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Museo Night (MM B: 105846)


Luna21
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Los dos aparecieron en Diagon en cuestión de segundos. Ahora, la distancia entre la mansión Black Lestrange, sumado a las copas de vino y a la incomodida normal de aparecerse, si que hicieron mella en Maida, quien tuvo que cerrar los ojos fuertemente unos segundos para controlar el vértigo. Se aferró un segundo adicional al brazo de Aldrich y finalmente sacudió la cabeza para despejarla un poco. Ya casi eso último era una manía de ella.

 

— Wow, la siguiente vez, pediremos un par de escobas o algo —sugirió caminando hacia la acera y mostrando el lugar como quien exhibe una pintura recién hecha—- ¡Taraaaan! —chilló al borde de la risa— Cuando dije que iba a compensarte por todas las huidas, implicaba volver a los lugares de dónde me había escabullido. Así que seguramente cenaremos en el Parque de las Lamentaciones —dijo fingiendo un tono serio—. ¿Entramos?

 

Se adelantó a su compañero unos pasos, y toda la algarabía se le borró del rostro cuando vio que había algunas personas en el recibidor. Volteó para indicarle al Black Lestrange que subirían por las escaleras, intentó ser lo más discreta posible, eso sí, y llegaron en cuestión de minutos al tercer piso. Casi que la azotea. Ella ya había estado ahí, arriesgando el pescuezo con un vampiro, si, a veces la adrenalina se le metía en la vida sin que pudiera detenerla.

 

¿Esa vez lograste ver algo de la exposición? —inquirió curiosa y en susurro.

 

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Mezclar Aparición y comida había sido una pésima idea. Para la suerte de ambos, el castaño no había vomitado. Las náuseas se vieron fugazmente difuminadas mientras era arrastrado hacia la ubicación que Maida había seleccionado para continuar con la visita social.

 

-En ese caso, algo me dice que concluiremos con un desayuno en esa cafetería. Tristemente, mi memoria no me permite recordar el nombre. -comentó el castaño, siguiendo a la Yaxley al interior del Museo Night.

 

Recordaba vagamente el lugar, sobre todo por el breve momento que había pasado allí. Recordaba una versión suya mucho más joven en ese entonces. Aunque fuese subjetivamente. Entonces, ni la fina barba ni el desaliñado cabello largo figuraban en su descripción física. ¿Cómo es que la castaña podía alcanzar tal velocidad en cuestión de poco tiempo? Le seguía el paso, pero claramente le llevaba cierta ventaja.

 

Okay, creo que estoy un poco obsesionado con el concepto de tiempo.

 

Se recargó en el elegante barandal del tercer piso, finalmente alcanzando a su acompañante. Su condición física, no era mala, pero debía admitir que la joven era por mucho más ágil. O tal vez sólo estaba exagerando la situación. Como un noventa por ciento de todo lo que le rodeaba.

 

-Divisé un par de criaturas prehistóricas, un retrato de magos egipcios... y, creo, un busto de Gellert Grindelwald. No obstante, quizá no sea tarde para una visita guiada. La última vez no tuvimos tiempo de recorrer todo el establecimiento.

 

Esbozó una sonrisa torcida, a manera de leve burla. Encontraba las repentinas desapariciones de su compañera de bando un tanto graciosas.

 

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— Cintas de Colores, fue en cinta de colores, si no estoy equivocada —lo miró dubitativa—, ¿lo del envejecimiento prematuro también aplica a lo mental o esa mala memoria ya venía contigo?

 

Luego pensó que podía tomarse como broma, ella lo habría hecho, sin duda. En el tercer piso, dónde estaba ahora no había nada más que cachivaches viejos y pedazos de antiguas exposiciones. Algo así como el desván o la parte de la galería venida a menos. Lo único malo que no pudo dejar de sonrojarse cuando le recordó la última vez que estuvieron en el Museo Night.

 

Vamos a tener que ser discretos, tiene que estar por aquí —dijo mientras se adentraba al sitio, y encendía la varita con un hechizo sencillo—, hay un cuadro que me gustaría, mmm ¿que lo vieras? Sé que quedaría hermoso colgado en una pared y no tirado en el desván de un museo.

 

Caminó hasta que tuvo que ponerse en posición jorobada y avanzar así algunos metros, porque algunas pinturas estaban regadas por el suelo, y otros bustos estaban en la misma posición. Había descubierto esa pintura gracias a Emiliano, y ahora, tenía ciertas ganas de llevárselo para una especie de Colección Personal, y amuleto que recordara aquel día tan divertido que la estaba alejando de la idea de irse de Inglaterra.

 

Luego de todo esto tenemos que quedar para ver que día vamos al L.A.I.C. a verificar lo tuyo, preferentemente antes de que mueras por senectud —susurró sin mirarlo y estando segura que estaba detrás suyo.

 

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-Muy graciosa, señorita Yaxley. -replicó Aldrich, fingiendo sentirse ofendido. -Modestia aparte, mi mente retiene mucha información. Como uno de esos...armatostes no mágicos, hay ocasiones en las que se satura.

 

Acto seguido, profirió una risa irónica. Si bien, Cintas de Colores no estaba muy lejos de su actual posición, por alguna razón siempre olvidaba el nombre de dicho establecimiento. Podría tratarse de un efecto secundario de su envejecimiento, sí, aunque él prefería atribuirlo a un breve momento de distracción.

 

-Debe de interesarte mucho ese cuadro, si es que estás dispuesta a aventurarte en un...desván, de este tipo.

 

El Black Lestrange parecía divertido ante su propio comentario. Cerraba la comitiva, sosteniendo la varita con ligereza en la mano derecha. Bufó, disgustado, ante la presencia de telarañas. Los arácnidos, si bien no le aterraban, tampoco eran de su total agrado, sobre todo por la recurrencia de éstos durante sus labores ministeriales.

 

-No quiero ni imaginar la cara que pondrá Arya si me ve cruzando esa puerta. -comentó, desde la retaguardia. -Pero, me esforzaré por sobrevivir lo suficiente para poder ver esa expresión por mí mismo.

 

Iluminó la punta del fragmento de nogal negro con una luz tenue, que no molestara la vista ni los delatara. Conforme iban avanzando, divisaba estatuillas y representaciones de lo que parecía haber sido una exposición de los dioses hindúes. Hizo una combinación entre sonrisa, y una mueca, que habría sido interpretada como que no era lo que esperaba, pero se encontraba satisfecho.

 

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— ¿Armatoste no mágico? —ni idea, se encogió de hombro, e iluminó con la varita uno de los rincones del desván, unos cuantos bultos que representabas cosas que sólo había visto en viejos pergaminos. Uno de los dioses apareció frente a la varita para asustarla y tuvo que morderse el brazo para no gritar y/o salir huyendo— ¡¿Qué carambas es eso?!

 

Gritó, pero susurró. Creo que se entiende, y bueno, al menos, se calmó al saber que no estaba sola en eso, y si una de eaas cosas resultaba poseída, el Black Lestrange le ayudaría. Se detuvo en la búsqueda, era un buen momento para descansar y no dejar que se la llevara el demonio, literalmente.

 

Verás, es la imagen de una fiesta en la que sobresale una pareja de baile, la mujer, llevaba un vestido rojo, muy llamativo y el hombre, era alguien sumamente atractivo —explicó mientras calmaba la agitación de su pecho—, cuenta la historia, que ese hombre terminaría matando a todos los personajes del cuadro, pues era un neófito.

 

Suspiró amargamente recordando la noche en la que le contaron la historia.

 

— Viejas historias de los Black, nadie sabe si realmente son ciertas. ¿Se te antoja llevarte algo? Soy particularmente buena con los hechizos para encoger cosas.

 

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Tuvo que reaccionar de forma rápida y concisa, o el asunto hubiese terminado de otra forma. En el peor de los escenarios, los habrían enviado al Ministerio. Una ligera ráfaga de viento, procedente de su varita, mandó a la representación deidad de vuelta a su confinamiento en un viejo pliego de pergamino, que era tan denso que parecía un bulto de cualquier otra cosa.

 

-Ésa fue Ganga. La cultura hindu la concibe como la diosa madre, algo así.

 

Tras responder en susurro lo que parecía ser una pregunta retórica, se encogió de hombros. No era un total conocedor. Y a efectos prácticos, el único adorador de dicha cultura que conocía, había fallecido ocho años atrás. Acompañó a la Yaxley para cerciorarse de que se encontraba bien. Su encontronazo con la esencia de una deidad confinada en papel no parecía ser una situación recurrente en su proceder diario.

 

-Así que... un vampiro. -habló, pero lo hizo tan sutilmente, que cualquiera hubiese jurado que sólo gesticuló. Agradecía haber aprendido a modular su tono de voz. -Suena a una pieza invaluable. ¿De qué año es?

 

Y, cual serpiente, se deslizó hacia un montículo a corta distancia de la castaña. Si ocurría otro percance, quería estar cerca para auxiliarle, aunque no dudaba de su capacidad, que superaba la del castaño sin lugar a duda. Hizo levitas algunos cachivaches y desperdicios, depositándolos con la mayor suavidad posible para no generar tanto ruido.

 

-Pensé que no quedaba gente que venerase a Savitrí en este mundo... Hasta donde yo sabía, Hivolt Thawne era el último.

 

Iluminó un cuadro que se había deslizado de la cima de objetos, hasta sus pies. Se alcanzaba a distinguir la silueta de un hombre alto y fornido, con una toga blanca inferior a manera de una vestimenta. Aún encontrándose de espaldas, podía verse lo que había frente a él. Segundos después, sostenía una especie de esfera azul, que despedía un par de relámpagos.

 

-Creo que es hora de demostrar esa habilidad, señorita Yaxley. -se giró, asintiendo ante su interlocutora. -Estaremos a mano, supongo. Yo busco tu cuadro, y lo extraigo, mientras tú haces lo propio con lo que me interese.

 

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I si mislekh, che sŭm vsichko tova! —musitó sin darse cuenta que lo había dicho en su lengua natal. Le sonrió disculpándose por llamarlo sabelotodo.

 

Volvió a iluminar con la varita la imagen que la había asustado e intentó recordar algo de la mitología hindú, sin éxito alguno, por supuesto. Todo lo nórdico y lo egipcio, quizá, algo de lo romano, mucho de lo griego. Ahí se detenía uno de contar. Trató entonces de recordar la conversación con el Black, acerca del cuadro. La fiesta había sido llevada a cabo en el invierno de 1878, cerca de Irlanda. Eso lo recordaba con exactitud porque este casi se lo había tatuado con su voz, en el cerebro. Pero, ¿cuándo fue pintado el cuadro?

 

Algo de lo que dijo Aldrich volvió a llamar su atención, y volvió a preguntarse por qué no sabía nada de la cultura hindú. ¿Thawne? Eso definitivamente tenía que ver con él.

 

— Znaete li edin induski? —preguntó sorprendida, pero al hacerlo, notó que estaba hablando en otro idioma, sacudió la cabeza— Perdona, cuando estoy nerviosa, olvido hasta lo que digo, ¿conoces a algún hindú? Por el apellido incluso podría decir que es familias tuyo, ¿me equivoco?

 

Savitrí, tenía que tener algo especial para que algún occidental tuviera tal venración por el hinduismo. O quizá no era tan occidentales como uno pensaría, sólo por ser americanos. Conjeturas y más conjeturas que francamente, la despistaron de su objetivo principal. Aunque claro, volviendo al crimen planeado, ¿por qué quería exactamente esa pintura? Maida jamás había mostrado tener aficiones cleptómanas y francamente, no era que no tuviera el dinero para comprarla a los dueños del Museo. De hecho, incluso podía pedirlo de regalo de Navidad o algo así. Prestó atención a lo que le mostraba ahora Aldrich.

 

No entendió nada, eso sí. ¿Una esfera azul oculta por un hombre que daba la espalda? Y ella pensaba que su pintura perdida era demasiado cotidiana. Apuntó la varita hacia el cuadro.

 

Reducio —susurró convirtiendo la obra de arte en un sencillo portarretrato que bien cabía en uno de los bolsillos de la gabardina del joven— ¿Qué se supone que encog...

 

Sin embargo, se quedó muda unos segundos. Unos chillidos le advirtieron que no estaban solos. Era lógico, era un desván de Museo, los roedores eran parte de la decoración. Una de las cosas que más tenían asustada en ese momento a Maida, era que no tenía ni la menor idea de cuántos eran, de si eran ratones o ratas —enorme diferencia—, y lo que era peor, ¡no sabía donde estaban!

 

— Dime que no son ratones —suplicó—, necesito más vino para algo como esto.

 

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-¡Vaya! Mantienes el acento impecable, a pesar de los años vividos Reino Unido.

 

Sonrió a la luz que emitía la varita, tras escuchar como la Yaxley le hablaba en lo que parecía ser su idioma natal. Si hubiese dicho que le había entendido, sin duda habría sido una gran mentira. Profirió una risa por lo bajo cuando la joven volvió a utilizar el idioma que frecuentaban. Hasta él debía admitirlo, en los ocho años fuera de casa, había perdido un poco de su acento norteamericano.

 

-Cierto, conoces a mi madre...pero nunca te hablé de mi padre, ¿o sí? -giró los ojos hacia arriba, intentando rememorarlo. -No era hindú, pero sí descendía de una serie de adoradores de esta deidad... Savitrí. El dios del movimiento. Una secta de fanáticos, querían emular sus poderes.

 

Flexionó los dedos índice y medio de ambas manos al emitir la última palabra, dando a entender el supuesto. Dicho dios, era conocido por alcanzar velocidades inimaginables. Incluso, se decía que era imposible verle a simple vista. Meras especulaciones, todas ellas, teorías que su padre había formulado durante su vida en Estados Unidos.

 

-Esto, es la única prueba que tengo de encontrar al resto de ese culto.

 

Se agachó para recoger la miniatura del retrato. Justo cuando depositó el objeto en uno de los bolsillos de la gabardina, escuchó a la castaña. Era una súplica, de esas en las que uno deseaba con todo el pensamiento no encontrarse en esa situación. ¿Ratones? Era probable. Pero, siempre podría ser algo más.

 

Con la varita mágica sujeta con firmeza, pasó de iluminar a Maida, a los alrededores más directos. Bastantes cajas polvorientas, más cuadros antiguos. Y, justo en un rincón, cercano a una ventana, se arremolinaban todos ellos. Tragó saliva una vez que la fuente de iluminación le permitió ver un par de alas, de un marrón similar al de su gabardina.

 

-No son roedores...De hecho, diría que son como sus parientes lejanos.

 

Intentó retirar la varita de esa dirección, pero ya era demasiado tarde. La banda de murciélagos salió disparada hacia él, chillando como sus homólogos de cuatro patas. El castaño esbozó una mueca de incomodidad, tirándose al suelo para reducir la posibilidad de una mordida. O dos.

 

Para suerte de ambos, el golpe fue amortiguado por la madera misma.

 

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Editado por Eobard Thawne
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A veces, sólo a veces, Maida podía sentir al destino susurrarle al oído algo así como: "me caes mal, enana" Esta, definitivamente era una de esas veces. ¿Parientes cercanos de los roedores? Muy a tiempo logró ver lo que iluminó la varita de Aldrich y entonces, chillar no le pareció suficiente, así que en silencio, derramó algunas lágrimas mientras seguía el ejemplo y se tiraba al suelo.

 

Al menos la mente no se le había aterrado lo suficiente, así que trató de contenerse lo más que pudo y pensó en lo que podía alejar a las pequeñas sabandijas que seguramente seguirían intentando morderlos. La luz los había atraído, pero ellos no salían al día por esa misma razón. ¿Corría el peligro para que los atraparan en un lugar prohibido o se dejaba sacar la sangra por uno de esos animalejos? El chillido de los animales la molestaba y mucho.

 

— Creo que es momento de emprender la huida, un tesoro es suficiente, buscaremos la pintura en otro momento —susurró—. ¿O tienes alguna mejor idea?

 

Agitó sus manos tratando de zafar de la mayoría, y en cuanto pudo, se arrastró hasta quedar pegada a la pared, y abrazó sus rodillas. Aún a oscuras, y fue ahí dónde la memoria le ayudó. ¡Boda Escarlata!

 

— ¡Accio Boda Escarlata! —sentenció con una voz más grave de la habitual y pudo oír como se movían maderas y esculturas revolviéndose entre sí. Adicionalmente puso las manos en alto por sí al cuadro se le daba por pegarle en la cabeza— Continúa en el suelo, así no te golpea la madera.

 

Esperaba que el golpe seco, fuera de las cosas esas y no de su acompañante.

 

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Su audaz movimiento para evadir a los murciélagos, y la repentina pérdida de la iluminación de su varita, lo obligaron a cerrar los ojos y cubrirse la cara con ambas manos. Escuchar esa clase de chillidos, le ponía el cabello de punta. Y, literalmente, el vello en sus brazos, cubierto por la gabardina y la manga larga, debía había erizado.

 

-Demonios, no... No moriré siendo mordisqueado por estas cosas.

 

Retiró las manos de la cara, expulsando un par de flamas amarillas de las manos. La magia sin varita, aunque le agradaba mucho usarla, requería de un gran esfuerzo físico, y gran concentración. Atribuyó esa magia, a la situación tan tensa en la que se había metido. Divisó la varita, que aún iluminaba tenuemente la estancia. Se inclinó a recuperarla, aprovechando la dispersión de los animales.

 

-Iré por tu cuad... -No terminó la frase, pues un objeto le golpeó la nuca. A juzgar por el material, era madera. ¿Un cuadro? -Esa cosa sí que duele.

 

Iluminó aquello causante de la molestia en su cabeza, intentando seguir su trayectoria. Grande fue la sorpresa al encontrarse con la castaña, sosteniéndolo, mientras se cubría de los murciélagos, que ya habían vuelto a hacer de las suyas. Hizo una mueca, sosteniendo el lugar de la herida con su mano izquierda.

 

-¡Morphos! -apuntó al cuadro, suponiendo que era aquel que la joven buscaba. Su lugar fue tomado por una quaffle, de un carmesí tan brillante como la sangre misma. -No me juzgues, fue lo primero que me vino a la mente. Ahora, salgamos de aquí sin ser el cóctel de madrugada de esas cosas.

 

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