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- Hell MooN - (MM B: 110639)


Malum Luxure
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Oniria:

 

 

 

 

 

––Yo también te quiero ––musité–– te quiero tanto.

 

Inhalé su aliento cálido, llenándome aún más de ella si cabía, y pegué la boca a su oído para que me oyese respirar. Aire entrecortado, languideciendo, nuestro amor prologándose en la fricción de nuestros cuerpos. Me recoloqué para acomodarme, y apreté su espalda contra mí.

 

Fundirse. Ciertamente yo no podía morir, pero sí podía salir de mí misma, alcanzar un grado tan alto de placer que me arrancase del mundo y anulase mi individualidad. Y dejar de ser tú, convertirte en todo -en nada-, era tanto como morir. Miré a Leah a los ojos, con la fuerza de un barco que se estrella. Sentí que nos desintegraríamos como el papel al quemarse.

 

Como cada vez que estaba en ese estado, mis instintos vampíricos se descontrolaron. Mis colmillos se afilaron, mis ojos se inyectaron en sangre. Afortunadamente los años me habían brindado serenidad para controlarme. Llevé mis dedos hasta ella. Apretar el núcleo de los átomos. Desestructurar la materia.

 

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Todo en ella era una maravilla, una fantasía que apoyada por su nombre, era el mejor de los sueños más largos y profundos. Con todos los colores y matices haciendo un festival en sus sentidos, explotando ante sus ojos como fuegos artificiales. Que una sección de su cuerpo fuese incapaz de reaccionar a Oniria habría sido una decepción, pero que todas se encendieran a la par era no solo sorprendente sino que amenazaba, también, con arrastrarla a la locura. O quizás ya se había perdido, en una exhalación entrecortada o en la presión de sus dedos.

Por un segundo pudo ver sus pupilas, adentrarse aún más en el pequeño mundo que habían creado. Donde eran ellas dos, una y otra vez, en un ciclo de cosas hermosas. Pero fue un segundo efímero, excepcional. Porque luego no pudo ver más, sus esfuerzos por estar consciente mermaron y estuvo apunto de desplomarse. Pero todavía tenía un último aliento que exhalar, algo que podía expresar con palabras y, al igual que en la muerte, pedir como una última voluntad. Acomodó la cabeza junto a la suya, dejando los labios a la altura de su oreja y murmuró algo, tan bajo, que solo un vampiro podría haberlo escuchado.

-Hazlo -sonaba como una exigencia pero, en realidad, era la más profunda de las peticiones.

Estiró el cuello con elegancia, aun cuando estaba a una sacudida de ser un monigote. Y aguardó. Cuando los colmillos abrieron su piel, un suspiro se perdió en el fuerte sonido de la cascada y sus extremidades se relajaron hasta dejarla caer sobre ella, confiando en que la sostendría en todo momento.


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Oniria:

 

 

 

 

La miré a los ojos, y le sostuve la mirada todo el tiempo que me permitió mi mermada paciencia. Mis piernas temblaban. Y mi cuerpo, como un diente de león azotado por el viento que desprende sus semillas para esparcirlas por el mundo. Presioné mis manos contra sus mejillas, enrojecidas. Parecían las flores del cerezo en primavera. Corales rosados en mitad del arrecife. Sentí que Leah estaba cerca de perder el conocimiento, lo que me llenó de una profunda ternura.

 

"Hazlo". Su propuesta resonó en mis oídos. Eco retumbando entre las rocas anchas de una cueva submarina. H-a-z-l-o. Saboreé cada letra como un hallazgo precioso. Me mostró su cuello, un triángulo de piel blanca entre sus cabellos dorados. Clavé mis colmillos con toda la suavidad que encontré, como quien recoge a una mariposa y cuida de no estropear sus alas. Percibí cómo se tensaban sus tendones, y aquel líquido caliente, espeso invadiendo mis labios. Tenía que ejercer un fuerte autocontrol para saber el momento exacto en que debía frenarme.

 

Beber sangre, no por saciar la sed, sino como muestra de amor, de intimidad, era quizá el compromiso más profundo que existía para mí, un bonito regalo, una muestra de confianza y entrega absolutas. Alimentarse del amado, hacerlo tuyo, fundirse de manera literal. Era un relato recurrente en la literatura romántica. La amante que devora el corazón de su amado y lo integra. Carne de su carne. Era la manifestación definitiva de unión.

 

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La única señal de que estaba con vida era el constante choque de agua helada contra su espalda, recordándole muy vagamente que su piel tenía una temperatura inusual. De resto, nada de ella le pertenecía, si estaba viva o no, no parecía tener que importarle a ella. Y se sentía bastante bien al respecto. Había recuperado cierto control sobre sus brazos y había usado la poca fuerza para asirse a ella, que seguía succionando su cuello, en una muestra casi involuntaria de dependencia. No sintió dolor cuando extrajo los colmillos, en realidad sintió que los extrañaba de forma automática, pero logró controlar el deseo de decirlo en voz alta.

Todos sus músculos se tensaban y se relajaban sin parar, cada vez más lento, al ritmo de los latidos de su corazón, que habían quebrantado todas las normas para hacerse escuchar por encima de todo, hasta convertirse en un murmulllo. Abrió los ojos cuando recuperó el aire y observó la piedra artificial, detallándola por primera vez, aunque sin mucho interés. Estaba agotada, era la primera vez que podía decir aquello en una situación similar. Sin embargo, dibujó un camino de besos desde su hombro hasta sus labios, que besó tantas veces que perdió la cuenta de todas las ocasiones en que repitió la acción. La más pura de las adoraciones.

-¿Mejor? -cuestionó al fin, su voz volvía a resonar con el sutil acento rumano asomándose detrás del inglés.

Peinó su cabello hacia atrás, para mirarla mejor, solo para poder tocarla incluso más. Le fascinaba. No podía ocultarlo, estaba tallado en sus facciones, disfrazado de preocupación y entrega. Quería a Oniria con todo su ser, tanto como para darle todo lo que quisiera sin pensarlo dos veces.

-No me dejes nunca -lo dijo fuerte y claro, sin que le temblara la voz. Pero lo dijo en su lengua natal, sin saber si le entendería o no. Sonrió, de pronto divertida por algo-. Dudo mucho que alguien nos viera entrar pero estoy segura de que alguno notará si salimos de aquí empapadas -había retomado el inglés-. ¿Te importa? Creo que quiero un trago. Sin alucinógenos esta vez, aunque creo que estoy enamorada de mi alucinación...


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Oniria:

 

 

 

Mi boca se separó de su cuello, dejando dos hilillos de sangre que descendían como si el tiempo se hubiese congelado. No me limpié antes de besarla. Quizá le incomodaría probar su sangre, pero a mí me pareció tremendamente personal, una muestra más de mi amor incondicional. Cuando me retiré, restregué el dedo contra su labio para borrar los restos del delito.

 

Sonreí. Nos besamos en completo silencio, tantas veces que perdí la cuenta. Nos imaginé a las dos, ocultas tras aquella cascada, bañadas por una especie de polvo gris, la luz azulada, y se me tornó una imagen dolorosamente bella. Estaría dispuesta a sacrificarme por ese encanto sublime.

 

Hizo una confesión, en rumano, que no pude comprender bien. Pero supe que era una súplica, la voluntad firme de que nuestro afecto perdurase. La abracé como respuesta.

 

––Por supuesto, vamos ––accedí, feliz. El calor hormigueaba en mis mejillas––. Invito yo.

 

Dicho esto, agarré su mano con fuerza para conducirla hacia el interior del local, ante las miradas de los curiosos que analizaron la escena con sorpresa, indagando qué podía significar que dos personas apareciesen de la terraza empapadas.

 

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Sentía un entumecimiento en las piernas bastante agradable y la tensión de sus músculos le dificultó la salida de la cascada, que fue en principio lo que captó la mirada de los curiosos, pero no le dio la mínima importancia. Estaba feliz, plena, y aquella deliciosa rigidez en el cuerpo la unía a Oniria más, como si estuviesen imantadas. Entrelazó los dedos con los suyos cuando llegaron a la barra y miró distraídamente el charco que estaban creando en un santiamén, sería interesante que alguno de aquellos resulara víctima de su desorden.

-Un Grey Goose -pidió, llevando los ojos al cantinero apenas un segundo.

El hombre lo sirvió y ella, tras confirmar que no tenía nada raro, lo bebió de un trago. Después de eso, el sabor metálico de su propia sangre había desaparecido. Se preguntó, de haber tenido la suerte de sus primos, que ambos eran vampiros al igual que todos en la historia de su familia, si habría encontrado la misma solución en el momento que habían compartido. Probablemente sí. Quizás ella hubiese querido morderla también. Se imaginó cómo se sentiría, cuál sería su sabor. Al menos el de la sangre, ya había uno guardado en su memoria con extremo cuidado.

-Tengo entendido que la Haughton hace tiempo está desalojada -comentó, sonando por primera vez como una Warlock, como si repentinamente lo hubiese recordado-. ¿Dónde te estás quedando ahora? Sabes que puedes venir a la Ivashkov cuando gustes y quedarte el tiempo que te plazca. Ottery está enlazado al castillo, al igual que el Ministerio de Magia, por obvias razones, así que no tienes que preocuparte por la distancia.

Hizo una pausa cuando se dio cuenta de que tal vez estaba proponiendo algo que podría malinterpretarse o, incluso, tomarse como apresurado. Dejó de mirarla para ocultar el rubor que había vuelto a marcarse en sus mejillas. La ropa mojada empezaba a incomodarle, así que se limitó a quitarse las prendas de las que podía olvidarse y a pensar en qué hechizo serviría para secar las que impedían que quedara al desnudo. Eso sí que sería un escándalo para El Profeta.


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Oniria:

 

 

 

Sonreí ante su aparente proposición. Me invadió la ternura. Era sumamente extraño escuchar de Leah esas palabras. Cuando conoces el lado oscuro de una persona, aprecias su faceta afectiva con desmesura. Contemplé el agua que resbalaba de nuestra ropa, y me pareció irónico después de todo.

 

––Estoy deambulando por ahí. Ando un poco... escondida ––admití–– de hecho, sólo te he visto a ti. Y me encantaría que me hicieras un huequito en tu... hogar.

 

Iba a decir cama, pero me retracté pensando que alguien podría escucharlo. Rocé su mejilla con los nudillos. Quizá fuese por el tiempo que llevábamos separadas, o por aquel encuentro furtivo en la cascada, pero en ese instante Leah me pareció más bella que nunca. Era sorprendente la cantidad de amor que podía albergar mi corazón. El sabor de su sangre se mantenía fresco en mis labios. Ojalá pudiese preservarlo como prueba irrefutable de que aquellos días eran reales. Su perfección les confería un aspecto ficticio, casi ilusorio. Quizás, después de todo, quien alucinaba era yo.

 

Estaba feliz de haberme tropezado con Leah. Era una forma grata de olvidar por qué había huido, y por qué había regresado. Sísifo. Aquel gemelo norteamericano al que debía enfrentarme tarde o temprano.

 

Me arrimé a la chica, esbozando una sonrisa tímida, rememorando los instantes anteriores.

 

––Estás muy sexy con la ropa mojada... ––Susurré, para que sólo ella pudiese escucharlo. Era uno de esos momentos en los que me gustaría poder transmitirle, íntegra, mi experiencia a otra persona, mi visión de ella, mi perspectiva. Rozar con la mano y depositar en otra mente mis propios pensamientos, para transferirle mi amor sin disonancias.

 

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-¿Mi hogar? -se rió por lo bajo, detectando lo que quería decir-. Puedes compartir conmigo lo que quieras, creo que lo sabes.

Se estremeció cuando la sintió cerca otra vez. Tenía los sentidos a flor de piel y su carótida quiso hacer una actuación estelar, reflejando los latidos de su corazón con tanta fuerza que fue plenamente consciente de los dos agujeros que tenía en el cuello. Era un dolor mínimo, una sensación que había olvidado. Lo había sentido antes, solo con ella. Con Oniria había hecho cosas que con los demás no, como lo de la cascada. Cerró los ojos un instante al escucharla y volvió a abrirlos, como si luchara con un impulso repentino.

-Creo que sin ropa soy mucho mejor -se giró para encararla, sus cuerpos encaiaron con una facilidad casi natural. Alguien, en algún lugar, las había tallado juntas y luego las había separado. Sonrió-. Me alegra ser la primera en verte. Imagino que más de uno estaría complacido de haber reaccionado como yo. Y no tengo moral para los celos, pero me gusta la exclusividad.

Le mordió el labio inferior y la atrajo hacia sí, como ella había hecho antes en la cascada. Su beso tenía una pisca de posesión imposible de ocultar pero, como había dicho, no tenía moral. Ni un poco.

-Mi cama es tuya cuando quieras -finalizó. El cantinero las miraba con un interés que hizo que la rubia rodara los ojos.


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Oniria:

 

 

 

 

Di un sorbo a su copa, sin dejar de mirarla a los ojos. La idea de dormir con ella me resultaba inmensamente agradable. Y no pensaba precisamente en algo lascivo, sino más bien en abrazarnos durante horas contemplando cómo las horas cambiaban de color.

 

––Sí, tienes razón ––reí–– mucho mejor sin ropa. ––Confirmé, asintiendo. Un recuerdo reciente se materializó en mi imaginación, incendiándome las mejillas.

 

Se pegó a mi cuerpo. Suspiré. La temperatura que irradiaba me reconfortó. Exclusividad. Yo era muy contraria a aquel concepto, prefería las uniones libres, sin contratos, pero en ese momento la palabra sonó casi como un cumplido, y me avergoncé al percatarme de que me agradaba sentir que Leah me poseía. Leah me besó, sin tapujos, sin ningún tipo de pudor ni esfuerzos por ocultar que entre nosotras existía algo más que una calurosa amistad. Aquel gesto me llenó de satisfacción, como si estuviese saboreando una vez más, pero a la vista de todos, el placer de lo prohibido. Leah debía de quererme mucho como para exponerse de esa manera. La abracé.

 

––Quiero dormir contigo. ––Musité, sin apartarme de ella. Era una confesión balbuceante, señal de lo ligada que estaba a la chica.

 

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-Puedo cumplir eso hoy -apretó los brazos a su alrededor, con cariño.

Había una sinceridad muy profunda en sus confesiones, en la forma en que la tocaba. Lo hacía con suavidad, como si temiera romperla pero, a la vez, parecía que temía que se le escapara. En ningún momento mostró incomodidad o preocupación por lo que el resto pudiese pensar, eran ellas dos y Oniria era su centro de atención. La mantuvo en su pecho durante unos largos minutos, con los ojos cerrados, hasta que escuchó que alguien resbalaba con un charco que no había visto. Rió.

-Creo que ya es tiempo de que salgamos de aquí o mataremos a alguien sin querer -algo en su voz confirmó que no le hacía gracia provocar una muerte por accidente, aunque la muerte le daba igual-. ¿Me permites llevarte a Rumania esta noche?

La reverencia que pretendía hacer era en broma pero, como solía pasar, el movimiento fue demasiado fluido para restarle importancia. Por supuesto, ella no era capaz de percibirlo. Con un chasquido hizo levitar la ropa mojada que se había quitado antes y llevó a Oniria al exterior del local. No tuvo que esquivar a nadie, la ropa mojada frente a ellas les ahorraba el trabajo. Una vez en el exterior, las dos desaparecieron dejando atrás una voluta de humo y un camino de agua que seguro le costaría un chichón a más de uno.


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