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.: Castillo Triviani :. (MM B: 78361)


Mentita
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Enarcó una ceja al verlo probar los panecillos, aparentemente se sentía a gusto en el castillo. Una pequeña rama cayó sobre el mesón, prueba de sus actividades de los minutos pasados, sopló delicadamente y la rama voló sobre sus cabezas, hasta que un elfo la atrapó y vio a la Triviani sin saber qué hacer.

 

— ¿Requisito? —terció la bruja— Preferiría que no. Es molesto, sí, el que no sepan tu idioma. Pero también es conveniente por si no es tu deseo que se enteren de ciertas cosas... —insinuó guiñándole un ojo.

 

Contempló cada gesto de Derek, analizando el efecto que tenía sus palabras sobre él. No pasaría por alto una vez más lo anterior y, aunque moría de ganas por preguntárselo, supuso que sería mejor idea esperar un poco más; no era su intención asustarlo ni mucho menos, aunque no pareciese de los que huyeran.

 

— ¿Y dónde se encuentra dicho conejo? —

 

La gitana salió de su trance, especulando más de un millón de posibles respuestas a la pregunta que tenía formulada en su cabeza.

 

— Egli è ovunque —murmuró Candela.

 

Entrecerró los ojos mirando a los jardines traseros por la ventana de la cocina, a través de los vidrios podía avistarse las estatuas que alguna vez consiguieron en un robo y una guerra con otra familia.

 

— Nunca lo pierdes, él se pierde solo. Le gusta la sangre, pero la humana... —agregó distraída y le miró nuevamente con fijeza. — ¿Puedo preguntar por tu reacción de hace un rato? —soltó por fin, era curiosa.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Lo único en lo que pensaba el italiano era en quitarse los harapos de encima. Estaba ansioso con llegar al castillo, subir a su antiguo cuarto, buscar la ropa que esperaba encontrar intacta, e irse. La última vez que había visto a su padre fue una situación de lo menos agradable, por lo que si era posible evitar cruzarse con él, estaría más que dichoso.

 

Del resto de la familia, apenas tenía registro. Habían pasado unos cuantos años desde la última vez que había pisado el castillo Triviani antes de su partida. Luego, los sucesos con la señorita Black le hicieron perder el rastro por completo, y estaba seguro que más de uno ya lo daría por muerto. No le importaba. Nadie le importaba a Federico, sólo su propia vida y sus intereses y aspiraciones. Quería llegar, tomar sus cosas, e irse. Llegar, tomar sus cosas, e irse. Llegar, tomar sus cosas, e ir...

 

-¡Señor Di Giorno!

 

La figura espantosa del elfo interrumpió su caminata por los jardines, habiendo interrumpido a su vez sus pensamientos con la voz chillona que tanto caracterizaba a la criatura. Había caminado casi todo el trayecto que separaba las calles de Ottery con la puerta del castillo sin despegar la mirada del sendero y los mugrosos zapatos que había conseguido saquear de la Black. Se sentía indigente, pobre, carente de orgullo. Todo ello lo recuperaría en cuanto se cobrara venganza de la Haughton; era algo que se recordaba todos los días cada vez que se levantaba de su lecho.

 

Levantó la mirada del suelo hacia los ojos de la criatura. Su rostro contenía un gesto para nada amable, frunciendo los labios para evitar maldecir en voz alta. Alzó las cejas al ver el rostro del elfo totalmente anonadado por su presencia y esbozó una media sonrisa. Llevó las manos hacia atrás, inclinándose ante el elfo, casi llegando con su nariz a la altura de sus orejas.

 

-¿Te sorprende verme sanguijuela? -Una gota de sudor recorría la frente del elfo, quien temblaba de pies a cabeza.

 

-Me alegra volver a verlo, señor...

 

-Bien... -Se incorporó y llevó las manos hacia adelante, frotando una con la otra. Comenzó a caminar, llevándose por delante la criatura, la cual perdió el equilibrio cayendo de costado. Federico continuó caminando, derecho hacia el estanque que separaba los jardines del castillo. Le alegraba en parte volver a sentir el aroma a podredumbre que florecía de sus aguas cuando los vientos del oeste soplaban vertiginosos, odiaba todo lo que se encontraba por detrás.- Prepara mi cuarto, lo quiero impecable. Ni un rastro de polvo. Quiero mi ropa doblada en cuatro partes, apilada en el armario de forma criteriosa. Al mínimo desorden no dudaré en cortarte el cuello. Si lo ves a mi padre, Danyellus, nunca me has visto, aunque seguro notará mi presencia. No hace falta que le avises que me encuentro aquí; o mejor dicho, ni lo intentes.

 

Llegando al borde del estanque, el elfo ya se encontraba enredado entre tantas órdenes y directivas que le imponía el italiano. Pero allí no se detuvo aún, pues no quería perder tiempo.

 

-Me traes de la cocina un par de panquecitos de miel con una jarra de cerveza de manteca. Luego me lustras los zapatos de charol, que espero no me los hayan hurtado, y, por último,...-Giró hacia el elfo, mirándolo a los ojos.-...me traes una rata.

 

El pequeño elfo se encontraba desconcertado luego de escuchar la última frase. ¿Una rata?

 

-Así es. -Entonó disgustado.- La rata más grande que encuentres me la traes, no sin antes despulgarla.

 

La realidad es que la dieta de Federico se había basado en los últimos años en sangre de ratas, ratones y pequeños mamíferos. Prefería no recordarlo, pero la costumbre se hace vicio y no podía dejar aquel impulso de un día para otro. Purgar su dieta constaría de un proceso lento y arduo. El elfo notó en sus ojos verdes la impaciencia del Triviani; asintió varias veces y se esfumó de allí para cumplir sus obligaciones.

 

Federico se rascó la barbilla, observando el reflejo del castillo en el agua.

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El bello atardecer de un día como ese daba una razón para caminar por la calles de Ottery. La nieve en el piso de las calles cuando mirabas al horizonte podías ver claramente el destello de naranja que se formaba en el piso, realmente hermoso. Pero hoy no salía a tomar una caminata cualquiera sino a hacer una pequeña visita más o menos amigable. Mi acompañante en la velada era Agatha Gryffindor, tenia tiempo que no la veía, podía jurar que desde la ultima ronda de guardias que habíamos hecho juntos meses atrás.

 

Pase mi mano derecha por mi rubio cabello para después desaparecer y aparecer minutos mas tarde en mi destino final, el castillo de la familia Triviani. Había aparecido justo en el jardín, espere varios minutos hasta que mi compañera apareció. La salude y después hice una señal con la cabeza para que camináramos hasta la puerta. Sin pensarlo dos veces toque para que nos dieran una respuesta inmediata.

 

-Como has estado Agatha- pregunte mientras esperábamos.

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Apareció frente a las rejas de aquellos jardines, sintiendo bajo sus pies la mullida nieve. Sonrió al joven que la esperaba, a modo de disculpas por la demora, y bajó la amplia capucha del grueso abrigo que llevaba. Se trataba de una capa gruesa de lana negra que cubría casi toda su silueta, apenas dejando que el largo y grueso vestido color crema y las negras botas asomasen.

 

- Lamento la demora, debí cambiarme de atuendo antes de enfrentar este clima- argumentó sujetándose del brazo del joven para avanzar, puesto que los tacones de sus botas resbalaban bastante en el hielo.

 

Llegaron hasta la puerta de entrada de aquella mansión y llamaron con calma. Recién entonces el joven pareció querer iniciar conversación, cosa que agradó a Agatha, puesto que era mejor hacer aquellas rondas más amenas.

 

- Pues bien... sin mucho "espíritu navideño" pero de mí no puede esperarse otra cosa- respondió notando que aún sujetaba el brazo de su acompañante y soltándolo disimuladamente para no incomodarlo. - ¿Y tú? ¿Qué cuentas?- preguntó sonriendole.

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Derek se había marchado de imprevisto, dejándola con algunas dudas en su cabeza. Aunque Candela juraba que lo averiguaría, no eran ideas que llenasen su mente al completo; todo lo contrario, tenía unas cuantas preocupaciones quizás más importantes de las que debía ocuparse.

 

Sin embargo, el día pintaba para las interrupciones y, a pesar de no estar de buen humor, decidió que era momento de poner buena cara y dedicarse a las labores domésticas. Aquello incluía al castigo de los Chuck que se habían atrevido a querer ofrecerle bocadillos carbonizados; en primera instancia, se encargaría de hacerles confesar si había sido verdaderamente su primo Danyellus quien se los ordenó para ella, o simplemente lo inculparon porque querían salvar su propio pellejo.

 

— ¡Habla ya, rata est****a! —le gritó a uno mientras lo tenía colgado de una pata, con la sangre bajándosele al cerebro.

 

— ¡El amo Danyellus! —exclamaba éste a su vez tapándose el rostro con ambas manos, dejando ver una piel corroída por los golpes y el pasar de los años.

 

Se trataba de un anciano elfo que había estado desde tiempos inmemoriables al servicio de la mafiosa familia y que, tal vez, creyó que podría atribuirse ciertos derechos.

 

— El amo Danyellus —le imitó Candela pinchándole a confesar— ¡Aquel me rendirá cuentas después, apenas termine con todos ustedes! —espetó señalando amenazadoramente a otro elfo.

 

El aludido se quedó tieso y desapareció, como salvado por la campana, al escuchar el golpeteo de la puerta principal.

 

 

 

*****

 

 

Iba temblando, tiritando y nervioso. Se asomó por una de las ventanas principales para ver de quién se trataba y no logró ver más que dos cabezas y escuchó un par de voces que charlaban de manera tranquila.

 

— ¿Sí? —preguntó una vez hubo abierto la puerta para encontrarse con un mago y una bruja.

 

Chuck los miró ambos con evidente curiosidad, siempre vigilando a su espalda por si veía venir a la gitana en su busca.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Que grande es este lugar —murmuró entrando por la puerta que daba a la cocina, donde había dejado unos segundos a la muchacha a solas con el elfo.

 

Sus necesidades fisiológicas habían ganado (?) por lo que optó retirarse discretamente, para encontrar los servicios higiénicos, los cuales no fueron sencillos de encontrar. El Haughton había estado dando vueltas algunos minutos abriendo las puertas que encontraba, pero solo encontraban despachos, oficinas y puertas que llevaban a pasillos bastante largos y siniestros.

 

Cuando al fin encontró los servicios higiénicos, entró en la amplia habitación para cerrarla con disimula. El lugar era amplio y sus colores pasteles le daban cierta calidez al lugar. Se enjuagó la cara y lavó las manos, sintiendo el aroma a Menta que dejaba el jabón líquido que allí tenían. Se secó con la toalla y había salido nuevamente, pero había perdido el camino de regreso.

 

Siento haberme ido de imprevisto —se disculpó con la Triviani que allí se mantenía, dirigiéndose al elfo de mala manera por haber quemado los panecillos—. Pero me perdí en el camino de regreso a la cocina. Regresando al tema del conejo, todo el camino estaba esperando no cruzármelo casualmente...

 

Aún recordaba las palabras de Candela, al parecer el conejo no comía vegetales como los de su tipo. A este conejo le gustaba la sangre humana, y durante su travesía por el castillo, evitó la idea de pensar en el conejo, que posiblemente se encuentre en las oscuridades del lugar.

 

¿Cuál reacción? —preguntó levantando una ceja y sentándose nuevamente frente a la muchacha.

 

OFF: siento perderme D: JAJAJ me olvidé esta semana de las mansiones u_u sigamos con la trama como que no pasó nada (?)


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Le sonreí a mi compañera mientras escuchaba sus palabras, no podía creer que la Gryffindor no tuviera el espíritu navideño. Todavía eso podía cambiar había muchas razones para estar feliz en esta época. Pase mi mano por mis rubios cabellos pensando como responder a su pregunta. Eran pocos los cambios en mi vida últimamente.

 

-Estoy bien… intentando no volverme loco con los dramas que hacen todos los días mis hijos y sobrinos… A diferencia tuya tengo mi espíritu navideño muy alto estoy planeando disfrutar estas fiestas como si fueran las ultimas pase lo que pase - dije tranquilamente mirando a Agatha.

 

Unos minutos después la puerta se abrió ante nosotros y mire a quien nos recibía, un elfo cosa natural en la mayoría de los hogares de Ottery. Todo hasta el momento estaba tranquilo lo cual era perfecto ya que no estaba exactamente para sorprecitas quería hacer la ronda mas tranquila que pudiera tener para poder volver a mi amado hogar lo antes posible.

 

-Hola, yo soy Dylan Kyle Myrddin… esta bella dama que me acompaña es Agatha Gryffindor fuimos asignados a realizar una ronda por este castillo, queríamos hablar con algún patriarca si es posible - dije a la criatura en un tono neutral por el tipo de motivo que nos llevaba a esa residencia.

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Sonrió al oír la respuesta. Sabía que era de las pocas personas a las que el espíritu navideño la invadía muy "sobre la hora", y comprendía la emoción que los demás experimentaban respecto a las fechas a pesar de no compartirla.

 

- Espero me invites a tus celebraciones, entonces- dijo con una risa tranquila, volteando hacia la puerta en el preciso instante en que un elfo abría para recibirlos.

 

Dejó que su compañero hablara, exponiendo al pequeño sirviente los motivos de su presencia en el lugar. La Gryffindor apenas sonrió y asintió en dirección al enviado de sus anfitriones, para sostener lo que su compañero había dicho.

 

- Parece que aquí tendremos suerte, no siempre es posible llegar a ingresar a los lugares en que salimos de ronda- le explicó a Dylan, algo más animada.

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El mago entró rapidamente y cogió el caldero, no había tiempo que perder y su compañera le esperaba, debía hacerlo ahora o nunca o se arrepentiría mucho tiempo.

 

Con el objeto en manos, observó a sus rivales con una sonrisa. La victoria sería de él costase lo que costase

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Llegó lo más rapido que pudo a la Trivini y entró en su interior para poder conseguir aquel caldero que tanto necesitaba para ganar. Subió las gradas a toda velocidad y entre las puertas que había allí, lo encontró. Supuso que era la habitación de la lider, pero no se inmutó y entró para tomarlo.

 

Salió nuevamente del lugar para llegar lo más rapido a la Riddle y lograr su objetivo, aunque al parecer estaba tan mal como Addison, que había confundido todo (?)

 

Nos vemos al otro lado —sentenció antes de desaparecer


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