Edicto sobre el Estatuto Internacional del Secreto en territorio inglés

[Nate Weasley]

Septiembre había llegado con una rapidez inusual, barriendo el resto del año sin mucha lástima mientras poco a poco el verano se despedía para dar lugar a días cada vez más fríos. Pronto los árboles perderían sus hojas, y en cuestión de semanas el agua de la lluvia se congelaría en nieve. A decir verdad, aquella era una de las pocas cosas que extrañaría del pueblo donde se encontraba; la nieve no era algo usual en Ottery St. Catchpole, e incluso cuando lo era rara vez permanecía asentada en el suelo más que uno o dos días. Allí, sin embargo, la nieve caía como cortinas blancas interminables desde el cielo formando montañas de hasta metros de altura. 

Desafortunadamente, no estaría allí para verlo. Su varita zanjó el aire mientras apuntaba a su maleta, que de un sacudón se cerró firmemente asegurando los contenidos que había dentro. Ya había empacado la mayor parte de las pocas pertenencias que había acumulado durante los meses que pasó allí, lo único que restaba era una pila de objetos encima de la cama cuyo destino aún no lograba dirimir: un par de periódicos viejos, dos o tres tomos que había encontrado en la calle, una vieja túnica de viaje. 

Tomó asiento en la cama, su peso enviando uno de los periódicos al suelo, que se abrió de par en par para enseñar una foto de él mismo en lo que era prácticamente la totalidad de la primera plana. Aquel ejemplar había sido emitido ya un año atrás cuando él, junto a Ragnok, había salido a las puertas del Banco Mágico de Gringotts para anunciar el cese de las operatorias comerciales en vista de las decisiones administrativas de la gestión Yaxley. Las cosas habían ido en barranca desde entonces y, tras haber renunciado a su cargo en el Fondo Monetario Internacional Mágico y haber perdido las elecciones a Ministro de Magia, se había contentado por unos meses con ser Asesor de Finanzas Mágicas para la actual Ministra.

<< ¿Quién díría? >> pensó, mientras se agachaba a recoger el periódico << Que casi me vuelvo ministro para luego hacer arder el Ministerio en llamas. >> recordó la noche en que había incinerado la totalidad de la oficina del Escuadrón de Inquisidores que forzaban el Edicto sobre la Comunidad Mágica Inglesa. Tanto tiempo y tantas cosas habían pasado desde entonces que parecía que era un recuerdo de otra vida, y sin embargo la Orden de Captura a su nombre seguía aún vigente, emitida por el Alto Secretario para la Ministra de Magia, quien firmaba en conformidad y conjunción.

Naturalmente, el tiempo llevó al agotamiento por parte de la comunidad mágica y las fuerzas de seguridad, y tras varias semanas de no tener novedades de el Weasley su propia imagen se había reducido a un mero recuadro en las páginas más recónditas de El Profeta, ofreciendo una recompensa cada vez menor por datos sobre su paradero. Por casi seis meses, nadie había logrado adivinar donde estaba, y su escondite era un misterio para todos salvo para la única persona en la que podía confiar en momentos como estos. 

Observó el reloj de su muñeca: ya casi eran las cinco de la tarde. Si el plan seguía en marcha como él creía, ella debía estar por llegar. Desganado, pero incapaz de partir con ellos, guardó los periódicos en su mochila y dejó los libros y la túnica a un lado: quizá alguien podía darles una segunda vida. Estaba a punto de ajustarse las tiras de su mochila alrededor del cuerpo cuando la madera fuera de su habitación crujió bajo el peso de unas botas. Un segundo, dos segundos, tres segundos... y alguien tocó la puerta.

Nathan frunció el ceño. Ella le dijo que lo esperaría afuera.