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Castillo Snegovik (MM B: 111885)


Leah Snegovik
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Sísifo:

 

 

 

 

Aquella noche la ventisca era especialmente brutal. Se colaba por las ventanas en forma de silbidos, como un cuchillo destripando las columnas de aire, un animal lamentándose en la inmensidad. Leah y Oniria estaban tenuemente iluminadas. Las velas negras, dispersas en el suelo formando una estrella, proyectaban sombras duras en sus rostros, deformando sus expresiones.

 

Hacía escasos minutos, el puntero se había deslizado hacia el "sí". Ahora Oniria formulaba una nueva pregunta y todos esperábamos enmudecidos una respuesta. Nos habíamos desnudado parcialmente para pintar runas en nuestro cuerpo con ceniza mezclada con aceite. Había realizado varios cortes en mi antebrazo, derramando gotas de mi sangre en un frasco junto a otros ingredientes para la invocación.

 

Observé a Leah. Parecía asustada por primera vez en mucho tiempo. Estaba intentando explicar por qué no era buena idea proseguir cuando...

 

Sentí cómo mi cabeza chocaba contra la pared. Un pitido se instaló en mis oídos silenciando lo demás. Me crujieron los huesos. Sentí cómo los ojos me rodaban, algo invadía mi cuerpo, se introducía en mi cráneo como un material viscoso y palpitante. Todo se sumió en la oscuridad.

 

 

 

 

Empieza el juego.

 

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Marie

 

Su habitación es fantástica. Las paredes son delimitadas por docenas de estanterías repletas de libros, adoquines, revistas, recortes y diarios. Marie encantó las sillas y bancos para que, al chascar los dedos, salieran disparados hacia sus pies y la elevaran hacia donde ella quisiera. El techo está a unos ocho o diez metros del suelo, por lo que espacio sobra. La alfombra principal que cobre el cielo es de terciopelo, rojo vino, con detalles dorados y plateados. Sabe que es básico, pero le gusta. Al fondo cuelga la bandera de Italia, siempre ondeando. En dicha pared también hay un dibujo de la bahía de Toscana desde la perspectiva de su ventana en La Academia. El agua, los barcos, los pájaros y el sol se mueven a medida que avanzan las horas del día. Cuando es de noche allí, también lo es en la habitación. Es por eso que arriba están las constelaciones, todas, para iluminarla cuando se queda leyendo hasta tarde.

 

Es una de esas noches de insomnio, precisamente. Está devorándose un volumen antiquísimo escrito por Bridget Wenlock, repleto de teoremas, cuando escucha un sonido extraño. Un choque, en realidad, uno que hace temblar la madera de su escritorio y el té de cáscara de naranja que está tomando.Tratándose de un castillo mágico, su raciocinio primitivo la tranquiliza. Aparte, es noche de brujas; cualquier cosa puede pasar. Pero no, ahora es diferente. Parece un eco, un susurro lejano que parece... parece llamarla. Es tan insistente que la hace levantarse de la cama, colocarse el suéter de lana gris más cercano y salir empantuflada al pasillo.

 

Durante el camino, sobre una mesita de madera oscura, hay una lámpara. Maire enciende la cera mediante un hechizo en latín. Tiene la propiedad de bajar o subir su intensidad dependiendo de sus niveles de valentía. En este momento, está a media mecha. El Castillo está sumido en la oscuridad, aniquilada solamente por la luz que ella lleva. Debido a ésto, pierde la noción del tiempo y, sin saberlo, llega al fatídico destino.

 

- ¿Hola?

 

La vela se apaga por completo cuando los observa. Primero observa a Leah, quien caracterizada por inmortalizar el aspecto de la inexpresividad, ahora es de acero. Gira la vista a Sísifo, buscando auxilio, pero se topa con la misma. Por último echa un vistazo a Oniria, con la que está menos conectada; ni siquiera ella es la excepción. Marie busca, inútilmente, su varita. Se ha deslizado por el borde la puerta cuando ésta se cerró de golpe. Puede escuchar su corazón latir. Solo el suyo.

 

Grita.

 

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Abrió los ojos un momento después de que su cuerpo impactara contra la pared. Le dolía la mano, el desesperante y conocido dolor de una fractura. La muñeca estaba en el ángulo incorrecto, colgaba de forma desagradable hacia un lado. Sintió sus labios moverse y vio la articulación arreglarse, escuchó el estruendo de los huesos al reacomodarse. Recorrió la habitación a oscuras con la mirada. Sísifo la miraba. Oniria estaba despertando. Escuchó los pasos aproximándose por el pasillo y fue la primera en ponerse de pie.

Veía, escuchaba, sentía... pero no podía pensar. Cada vez que intentaba pensar algo diferente a lo que su cuerpo hacía, sentía un inmenso dolor. Más allá de lo físico. Estaba atrapada dentro de su propio cuerpo, reducida a hacer la voluntad de lo que fuera que la estuviera controlando. Y tenía un pensamiento recurrente: debía atrapar a la chica. La habían llamado porque la necesitaban para el ritual, la sangre una virgen iba a revivirlo.

Marie apareció en la puerta y gritó, pero ella le aplicó una llave antes de que pudiera moverse.

-Shhh... -clavó las uñas en el rostro de Marie, la inmovilizó-. Silencio...

Pasó la nariz por su cuello, aspiró. Una sonrisa extraña, demoníaca, quebró su rostro.

-Es perfecta. Está intacta.


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Marie

 

- No, Leah.. Por favor, suéltame. ¡Leah! ¡Sísifo, ayúdame! ¡Que alguien me ayude!

 

Apenas se oyen sus palabras. La está asfixiando. Sus uñas le causan dolor, le arden. Se imagina que Viktor entra, que los quema a todos, o que abre uno de sus cofres espectrales y los encierra adentro como los demonios que aparentan ser. Pero nada de eso ocurre. Solo puede sentirlos, oír sus cuerpos acercándose. El frío se le cuela por las piernas cual intruso perverso. No lo soporta. ¿Es este el fin... ?

- Scutum ex ignis!
Murmura el primer hechizo de iluminación que se le ocurre. Frente a ella se crea un arco de fuego que los calienta. Le recuerda a uno de los trucos que realizaban sus maestros para que los bailes lucieran estrafalarios. Se pregunta qué harían ellos en esa situación. La ráfaga ardiente pega contra el brazo de Leah, lo que al menos hace que la suelte. Ella cae al piso, tomando aire a bocanas. Sabe que no es suficiente.
Entrecierra las manos frente a sus ojos, rogando piedad. Mientras, piensa un encantamiento para dispersar una onda que despierte (o al menos lo intente) a todos los habitantes del castillo a través de las vibraciones, si es que el primer sonido no fue suficiente. Es su última esperanza.
Editado por Jank Dayne

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Definitivamente había escogido tal vez la peor noche para decidir pasar su tiempo en Siberia y alejarse de Ottery y todo lo que tuviera que ver con los alrededores. Estaba huyendo de la monotonía del trabajo y de sus actividades recientes, tenía mucho en que pensar y necesitaba un lugar alejado de todo y de todos para hacerlo. Y había resultado bastante conveniente el hecho de que sus nuevas amistades en la familia Snegovik le hubieran puesto a disposición un lugar en el castillo para cuando quisiera pasar unos días allí.

 

Su hermana Kamra había resultado ser hija de la matriarca de la familia lo que había terminado uniéndola un poco más a los senderos de la recién establecida familia, la cual había conocido en el baile de mascaras y a partir de ahí había ido acercándose poco a poco a los miembros de la misma. Había esperado que su hermana y su sobrina Ale estuvieran en el lugar pero desde que había llegado no había oído nada del par de brujas.

 

Así que al poco tiempo de poner pie en los terrenos del castillo había optado por encerrarse en la habitación a disfrutar de la gran cantidad de libros que poseía el lugar. Era tarde la noche por lo que ya se encontraba en pijama pero con el frió de esa noche en particular había tenido que usar un sueter sobre su pijama de pantalón y camisa manga larga.

 

La brisa en el exterior parecía golpear bastante fuerte por los ruidos que se alcanzaban a sentir , se había ubicado en uno de los sofás de la habitación a la luz de algunas velas para leer un poco antes de irse a descansar, todo estaba sumido en un profundo silencio pero eso cambiaría de un momento a otro. Un estruendo que resonó en todos lados la hizo levantarse intempestivamente de la silla y fijar su mirada hacía la puerta pensando de donde vendría aquel ruido que generaba escalofríos. Las velas se apagaron y todo quedo sumido en oscuridad.

 

Tomo la varita que había dejado en la mesa junto a la cama y pronunciando —Lumos — ilumino el lugar, se dirigió a la puerta abriéndola ligeramente mientras se debatía si salir para averiguar que había sido ese ruido o quedarse segura en la habitación, pero el hecho de pensar que alguien necesitaría de su ayuda la hizo salir del lugar y encaminarse por los pasillos de la planta rumbo a los pisos inferiores.

Editado por Dennis Delacour

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Había permanecido días en el castillo Snegovik, encantada por el clima que allí prevalecía, disfrutando de la compañía de su madre y de los amigos y familiares con los que de vez en cuando se topaba por los pasillos. Pero la peliblanca sentía un cosquilleo extraño en su piel esa noche que no había experimentado durante toda su estadía. La habitación que se le había asignado estaba a oscuras casi en su totalidad, exceptuando por el candelabro descansando a un costado del sillón que - había decidido - era su favorito. Las sombras que proyectaba parecían danzar de una manera tenebrosa, y cuando jamás había sentido miedo o alarma estando en la oscuridad, ahora tocándose el vientre, sentía que tenía algo que perder. Un escalofríos recorrió su espina dorsal. Sentía la urgencia de salir a investigar y acabar con ese absurdo. Ella no se asustaba, no temía a nada y nadie lograría hacerle daño.

 

La chica de ojos dorados desplazó la mirada por toda la habitación antes de tomar el candelabro y dirigirse al armario. Se apresuró a colocarse una bata de seda roja que colgaba de una de las puertas de la coma de forma descuidada y no dudó en salir al pasillo.

 

Kamra no sabía lo que buscaba, o que podría amenazarlos en una noche tan tranquila, pero cada paso cuidadoso parecía estruendoso en el absoluto silencio de la construcción y la oscuridad parecía tragárselo todo. Su demonio Nyx, parecía alzarse en advertencia. Susurrando en su mente que algo no estaba bien. <<Se está acercando>> Kamra empujó a Nyx al fondo de su mente, justo antes de que un estruendo sacudiera al castillo y un viento helado apagara las velas del candelabro.

 

No necesitaba iluminación para ver con claridad, así que sin recordar tener cuidado al correr, se apresuró a llegar al lugar de donde había venido el sonido. Pero cada paso que la acercaba a la habitación de los patriarcas hacía que esa oscuridad familiar dentro de ella se alzara y acelerara su pulso. Ese sentido animal que tanto trataba de controlar y ocultar parecía enloquecerla ahora. Kamra batalló contra sus colmillos deslizándose hacia afuera dolorosamente hasta que se encontró con lo ultimo que esperaba ver.

 

Se apresuró, llegando en un latido del corazón donde estaba Marie. Tomándola del rostro y luego girándose hacia los tres líderes de familia - ¡¿Qué es lo que les ocurre?! - su grito hizo que las cienes le palpitaran y cuando se fijó a su alrededor supo que no eran ellos. Si la estrella dibujada en el suelo, la ouija descartada a un lado y las velas no le decían nada, entonces los ojos de su madre le confirmaban lo que ya estaba pensando.

 

No había nada de Leah en el rostro que le sonreía.

 

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@Oniria

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Sísifo:

 

 

 

 

Bufé, reincorporándome. Mi cabeza daba vueltas. Sentía pinchazos en todo el cuerpo, como si el aire hirviese en torno a mí. Marie, junto a la puerta. Su corazón latía intensamente, su aroma inundaba la estancia. El olor de lo vivo, lo cándido, lo orgánico. Leah la atrapó, agarró su rostro clavándole las uñas. Escuché cómo la chica me suplicaba. Quería ayudarla, pero no podía aplacar el deseo de estrangularla, desgarrar su cuello. Era incapaz de desviar aquellos pensamientos sin que una punzada lacerante me doblase sobre mí mismo. La chica fue rápida, invocó las llamas. Me alejé de la luz por puro instinto de supervivencia. No podía mirarla directamente, me ardían las pupilas. Leah la soltó, asustada del fuego.

 

Kamra irrumpió en la habitación. Me agaché, incrusté las uñas en el suelo. Una fuerza me hacía convulsionar, nacía de mis entrañas como un espíritu animal que despertara para apoderarse de mí.

 

Mostré los colmillos, rugiendo.

 

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El fuego quemó su brazo y, por reflejo, soltó a Marie. Sonrió. Sintió sus labios torcerse en una sonrisa irónica, se escuchó reír. Pero el dolor era insoportable, el olor a carne quemada le llegaba a la nariz y las punzadas le exigían a gritos que hiciera algo con la herida sin que nadie respondiera. Porque no era ella. Y quién tenía el control de su cuerpo no sentía dolor, ella era solo el contenedor de su ser. Kamra irrumpió en la habitación y, al igual que Sísifo, se contorsionó hasta adoptar una posición no solo incómoda sino inhumana.

Gruñó. Los colmillos crecieron en su totalidad y la boca se abrió hasta que era claramente visible el interior de su garganta. Temía por su hija, porque sabía que podía herirla. Pero también temía por Sísifo. Ya había descubierto que podían sentir dolor y que, al defenderse, podrían hacerle daño. Elementalmente, al demonio poco le importaron sus temores, se lanzó hacia adelante. Hacia la garganta de Kamra.

-¡Toma a la chica!

Era su voz, pero algo se escuchaba tras ella. Como esas malas traducciones en las películas. Una voz masculina, profunda, capaz de helarle los huesos a cualquiera. Oniria se movió tras de sí y antes de alcanzar a Kamra, pudo ver una sombra cernirse sobre Marie.


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Con varita en mano caminaba por los pasillos rumbo a donde sabía quedaba la habitación de los patriarcas, tenía idea dónde estaba aunque nunca había puesto pie siquiera en ese piso porque no quería irrespetar los aposentos de sus anfitriones, pero hoy todo era diferente, se sentía una extraña energía proveniente de esa área del castillo lo cual le estaba provocando una opresión en el pecho la cual no entendia porque, lo que si sabía es que eso siempre pasaba antes de que sucediera algo malo lo que ya la tenía bastante preocupada.

 

Vio una sombra correr en dirección de donde sabía estaba la habitación, la velocidad que llevaba no la dejo ver bien pero el cabello blanco y esa agilidad de movimientos le recordaban mucho a su hermana Kam cuando en más de una ocasión la vio moverse en los terrenos del castillo Rambaldi, sin dudarlo ni un segundo echó a correr detrás de ella al máximo que las habilidades adquiridas en sus entrenamientos le habían permitido alcanzar.

 

Cuando llegó al lugar las imágenes no eran para nada tranquilizadoras, Vio a Sísifo y a Leah como una especie de criaturas salvajes contorsionadas gruñendo y mostrando sus colmillos, una Marie asustada y una Oniria intentando ir por ella. Tenía que decidir rápido así que primero levantó su varita y apuntando a Leah que se cernía sobre su hermana dijo — Desmaius — el rayo impactaría a la bruja causándole al menos un aturdimiento para entender qué sucedía, no quería lastimarla ya que le tenía mucho aprecio más cuando no sabía qué era lo que estaba pasando. Rápidamente dirigió su varita a Oniria — Petrificus totalus — dijo para evitar su ataque a Marie, aunque por las posturas y expresiones que tenían los tres dueños de casa no sabía si esos hechizos funcionarían en ellos.

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Los ojos fijos en la inmensa oscuridad, estaba sentada en el centro de la cama desde hacía seis segundos exactos. El rostro perlado en sudor y el corazón latiendo como el de un roedor que acaba de escapar de las garras de un gato hambriento, intentaba parpadear, respirar, calmarse ¿habría sido una pesadilla? no lo creía. La angustia le oprimía el pecho pero no era suyo el sentimiento, tenía los sentidos sumergidos en una pecera y cientos de peces le hacían cosquilla en las mejillas, estaba llorando. Pensó en su hija poniéndose de pie, en la habitación no se oía más que la respiración suave de Ámbar, protegida entre los barrotes de su corral y el gruñido ligero de Siberia a un lado, allí todo estaba en orden.

 

Salió del cuarto anudando el cinturón de su bata rumbo a las escaleras, la temperatura había descendido mucho para su gusto y para la época del año en la que estaban por lo que decidió chequear las calderas. Los elfos dormían, y únicamente en la mansión vivían ella, Juliette y Ámbar. Aiya había desaparecido junto con Castalia, Pik con Massi y su nueva familia y Sebástian parecía haberse vuelto amante de las incursiones al norte. Más disfrutaba aquella soledad nocturna, estaba segura de que pasando cerca de la sala sería tentada por un poco de coñac.

 

—Mi buen amigo— Musitó haciendo bailar la bebida en el vaso, las sombras proyectaban monstruos en las paredes, la luz de luna bañaba el respaldo de un elegante sofá, reinaba la paz. Pero de un momento a otro el silencio fue perturbado. Un chasquido sórdido llamó su atención, las brazas comenzaron a chisporrotear en la chimenea segundos antes apagada y el fuego se hizo presente.

 

Macnair enarcó una ceja afianzando sus largos y delicados dedos al cristal acercándose con cautela a las llamas, éstas, lenguas enardecidas, entregaron un mensaje, un susurro a sus oídos.

"Están aquí"

Y así como la sala se tornó cálida y tétrica volvió a apagarse como el corazón de un anciano. Sus oídos se llenaron de un llanto temeroso, preocupante, no se trataba de su hija estaba aun más convencida que antes más para cuando cayó en cuenta sintió que el alma se le encogía. Corrió escaleras arriba, azotó la puerta olvidándose por completo de la niña —quien por suerte tenía el sueño pesado— volvió un caos su armario para tomar una simple túnica gruesa y la varita de la mesa de noche y desapareció, no estaba abandonando Ámbar, nadie jamás se había atrevido a hacer frente a un Huargo adulto, la dejaba en buenas manos o garras.

 

Ahora comprendía todo, la angustia, el miedo, el llanto. La conexión era tan fuerte que cuando Baleiro despertó en el castillo Snegovik, fatigado por una presencia demoníaca tan fuerte, ella fue capaz de presentirlo en los huesos, incluso estando tan lejos.

 

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