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Museo Night (MM B: 105846)


Luna21
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La chica me dio un par de folletos, y me indicó donde estaba la cafetería. Después de eso la vi desaparecer por una esquina, y un par de minutos después, cuando aún no había pedido mi café, oí unos gritos provenientes de la sección egipcia. Pensé que serían solo unos turistas emocionados, pero cuando me giré, y estaba de vuelta en la recepción, un gran rugido me hizo darme cuenta de que no había escogido el lugar idóneo para pasar la tarde.

 

Tardé unos segundos al reaccionar, hasta que un mono paso corriendo delante de mi, y me di cuenta de que era el mismo que, disecado, se anunciaba en el folleto que tenía en la mano. Me recordó a una película muggle que había visto hacía un tiempo "Noche en el Museo" en la que durante la noche, todas las exposiciones cobraban vida.

 

El rugido volvió a sonar.< Si esto es como en la película... no, no puede ser> me dije, y avancé por un pasillo hasta llegar a una gran estancia, donde se confirmaron mis peores sospechas. Un esqueleto de un enorme Tyrannosaurus Rex rugía y andaba por el museo. Me pregunté si la joven que me había recibido era consciente de que en su negocio sucedían esas cosas.

 

Cuando el reptil me olió y se acercó hacia mí, corrí hacia el mostrador de recepción, donde me escondí, y me pregunté qué hacer. Saqué la varita pero ¿Qué hechizo podía emplear contra semejante saco de huesos? Confié en que la dueña viniera pronto, y supiese como arreglar la situación. Parecía que el dinosaurio ya se había ido, seguramente había perdido mi pista, pero un bufido me alertó de que otra amenaza me esperaba.

 

Me asomé, y vi como un rinoceronte husmeaba por la sala. En cuanto me percibió, sus ojos se tornaron rojos y comenzó a prepararse para embestir <Oh oh>.

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-Hey Tina- llamó al rinoceronte.

 

Tina bufo y se marcho del mostrador donde Alessandra miró apenada a la mujer, algunos animales eran nuevos y no estaban muy asociados con las personas asi que se le instaló un chip para saber dónde y con quien estaba.

 

-Disculpa aveces Tina-hizo un gestó con la mano de forma exagerada -bueno no esta acostumbrada aún al cambio-

 

La Gryffindor le tendió la mano para ayudarla a levantartarse, esperaba que la muchacha no presentará cargos por el malentendido con el rinoceronte. Tomó un hueso por debajo del mostrador para atarlo a un coche muggle y con el control remoto hizo que T-Rex corriera a buscarlo.

 

-Es bueno solo algo juguetón- le sonrió para escuchar el asombró de los magos que veían correr al animal -entonces ¿te unes a la excursión? -

 

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Francamente, estaba asustada. No sabía en que lugar me había metido, tenía miedo de lo que pudiera pasarme en aquel lugar donde todo parecía cobrar vida. La chica me ayudó a levantarme tras poner bajo control la situación. Se lo agradecí con un gesto y decidí seguir la excursión que me proponía, en ningún sitio de aquel endiablado museo estaría más a salvo que con ella.

 

Sólo por precaución mantuve la varita en la mano aunque, teniendo en cuenta mi escaso control de los hechizos, dudé de que pudiese servirme para algo. Además, en teoría aún no podía hacer magia, pese a que tenía la edad reglamentaria, por no haberme graduado aún en Hogwarts.

 

Fui, esta vez sí, a por mi café, aunque la breve pero intensa aventura que acababa de vivir me había despejado casi por completo. Sosteniéndolo en la mano libre, soplé levemente la espuma y tomé un sorbo, quemándome la lengua. Hice una mueca, pero después aguanté y lo tomé en unos tragos y me uní a la dueña del Museo.

 

-Por cierto, si no te molesta que te tutee ¿Cuál es tu nombre?

 

Pensé que sería más cómodo para ambas hablar si podía llamarla por su nombre, siempre y cuando a la rubia no le importara que lo hiciese. Sonreí, aguardando su respuesta.

 

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  • 1 mes más tarde...

En mi múltiple paseo por el callejón Diagón, el cual ya conocía mejor gracias a mi búsqueda incansable de libros y bocadillos, encontré otro establecimiento que me llamaba a gritos con la palabra Arte en su ambiente. Caminando apresurada hacia su entrada, pensaba que no podría pasármela mejor. Por supuesto querer divertirse en un museo podría parecer extraño para aquellos amantes de la escandalosa vida nocturna a la que yo ni por todos los galeones de Gringotts pertenecería.

 

Camine por las escaleras que daban al lugar, y no pude dejar de admirar el jardín externo el cual contenía distintos tipos de animales que incluso no había visto. Me quede varios minutos admirándolos como una turista ansiosa, solo necesitaba una cámara para plasmar mi experiencia y me daría por satisfecha.

 

Subí los escalones hacia el Hall que me daba la bienvenida mientras escarbaba algo de comida en mi bolso, debía regular mi dieta sin embargo no me importaba con tal de ser feliz. Mientras me aproximaba a la recepción vi bajando las escaleras a la persona que quería encontrar desde hace mucho pero que no tuve la oportunidad. Mi hermana Kyttara se encontraba frente a mis ojos y a pesar de conocerla hace poco, ya sentía el lazo que me unía a la familia.

 

-Al fin te encuentro, creí que te había perdido- le dije mientras sonreía y me apoyaba sobre una pierna, me sentía más relajada y como en casa en ese instante. Me gustaba la idea de llamar casa a un museo.

 

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El viento producía su característico silbido al rozar la ventanilla del imponente carruaje blanco que en ese momento atravesaba el cielo, siguiendo el sendero del Callejón Diagón. La diligencia era guiada por dos aethonans de sendos pelajes marrones y alas blancas, apenas diferenciados por una sutil variación de tonalidad. La ligereza con la que volaban, ganada a fuerza de entrenamiento temprano desde su época de potrillos, amortiguó el inevitable impacto cuando se encontraron a solo unos centímetros del suelo. Con el solo roce contra la grisácea superficie, el vehículo se detuvo en seco y los equinos ejercieron fuerza con sus fuertes patas delanteras para estabilizarlo; evitando que se sacudiera y perdiera el equilibrio.




El interior del carruaje permanecía sumido en la oscuridad casi plena donde apenas podía, gracias a un tenue hilo de luz que atravesaba la ventanilla derecha, divisarse el movimiento de una sombra. De un momento a otro, una delgada pierna surgió de la protectora sombra; dos finos tacos de color rubí se apoyaron con delicadeza en el rocoso asfalto, produciendo un imperceptible sonido. También podía apreciarse la parte inferior de un largo vestido color crema pálido que podría deducirse de estilo renacentista. Era admirable la complejidad y la belleza de la costura, una suave mezcla entre excentricidad y buen gusto, una unión perfecta de hilos y sus contrastes.



En ese instante pudo vislumbrarse una delgada mano, cubierta por un blanco guante de textura aterciopelada, que se tomó delicadamente del umbral del carro; entonces, la mujer quedó a la vista de todos. De un porte señorial que enaltecía su figura, Lucrezia echó un vistazo a su alrededor. Rápidamente se aproximó a sus dos aethonans y comenzó a acariciar con calidez su lomo, repasando con sus dedos los miles de caminos formados en su marrón pelaje. Abi y Kahil permanecieron mansos, disfrutando del inusual pero siempre confortante contacto con su dueña. Ambos atinaron a lamerla en respuesta a su afecto, pero reconocían por experiencias pasadas la misofobia que sufría.



La mujer se detuvo, muy a su pesar, y le hizo una severa seña a su elfo doméstico para que se encargara de los cuidados de las bestias; con ello dejó en claro que el bienestar de ambos debían ser una prioridad para quien se ufanara luego de acompañar a la Médici como su sirviente. Mientras supervisaba como Passepartout se pegaba al piso para limar los cascos de uno de los animales, su ama repasó el porqué de su decisión de descender allí: tenía en su poder algo que sin dudas podría darle a la institución, a ese mismísimo museo, un nuevo empuje.



- Que lindo día hace. Aunque…- susurró, dubitativa, mientras alzaba su azul mirada para observar el sol- no, definitivamente no. Mucho sol para mi delicada piel.



Súbitamente, un singular crujido irrumpió el silencio y, de un segundo para el otro, en la mano izquierda de la joven desconocida se materializó un paraguas de fina tela amarilla. Llevaba estampada sus iniciales, “LDM”. La bruja lo tomó con cuidado, accionó el botón que lo extendía y colocó el delgado palo sobre su hombro, salvaguardándola del contacto del sol su espalda parcialmente descubierta. El frío de aquel metal le produjo un pequeño escalofrío, que logró disimular con perfecta astucia forzando una sonrisa confortable. Se adelantó unos pasos, alejándose lo suficiente del carruaje como para que éste pudiese partir de la entrada del museo.



Los corceles emitieron un relinche y sus cascos comenzaron a golpear furiosamente el suelo, mientras se esforzaban por tirar del carro; el golpeteo era tan sincronizado y rítmico que sobre él hasta se podía improvisar la letra de una canción. Las gruesas sogas se extendieron por completo, equilibrando el trabajo de ambas criaturas en el empuje, y las doradas ruedas se pusieron en funcionamiento una vez que Lucrezia lo indicó con un ademán. Mientras el vistoso transporte de la aristócrata se alejaba, perdiéndose entre la muchedumbre varios metros más adelante, la nueva visitante del museo posó sus azules ojos en la fachada del lugar.



- ¿Y bien, Passepartout? Ve a buscar a la dueña del lugar ¿O acaso no piensa recibirme como me merezco?- exclamó, dirigiendo a su elfo doméstico lo que en realidad era una pregunta retórica.- Yo esperaré aquí.


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Bajaba las escaleras con dirección a la recepción , debía revisar algunos papeles que necesitaba para el Control del Comercio Universal , ya que sabia que pronto mis compañeros se pasarían a revisar el negocio y si no tenia al día los papeles , estaríamos en la mira de los empleados de ministerio , por ende prefería ahorrarme la ida al ministerio y tener todo al día ya que mi hija Alessandra brillaba por su ausencia .

 

Suspire al pensar de que debía revisar uno por uno todo los archivadores que el negocio tenia guardado , puesto que la antigua dueña había dejado todo guardado sin dejar especificado que contenía cada archivador , el solo hecho de saber que tenia que hacer exactamente el mismo trabajo que en el Control , me daba una lata tremenda , era algo que mas odiaba revisar papeles uno por uno .

 

Al llegar al pie de las escaleras me percate de que se encontraba mi bella hermana Reviguelle , la cual le decía Revi puesto que era muy difícil pronunciar su nombre completo .

 

- ¡Hermanita! , que alegría verte por este lugar , ¿ perderme? , como crees , jamas me perderías- le dije mientras le daba un fuerte abrazo .

 

@reviguelle

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Corrí hacia Kyttara con los brazos extendidos para abrazarla, luego la mire y le dije – Así que aquí trabajas eh, debo decirte que me encanta este lugar, y no me iré de aquí sin que me lo hayas mostrado todito- reí junto con ella.

 

Por supuesto que quería que me haga un tour por aquella bella instalación, no perdería mi oportunidad de conocerlo además de poder preguntarle lo que sea a Kyttara. Ya me imaginaba a mi como la típica hermana menor que quiere que su hermana más grande le responda todo, reí para mí misma por ese pensamiento.

 

Me conducía dentro del lugar y empecé a charlar con ella – Y dime, hace mucho que tienes el negocio?- Luego se me vino un pensamiento que cruzo en mi cabeza- Hey! Donde dormiré a partir de ahora! Quiero decir no pensaras en tenerme en la calle verdad?-le dije divertida mientras hacía caritas de niña desamparada.

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Alessandra maldijo a los huesos vivientes del dinosaurio, si no se hubiera distraído con él no hubiera dejado sola a Alia, suspiro con cansancio cuándo logró poner en orden toda la parte egipcia que tenía el museo.

 

-Después de esto más vale que Andrew o mi madre aparezcan merezco unas vacaciones- suspiro.

 

Tomó uno de los huesos del pié del animal y lo arrastró con ella, mientras caminaban sentía la cabeza explotar pero no podía irse al menos no aún. Al llegar a la entrada se tropezó con un elfo.

 

-Disculpa pequeño- miró apenada a la criatura.

 

Está le explicó que su ama buscaba a uno de los dueños, Alessandra lo miró curiosidad repasando de quien podría ser pero sin decir nada lo acompañó hasta una mujer que estaba vestida de una forma que solo se denominaba extraña o antigua >>lo más seguro es que fuera vampira<< pensó al verla.

 

-Hola, me han avisado que necesita a uno de los dueños- sonrió con cordialidad - soy Alessandra Gryffindor y soy una de las dueñas ¿que necesita? -

 

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Un segundo más tarde, Lucrezia había olvidado por completo el nombre de su interlocutora, descartándolo como si careciera de importancia. Sin embargo, fue ese apellido el que resonó una y otra vez en su cabeza apenas fue mencionado, golpeando estrepitosamente las paredes de su cerebro; desordenando sus pensamientos de tal manera que un involuntario espasmo se apoderó de su cuerpo. Retrocedió un paso titubeante y su firmeza se vio mermada tan repentinamente que casi dejó caer su paraguas. Sus manos se habían aflojado y su sonrisa desapareció sin dejar señal de haber existido.

 

Gryffindor. Una sola palabra había deshecho sin dificultad su porte solemne, el aire altivo que tanto la caracterizaba como una distinguida mujer italiana ¿Era una simple coincidencia, producto de una vasta proliferación de miembros de aquella descendencia, o era un acto del indescifrable destino que buscaba retrotraerla a un pasado creía que había dejado atrás?

 

- Thiago Gryffindor- dijo de manera casi inaudible, susurro que sería solo para ser escuchado por ella, mientras recomponía la expresión apacible de su rostro.

 

Aquel linaje de renombre en la comunidad mágica internacional había visto como se engrandecía al poseer en las extensas y heterogéneas ramas de su árbol genealógico, que pesaba de personalidades valiosas como Godric Gryffindor a un simple aprendiz de brujo contemporáneo, ese nombre. Thiago había desaparecido súbitamente meses atrás y se había llevado consigo su presencia en la linea de descendencia.

 

Sin ser llamados, sin ni siquiera ser deseados, varios recuerdos de quien era su primo se escabulleron del bloqueo que había delimitado en su subconsciente y se encendieron en su cabeza. No podía permitir que la vulnerabilidad que había nacido de sus sentimientos rebrotados en su interior la conquistara, penetraran la capa más recóndita de su alma y denotaran algún signo evidentemente palpable de debilidad o humanidad ante otros. Era alguien fuerte, de naturaleza insondable.

 

- Mi nombre es Lucrezia Di Médici.- se presentó, para cortar el notorio silencio que se había sucedido, y aprovechó su innata perspicacia para recomponer su actitud sin exhibir su consternación.

 

Hizo un ademán, arrastrando con desenvoltura la mano en el aire, invitando a su interlocutora a que le siguiera el paso el paso. Comenzó a dirigirse hacia el acceso del lugar con un caminar lento y fluido, retrasando su ingreso adrede en vista de poder charlar más amenamente con Alessandra. El aire fresco de la primavera inglesa que predominaba a su alrededor despejaba su perturbada mente. Cuando estuvo a unos vagos pasos de la entrada, se volvió con delicadeza hacia la dueña del Museo y clavó sus azules ojos en su rostro.

 

-Encontré su museo y me pregunté “¿Qué falta aquí?”…Y no es una pregunta difícil de responder.- vociferó con suficiencia - ¡Falto yo! Bueno, al menos algo que represente mi excelencia…Por eso creo que es de absoluta necesidad, de importancia institucional, tener un retrato mío que he pintado con mis propias manos.

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  • 4 meses más tarde...

Caminaba por las callejuelas de aquel lugar, poco había cambiado observaba los parajes donde magos y brujas entraba constantemente, pero yo esta vez iba a un lugar concreto, "El museo Night" buscaba los rótulos de aquellas letras mientras que en aquel día con el tiempo cambiante había decidido escoger uno de los corsets para calle habituales en mi vestimenta y unos jeans azules oscuros con algunos rasguños en los muslos. El bebe que en el carrito portaba andaba despreocupado y señalando a los animales y personas que andaban por allí yo le sonreía cariñosamente hasta que dos locales más abajo vi el cartel buscado.

 

Me paré frente a la puerta, antes de mi viaje al mundo muggle yo era una de las dueñas de aquel museo junto con mi madre, no sabía de ella desde hace tiempo y quizás sería un buen día para el reencuentro. Tras esperar unos segundos subí las escaleras que llevaban hacia las puertas antiguas de aquel museo tan añorado, un elfo rápidamente vino para atenderme se quedo paralizado al verme pensando en que antes recorría los pasillos de ese lugar a diario.

 

-Señorita Luna, cuanto tiempo, la esperábamos pronto, pero las cosas por estos lugares han cambiado.- Miré al elfo confundida, a que se refería con que habían cambiado... sabía que mi madre seguía siendo la dueña pero no sabía nada más, alcé una ceja en señal de confusión y el elfo me hizo una mueca con sus estropeadas y raras manos para que me agachase hasta él, siempre había tenido una admiración y respeto por los elfos a diferencia de los otros magos, por lo que hice caso y me arrime a él con curiosidad.

 

- Señorita Luna, ahora el dueño es... Andrew, el señor Andrew.- Se retiró tras un poco de mi tras decir esto, miré hacia las escaleras que llevaban a la sala de los animales con muestra de sorpresa y espanto, al fin y al cabo el museo tampoco estaba tan mal para que lo dirigiese él, aunque también estaba mi madre ella pondría paz a ese lugar. Después de todo lo ocurrido con aquel hombre necesitaba que me explicaran aquello.

 

- Avise a Alessandra de que estoy aquí y que deseo verla, la esperaré en el café.- Agarré el carrito y me fui camino del café mirando la cara de Elán que observaba los cuadros que se movían sin cesar.

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