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Libro del Caos


Bakari
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Con los ojos cerrados y la mente vacía, pudo sentir la suave brisa matutina refrescando su espíritu, los rayos del sol otorgándole energía a todo ser vivo, los miles de encantamientos que realizaban las chicas tratando de derrotar al trol. Todo eso le hizo sacar una sonrisa a Bakari mientras inflaba sus pulmones de aire fresco, revitalizandolo y luego expulsaba los malos pensamientos, los que no estaban tan enterrados en su ser, de ellos nunca podría deshacerse.

 

El trol sufrió varias veces con las maldiciones de fuego y calaveras, pero siempre volvía a recuperarse una y otra vez como si nada pasara, seguía atacando tontamente a su invocadora que fácilmente tenía un par de manos fantasmales protegiéndola. Tonto y gruñendo, ignoraba a un cíclope que sólo lo atacó una vez, tampoco había sido controlado con creatividad y no pudo lastimar mucho a un trol inmortal que sólo iba a desaparecer con la presencia de Peeves.

 

Bakari no supo si las chicas atacaban por el placer de hacer daño o por fuerza bruta y olvidaron la pequeña nota de "Inmortal". Tal vez, se dejaron llevar por la adrenalina del enfrentamiento contra un ser est****o pero invencible. Tuvo la sensación de que era lo último, sin embargo, no iba a saberlo nunca con exactitud y supo que si les aparecía un trol atacándolos en una batalla real, se les iba a complicar un poco más.

 

Ya sin turnos, el Trol desapareció exhausto y sin un rasguño. Al igual que el cíclope que lo intento incluso con rueda del caos que nunca las favoreció como querían.

 

- Patético - comentó desde el suelo refiriéndose a la actuación de ambas - pasemos a esta pequeña última prueba.

 

Una vez más, junto ambos brazos para aglomerar la energía mágica de su cuerpo poco a poco, se fue tornando en un vaho oscuro alrededor de la mano y fue creciendo. Sentía su magia correr por cada articulación de su anatomía, hasta llegar a sus manos, era el punto de encuentro de lo que estaba preparando. Estaba por confirmar algunas leyendas y el porque era un experto en nigromancia.

 

- Si quieren el libro del Caos - Empezó, esbozando ligeramente la comisura de los labios - Deberán formar caos.

 

Colocó ambas manos en el suelo e inmediatamente se formó alrededor de ellas un círculo de invocación. Al frente se abrió, en el suelo, algo parecido a un portal, donde emanaba una nube de humo oscura y espesa, como si el infierno se hubiese mezclado con la tierra en un canal sin interferencias. Del portal empezaron a salir unas cosas extrañas con forma de seres humanos, pies, manos, cabeza, todo; el cuerpo estaba un poco descompuesto por los años y por la inactividad de algunos organismos.

 

Un olor a azufre impregno por completo toda el área. No eran inferís, no eran vulnerables al fuego pero podían morir rápidamente si las chicas encontraban la manera adecuada en vez de usar la fuerza bruta sólo porque si, necesitarían la ayuda de algunos señores del caos, si tenían suerte les saldría el adecuadado. Había aproximadamente unos trescientos demonios los cuales empezaron a correr rápidamente en dirección a las chicas que tendrían que matarlos todos, algunos ya los atacaban. Era un ejército.

 

- Son pocos y ustedes son dos, no pueden quejarse - comentó, esta vez observaría cada uno de sus movimientos.

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-No puede ser esto. ¡¿Pocos?!

Definitivamente Bakari estaba senil. Se quedó mirando algo anonadada como trescientos seres extraños surgían de la tierra, cargados de pura magia oscura y unas ganas infinitas de hacer que las dos murieran, de alguna u otra forma.

-Detritus.

Ella y Tauro quedaron cubiertas por una bruma azulada de inmediato, lo que impedirían que ellos o cualquier otro ataque físico las alcanzaran, haciendo daño a sus cuerpos. Dudaba que tuvieran poderes más allá, aunque se veían mucho más letales y ágiles que un guardián fenixiano o un inferi. Maldijo.

-Celerus Fuego Maldito.

El tercero, el último. Tres Thestrals adultos emergieron de su varita, primero como una voluta naranja y rojiza, luego extendiendo las largas alas cada uno en una dirección diferente. La primera quemó al menos a veinte de los bichos que iban por ella, chocando contra sus cuerpos y haciendo... nada. Absolutamente nada. Apretó los dientes, no, no eran inferis. Uno de ellos la alcanzó y rápidamente salió hacia atrás, expulsado por la fuerza de su escudo. Pero no lo había detenido. No podía quemarlo, tenía un sólo hechizo más y el Obsitens sólo duraba una acción, por lo que no haría demasiado usándolo.

 

Por eso usó el Señor del Caos o al menos el hechizo, para ver si obtenía algo mejor. No confiaba en la rueda del Caos, había demostrado ser inútil, así que mejor jugársela un poco. Acumuló toda la energía en su cuerpo, hasta hacer que esta bajara una vez más a sus manos, aglomerándose en las palmas como una bola de magia tan roja que resplandecía como la llamarada que nada había hecho contra las cosas que Bakari había usado contra ellas. Y pronto, ésta se desprendió de sus magos haciendo de su azar algo real.

 

-Ay no...

 

Quiso no verla, pero le fue imposible. La Hechicera tenía una belleza enorme, tanto, que se olvidó por completo que estaba apunto de morir. Pestañeó, viendo cada tramo de su rostro como hipnotizada, sintiendo unas ganas poco naturales de poner sus labios contra los de ella, ver a qué sabía. Poco a poco la mujer se acercaba y ella también, pero de pronto sintió un dolor en el brazo y pestañeó. Era Tauro, quien la había pellizcado con tanta fuerza que seguro le dejaría un moretón.

 

-Finite Incantatem -pronunció, sintiéndose libre del enamoramiento de inmediato. Sólo duraría unos segundos, así que miró a su novia y se horrorizó-. No puede ser. ¿Otra?

 

Lloriqueó.

 

-Vale, caos tienes, Uzza, espero seas feliz.

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No se movió ni un centímetro mientras Bakari hacía sus saltos e invocaba su magia, se limitó a ver de dónde saldría. Había comprobado que el hombre tenía una mente tan retorcida como ellas dos y estaba consciente de que no les daría una tarea fácil, nada que pudieran enfrentar sin pensar casi, como solían hacer en una batalla simple. Pero no esperaba que se excediera de esa manera. Leah pensó rápido y les hizo un Detritus a ambas, pero sabía que no les iba a durar toda la vida. Habían demasiados para dos y pudo ver cómo las llamaradas no les hacían nada.

La hechicera tampoco fue de ayuda. Tauro pestañeó sin ver la belleza de la invocación y algo en su interior se revolvió con ira cuando notó que Leah la miraba de aquella forma, causando tantos celos que le fue inevitable no pellizcarla. No le diría nada, puesto que sabía lo que hacía aquella mujer invocada por el caos, pero no pudo evitar mirar mal al Uzza como si él hubiera elegido por encima de la decisión de Anubis.

Quizás podría tener suerte, como la última vez. Reunió la fuerza de su magia en un mismo punto, moviéndola luego con toda su voluntad hacia las manos. La energía en ella era azul, intenso, brillante y sabía que podía ser para bien o para mal. Pero invocar a un señor del Caos que sirviera sería lo mejor, sino perderían el Detritus y les harían daño. Además, Leah contaba con un hechizo menos y era una desventaja para las dos.

Cuando la bola de magia salió hacia delante, expulsada con violencia y toda la potencia de una bruja de su nivel, realmente no esperaba aquello. Tuvo sólo un momento para pensar en su desgracia, puesto que pronto quedó igual o peor que la misma Leah. Era una mujer hermosa, hermosísima, tan increíble y pura que no podía no verla con aquellos ojos. Estaba tan maravillada, que no notó cómo se acercaba a ella, ni cómo había olvidado su misión. Pero fue en el último segundo, ya cuando iba a besarla, que recapacitó.

—Finite Incantatem.

La hechicera no parecía feliz con aquella decisión, quería matarla. Pero al menos tenía un tiempo más antes de volver a caer en el hechizo, se alejó lo más posible de ella y pensó.

—Tengo una idea, espera.

Buscó entre los pliegues de su ropa hasta dar con el pequeño fasquito con las semillas de hielo y lo mostró a su prometida, dejando caer todo el contenido en el suelo. No congelaba personas, pero sí a los seres. Y si estos eran inmunes al fuego, tendrían que vérselas con ello; de inmediato el suelo se congeló en un radio tan grande que fue un milagro que ni ellas ni Bakari quedaran igual que los seres del inframundo que el hombre había llamado. Todos y cada uno de ellos quedaron sumidos en temperaturas tan bajas que eran casi parte del hielo.

—¡Celerus Confrigo!

El rayo salió de la punta de su varita con rapidez e impactó en el grupo, provocando que todos se rompieran con un asqueroso chasquido desagradable. Para desgracia del guerrero, algo que era muy similar a una parte de cerebro putrefacto había caído en su cabeza. Pero no le importó demasiado, se lo merecía.

—¡Confringo! —explotó a otra parte, dejando sólo a unos cuantos y miró a su novia, que ya empezaba a ver demasiado a su hechicera—. ¿Estás bien?

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Estaba cansada del Caos, sinceramente, pero no podía hacer mucho. La Hechicera había vuelto a captar su atención con esa extrema belleza que tenía y aunque Tauro se jugaba la vida para detener a todos los bichos que tenían delante, ella no tenía ojos para nada más que ella. Se acercó peligrosamente hasta ella, colocándose tan cerca que casi podría tocarla y luego escuchó de nuevo la voz de su novia, que le preguntaba cómo estaba y supo que estaba perdiendo la cabeza. Un poco más y perdería la vida. De un salto algo torpe y un tambaleo automático, apretó la varita.

 

Finite Incantatem.

 

Al instante, todo el enamoramiento se le pasó y la representación del caos rugió con mala gana, sabiendo que no había caído en su trampa aunque la magia oscura fuera intensa. Ésta vez, la Atkins no quiso volver a intentar con lo mismo de siempre.

 

—Vamos a jugárnosla una vez más, ésta vez con algo de inteligencia —murmuró, sacando el libro y dándole una ojeada veloz, sabiendo que su novia aún la miraba—. Estoy bien, princesa. Cuida a la tuya, por favor, ésta ya casi desaparece, se ve un poco borrosa.

 

Encontró lo que buscaba y suspiró de alivio, la Hechicera no era lo único que estaba apunto de acabarse, sabía que el Detritus acababa con su último hechizo y eso la tenía algo preocupada. Tauro había congelado a todos de un sólo movimiento y eso era algo que le daba ventaja, ¿pero qué pasaba si por algún motivo que sólo Bakari sabría el hielo se derretía? Mejor no seguir jugando con los poderes del Uzza, ya estaba probando que podía ser un poco macabro si se lo proponía. Así que, sin tiempo de practicar demasiado y con un ojo puesto sobre la peli-azul para asegurarse de que no muriera por un beso letal, empezó a hacer lo que ya sabía.

 

Centrar el poder, canalizar la energía, invocar a las fuerzas del caos y hacerlas expandir por todo su cuerpo, llegando a cada extremidad para, en esta ocasión, jugar con sus hechizos. Podría salir bien o podría salir mal, dependía de Anubis. Así que cerró los ojos, entregándose a la suerte y lo dejó fluir, hasta que el poder incrementó tanto que sintió que necesitaba sacarlo. Sonrió con malicia, aparentemente había salido bien y ahora estaba en el mismo nivel que su futura esposa. Con una floritura, lanzó el primero de los dos hechizos que le quedaban hacia los bichos restantes.

 

Morphos.

 

Una roca congelada que estaba en el campo, entre los difuntos bichos de Bakari, se transformó en un Cuerno de Erumpent. Podría haberlo hecho con sus poderes, pero se sentía bien ser medio líder por un turno.

 

Confrigo.

 

Con más potencia y velocidad que un hechizo normal, envió el rayo hacia el cuerpo de Erumpent y este explotó con tal intensidad, que agradeció que todavía tuviera el Detritus cuando sucedió la lluvia de sesos. Para cuando pudo ver de nuevo entre la voluta de polvo, no quedaba nada qué hacer. Su protección se fue, al igual que la Hechicera y sonrió con suficiencia.

 

—Así que así se siente... —murmuró, mirando a Tauro—. Amor, el Finite.

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Tauro se había distraído un poco, pues a pesar de haber exterminado a la mayoría de demonios esos, su mente y toda su atención seguían puestas en la Hechicera que seducía a su novia más que en la suya, de ahí a que ésta hubiese estado a punto de besarla y sólo tras la advertencia de Leah fue que pudo reaccionar a tiempo. Ni siquiera la explosión la alertó, más bien disfrutó el hecho de que la Ángel Caído la estuviera pasando tan bien usando hechizos que hasta el momento no había tenido acceso.

— Finite Incantatem

La reacción de la Hechicera fue instantánea, le lanzó una última mirada asesina como si estuviera prometiendo volver a terminar su trabajo y desapareció. Ya no había rastro de ninguna de ellas, ambas se habían esfumado.

— ¡Por fin! —exclamó aliviada, sintiendo que de sus hombros se le caía un buen peso.

La mayoría de los demonios habían desaparecido junto con la explosión del cuerno y los sesos de estos aun seguían adornando el suelo y cara de Bakari, quién no parecía importarle que aun tuviera un pedazo pegado en su mejilla. Aun quedaban unos 20 demonios más, al menos de su lado, por lo que rápidamente pensó en un «Obsistens», creando una barrera luminosa de un intenso color azul eléctrico contra la cual las asquerosas criaturas chocarían y terminarían por ser absorbidas sin dejar ningún rastro de ellas. Como era de esperarse, 10 de ellos corrieron en un pequeño grupo bien formado, ansiosos de devorarla, pero lo que se encontraron fue una trampa mortal.

 

— Esto es realmente asqueroso —el resto de demonios no fueron lo demasiado inteligentes para no hacer lo mismo, por lo que más bien curiosos y más furiosos que nunca, siguieron el camino de los suyos mientras Tauro pensaba en un nuevo «Obsistens» que los hizo desaparecer.

 

«¡Maldito guerrero tramposo!» Desde el inicio las había hecho creer que no tenía idea de nada, pero al final demostró ser tan poderoso como los hechizos de aquel libro y quizás aun más, motivo por el cual se mostrara disperso y desubicado la mayoría del tiempo, pero muy en el fondo sabía muy bien lo que estaba haciendo.



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