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~¤~Copa Mundial de Quidditch 2020 ~¤~


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—Tengo que seguir practicando con eso de los trasladores.

 

Pronuncia con su rostro un poco pálido debido al mareo, se sienta en el suelo y voltea a ver cómo el chico se sacude. Ríe un poco. No quería aceptar que muchos de sus hechizos mágicos habían quedado grabados en su memoria solamente de forma teórica pero nunca los había hecho de verdad. Quizá era esa la razón por la que el aterrizaje había sido un "poco" incómodo para los dos, pero el mago no hace mucho caso de aquello, ya que era parte de la emoción del día a día.

 

—De acuerdo, tú me dices entonces. Es la primera vez que vengo a un evento así y no tengo idea de cómo ni a donde ir, ¿Qué te gustaría explorar primero?

 

Le pregunta echando un vistazo a su alrededor, lamentando no haber llevado su escoba para practicar un rato ahí. Quizá hasta hubiese ayudado a que Becan le perdiera un poco la aversión a subir a una, puesto que no sabía si las evitaba por miedo a lastimarse o por miedo a desobedecer a su madre. En ese momento se pregunta quién podría ser su madre y estaba a punto de hablar cuando se da cuenta que alrededor del campo había algunas personas ofreciendo golosinas y recuerdos alusivos al partido que estaba por comenzar.

 

—¿Te gustan los dulces?

 

Y antes de darle tiempo a responder Danny ya estaba frente a una de las personas comprando algunos caramelos. Elige algunos, los paga y vuelve con Becan tranquilamente.

 

—¿Es cierto que adentro del estadio también tienen cosas?

 

Pregunta, espera a que le responda mientras piensa hacia dónde podrían irse a caminar. Al mago también le gustaba mucho recorrer lugares desconocidos. Cuando era pequeño, Danny se había perdido de sus padres, habían sido un par de horas terribles para ellos cuando afortunadamente un par de magos que vivían a dos casas de la suya, les devolvieron al pequeño quien no tenía la menor idea de lo que había pasado, él se entretenía comiendo un caramelo como si nada. Es por eso que la esperiencia no le había robado el gusto por explorar.

 

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Becan Viatore.

 

 

—¡Me encantan los dulces! — Exclamó mientras corría para llegar al carrito andante que vendí todo tipo de dulces, desde los más sabrosos y apetitosos como las empanadas de calabazas hasta los más raros y exóticos como la sopa de sangre de murciélago. —¿Alguna ve probaste de esas? — Inquirió, señalando con el dedo índice un caramelo redondo mitad naranja y mitad morada. —Son pastillas vomitivas, niño, ideales para saltarte las clases—. Le informó el regordete vendedor, haciendo que partículas de su saliva salieran disparadas de su boca y aterrizaran directamente en su cara.

 

—No creo que sea bueno probarlas ahora —. Masculló en un murmullo apenas audible, limpiando la baba de su rostro con el dorso de su camisa azul oscuro. —Voy a querer unas meigas fritas, dos empanadas de calabaza, tres pasteles de caldero y…un par de grajeas de todos los sabores —se mordió la comisura de sus finos labios mientras sus ojos recorrían la variedad de chocolates que lo estaban seduciendo. — y cinco calaveras de chocolates —. Sonrió, contemplando la mirada sorpresiva del hombre.

 

—Por favor —. Agregó a regañadientes, repiqueteando con impaciencia el suelo haciendo que la tierra debajo de sus pies se levantase. Tomó la bolsa de papel plagada de dulces que le había encargado y, a cambio le pagó con una bolsa de galeones como forma de pago. El carrito se alejó, sonando una melodiosa canción que permitía a los demás magos saber su ubicación.

 

—Ojalá que sí, a mi mamá le encantan las bolas de chocolate, le llevaré algunas para que no se moleste con nosotros —. Isabella amaba tanto los dulces como él, sobre todo los que estaban recuerdos por crema de frutilla y nata. Había tomado uno de los calderos que acaba de comprar para comenzar a comerlos. —¡Hacía demasiado tiempo no comía de estos! —Masculló, luego de haberle dado un gran mordisco al pastel.

 

Habían continuado su recorrido hasta llegar al descampado, a lo lejos podía verse una pequeña tienda con los colores de ambos equipos, además de pequeñas maquetas del partido que recrearían el partido una vez finalizado. —¡Quiero una de esas para mi tío Franck! — Arrastró a Danny desde la manga de su remera para obligarlo a andar más rápido. —Espero puedan vendernos también una escoba…

 

 

@@Danny Lestrange

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—¡A mí también!

 

Le responde abriendo su bolsita de papel para mostrarle su compra. Danny solía comprar bocadillos salados, y aquellos que eran con base de pan. Los dulces duros le parecían bastante empalagosos para su sentido del gusto tan sensible, así que prefería dulces suaves y quizá meigas fritas también. El chico le ofrece algunos caramelos a su nuevo amigo, con el que comenzaba a divertirse de lo lindo a pesar de que hacía muy poco tiempo que habían hablado.

 

—Entiendo. Algunas mamás adoran los caramelos. La mía ama los agridulces con sabor a tamarindo, siempre le han gustado los dulces muggles.

 

Se ríe bajito pensando en su madre adoptiva a la que extrañaba al igual que a su papá. Ya les llevaría de recuerdo algo, por lo menos había enviado una pintura que estaba seguro les encantaría, ya que ellos gustaban de los paisajes. Ahora que el mago reacciona, se de cuenta de que efectivamente había muchos recuerdos del campeonato y esa pequeña maqueta le atraía tanto la atención que quizá comprara una también para él.

 

—¡Increíble! ¡Mira! ¡Miniaturas de los jugadores sobrevolando en su escoba!

 

El chico estaba tan emocionado que algunos magos voltean a verlo reprimiendo una risita, ya que ellos se preguntaban si aquél chico había vivido en una especie de encierro como para sorprenderse casi por cualquier cosa mágica que veía. Y así era, caminando de puesto en puesto como niño pequeño, esperando a Becan y siguiéndolo hacia donde el niño quería ir.

 

—¿Comprarás una escoba? También venden el equipo completo de protección, y uniformes, todo...

 

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Zona de Carpas:

 

No y no. No iba a ir a aquel maldito mundial de Quidditch. Al último que había ido a divertirme había acabado con un secuestro, y no me refiero al del entonces Primer Ministro Crazy Malfoy, sino al de mi hijo Ithilion. Así que cuando mis dos hermanas las locas (las más locas, Ash y Hayame; Amya sólo es medio loca comparada con ellas) me dijeron que habían comprado bonos, me había negado por completo.

 

Ahora, en la mansión Potter Black, me encontraba disfrutando de la tranquilidad de tenerlas fuera y yo leyendo un libro de magia avanzada. Sí, me encantaba leer sin que nadie me molestara. Aquellos hechizos necesitaban de concentración y me gustaba practicar con los sillones, así que cuanto más lejos mejor. Llevaba un buen rato así, practicando con la varita, cuando sentí el "plop" de la aparición en la casa.

 

Era Czesar y se le veía muy preocupado. Se retorcía las manos.

 

-- ¿Qué ha pasado aquí? -- preguntó, al ver plumas volando en el aire, sillones destripados y volcados. -- ¿Han atacado los mortífagos?

 

Le sonreí y negué con la cabeza.

 

-- No, no, sólo estaba aprendiendo un par de hechizos nuevos. ¿Qué haces aquí? ¿No estabas con Hayame en ese sitio tan raro donde persiguen bolas y vuelan con escobas, pegándose con bates?

 

Por si no se nota, odio el Quidditch. El viejo elfo asintió y volvió a retorcerse las manitas.

 

-- Es su hermana Hayame... Está... Está... muerta... -- Me tapé la boca con las manos y me levanté de golpe. -- Deme la mano. Yo la llevo ante su... ante... ella...

 

No me lo pensé. Ni pude preguntarle qué había pasado. Le di la mano izquierda mientras con la derecha blandía mi varita. Desaparecimos.

 

Aparecimos en la zona de carpas ante una tienda de campaña de color amarillo pollito, en los alrededores del estadio de Quidditch. Parpadeé mientras me acoplaba a la luz del exterior e intentaba entender dónde estaba el cadáver de mi hermana Hayame.

 

-- No le mentí, señorita Sagitas. Su hermana está muerta. Es un vampiro desde hace tiempo... Y me pidió que la trajera, sé que no quería venir bajo ningún concepto así que... esperaba que no recordara ese detallito.

 

Gruñí y metí la cabeza dentro de la carpa:

 

-- ¡¡Hayaaaameeeeee!! ¡¡Estás muerta!!

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Becan Viatore, con @@Danny Lestrange

 

—¿Dulces muggles? —Inquirió elevando una de sus cejas castañas en una mueca que reflejaba la incertidumbre que tenía. — Mi madre jamás me dejó comer un dulce muggle, tampoco hablar con aquellas escorias —. El niño había crecido con los mismos ideales de su madre, con la supremacía de la sangre pura, mirando constantemente por debajo a los muggles, hijos de muggles o incluso a los mestizos, pero tenía la ligera sospecha de que Daniel encajaba perfecto en alguno de esos estándares.

 

¿Qué le diría su madre si se juntaba con un mestizo y encima escapaba del Castillo con él? La expresión de horror se reflejó en su semblante, seguido de un espasmo que le atravesó la columna vertebrar y le hizo tirar al suelo la mitad del caldero que estaba comiendo. -Bueno, si Danny estaba en el Castillo quizás no era un mestizo… Ningún Ravenclaw lo es, ni lo será- Intentó brindarse consuelo a sí mismo, rebuscando en su mente mil y una posibilidades de estar equivocado, después de todo él era su único amigo.

 

La emoción de Danny lo trajo nuevamente a la realidad; observó con detenimiento las facciones aniñadas que se habían apoderado del muchacho y llegó a sentirse culpable por pensar que era un impuro, le agradeció al Señor Oscuro en un susurro el hecho de que Daniel no era un Legeremante, sino ya hubiese descubierto sus pensamientos. —¡Sí! Y también quiero uno de esos —. Señaló una de aquellas maquetas que reflejaban el partido —. Me llevaré dos, así uno le podré dar a mi tío y el otro conservarlo como recuerdo.

 

—Sólo me alcanzará para la escoba, ya me he gastado la mayor parte de los Galeones que tría —. Masculló apresurado, pero si ocupaba el dinero de las entradas no podrían disfrutar del partido que habían ido a ver y hubiesen hecho aquel viaje en vano. —¿Me enseñaras a usar la escoba?

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—¡Claro que mw gustan! Son deliciosos.

 

Le responde con ánimo para después observar al niño con extrañeza. Danny era experto leyendo emociones en las expresiones faciales de las personas, por lo que no era nada difícil darse cuenta de que al niño le estaba pasando algo aunque no sabía qué. No se anima a preguntar y solo se le queda mirando. A los pocos segundos que escucha la manera en la que se refiere a los muggles, el mago enrojece y baja un poco la mirada después de girar la cabeza levemente hacia un lado.

 

—Sí bueno...

 

Sigue con la vista el caldero al caer al suelo, luego levanta la vista de nuevo para observar el rostro del niño. Al parecer ese chico creía mucho en lo que se denominaba pureza de sangre y de pronto se preocupa. Danny solía convivir mucho con los muggles y creía que habría algún familiar en el árbol que lo era, ya que el chico tenía fuerte atracción hacia todo lo que tuviese que ver con el mundo no mágico. Pero ahora que lo pensaba bien, se había equivocado al mencionarlo.

 

—Hace mucho que no los pruebo, pero igual.

 

Responde tratando de no sentir vergüenza, luego logra dominarse y le mira con una sonrisa. En ese momento solo quería divertirse y estaba seguro de que Becan también, así que se olvida del tema y asiente a lo que el niño le decía.

 

—Claro que puedo enseñarte a volar en escoba, aunque te voy a ser sincero: no soy el mejor profesor, mi equilibrio no es muy bueno por... ya sabes, mi oído.

 

Sonríe con calidez. Danny había nacido sordo, por lo que los años le habían ayudado a sustituir sus debilidades con otras capacidades que tenía, pero aún así era obvio que tenía limitaciones. Aunque realmente no le hacían sentir decaído ni mucho menos, así que para no pesar más saca su cartera y busca un par de galeones en el interior para mirar fijamente al chico.

 

—¿Quieres otra cosa? Hoy traje un poco de dinero extra.

 

Le propone cuando se da cuenta de que el chico se veía pensativo. Seguramente se había salido de la mansión con solo una que otra moneda que su madre le había dado y no era suficiente para costear todo lo que quería. Una ayuda después de todo no vendría tan mal. Después de todo casi nunca salía y no estaría mal llevarse algunos recuerdos de ese paseo que posiblemente podría no volverse a repetir.

 

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Becan Viatore, con @@Danny Lestrange

 

Sus finos labios se retorcieron en una mueca de desconfianza, al mismo tiempo que intentaba analizar las probabilidades de salir herido ¿Qué tan malo podría llegar a ser Danny sobrevolando una escoba? Quizás no demasiado y aquello estaba bien para él; después de todo, si llegaba a salir herido de gravedad la que cuidaría de ellos sería nada más ni nada menos que su madre, y el hecho de que la Hawthorne olvidara sus responsabilidades y velara día y noche por él, le emocionaba de sobremanera.

 

—No te preocupes ¿qué podría pasarnos? — Una pequeña sonrisa se reflejó en su semblante mientras giraba su cuerpo para observar con detenimiento a la señora de edad avanzaba que estaba detrás del mostrador, con una expresión de desinterés en su rostro. —Llevaremos también una saeta de fuego—. Bajó la mirada, para observar todos los objetos que estaba sosteniendo, tenía los brazos repletos y dudaba poder sostener una cosa más. —Aili… —. Musitó invocando la presencia de la elfina que siempre lo acompañaba a hacer travesuras, la misma apareció emitiendo un sonido apenas audible.

 

La pequeña criatura de grandes ojos celestes hizo una reverencia tomando la punta de su vestido. —Amo Becan… ¿en qué Aili lo puede complacer? — Una tímida sonrisa apareció al ver al mago que lo acompañaba, ella no era como Hugo, era una elfina que rara vez hablaba, al menos que sea de vital importancia. — Lleva todo esto a nuestras habitaciones en el Castillo — le ordenó, colmando la pequeña figura de objetos, dejando un par de grajeas dentro de sus bolsillos para comer más tarde. — Y asegúrate de que mi madre no se entere de mi ausencia —. Le guiño un ojo y, luego de una respuesta afirmativa la elfina se esfumó.

 

Chasqueó la lengua, dicha acción la había heredado de su progenitora, para luego observar a la vendedora. —¿Vas a darnos la escoba de una vez? ¿O piensas que no te vamos a pagar? —Inquirió desafiante, frunciendo el ceño entornando la azulada mirada a aquella mujer de cabellos blanquecinos, quien se había limitado a expresar un gesto y mover su varita de mala gana para acercarle una saeta nueva. — Con esa cara lo único que lograrás es espantar a los clientes —. Farfulló aventándole la suma de galones.

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Mira atentamente las expresiones faciales de Becan y no se puede aguantar. Suelta una sonora carcajada, pero luego se cubre la boca al recordar que aunque él no pudiese escuchar, otras personas podrían molestarse o sorprenderse por su reacción. Tardaría algunos segundos en controlarse porque la idea de imaginar lo que pasaba por la mente del niño le hace reír mucho, tanto que después de la carcajada viene una risita divertida que tarda un poco más en controlar. Cuando lo logra, Danny respira profundo y le responde sonriendo.

 

—Soy un peligro para mí mismo, lo sé.

 

Le responde haciendo memoria a aquellas ocasiones en las que se había herido cuando intentaba realizar algún movimiento difícil en la escoba, queriendo imitar a los jugadores profesionales de Quidditch o a esas chicas que hacían una especie de danza sobre escobas, tipo coreografías. No era muy conocido ese deporte pero hacía varios años conocería a una chica que lo practicaba y era con ella con quien Danny lo había intentado. Resultado: brazos raspados y sangrantes, además de una herida en la cabeza que sangraba también.

 

—Oh, una elfina, ¡Hola!

 

Saluda el chico. Él no había tenido elfos domésticos en su familia adoptiva debido a que su economía no les permitía ese lujo, pero siempre le habían parecido demasiado interesantes. Jamás habría creído que existieran criaturas capaces de canalizar su magia sin necesidad de varitas, cualidad que solamente los mejores magos podrían tener, y en muy contadas ocasiones. También le sorprendía la habilidad para desaparecer, la cual el mago pronto aprendería.

 

—Sí, que su madre no se entere, y tampoco le cuentes que le acompaño yo.

 

Aunque Danny no sabía quien era la madre de Becan, no era bueno terminar reprendido por haber sacado al niño del castillo sin permiso, y peor, sin avisar siquiera. Ahora el chico leía los labios del menor y se sorprende al darse cuenta de la forma en que le estaba hablando a la vendedora, cosa que le incomoda muchísimo. El muchacho solo mira a su alrededor y voltea a ver justo cuando le lanza las monedas a la mujer.

 

—Becan...

 

No le dice nada más, no le da un sermón sobre comportamiento, no pronuncia ni una sola palabra. Lo único que hace es colocar la mano sobre el hombro del chico con la intención de tranquilizarlo. Aquellas actitudes aprendidas dentro de esa familia de sangre pura incomodaban demasiado al muchacho, quien había sido objeto de tratos muy similares de miembros de familias poderosas cuando aún vivía con sus padres adoptivos.

 

 

 

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Becan Viatore

 

Aquella regordeta mujer incorporó su cuerpo con pesadez del pequeño banco en donde estaba sentada, resultando ser considerablemente más alta de lo que Becan pudo haber llegado a imaginar. Perecía un oso pardo parado sobre sus patas traseras dispuesto a atacar y abriendo la boca de par en par rugió: —¡Mocosos malcriados! ¡Dejen que yo misma les enseñe a respetar a sus mayores! —. Sus obres azules se abrieron con asombro, al mismo tiempo que tomaba la escoba que había comprado y tomaba a Daniel de la manga de su camiseta para salir corriendo.

 

—¡Corre! —Le advirtió, soltando el agarre, pero la bestial bruja no pretendía correrlos ya que aquello requería más esfuerzo físico del que estaba dispuesta a hacer, se limitó a blandear su varita, estirando uno de sus velludos brazos en dirección a los muchachos y gruñir: —¡Avis! —el encantamiento conjuró una pequeña bandada de pájaros que salieron de la punta de su varita, que revolotearon cerca del mostrador.

 

Viatore jamás había oído aquel encantamiento, giró su cabeza para poder apreciar los pajarillos que volaban inofensivamente entre los estantes, emitiendo un ligero canturreo —¿Pájaros? ¡qué ridículo! ¿así piensas corrernos, anciana gordinflona? —Se mofó, con una sonrisa burlona en sus finos labios.

 

¡Oppugno! — Otra vez agitó su varita, pero esta vez apuntando directamente a su cabeza, el niño pestañeo, recorriendo su cuerpo con ambas manos para asesorarse de no tener una herida más no se percató que las aves habían dejado de cantar para volear con gran velocidad hasta su cabellera castaña, picoteando y arañando su rostro.

 

Movió sus brazos con frenesí cubriendo su cabeza, haciendo que las heridas quedaran plasmadas sobre el dorso de sus manos. —¡Mi madre se enterará de esto! —Chilló, gritando y corriendo en dirección a la salida.

 

 

@@Danny Lestrange

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Danny se había quedado preocupado por haber ofendido a la señora, hasta que de pronto la ve ponerse de pie. El joven mago levanta lentamente la vista siguiendo la altura de aquella enorme mujer, y no puede evitar una expresión de asombro al descubrir su inmenso tamaño. Danny se había quedado inmóvil como en una especie de trance, boquiabierto sin poder pronunciar una sola palabra, solo la voz de Becan instándolo a correr lo saca de sus cavilaciones y le hace caso de inmediato al ver el movimiento de labios de la vendedora.

 

—¡Por Merlín! ¡Vámonos!

 

Le sigue sin protestar y en su carrera, el chico deja de darse cuenta de las palabras de la mujer, quien acababa de conjurar a un puñado de aver. Danny no se entera del conjuro debido a su sordera por lo que descubre a los pajarillos cuando ya estaban siendo atacados por esos. Al inicio intenta sacudirse agitando sus manos, pero recuerda que como todo mago, poseía una varita que le ayudaría, así detiene su carrera y mete la mano al bolsillo de su chamarra, toma su varita del mango y apunta hacia las aves que Becan ya tenía en la cabeza.

 

—¡Evanesco! ¡Fuera de aquí!

 

Pronuncia el hechizo señalando a los pajarillos, los cuales desaparecen de inmediato como si nunca hubieran estado ahí. Posteriormente les grita, pero no era necesario debido a que el hechizo había salido bien. Luego de un rato, Danny observa al chico y se toca él mismo la frente y descubre que le habían sacado un hilillo de sangre con ayuda de los picotazos. Luego vuelve a mirar a Becan, quien seguro estaba igual, pero no puede aguantarse mucho tiempo, y a los pocos segundos comienza a reírse divertido por lo que acababan de pasar.

 

—Deberías considerar el dejar de insultar a la gente, ¿No crees?

 

Le pregunta pocos segundos antes de soltar una carcajada, no podía parar de reír pues aceptaba que efectivamente le habían faltado el respeto y merecían aquél escarmiento. Realmente el chico lo agradecía, ya que pudo haberles lanzado otro hechizo más dañino, por lo que se siente afortunado. Así pasa un buen rato, recordando el enojo del chiquillo al amenazar que le dirá a su madre, y vuelve a reír un rato más. Sin embargo Danny sabía que tenía que curar las heridas, así que señala las manos de Becan con la varita.

 

—Episkey.

 

Pronuncia con claridad para que las pequeñas heridas se cierren y la piel quede intacta de nuevo. Una vez que lo consigue, Danny observa a Becan frunciendo el entrecejo mientras se aguanta una risita divertida. No podía dejar de pensar que aquello había sido sumamente gracioso a pesar de que habían salido levemente heridos, pero nada que no arreglara un buen hechizo de curación, el cual realiza también sobre su frente.

 

—¿Contento?

 

 

 

 

 

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