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Videncia


Sajag
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El arcano habló durante mucho rato y Crazy lo escuchó atentamente, sorprendido de la repentina locuacidad pero agradecido por el intento de transmitir un conocimiento que trascendía las capacidades limitantes de las palabras. Cuando mencionó la oclumancia reprimió una mueca culpable, nunca había tenido talento para aquella habilidad a pesar de los muchos esfuerzos de sus tutores. Grandes magos de varias épocas habían tratado de enseñarle a cerrar su mente, pero nunca había sido muy bueno ocultándose, quizás por ello su afiliación a los mortífagos siempre lo había acompañado como un secreto a voces durante toda su carrera política.

 

Sin embargo, en los últimos tiempos, cuando las negociaciones internacionales se tornaban más beligerantes y una cumbre de primeros ministros se convertía en una batalla dialéctica, había comenzado a ser capaz de ocultar ciertos pensamientos, ciertas intenciones, por la mera necesidad de defender el mundo mágico inglés. ¿Podría, quizás, servirle ese pequeño avance?

 

Habló entonces el vidente de una piedra de toque, una especie de llave al ojo interior que podría consistir en prácticamente cualquier recuerdo que contribuya a estimular los sentidos. Quizás un olor, un sonido, un tacto... ¿Cuál podría ser su llave? ¿Tenía acaso una aquel viejo de vuelta de todo? Buceó en sus recuerdos, repasando su vida desde que fuera un joven niño, el menor de siete hermanos pero el más talentoso de todos. ¿Podría ser acaso la primera alabanza reticente que le había dedicado su padre, comenzando a ser consciente de que era imposible ignorarlo para siempre en beneficio de su primogénito? No, aquello no agitó nada en su interior, ni rencor ni orgullo.

 

Recordó entonces sus juegos en el extenso jardín de la mansión, y las excursiones que había hecho con su tío. Cómo aquel estricto patriarca le había guiado en el camino de la magia, enseñándole a comprender sus puntos fuertes y débiles. Como la primera vez que le mostró una cría de basilisco, un joven macho de dos metros de largo y escamas de color arena con el que había trabado amistad al instante a través de la lengua pársel.

 

- Tienes una afinidad inusitada con los ofidios - había comentado su tío Abraxas - Generalmente solo respetan a magos adultos, este joven basilisco será tu protector, ¿Cómo vas a llamarlo?

 

Crazy recordaba haber acariciado suavemente las escamas del imponente animal, mientras se enroscaba a su alrededor con cuidado de mantener los ojos cerrados para evitar matarlo por accidente, guiándose únicamente por el olor y su afinidad al calor. Recordó aquellas escamas firmes y cálidas, que le parecieron eternas e irrompibles, perfectas para la guerra.

 

- Ares - dijo al fin -

 

Y aquel recuerdo, que combinaba la primera alabanza que había significado algo para él y el momento en que había conocido a su primer amigo, sí que removió algo en su interior, una emoción largo tiempo soterrada pero no por eso menos intensa. Y su ojo interior se abrió como una fuente, barbotando imágenes y sensaciones, confusas al principio pero concretas y bien definidas, que se sentía casi capaz de asir con la mano. Vio entonces un país oriental, que de alguna forma supo que era Japón, vio a los arcanos allí, algunos asustados, otros enfadados, los vio correr un gran peligro, los vio luchar y también a algunos perecer.

 

- La guerra no se ganará sin sangre, y la del pueblo refugiado que ha sobrevivido a cien guerras será la primera en ser derramada

 

Se cerró entonces la fuente de golpe, dejándolo con una inmensa sensación de vacío, como si el mundo se hubiera vuelto gris e insípido de repente.

 

- ¿Qué?

 

El arcano y su compañera lo miraban de manera muy intensa, quizás incluso un poco confundidos. ¿Había dicho o hecho algo extraño durante los instantes que había permanecido escuchando a su ojo interior? No recordaba haber dicho nada, quizás se hubiera agitado un poco o gruñido por el esfuerzo de procesar tantas imágenes...

 

 

Sapere Aude - Mansión Malfoy - Sic Parvis Magna

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- Señora, ya es hora.

- Y tanto que lo es -masculló- ha llegado tu hora.

- No, no, la suya, es tarde.

Beltis se rió.

- ¿La mía? cuánta confianza -un rayo salió de su varita, su contrincante cayó varios metros hacia atrás- Papanatas...

- Señora, tiene que despertar.

El hombre ensangrentado seguía hablando con una vocesita aguda y complaciente. ¿Que no se moría nunca? ¿Despertar de qué? Dio un manotazo para apartar el par de ojos que le hablaban. Se cubrió con la sábana haciendo que los libros y pergaminos que había dejado sobre la cama cayeran estrepitosamente al suelo. Volvió a cerrar los ojos buscando las últimas imágenes y sensaciones del sueño que el maldito elfo había interrumpido. Una ciudad en llamas, una ciudad que parecía antigua, en medio del desierto. El cielo estaba teñido de rojo y escuchaba gritos por doquier. Ella en medio libraba un duelo contra alguien vestido con una túnica de lino, de las gentes del desierto. Le asestó otro rayo. Una pierna se movió con un espasmo y otro libro cayó.

 

- Señora Beltis, la clase...

 

Abrió los ojos con dificultad. Intentó levantar la cabeza de la almohada y quitarse la sábana con la que se había cubierto la cabeza. El elfo la miraba mientras sostenía una nota con un sello japonés en el dorso. El sello estaba roto. Le llevó una eternidad incorporarse en la cama. Se limpió las babas y se puso en pie a duras penas.

 

- ¿Qué día es? ¿Cuánto he dormido?

 

- Solo una hora, señora...pero esto ha llegado y me dijo que estaba esperando esta noticia desde hace días.

 

Se estiró y bostezó. La ducha fría no fue suficiente para despertarla, al menos no completamente. Llevaba varios días sin dormir y pensó que en la Mansión Malfoy iba a encontrar la tranquilidad que necesitaba para descansar. Pero no. Ahora debía ir hasta Japón y asistir a la clase de Videncia. Por lo poco que sabía, entre los humos de los inciensos y la búsqueda del tercer ojo solo iba a encontrar una siesta.

 

El portal la transportó hasta Mahoutokoro, el nuevo destino de los arcanos. Los últimos días habían sido un auténtico caos para ellos y los alumnos, habían pasado de la seguridad de Londres, a los enfrentamientos con los uzzas en Uagadou hasta el exilio en Japón. Al menos ahí no había rumores de revolución y guerra. Sin embargo, a pesar de los sucesivos traslados, cada arcanos había cambiado su residencia con una pasmosa facilidad, acomodando cada edificio a su nuevo entorno. Con las prisas que llevaba, no podía detenerse a recorrer la enigmática escuela mágica.

 

Volvió a bostezar frente a la puerta de Sajag, tocó varias veces pero nadie salió a recibirla. Abrió, miró y por un momento sintió la efímera alegría ante la posibilidad de no tener clases. Sacó el pergamino con las indicaciones del arcano y leyó. Su sonrisa desapareció, estaban en otro sitio. Con mal talante y evidente disgusto se encaminó hacia el lago. El sol en los ojos le molestaba. El viento le molestaba. La humedad le molestaba.

 

- Buenos días -murmuró ahogando un bostezo.

 

Crazy y Anne estaban junto al arcano. Estupendo.

 

- ¿No habrá té por casualidad?

 

Con las prisas no llevaba encima ninguna poción. Y con el sueño no era muy inteligente hacer ahora un portal para ir a buscar algo a casa, que con ese estado mental el portal podía cerrarse y cortarle una mano. O la cabeza. Suficiente tenía con un ojo menos como para echar a suertes el resto de cuerpo que le quedaba.

Editado por Beltis

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Los papeles se acumulaban en la vieja mansión Malfoy. Mackenzie llevaba días tratando de ponerles orden, pero el papeleo no era algo que le gustara hacer. Tan pronto ordenaba un montón, como lo dejaba de lado y se ponía a leer un libro sobre runas antiguas que había empezado justo cuando descubrió que iba a necesitar apoyo moral para terminar con la larga lista de papeles que esperaba encima de un escritorio largamente abandonado.

 

El libro describía una runa antigua, muy utilizada antaño, pero ahora en desuso. Era una mezcla de la runa de la transformación y de las runas del pasado y el futuro, entremezcladas. Mackenzie tenía la impresión de que, en realidad, aquella vieja runa contenía a varías más en su sinuoso trazado. Distraída, tomó un papel del abandonado montón de gestiones pendientes y comenzó a garabetear en el reverso. Sí... si dividía la runa en cuatro secciones, se advertían tres runas diferentes en cada una de ellas... Aquello le pareció sorprendente. Una sola runa, conteniendo los símbolos de doce de ellas... Tenía que investigar aquello.

 

Se levantó del escritorio y se acercó a uno de los estantes, en el que reposaban varios tomos sobre Historia de la Magia y Runas antiguas. Tomó el grueso Compendio de las primeras artes adivinatorias y de los símbolos que señalan el devenir de los tiempos y lo abrió por la sección que hablaba de las escritura vikingas. Había leído algo hacía tiempo sobre las primeras runas vikingas y le pareció que podría explicar el misterio de aquella vieja runa que estaba investigando.

 

Una nota cayó al suelo desde las hojas del libro y Mackenzie se sorprendió al reconocer la caligrafía de su padre. ¿Papá interesándose por estas cosas?

 

Sorprendida, descubrió varias notas de su padre a lo largo del margen de algunas páginas. Algunas de ellas estaban borradas, como si se hubiese arrepentido de lo que fuese que hubiera escrito y hubiera tratado de borrarlas sin mucho éxito. ¡Incluso descubrió anotaciones sobre Videncia! A Mackenzie siempre le habían interesado las runas antiguas, aunque más por su relación con la historia de la magia que por el pretendido poder adivinatorio de las runas. Tenía cierta aprensión a aquello de adivinar el futuro y podría decirse que era lo que se hubiera podido llamar una escéptica. Y, hasta aquel momento, hubiera jurado que su padre también lo era.

 

Abandonando ya definitivamente el montón de aburridos papeles, subió a toda prisa las escaleras hasta la biblioteca de la mansión. Buscó un libro que sabía que estaba allí, "El ojo interior, ¿Tenemos más de uno?" Era, quizás, el tomo más completo sobre Videncia que había en una biblioteca de escépticos. Si su padre se había estado interesando por la Videncia, de seguro que encontraba también notas en el mismo.

 

Tras una hora de larga búsqueda, Mackenzie tuvo que concluir que el libro había desaparecido de la biblioteca. Peor aún, fue perfectamente consciente de que, dadas las medidas de seguridad, tenía que haber sido su padre el que lo hubiera sacado de ella.

 

Una idea comenzó a esbozarse en su cabeza. ¿Dónde estaba su padre? Llevaba días desaparecido. ¿Y porqué se interesaba por la Videncia? Mientras los pensamientos se sucedían en una cadena de hipótesis y premisas, Mackenzie fue a su habitación, se quitó el camisión de raso, se puso en su lugar unos simples tejanos y una sudadera y fue corriendo hacia el acceso que había puesto el Ministerio de Magia para llegar a Mahoutokoro. Ojalá hubiera podido servirse de uno de esos portales del Libro del Druida, pero aún no estaba oficialmente en su poder.

 

Se acercó hasta el lugar en donde enseñaba Sagaj, el Arcano de Videncia y llamó a la puerta.

 

- Hola, soy Mackenzie Malfoy. ¿Está por aquí Crazy Malfoy?

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La sensación de prisa se hacía tan agobiante que el Arcano tuvo que reprimir aquella ansia de escapar. Debía huir de aquel maldito país y buscar el refugio que sabía que la mayoría de los suyos encontraría en el país del Lejano Oriente, en aquellas tierra lejanas que habían accedido a acogerlos, en parte gracias a la ayuda del mismo Sr. Malfoy que se encontraba a su lado. En un momento, Sajag se vio sintiendo en su piel la Visión de aquel hombre que pasaba de la cuarentena, aunque su cuerpo no lo reflejara la edad verdadera. Cerró los ojos con pesar al sentir como él se desconecta de ella aunque él siguió percibiendo un segundo más lo que él había visto.

 

Con pesar, una voz seca fluyó de sus labios, casi sin darse cuenta.

 

- Algunos ya han muerto. Otros se unirán a nosotros y volveremos a ser Sabios. Creceremos en número y Usted lo verá antes de lo que espera. - Se forzó a dejar de ver aquellas brumas para fijar su vista en un punto más allá del hombro de su pupilo, uno de los más mayores que habían pasado por sus manos en aquellos tiempos de enseñanza en el pueblo inglés, que ya tocaba a su fin. - La guerra no se ganará sin sangre... Intente no perderla, Sr. Malfoy. Esa sensación que le ha permitido Ver ha de afianzarla para repetirla siempre que quiera ir más allá de su aquí y llegar hasta el Todo de Todo.

 

¡Cuánto le había costado a él entender ese concepto! Ese Todo quedaba encerrado en la inmensidad del Todo. Pocos de sus alumnos habían entendido a la primera que se podían aferrar a una llave para abrir la puerta metafórica del espacio cuadrado en el que ser humano se encerraba en sí mismo. El Sr. Malfoy parecía haber entendido la dinámica a la primera.

 

- Todo es práctica, amigos - dijo a hora a los dos alumnos. La muchacha tenía ciertas tribulaciones interiores que le estaban perturbando, con lo que su concentración era muy intensa y el Arcano no quiso interrumpirla. Cuando ella consiguiera llegar a su destino mental, les hablaría. - La práctica hará que no necesiten ningún truco para abrir el Ojo que les lleve a los lugares más inverosímiles y les muestren visiones increíbles. Otros alumnos ni siquiera lo consiguen y optan por soluciones que atajan el camino, fumando o ingiriendo pociones que introducen en el sopor de forma más rápida pero menos segura. Muchos caen en consumos de sustancias que, sin un verdadero conocimiento, les hacen confundir la Visión Real con alucinaciones de una mente enferma y marchita.

 

Sonrió un poco, Visión Real era un concepto que también costaba de digerir para muchos.

 

- Nunca les aconsejaré esa vía impura que mata tanto al cuerpo como a la mente pero, es cierto, reconozco el papel de ciertas hierbas que pueden ayudar a sentirse más propenso a la mística de las visiones pues facilitan una claridad mental que es difícil conseguir para la mayoría que tienen muy abotargado el Ojo Interior. No hay nada de malo en tener a mano incensarios o ambientadores naturales de floripondios, de raíz africana, de kawa kawa, perlas de aceite negro o las tan famosas valeriana o artemisa. Ayudan a crear un estado necesario pero no se es verdaderamente vidente hasta que se consigue sin necesidad de ellas.

 

Estaba ya cansado de hablar. No sabía lo que le hacía seguir allá. Tal vez un romántico espíritu de ideales antiguos que le enseñaban que era su sitio, acompañar a los alumnos antes de su periplo al extranjero. Cerró los ojos de nuevo y le atormentó la Visión de una mujer elegante y decidida que golpeaba una puerta de una casa que, lo sabía, era suya, aunque aún no había llegado a vivir en ella, en este estadio de su vida.

 

¡Lo que daría ahora por una tisana y un buen rato de silencio, de meditación y tranquilidad interna! Aunque nunca desdeñaba una buena conversación si el interlocutor lo merecía, ahora no era el momento ni de una cosa ni de la otra. Era de irse, de huir del país.

 

Se quedó allá sentado, sin embargo, esperando... ¿qué? Sí, lo sabía aquello que esperaba pero eso aún le producía más desasosiego.

 

- ¿La veis? - preguntó a sus dos alumnos. Llegaba una tercera pero ésta aún no estaba preparada para ello. - Está en peligro. La puerta se abre... ¿La veis entrando? ¿Veis lo que hace? ¿Veis lo que sucede? - les preguntó, con cierta pena en su voz.

 

Con un movimiento de su mano, aplanó la superficie de aquel lago, alrededor de donde estaban ellos. Él podía ver la figura difusa de Mackenzie Malfoy, tal como estaba en su Visión, llamando a la puerta y preguntando por su padre.

 

- La Guerra no se ganará sin Sangre, Sr. Malfoy. - Quiso cerrar aquí la conversación cuando reparó en la pregunta de la... ¡Oh, otro miembro de la familia Malfoy! - Tenemos té frío, aunque no cogería el de la jarra grande. Ese no le gustará.

 

¡Otra vez delataba que sabía más de lo que podía decir en voz alta! A veces se le escapaban estos detalles. Se hacía viejo. En el agua, flotando sobre ella, una bandejita de madera lisa con varias jarras de líquidos ambarinos con diferentes tonalidades y cuatro tazas boca abajo, cruzaban la imagen anterior, haciéndola desaparecer entre el vaivén de las sinuosas ondas que se formaban con su avance, hasta que desapareció por completo. ¿La chica tuerta habría visto algo en el lago, además del té que le ofrecía?

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Era un hombre extraño. Bajito, achaparrado, un poco grueso y con unos ojos orientales que, cuando la miraban, uno no sabía si sonreían o amenazaban. Llevaba un kimono cerrado con una abotonadura que recorría toda la parte central y tenía las manos unidas junto al pecho, ofreciendo una pequeña inclinación de cabeza a la joven Malfoy. No respondió a su saludo, sin embargo. Se quedó parado allí en la puerta, manteniendo la suave inclinación, en gesto respetuoso, hasta que Mackenzie se impacientó demasiado y decidió entrar.

 

El hombre avanzó un pie hacia la derecha, lo juntó con el otro, mantuvo su postura inclinada y volvió a impedirle el paso. Mackenzie se desplazó hacía la izquierda, dispuesta a entrar por el hueco que acababa de dejar aquel mayordomo, asistente o lo que fuera. Pero el hombre avanzó un paso a la izquierda, lo juntó con el otro, mantuvo su postura inclinada y volvió a impedirle el paso.

 

- ¡Qué demonios! ¿Me deja pasar de una vez? Quiero saber si mi padre está aquí y, si no lo está, deseo hablar con ese arcano estrafalario que seguramente es tu amo.

 

El hombre no se movió.

 

¿En serio iba a tener que volverse por donde había venido? ¡Ni hablar! Mackenzie le sacaba una cabeza, sería fácil apartarlo. Colocó su mano en el hombro de aquella hierática figura y... la figura se evaporó al instante en un humo negro, espeso, irrespirable, sofocante, que envolvió a la joven y penetró en ella, girando en una danza macabra. Mackenzie se ahogaba, no podía respirar. Brazos de humo negro la envolvían y la ascendían en el aire. Penetraban por su estómago y salían por su frente, entre silbidos chirriantes que hacían explotar su oídos. Luego todo cesó. Oscuridad. Silencio.

 

*****

 

Una melodía armónica, perfecta, sutil y preciosa la hizo despertar. Abrió los ojos, pero todo era oscuro. Y tan inmenso... ¿Dónde estaba la inmensidad si no podía verla? Trató de levantarse y descubrió que no podía hacerlo. No sentía su cuerpo. ¡Qué extraño! ¿Acaso había muerto? A lo lejos vio un punto de luz diminuto. ¿Qué era aquello? Intentó tocarlo, antes de caer en la cuenta de que no tenía brazos. Pero al querer tocarlo, el punto de luz se hizo más grande, se acercó a ella. Y descubrió que estaba mirando la Tierra. La sintió en sus manos, aunque careciera de ellas. Podía verla, tocarla, olerla, oírla... Aquella melodía.... Giró la inexistente cabeza y vio de cerca las estrellas y a los planetas giirando en torno a ellas. Comprendió que la melodía que oía era la danza de las estrellas y, al comprenderlo, echó hacía adelante su imaginario cuerpo y se desplazó millones de años luz en un instante. Recorrió profundas nebulosas y avanzó hasta lejanas galaxias. Era tan hermoso...

 

****

 

Le dolía todo el cuerpo cuando Mackenzie Malfoy despertó en una casa en la Escuela de Mahoutokoro. ¿Qué había pasado? Se había quedado dormida y había estado soñando. ¡Qué hermosa melodía! Y de pronto recordó al hombre extraño y al humo que la había atormentado, la sensación de ahogo...

 

- Entrarás y no encontrarás - dijo una voz muy cercana.

 

- ¿Qué? ¿Quién anda ahí? - Preguntó Mackenzie entrando en la vivienda y comprobando que estaba completamente vacía. ¿Donde estaba el Arcano?

 

De pronto calló en la cuenta de que quizás Sajag no se hubiera trasladado todavía a Mahoutokoro. Aquello había sido un cambio muy reciente. Se giró en redondo buscando la procedencia de la voz que le había hablado, pero todas las estancias estaban vacías. ¿Sería algún encantamiento? Sacó su varita y trató de detectar algún tipo de magia, pero no encontró nada tampoco. ¡Qué raro!

 

No importaba. Después de todo, había sobrevivido al ataque de una extraña criatura. Debía sentirse satisfecha y mejor regresar a casa. Tampoco era cuestión de buscar a su padre por medio mundo.

 

Decidida, se alejó de Mahoutokoro y caminó hasta el lugar donde se encontraba el acceso directo con Londres.

 

- En los jardines del Guardián del Lago encontrarás lo que andas buscando -la misma voz que había escuchado antes, volvió a sonar a su espalda.

 

- ¿Qué? -Se giró en redondo buscando la procedencia de aquel sonido. Pero no había nada ni nadie en el acceso.

 

Necesito descanso - se dijo. Ese humo no debía ser muy sano. Mejor vuelvo a casa y descanso.

 

- Antes de una luna, a casa no volverás. Lo que escrito está, es y será.

 

-¡Por las barbas de Merlin! No sé qué clase de broma es esta, pero ya es suficiente.

 

- Al Lago irás. No podrás evitarlo.

 

- ¡Y un comino! iré a donde me plazca, voz de mil demonios. ¡Déjame ya!

 

Mackenzie bufó molesta consigo misma y con aquella extraña voz que ya no sabía si salía de su propia cabeza. Si aquel humo la había vuelto loca, iba a pedir responsabilidades a Mahoutokoro. ¡Malditos Arcanos y sus excentricidades!

 

Acababa de cruzar el acceso a Londres, cuando una lechuza giró sobre su cabeza y dejó caer un pergamino en sus manos. Era de Sebastian y llevaba la marca de urgente. Lo leyo.

 

Querida Mack,

 

Perdón por importunarte con tanta urgencia, pero debes ir a Egipto. Hassan Benanni nos informa de que han encontrado un antiguo objeto, allí, en uno de los lagos. Confío en que puedas ir tu, con la guerra, andamos todos muy liados. ¿Te importaría?

 

Sebastian Crowld

 

 

Mackenzie se echó a reír. Así que la voz aquella había tenido razón después de todo. Aprovechando que se encontraba en la zona de accesos con las Escuelas Mágicas, tomó el que conducía a Uagaudu, era el más cercano a Egipto y la forma más rápida de llegar allí.

 

A su llegada, le esperaban más indicaciones de Sebastian, que la Malfoy siguió al pie de la letra, hasta llegar al Lago donde se suponía que estaba el objeto de Arqueomagia.

 

Pero no fue el objeto, lo primero que encontró.

 

- Te lo dije -rió una voz a su espalda. No se había acostumbrado a ella ni se acostumbraría, pero digamos que después de varias horas escuchando esa maldita voz, había aprendido a convivir con ella.

 

- Cállate de una vez, adivino. ¡Serás palurdo! -Le gustaba pensar que la voz pertenecía a un hombre.

 

La voz seguía riendo a sus espaldas, mientras Mackenzie Malfoy caminaba hacia el lugar donde se encontraba el Arcano, su padre, Anne y Beltis.

 

Bonita reunión aquella. Lástima que hubiera que aguantar al pesado insolente que no paraba de hablar a su espalda.

 

- Hola -saludó.

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Crazy escuchó atentamente las palabras del arcano, había comenzado a acostumbrarse a su jerga inconsistente, comprendía que aquel hombre sabio trataba de transmitirle mensajes que no tenían traducción a su limitado lenguaje, que todo su discurso era una batalla constante contra las palabras, exprimiéndolas para lograr transmitir ideas difusas y cambiantes, no solamente porque el futuro está en un proceso de transformación permanente sino también porque el ojo interior era único y diferente en cada persona y por lo tanto también la forma de ver e interpretar.

 

- La guerra no se ganará sin sangre

 

Por primera vez esbozó su acostumbrada sonrisa torcida. Aquello era cierto, pero no necesitaba del ojo interior para verlo. Las guerras no se ganaban sin sangre y, aunque siempre había intentado que la cuenta le resultara favorable, había tenido que enterrar a seis hijos ya, sacrificados en el altar del futuro. A veces se preguntaba si había merecido la pena.

 

- ¿La veis?

 

El arcano estaba mirando un punto del infinito situado un poco más arriba de su hombro, comprendió que miraba sin ver, sacrificando lo inmediato para atisbar algo que estaba más allá. Parecía desasosegado, y Crazy deseó ver también, quiso comprender. Acudió a su llave, a las escamas cálidas, a la sensación de orgullo, y la realidad pareció difuminarse. Durante un rato estuvo viendo sombras que giraban en una danza vertiginosa, rostros difusos que casi creía reconocer por el rabillo del ojo pero que perdían la forma en cuanto intentaba verlos directamente. Escuchó idiomas extranjeros, susurros, risas y también gritos, algunas palabras las reconoció y otras fueron como el sonido del viento arrastrando las hojas. Al cabo de lo que pareció una eternidad la danza pareció ralentizarse, hasta detenerse en una pequeña cabaña y un rostro conocido.

 

- ¡Mackenzie! - exclamó en voz alta -

 

Era simplemente su hija tocando la puerta, y sin embargo era algo más, una ominosa sensación de peligro. Sabía, sin comprenderlo, que algo siniestro giraba a su alrededor, que las hebras del destino estaban trenzando, sin pausa, una telaraña que terminaría por envolverlos a todos.

 

Su hija entró y luego cayó, la oscuridad la envolvió, penetró en sus fosas nasales, la ahogó. Quiso levantarse, tejer un portal que lo transportara hacia ella en apenas un instante para poder ayudarla, pero su cuerpo no respondió. Sus músculos se habían desconectado de su mente, ni siquiera los sentía como propios. No pudo seguir observando a su hija, el viento del tiempo lo arrastró como una ola que desplaza un barco a la deriva, luchó con todas sus fuerzas para retroceder pero fue imposible.

 

La danza regresó, figuras girando a su alrededor que desaparecían justo cuando estaba a punto de verlas y el viento que lo desplazaba inerme. Dejó de luchar y esperó, trató de ver, de sentir lo que le rodeaba, de forzar a aquel frenético baile a disminuir el ritmo, que se adecuara a su visión. Y poco a poco comenzó a aclararse, las sombras tomaron color y las líneas parecieron perfilarse, como si un dibujante colosal las estuviera repasando con la pluma.

 

Y, por fin, la escena volvió a fijarse. Estaba de vuelta en el lago, y allí estaban la arcana, Anne y... ¿Beltis? ¿Mackenzie? Suspiró aliviado, al menos su hija estaba bien. Aunque luego dudó, ¿Qué era aquello? ¿El futuro o quizás un posible futuro? ¿Qué había visto antes entonces, era aquello el futuro del futuro? Se sintió mareado, incapaz de distinguir una realidad de otra en aquella infinita superposición de capas.

 

Vio entonces que la superficie del lago se agitaba y luego explotaba lanzando una lluvia de agua al cielo, y de sus profundidades surgía un gran barco. Era de madera pintada de blanco, alargado y elegante, de quilla curvada y dos grandes remos en su popa. Lo reconoció como egipcio justo en el momento en que numerosos magos aparecían en su cubierta enarbolando extrañas varitas alargadas que parecían hechas de papiros envueltos sobre sí mismos.

 

Y comenzó a llover fuego del cielo.

 

Crazy abrió los ojos y descubrió que estaba bramando de furia. Todos estaban en un círculo a su alrededor, mirándolo con expresiones de preocupación.

 

- Tenemos que irnos de aquí - dijo entre jadeos -

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- ¡Al fin! - exclamó el Arcano, ante la visión que había compartido Crazy Malfoy con él.

 

Pues todas las visiones de todos los alumnos, de los videntes vinculados, de los que pasaban por aquel lugar con mente ensoñadora, eran visibles para el Arcano y había vivido el mismo sentimiento que había manifestado el antiguo Primer Ministro. Sajag se preguntó si la intensidad de lo que él había visto, había sido influida por su propia sensación de prisa que tenía desde que todos se habían encontrado allá, influido por su propio conocimiento de lo que iba a suceder. No le quiso quitar importancia a lo sucedido. Si Crazy había visto el ataque de los egipcios era mérito suyo, aunque la presencia a su lado del Arcano la hubiera favorecido o no.

 

Era un gran avance y, a pesar de lo primordial que era alejarse de aquel lugar lo antes posible, no pudo evitar el permanecer unos segundos observando aquel duro rostro, enfadado y preocupado por su hija, por todos los presentes, admitiendo de una forma casi inconsciente aquella Visión como un desarrollo normal de su propia mente. Después dejó de lado aquel momento emotivo y decidió que era hora de partir. Su papel llegaba a su fin. Pronto. Enseguida.

 

- Bienvenida, srta. Malfoy - Aunque presente había varias de esa familia, seguro que Mackenzie Malfoy sabría que el saludo era para ella. - Supo encontrar a su padre, aunque tal vez no de la forma que esperaba.

 

No quiso hacer mención de lo sucedido en aquel lugar japonés porque, en el fondo, era algo que ella debía sopesar y él no podía, no debía, hacer nada.

 

- La Habilidad de la Videncia es un terrible poder agotador. Me encantaría conocer sus puntos de vista sobre ella pero, me temo, su padre acierta cuando dice que tenemos que irnos. ¿A dónde cree que debemos movernos ahora, Srta. Malfoy?

 

Por supuesto, el Arcano sabía cuál iba a ser el siguiente paso. Sonrió levemente y posó la mano en su panzuda barriga, con un gesto que había ido adquiriendo a medida que ésta crecía.

 

- Le acompañaremos a donde nos lleve. Puede hacerlo. Le seguiremos. - Poca cosa le decía a la mujer que acababa de llegar y, sin embargo, la más diestra en la Habilidad que desdeñaba. Como su padre, nunca había querido reconocer el poder que había en su interior. Sólo era cuestión de que lo aceptara y, eso, había estado haciendo todo el día sin saberlo. - Sabe hacerlo. Ya lo ha hecho en algún momento, aunque usted lo camufle porque se siente escéptica.

 

- Sáquenos de aquí, Srta. Mackenzie, usted sabe cómo y adónde nos dirigimos. Vea dónde estaremos a salvo. - El cielo empezó a nublarse. Aquella bandada de pájaros que unos minutos antes volaba de forma armónica, se disgregó en una huida precipitada en mil direcciones diferentes. El Arcano vio la lluvia de fuego, sin saber si era ese momento o era parte del futuro que se acercaba demasiado raudo. - La vida de los presentes está en sus manos. Sáquenos ahora o no podrá sacarnos.

 

El Arcano medio sonrió y miró el lago. Algo golpeó con fuerza el agua y las gotas salpicaron a los alumnos. La bandeja de té con las tazas zozobró en un movimiento cruel de marejada y todas desaparecieron de la vista de todos, dejando en el aire un leve aroma de menta y canela que duró un efímero instante, sustituido por un ocre olor a quemado.

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- Ciertamente, Sajag. No de la forma que esperaba. -Asintió Mackenzie, enarcando una ceja, ante la afirmación del Arcano.

 

Sin duda, Sajag era demasiado sagaz para el gusto de la Malfoy y su intuición y legilimancia le decían que callaba más de lo que expresaba. ¿Por qué si no le preguntaba a ella adónde tenían que ir? No tenía ni pies ni cabeza. ¿Qué iba a saber ella? Si a su padre le había dado por meterse en cosas raras, allá él. Intentaría protegerlo, eso sí, para que no se volviera loco del todo. Pero que no se pensara Sajag que les iba a seguir aquel juego absurdo.

 

- Si el sabio no sabe, el sabio muere -dijo una voz en su cabeza.

 

- ¡Cállate! - Le gruñó Mackenzie a la voz, apretando tanto los diente que las palabras resultaron ininteligibles.

 

- Aquí y en el este, aguarda la muerte. Al sur y hacia el norte, la infelicidad. Al oeste la batalla. ¿Quién ganará... quién ganará?

 

El insolente seguía martilleándola el cerebro y el Arcano la miraba como si estuviera convencido de que ella les podía salvar de algún peligro que la bruja no acertaba a adivinar. Cuando el Arcano comenzó a insistirle con toda aquella perorata, la bruja hubiera dejado salir todo su malhumor, si no fuera porque en el último instante, su agudo olfato percibió un olor a quemado.

 

- ¡Al Oeste! -Exclamó, echándose a correr e indicándoles a los demás que la siguieran.

 

No había pensado aquellas palabras. Ni siquiera sabía porqué hacia oeste y no en cualquier otra dirección, pero lo que más le extrañaba era no haber abierto directamente un portal a otro lugar. ¿Porqué esa sensación de peligro? ¿Porqué la intuición de que el portal no funcionaria? Recordó de pronto las palabras del insolente y se dio cuenta, con desagrado, que le acababa de hacer caso a una voz en su cabeza. Se estaba volviendo loca.

 

Recorrieron un sinuoso sendero que discurría hacia arriba por la ladera de una colina en la parte oeste del lago. Fue una carrera veloz, los unos apremiados por la urgencia de los otros y aún después de alcanzar la cumbre, Mackenzie no tenía ni idea de qué huían. ¿En serio habían emprendido una carrera veloz por un simple olor a quemado? ¡Menuda panoia!

 

Y entonces, aún resollando por la agitada carrera, se giró y miró al lago. Sus ojos se abrieron como platos.

 

Todo ocurrió en apenas unos instantes. Las aguas del lago se agitaron y comenzaron a girar en un vivo remolino. Y, de pronto, una tromba de agua surgió del mismo centro del remolino y explotó en una lluvia de agua lanzada al firmamento. Un barco de blanca madera surgió de las profundidades y, en su cubierta, numerosos magos enarbolaban extrañas varitas. El cielo se cubrió de fuegos en un abrir y cerrar de ojos. Si se hubieran quedado en donde habían estado, el ataque les habría pillado por completo desprevenidos. Cuando un cuerno de erumpent estalló hacia el este, Mackenzie no pudo por menos que recordar las palabras de la extraña voz en su cabeza: aquí y en el este, espera la muerte.

 

Los magos, que por su apariencia y la de su barco, no cabía duda de que eran egipcios poco amigables habían llegado a la orilla del lago y uno de ellos señaló hacia la cumbre de la colina en la que ellos se encontraban. No tardaron todos en empezar a correr hacia allí. Mackenzie intentó abrir un portal con un Fulgura Nox, pero tal y como había intuido, el hechizo no funcionó. Aquel lugar debía tener alguna especie de protección. Se dio cuenta de que iban a tener que luchar y, aunque contaban con la ventaja de la elevación del terreno, los magos egipcios eran numerosos. Al oeste la batalla. ¿Quién ganará... quién ganará?

 

Mackenzie alzó su varita, preparada. También tenía a mano un pequeño objeto repleto de magia antigua. Por si acaso.

 

Los gritos y apremios de los egipcios comenzaban a oírse más cerca cuando, de pronto, en dirección norte y sur el cielo se cubrió con un manto negro. Una enorme nube negra que avanzaba hacia ellos, tan implacable como los egipcios que casi habían alcanzado ya la cumbre de la colina en la que se encontraban. Al sur y hacia el norte, la infelicidad.

 

- ¡Dementores!

 

Tomando el objeto de arqueomagia en su mano, absorbió toda la magia antigua que contenía y creó un escudo de amor y felicidad alrededor de ellos. Aquello detendría a los dementores, pero apenas le quedaba magia antigua para evitar el ataque de los egipcios.

 

Alzo la varita. Y apuntó.

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El Arcano no respondió al ataque. Sabía lo que iba a pasar y los que iban a morir así que, para él, aquel momento era tan bueno como otro para seguir dando la clase a sus pupilos. Además, tenía prisa para que ellos pudieran despertar lo que tenían que despertar, antes de que sucediera el final de aquella aventura.

 

La Dama decidió, al fin, la ruta correcta y él apenas sonrió, tan poco que seguro que aquel gesto pasó desapercibido para todos los presentes. En realidad, no todos habían alcanzado la cima protectora y sufrirían el efecto de los Dementores en sus carnes. Pero algunos estaban protegidos por ella. Ahora mismo, Sajag sólo le dedicó la atención a la mujer que usaba un antiquísimo objeto de Magia. Observó su gesto de luchar contra los egipcios que habían llegado a invadir aquel espacio. Era una mujer decidida.

 

- Srta. Malfoy... Se acercan demasiado deprisa. Hoy alguien morirá. Alguien aprenderá que no puede modificar el futuro. Alguien verá lo que tiene que Ver. Alguien dudará de su capacidad para Ver... - Le costaba hablar. Al Arcano le gustaba más el silencio que las palabras vanas pero había prisa; mucha prisa. - Srta. Malfoy, ¿es capaz de ver cuál será el destino que le espera si mata a ese Egipcio que nos amenaza con su easa sahria? A Usted, que le gusta escarbar en el pasado, ¿cree que el presente puede ser modificable si Ve el futuro y decide que no se produzca?

 

Se produjeron varios chispazos donde los hechizos impactaban cerca de ellos. Sajag se tocó el hombro, un leve ademán que se quedó ahí mientras buscaba los ojos de la mujer que demostraba una seriedad y decisión encomiables. Hablaba a todos los que habían logrado llegar y eran protegidos por la magia de la ex-Ministra. Hablaba a la mujer empecinada en hacer lo correcto para salvar sus vidas.

 

- ¿Usted conocía que era una Vidente, Srta. Malfoy? Hablemos de las consecuencias morales de ser una Vidente... A lo largo de mi prolongada vida, pocos he conocido que no quisieran ser Videntes para un uso altruista. La mayoría son timadores baratos, defraudadores de esperanzas, ladrones, chantajistas, truhanes a quienes no les importan hacer daño con sus timos... Otros sólo se aprovechan de los rasgos de su habilidad para arañar las visiones y decir sólo lo que quieren oír. Pocos son sinceros y cobran por contar lo apabullante que puede resultar una Visión, sea la que sea. Algunos viven a costa de manipular las visiones, otros...

 

Con una velocidad inusual en una persona regordeta y entrada en años, agarró la muñeca de la mujer con la mano libre y puso su mano encima de la de ella. Observó las líneas de su mano, largas, marcadas... La soltó enseguida, harto de saber lo que sabía y que la Adivinación sólo corroboraba a medias. La diferencia entre ese arte y la habilidad era, a veces, una línea demasiado fina.

- Vincularse al Anillo de la Videncia es la peor de las maldiciones que puede sufrir un ser vivo. No hay bondad en esta Habilidad. Conocer los hechos es una desgracia con la que cuesta vivir y, por ello, no todos llegarán a ser Videntes, no tendrán la fortaleza necesaria para sobrevivir a ese esfuerzo diario. Otros no podrán evitarlo y vivirán sus consecuencias. Diga, Srta. Mackenzie, ¿cree que merece la pena conocer todos estos hechos?

 

Ya los tenían encima, no había manera de evitar aquellos ataques. Los egipcios habían llegado. Venían a por él. Sajag suspiró largamente y, por fin, bajó la mano del hombro, dejando un rastro de sangre en su kurta de algodón en un tono pardusco, ahora enrojecido por el líquido que se vertía por aquella herida.

 

- Lo que es observado cambia al ser observado. Me vi llegando a Japón y viviendo con mis compañeros Arcanos...

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Los ataques se sucedían uno detrás de otro y los rayos cruzaban, peligrosamente, en todas las direcciones, surcando el aire de filamentos de colores, chispas, auras y todos aquellos colores y formas tan comunes en las batallas mágicas. Mackenzie atacaba y esquivaba con toda la rapidez que sus bien entrenados reflejados le permitían. Apenas tenía tiempo de ver lo que hacían los demás, pero la invocación de una espantosa criatura que rugía y aceleraba hacia ella, le hizo girarse de forma inesperada y tropezarse con la mirada del Arcano. ¡No estaba haciendo nada! Toda su poderosa magia desperdiciada.

 

- ¡Qué caradura!

 

¿Y esa voz? ¿Había sido el insolente otra vez? No, era otro tipo de voz bien diferente. Eran sólo sus propios pensamientos expresados interiormente con palabras. Aún no salía de su asombro de ver al Arcano tocarse las narices mientras los demás le salvaban el culo, cuando sus ojos se desorbitaron y su gesto se torció al oírle hablar, explicando sus enseñanzas y haciendo preguntas como si nada. Y encima acababa de soltar una profecía que, por supuesto, Mackenzie no entendía en absoluto.

 

Pero Sajag continuaba hablando y ahora le preguntaba directamente.

 

- No sé qué me pasará si mato al egipcio de la sharia. En realidad, me preocupa más este otro - dijo Mackenzie, girándose en el acto y atacando a otro egipcio que, inesperadamente, saltaba hacia ella desde una roca y se había convertido en una amenaza más urgente que el de la sharia. El enemigo quedó postrado en el suelo junto a ella. Estaría inconsciente un buen rato.

 

La pregunta de Sajag había terminado, sin embargo, de una forma inesperada. Mackenzie conjuró un escudo de protección para ganar tiempo y se dirigió al arcano.

 

- ¿Que si creo que el presente puede ser modificable si Veo el futuro y decido que no se produzca? -Repitió la pregunta y el escudo de protección, a la vez que en su rostro aparecía una triste sonrisa. - Le contaré una historia, Sajag. De adolescente, uno suele probarlo todo, hasta las cosas más inverosímiles. Cuando tenía 13 años, visité con una amiga a una vidente. La vidente le profetizó a mi amiga que sufriría un accidente mortal con una escoba. Mi amiga pensó que, al conocer el futuro, podría prevenirse contra sus trágicos designios. Al fin y al cabo, nos cansábamos de oír en Hogwarts aquello del libre albedrío y lo del futuro está en tus manos, nada está escrito, tu escribes los renglones de tu propia vida... Así que mi amiga tomó todas sus escobas y les aplicó encantamientos de seguridad para prevenir y contrarestar caídas. Lo malo es que uno de aquellos encantamientos se acopló a la escoba de forma defectuosa y, cuando mi amiga montó en aquella escoba, pensando que estaría suficientemente protegida, fue el propio encantamiento el que partió la escoba a medio kilómetro de la superficie y mi amiga murió. ¿Cree que aquel futuro se habría cumplido si la profecía jamás hubiera sido hecha ni dicha? Porque yo creo que no. Mi amiga seguiría viva si nunca hubiéramos ido a visitar a aquella Vidente.

 

Mackenzie hizo una pausa para volver a conjurar el escudo, no sin antes atacar a tres egipcios y dejarlos magullados y sangrando copiosamente. El egipcio de la sharia había desparecido.

 

- Sí, por supuesto que creo que el presente puede ser modificable si Veo el futuro y decido que no se produzca. El tiempo es un concepto sutil. ¿Cuál es la diferencia entre un recuerdo verdadero y una ensoñación que creemos cierta? ¿Cuál es la diferencia entre un recuerdo del pasado y un recuerdo del futuro? ¿Acaso no se implantan ambos igual en nuestra memoria? Convertir el futuro en un recuerdo es algo común. Lo hacemos cuando deseamos algo y lo visualizamos, lo hacen los monjes shaolin con su poderosa meditación. Realmente no hay mucha diferencia entre el pasado y el futuro, si uno se para a pensarlo. Ambos conceptos quedan implantados igual en nuestros recuerdos y condicionan nuestras acciones. El problema de tratar de evitar el futuro es que nunca sabremos de verdad cuál es el futuro que corresponde al instante siguiente de haber observado el primer futuro, porque en la medida en que ya hemos acoplado un recuerdo de futuro en nuestra mente, lo estamos transformando. Y nunca será ya el mismo futuro. El tiempo es más volátil que un cuerno de erumpent.

 

Extrañamente no había vuelto a oír la insolente voz en su cabeza. ¿Dónde se había metido el Insolente? Aún pensaba en aquello cuando volvió a ver al egipcio de la sharia. Llevaba un objeto extraño en la mano y, por algún motivo, Mackenzie tuvo la certeza de que era un imposibilitador de portales. Aquel objeto era lo que les estaba impidiendo conjurar un portal.

 

- ¡Vaya, qué agudo, Sajag, se dio cuenta antes que yo de lo del egipcio ese con la sharia! - Mackenzie lo señaló. - Efectivamente, si lo matamos, nunca saldremos de aquí. Está controlando el objeto que impide la invocación de portales. Está vinculado a él y si el muere el objeto jamás podrá ser desactivado. Tenemos que capturarlos a él y a su objeto, para poder inutilizarlo. Si lo hacemos, podremos invocar un portal y huir de este lugar a otro más seguro.

 

No se paró a pensar que aquella información era algo más extensa y concreta para calificarla meramente de intuición.

 

- Se puede imaginar lo que opino de las consecuencias morales de la Videncia -siguió Mackenzie, mientras lanzaba un Kiorke contra un egipcio a su derecha y volvía a conjurar escudos de protección. - La gente debería abstenerse de tratar de controlar lo que no se puede controlar. Y no, no creo que yo sea una Vidente, Sajag.

 

Una risa sonó en su cabeza. ¿El Insolente? Así que no se había librado de él, después de todo.

 

- No me importaría vivir con esa carga, si estuviera convencida de que realmente la Videncia sirve de algo. -Respondió a la última pregunta del Arcano.

 

Mackenzie lanzó 3 cuerdas al mago de la sharia y éste cayó al suelo, con los tobillos y manos atados y la boca amordazada.

 

- ¡Expeliarmus! - Le apuntó, quitándole la varita. Era hora de hacerse con aquel objeto que portaba e inutilizarlo. Necesitaban un portal.

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