencia y agallas a la información sobre encantamientos, que obviamente la sabes en su totalidad. Asique… Creo que en lo que a mi concierne, estoy lista para ser aprobada. A menos que nuestro profesor piense que nos falta por aprender algo más. – Miró a colt a los ojos y sonrió, preguntando luego con fingida inocencia – ¿Algo que nos quiera enseñar usted querido profesor? –
  14. “Estando allá veremos quién se muda con quién”… Esa era una sutil manera de aceptar su propuesta. Si bien su hermana no había dicho que sí de manera literal, su frase le daba entender a Mahia que su idea había sido vista con buenos ojos. Y eso le hacía más que feliz. Repetía las palabras en su mente una y otra vez mientras se concentraba por aparecerse en su cuarto, con la castaña entre sus brazos, dando pequeños besos en su cuello, erizándole los bellos de la nuca. – Llegamos, bella durmiente – Murmuró en el oído de Gabrielle una vez en su habitación. Depositó un beso en él y alejó el rostro para mirarla a los ojos. Le sonrió, suspiró y suavemente la recostó en su lecho. Conociendo a su novia, estaba segura de que pasar frío era lo último que deseaba en ese momento, pero era inevitable debido a la pérdida de sangre. Quitó sus zapatos y removió su vestido y capa con un movimiento de varita. Rebuscó en su armario y volvió con una remera de las suyas y su sweater azul preferido, colocándoselo mientras se sentaba a su lado. Las prendas le quedaban algo grandes, puesto que la Black era más alta, y los puños del abrigo llegaban a cubrir hasta sus manos. Quizás había sido demasiado el atrevimiento de modificar un poco su vestimenta, pero tanto sus ropas como las de ella estaban impregnadas de olor a humo y alcohol. – Lo siento amor, no tengo nada rosa. A decir verdad dudo tener algo que no sea blanco, negro, azul o verde. – Bajó la mirada y entornó las cejas con evidente consternación en sus ojos, ladeando la cabeza hacia su hombro derecho mientras pensaba. – Me vas a tener que acompañar a elegir guardarropa, un poco de elegancia no me haría nada mal. – Una vez cómoda, arropó sus piernas desnudas con el edredón que se encontraba bien doblado a los pies de la cama. – Podes cambiarte luego, ahora descansá – Acomodó un mechón rebelde detrás de su oreja. No hacían falta palabras, puesto que sólo con mirarse entendían todo. Era parte de la conexión que había surgido hacía muchos años ya, y que no hacía otra cosa que aumentar. La invitó a cerrar los ojos nuevamente y bajó la mano hacia su mejilla con un toque delicado antes de pararse. – Voy a bajar a prepararte algo de comer. ¿Vas a estar bien sola? Una vez que hayas descansado lo suficiente bajá y de paso hablamos de lo que te propuse antes. – Mientras esperaba su respuesta volvió a su ropero y separó una muda de ropa: una camisa entallada esmeralda y una falda de jean. Se quitó la chaqueta y la remera lentamente, subiendo los brazos, mostrando en el movimiento los músculos en su espalda. Se cambió, haciendo lo propio con sus pantalones y la falda. No le gustaba la idea de dejarla sola. Frunció la boca y volvió a su lado, acuclillándose y tomando su mano mientras se acercaba a darle un beso en los labios. Jadeó al sentirla y la acarició sutilmente con la lengua, humedeciendo sus labios y aplicando un poco más de presión luego, separándose antes de que todo se volviera borroso nuevamente. Algo agitado se incorporó sin soltarla, deseándola. – Siento que no puedo estar ni un minuto lejos de vos. Te espero abajo amor. - Le sonrió una última vez y cerró la puerta tras de ella, asegurándose de que su amada se hubiese recostado. Descendió las escaleras bajando los peldaños de dos en dos mientras se arremangaba los puños de la camisa hasta por encima del codo y saltó los últimos 3 escalones a la vez, comenzando a dirigirse hacia la cocina. Dejó salir una pequeña carcajada de felicidad al recordar a la ojimiel en su cama y miró hacia atrás, tentada en volver para acostarse con ella. “Necesita comer, animal, casi la dejas anémica” pensó, reprimiéndose a sí misma. Siguió su camino, moviendo la cabeza para despejar la idea, sabiendo que ya tendrían tiempo para volver a estar juntas. Ya casi llegaba hasta su destino cuando escuchó las voces de Otto y dos mujeres más. Normalmente no le habría dado mucha importancia. El patriarca Black era un buen tipo, lo quería, pero nunca habían sido demasiado cercanos y prácticamente no compartían intereses afines, por lo que sus charlas se daban por dos motivos: por casualidad, o por reuniones familiares. No obstante, en aquel momento Mahia había reconocido la voz de una de las mujeres. Alzó las cejas sorprendida y dio dos pasos hacia atrás, mirando a través de la puerta que daba al living: Jessie, su hija adoptiva, se encontraba abrazada a Otto y ambos sonreían junto a otra muchachita. Extrañamente, su primogénita no le había avisado que haría visita, y estaba más que segura de que a Gabrielle tampoco. – ¡Jessie! ¿Cómo estás mi niña? Veo que el motivo e tu visita no son tus madres - Alzó la voz un poco mientras se desviaba de su objetivo y los llamaba, divirtiéndose un poco. La apuntó con un dedo y con fingida indignación le recriminó – Podrías haber avisado mujercita. De todas maneras acá todo queda en familia. –
  15. Asintió con la cabeza hacia Taurogirl ante su agradecimiento y volvió su concentración a Patrick, sorprendiéndose cuando la tomó de ejemplo para explicar lo que había hecho con las cuerdas. Ella sólo quería ser arrogante con él y verlo molestarse, como había sido entre ellos desde el origen de los tiempos, pero en vez de eso había recibido una cuasi felicitación. Sus ojos azules se entrecerraron y terminó de escucharlo atentamente. – Es algo difícil pero hermoso, mientras uno más sabe de encantamientos más puede hacer en situaciones límites… O simplemente facilitar su vida. ¿Hay algo más que debamos saber para que nos apruebe? – Preguntó para sacar charla, viendo que la explicación de Colt no avanzaba mucho más. – Tengo una pregunta... o varias. ¿Ser experto en duelos, te hace experto en encantamientos? ¿Qué diferencia a uno de otro? ¿La forma de ver y utilizar el hechizo, eso y nada más? - Volvió a sentarse en su silla y esperó la respuesta de su maestro, dejando la varita sobre la mesa pero sin quitarle la mano de encima. Miró a su compañera, quien no había hecho demasiado desde la tarea de los frascos y le medio sonrió, buscando la manera de animarla a interactuar. No se debía a que la Black fuese amigable. De hecho, muchas veces al sonreír olvidaba contraer los colmillos, lo que le daba una imagen algo tétrica para otras personas, por lo que evitaba hacerlo muy seguido. No obstante en esos momentos necesitaba que la clase avanzara un poco más. Ya las inscripciones a los trabajos del ministerio estaban corriendo y si no se cerraba a tiempo tendría que esperar un mes más, y no era su idea. Ya estaba empezando a desesperarse. Mahia era una persona que entraba a un lugar y hacía las cosas rápido, fuese cual fuese su tarea. Pensaba rápido y actuaba aún más veloz. Eran pocas las ocasiones que tenía la paciencia necesaria para brindarle a otro la oportunidad de seguirla, y en esa clase ese tipo de comportamiento no estaba bajo su potestad. Eso le sacaba de quicio.
  16. La Black dudó unos segundos antes de atender el pedido de Tauro, desviando su atención hacia Patrick para evaluar la situación. Entrecerró los ojos y esperó a que él renegara sobre la pérdida de autoridad sobre sus pupilos, pero ello no ocurrió. No era que le tuviera que pedir permiso para ayudar, ni que estuviese obligada a ello, pero le parecía extraña su tranquilidad ante la falta de protagonismo como profesor. Se encogió de hombros y suspiró antes de levantarse; los calderos frente a ella y la pasividad del ex mortífago le daban a entender que tendría que participar sí o sí en la clase de Pociones, aunque no se hubiese matriculado para esta. Fantástico, pensó, había ingresado al dos por uno y ni siquiera obtendría título por la materia adicional. De cualquier manera, antes de que pudiese dar el primer paso para bordear la mesa, escuchó el repentino movimiento de Colt, maldiciendo por dentro al haber bajado la guardia. Era obvio el bribón estaba tramando algo. Vio salir las tres cuerdas de la varita del mago y automáticamente alzó la suya, musitando “evanesco” a las tres cuerdas que viajaban juntas hacia ella, haciéndolas desaparecer antes de impactar en su cuerpo. Sonrió satisfecha y se giró a ver cómo las otras seis cuerdas dirigidas a sus compañeros los aprisionaban según Patrick había dispuesto. – Para atender las instrucciones de la profesora Tauro, tendremos que hacer uso de la magia. Los libros de los estantes, y los calderos deberán ser atraídos sin necesidad que ustedes se muevan – – Podrías simplemente haberlo pedido. Aunque te admito que me da un no sé qué de adrenalina, profe. – Le había interrumpido, y sin ninguna sorpresa observó cómo el profesor ignoraba su alegato y seguía hablando. Mientras tanto, miró a Tauro y la interrogó con la mirada, levantando una ceja mientras se preguntaba si ella estaba de acuerdo con las tácticas de su par. – Bueno, si eso es lo necesario, vamos a ver… Accio frasco vacío – musitó a viva voz, viendo cómo el segundo frasco, el que había estado al lado del que Ariam había hecho levitar, se dirigía directamente hasta la mesa que estaba frente a ella. – Tarea cumplida. –
  17. Ya dos de sus compañeros se encontraban acompañando a los profesores cuando Mahia ingresó al Aula. Se veían bastantes jóvenes, y eso le daba la sensación de estar desentonando un poco en el lugar. Sin darle mucha más importancia, se dirigió hacia la parte trasera de una de las dos grandes mesas, lo más alejada posible de los otros dos estudiantes, e hizo aparecer una banqueta en la cual semi-apoyarse mientras esperaba que la clase comenzara. Conocía a los instructores. La mujer era la Líder del bando tenebroso del cual ella formaba parte. Si bien tenía el cargo más alto de la Marca tenebrosa, la mortifaga base no había cruzado con ella más que unas pocas palabras para re ingresar al bando. No se había molestado en caerle bien, ni buscarle charla, puesto que podía aprender de ella mucho más de lo que ya había aprendido en su juventud de los líderes anteriores. Y el hombre… Bueno… Patrick Colt era una persona especial. Podría decirse que entre los dos tuvieron muchos momentos para compartir, más malos que buenos, y que no era de su agrado. Nunca lo había sido. Y no creía que pudiese serlo. Pero a ninguno de los dos eso le importaba un comino. “Seguro Patrick ni se acuerda las veces que le patee el culo” pensó la Black, riendo disimuladamente mientras tapaba su boca con la mano izquierda. Era raro, admitía, verlo sin máscara. Aunque ella también había prescindido de ella en ese momento. Su rostro de mandíbula algo cuadrada pero de finos rasgos femeninos permitía adivinar su edad casi con exactitud, mostrando una cicatriz vertical sobre la frente y hasta el pómulo que hacía que la mayoría de las miradas pasaran primero sobre el lado izquierdo del mismo. Pese a sus ojos azules, su mirada no lograba endulzarse por más lindos que fueran los orbes, excepto cuando era provocada por su mujer. Sacó su varita del bolsillo interior de la campera de cuero negra que llevaba puesta y la dejó sobre la mesa, imaginando que sería necesaria para la materia que estaría tomando. “Encantamientos” sonaba bien, aunque quizás fuese algo que tendrían que haberle enseñado en la academia. Escuchó las presentaciones de Taurogirl aunque no le hiciera falta y dejó que los demás pupilos se presentaran primero. Era algo tedioso pero habitual en todo recinto educativo. Aunque no estrictamente necesario. Pero provocaba que quien se presentara se sintiera seguro y respetado. O algo por el estilo. Aún ella, siendo profesora por años y años, siempre les hacía presentarse para ocupar tiempo y hacerlos sentir confianza, más allá de que ya se tuviera toda la información sobre el alumnado al empezar a construir la clase. A los jóvenes les daba cierta ilusión de compañerismo, y dejaban salir sus personalidades más rápido de esa manera. Como aprendiz, en ese momento, no le interesaba mucho socializar. Tal vez en otro episodio de su vida hubiese estado más emocionada de aprender un nuevo conocimiento y conocer a nuevos compañeros. Pero esta vez lo hacía única y meramente por necesidad. Quería un trabajo y compartir con su novia su pasión por los duelos, comprando libros y demás objetos que le hicieran la vida más fácil. Pero para ello necesitaba dinero, y el Ministerio de la Magia le exigía saber un poco más para poder tener un empleo. - Maldito Ministerio, en mi época era mucho más fácil – Musitó por lo bajo, justo cuando el chico… ¿Bon?, O algo por el estilo, terminaba de presentarse. Luego, se propuso a hacer su parte. - Mi nombre es Mahia Black…Por suerte ya conozco un poco a algunos de ustedes, así que debería ser más fácil llevarnos bien. Voy a tomar encantamientos en esta ocasión. Espero que sea una buena clase –
  18. Bueeeeeenas. Por lo que pude ver estoy en condiciones de cursar un conocimiento más :3 XD llego de pedo pero llego, increíble. Nunca supe cómo es que llegué a nivel 3 xDDDD YEY
  19. Asintió un par de veces con la cabeza mientras escuchaba la respuesta de su sobrina. No le pedía nada descabellado y entendía sus inquietudes, pero tampoco estaba fuera de lo que ella ya haría por naturaleza: cuidar a su mujer, a su familia. Admiraba el amor que Akiza tenía por su madre. Gabrielle le había criado bien. Sonrió con las amenazas, tapando su boca disimuladamente con las dos manos, haciendo el ademán de apoyar el mentón en ellas. - Siempre podemos tener un duelo, pero no va a ser por esa razón. – Dejó al descubierto su sonrisa y miró a la otra Black con cariño. – Te prometo que la voy a hacer feliz, sino yo misma me entrego a vos con las manos atadas y sin varita. ¿Estás más tranquila? – Hizo el ademán de levantarse de su puesto, teniendo la intención de acercarse a la mortífaga tempestad. Si bien aún no tenían la confianza para unirse en un abrazo, un gesto tan poco dado entre los miembros de la marca tenebrosa, e incluso entre familiares, como un leve golpecito en la cabeza con la palma de la mano, haría la diferencia. Sólo la detuvo el movimiento del picaporte y el posterior sonido de la puerta dejando paso a la figura de Gabrielle. Se sonrojó. Y el rubor fue peor el saber que en ese momento no tenía defensas. No tenía donde esconder el rostro. ¿Habría escuchado? La dejó avanzar sin musitar una palabra y rodeó su cintura con un brazo cuando la menor de las dos rodeó su cuello con los de ella. Miró preocupada a su sobrina y sintió el beso en su oreja. Puso todo su esfuerzo en no demostrar lo que en su cuerpo generó ese gesto y dejó que el escalofrío que se apoderó de su espalda pasara mientras apretaba aún más el cuerpo de su novia contra ella. Por suerte su sobrina no mostraba atisbo de desapruebo o incomodidad. Incluso sorprendió a Mahia al mostrar una sonrisa. Respondió la pregunta que Gabrielle había hecho con total naturalidad, e incluso bromeó sobre las amenazas que había proferido hacia la rubia, lo que causó que todo el rubor fuera reemplazado por una profunda risa ahogada por su mano libre. - Tu hija resultó ser bastante intrépida. Hasta cree que puede ganarme en un duelo… por supuesto que nunca la voy a tocar. Nunca… no… antes dejo que me patee el culo, lo prometo – las palabras se atropellaron para salir de sus labios, intentando aclarar el hecho de que nunca le haría daño a la pequeña Black, mientras miraba a su hermana con ojos suplicantes – Yo… Se calló de golpe al ver los ojos divertidos de la Delacour y sintió el abrazo que Akiza le brindó a las dos. Se mordió el labio y también rodeó el cuerpo de su sobrina. Apenas pasando el antebrazo por su espalda. Aquello le resultaba raro. Su cuerpo lo sabía. Era todo demasiado cálido y amoroso. Aunque el momento lo ameritaba, iba todo muy raro y su cabeza empezaba a dar vueltas. - Bueno… creo que esto ha sido demasiado para la tía. Oh chica… los años y la costumbre de vieja quisquillosa pasan factura en estos momentos ¿eh? Jeje – Respiró hondo y se separó lentamente, sin retirar el agarre de la cintura de Gabrielle. – De todas maneras ya vamos a tener más tiempo para confraternizar… si tu mamá lo permite, me gustaría mucho practicar duelos con vos. Ese era el punto fuerte de esta familia, y lo hemos ido perdiendo. ¿Qué te parece? – Desvió su rostro hacia la Delacour como para pedirle permiso pero olvidó esa intención en cuanto la vio. Se moría de ganas por estar nuevamente a solas con su mujer. Era demasiado bella para desperdiciar minutos a su lado. Movió los labios sin emitir sonido, marcando un “te extrañaba” enmudecido. Subió y bajó la mano por su espalda por unos segundos, sin poder retirar sus ojos de ella, mirándola con deseo y amor, hasta recordar que se encontraba con la hija de la mujer que amaba. - Eh.. Bueno… la comida está lista. Aunque no sé si aún querrán comer, ¿o prefieren que nos vayamos cada uno a nuestros aposentos y dejemos que el torrente de ideas de hoy pase? -
  20. Si bien había podido abstraer sus pensamientos unos minutos mientras preparaba la comida, el efecto no había durado mucho. Levantó la vista hacia el reloj que había conjurado para controlar el tiempo de cocción y frunció el labio en señal de disgusto: ya había pasado un tiempo considerable desde que madre e hijas se pusiesen a hablar, y no quería regresar por miedo a interrumpir lo que fuese que estuviese sucediendo. Arrojó el cuchillo que había usado para cortar la carne y lo dejó clavado sobre la tabla de madera, conteniendo el impulso de salir hacia el salón. En cambio volvió a tomar la campera que había dejado colgada en una silla y se preparó para salir al jardín por la puerta trasera. Dio unas cuántas órdenes a los elfos para que terminaran lo que había empezado y se marchó. Suspiró y guardó las manos en los bolsillos de su chaqueta, levantando la cara hacia el cielo al tiempo que veía su aliento blanco por el frío desaparecer lentamente. Sabía que el tema que se iba a tratar era delicado, y confiaba en el criterio de Gabrielle para poder transmitir todos sus deseos y sentimientos en el relato, pero no conocía su sobrina más de lo poco que habían podido hablar y la reacción de esta última le estaba empezando a preocupar. Quizás fuese el hecho del parentesco o el que fuesen dos mujeres. O quizá las dos cosas juntas. O tal vez, y sólo tal vez, estaba dejando llevar sus pensamientos demasiado al límite y ellas sólo se encontraban compartiendo momentos que no habían podido vivir en años anteriores. Negó con la cabeza una o dos veces, tratando de romper la cadena de ideas que nublaba su juicio y pasó el dorso de la mano por sus labios, retirando un fino hilo de sangre que se había escapado de su mordida al apretar con más fuerza que de costumbre. Decidió que ya era hora de regresar, pero antes que pudiese hacerlo escuchó la voz de Akiza y se giró sorprendida, esperando verla con su hermana. Su rostro desconcertado debió ser evidente, pero no se molestó en cambiarlo. La muchacha se encontraba un poco alejada de ella, y en sus facciones no se veía el más mínimo atisbo de felicidad. Mahia acortó la distancia unos pasos, ladeando la cabeza mientras sentía el frío en su espalda. - Sobrina… ¿Estás bien? ¿Y tu ma…? – - Mi madre me acaba de contar algo muy interesante, sin embargo por el momento no lo puedo creer, al menos hasta que escuche tu versión de las cosas...así que… ¿Cómo llegaron a tener algo serio?...¿Porqué a ella? Es tu hermana… ¿sabes? – La rubia abrió los ojos como platos durante un segundo, limitándose a asimilar la información que estaba recibiendo. Escuchó sin interrumpir a Akiza y clavó la mirada en los orbes azules que la miraban con nervios, confusión y un poco de incredulidad. La entendía, no era algo fácil lo que acaba de escuchar, y menos viniendo de su madre. Suspiró cuando la pequeña terminó de hablar y evitó sonreír ante sus últimas palabras. Usar su varita, ¿eh? La chica tenía orgullo y agallas. Enfrentar de esa manera a un Ex Ángel Caído y no importarle que fuesen de la misma familia... Decidió que le gustaba. Quizá sólo no sabía quién era ella, su pasado y sus habilidades, o era demasiado nueva en la familia para entender lo que significaba ese reto, pero su seguridad y la forma de decirlo generó en Mahia un plus en el afecto que ya le tenía por ser hija de su mujer. - Tranquila… no quiero que nadie salga herida – Dijo suavemente, levantando las dos manos como si la otra muchacha le estuviese apuntando realmente con el arma mágica, esbozando rendición y calma. –Te voy a responder tantas dudas como quieras, pero vamos adentro, me congelo. – Se llevó una de las manos a la nuca frotando mientras se acercaba lentamente a la otra Black y la invitó con la otra a ingresar a la cocina nuevamente. Hizo el ademán de apoyarla en la espalda de la otra rubia para acompañarla hasta la puerta, pero se arrepintió al ver su desconfianza. Se encogió de hombros e ingresando al lugar se dirigió hasta uno de los asientos que estaban frente al desayunador, esperando que ella le siguiera. - ¿Algo para tomar? ¿No? … Supongo que tu madre me mata si te doy alcohol… Vamos al grano. A ver… ¿cómo empiezo? – La pregunta fue más dirigida a ella que a su sobrina, pero no despegó su vista de la última mientras hablaba. Lo cierto era que no estaba acostumbrada a ese tipo de charlas y confesiones familiares. – Vas a tener que disculparme si doy demasiadas vueltas. Me siento como si te estuviese dando la charla del pajarito y la cuevita… vos sabés… - Movió las manos por unos segundos como si quisiera tocar la superficie de una esfera por varios ángulos, no llegando a un acuerdo en cómo explicar gestualmente aquel momento en que un padre debía enseñar a su hija el modo en que se crean los bebés. Frustrada, dejó aquel movimiento y levantó la vista, poniendo seriedad en sus facciones de una vez por todas. Notaba el rostro exasperado de la Mortifaga frente a ella, y el vaivén de sus ojos hacia cada uno de los movimientos que hacía. - En fin, perdón por eso. – Suspiró por segunda vez y entrecerró los ojos, pensado con cuidado lo que diría – Con respecto a tu pregunta… la última. Sí… Sé que somos hermanas. Y te la respondo por más que sea una pregunta retórica para que entiendas que lo que hacemos lo hacemos sabiendo todas las contras y consecuencias, porque el amor que nos tenemos es demasiado fuerte para ignorarlo. Su forma de actuar y de moverse había cambiado, y el brillo que usualmente tenía en sus ojos prácticamente había desaparecido, embriagando de negro el azul de su mirada. - En cuanto a por qué ella… No es algo que se pueda explicar. Es algo que se siente. Tu madre y yo siempre estuvimos juntas desde que nos conocemos. Yo nací en este castillo… ella vino después. Pero inmediatamente cruzó la puerta sentimos esa conexión que sólo sentís con la persona indicada… la especial… la diferente. – Se enderezó en la silla y colocó las dos manos detrás de su cabeza, apoyándola sobre ellas unos minutos mientras hacía la pausa necesaria para que Akiza pudiese pensar en lo que ella estaba diciendo. – Ella es más pequeña que yo en edad, pero siempre me sentí protegida, y siempre sentí la necesidad de protegerla. Desvió la vista hacia el techo para no incomodar a la muchacha y prosiguió. - Ya luego, más crecidas, siendo adolescentes y después mujeres, la atracción sexual se combinó con el amor… pero no era nuestro momento. Nos amábamos como nadie, pero no estábamos listas. Y ahora que ella volvió… que yo volví… que tenemos la libertad de amarnos como nuestras mentes, corazones y cuerpos lo desean… Ahora ya no estamos en condiciones de dejarlo pasar. – Su voz era firme y segura, y a pesar de su tono grave los matices femeninos y dulces seguían estando allí. - Y somos felices… Yo lo soy. Y te juro que me voy a encargar de que tu madre lo sea por el resto de su vida… Y, por supuesto, eso te incluye. La felicidad de Gabrielle está ligada a la tuya. Es una madre excelente y cariñosa. Así que, siempre que tengas dudas… o si algo te molesta. Me podés preguntar. – Se incorporó muy despacio, cambiando la posición de sus brazos para acomodar la silla más cerca del desayunador antes de caminar hacia su sobrina. - Ahora… ¿Qué era eso que querías decirme luego de mi palabrería? -
  21. No se esperaba eso. Hubiese anticipado un trato más arisco o quizás algo de desconfianza, ya que era la primera vez que cruzaban más que unas pocas palabras, pero… ¿Recibir amor de parte de las dos? Ciertamente la había descolocado. Esos comentarios habían estado fuera de sus planes, y no le desagradaban en lo absoluto. Cruzó la mirada con la otra Black y se perdió en ella, casi atontada con el brillo que en sus orbes miel se proyectaba. Era hermosa. Casi como una muñeca hecha a la perfección; los cabellos sueltos despeinados por el viento y las facciones finas que tanto le hacían perder el aliento estaban a pocos centímetros de ella, y si demoraban un poco más no tendría más opción que demostrarle cuánto la amaba. Se moría por abrazarla. Por rodear su cintura con una mano y depositar un sinfín de besos en todo su rostro. En cambio, asintió con la cabeza al entender lo que decían sus ojos y contuvo la respiración al sentir el tierno beso que ella depositó en su mejilla antes de emprender su camino hacia el castillo. Se quedó parada allí, viendo las siluetas de las dos mujeres alejarse lentamente y decidió que dejaría pasar un poco de tiempo antes de caminar detrás de ellas, creando la distancia necesaria para que su conversación no llegase hasta sus oídos. No tenía idea si Akiza había logrado captar las miradas y el ambiente entre las hermanas, pero de cualquier manera estaba claro que la chica sabía lo que hacía y al parecer había descubierto el secreto para ganarse a la Mortífaga Base en un santiamén. Era tan parecida a su madre… Las vio entrar al comedor y siguió su camino hacia la cocina, esperando que Gabrielle pudiese hablar con su hija. Había visto su mirada al besarla. No iba a ser una conversación fácil de empezar, y sabía bien que la rubia no había tenido un tiempo de calidad con su primogénita desde hacía bastante, por lo que simplemente se dedicó a preparar la cena que les había prometido. Su mujer iría a buscarle cuando estuvieran listas; o al menos enviaría alguna señal que le alertara.
  22. Estaba segura de haber visto a Akiza en algún momento otro momento de su vida. Quizá cuando era más pequeña o en algún desayuno que últimamente se hubiese realizado en el castillo, pero realmente no estaba muy segura. Sólo sabía que aquellos rasgos femeninos y cabellos dorados se le hacían extremadamente familiares. Tal vez fuese lo mucho que se parecía a su madre, exceptuando la altura y aquellos ojos azules que más se parecían a los de ella que a los de la Delacour. Mahia se quedó detrás de Gabrielle mientras esta trataba con su hija, dejándoles un poco de espacio para que se pusieran al día, observando detenidamente a la menor de las tres. Si bien la muchacha se mostraba algo confundida luego de haber sido sorprendida por su madre, no parecía deberse a ello el sobresalto. La miró extrañada y evitó realizar alguna consulta sobre ello, por el momento se dedicaría a conocerla. Apreció la sutil reverencia y le devolvió el gesto con la mano libre. La oyó hablar y apretó discretamente el agarre que tenía con su hermana antes de responderle. - Tu tía, sí. Podría decirse que sí... en cierto sentido. – Sonrió de costado, mostrando uno de los colmillos a su sobrina. No le tenía confianza aún, pero era la hija de su hermana y le interesaba conocerla, por lo que regalarle una o dos sonrisas más de lo que normalmente haría no caía mal. - Tu madre habla mucho y muy bien de vos… De hecho venía con el único motivo de conocerte. Yo y tu madre somos muy cercanas, pero nunca estuve lo suficiente en el castillo como para conocer al resto de los que viven acá. Ahora me quedo para siempre…– Dio un paso hacia ella y se frenó en seco, manteniendo un poco de distancia mientras le señalaba el ingreso al castillo con la mano libre - ¿Nos acompañas a picar algo? Podemos hacer que los elfos nos preparen buena comida… o simplemente puedo cocinar yo y de paso disfrutas de la compañía de tu madre. Se volvió hacia Gabrielle esperando su aprobación y aflojó la mirada, suspirando y conteniendo el impulso de atraerla hacia ella y depositar un suave beso en sus labios. Primero quería que ella tomara las riendas con su hija y pudiese hablarle a su modo. Movió los labios en silencio, gesticulando un "te amo" mudo, y se volvió a su Akiza para esperar su respuesta.
  23. No. Todavía no estaba lista. Aquello la superaba porque sabía que podía herir su ego de una manera muy drástica. Nunca había perdido un duelo, o por lo menos no que ella recordara, y era demasiado tarde para comenzar a hacerlo. Además todavía no había pasado el tiempo suficiente como para que quisiese adentrarse nuevamente en esa actividad. No obstante Orión había insistido en hacerlo. Siempre había tenido una manía extraña en apurar sus tiempos, quizás porque él era un loco arrebatado que tenía su culo en más lugares que los que había en el planeta. De todas maneras lo quería… o algo así. Se paró frente a la puerta del lugar citado, sabiendo que del otro lado estaba el Yaxley. Desenfundó la varita y suspiró, cambiando su actitud en disposición al momento que iba a vivir. Cerró los ojos un momento y dejó que su cuerpo se aclimatara a aquella sensación que ya había tenido años antes. La sed de sangre se podía llevar a niveles más allá de los de la mera excitación del beberla y calentar el cuerpo. Sonrió de medio lado, sintiendo el deseo de asesinar muy marcado. No era que iba a matar a su hermano. De hecho había muchas probabilidades de que si alguien terminase muerto fuera ella, pero le daría pelea. Puso la mano en el pomo de la puerta y giró despacio, sabiendo que esto alertaría al peliazul. Procuró no abrir por completo, sino que pegó su cuerpo a la placa de madera y empujó para mover la puerta sólo unos centímetros. Automáticamente sintió la respuesta que esperaba. Su hermano había lanzado su primer rayo y este impactó de lleno en la puerta cuando la Black volvió a cerrarla. La puerta se partió de inmediato y dejó la apertura perfecta para que la rubia pudiese ver a su hermano y apuntar con la varita, musitando un Expelliarmus para enviar un rayo en dirección al Mago Oscuro con el fin de despojarlo de su arma. Automáticamente pateó lo que quedaba de la puerta y se adentró al lugar mientras su rayo estirpaba la varita de la mano de su hermano. Siempre conservaría los 10 metros de distancia, siguiendo los pasos del otro. – Sectusempra – Musitó, con ganas, siguiendo el ejemplo del Yaxley, envió un nuevo rayo rojo que buscaría hacerle multiples cortes que le darían la muerte a su oponente, mientras este corría detrás de su varita
  24. La Black sostuvo a su hermana rodeando la cintura con un brazo, escuchando su grito ahogado y el temblor en sus piernas. No quería que se cayera. Esperó pacientemente a que se recuperara dando pequeños besos en su hombro y cuello, susurrándole mil y una veces lo mucho que la amaba hasta que la sintió rodar y presionar los labios contra los suyos. Acarició su mejilla y rió ante su comentario. - Primero habría que ver si él aparece. Y luego seguro que despotricaría sobre el hecho de que sus hijas hagan incesto – Acarició su cabello y lo lavó tiernamente, procurando que el agua caliente callera sobre ella mientras le hablaba – Luego de seguro vuelve a irse. Cerró la regadera y cubrió a Gabrielle con la toalla, sin dejar de mirarla a los ojos mientras lo hacía. Ya no podía esconder el amor que le tenía. La quería cuidar, como si ella fuese un pirata y la Delacour su tesoro más preciado. Y no estaba lejos, de hecho. La vio empezar a quejarse ante las atenciones y le puso un dedo en los labios, riendo sonoramente con felicidad; sabía lo independiente que era su mujer, pero esta vez necesitaba atenderla. Le mencionó el hecho de que debían cambiar sus ropas para estar presentables y perfumarse para poder bajar, pero lo cierto era que se moría de ganas de llevar la fragancia que ella utilizaba en su piel. - Creo que deberíamos comer algo – Mencionó mientras escuchaba el sonido en su estómago y la miraba apenada, encogiendo los hombros mientras sentía el arrebato de sangre en sus mejillas. Se debía ver graciosa. - De paso podríamos hablar de ese tema… y si te deja más tranquila, me gustaría conocer a tu hija… Poder hablar bien con ella… cómo es… si salió tan inteligente y adorable como la madre.- Observó vestirse a la Delacour con placer y le tiró un beso cuando se sintió descubierta, luego se dio vuelta e hizo aparecer sobre la cama un nuevo atuendo que debía de estar en su cuarto, pero que no iría a buscar hasta allá para ponérselo. Se colocó los pantalones de cuero negro que ya estaba extrañando, y que marcaban sus atributos de buena manera, y una camiseta blanca sin mangas, olvidando ponerse sostén antes de eso. No habría problema, la blusa no transparentaba en nada. Por último, hizo desaparecer su vestido azul y se amarró el cabello en una coleta alta del mismo color. - ¿vamos? – Le dijo tendiéndole la mano a su hermana, haciéndole dar una vuelta antes de rodearle la cintura con un beso y besarle – Vos debés saber dónde está. Y sino, la buscamos. Pero primero… vamos por esa charla y unos bocadillos. -
  25. – ¿Discutimos el tema después del baño? – – Cuando quieras, si es que tenemos tiempo... – Sujetó la cintura de Gabrielle con un brazo y con la otra mano peinó sus cabellos hacia atrás, clavando el azul de sus ojos en la mirada de su hermana. Le sonrió casi con arrogancia, dejando apreciar sólo uno de sus colmillos, mostrándole aquella parte de Mahia que la ojimiel conocía muy bien, pero tenía tiempo sin ver. Sujetó la pierna que le ofrecía en su cadera y recorrió el muslo bien torneado hasta el final del mismo y volvió a bajar, empujando desde la rodilla para que la bajara. Acercó sus labios a ella y cuando estuvo a punto de besarla los retiró unos centímetros, haciendo que ella fuese la que la buscara. Sus frentes se juntaron y la Black chasqueó un par de veces su lengua en sonido de negación. Esta vez ella dominaría la situación. Tomó las manos de la Delacour y las entrelazó en las suyas con ternura, mostrándole que podía confiar en ella. Las levantó por sobre su cabeza y le pidió sin palabras que las mantuviese allí. Ella la había llevado al baño, ella sería quien la lavara. Tomó la esponja que vio junto al jabón corporal y se aprovechó de este para recubrirla. Volvió la mirada a su hermana, que respiraba agitadamente contra la pared la regadera, con los brazos en alto, tan hermosa que le hacía perder el aliento, y colocó la esponja en su costado. Subió por su piel, bajando la mirada hacia su pecho mientras lo enjabonaba con una lentitud casi tortuosa. Era increíble que fuese suya. La cuidaría como si de una gema se tratase; la portaría con orgullo, protegiendo su incalculable valor, y le daría todas las atenciones que ella necesitase. Ella era el más bello de los zafiros, y Mahia sería su rubí. Se rió ante aquella analogía y se acercó a Gabrielle juntando sus cuerpos para darle calor, permitiéndole bajar los brazos para que pusiera las manos en sus hombros mientras la lluvia se mantenía sobre ella pero sin llegar a la otra Black. Enjabonó cada centímetro de piel, agachándose para cubrir sus piernas sin dejar de mirarla a los ojos con intenso deseo, deteniéndose para besar la parte interna de las mismas y volvió a subir, atrayéndola hacia el agua caliente nuevamente. – ¿La estás pasando bien? – Le preguntó antes de besarle, volviendo a recubrir la esponja con jabón para pasarla por su espalda, aun sabiendo que el agua borraría la espuma apenas esta se formara sobre Gabrielle. Le hizo dar vuelta, a pesar que la mujer no mostraba señales de querer dejar los besos, y le masajeó la espalda y su parte baja. – Me volvés loca de amor Gabrielle. – Pegó su pecho a su espalda y llevó la mano hacia delante, olvidando la esponja en algún momento, y la colocó allí donde el agua de la ducha no llegaba, jadeando en su oído un segundo antes de morder la superficie del mismo. Sus caricias pretendían complacer a su amante, devolverle un poco de lo que le había hecho sentir momentos antes.

Sobre nosotros:

Harrylatino.org es una comunidad de fans del mundo mágico creado por JK Rowling, amantes de la fantasía y del rol. Nuestros inicios se remontan al año 2001 y nuestros más de 40.000 usuarios pertenecen a todos los países de habla hispana.

Nos gustan los mundos de fantasía y somos apasionados del rol, por lo que, si alguna vez quisiste vivir y sentirte como un mago, éste es tu lugar.

¡Vive la Magia!

×
×
  • Crear nuevo...

Información importante

We have placed cookies on your device to help make this website better. You can adjust your cookie settings, otherwise we'll assume you're okay to continue. Al continuar navegando aceptas nuestros Términos de uso, Normas y Política de privacidad.