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Joaquín Granger

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Todo lo publicado por Joaquín Granger

  1. Buenas! Nick en hl.org: Joaquín Granger Nombre: Joaquín Casa de Hogwarts: Slytherin País: Uruguay
  2. La enternecedora escena madre-hija había rondado en mi mente desde la mansión hasta el callejón, había tenído muchas variantes, pero sin dudas, nunca eran tan buenas como la real. Se notaba a leguas que en la mente de la menor de las Granger rondaban un montón de recuerdos y anécdotas que ansiaba soltar, pero no sabía por cual empezar; y el hecho de que la llenaran de besos y caricias, la distraía de su objetivo. Aquello le resultaba desesperante, al punto de haberle lanzado el obsequio, y no contestar a las preguntas de su madre. Abracé a mi adorada socia, y besé su mejilla. Me encantaba que el tiempo no se reflejara en nuestra apariencia, era en cierta forma, tranquilizador, tener la certeza que me iría y que cuando volviera, tendría frente a mi el mismo rostro que tan bien conocía, y tantas alegrías sabía darme. Mi hija, seguro era la más grande. Ansiaba sentarme en mi oficina, ignorar un día más la montaña de papeles de la que debí ocuparme hace tiempo, y contarle los detalles de nuestro viaje, esos detalles que la pequeña no recordaba o pasaría por alto. -Fue un viaje precioso, Seishiro también iba a venir, pero se entusiasmó contándole el viaje a su tía Zahil y sus primos; de paso aproveché para que lo cuidaran. De todas formas te manda un beso muy grande -No lo había expresado tal cual, pero conocía las intenciones y sentimientos de mi hijo mayor, y él lo hubiera aprobado. La campanilla de la puerta anunció que otra persona había ingresado en el local, por un momento había olvidado que estabamos en horario laboral. Sin embargo, en cuanto Ariane mencionó el nombre del castaño recién llegado, supe que no era un cliente, sino la persona que ns ayudaría en el negocio. Clavé la vista en el impresionante ramo de rosas rojas invernales, preciosas, y si no fuera porque conocía la amabilidad hogareña de mi amiga, habría sospechado que había algo más... -Socio, gran amigo, y también el padre de esta niña preciosa que ves aquí-. Señalé con la mirada a la mini rubia-. Joaquín Granger, el placer es todo mío, en otros tiempos también resultaba más impresionante. -Estreché su mano y sonreí servicial- Espero te adaptes rápido, haremos lo posible para eso. Era un chico muy amable, y estaba totalmente encantado con Ariane, lo podía captar con al menos cuatro de mis sentidos, lo olía, lo veía en su rubor, y lo escuchaba en sus pulsaciones levemente aceleradas, además de sus halagos de la belleza heredad que tenía Helena, que por cierto, era muy cierta. Además había logrado que Helena no le clavara los ojos de forma inquietante, el dulce ayudaba a que la pequeña, tan educada como un tanto... huraña, por llamarlo de alguna manera, bajara la guardia. Eran actitudes heredadas de mi lado de la familia. -Agradece el halago del caballero Helena, también es para ti -La niña seguro no lo había captado totalmente, pero obedeció y agradeció con una sonrisa tímida. Sabíamos que el halago no era completamente para ella y menos aún para mí, aunque llenaba el ego que hablaran maravillas de mi niña mimada-. Con gusto nosotros también los acompañamos en el recorrido. -Quizás no era lo que el muchacho más quisiera, pero de todas formas solo sería hasta mi oficina.
  3. Eramos dos sombras caminando por el invernal Callejón Diagón; claro estaba que por nuestra condición vampirica no lo sentíamos, aunque no por eso íbamos a desentonar. Ambos con sendos abrigos de paño, largos hasta los tobillos, el mío era verde botella, mi color favorito, el de mi acompañante era de un tierno rosa pastel. Debajo de mi saco estaba mi traje gris, de corte inglés, sobrio como de costumbre y la corbata verde esmeralda rompía aquella monotonía y hacía juego con el saco, al igual que las botas de cuero de cocodrilo. La damita estaba vestida con un hermoso vestido beige, y calzaba unas coquetas botas de caña alta, de cuero y con hebillas a cada lado. Algo excesivo, pero ella gustaba de verse elegante. -Te vuelves una fashionista, amor -comenté mientras la tomaba en brazos aunque ya estábamos cerca de nuestro destino. -¿Qué es una fashionista? -Preguntó, trabándose un poco en aquella palabra -Bueno... es alguien a la que le gusta vestirse siempre bien -¡Es algo bueno! ¡como mi mamá! -Exclamó la pequeña de rizos dorados -Exactamente, así es -Una risita escapó de mis labios. Moría por saber que diría Ariane al enterarse de que su hija conocía a medias es termino "fashionista" y estaba fascinada. Que suerte que teníamos dinero, magia, y vida eterna para experimentar. La pequeña desde la altura que yo le proporcionaba, miraba ansiosa a su alrededor, quizás algún conocido, quizás la fachada del negocio en el que había crecido, y que algún día sería suyo. Pero lo más seguro es que sabía que lo que salvaguardaba la tan conocida puerta roja, era la persona que más amaba en el mundo, su mami. No había que ser especialmente perceptivo para darse cuenta que en las vacaciones, aunque maravillosas, la pequeña sintió la ausencia de su madre. Su apariencia más madura, no debía hacernos olvidar que apenas tenía tres años. -Ya llegamos, dame las gafas de sol, amor, que sea nuestro secreto. -No me iba a arriesgar a que me regañaran por permitirle aquella excentricidad, así que las oculté en el bolsillo-. El presente, se lo entregas tú -dije tendiéndole la bolsa que en su interior ocultaba un delicado vestido de crespón de seda, con manga campana. Blanca como la nieve más pura, y el toque de delicadeza se lo daba el cerezo bordado mano en toda la tela. Abrí la puerta luego de que me aventara sin mucho miramientos los anteojos, y tomara distraídamente aquella gran bolsa. La campanilla nos anunció con más alegría que a cualquier cliente, y de repente, las fragancias de la madera, la sabiduría milenaria del arte de las varitas, y jazmines, inundaron mi nariz y me sentí en casa. Ruidos provenían del taller, ya sabíamos donde estaba la tan ansiada persona. Una mirada cómplice padre e hija, bastó para saber que los dos estábamos de acuerdo en sorprender a Ariane. Paso a paso, sin hacer ruido, llegamos hasta el taller. Helena tragó aire exageradamente, pronta para exclamar: -¡Ya llegamos, mami! -Corrió hacia su madre, mientras yo reía por lo teatral de la pequeña
  4. El silencio reinaba como siempre en la mansión de los Granger. Aprovechando la tranquilidad aquella noche había llevado trabajo a casa, ya casi acababa de estampar la firma y hacer la pila para archivar y la que debía entregar. Ese método de acabar en casa lo había implementado hacía poco, Seishiro ya estaba más grande, más independiente y por tanto se entretenía tanto, y yo estaba seguro que terminaría en tiempo y forma, para que Kraven llevara los papeles.   Unos pocos minutos más bastaron para que el trabajo acabara. Bajé la pluma, puse las hojas en sus carpetas, las etiqueté, y llamé a Kraven, que al momento apareció, tomó todo, y dejó mi escritorio limpio. Aquel trabajo realizado de forma tan muggle ea relajante para mí. Al menos en aquellas ocasiones en las cuales al no atrasarme, terminaba pronto y sabía que no se me había traspapelado nada. Dejé escapar aire y me recosté en mi sillón esperando a que el elfo volviera para confirmar que había hecho el trabajo.   Dirigí la vista hacia la habitación donde se suponía que debía estar durmiendo el pequeño Granger. Al menos el silencio apuntaba a que era así, despierto, el rubio era bastante ruidoso. Me puse de pie y me acerqué hacia donde acababa de mirar, abrí la puerta con sumo cuidado para que no entrara la luz, y como si fuera un campo minado esquivé toda clase de juguetes hasta llegar a la cama. El pequeño estaba profundamente dormido, ya despeinado, y medio destapado. Acomodé su acolchado, besé su cabecita y salí sin hacer el menor ruido, como si nunca hubiera estado, y él no se hubiera destapado.   De nuevo en mi habitación sonreí con nostalgia. Hacía poco tiempo el pequeño había cumplido sus cuatro años, sus poderes y su naturaleza se iban desarrollando cada vez más rápido, casi tanto como su curiosidad. Veía su expresión cuando veía a los hijos de Sophie con ella, y veía luego en sus ojos como cavilaba una pregunta que yo aún no quería responder, no sabía como, no creería soportarla; menos aún en esa época en la que yo estaba más sensible.   Me paré frente a mi ventanal un segundo, murmuré una pregunta sin respuesta a la noche y seguí me camino hacia las escaleras. Era hora de mi cena, no estaba de ánimos para cazar, mi destino era la cocina. No pude evitar sentir pena por lo triste que se veía aquel lugar, todo inmaculado, eso no se negaba, pero tan grande para llenar con tantos pocos y visitas ocasionales. Cuatro años atrás yo tenía un montón de familia, con la que hablaba poco, eso había que reconocerlo, pero familia al fin. ¿Qué sería de ellos ahora? Otra pregunta a la que no sabía responder.   Ya en la cocina busqué las botellas de sangre en su refrigerador especial. No quedaba ni una gota, y no recordaba haberla bebido, hasta ese punto aumentaba mi distracción aquellos días. Suspiré me encogí de hombros, y fui al sótano. Las antorchas, usadas para darle un aire más folclórico a la mansión, se encendieron a mi paso y sus llamas oscilaban cuando pasaba junto a ellas. Al final a la derecha, tras unas pesadas puertas de roble, estaba mi reserva.   Tomé una botella al azar, y salí de allí con la cabeza nublada por mil cosas. Cerré las puertas con estrépito al llegar a la cocina y puse a calentar la sangre un par de segundos hasta que quedara a la exquisita temperatura de 36 grados. Lo serví en una copa y me dirigí a la sala de estar, me acomodé en el sofá y con un movimiento de varitas, música clásica empezó a sonar. Bebí un trago de mi copa sin saborear nada y clavé la vista al frente sin ver nada. Esperaba que la música entrara en mi y me calmara, que me transportara a otras épocas.     
  5. No sabía si sentir repulsión por el chico, que se había negado a saludarme, o admirarlo por ser de los más autentico que había conocido en aquel lugar. Aunque no es que la autenticidad justificara las faltas de cortesía completamente. Era mejor no seguir sumando problemas, o generar discusiones innecesarias, el día ya había sido bastante extraño y fuerte como para pelear con la nueva adquisición de Ariane. Al ver como se alejaba y se ponía delante del mostrador, entendí que mi explicación no había valido de nada. Debía practicar eso para cuando mis pequeños hicieran esa case de preguntas, no sería fácil puesto que su familia era fragmentada, dispersa, algunos irremediablemente perdidos eternamente y otros ojalá que así lo fueran. Ariane respondió por lo bajo, y sentí tranquilidad al menos por Helena, ella tenía a su madre, que a su vez tenía el tacto del que yo carecía. Asentí ante sus palabras, y apreté su mano amistosamente. Cuando creí que lo había entendido, nuevamente sus palabras volvieron a confundirme. Por un lado podían significar un "tenía que conocerte" de un empleado a su otro jefe, o del hijo de una amiga a su socio y amigo. Aunque bien podría ser el "tenía que conocerte" cargados de resentimiento y celos que se usa para dirigirse al novio, no grato, de una amada madre. Cualquiera fuera el caso, no iba a discutir, simplemente asentí estando de acuerdo y mantuve mi boca cerrada. Fue Aleister quien volvió a hablar, con una disculpa, más por compromiso, que porque lo sintiera necesario, su mirada de desconfianza hacia mi lo sugería, y que se atreviera a llamarme idi*** lo confirmaba. Si tenía razón en que había perdido el uso de razón, y se lo aceptaba, pero sus palabras parecían trasladarse a aquel entonces presente, y lo sentí como un vivido "pareces un idi***". Lo que me hizo soltar una carcajada de incredulidad. -No son muchos los que se atreven a llamarme idi***, aquí se utiliza el decoro y no dicen todo lo que pasa por sus mentes, eso se reserva para aquellos que han vivido mucho, y no es tu caso. Podrías haber dicho que estaba trastornado, ya juzgo yo las idioteces que hago. -Dije todo eso con dureza serena, pero cambié a una sonrisa tranquila y ablandé mi voz-. Una de esas puede ser dejar pasar tu insolencia sin más, y es justo lo que haré. Pero no todos los inmortales egocéntricos de aquí lo harán. -Callé por un momento, y volví a abrir la boca-, toda esta perorata no tiene sentido, ya que ni siquiera aceptaste un cortés saludo. En fin...bienvenido a Ollivander's , seguro será de los más... interesante trabajar contigo. -Tendí mi mano dispuesto a estrechársela, en gesto conciliador. El joven, a mi entender tras la larga y aburrida palabrería no tuvo más remedio que ir al baño, lo que me hizo sentir algo de vergüenza, debía controlar cuanto hablaba, parecería un verdadero anciano. Ariane le indicó el camino, y no pude evitar cambiar mi apenado gesto por una sonrisa divertida. De todo lo que me quedaba conocer en aquel lugar. Era increíble pero cierto, yo tenía mi lavabo privado en mi oficina. -Si no hubieras estado tu aquí, no hubiera sabido que responderle, hace años que no tengo que "ir" -le comenté a Ariane divertido-. Espero no haberme pasado demasiado con lo que le dije, no sé a que se debió, al menos reaccioné bien.
  6. Con los ojos fijos en el chico no pude evitar soltar una sonrisa de incredulidad y levantar una seja en ese mismo gesto. Era obvio que no había tenido la exquisita educación que Ariane pudo haberle brindado desde sus inocentes años de infancia, lo que había generado que en mi mente cruzara una certera frase: <<Insolencia desmedida.>> Pero debía reconocer que yo no había sido educado y debía componerme si quería recibir un trato similar -Es un placer, Aleister. -Saludé, con una frágil cortesía recién compuesta, mientras estiraba mi mano hacia él luego de separarme de la joven, que me había dado su nombre-. Soy Joaquín Granger, socio y gran amigo de Ariane. Al parecer había recuperado el control de mi mente y mi cuerpo, y ahora pude escuchar la respuesta del joven hacia su madre, sin perder la cordura. Los "fantasmas" se habían escondido, o bien esperaba que hubieran sido repelidos. Me extrañó mucho la reacción de ese joven Antoni y por un segundo mi egocentrismo se hizo presente; consideré la posibilidad de que me pudiera pasar a mi si no encontraba las respuestas a lo que buscaba, que suponía era lo que lo había motivado. Percibí que alguien en el lugar no había calmado sus ánimos, y que para ser más exactos, se habían alterado aún más en mi presencia, lo entendía, pero ahora que ya estaba tranquilo, los de él también debieron haber bajado. Esperaba que se serenara pronto, detestaba ser visto como una bestia cruel, y juzgado por eso, cuando ni siquiera sabían que era lo que pasaba en mi mente, ni yo lo sabía. Pero suspiró y se tranquilizó. Aunque su próxima pregunta, y más aún su comentario, me hicieron reír, aunque lo disimulé tanto como pude, bajo una sonrisa, que pretendía ser de adelantado agradecimiento. No había sido hasta ese entonces que caí en la cuenta que lo habían atacado los celos, el último comentario lo había delatado. Desvié la vista un segundo a mi socia, y me apresuré a responder con sobriedad, obviando el disfrazado motivo de su comentario final. -Yo me encargo del papeleo -dije encogiéndome de hombros, y añadí:- Siempre se necesita ayuda para una tarea mortalmente aburrida. La acción es dónde está Ariane, es la maestra fabricante de varitas y quien mejor se encarga del trato al publico. Sin duda siempre hay mucho que hacer por aquí. -Aquello último había sido una respuesta inocente a su último comentario, aunque aceptaba que pensara que Ariane y yo teníamos algún tipo de romance. "Grandes amigos" podía ser malinterpretada en aquel lugar.
  7. Di un sorbo al té en cuanto noté que Ariane tardaría su buen rato en cuanto a la varita, había que decirlo era muy profesional. En particular si atender al público era lo que me hubiera correspondido (y que por suerte no era así) seguramente hubiera llamado a los elfos para que divagaran frente a los clientes mientras yo disfrutaba con malévolo placer como los demás perdían su tiempo; en mi retorcida mente el té sabría mejor con algo de maldad. Al decir maldad sentí la que los fantasmas que aún se arremolinaban en mi mente, aunque ya no tanto como antes, soltaron una risa cargada de divertida maldad, esa que me divertía cuando llegué a dominar medianamente mis dones. Pero era una risa femenina, de una mujer joven, que disfrutaba de hacer un poco miserable la vida de los demás, una risa hechizante, que tuvo el poder de alegrarme y además formó una extraña sonrisa embobada en mi rostro. Una risa muy conocida pero enterrada. Cavilé sobre eso, esforzando a los archivos de mi mente al máximo para que encontraran una imagen, o mejor, el nombre de la propietaria de esa risa, y la causante de mis males. Pero fue en vano, nada apareció y los "fantasmas" flotando alrededor de mi mente, ya casi resignados a que nada se me ocurriría, lo que era irritante. Hasta mi mente desconfiaba de mi. Bebí otro sorbo de la mezcla de hierbas de Ari, cuyo sabor era indescriptible, a la espera de una epifanía, o alguna otra seña que me diera más respuestas. Cerré los ojos y justo en ese momento la campanilla de la puerta tintineó, dando aviso de la entrada de otro cliente, en este caso. Despejé mi mente, nublé mis sentidos, y relajé mi cuerpo, y las voces de la realidad se fueron tornando muy lejanas. Luego todo ocurrió muy rápido, o eso me pareció, lo cierto era que había perdido la noción del tiempo en cuanto un altercado, un muy molesto altercado, me desconcentró, y me trajo de vuelta a la realidad. Abrí los ojos de golpe, fruncí el seño con furia, de la misma manera apreté los los puños y de un salto me puse de pie. Comprobé, para mi sorpresa, que volvía a tener coordinación, control, y vitalidad en mi cuerpo, y los "fantasmas" parecían potenciar eso con sed de sangre. Mis colmillos se dejaron ver y en un segundo ya estaba en la parte delantera de la tienda. -¡¿A QUÉ SE DEBE ESTE ESCÁNDALO EN MI TIENDA?! -La varita la había olvidado, lo que me consumía era un deseo de romper algún cuerpo, y drenare hasta la última gota de sangre. Mi cabeza fue de un lado a otro, buscando al que inició el escándalo, pero se había ido, justo en aquel momento. Corrí hacia la puerta, dispuesto a darle caza, y a cualquiera que tuviera frente mio, pero en cuanto mi brazo rozó un haz de luz, sentí un terrible ardor en mi pétrea piel, y volví a la normalidad, los fantasmas se habían retirado, y yo volvía a estar en mis cabales. Al menos de momento. -Ari... -dije y me apresuré a abrazarle, fue cuando reparé en el otro muchacho que estaba allí. Diría que me apenaba que me hubiera visto de aquella forma salvaje, pero mi vergüenza, y decencia se había ido junto con los fantasmas. -¿Quien es él? -le pregunté en un susurro a mi socia. Al menos eso si fue un poco educado, a mi bestial entender en aquel entonces,
  8. Era día de emociones alteradas. Ariane ahora preocupada y por mi causa, lo que no ayudaba a sentirme mejor, el cliente que estaba ansioso por saber el pasado de la varita que había traído consigo, lo que me generaba envidia por poder hacerlo relativamente fácil. Y luego yo, que estaba confundido, molesto, preocupado, agotado y ahora me sentía lacra y envidioso. Aunque la envidia era una sensación conocida por mi y al menos no era por mi pasado, ésta vez. Buscar consuelo, aunque siempre lo había considerado como un signo de debilidad, me había hecho sentir mejor. Cerré los ojos y me recosté en aquella vieja silla, la única que era sencilla, sin tallado, cosa rara tratándose del taller de mi socia. Asimilando la pérdida de fuerza espiritual y lo débil que me había vuelto en un día, sentí que los fantasmas que revoloteaban en mi mente se tranquilizaban y se unían formando difusas imágenes; una gran mansión con un gran jardín repleto de fuentes y setos podados en diversas formas, a la par de las estatuas de mármol. A lo lejos se distinguía la igualmente grandiosa mansión vecina, que de momento parecía no tener relación con la que estaba frente a mí. Pero se veía más nítida. En el mismo momento en que una figura venía hacia mi desde mansión que tenía enfrente, la caldera silbó furiosa, distrayéndome de lo que parecía la respuesta a mis males. En lugar de la ira que habría sentido en un día normal, sonreí con sumisa resignación y me levanté para verter el agua en las preparaciones de hierbas de la joven que acababa de darme el último beso hasta la fecha. Sonreí al recordarlo y volví a mi asiento. Observé como ascendía el vapor de las tazas donde reposaba la infusión. Tenía la vista clavada en esa columna de aire condensado, como si estuviera hipnotizado y en el silencio del taller escuché la conversación del chico que había acudido por la ayuda de Ariane y ella. Sonreí al darme cuanto se parecía a mí, en mis inicios en aquella comunidad. Desorientado y sin saber bien a quien acudir. Por suerte para mí no tardé en encontrar una mentora, una de la que ya no sabía nada. Esperaba que el chico aclarara todas sus dudas; parecía que su mentor su guía sería el dueño de esa varita, o al menos tuve esa impresión.
  9. Tenía dos opciones antes la reacción de Ariane. O me desesperaba y me precipitaba frente a un espejo, o bien aceptaba lo intuitiva que era la joven y que mi expresión no era lo mejor. Si de algo estaba seguro, era que no lo podía negar, no tenía caso fingir si ya me habían descubierto, además al no estar seguro de lo que me pasaba, no podía establecer una buena mentira. Mi mente estaba quemada funcionaba a la mitad. -Lo cierto es que... -Y me "colgué" un momento, no tenía idea de lo que me pasaba, así que lo describí como mejor pude-. Gente de cuando era mortal o bien un "vampiro bebé" aparecieron en mi mente desde anoche y me hacen sentir como si de verdad tuviera 304 años. Y en ese momento me dejé caer en una silla y como si mi mascara de bienestar cayera con mi cuerpo, la cabeza pareció más pesada, sentí que explotaba, que el cuerpo perdía su fuerza; en fin, me sentía enfermo cosa que no pasaba desde que era un niño, que vivía en condiciones insalubres. Una sonrisa se asomó a mi rostro en cuanto pensé en como había perdido la costumbre a enfermarme, aunque claro eran siglos de distancia. La campanilla de la puerta sonó, a pesar de que resonó multiplicada en mi cabeza. Ante la desesperación por una pista de lo que me pasaba, consideré que podría ser la persona a quien buscaba. No era así. En cuanto la experta en varitas se acercó al mostrador, escuché atentamente las peticiones del distinguido cliente y no parecían tener nada que ver con lo que yo esperaba, pero le deseaba suerte al joven, estaba seguro que Ariane descubriría todo.
  10. A pesar de que era un día gris, como los que ansiaba a diario, algo no iba bien aquel día. Desde que desperté tenía una extraña sensación. Me sentía vulnerable y hasta me atrevía a decir que estaba hipersensible al entorno; una imaginaria opresión en el pecho me había molestado aquella mañana y en mi mente parecían querer entrar fantasmas de mi pasado, haciéndome sentir irritable, solo para ocultar lo preocupado que me sentía. Me detuve frente a la puerta del local y examiné un momento el retrato de mi hija. Pasé suavemente la yema de mis helados dedos y lo miré fijamente, como intentando hacer que me hablara y que quien me llamaba, si así se podía decir era ella. Pero ella no era. Una leve sonrisa de tranquilidad apareció en mi agotado rostro, al confirmar que mis dos hijos estaban bien y me dispuse a entrar en la tienda, cuyo interior era siempre el mismo. Inspiré hondo y el olor a madera, a resina, a polvo y a años y años de magia metida en aquel lugar, se me hicieron insoportables. Había temido que eso que jamás me había pasado, me pasara. Me sentía como si de verdad tuviera 304 años y temía que mi aspecto lo delatara, por lo cual había preferido evitar el espejo. Toqué mi oreja en buscas de rastros de sangre, indicio de que un vampiro no había dormido, pero a su falta pude tranquilizarme un poco. El ruido del taller fue un pequeño revitalizante, ahí estaba mi querida socia con una obra de arte. Eso siempre me había encantado, verla, porque mis varitas no reflejaban todo el esfuerzo que yo le ponía a esos trabajos artesanales. Además ella confirmaría que mi aspecto fuera el mismo de siempre. Una gabardina verde militar sobre un traje gris, una corbata de un verde suave y una camisa blanca y simple. Pasé mi mano por mi cabello como peinándolo y formando mi mejor sonrisa, fui hacia el taller. -Hola, Ari preciosa. ¿Te interrumpo? -Pregunté al verla tan concentrada en su trabajo.
  11. La pareja había llegado anunciándose alegremente. Eran Seba y una joven a la que no recordaba haber tratado antes, aunque posiblemente la conociera de vista, como era normal en aquella pequeña comunidad. En cuanto llegaron junto a nosotros me puse de pie para saludar. Me era un tanto extraño ver a Ariane como madre de un joven que en apariencia, podía ser su hermano, eran de esas cosas maravillosas de aquel lugar. -Lo mismo digo Seba. -Respondí a su saludo estrechando su mano, luego dirigí la mirada hacia la novia de él y también estreché su mano- El gusto es mío -Respondí con cortesía. Tomé asiento en cuanto los saludos y las presentaciones acabaron y las damas hicieron lo mismo. Seba en cambio se disculpó y fue hacia los niños, sonreí divertido ante el apretón de manos de los pequeños y el joven. Solía olvidar que Helena tenía más hermanos aparte de Seishiro, hermanos que la protegerían y cuidarían de ella y que sin duda atenderían a sus caprichos como los que presentaba cada tanto. Ya veía venir que no le costaría mucho descubrir sus poderes de hermanita menor. Escuché como Ariane le agradecía algo a Darla y sin ocultar la curiosidad, miré por encima del hombro de mi socia. Era una delicada joya, una cadena preciosa, algo que no le había regalado y que a la pequeña Granger le encantaría, de eso no tenía dudas. Al parecer tanto la madre como yo habíamos pensado lo mismo y su mirada cómplice me hizo reír, sintiéndome satisfactoriamente culpable. En ese momento volvía a verme como un padre de familia. En una fiesta de cumpleaños, sentado, vigilando a los niños disfrutando de los dulces que había en esas fiestas, con la variante de que allí la mayoría era de un solo color y un solo ingrediente. Era curioso como yo y mi hermana habíamos invertido roles, mientras yo gradualmente me sumía en el hogar, ella recorría el mundo encontrándose o quién sabía haciendo qué. Miré a mis niños y me di cuenta que su situación no era muy diferente. Para mi fortuna faltaban años antes de que la historia se repitiera y el terror no me invadió.
  12. Aunque ya sabía la respuesta, había necesitado que ella lo reafirmara. Eran de esas secuelas, pequeños trastornos, podría decirse, de la adaptación de no tener nada, a tener todo y sin límites. Y a pesar de saber que a Helena no le faltaba nada, era un deseo inconsciente el querer colmar de regalos a mis hijos, por lo que compartí la risa de Ariane. Aquel pensamiento me supo más que extraño cuando hacía tan solo cuatro años (o bien podría ser "hacía cuatro años ya") mi objetivo era saber de dónde provenía y sin duda no esperaba quedarme ni encariñarme con mi familia; buscaba una compensación por el abandono. Miraba a Helena, que luego de abrir los regalos había ido corriendo a intentar meterse en el juego de sus hermanos, a pesar de no saber que hacían, ni tener en cuenta que siendo los tres mayores y tan sobrenaturales como lo era ella, le llevarían una ventaja bastante mayor. Pero también había una gran diferencia de edades entre mi hijo y los niños Dumbledore y el rubio se las apañaba bastante bien. Seguro Helena lograría meterse en el juego al fin y al cabo ella era la celebrada tenía derecho. Escuché la proposición informal de la joven y por un momento creí que había sido una broma, por ver que los niños se llevaban tan bien. Era algo para meditar sin dudas. Por un lado no sabía que tan cómodos nos sentiríamos Seishiro y yo. Estábamos adaptados a la soledad de la mansión Granger, que era un cambio abismal con el Castillo Dumbldore, que daba alojo a una familia muy numerosa. Por otro lado Seishiro nunca se había quedado en otro lugar que no fueran mis propiedades, solos él y yo y ahora veía lo mucho que le gustaba socializar; quizás se podría probar... -Vaya Ari, me sorprende mucho tu proposición. -La aclaración era bastante sin sentido. Sorpresivo sería que no se la esperara- Quizás una temporada sea demasiado por ahora, pero a lo mejor un fin de semana mientras estén los niños. Si Seishiro se entretiene yo tendré más tiempo para mí, cuando llegue del local -Esa si era una gran verdad, o al menos lo esperaba- Ya veremos Tomé uno de los dulces que tenía en la mesa. Era rojo, intensamente rojo y al morderlo, el cubito se deshizo en mi boca creando una ola de líquido rojo. Nunca había probado aquello que seguro era sangre a medio coagular una forma de lo más original de presentarla. Sentía curiosidad por saber quien sería capaz de crear algo así, con algo que a simple vista no tendría variantes pero que me equivocaba. Lo acababa de comprobar. -¿Los "dulces" fueron tu idea? -Le pregunté a mi socia sabiendo la respuesta-. Sabes que he probado todo tipo de esta sustancia hasta alguna por demás especial. -Le guiñé un ojo. Sabía que comprendería mi referencia al mundo de las hadas al que habíamos ido hacía algún tiempo.- Pero nunca nada con esta presentación ¿Qué hay de Helena, ya comienza disfrutar de la sangre? Escuché que dos personas se acercaban al lugar de la celebración, yo y el resto. Los niños miraron un momento y continuaron saltando y chillando alegremente en uno de los inflables. Los niños dejaban que la que saltara más alto fuera mi pequeña. Sonreí al verlos y tomé de nuevo mi copa, di un corto sorbo al líquido rojo y la volví a dejar en la mesa. Desvié la cabeza hacia el camino de entrada, expectante.
  13. Helena me comentaba de su vida, en el corto trayecto hacia el lugar preciso del evento. Me sorprendía la claridad con la que se expresaba para su curta edad; era eso o la practica que ya había adquirido con Seishiro. Desvié mi atención por un momento al pequeño que estaba jugando en uno de los inflables con los otros dos niños, no había de que preocuparse, era una oportunidad de desconectarse y disfrutar del día con mis hijos, mi socia, y su familia. Al llegar a la zona central de la celebración, tomé asiento, justo como me lo indicaba Ariane, y me dejé servir por Helena, que se había desprendido de nosotros para ir a buscar dulces y cócteles para invitarme. La bandeja estaba en una mesita de niños, pensado para que la anfitriona alcanzara a todo y pudiera servir; al menos hasta que se aburriera y ese trabajo pasara a los elfos, que aún se encargaban sin parar de la decoración y la comida. -Gracias pequeña -dije, al tomar una copa martinera; con una sonrisa divertida al verla tan servicial con la bandeja de plata, que aunque se veía pesada, ella ya tenía la fuerza suficiente para llevarla como si fuera papel. El líquido de la copa era de un rojo intenso, aunque no revelaba su olor, puesto que el alcohol que contenía eclipsaba el aroma que tan apetitoso me resultaba. En aquel momento comprendí el tono empleado por Ari, para referirse a los dulces, lo que despertó mi curiosidad por todas aquellas obras culinarias que había allí. Di un sorbo a la exquisita bebida, que a pesar de oler a alcohol sabía a sangre, con ese ligero picor del alcohol, aunque sin llegar a ser fuerte. Miré a mi socia y reí con complicidad. Dejé la copa en una mesa que tenía frente a mí, y le di la esperada bolsa de regalos a Helena, quien, sin disimular lo ansiosa que estaba ver que había dentro. Metió su manita dentro y comenzó a sacar juguetes varios, peluches, de los que había tantos que podrían que podrían agruparse por categorías, y mucha ropa, tanto vestidos de princesa de cuentos de hadas, como ropa muggle en la que no mostró mucho interés, como cabía esperar de alguien de su edad. -Me aseguré de conseguirle todo tipo de cosas, tanto de ocio como de utilidad, ya lo verás todo luego. -Le comenté a Ariane-. ¿No es demasiado verdad?
  14. En el lugar predominaban cada vez más el rosa y el púrpura, colores tan alegres y tan brillantes que casi lastiman la vista. Una sonrisa interna acudió a mi al reconocer la influencia de su madre en el gusto de los colores de la pequeña. Afortunadamente, y para contribuir en eso, y evitar decepciones, la mayoría de los obsequios eran de color rosa y púrpura. Sin duda al momento de usar los abrigos rompería la monotonía marrón del otoño y posteriormente alegraría todo lo blanco del invierno, para el que no faltaba tanto. -¡Hola mi amor chiquito! -Exclamé e hincándome en una rodilla recibí con los brazos abiertos a la vampiresa, y la hice girar en mis brazos un par de veces-. ¡Muy feliz cumpleaños! -dije al bajarla, momento en el que Seishiro saludó a su hermanita, con algo de timidez. Recibí la bienvenida de mi socia, y como si los halagos al comportamientos del pequeño recién llegado fueran hacia mi, sonreí con un modesto orgullo. Besé la mejilla de mi socia a modo de saludo, y justo en ese momento apareció uno de los pequeños de Ariane, que analizaba a Seishiro con curiosidad y algo de timidez. Coloqué mi mano en la cabeza de mi pequeño, para hacerlo sentir seguro e impulsarlo a socializar, lo que a su vez me hizo sentir un tanto hipócrita puesto que yo detestaba socializar, estaba en mi naturaleza y en mi pasado. Antes de el Granger saludara a Reiven, el otro hijo de Ariane, que se notaba a kilómetros de distancia que era más extrovertido que su hermano, apareció con un algodón de azúcar; estaba sin un mordisco así que supuse que era para Seishiro, y confirmando eso, se lo entregó, justo antes de que Ariane se los presentara. El rubio de ojos cambiantes les tendió la mano a ambos, saludando como caballero, como sabía que eran los tres niños, a pesar de su corta edad. Los tres estaban listos para jugar a algo que seguro decidirían los dos mayores, y rogaba que a Seishiro le agradara lo que eligieran y no le dieran esos arranques de ira demoníaca que le daban de tanto en tanto; pero confiaba en que se comportaría como el caballero que quería ser. Además los otros niños compartían sus naturalezas y eran mayores, estaba seguro de que lo podrían controlar, no había de que preocuparse. Seishiro tomó la mano de Ariane con delicadeza, a modo de saludo, y se fue a jugar con Reiven y Luka. -Vamos a donde estaban sentadas -dije con una sonrisa y tomé la mano de Helena,- ya me di cuenta que no le has quitado los ojos a la bolsa, -le dije riendo a mi pequeña-. En un momento te lo doy, y podrás ir a jugar con tus hermanos. -Como única respuesta tuve una risa de interesada expectación, lo que me causó una carcajada, ese interés era heredado de mi.
  15. Aquel día no era un día como cualquier otro, era un día especial. Tanto mi hija como yo sumábamos un año más de vida; la suya había comenzado hacía dos años, y la mía hacía trescientos cuatro, no había comparación en el significado. Lo mío era tan solo el poder decir que hacía tres décadas vagaba por aquel mundo que tanto había cambiado desde mi infancia; sin embargo para ella si significaban grandes avances en su caminar, en su hablar y su comprensión, y en particular, estaba ansioso por ver como se desarrollarían sus poderes. Miré por inercia la bolsa con obsequios que oscilaba de mi mano. A simple vista era una bolsa de papel, rosa, con formas geométricas de un rosa más chillón, y en la esquina superior había un listón dorado cuyas tiras llegaban hasta el final de la bolsa, y se agitaban con la brisa otoñal. Otra brisa más fuerte me trajo unas cuantas hojas rojas, y marrones marchitas, y decidí que si no me apresuraba perdería el listón tan bonito, que no duraría en las pequeñas manitas de la Granger-Dumbledore. Para un muggle aquella bolsa tan solo podría obtener uno o dos obsequios, pero si uno la expandía mágicamente, podría tener tantos obsequios como dulces una de esas coloridas y divertidas piñatas mexicanas; y en efecto los tenía. Todo tipo de ropa y abrigos, zapatos, juguetes de varias funciones y peluches. Conseguidos a lo largo del mundo, tanto comunes como mágicos. Incluso reconocía que en mi afán de comprar y comprar, algunos de esos no eran para una infante de dos años; su madre los guardaría bajo llave y listo. Un jaloncito de la manga de mi camisa me devolvió a la realidad. El pequeño rubio Granger me miró con aquellos grandes ojos que se tornaron zafiros al igual que los míos. No hizo falta que hablara porque en su carita se reflejaba la desesperación por llegar. Le sonreí para tranquilizarle, y le señalé la silueta del gran castillo donde vivían su hermana y mi socia. Hacía bastante que no iba a aquel lugar, me preguntaba que novedades tendría Ariane allí dentro. Abrí la verja y di paso al rubiecito que empezó a caminar por el camino de piedra mirando que yo lo siguiera, como si él conociera al dedillo el camino. Unas risas de alegría llegaron a mis oídos amortiguadas por el sonido de nuestros zapatos al compás. Lo que a su vez me causó gracia, que el pequeño con cuatro años, ya exigiera una vestimenta formal, tal como la mía. Lo había vestido con un traje marrón oscuro, y unos mocasines beige al igual que el fondo de su camisa que tenía franjas de un verde manzana, verde más claro, y un marrón bastante brillante, no era algo propio de una fiesta formal, pero con tan solo cuatro años no podía vestirlo tan aburrido. Yo había elegido un traje igual, a diferencia de que el marrón que yo usaba era más oscuro y mi camisa blanca y sobria. Al fin llegamos a las escaleras que conducían a la hermosa puerta de cedro. Golpee cuando, y la elfina de Ariane apareció al instante y con notoria sorpresa nos indicó dónde se encontraba la Dumbledore, sin más hizo una reverencia y desapareció. Parecía ocupada, y nosotros no teníamos interés en retenerla; continuamos nuestro camino al jardín principal, dónde una escena fue de lo más enternecedora. -¡Que divertido! –Exclamé y mostré una gran sonrisa- ¿Podemos unirnos nosotros también? –Y sin esperar respuesta dejé que Seishiro corriera hacia el grupo y yo le seguí de cerca.
  16. -Ha de ser un libro antiquísimo, Ari -Comenté con curiosidad, mientras me sentaba a su lado. No me imaginaba que historias habría leído Ariane en sus años de infancia. No podía recordar que libros leíamos los niños de aquel lugar que llamaban orfanato, posiblemente ninguno. Por eso años después leí los cuentos de Perrault y los Hermanos Grim, luego de haber sido adoptado y haber conseguido una educación de élite Escuché lo que me comentaba de su vida, bastante movida últimamente al parecer. Me extrañaba un tanto lo que me contaba, quiero decir Hakoda ya había vuelto antes, y la vampiresa no se había visto obligada a irse de su castillo, cosa que en su momento también me había extrañado, pero como en aquel lugar en el que vivíamos todo era extraño, terminé por acostumbrarme. Tenía una curiosidad incontrolable. Quería saber todo y con detalles, a lo que se lo podría adjudicar a mi interés por la vida de mi querida amiga, y no podía negar que las novedades de cualquier índole -por no usar otra palabra que no sonaba nada caballerosa- me encantaban. Estaba a punto de abrir la boca para conseguir más información, y opinar sobre su situación. Cuando llegó una voz desde alguna parte de la tienda que clamaba por mi socia. Sonreí con pesar, asentí y la dejé marcharse. Me tumbé en su sofá en cuanto se fue, imaginando mil posibilidades por las que ella haya tenido que irse de su hermoso castillo, mas ninguna parecía muy probable y no quería sacar conjeturas antes de conocer bien la historia. Me puse de pie y me dirigí a mi oficina, había trabajo que hacer. Me senté frente al hermoso escritorio de roble, sobre el que esperaban un montón de papeles. Tomé mi pluma favorita y comencé a leer y firmar con la velocidad tan característica de los vampiros, leí una vez más para corroborar que todo estaba bien, y guardé aquellos papeles en su carpeta correspondiente. Abrí el archivero que ya estaba a estallar, casi diría que estaba más lleno de lo que estaba aquella mañana en cuando llegué. Dejé la carpeta a un lado, con algo de irritación, por aquel atraso en el trabajo, que no se justificaba teniendo elfos, pero ni modo, siempre iba a ser mejor que lo hiciera yo. Con la misma velocidad con la que había leído y firmado las hojas hacía tan solo un momento, comencé a organizar las carpetas que había en el archivero. Pronto el archivero estaba vacío, y sobre el escritorio había varias torres de carpetas, una por cada mes de lo que llevábamos del año actual, otras 12 columnas del año pasado, que sirvieran de respaldo -para prevenir- y un montón enorme de carpetas, que a mi parecer, llevaban allí desde que abrimos la tienda, y cuyos datos estaban ya registrados en los libros de cuentas, por lo que ya no serviría de nada. Guardé clasificando cada carpeta, y cerré con fuerza el último cajón, lleno de satisfacción por haber terminado aquel trabajo tan rápido como bien realizado. No había dudas, era un vago sin remedios, pudiendo trabajar así todos los días, prefería dejarme estar. Una alegre sonrisa se había formado en mi rostro, que se transformó en una de malicia al pensar en la mejor forma de deshacerme de aquellos papeles tan inútiles. Aparecí mi varita, y apunté a los papeles, dispuesto a quemarlos con fuego colorido, para que fuera un tanto más divertido. Pero al ver la silueta que los papeles habían formado se me ocurrió algo mejor. Con unos cuantos movimientos de varita, y unas palabras que había aprendido leyendo un libro, aquellos papeles se transformaron en un dragón de peluche. Rosa con motas violeta, aquel juguete tenía una cola que terminaba en un pompón del mismo color que el cuerpo y la larga cola enroscada, tenía un cuerpo muy relleno y suave, y un cuello largo. El juguete no estaba inerte, con fuerza agitó sus grandes y elegantes alas rosa, con las membranas simulando tul, de otra tonalidad de ese color. Aquella criatura se elevó unos centímetros del suelo, y cuando me acerqué a su cara, gruñó y me lanzó pompas, que al reventarse olían a fresa. Aquello había sido un éxito, debería convertirme en juguetero. Lleno de emoción salí de mi oficina para mostrarle el juguete a la vampiresa, pero ella seguía atendiendo otros asuntos. Afiné el oído, y escuché un par de voces que provenían de la habitación de los Ollivander, como solía llamar al lugar donde mi socia guardaba objetos preciosos de su familia. Me extrañó que las voces provinieran de allí, ¿Que tendría que hacer un cliente ahí? Sin duda la respuesta la encontraría cuando estuviera allí, la curiosidad me podía. Seguí las voces en silencio, y sin hacer ningún ruido, observé como Ariane y el joven empleado del ministerio, Sain, observaban un cuadro.
  17. Sonreí al entrar, no estaba seguro si era por tener la oportunidad de charlar y conectarme con el mundo o de ver a la vampiresa con poco trabajo, disfrutando de un buen libro. Tomé su mano, y la besé con galantería innecesaria; a esas alturas de nuestra amistad, no hacía falta hacerse el caballero, ella conocía mi lado oscuro, y yo el suyo. Pero aún así, era agradable mostrarse caballeroso. Hice un movimiento circular con la muñeca, y una rosa, tan roja que parecía falsa, y se la obsequié a mi socia. -Veo que tu también tienes poco que hacer, Ari. -Sonreí y escuché su pregunta-. Te agradezco pero me alimenté de paso al trabajo, -había sido un joven mago, humano, cabello castaño, hasta los hombros, mirada soberbia, conflicto de superioridad. Nada del otro mundo, pero me había saciado. Lo dejé vivir, y su rostro aterrorizado había sido la cereza del postre, lo que me había alegrado bastante la mañana-. ¿Tengo rojo en los colmillos? -pregunté para disimular la sonrisa. A pesar de trabajar a diario con Ariane en un mismo lugar, parecía que hacía mucho tiempo que no sabía nada de Ariane. Había tantas cosas que quería preguntarle, que ya lo había olvidado todo. Pero si podía asegurarme de algo, es que encontraríamos un agradable tema de conversación, no se podía negar que teníamos temas en común, y gustos en común. Además confiaba en que ella tuviera alguna novedad. -¿Cómo has estado, Ari? Nos vemos casi diario, pero parece que no fuera así. ¿Qué leías? -Podría haber hecho varias preguntas juntas, pero me contuve, había tiempo, y no había motivos para mostrase como desesperado por la charla. Algunas veces me preguntaba por qué tenía ese comportamiento tan alterado.
  18. Caminaba enérgicamente por el callejón, sin darme tiempo para ver las vidrieras y aparadores de aquel lugar tan variado en negocios. El otoño estaba a pocos días, y la nueva colección de ropa ya se mostraba en las tiendas, así como aparecían manjares típicos de esta estación que me agradaba tanto. Desgraciadamente hacía mucho tiempo que no probaba otra cosa que no fuere sangre humana, además del té y el café, pero aún así recordaba el sabor de la comida otoñal. Las largas sombras de los edificios, habían sido mis protectores un día más, pero no los necesitaría hasta el día siguiente, puesto que ya me encontraba de pie frente al negocio. Como de costumbre llegaba tarde y Ariane ya estaría allí dentro trabajando, puesto que el negocio estaba abierto. Afortunadamente yo no tenía mucho trabajo acumulado, por lo que podría terminarlo rápido y quizás me dedicara a limpiar los archiveros que hacía tiempo que nadie los tocaba. Pasé entre las largas estanterías, y seguí hasta el fondo del local, directo a la escalera de caracol. Subí, y caminé suavemente hacia mi oficina, pero miré hacia la puerta de enfrente, que era idéntica a la mía pero que ocultaba otra oficina. Indeciso entre ir a mi oficina primero y entrar a la oficina de mi socia, preferí ir a mi oficina. Acomodaría las cosas, corroboraría el trabajo del día y dejaría el saco en mi pequeño armario, y así estar más cómodo. Mi oficina estaba en optimas condiciones como siempre. Una sonrisa se formó en mi cara al comprobar que no había ninguna sorpresa, a pesar de que a la gente le gustaban las sorpresas, yo las detestaba, me alegraba más ver todo tal cual lo había dejado. Caminé hacia el armario y miré de reojo hacia la carpeta del escritorio, era generosa pero nada que no se pudiera hacer en un día. Me quité el saco beige y lo guardé un su percha. Para el día había elegido un atuendo simple, un traje beige, mocasines marrones a tono con una corbata que alternaba dos marrones en franjas diagonales bastante anchas, sobre una camisa blanca básica. Habiendo hecho aquello, me sentía incluso más alegre y con más ganas de saludar a mi querida socia, a lo mejor ella tuviera alguna novedad que me hiciera interesante aquel día común. Era extraño que una persona a la que no le gustaban las sorpresas, le gustaran tanto las novedades, pero no era un secreto de que yo no era alguien convencional. Salí de mi oficina y no tuve que dar ni dos pasos antes de poder golpear la puerta de mi socia. Aquello me agradaba. -Buen día, Ari, querida -dije abriendo un poco la puerta y asomando la cabeza- ¿Estás muy ocupada? ¿Puedo pasar?
  19. El rostro sereno de mi hermana, seguido por su inquietud, estaban sacándome de quicio. Parecía que lo que le decía no era captado por la joven, por más de que me mirara de tanto en tanto cuando comenzó a caminar por la amplia habitación.Hasta que mencioné a Selene, y se formó en el blanco rostro de la Granger una sonrisa que hizo que comenzara a pensar mil y una excusas para justificar aquello, como si yo fuera un adolescente cualquiera que tuviera que compadecer frente a su madre. Cuando se abstuvo de alguno de sus comentarios filosos, sentí un gran alivio aunque también me sentí como un idi*** al haber pensado en justificarme frente a mi propia hermana menor, que a mi parecer, al haberse ido durante tanto tiempo ya había perdido el derecho de pedir explicaciones sobre ciertas cosas en la familia, entre ellas, mi vida privada. Aunque siendo sinceros por más que ella volviera a ser la de antes, y estuviera más presente en la mansión, tampoco le habría dicho nada, aunque seguro Lunita habría tomado las cosas de otra manera. -Aparentemente es un híbrida humano-vampiro. -<<Eso creo>>- es muy pequeña y solo ha mostrado algunas habilidades muy débiles. -Había dicho aquello con seguridad, porque era cierto; pero no olvidaba que Ariane es una demonio. Aunque en aquel momento ella había sido humana, Selene, mientras que Ariane seguía siendo una demonio... era un tanto liado, pero no dejaba de concluir que sabía muy poco sobre mis hijos. Habiendo obviado su comentario con algo de sarcasmo, que a esas alturas era la única forma en que termináramos a los golpes de forma poco elegante, observé como Valeskya se acercaba a su ahijado. En lo no tan profundo de mi mente, a decir verdad, se proyectaban una imagen del demonio rubio con una explosión de sus poderes ocultos hacia si tía, sin duda prefería aquello antes de que fuera frente a su hermanita. Pero no pasó de una mirada desconfiada. Aunque aguardé cierta esperanza cuando el niño tomó un mechón de cabello negro de la vampira. Quedé pensativo un momento luego de que la joven se levantara y volviera a mirarme. No podía negar que cuando Val tenía razón, la tenía, aunque ni vuelto a morir se lo iba a reconocer. Conocía a los hijos de Sophie, claro, pero por alguna razón, al verlos tan controlados, como unos niños normales, olvidaba que eran sobrenaturales, aunque recordaba haberlos visto beber de un pobre incauto alguna vez. Ellos tres eran los otros habitantes de la mansión y aunque ubicar a la rubia era tan sencillo como preguntarle a alguno de los elfos si conocía su ubicación, nunca lo hacía. Era el desperdicio de un recurso valioso. -Tengo mis horarios tan distorsionados, que rara vez concuerdo con Sophie, y las pocas veces que estoy aquí, en un horario que podamos considerar normal, no hay rastro de ella, también debe tener sus cosas que hacer. -Aquello también era cierto, aunque no hubiera hecho el empeño suficiente para hablar con ella-. Aunque supongo que ya habrá oportunidad de que me de algunos consejos, ella debe tener lo que llaman "instinto materno". -Finalicé aquella frase con una sonrisa un tanto burlona, para evitar señalarle directamente, aquello que ella no tenía. Uno de los elfos apareció en mi cuarto, hizo su reverencia, impacientandome, pues quería saber cual era el motivo de aquella entrada tan abrupta, si el único que podía hacerlo era Kraven. Se trataba de visitas para Valeskya, de milagro que tenía alguna que otra amiga. Que de algún lado conocía yo aquel nombre, no sabía si lo había escuchado sin querer o porque me lo hubieran dicho. En Ottery todos se conocían, no debía extrañarme.
  20. Desde los veinte que no sentía el sol en la piel y otra piel cálida sobre la mía, tan fría como el hielo, como el cuerpo muerto que era. Que curioso era tener una hermosa mujer encima, dándose y dándome placer, y gimiendo, comprobandome lo que ya sabía, y tener un rostro borroso en la mente. Un rostro sonrojado, de alguien que fuera tan inexperta como yo, el de una chica dulce, que no había recordado desde aquel entonces hasta ahora. Un gemido largo y agudo, cantarino y hasta dulce, me volvió a la joven hada, que estaba sonrojada por la excitación, expedía una luz tan llenadora como la sangre de sus hermanos que había bebido. Su cabello dorado subía y bajaba al compás de su cuerpo cuando hacía que mi cuerpo entrara más profundo en el suyo e hiciera el intento de salir y volviera a entrar aún más profundo. Sonreí con una malicia llena de placer y acaricié todo su cuerpo curvilíneo, para rápidamente darme la vuelta y tomar el control de la situación. Con la velocidad natural que poseía, logré dejar a la chica sin capacidad de habla, con los ojos abiertos como platos, lo que me causó una carcajada. La carcajada más real, más sincera que había tenido jamás, una llena de una alegría humana, cargada de sentimientos que estaba nublada por mi tono de superioridad. Volví a darme la vuelta y quedé debajo de ella, sin dejar el movimiento repetitivo de mis caderas. Besé sus labios rosados, su mentón y di pequeños mordidas a su cuello, incorporándome poco a poco, hasta que volví a sentir la sangre en mi boca. Aquel acto se mantuvo por un buen tiempo más, gemidos, placer, sonrisas lujuriosas y más sangre. Hasta que sentí una música que provenía de los bosques, y cada vez se hacía más intenso y rápidamente. Miré alarmado a la rubia que entendió y se quitó. Pinché mi dedo con mi colmillo derecho, y lo froté en su cuello, que aún goteaba sangre, y a los dos segundos ya se había regenerado la piel de la chica y no quedaban marcas. Tomé mi camisa y mi ropa interior, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba con ambas prendas encima, mi pantalón estaba perdido y el tiempo se acababa. Con la misma velocidad con que me vestí tomé el vestido de la chica y la vestí. -Acompáñame, guíame hacia los hados que se llevaron a mi socia -Le tomé la mano, y comencé a correr justo en el momento en que ella tomaba mi pantalón de un arbusto. No nos costó mucho encontrarlos, por sus pensamientos lujuriosos; estaban en un claro cercano. Eran tres, aunque solo uno tenía la atención de la demonio, mientras los otros babeaban por probar solo un poco de mi querida amiga Dumbledore. Aguanté una risa pícara, al ver lo bien atendida que estaba; y cuando ya no pude más, solté al hada y corrí. Me volví en una sombra borrosa que rompió aquellos cuellos, como si fueran el cuello de una gallina. Sentí la risa de la de ojos verdes y miré a Ari, divertido. -Disculpa que me presente en paños menores, pero se acercan las hadas, termina rápido con ese, ya vienen sus hermanos y nos matarán si seguimos aquí -le patee los cuerpos inertes- bebe, fresca es mejor, y no he dañado el empaque, no puedes decir que nunca te regalo golosinas. -Tú... -dije suavemente hacia la otra rubia que me tendió los pantalones y el saco, que no sabía en que momento lo había tomado.- Vete de aquí, vete de este plano, yo te encontraré, te debo mi sangre y no he vivido trecientos años evadiendo deudas, ésta no será la primera. -Besé rápidamente sus labios, y luego dirigí mi vista a mi socia, sin dejar de prestar atención a la masa de hadas que se acercaba, aunque seguro saldríamos antes de que nos alcanzaran.
  21. Mi mente era una mezcla de todo tipo de pensamientos, tareas pendientes, proyectos a futuros, planes que estaban a medio realizar, nuevos líos familiares, la continua sensación de que estaba haciendo las cosas mal y recuerdos de un pasado que no tenía nada que ver con lo que vivía en Ottery, pero que relucían en mis acciones y elecciones. El comentario de la eterna joven acerca de mi estatua me había hecho darme cuenta de eso. Más para agregar a la lista de "pendiente" de mi mente. Era cierto que aquella estatua resultaba inútil, allí no corría peligro, y si lo pensaba un poco mejor aquella estatua podría ser mi perdición en lugar de protegerme. Si alguien entraba en la mansión, con la intención de saquear y destruir, era más probable que intentara violar la seguridad de algo que estuviera salvaguardado por una estatua y no por una simple puerta. Di un rápido vistazo a la estatua, decidiendo por fin que la quitaría, que aquel lugar no era Rusia ni Francia, que en Ottery no vivía entre las sombras y que todos eran mis iguales, y los hechizos no eran difíciles de romper. -Lo dices como si buscara los problemas, más bien ellos me encuentran a mi; Además que yo tenga problemas no quita que tu seas mala madre, y quita tu dedo de ahí, o te lo arrancaré. -Respondí con voz cansina, me estaba cansando de tanta pelea.- Entre tu maternidad y mi paternidad hay un abismo de diferencia. Tu sabes que yo vivo tan solo para Seishiro, y sabes por qué lo hago, y en cuanto a mi hija sé que está siendo bien cuidada, tiene toda la atención que necesita y sin dudas está mejor que aquí, me preocupo tanto por ella que prefiero renunciar a verla tanto como me gustaría por su bienestar. -Agregué con una mirada dura,- en cambio no sé puede decir lo mismo de ti y tu hija, la última vez que la vi que por cierto fue cuando la conocí, me sentí muy incomodo, claro que no tanto como tu, fue el abrazo más distante que presencié en mi vida. ¿Tienes idea de donde está?¿Si está a salvo o a que se dedica?¿Cómo sabes que no te necesita? Vaya... pensar que a mi me dejaron en un orfanato cuando no tenía uso de razón, y tu hija fue abandonada a la vida en los momentos más importantes. Antes de contestarle las preguntas que me había hecho, hizo callar al niño, cuya mirada se había tornado violácea como la de su madrina. Aquella expresión me recordaron a su madre, a la vez en que la vi frente a un espejo intentando suicidarse. <<Y aún así...>> Sentía la necesidad de correr y abrazar al chiquillo, al último pedazo que me quedaba de Sil. Pero sabía que el niño me recibiría con un chillido y pataletas y no estaba seguro de aguantar tanto, por lo que me resistí, y cambiar mi expresión de añoranza a una de seriedad, que era de las pocas que me podía permitir para dirigirme a mi hermana, y sus miradas de odio. -Si no te ausentaras por tanto tiempo, no pasarían estas cosas, cuando te iba a dar la noticia que iba a ser papá desapareciste tan repentinamente como habías llegado; no puedes culparme si vienes cada no sé cuantos meses, en un año pasan muchas cosas, pero te entiendo, cuando uno vive para si mismo no tiene conciencia del tiempo que pasa. -Le sostuve la mirada un momento y con el mismo tono de voz de forzada calma, continué.- La madre es Selene Dumbledore. Volví a escuchar las protestas de la Granger, y por un momento creí que esta buscando haciéndome enfadar. Si había alguien que sabía que rol ocupaba con respecto a Seishiro y en calidad de que, ese era yo, y si creía que no sabía lo que eran los celos, entonces se equivocaba. Pero sospechaba que solo buscaba señalar lo obvio, o la arrogancia la hacía creerse más inteligente. Celos sentí casi toda mi vida, hasta llegué a sentir celos de ella, estuve resentido porque ella nació en una época mejor, porque ella tuvo una buena infancia, porque ella tuvo oportunidades de conocer a la familia que yo no, por ser la menor y la que conoció a nuestros padres. Lunita con su dulzura y su simpatía, había logrado que al final me decidiera por dejar ese tema de lado y seguir adelante, y aunque trataba de ocultarlo y reprimirlo, aquello todavía resonaba en mi cabeza. -¿De verdad crees que no sé como es la vida familiar de Seishiro? -pregunté, levantando una ceja incrédulo.- Me he hecho cargo del niño con gusto durante estos años, y pienso hacerlo por los siglos de los siglos si fuere necesario, y no te he pedido más que dos favores ¡DOS! en tres años, y no son nada imposibles si de verdad te interesara, y otra cosa, sé perfectamente como funcionan los celos; te habrías dado cuenta mucho antes si no lo supiera, por lo tanto, deja ese tonito arrogante, que por más que lo que dices sea verdad, es algo que ya sé. Antes de que contestara, ya se le había ocurrido algo, que me hizo pensar que haberle contado el motivo del comportamiento de Seishiro, había sido tiempo perdido. Helena era sin duda el ser más parecido a mí que habría en el mundo. Nunca dudé que la chiquilla fuera hija mía; uno de los errores más felices de mi vida, y por eso mismo no iba a ponerla en riesgo ante su hermano, por más pequeño que fuera no sabía que poderes ocultaba, un vampiro no podría con ellos. De eso no quedaban dudas. -Helena, así se llama. Se parece más a mí de lo que nos parecemos nosotros, solo para que tengas una idea, mi cabello negro, y sus ojos son cada vez más parecidos a los míos, azules, no tengo dudas de que sea mi hija. ¿Estás consciente de lo que pides? Te digo que Seishiro está celoso y ya ves lo que hace cuando se molesta, -señalé el rastro de juguetes rotos.- Es un demonio tiene control sobre nosotros, no expondré a mi hija con su hermano así. Ayúdame, y te prometo que te presentaré a tu sobrina, pero primero hay que calmar a la fierita. -Volví mi vista a l rubio que estaba concentrado con unos cubos de madera y en como podría romperlos.
  22. Si yo había creído que mi atuendo era lúgubre fue solo hasta ver que no solo la túnica de Valeskya era tan negra como su alma y su cabello, que brillaba de limpio, al menos con eso sabía que donde fuera que la Granger residiera, tenía acceso a agua y shampoo. Aunque una parte de mi ser, bastante desagradable debía decirlo, no dejaba de preguntarse si se había lavado su cabello tan solo para visitar a la familia, y hasta lo consideraba sospechoso. Lo negué mentalmente justificando que Ella era un tanto salvaje pero tampoco como para no bañarse. Luego de que adjudicara el tema del baño a lo cansado que me tenía aquella tarea con el pequeño Seishiro, quité mi vista de su cabello y levanté una ceja. ¿Estaría haciéndose la tonta al buscar un perchero? Tenía un armario para los abrigos justo frente a su pequeña nariz, ella había sido una de las que lo había mandado construir, con mis pocos ánimos aquello habría sido más motivo de pelea; yo podría decir que tenía tan poca materia gris que no recordaría donde estaba su habitación, y justo antes de que subiera llamaría su atención y abriría la puerta del pequeño armario, solo para ridiculizarla. Aquello era sumamente tentador... pero si quería su ayuda, debía controlarme. -La misma Valeskya querrás decir, Lunita no era así, -y aunque la extrañaba, a la que necesitaba aquella noche era a Valeskya. Escuché los reproches sobre la bienvenida, y tuve que hacer más esfuerzos sobrehumanos para no arrancarle la cabeza. Nunca conformaba aquella mujer-. A ti no te gustan los abrazos, pero si con uno vas a dejar el quejadero me sacrificaré. -Me acerqué rápidamente la estreché con fuerza y besé su cabeza,- date por servida, porque no esperarás que te invite a entrar a tu propia casa, eso no existe ¿Acaso estás drogada o algo? -Aquella pregunta había sido más en serio de lo que mi tono sugería. Apreté mis mandíbulas y cerré los puños con tanta fuerza que creí que me haría daño. Desvié la vista mientras dejaba que la exagerada de mi hermana riera y riera y se doblara como si ella pudiera sentir dolor. Mi vista se posó en la mesita en el descanso de la escalera, que en otro entonces tenía sobre ella un jarrón que mi perra hermana me había arrojado, pero había fallado. Si siguiera allí, seguro que yo le habría atinado en su cabeza de muñeca de porcelana, y no solo por su tes... -Escuchaste perfectamente bien, Val, tesoro mio, -dije con una voz cargada de falsa dulzura- yo, Joaquín Granger, necesito tu ayuda. -Había preferido obviar la parte de la familia feliz, aunque ante tanta presión mis colmillos no habían podido mantenerse ocultos y quería arrancarle la cabeza de la forma más lenta y sangrienta posible, y a pesar de eso, no dejaba de sentirme mal, al tener esos deseos sobre mi hermanita, a la cual, a pesar de todo quería. Ya me cobraría cada sarcasmo, letra por letra, luego de que me ayudara-. Pero déjame corregirte algo, yo no hubiera dicho <<...que tan mala madre puedo llegar a ser>> -imitando burlonamente su voz- sino <<que tan mala madre soy>> eso es mucho más fiel a la realidad -Finalicé con una colmilluda sonrisa de inocencia. Como era costumbre de la joven de ojos violetas, comenzó a subir las escaleras, sin siquiera saber a dónde tenía que ir; aquella actitud siempre me había molestado. La seguí y más que eso usé mi velocidad, para pararme frente a ella y bloquearle el paso,antes de que se metiera en cualquier lugar. Sin dirigirle la palabra, dejé que me siguiera hacia la estatua que hacía las de puerta en mi cuarto, y que me hacía sentir est****o, puesto que era el único en la mansión que la tenía, aunque era un bonito adorno. -No te andaré con vueltas hermana -dije con una expresión un tanto sombría- Seishiro, ha estado intratable desde hace al menos dos meses, y la razón es que está celoso, porque tiene una hermanita menor... Felicidades Valeskya, hace un año y casi 8 meses que eres tía. Ahora vayamos al punto, -dije rápidamente- Necesito que, como eres alguien muy... directa, y no tienes muchos miramientos, -<<una perra, estoy usando mucho ese adjetivo, pero le encaja perfecto.>>- Quiero que intentes hacer entender a Seishiro que no voy a dejar de ser su padre ni de quererlo tanto como antes, porque ahora tenga una hija, usa todo lo que creas conveniente, pero que no se te vaya la mano, o no tendrás lugar en el mundo para esconderte, no soy tan pacífico como puedo parecer en la familia No esperé su respuesta, me di la vuelta, susurré al hipogrifo de piedra la clave, que se deslizó a la derecha, dejando al descubierto una entrada a mi habitación, y dejé que pasara la "dama" primero. La estatua volvió a su lugar, y sin decir una palabra, le señalé a la ex Lunita, el rastro de felpa de osos que debía seguir hasta su objetivo chiquito y rubio, que destrozaba cosas en su colorida habitación continua a la mía. Me paré bajo el arco que separaba ambas recamaras, y en cuanto me vio, el niño soltó un agudo chillido de rabia. -Encárgate -le susurré a la joven- ambos somos sus padrinos, nombrados por la mismísima, Sil. Cumple con tu trabajo, con la voluntad de Silverlyn. -Fuera aquella de pelo negro Luna o no, Sil era Sil, y era lo que me daba más seguridad de que lo intentaría con seriedad.
  23. Así como unas cuantas hadas me llevaban hacia un lugar al que no conocía, tres hombres hadas se llevaban a Ariane por otro lado. Las hadas y algún otro pervertido no perdían tiempo y ya habían tirado mi camisa al suelo. Llegamos a un claro, dónde la música casi no se sentía. Parecía los bosques de los cuentos de hadas de verdad, hongos rojos con lunares blancos, tan simpáticos como venenosos, flores de todos los colores imaginables, y el césped de un verde tan vivo e intenso que parecía artificial. Me empujaron hacia un tronco, que yo habría asegurado que ellas usaban como asiento. Con una habilidad casi innata, un hada pelirroja con los ojos azules tan intensos como el océano más puro, me quitó los pantalones y me trepó como si yo hubiera sido una pared, y comenzó a besarme apasionadamente, como si fuera su novio de toda la vida, me acariciaba como si supiera lo que me gustaba, seguido de algunas mordidas ocasionales. Las otras hadas, igual de hermosas, una con un largo cabello como si hubiera sido de las mismas hebras de oros, peinada en una trenza que le llegaba hasta la espalda baja, y unos ojos verdes tan intensos como unas esmeraldas. La otra hada tenía un cabello negro como el azabache, lacio, y su cabello llegaba hasta las rodillas, era incomodo solo de verla. El otro hada pervertido, tenía el cabello bastante corto y no era muy lacio, eran de los que crecían hacia arriba , castaño, ojos grises indescifrables. Este último masajeaba mis pies, y con su sonrisa cargada de picardía hasta se me hacía apuesto y excitante. Era lo que más me incomodaba. Mis colmillos estaban a punto de soltarse y no estaba en una buena posición como para matar a los cuatro, y si no actuaba rápido, sería un vampiro rostizado, ya fuera por el sol de verdad, o por el "sol" que tenían aquellas criaturas en su cuerpo, y que si no lo succionaba podía ser mortal. Quizás si dejaba que me quitaran mi última prenda de ropa... Pero no quería eso, al menos no que cuatro me disputaran como si fueran perros y lo mio un hueso. -Yo sé lo que eres, yo quiero tu sangre, te ayudaré... -El hada rubia era la que me había susurrado eso con una voz tan seductora, que hasta a mi se me hacía difícil resistirme. Reí, divertido y me puse de pie, y extendí mi mano hacia el apuesto joven que tenía su cara en un área demasiado peligrosa. El chico aceptó y lo guié hacia los árboles, me dí la vuelta y guiñé el ojo hacia las tres damas. El chico dejó caer su chaleco dejando al descubierto su torso que no era tan blanco como el mío; sus manos acariciaban mi piel, y era molesto, excitante y molesto. Acercó su cara a mi cuello, y antes de que sus labios lo rozaran, le tomé la cara, con una barba de 2 días, le sonreí y suavemente acerqué mi cara a su cuello, puse mi mano en su boca, y colmillos afuera. Beber su sangre era más placentero que el sexo mismo, era llenador, era tener el sol por dentro, era sentir la hierba, las mariposas los pajaritos, era beber el paraíso. Y antes de que pudiera seguir pensando en lo deliciosa que era el hada se hizo polvo. Las fueron incluso más fácil, corrí tan rápido con un vampiro lo hacía, y tomé por el cuello a la de pelo negro, y clavé mis colmillos, y drenarla, fue cuestión de momentos, y fue una sangre aún más exquisita que la del otro hada, era una brisa en verano, eran las comidas más exquisitas que había probado en vida, era la vida misma. -¿Qué pasa amor? Te asusta un poquito de sangre -Le sonreí a la chica pelirroja, a conciencia de que tendría la sangre de sus hermanos en mis dientes. La chica abrió los ojos como plato, y estiró sus brazos para dispararme con sus rayos de luz, aunque demoraría un rato en quemarme. Una risa exquisitamente malvada salió del hada dorada, estiró sus dedos apuntando hacia su hermana pelirroja y soltó sus rayos de luz que carecía de nombre, y con un grito la ojiazul salió volando. Corrí tras ella, y la mordí en la arteria femoral, mientras acariciaba su elegante pierna. Tenía el sabor de la lujuria, el excitante secreto, y el licor más fino, cubierto con una inocencia de sabor a sol. -Ahora eres todo mío -dijo el hada rubia, que se acercó moviendo pronunciadamente su cadera. Rodeó con sus brazos mi cuello y me besó, estrechándose contra mi cuerpo-. Ahora lindo, más te vale que cumplas, o te aso vivo. -Finalizó con una risita. Reí, no sabía si excitado por la situación o demasiado drogado con aquella sangre como para matarla por amenazarme. Mordí mi muñeca y le tendí el brazo a la rubia, que bebió mi sangre como si fuera el agua más pura de las montañas. Bebió un largo rato, y cuando terminó volvió a besarme con pasión, al tiempo que mis manos rasgaban su hermoso vestido, revelando un cuerpo propio de las estatuas de mármol más exquisitas, y que ¡Oh sorpresa! No llevaba ropa interior. Lo más fácil que había hecho aquel día, había sido dejarme llevar luego de que ella se deshiciera de mi ropa interior y nos fundiéramos en un solo ser, gimiendo, suspirando y gruñendo de placer entre besos y beso y con cada movimiento de mis caderas
  24. El sol había caído hacía unas dos horas, y hacía dos horas me había despertado de un buen sueño diurno. Ya me había alimentado, de mi reserva de sangre. Aquel día había sido sangre inglesa humana, con una dieta vegetariana, tenía un sabor, limpio, o tan limpio como se podía aquellos días; y una ligereza que indicaba que había llevado una vida sin presiones, ni preocupaciones. Esa sangre había sido como una revitalizaste y refrescante bebida de verano, aunque estaba a temperatura ambiente. Seishiro se había despertado justo cuando terminaba mi comida, y era su turno. Fue algo rápido, el niño estaba majadero y se negaba a comer, crispando mis nervios, encargándose de tirar la comida por todos lados como si no supiera usar su tenedor. Sus gustos eran cada vez más marcados en cuanto a su raza. Su carne le gustaba cada vez menos cocida, y sus ojitos cambiantes parecían beberse toda la sangre con la que yo me alimentaba, pero aún era muy pequeño como para tener su primera víctima... Como ya era costumbre luego de que comiera unos trozos de carne, y tirara el resto en el piso, en la mesa y por el resto del comedor, y llorara de rabia por no haber podido romper el plato para hacerme enojar; lo tomé a la fuerza, mientra empujaba con fuerza mi pecho para intentar soltarse de mis brazos. Al tiempo que yo hacía esfuerzos sobrehumanos por mantenerme callado, con los colmillos ocultos, y no caer en su juego, pero cada día me costaba más. Otra de las actividades que se habían vuelto rutina en el ultimo tiempo, era el baño después de comer. Para esas alturas ya estaba a punto de estallar. En algunas oportunidades el chico olvidaba su enojo y se divertía con los juguetes que tenía en la bañera. Pero aquel día no había sido uno de esos, el niño había empeñado en hacerme enfurecer, y había estado a punto de conseguirlo, tirando más agua de la normal fuera de la tina, retorciéndose para que no lo tocara, lloriqueando, y arrojando con fuerza todo lo que llegara a sus manitas. Ya vestido con ropa cómoda y fresca lo deposité con sus juguetes y dejé que se entretuviera solo, rompiendo tanto como quisiera, mientras fuera mi turno de ducharme. Me tardé mi buen rato bajo el agua, sacando todas mis tensiones. Me puse mi bata verde, y me asomé a la ventana abierta donde una brisa veraniega sacudió mi cabello, y se sentían las risas de los pequeños vampiros de Sophie que tornaban a la mansión un aire más alegre. Di vuelta la cabeza para ver al rubio pero soltó un chillido ofendido y apretando los dientes volví la cabeza hacia el hermoso paisaje nocturno. Aquellos celos estaban superándome, y si no podía hacerle entender por las buenas que él no dejaba de importarme por más que tuviera otra hija, lo entendería por las malas, siempre y cuando ella acudiera. Me apresuré hacia mi escritorio, y tomé una pluma y pergamino; no sin antes pensar en unas cuantas palabras que aplastaran mi orgullo y me hicieran ver como un incapaz, pero era la única forma en que podría conseguir algo de esa perra. Era increíble que pudiera decir eso de mi hermanita, quien alguna vez fuera la persona más dulce sobre la faz de la tierra. Ya iba escribiendo el inicio, con un: "Esta situación me supera, y tu eres evidentemente mejor para estos casos..." cuando un chirrido del desastroso portón del frente me alertó. Corrí hacia la ventana y al llegar una sonrisa se formó en mi cara. Solo vi una figura encapuchada acercándose con el sonoro repiqueteo de unos tacones, pero yo estaba seguro que era la persona a la que estaba escribiendo. ¿Qué estaría haciendo allí? Eso no lo sabría nunca, ella no era de las que daba explicaciones, y si las daba, seguro me mentía. Me alejé de la ventana y en unos segundos un ya me había vestido. Pantalones a rayas grises de la tela más fresca que encontré y una camisa de manga corta negra y un chaleco a juego con los pantalones, y unos zapatos negros. Algunos llamarían a ese atuendo, "pinta para un funeral", yo lo llamaba, "Inglaterra 1800" Quizás la ropa en sí fuera de esa época; no lograba adaptarme a las tendencias modernas, era lo único que envidiaba de otros vampiros. Bajé por las escaleras, y me detuve justo frente a la puerta cuando pelinegra abría con su varita la puerta blanca, o que en algún momento había sido perfectamente blanca. Pensaba que si la sorprendía quizás le daba un infarto, pero para eso había que estar viva, y fallaríamos con eso. Lo más seguro sería un puñetazo a la cara, eso era, eso se ajustaba bien a la joven que hacía años tenía veinte y poco. La perta se abrió y reveló un ente negro, que de no ser por sentir los tacos desde hacía rato habría asegurado que era una túnica flotante. -¡Mira lo que nos trae el viento veraniego! ¡Nada más y nada menos que a Valeskya Granger! -sonreí burlón y la miré de abajo hacia arriba-. Y pensar que cuando te conocí, en aquel bar lleno de gente, usabas una playera, jeans y unos tenis, jamás habría dicho que sabías lo que era un tacón, uno nunca deja de sorprenderse. -Reí, y justo antes de que pudiera ponerme serio y preguntarle como había estado un chillido ensordecedor llegó desde arriba. Cerré los ojos apreté la mandíbula y cuando los volví a abrir ya no había diversión en mi cara-. Necesito tu ayuda.
  25. No pude evitar una risa alegremente maliciosa al escucharla tan emocionada con la idea de cazar a esos seres que durante siglos habían sido los dueños de los cuentos favoritos de los humanos, y eran vistas como unas pequeñas bolitas de luz que otorgaban dones y regalos a princesas falsas, o que eran las responsables del florecimiento de las flores en primavera. Tonterías. Las hadas eran unas malditas bestias que adoptan la forma de la frecuencia en que se encuentran, pareciendo hermosas para quien las viera, y cayeran en sus redes para ser violados y no recordar nada, y luego nosotros éramos malvados. -Cierra los ojos, intenta bloquear tu esencia vampírica y demoníaca, y deja que esa sangre de hada te invada. Cuando dejen de sentir nuestro aroma natural y sientan el sol en nosotros, aparecerán, nos creerán humanos que han bebido sangre de vampiro; y hay pocas cosas que atraigan más que intentar conquistar a la conquista del enemigo. -Caminé unos pasos, cerrando los ojos e inspirando fuertemente, para soltar un largo y exagerado suspiro, que se llevaría de mi mente y mi cuerpo mis impulsos naturales. Pronto, antes de que comenzáramos a freírnos, detalle que preferí evitarle a Ariane. La sangre que le había dado era de hada pura y cedida voluntariosamente a cambio de unas hierbas, hace tiempo ya, pero la sangre estaba bien conservada, y era lo suficientemente poderosa para mantenernos a salvo hasta que pudiéramos saborear el paraíso en versión líquida otra vez. Miré discretamente a la joven a mi lado, e hice una mueca, tenía curiosidad por saber por qué no había aparecido Sele, hubiera sido bueno verla otra vez, aunque pudiera ponerme nervioso, aunque no la veía como una gran cazadora de hadas, Ariane era más... Salvaje. Risas y voces cantarinas se sentían a lo lejos, y no pude estar más expectante. Sentía el latido de muchos corazones, un aroma incluso más exquisito que la fragancia francesa más costosa y más recomendada, y aún así dicha fragancia no se acercaba ni a los talones ante semejante aroma. Una música demasiado alegre empezó a sonar como si saliera de entre los árboles, y no hubiera sabido decir si había sido eso, o el simple deseo de sentir la hierba, que terminé por quitarme los zapatos, y los calcetines. Las hadas se acercaban más y más, bailaban alegres despreocupadas, gráciles. Ninguno de ellos iban calzados y a medida que se acercaban más, se veía cuan suelta era su ropa, tal como las recordaba. Las mujeres llevaban largas túnicas de Georgette, y vestidos strapless y estilo griego de Batista y Organdí, todos en vivos colores, mientras que los hombres usaban unas camisas que les quedaban demasiado holgadas, y no se prendían los botones ni porque su vida dependiera de ello, o bien chalecos de seda o cuero teñido todo en colores tan fuertes como sus contrapartes femeninas. Mientras que de la cintura para abajo usaban una mallas tan ajustadas que dejaba muy poco a la imaginación y que me impulsaban a desear comerlos primero para no tener que ver eso. -A bailar -le susurré a mi socia, cuando las hadas ya estaban casi a nuestro encuentro- y muérdelas justo cuando ya te hayas ganado su confianza, no tardará mucho, pero bebé o te freirás. Imitando sus movimientos gráciles lo mejor que pude, moví mis brazos como si fueran papel y una brisa los meciera, mientras girando lentamente me unía al círculo de hadas, que reían sin ocultar su picardía, y comenzaban a meter sus manos, un montón de manos, dentro de mi camisa. Ignorándolas tararé su pegajosa cancioncilla, esperaba por todos los cielos que si les ofrecía mi cuerpo para divertirse con él unos minutos ellas no encontraran sospechosa mi frialdad corporal.

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