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Oniria

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Todo lo publicado por Oniria

  1. Preparé los oídos para escuchar lo que Leah se proponía a decir, pero entonces un chasquido ensordecedor enfrío mis movimientos y paré en seco. Tenía ambas manos ocupadas con el cuerpo de la Atkins y ahora no sabía dónde ponerlas. ¿Quién nos habría interrumpido? La chica se giró y yo hice otro tanto, descubriendo al oportuno testigo que había irrumpido en la habitación paralizando las impurezas que se avecinaban. Mientras ella miraba insistentemente al elfo, que analizaba la completa oscuridad entre atónito y asqueado, yo me dedicaba a contemplar el deje furibundo que se había instalado en su expresión y que la hacía todavía un poco más deseable. Me armé de valor para continuar besándola mientras trazaba un nuevo trayecto con mis dedos hacia aquel punto donde sabía que podría encender la mecha que la dinamitase, ajena incluso a la presencia de la criatura. Ya me arrepentiría al cruzármelo por los pasillos y verme obligada a agachar la cabeza. Ahora, en ese preciso instante, sólo quería llevar al extremo mis fantasías, los fetiches que lejos de pertenecerme había escuchado o leído por ahí, y que de pronto se me tornaban metas a superar. Pero nuevamente fue Leah la que hizo alarde de su intacta racionalidad al echar al intruso lanzándole una escoba. Acto seguido me engulló con sus ojos verdes. Sus facciones eran felinas, inmersas en la noche que sobre nuestros actos cernían las paredes del cuarto. Escuché vagamente sus advertencias. De hecho sus palabras se perdían en otra dimensión incomprensible para mí. No alcancé a entender qué nueva artimaña estaba a punto de poner en práctica cuando se agachó y un calambre recorrió todo el largo de mi espina dorsal. La electricidad siguió transmitiéndose por mis extremidades, adormeciéndome los miembros, intensificándose allí donde su boca labraba maravillas insustanciales que se materializaban en gemidos que ya apenas podía contener apretando los dientes. Eché la cabeza hacia atrás y me sostuve en la cómoda justo a tiempo. Me abandoné unos instantes. Noté cómo la sensación me trascendía, cómo mi conciencia se fundía en la de todas las cosas, desapareciendo así mi noción de individualidad. Quería con todas las fuerzas dar, entregar sin esperar nada a cambio, transferirle la excitación inmensa de mis átomos. Me preocupó el estar próxima a un cambio de estado. Quizá mi anatomía se fundiese y perdiese su estructura. Todo en mí temblaba como un océano de partículas gaseosas. Mis dedos se hundieron en la madera. Mis uñas crecían y menguaban repetidamente, ya que mi mente había perdido el control sobre mis transformaciones y no sabía si tender a la humanidad o el vampirismo. Tendría que arreglar los desperfectos tras aquella aventura pasional y devolver esterilizada su guarida a los elfos. Mis ojos se habían teñido de un fuerte color rojo que atravesaba las sombras. Eché un vistazo hacia abajo, buscando la mirada de Leah. La tesitura y amplitud de mis gemidos iba en aumento. Se mezclaban con los suspiros guturales, forzados. Alguien nos escucharía. Temí por mi dignidad y luego la pisoteé con un grito. Un arrebato vampírico me hizo retorcerme y desplazarme muy rápido. Mi lucidez y animalidad habían borrado la franja que las diferenciaba, extralimitándose, unificándose. Súbitamente me doblegaba ante aquellos impulsos que me invitaban a sobreponerme a Leah. Ésta permanecía agachada, sorprendida por mi inesperada reacción. La ayudé a incorporarse y en cuestión de segundos, valiéndome de mi fuerza, la aupé y cargué sobre mis muslos. Sus piernas rodeaban mi cintura para impedir la caída y yo la abrazaba como si dos centímetros de distancia fuesen algo vergonzoso. Avanzamos sin darnos ni cuenta, chocando contra la pared, la cual nos proporcionó la estabilidad necesaria como para mantener aquella postura sin sobreesfuerzos. Su espalda sudaba el calor que albergábamos ambas y yo asistía complacida al sonido de su piel restregándose contra la piedra. Mientras aceleraba el ritmo que iba adquiriendo mi mano entre sus muslos -ritmo curvilíneo o circular, no sabría diferenciarlo-, tragaba las palabras que se desventraban en sus labios hasta convertirse en balbuceos. —Shhh... van a descubrirnos. —Susurré divertida, tapando su boca para amortiguar el ruido.
  2. Leah puso el pestillo. "Niña precavida", me dije para mis adentros, sin poder disimular la sonrisa explosiva que dividía mi rostro en dos. Cuando se dio la vuelta agradecí el poseer intacto mi sentido de la vista en la oscuridad, otro don otorgado por mi raza. Mis ojos se posaron sobre sus labios, casi sintiendo el relieve descrito por la fina obertura que cedían a los dientes y el resto de la boca. Al fondo de sus retinas se erguía una columna de fuego oscilante. Mientras se deshacía de mi camiseta aproveché para continuar con mi labor bajo su oreja y en su cuello, mordisqueando suavemente, lamiendo únicamente con la punta de la lengua, que frenética se había terminado por familiarizar con el movimiento circular. El contacto entre nuestras pieles incrementó los latidos de la chica, cuyo interior emitía un rugido débil e imperceptible para un oído que no fuera ultrasónico. Era el gruñido fiero de un antepasado animal que había conseguido sobrevivir a los siglos de evolución. Me empapé de su voz mientras me empujaba. Yo ignoraba nuestra ubicación, las coordenadas geográficas habían perdido todo el sentido para mí. Bien podíamos estar en el Castillo Haughton que en mitad de la nada absoluta. El universo había frenado su expansión y había decrecido hasta adaptarse a las cuatro paredes de aquel cuartucho que hedía a productos químicos y asépticos. Choqué contra un mueble. El crujido que surgió de la madera golpeada se apoderó de mí. Su eco se multiplicaba y sonaba tremendamente exótico. Nunca habría imaginado que una cómoda pudiese dar tanto de sí. Dejé que sus manos me dominasen. Terminé sentada sobre la repisa, ella aprendiéndose el sabor de mi cuello (yo por otro lado ya había explorado anteriormente el suyo). —Casualmente tengo mucho que decir —murmuré. El clic del sujetador, el silbido mientras se deslizaba torso abajo, la destreza de sus manos -innegablemente experimentadas- jugando a ser las dueñas de otro cuerpo, el fantasma de sus palabras todavía vivo, inmediatamente sustituido por una nueva anunciación. "Qué traviesa", pensé, mientras las llamas se trasladaban a mis orejas, señal de la atracción que sobre mí ejercía aquella mujer. Cuando quise darme cuenta mis pantalones cortos habían desaparecido, pero no se me ocurrió sentirme ultrajada o indefensa. Desnuda, lejos de empequeñecer me había magnificado. Un latigazo de placer me castigaba la espalda cuando pensaba en mi falta de control, en el contrato tácito de sometimiento que había firmado al permitir que fuese ella la que dictaminase los pasos a seguir en la función, en el exilio de mí misma, en el destierro de mi autonomía. —Creo que no puedo estar más de acuerdo... —convine. El deseo de reducirme a ella era inaguantable. La pasión incontenible. Besé sus labios a una velocidad que sólo dos bocas entrenadas podrían mantener. Me separé cuando sus dedos encontraron el camino hacia mi interior, provocándome una contracción del vientre que se tradujo en un gemido ahogado. Volvió a invadirme con sus besos. Yo noté que me derramaba sobre sus brazos. La apreté contra mí, percibiendo entonces la única barrera que me privaba de hacerla también un poco mía. La frase ingeniosa que se me había ocurrido se deshizo en mi cabeza, sofocada y vencida por los jadeos. Busqué a tientas la cremallera del vestido, e inútilmente traté de quitárselo desde mi posición. Reí y poblé de pequeños besos el espacio que discurría entre una de sus comisuras y su pómulo consecutivo. Con gestos colmados de naturalidad bajé de la cómoda y volví a situarme a su espalda. —Puedes seguir adiestrándome allí arriba cuando termine de estudiar las medidas de tu vestido. "Estudiar las medidas de tu vestido", o lo que era lo mismo, impacientar a la cremallera, entretenerme en el proceso, introducir una mano bajo la tela a la altura de su pecho y otra más en dirección al bajo vientre. Recé porque el traje no cediese. Parecía mentira cuán elástica puede ser una prenda cuando te lo propones. En aquella posición y tomadas las riendas temporalmente, podía lamer su hombro y su cuello mientras la acariciaba lascivamente. Sólo de vez en cuando -y con la mano con la que arrancaba suspiros a su anatomía superior, por ser la más cercana- atrapaba la cremallerita entre mis dedos y la hacía descender unos centímetros. —Es... un conjunto precioso. —Sentencié, deshaciéndome por fin del vestido tras sostener la espera. Leah era como las cuerdas de un violín, y yo la típica curiosa que va a frotarlas por primera vez con el arco, a improvisar un pizzicato, y que súbitamente experimenta una misteriosa conexión con el instrumento. Quería percutir cada uno de sus nervios, presionarlos hasta hacerlos convulsionar, como un concertino busca hacer interpretando el solo de una obra maestra que requiere de un meditado virtuosismo.
  3. Escuché su contestación y me desanimé, incapaz de decodificarla o de pillar la indirecta que me confirmase que había comprendido que lo único que necesitaba del armario era desencajar las puertas. Parecía seria, como si realmente estuviese a punto de ofrecerme una master class de moda y estilo. Bebí nerviosamente. Y de pronto casi dejé caer la copa. Perdí el equilibrio. La fuerza de su mano adheriéndose a mi cintura era superior a la que ejercían mis pies sobre la superficie, apenas levitando, aletargados por la sensualidad de aquella chica. Recibí sus labios con deseo. Deseo infinito, alcoholizado. Cómo me alegraba en ese instante el que me hubieran interrumpido en mitad de mi ejercicio de escritura. Aquella pasión me inyectaría una sobredosis de inspiración que duraría unas semanas. La besé, apartando de mi mente a los mencionados familiares. Por mí podían quedarse todos contemplando el fuego de la chimenea; yo estaba ocupada avivando otras llamas, de esas impostergables que combustionan con saliva. Me embistió contra la pared y me dejé invadir por su proximidad. Mis tuétanos engrosados hacían presión contra la pared interna de los huesos. Cada una de mis células se expandía hacia la mujer que amenazaba con romper la tranquilidad de mi digna casa. Corría el peligro de quedar desheredada. Bien sabido era que los Haughton vivían nadando en la lascivia, pero también eran unos grandes defensores de la discreción. Quizás el mostrarnos en público, el renegar de todo escondite, el ser unas exhibicionistas e ignorar mis propias advertencias fuera el aliciente que convirtió mis impulsos en pálpitos desenfrenados. Un corazón ficticio latía en el fondo de mi pecho y había resucitado todas mis venas, que temblaban y se retorcían bajo mis muñecas y en el cuello. Mi interior burbujeaba, se hinchaba y me desbordaba. La excitación chorreaba por mis mejillas y cada uno de mis poros, abiertos de par en par, que daban la bienvenida a su llegada. "Leah, entra, aquí dentro, muy dentro", parecían gritar, contagiando de aquella desmesurada incontinencia a mis pulmones, que a su vez convertían mi respiración en un jadeo intermitente. La curiosidad que aquellos ruidos producirían a alguno de mis familiares era un hecho inminente, latente en las paredes y los muebles que decoraban el vestíbulo. La pared hervía, o era mi espalda regresando a la vida repentinamente. —Felices fiestas, sí. —Conseguí articular. Su boca no se detenía. La conversación se había trasladado a un canal de orden superior, instintivo e irrazonable. Imaginé que alguno de mis primos asomaba su cabeza por el resquicio del pasillo y se quedaba pasmado observándonos, sin poder apartar la vista de nosotras, absorto por el ansia que desprendían nuestros movimientos. Leah me mantenía apresada y a no ser que ella decidiese cambiar de escenario estaba dispuesta a dejarme hacer allí mismo. Afortunadamente rescató algo de sensatez y abrió la puerta del escobero que se encontraba a nuestro lado. Crucé primero. Mientras me seguía aproveché mi velocidad vampírica para apartar la decena de trastos que los elfos guardaban para la limpieza. Despejé el armario en un pestañeo y busqué su silueta en la oscuridad. Sonreí. A veces la intensidad de mis emociones podía interrumpir el paso del tiempo. Aquel momento se congeló a nuestro alrededor. De pronto había muchos días en cada minuto. Antes de que pudiese acercarse y retomar la iniciativa recurrí nuevamente a mi vampirismo para situarme tras su espalda. Mi rapidez le impidió adelantárseme. —Estoy preparada para escuchar todos tus consejos —Susurré de pronto junto a su oído, con la voz tomada por aquellas sensaciones penetrantes que ascendían desde mi vientre y se transformaban en sudor en mi cuello. Mordí juguetonamente el lóbulo de su oreja. Quería cederle a ella toda autoridad, convertirme en un juguete de sus fantasías, ensuciar aquella pulcra habitación, impregnarla del olor de dos cuerpos unidos (olor que no era nuestro, ni tan siquiera la simple mezcla de nuestros aromas particulares, sino una combinación afrodisiaca de fluidos y agonías que clamaban por un espacio donde evaporarse).
  4. Estaba escribiendo violentamente, exasperada, cuando alguien llamó a mi puerta. Gruñí y eché una mirada funesta al techo, que pareció retraerse intimidado. Puse los ojos en blanco. —¿Sí? —Mascullé, más secamente de lo que pretendía, incapaz de contener mi irritación. Cualquiera pensaría que era una ermitaña susceptible. "Tiene visita", escuché como respuesta, una voz gelatinosa, insípida que arrastraba las sílabas y se filtraba a duras penas a través de las bisagras. Parecía que me hablasen desde debajo del agua. ¿Visita? Enarqué una ceja. No recordaba haber citado a nadie. Quizás quisieran darme una sorpresa inesperada. Me encogí de hombros y suponiendo que se trataría de un amigo de confianza me despreocupé totalmente por mi aspecto. Me zambullí entre los pliegues de una camiseta anchísima y cubrí mis bragas con un pantalón corto de color negro. Me calcé las vans sin abrocharme los cordones y bajé con parsimonia la escalera, todavía molesta por la interrupción. Inconscientemente mis pasos me condujeron al recibidor, obedeciendo a un mecanismo automático que activaba mi profundo desinterés. No reaccionaba a estímulo alguno, como sumida en una hipnosis adormecedora. Cuando llegué al vestíbulo experimenté una confusión desalentadora, como si de los muebles hubiesen crecido muchas manos que me dieran vueltas de un lado a otro para marearme e instaurar el reino del sinsentido. Entonces vi a Leah, con su vestido rojo como la sangre o el vino contenido en la copa que sostenía con su peculiar gracilidad. La joven robaba la bebida a sorbos diminutos, hasta el punto de que llegué a pensar que eran sus labios los que la obligaban a regresar una y otra vez al líquido, dolidos por la repentina separación, conscientes de la distancia que se abría entre ellos y la mano. Aquella mano se me tornó sensual. Apretaba el cristal, firmemente pero con suavidad, y su piel era traslúcida y sedosa como la tela de una cortina atravesada por el sol. Imaginé que aquellas manos de dedos puntiagudos se posaban en mi nuca y escarbaban remolinos en el nacimiento de mi pelo. Debía haberla invitado a casa estando borracha. Y no me lamentaba. Sus ojos verdes olían a hierba recién cortada. Sí, los ojos pueden oler. Yo respiraba aquel perfume salvaje sobre el del barniz que abundaba en el Castillo. Sus pupilas se encogían, se estremecían como el tendón de un brazo y seguidamente se relajaban, volviendo a un estado laxo. No pude evitar esbozar una sonrisa radiante. Su cabello suelto era una alegoría del tacto. En sus mechones se había perdido la definición de caricia. Las puntas se disolvían sobre la piel. Estaba ensimismada. Apenas podía escuchar lo que decía. —Discúlpame por recibirte así... Es una triste bienvenida. —Rompí mi silencio, refiriéndome obviamente a mi atuendo descuidado. No quería deshacerme en elogios, por lo que me abstuve a halagar su vestimenta y dejé que fuese mi expresión la que lo hiciera. —Tenía que hacerme de rogar. Entiéndelo. Me decepciona que no me hayas esperado. —Bromeé, con ese tono que dejaba traspasar mis intenciones. Tomé la copa que me ofrecía, aproximándome prudentemente a ella. Sentí cómo atravesaba las fronteras que delimitaban su campo de gravedad, e inmediatamente caí hechizada bajo su influjo. Era un pequeño asteroide en las inmediaciones de una masa gigantesca que poco tardaría en absorberme e incorporarme a sus entrañas. —Deberías, deberías felicitarme. Aunque no sé si mis familiares se pondrán celosos cuando vean cómo pasas de ellos. Eso está feo, ¿no te parece? —Inquirí. Di un trago al vino. La uva me calentó las cuerdas vocales—, arriba no tendrías que detenerte a desear felices fiestas a nadie. Ni vendrán a robarnos el vino o la intimidad. Si no te apetece subir... tengo un salón precioso, repleto de Haughtons invadidos por el espíritu navideño. Me lamí el contorno que el fluido granate había dibujado sobre mis labios, exagerando quizá el gesto, compensando mi deplorable aspecto con mi naturaleza tentadora y persuasiva. —A lo mejor puedes acompañarme a cambiarme de ropa... para aconsejarme. —Sugerí. Esperaba no llegar ni a abrir la puerta del armario.
  5. Ups, cierto, olvidé colocar el link >.< qué torpeza la mía. Te lo dejo aquí, muchas gracias por la rapidez Anne :3 Bóveda Nº 100774 ¡Un abrazo! @
  6. ¡Buenas! Me gustaría que se modificasen los siguientes campos de mi ficha. Necesito la actualización del campo Familias: Necesito la actualización del campo Cualidades Psicológicas: Necesito la actualización del campo Historia: ¡Muchas gracias! Un saludo
  7. La pelirroja manipuló con dedos de mantequilla las arrugas de su capa para dejarla caer como un velo sobre mi lado de la cama. Su respuesta me arrancó una carcajada de infante, una de esas que son raíces primitivas y que de antigüedad están enterradas en lo más profundo de los seres, nutridas por el ambrosía del alma. Una de esas joyas que el tiempo guarda, conserva en el interior de un cofre confeccionado con los engranajes de todos los relojes congelados. No reía con tanta naturalidad desde que nací. Le revolví el cabello y su color cambió de un rojizo uniforme a un cobre betado, un manojo de tallos de guayaba visiblemente diferenciados, uno apuntando a cada dirección de la Rosa de los Vientos, como una fascinante brújula personal de mechones y olor a centro de la Tierra. Me miró a los ojos hondamente. Me taladró con aquellas esferas azules de agua melancólica en las que podía verme reflejada como una copia magnificada de mí misma. Dentro de sus pupilas mi rostro no expresaba dolor alguno, ni podía rascarse el drama de entre los pliegues pronunciados de mis párpados o lamerse el néctar agridulce (producido por una vida abrumadora) de mis labios. Mi otra yo, la que se había vaciado en sus cuencas tantas veces, se deshacía en sonrisas y se sentía omnipresente, inmersa en la conciencia de las cosas. Deseé teleportarme a aquella fantasía que se sucedía intensamente en el intervalo de tiempo en que la luz conseguía penetrar en su retina. Me tomó por sorpresa, con la guardia baja, indefensa, incrédula. No recibí sus labios, no inmediatamente. Apenas pude prevenirlo como para elaborar un plan de acción. Y con plan de acción me refería, indudablemente, a un conjunto de respuestas medianamente premeditadas que me permitiesen lidiar con el asombro, el deleite, el amor que erupcionaba en boca de mis arterias y transmitía el grito enfurecido de la sangre por todo el cuerpo. Me quedé paralizada unos instantes, recordando la sentencia dictada en el Caldero. Se estaba repitiendo. ¿Debía aborrecerlo, apenarme por Allen? Mi piel se embadurnó en el egoísmo más altruista jamás conocido. Egoísmo porque sacrificaba los sentimientos de mi amigo en pro de mis actos, altruista porque estos estaban en su totalidad dedicados a satisfacer a Arya, a transmitirle cuán necesaria era su existencia en mi mundo. —No puedo evitarlo. —Me excusé, más para mí que para la Lúthien. Quería al menos reconfortarme con aquella falacia. Estaba en mi voluntad frenarlo, lanzarlo todo por la borda, sí, pero no entre mis deseos.
  8. Por la súplica que leí en sus ojos supe que no debía tocar el tema. Callé de inmediato, lo aparté de mis pensamientos hasta recluirlo en una alacena escondida y cerrada con llave. Los muelles crujieron bajo nuestro peso, y la capa de viaje de la Lúthien se convirtió en nuestra manta improvisada. Por supuesto, yo no necesitaba apaciguar el frío que reinaba en el cuarto, pero agradecía la suavidad de la tela, el perfume humano que destilaba y que era penetrante, como si de un ser vivo gaseoso se tratara. Enrosqué mi brazo en torno a su cintura mientras alcanzaba su mejilla con la mano libre y frotaba las cuerdas de un violín imaginario, que conformaban sus pecas y la piel mullida de sus pómulos. —Quizás Oniria sueña, y él duerme sin saber... —canté en un susurro, las cuerdas vocales fustigadas a causa de la postura horizontal—. Será un encuentro inesperado en noche azul, sí, ya lo verás. Cuando me gire entre la gente serás tú, sí, ya lo verás... —Te he echado tanto de menos... Parece mentira que la única inmortalidad que viva día a día sea la de encontrarme lejos de ti. —Musité inspirada. La poesía emanaba de mis labios como un elixir secretado por mis glándulas, como si la mera presencia de Arya exprimiese las posibilidades líricas de mi corazón hasta elevarlo a su más alta esfera. Una utopía lingüística que me permitía performativizar mis enunciados, convertirlos en realidades, en actos, deshacerme del insulso constatativo para adentrarme en las selvas amazónicas de las teorías filosóficas de Austin, Butler y Derrida. Junto a ella comprendía que las palabras tenían manos, ojos, pies para correr, que eran capaces de besar y acuchillar como entes animados. —No te vayas. Esta noche no.
  9. —¡Oh, Romeo, Romeo! ¿por qué eres tú, Romeo? Niega a tu padre y rehúsa tu nombre; o si no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré de ser una Capuleto. —Repetí, encarnada en una lejana Julieta de Shakespeare, el diálogo que mejor recordaba de toda la obra. Acto seguido emití una suave carcajada, y separándome apenas unos milímetros de la pelirroja derramé mis ojos en los suyos—. ¿No es ciertamente extraño que seas tú Romeo? Pero está bien, está bien, mi sol y mis estrellas. La necesitaba cerca. La necesitaba en mí. Reclamaba a la física cuántica de nuestros átomos una fusión espontánea, sin precedentes, sin lógica ni principios o hipótesis científicas posibles. Quería, simplemente, un suceso que nos atara para siempre como a dos hermanas siamesas. Deseaba con todas las fuerzas de los elementos anexionarme a su cuerpo, ser un parásito de sus nervios, alimentarme de sus huesos, ser carne de su carne, polvo dentro de su polvo de estrellas cuando la inmensidad del universo nos alcanzase y nos devolviese a nuestra cuna de orígenes metafísicos. La miré en silencio, relamiéndome los labios, con el corazón hecho una masa de incoherencias. Besé su frente con una dulzura tan infinita como el espacio que el destino nos prometía cada mañana al despertarnos. Su garganta disparó palabras afiladas como balas, de una belleza tal que me ardieron en el interior de los oídos. Me apené cuando mencionó el incidente del Slytherin, como si una mancha ensuciase la claridad de nuestro encuentro. —No puedo justificar ni recriminar nada. Desgraciadamente no tengo vela en este entierro... y te arriesgas demasiado pisando territorio enemigo. No eres bienvenida aquí por mis compañeros, por mucho que yo lo lamente. Y es mi deber comprenderlos, defender nuestra causa. <<Tú eres el único punto débil en mis ideales, porque sólo frente a ti me tiembla la mano mientras sujeto la varita. Nuestra relación es un delito para ambos bandos. Pero... ¿Sabes? Agradezco cada el día que el mundo escarbe un abismo de diferencias entre nosotras. Porque, precisamente por ese motivo somos lo que somos. Precisamente por ese motivo soy incapaz de despegarme un segundo de ti.>> Enjugué sus lágrimas con la punta del dedo, aunque me hubiese gustado apartárselas con los labios. Todo lo hacia con tanto amor... Un amor contenido entre la cárcel de mis costillas. Un amor lunar, espectral. Orienté mi rostro hacia sus caricias y la conduje hasta mi cama para abrazarla sobre el mullido colchón.
  10. Escuché pasos en mi habitación y todos mis sentidos se pusieron alerta. Se me erizó el vello de los brazos y la nuca y me colgué del techo para echar un vistazo a la estancia a oscuras, desde el exterior donde me encontraba rasgando la guitarra. ¿Quién andaría fisgoneando entre mis cosas? ¿Algún familiar cotilla habría querido aventurarse a explorar entre mi desorden? ¿Sospecharían de mi lealtad para con el bando y buscaban pistas de mi traición en la clandestinidad? Cuando el perfume de Arya se introdujo por mis fosas nasales olvidé por completo cualquier mal que azotase mi mundo. Me deslicé tejas abajo, apoyé la planta del pie en el alféizar y me colé en el cuarto, que era todo desorden de escritor. Contemplé a la Luthien con recelo, entre azorada y a la defensiva, esperando reproches de su parte. Desde aquel episodio en el Caldero no sabía bien cómo mirarla. Entonces recordé, con dolor y culpabilidad, que apenas unas horas antes había sufrido un ataque en un intento por visitarme. Que se había, literalmente, suicidado por mi causa. A mi corazón lo atravesaron las agujas, y mi médula era todo calambre y fuego. Toda tensión se esfumó de la atmósfera, como si nunca hubiese existido entre nosotras. Cerré la puerta con fermaportus para que nadie pudiese molestarnos y estropear la velada que nos esperaba, seguro de todos los ciclos de la luna, jugueteos con Michtat (que nos espiaba bajo la cama) y confesiones hostigadas, y me abalancé sobre ella para envolverla en un abrazo sofocante. Cuando mi nariz se encontró a centímetros de su cuello me invadió el gusano de la sed, como una tenia que se alimentase de las horas de saciedad que me quedaban. Pero acostumbrada a aquella sensación de deseo inalcanzable era perfectamente capaz de soportar la tentación y de apegarme más y más a ella. —Loca, más que loca... ¿Cómo se te ocurre volver aquí? No ha pasado ni un día desde aquello. Me informaron. No pude intervenir, estaba paseando por los alrededores. Debes avisarme la próxima vez que intentes suicidarme. Al menos intentaré matarte con mis propias manos. Yo soy dulce, ya me conoces.
  11. ¡Bueeeeeeenas! Al final me he dejado caer por aquí porque... Rocío, tienes una adopción pendiente Y pues eso, me gustaría ser hija adoptiva de vuestra querida Roh, y como ya lo he hablado con ella supongo que no habrá problema (a no ser que entre en razón y se arrepienta). Un saluditoooooooo<3
  12. ―Ojalá el viento ―suspiré, entrecerrando los ojos con hastío―, he tenido que aparecerme. ¡Un gran esfuerzo! ―Bromeé, sacudiendo enérgicamente las manos. Contemplé a Marissa, mi inocente compañera de bando a la que había tenido el gusto de conocer recientemente. Abrí los brazos en jarras y compuse aquella expresión de ternura que tantas veces había practicado. ―¡Felicidades! ―Estallé sin previo aviso, empujada por un calambre de hilaridad. Me abalancé sobre la joven, y con una cercanía inusual en mí la envolví en un abrazo sincero. Su cabello rubio me rozó la mejilla como una caricia de seda. La Crowley era de complexión delgada, y sus huesos parecieron a punto de quebrarse al recibir el impacto de mi fuerza. Cuando la solté y me separé unos centímetros prudenciales de su metro setenta y cinco de estatura (algo más alta que yo), no pude evitar esbozar una sonrisa y ahogarme en un cóctel de paternalismo fraternal, que depositó mi mano sobre su cabeza y le revolvió aquella ensalada de hebras doradas. Vestía de negro, y la oscuridad hacía contraste con sus ojos claros de un color indefinido que parecía transformarse con los cambios de luz, o incluso cuando la engullía la sombra, sin motivo aparente. Extraje de mi bolsillo una cadena de oro blanco en la que el Sol quiso copiarse con un destello de muchas puntas que casi consiguió cegarme. La cadenilla proseguía hasta finalizar en un colgante ligero, labrado artesanalmente con la maestría de unas manos que han aprendido a comunicarse con los minerales. Era una llave, pequeña, preciosa e inmaculada en la que podían reflejarse tus ojos si ponías atención, devolviéndote una adusta mirada egocéntrica. ―Esto es para ti ―murmuré, controlando la voz―, te explicaría qué significan las llaves y cerrojos para mí, pero es una historia interminable y poco interesante. ―Advertí, dando un paso al frente, hacia el interior del castillo.
  13. Las suelas de mis botas militares parecían a punto de derretirse sobre el camino de piedra recalentado por el sol como por un gran microondas. Las cigarras emitían su canto desgarrador escondidas tras las hojas de los árboles, que coloreaban inciertas las sombras de sus ramas sobre la superficie efervescente del suelo. Donde mi boca se desarrollaba un romance apresurado entre los dientes y el filtro del cigarro a medio consumir, que se engullía a sí mismo acompañado de un funesto crujido de papel quemándose. Las cáscaras de las cenizas revoloteaban por ahí hasta desintegrarse, danzando ante mis ojos como insignificantes motas de luz ingrávidas y relucientes. Al final del sendero se erguía una estructura cuadricular sometida por el peso de una alta torre. Nunca antes me había arrimado a los terrenos de los Crowley, pero aquel día tenía una excusa infalible, o más correctamente, una obligación incuestionable. Frené junto a la puerta, forzada por ese estricto código de educación que había adquirido y perfeccionado en internados y gracias a una imbatible institutriz inglesa -que en mi caso no fue sino el ser una observadora descarada-, y la golpeé suavemente con los nudillos, esperando ser bien recibida.
  14. -Eh, eh, eh -balbuceé, retrocediendo. Los vampiros detestábamos el fuego. Era quizás lo único capaz de dar por acabada nuestra vida inmortal. En mis ojos brilló el espectro de las llamas. -Es un conocido. Me invitó a tomar algo y charlábamos tranquilamente. No veo dónde está el problema. -Expliqué con toda la calma de la que fui capaz. Las cuerdas de Adry me hicieron perder el equilibrio y caer estrepitosamente al suelo. La que me mantenía sujeta la boca ahogó mi grito cuando me quemé la piel ligeramente. Apreté los párpados. Sólo era fuego encantado, sólo era fuego encantado... Y dos miserables aurores que me las pagarían.
  15. -No te preocupes, no tienes nada por lo que disculparte. Se hizo un silencio incómodo. De repente entraron dos personas con halos de luz sobre sus rostros. Me tensé instantáneamente y traté de serenarme autoconvenciéndome de que no tenía nada que temer. Podrían sospechar de mí, pero no me atacarían sin pruebas. A pesar de todo, con la conversación con Otto ya zanjada, era mejor prevenir, por lo que me levanté del asiento esbozando una cálida sonrisa. -Volveremos a vernos. -Susurré. Me encaminé a la salida. Pasé junto a aquellos fenixianos y reprimí una mueca de asco. No recaí en que una de ellas no era sino que mi compañera de Generales, y el otro, mi antiguo profesor. -Adiós. -Me despedí de ambos cortésmente, con fingida dulzura, antes de desaparecer.
  16. —¿Yo, tu sucesora? —no pude evitar reír. Otto a veces derrochaba ternura—, bueno, dudo que ejerciese un buen papel. Si te soy sincera, y aunque no me conformaría con ser base, tampoco ambiciono ninguna posición de poder. El poder que lo ejerzan los que se desviven por ser poderosos. Yo prefiero controlar desde las sombras. —Confesé con sinceridad. Tamborileé los dedos sobre la mesa y junté las manos. —Tau hace una gran labor por la Marca. —Convine. Entorné los ojos, recordando ciertos episodios con aquella preciosa chica demoniaca de pelo azul. Aparté tan peligrosas ideas de mi cabeza con una sacudida, rezando porque Sophie no se encontrase cerca. Ahora que habían llegado hasta mí los rumores de su reconciliación había decidido separarme definitivamente de su camino. —¿Soltero y entero, eh? Me juego la vida a que en realidad eres un picaflores. —Bromeé, propinándole una suave palmada en el hombro. Su siguiente comentario me desfiguró el rostro. Me mordí el labio, hice varios ademanes de comenzar un extenso y acalorado discurso, levanté las manos para intentar expresar mi nerviosismo, pestañeé repetidas veces y finalmente resoplé, aturdida como si me hubiesen tumbado de una bofetada. ¿Cómo era posible...? —¿Qué sabes tú de eso? Baja la voz, baja la voz —siseé, alarmada. Nadie debía enterarse. ¿Cuántos lo sabrían ya?—, es un secreto. Además, aquello fue... —volví a quedarme callada, sin saber qué palabras escoger. Siempre me era muy complicado, hasta para mí misma, describir lo que habían supuesto aquellas dos esporádicas ocasiones, en las que me había vestido de otra piel que no era la mía—. No fue nada importante. Y está zanjado.
  17. -No es un don... -comence, seriamente, deslizando el codo por la superficie de la mesa. Entorne los ojos y desvie la mirada hacia el cristal de la ventana, perdiendome en el exterior que parecia desarrollarse como un mundo paralelo-, es curioso como a veces el dolor te permite exprimir tu potencial. Nunca he sido notable en nada... solo tengo muchas heridas en el Corazon. -Explique, revelandole mi hipotesis acerca de la tristeza y la habilidad. Brinde con el sin ganas, y desplome mi vaso sobre la madera con una mezcla de furia y dejadez. Unas gotitas me salpicaron la munieca, que me lleve hasta lo labios para limpiarla con la punta de la lengua. -Estoy segura de que llegaras lejos. Ya por lo pronto eres tempestad y yo una burda mortifaga base. -Resople, todavia resentida porque no habia recibido ningun ascenso. Puse los ojos en blanco y decidi suavizar mi expresion y esbozar una sonrisa. -No imagino a Tau sin ser la lider. -Confese, acariciandome el menton con el pulgar y el indice. No pude evitar recordar alguna de las noches de pasion que habia vivido con la Crouchs y que habian finalizado tan friamente, a la vez que con una nostalgia y carinio infinitos que todavia arrastraba conmigo. Atosigada por aquellos pensamientos opte por indagar en la vida amorosa del Black. Quiza asi pudiese profundizar en su personalidad y conocerlo mejor. -Vamos a por los cotilleos... Quien ha robado tu Corazon, amigo?
  18. -Me alegra escuchar eso. -Puntualice, sonriente, refiriendome al comentario de Otto acerca de las expectativas que tenia la Marca para conmigo. Aquellas palabras supusieron un gran honor para mi. Asenti, acorde con la conversacion, asimilando sus consejos. Quizas no estuviese del todo equivocado, y sin embargo mi naturaleza, tan afin al riesgo, era incapaz de ajustarse a las medidas de seguridad (de casi obligatorio cumplimiento) que debias aceptar si pertenecias al bando oscuro. -Es bueno tener amigos de todas las clases. Y conocer a tu enemigo... Eso es esencial. No traicionaria a Arya o a Allen al igual que moriria por este tatuaje -repuse con firmeza, descubriendome el antebrazo izquierdo discretamente y mostrandoselo al Black-, nosotros somos conscientes de los peligros de nuestra relacion. Los sobrellevamos. Otto se reia y tenia una sonrisa agradable, calida y amistosa. Disfrutaba de su compania y de la tranquilidad y confianza que me inspiraba. A pesar de haberlo conocido recientemente me sentia comoda a su lado. -Cuanto tiempo llevas en la Marca? Como han ido evolucionando las cosas? Siempre me he interesado mucho por la historia de toda institucion.
  19. —Me complazo de tener una tolerancia bastante alta al dolor, Otto —añadí mirándole fríamente, reafirmándome en mi amor al riesgo—. Sé de lo que hablas y muy a mi pesar te entiendo, pero jamás haría nada que pusiera en peligro al bando. Si me enfrento a un peligro lo asumo en mis propias carnes, como debe ser. Si en cualquiera de mis... excursiones —chasqueé la lengua—, fuese capturada, me dejaría torturar hasta la misma muerte o la locura sin revelar un solo secreto de la Marca. Soy leal, al contrario de lo que puedan sugerir mis amistades más íntimas, en su mayoría fenixianas. —No sentía reparo alguno con respecto a aquel detalle, porque estaba orgullosa de mis relaciones y así quería expresarlo por hacer honor a su nombre. Di un trago a mi bebida y me aferré al fuego que descendía a trompicones por la garganta, calentándome los conductos digestivos en desuso. —Va contra mi naturaleza el no exponerse. Compréndelo. No hago daño a nadie, porque me maten que no. Sé dónde están mi fidelidad y mis ideales y lucharé con uñas y dientes para protegerlos y extenderlos por esta comunidad de borregos. —Culminé, esparciendo una marea de odio sobre cada una de mis palabras. Después sonreí para aliviar la tensión que había ido acumulándose entre nosotros. Olí las flores por segunda vez y le di un apretón amistoso en la mano. —Muchas gracias, de verdad. Son preciosas.
  20. Recibí las flores con una cálida sonrisa. Hundí la nariz entre sus pétalos y aspiré profundamente, inundándome los pulmones con su aroma. Seguí a Otto hasta un espacio apartado del local, y agradecí su cortesía cuando deslizó la silla para invitarme a tomar asiento. Escuché su consejo atentamente y no pude evitar morderme el labio, porque yo era una temeraria consagrada que solía hacer excursiones sin escolta, sin previo aviso, campando a mis anchas por el mundo. A veces no era consciente del peligro al que me exponía con semejantes irresponsabilidades, pero también contaba con la seguridad de que los fenixianos jamás utilizarían la tortura como herramienta de represión, y la muerte, con la cual ya estaba familiarizada, no me asustaba en absoluto. Su mención a los pasadizos captó mi interés especialmente, puesto que yo desconocía muchas de aquellas salidas de huida en caso de que las cosas se pusieran feas. Seguí la dirección que marcaban sus indicaciones y hallé una puerta. Contemplé al elfo con indiferencia. —Ponme el trago más cargado y fuerte que tengáis, por favor. —Pedí, y mi garganta chirrió de pura añoranza al ardor del alcohol. —Y dime, Otto, ¿Cómo estás, qué tal te marcha la vida?
  21. Me vestí con la simpleza que me era habitual. Una blusa negra con transparencias, sin mangas, que dejaba entrever los encajes de mi sujetador del mismo color y unos pitillos oscurísimos y aferrados a las pantorrillas, como si los hubiera untado en pegamento. Para los pies elegí mis clásicas botas militares, con las puntas deshechas del uso y las patadas propinadas a las esquinas de los muebles durante aquellas noches de sed o ansiedad. Me aparecí por las inmediaciones del callejón. Había quedado con Otto, mi nuevo compañero de bando que me había propuesto aquella salida improvisada. Parecía simpático y nunca venía mal relacionarse con miembros del lado tenebroso, entregados a mis mismos ideales. A veces tenía la impresión de que mis superiores podrían sospechar de mí si espiaban debidamente mis relaciones más íntimas. Había entregado mi corazón a dos fenixianos, y conocía las consecuencias. Simplemente me importaban poco. Me peiné el flequillo contemplando mi reflejo en el cristal de un escaparate de una tienda de escobas. Quería apresurarme para no arrepentirme de mi repentino afán por integrarme en la sociedad, pero muy en el fondo de mi ser era un tanto presumida y me gustaba lucir adecuadamente, por lo que no podía evitar pararme cada dos por tres para evaluar mi aspecto. Entré en el local donde el mago me había citado, recordando a quién pertenecía. La memoria me arrancó una sonrisa, que se disipó en cuanto puse los pies en la realidad. Me acerqué a Otto con cautela y esbocé una sonrisa. —¡Hola! —Saludé, fingiendo no haber visto el ramo de flores que descansaba entre la carne almohadillada de sus manos.
  22. Oniria

    La flor azul

    Ya sabes qué opino de esto, pero ayer con tanto lío no pude extenderme. Y considerando lo que me dijiste, no podía hacer menos que repasar el relato detenidamente para escribirte un comentario en condiciones. El último párrafo es una síntesis perfecta y preciosa de muchos pensamientos que reconozco también en mí. <<tener siempre presentes nuestros sueños que nos pertenecen únicamente a nosotros...>> apenas leyendo mi nick ya se puede percibir mi preocupación por los sueños. Yo los tengo constantemente presentes, como otra dimensión en la que se plasma mi imaginación y se materializan las palabras que guarda mi subconsciente. Para mí todo son palabras, ya lo sabes. <<la idea de que la perfección está en todo cuanto nos rodea [...]>> Otra frase muy acertada. ¿No es asombroso que todo exista? ¿Que sea, pudiendo no ser? ¿No es bella, y perfecta, nuestra contingencia? Y espeluznante, espeluznante como sólo pueden ser las cosas perfectas, porque igual que todo es y existe y es bello cuanto nos rodea, se agota, se destruye, es prescindible y frágil. Sé que esto no tenía mucho que ver con lo que expresas, pero es lo que a mí me ha sugerido, y desde mi perspectiva tan alocada de analizar las cosas, en eso reside lo perfecto. No quiero explayarme. A veces siento que me sobran dos o tres párrafos de contenido y que lo que suelto es discurso de relleno. Espero que sólo sea sensación mía. Un saludo Tau, precioso<3
  23. ¡Hola buenas! Venía a solicitar un cambio de toda la ficha. Lo dejo en el spoiler, gracias <3
  24. —Arya, ¡Arya! —No pude evitar levantarme de mi asiento, que rugió con un chirrido sobre el suelo, e intentar atraparla en su huida. Pero la fragilidad de su brazo se escapó entre mis dedos, y cuando asomé mi cuerpo al exterior y la contemplé desaparecer entre las calles supe que no debía detenerla. Suspiré. Aquel tema había abierto un muro de separación entre las dos. Era palpable, la distancia, la barrera imparable. Clavé la vista en el suelo, sobre mis zapatos, y entorné los ojos. Sacudí la cabeza, apesadumbrada. ¿Cómo comprenderlo? Yo era ajena al mundo demoniaco, de hecho, siempre me había mantenido lejos de esas criaturas a las que profesaba tanto odio. A Arya la adoraba, con todo mi ser, fuera lo que fuere, por encima de toda condición era mi mejor amiga y el resto carecía de importancia. Pero irremediablemente, ella que buscaba ayuda necesitaba refugiarse entre otros brazos, unos que conociesen de sus males. Allen. Yo no tenía vela en aquel entierro, me poblaban tantas lagunas de dudas como a la pelirroja y era como una niña perdida en un océano de extraños. Regresé a la mesa junto al peliblanco y me dejé caer, abatida, sobre el asiento. No supe cómo mirarlo, no me atreví. Hacia unos minutos había percibido cierta perplejidad en sus ojos, y me atemorizaba el poder penetrador de estos. Debía acostumbrarme a sentirme indefensa frente al joven para así evitar situaciones incómodas. —Creo que será mejor que vayas a cuidar de ella. Yo... No entiendo de esto, no sé cómo proceder. Tú por el contrario pareces todo un experto, y confío en tus métodos. —Confesé. Entrelacé mis manos y me recosté contra el respaldo de la butaca.
  25. Hola. Creo que va siendo hora de elegir mis conocimientos como graduada... ¡Un saludo!

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