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Oniria

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Todo lo publicado por Oniria

  1. Oniria: Di un sorbo a su copa, sin dejar de mirarla a los ojos. La idea de dormir con ella me resultaba inmensamente agradable. Y no pensaba precisamente en algo lascivo, sino más bien en abrazarnos durante horas contemplando cómo las horas cambiaban de color. ––Sí, tienes razón ––reí–– mucho mejor sin ropa. ––Confirmé, asintiendo. Un recuerdo reciente se materializó en mi imaginación, incendiándome las mejillas. Se pegó a mi cuerpo. Suspiré. La temperatura que irradiaba me reconfortó. Exclusividad. Yo era muy contraria a aquel concepto, prefería las uniones libres, sin contratos, pero en ese momento la palabra sonó casi como un cumplido, y me avergoncé al percatarme de que me agradaba sentir que Leah me poseía. Leah me besó, sin tapujos, sin ningún tipo de pudor ni esfuerzos por ocultar que entre nosotras existía algo más que una calurosa amistad. Aquel gesto me llenó de satisfacción, como si estuviese saboreando una vez más, pero a la vista de todos, el placer de lo prohibido. Leah debía de quererme mucho como para exponerse de esa manera. La abracé. ––Quiero dormir contigo. ––Musité, sin apartarme de ella. Era una confesión balbuceante, señal de lo ligada que estaba a la chica. @
  2. Sísifo: La presión de sus manos en las rodillas me hizo estremecer. Bajé la mirada al suelo, vencido por una repentina timidez. Mis reacciones ante Leah eran asombrosas. Hacía mucho tiempo que no sentía semejante nerviosismo, como si de pronto hubiese olvidado por completo qué se hacía en estas situaciones y tuviese que actuar por pura intuición. Mi experiencia disuelta en la suavidad de sus dedos al rozarme. Me percaté de que estaba temblando. ––Me alegro de que te guste. ––Murmuré. El aliento sobre mis labios era sofocante como asomarse a un ascua hirviendo. Me apoyé en la estantería, sostuve la cámara en mis manos y endurecí la expresión, poniéndome serio de pronto. Cuando tenía que explicar algo, me volcaba completamente en ello, y no había espacio para titubeos. Le conté brevemente la relación entre la velocidad de obturación, el diafragma y la exposición, confiando en que Leah captaría aquellos conceptos enseguida. Le señalé aquellas resistencias metálicas, algo encasquilladas por los años, y comencé a moverlas de un lado a otro para ilustrarle los cambios. Después miré a través del visor, comprobando el exposímetro centrado, que indicaba una correcta iluminación, y le cedí la cámara a Leah para que hiciese otro tanto, no sin antes capturar aquel instante: la chica observándome con los ojos muy abiertos, bañada de un tono anaranjado por las luces de la estancia, el polvo flotando en diminutas esferas ingrávidas a su alrededor. ––Ahora, si lo has entendido, soy todo tuyo ––sentencié, esbozando una media sonrisa–– posaré como quieras. @Leah Ivashkova
  3. Oniria: Sonreí ante su aparente proposición. Me invadió la ternura. Era sumamente extraño escuchar de Leah esas palabras. Cuando conoces el lado oscuro de una persona, aprecias su faceta afectiva con desmesura. Contemplé el agua que resbalaba de nuestra ropa, y me pareció irónico después de todo. ––Estoy deambulando por ahí. Ando un poco... escondida ––admití–– de hecho, sólo te he visto a ti. Y me encantaría que me hicieras un huequito en tu... hogar. Iba a decir cama, pero me retracté pensando que alguien podría escucharlo. Rocé su mejilla con los nudillos. Quizá fuese por el tiempo que llevábamos separadas, o por aquel encuentro furtivo en la cascada, pero en ese instante Leah me pareció más bella que nunca. Era sorprendente la cantidad de amor que podía albergar mi corazón. El sabor de su sangre se mantenía fresco en mis labios. Ojalá pudiese preservarlo como prueba irrefutable de que aquellos días eran reales. Su perfección les confería un aspecto ficticio, casi ilusorio. Quizás, después de todo, quien alucinaba era yo. Estaba feliz de haberme tropezado con Leah. Era una forma grata de olvidar por qué había huido, y por qué había regresado. Sísifo. Aquel gemelo norteamericano al que debía enfrentarme tarde o temprano. Me arrimé a la chica, esbozando una sonrisa tímida, rememorando los instantes anteriores. ––Estás muy sexy con la ropa mojada... ––Susurré, para que sólo ella pudiese escucharlo. Era uno de esos momentos en los que me gustaría poder transmitirle, íntegra, mi experiencia a otra persona, mi visión de ella, mi perspectiva. Rozar con la mano y depositar en otra mente mis propios pensamientos, para transferirle mi amor sin disonancias. @
  4. Sísifo: Contemplé las estatuas de oro con admiración. No sabía por qué de entre todos había escogido aquel lugar para continuar con nuestra cita. Para mí, una biblioteca era un espacio sumamente íntimo, sagrado, y precisamente por eso me parecía adecuado arrastrar a Leah a aquella aventura, porque su aura estaba impregnada de sacrilegio. La atracción inexplicable de lo prohibido. Esperaba encontrar un rincón entre las estanterías donde cobijarnos, lejos de los pocos estudiantes que frecuentaban el edificio en aquella época del año. Eché la vista hacia atrás, como para asegurarme de que Leah me seguía. A veces me parecía que todo aquello pudiera ser un sueño, una suerte de ilusión evaporable. Pero allí estaba, caminando como una bailarina experimentada, ondeando su cabello dorado. Nos adentramos en aquella biblioteca, que olía a pergamino, tinta y ansiedad estudiantil, hasta perdernos por sus pasillos laberínticos iluminados por lámparas flotantes. Una esquina, tenuemente invadida de brillos cálidos, me pareció el sitio perfecto para asentarnos. Me desplomé en el suelo, sin tapujos, invitándola con la mirada. Extraje de mi monedero de piel de Moke mi cámara analógica y un diminuto reproductor de música. Procuraría encenderlo a un volumen muy bajo para no delatarnos. Busqué en la lista. El Acto 3 del Lago de los Cisnes, cuando Odile hace su aparición. ––Sé que es muy típico... ––confesé, avergonzándome–– pero el cisne negro me recuerda tanto a ti. Mis ojos brillaron como un cristal traspasado por la tormenta. Me acerqué muy despacio, como si de repente temiese que algo fracasara y el hechizo se rompiese devolviéndome a una realidad inhóspita. La besé como se besa a quienes no se puede olvidar jamás. @
  5. Oniria: Mi boca se separó de su cuello, dejando dos hilillos de sangre que descendían como si el tiempo se hubiese congelado. No me limpié antes de besarla. Quizá le incomodaría probar su sangre, pero a mí me pareció tremendamente personal, una muestra más de mi amor incondicional. Cuando me retiré, restregué el dedo contra su labio para borrar los restos del delito. Sonreí. Nos besamos en completo silencio, tantas veces que perdí la cuenta. Nos imaginé a las dos, ocultas tras aquella cascada, bañadas por una especie de polvo gris, la luz azulada, y se me tornó una imagen dolorosamente bella. Estaría dispuesta a sacrificarme por ese encanto sublime. Hizo una confesión, en rumano, que no pude comprender bien. Pero supe que era una súplica, la voluntad firme de que nuestro afecto perdurase. La abracé como respuesta. ––Por supuesto, vamos ––accedí, feliz. El calor hormigueaba en mis mejillas––. Invito yo. Dicho esto, agarré su mano con fuerza para conducirla hacia el interior del local, ante las miradas de los curiosos que analizaron la escena con sorpresa, indagando qué podía significar que dos personas apareciesen de la terraza empapadas. @
  6. Oniria: La miré a los ojos, y le sostuve la mirada todo el tiempo que me permitió mi mermada paciencia. Mis piernas temblaban. Y mi cuerpo, como un diente de león azotado por el viento que desprende sus semillas para esparcirlas por el mundo. Presioné mis manos contra sus mejillas, enrojecidas. Parecían las flores del cerezo en primavera. Corales rosados en mitad del arrecife. Sentí que Leah estaba cerca de perder el conocimiento, lo que me llenó de una profunda ternura. "Hazlo". Su propuesta resonó en mis oídos. Eco retumbando entre las rocas anchas de una cueva submarina. H-a-z-l-o. Saboreé cada letra como un hallazgo precioso. Me mostró su cuello, un triángulo de piel blanca entre sus cabellos dorados. Clavé mis colmillos con toda la suavidad que encontré, como quien recoge a una mariposa y cuida de no estropear sus alas. Percibí cómo se tensaban sus tendones, y aquel líquido caliente, espeso invadiendo mis labios. Tenía que ejercer un fuerte autocontrol para saber el momento exacto en que debía frenarme. Beber sangre, no por saciar la sed, sino como muestra de amor, de intimidad, era quizá el compromiso más profundo que existía para mí, un bonito regalo, una muestra de confianza y entrega absolutas. Alimentarse del amado, hacerlo tuyo, fundirse de manera literal. Era un relato recurrente en la literatura romántica. La amante que devora el corazón de su amado y lo integra. Carne de su carne. Era la manifestación definitiva de unión. @
  7. Oniria: ––Yo también te quiero ––musité–– te quiero tanto. Inhalé su aliento cálido, llenándome aún más de ella si cabía, y pegué la boca a su oído para que me oyese respirar. Aire entrecortado, languideciendo, nuestro amor prologándose en la fricción de nuestros cuerpos. Me recoloqué para acomodarme, y apreté su espalda contra mí. Fundirse. Ciertamente yo no podía morir, pero sí podía salir de mí misma, alcanzar un grado tan alto de placer que me arrancase del mundo y anulase mi individualidad. Y dejar de ser tú, convertirte en todo -en nada-, era tanto como morir. Miré a Leah a los ojos, con la fuerza de un barco que se estrella. Sentí que nos desintegraríamos como el papel al quemarse. Como cada vez que estaba en ese estado, mis instintos vampíricos se descontrolaron. Mis colmillos se afilaron, mis ojos se inyectaron en sangre. Afortunadamente los años me habían brindado serenidad para controlarme. Llevé mis dedos hasta ella. Apretar el núcleo de los átomos. Desestructurar la materia. @
  8. Sísifo: Leah se acercó a mí de una zancada, chocando. Sentí la tensión del calambre que produjeron nuestros cuerpos. Una fina línea de luz recortaba su rostro, idealizándola como una montaña durante una puesta de sol, otorgándole la belleza de todo lo inaccesible. Sus dedos estilizados, recorriendo mis mejillas, hicieron que se me erizase el vello de los brazos. ––Cla-claro ––tartamudeé, inquieto de repente. Me sentía como un adolescente apunto de perder la virginidad con el amor de su vida, algo completamente carente de sentido si lo comparábamos con mi experiencia, pero justificable teniendo en cuenta mi personalidad––, así podremos hacer las fotografías que quieres. Decidí deshacerme de aquel nerviosismo infantil y dejarme llevar por la impulsividad, más efectiva en aquellos casos. Pero algo me advertía de que no me sería tan fácil con Leah, que conseguía cortarme la respiración con un leve movimiento. Sus ojos brillaban como una gema preciosa, verde salpicada de puntos como los hilos que sostienen un botón, y la expresión que circulaba en su mirada anunciaba sus pensamientos. En mi cabeza se cruzó un recuerdo que estaba seguro de no haber vivido. Probablemente se trataba de un sueño. Estábamos los dos bajo una cascada, besándonos apasionadamente. Me inundó la nostalgia y noté la humedad en mi pelo, como si efectivamente el agua cayese sobre nosotros con la misma violencia de nuestro deseo. Acaricié su mejilla. ––Es como si ya te conociera. ––Balbuceé. Ya conocía aquella sensación. Me perseguía desde que había llegado a Ottery, pero en ese instante decidí no darle importancia, y atribuirle un relato romántico sobre el destino de las almas. ––Vamos. @
  9. Oniria: Suspiré, sonriendo. ––Sabes... yo lloro sangre. ––Susurré. Y me refería a varias cosas. La primera, a que era un espectáculo desagradable, como si estuviera muriendo de una hemorragia interna. Y la segunda, a que para mí llorar era sumamente trascendental, una experiencia radical, ligada a mis emociones más profundas e intensas. Existía a través de la sangre. ––Tengo unas ganas inmensas de llorar. Y justo al terminar de formular aquella frase, una lágrima de color bermejo emergió de mis ojos, derramándose lentamente por mi mejilla. Me dolía el corazón. Dolor de amor entre aquella atmósfera de pura excitación. Pegó su frente a la mía. Aproveché para besarla, mordiéndole el labio. La atraje hacia mí, adhiriéndome a su cuerpo como si lo necesitara para respirar. Sentí su corazón palpitando bajo su pecho, empujando la piel con violencia. Me apetecía perder la cordura, olvidar que estábamos en un establecimiento público, pero no quería poner en riesgo el estatus social de Leah, así que de momento, me contuve, dejándole a ella las riendas. @
  10. Sísifo: Leah se retiró, dejándome solo con mi nerviosismo. Era extremadamente raro que me ruborizase, casi imposible. Mis procesos orgánicos se habían detenido en el momento de mi transformación, y reactivarlos requería de una fuerte carga emocional. La observé a distancia, contemplando un paisaje parisino. Me embargó la nostalgia, trasladándome a aquellas noches sórdidas en pensiones de luces tenues, repletas de ceniza de cigarros, botellas de vino, cuadernos desordenados... mis meses en París habían sido una completa entrega a la lujuria, la irracionalidad, el alcohol y el arte. La vida bohemia. Escuché su proposición, y sin poder evitarlo, sentí cómo se enrojecían mis mejillas. La sangre concentrándose en aquellos capilares adormecidos por la muerte. Me acerqué a Leah con cautela. ––¿Qué es exactamente lo que tienes en mente? ––Inquirí, alzando una ceja. En ese instante me estaba sometiendo tácitamente a sus deseos. Mentiría si negara que mi posición de inferioridad respecto a ella me atontaba. Se sentía como un cosquilleo en las tripas. Literalmente, podía darme órdenes. No estaba acostumbrado a las jerarquías, pero me fascinaban. Y encontraba atractivo relacionarme de esta forma con un alto rango de La Marca. Sacudí la cabeza, apartando aquellos pensamientos. Me sorprendí a mí mismo arrastrándome por los excesos de la lascivia, que manipulaba a su antojo mi imaginación. Yo, como siempre, funcionaba por extremos. Oscilaba entre la ternura y la sensualidad, el amor y lo obsceno. Mi personalidad, tan dicotómica. @
  11. Oniria: Leah nos condujo detrás de la gran cortina del agua, a un espacio oscuro, azulado, de tonos neón. De esa forma tan hábil, habíamos conseguido escondernos de los curiosos. ––Creo que esta vez, eres tú la que nos ha metido en un lío. ––Me atreví a decir, echando un vistazo a su anillo. Pero el tono de mi voz no daba lugar a réplica. La besé con suavidad pero apasionadamente cuando me aupó sobre la roca, sentándose sobre mí. Aquella postura me instaló un agradable cosquilleo en el vientre. Rodeé su cintura con los brazos, acercándome a sus labios. Ese, como tantos otros momentos, quedaría tatuado en mi memoria, grabado como con un fierro al rojo vivo. Sentí unas extrañas ganas de fotografiarnos, y no pude entenderlo demasiado bien, porque yo no era precisamente aficionada a la fotografía. Despacio, con suma tranquilidad, introduje las manos debajo de la tela de su ropa. Necesitaba sentir su piel caliente bajo la mía, acariciarla. Relacionarse a la manera de la hiedra, ser-como-propagación. ––Te he echado tanto de menos. @
  12. Sísifo: Recibí su abrazo con cariño. ––Sí, es muggle. Es una cámara analógica, una Canon AE-1, así que para ver las fotos tengo que revelarlas antes. Nunca sé cómo habrán salido hasta entonces... aunque con años de práctica, suele ir bastante bien. Se separó de mí. Y extrañamente, ya anhelaba su contacto. Me sentí extraño, sobrepasado. Apenas la conocía desde hacía unas horas, pero mi sensación era muy distinta... como si ya hubiésemos estado juntos antes, tiempo atrás, y nuestros cuerpos conservaran una memoria que nosotros habíamos perdido. Pero aquello, sencillamente, no era posible. ––También tengo una cámara mágica pero... prefiero que las fotos sean estáticas ––comenté–– y claro, podría enseñarte. No es tan complicado, en realidad. ¿Qué fotos querrías hacerme? La contemplé con curiosidad, enarcando una ceja, contemplando posibilidades. Me ruboricé al instante, así que desvié la atención a uno de los retratos colgados en la sala, y fingí concentrarme en evaluarlo estéticamente. @
  13. Oniria: ––Te lo prometo. Toqué su cuerpo con la mano muy abierta, buscando abarcar el máximo espacio de su piel posible. Me dejé guiar por ella, que conducía mis movimientos con dulzura. ––Pareces bastante real... ––musité. Leah se abalanzó, me arrastró hasta la cascada. Sentí cómo nos salpicaba. Si hubiese abierto los ojos, habría visto cómo diminutas esferas de cristal se estrellaban contra nosotras, dividiéndose en cientos de destellos. Los latidos de su corazón envolvieron los demás sonidos, como si no existiese nada más en aquel lugar, como si el resto se silenciara a conciencia. Pareció que el tiempo se detenía. Terminé de empujar a Leah, metiéndonos dentro de aquella fuente a modo de oasis. Me gustaban las locuras, y llevaba demasiado tiempo encerrada con mis demonios. El agua se derramó sobre nuestras cabezas violentamente. Sus labios se enfriaron ligeramente, mezclados con los riachuelos que descendían de su frente. En apenas unos segundos estábamos empapadas, pero yo no tenía intención de moverme. Llevaba años sin sentirme tan plena como en ese instante subacuático, besando a Leah, intercambiando saliva diluida en agua. La estreché contra mí, y el relieve de su anatomía me prendió como un ascua en un campo de trigo seco. @
  14. Sísifo: Sonreí. "Me encanta la idea de que te quedes siempre". Mi corazón se encendió. Era fascinante cuando comprobabas que tus sentimientos hacia alguien eran mutuos. Sus manos, ascendiendo desde mi abdomen hasta el cuello, me arrancaron un escalofrío. Cerré los ojos cuando besó mi barbilla. Y antes de abrirlos, giré levemente la cabeza para besarla, aprovechando la corta distancia a sus labios. La contemplé. Su boca, humedecida, lucía algo hinchada y sonrosada. Cogí la cámara, comprobé la configuración y el rollo, y encuadré. A través del visor, algo gastado por los años, Leah parecía un recorte de una revista olvidada en un anticuario. Su cabello dorado, ligeramente oscurecido. Aquella expresión de deslumbramiento. Presioné el disparador. El crujido que prosiguió indicó que aquel instante permanecería en el tiempo para siempre. La fotografía, en cuanto a composición y contenido, probablemente era muy pobre, pero su valor sentimental me parecía incalculable. Leah se reposicionó. Todos éramos vulnerables ante una cámara, si no trabajábamos cuestiones como la pose, la actitud... pero precisamente esas eran las personas a las que más me gustaba fotografiar: las naturales, poco fingidas, con su mirada temerosa de no saber qué expresión es la adecuada para perpetuarse en el negativo. ––Esto ya no volveremos a vivirlo ––musité, consciente de la finitud–– esa es la magia de la fotografía. En cierto modo, permite que algunas cosas sean eternas. Cada vez que mire esto, me trasladaré a esta galería contigo. Y aunque la memoria tergiverse la realidad... sabré que fue real, que vestías así, que sonreías de esa manera. La miré fija, intensamente. @
  15. Sísifo: Enmudecí. Aquello me tomó por sorpresa. ¡Me había robado la cámara sin que me diese ni cuenta! No me molestaba, en absoluto, pero me hizo ser consciente de lo distraído que estaba con su presencia. Escuché atentamente sus indicaciones. Había posado dos o tres veces en toda mi vida, no estaba en absoluto acostumbrado. Sabía perfectamente cómo actuar detrás de la cámara, pero no delante. Me endurecí, poniéndome algo nervioso. Sonreí cuando sentí el click alejándose en el espacio. ––Tú revelarás tus propias fotos ––señalé––, y bueno, está en la Yaxley Manor. No sé si conoces a la familia... Lo he instalado allí como he podido. La cercanía entre los dos parecía producto del magnetismo. Y de repente sucedió: "¿También conoces a Tau?" Aquella voz en mi cabeza. Sacudí el cuello, apartándola para no permitir que ensombreciese el momento. Me puse en pie junto a la chica. Quité de su hombro una pequeña hoja que debía haberse depositado allí cuando hacíamos las fotos. La contemplé, frente a mí, con aquel cabello azul eléctrico, como el mar durante una tormenta solar. ––Me alegro de haber invadido tu espacio íntimo. @
  16. Oniria: ––Tengo que hacerlo... necesito respuestas. ––Respondí, balbuceante. Sabía que era bastante arriesgado conocer a Sísifo, que podía desestabilizarme definitivamente, arrastrarme a la locura. Pero necesitaba tenerlo frente a mí, tocar su rostro con mis manos y comprobar que pertenecía a otra persona que no era yo. ––No voy a desaparecer. Esta vez no ––aseguré–– me ha dolido más a mí que a nadie, me atrevería a decir. No soy capaz de albergar tanta nostalgia. Volví a abrazar a Leah, empatizando con su dolor. Porque, de hecho, yo sentía lo mismo. Todos aquellos meses alejada de Ottery, hundida en mi tristeza, descuidándome, destruyéndome poco a poco, absorbida por mi sentimiento de exilio, de falta de consistencia, de identidad. En aquellos momentos había sido más consciente que nunca de que necesitaba a los demás para existir. La resistencia a la independencia era un mecanismo de defensa para ocultar una verdad lacerante: sin el otro, el yo se diluía inevitablemente hasta reducirse a nada. ––Quiero estar contigo. Como tantas otras veces... ––susurré a su oído, con un nudo en la garganta–– y tocar tu piel, que me acredite que eres de verdad. @
  17. Sísifo: Sonreí, gratamente sorprendido porque le hubiese agradado la idea de ser retratada por mí. ––Bueno, tú no hagas nada. Yo simplemente usaré la cámara cuando crea conveniente. ––Expliqué. Me daba cuenta, repentinamente, de lo mucho que me gustaba Leah. Su seriedad, traspasada de vez en cuando por un insólito aura de cariño. Era tan bonita como una flor sostenida en unas manos temblorosas, pero sin la fragilidad de los pétalos, firme, imponente. Su presencia me embargaba, me invadía como un huracán de ternura y dolor. Dolor por la intensidad de lo que sentía. La abracé, tan delicadamente como si algo pudiese romperse. Aquellas manos me estaban perforando los huesos. ––Pues... sé que nací en Estados Unidos, pero creo que no he salido de allí. En realidad no sabría decirte... estoy aquí, sin más. Y seguiré aquí eternamente, supongo. La miré a los ojos. Verde, primavera naciente, la selva reflejada en el agua, vidrio filtrado. "Tengo tantas cosas que decirte", pensé para mis adentros. @
  18. Oniria: Sonreí. Sus palabras traspasaron mi corazón como la luz a través de una hoja muerta, incendiándolo. ––Está bien que reacciones así... ––comenté–– es mutuo. Me separé unos centímetros para mirarla. Y la besé imprimiendo en aquel impulso toda mi nostalgia, los días perdidos, las noches en vilo lamentándome por mis malas decisiones. ––No creo que debas preocuparte. Tengo que ser valiente de una vez y atreverme a conocerlo. Me mordí el labio. Yo llevaba lamentándome de esas migrañas desde hacía meses. Las complicaciones que habían irrumpido en mi vida se manifestaban en forma de estrés, úlceras y dolor de cabeza. Yo tendía a somatizar mis preocupaciones. ––Siento que esto te afecte. No deberías prestarle atención, es problema mío. O al menos, eso esperaba. O a lo mejor la relación que Leah había establecido con Sísifo era más estrecha de lo que yo alcanzaba a imaginar. Sacudí la cabeza apartando aquellas dudas, tan ridículas como escalofriantes. Sin embargo, en el fondo sabía que no era tan descabellado. @
  19. Sísifo: ––Bueno, fotografío un poco de todo, según lo que sienta... ––expliqué–– pero sí, sobre todo a personas. Puedo hacerte fotos a ti, si me dejas. Observé a Leah con atención, pensando desde qué ángulo me gustaría disparar. Y me trasladé a mi laboratorio, con aquellas luces rojas como del infierno, maniobrando con los líquidos y el tanque de revelado, colgando las láminas con pinzas para secarlas. Me encantaría captar a Leah desprevenida, con su expresión serena y su cabello dorado, y esa amabilidad dulce que poseía cuando se dirigía a mí. ––Si tuviese una fotografía tuya... así podría volver ––comencé, entrecortadamente, situándome frente a ella. De vez en cuando parecía que me sumergía en mis propias reflexiones y me ausentaba del mundo––, volver a todos estos momentos. A tu rostro cuando me observas sin darte cuenta. Eso es lo mágico de congelar el tiempo. Lo retienes contigo para siempre. Sonreí, acariciando su mejilla, siguiendo con la mirada el recorrido de mis dedos por su piel. Inmediatamente, levanté las cejas, como sorprendiéndome de su cercanía. Me acerqué tan lentamente como supe, besándola despacio. Tan despacio como se mueven las plantas. @
  20. Oniria: ––No, no es mi hermano ––respondí, al principio seria, pero destensando lentamente mis facciones–– no exactamente. Leah debía estar alucinando tanto como yo. ¿Qué tipo de relación tendría con Sísifo como para ponerse tan nerviosa? No me importaba demasiado, pero me preocupaba ligeramente pensar que aquel joven pudiera estar suplantándome de alguna forma, que mis amigos pudieran estar sustituyéndome. No era una posibilidad remota, sino, de hecho, bastante probable y comprensible. ––Sí, he vuelto por él, en parte. Y me fui por él, también, cuando descubrí de su existencia e investigué sobre lo que somos... lo que soy. Rasqué mi nuca. Lo que me había destrozado al enterarme de todo aquello era que, en cierto modo, mi identidad era un tanto ficticia. Yo no existía aleatoriamente, de manera casual como los demás. Un mago me había traído al mundo para perpetuarse y había sembrado en mí, en nosotros, su personalidad. Mis pensamientos y los suyos estaban conectados. No sabía qué era mío, propio, auténtico realmente. Había perdido todo sentido del yo, de autopertenencia. Comprobé en el rostro de Leah que se había transportado a mundos más amenos. Por su rubor y su ligera sonrisa, supe que me había leído el pensamiento anteriormente, y que se encontraba inmersa en una bañera construida con hilos de recuerdo. No pude evitar prorrumpir en carcajadas. ––Esto es un poco surrealista. Tú casada, yo con un doble al que has conocido, regresando años más tarde... y aquí estamos, como dos adolescentes que siguen manteniendo una promesa de amor. Esbocé una sonrisa. La abracé. ––También he pensado mucho en esa bañera. En ti, en general. Me alegro de que algunas cosas no hayan cambiado... @
  21. Sísifo: Me dejé guiar por la mano de Leah. Su calor me invadía como una raíz, penetrando en mi circuito de venas. El pecho se me encogía. Aquella joven, su melena dorada. Desde luego, Ottery estaba repleto de personas interesantes a las que merecía la pena encontrar y pararse a conocer. Entramos en un local que parecía una galería de arte. Era sorprendente que Leah, a pesar de no conocerme, hubiese adivinado mis gustos. La estancia, impecable, de un blanco impoluto. Por los grandes ventanales se filtraba el sol en forma de láminas dispersas. Decenas de retratos iluminados a conciencia, y algunos sofás dispuestos por el suelo para la comodidad de los visitantes. En ese momento, estaban presentando una exposición de fotografía, así que sonreí ilusionado. Leah ignoraba hasta qué punto estaba agradecido por este detalle. ––Yo hago fotos constantemente ––suspiré––, siempre llevo una cámara encima. Contemplaba las obras absorto, con los ojos muy abiertos. Debían brillar como cuando lloras, plagados de destellos como el sol derramándose en una superficie marina. Le robé la botella de vodka de la mano, para darle un trago largo. ––Gracias por traerme aquí. ––Susurré, esbozando una leve sonrisa. De repente, mi acompañante se había convertido en la persona más interesante de Londres, en una cercanía cálida. Su proximidad me encandilaba. @
  22. Oniria: Aquella afirmación me cayó como un jarro de agua fría. Ese nombre. Un eco entre mis sienes, una piedra rebotando sin cesar contra mis huesos. Un aullido. Apreté la mandíbula. Definitivamente, me había perdido demasiadas cosas, pero no podía culpar a nadie salvo a mí misma. ––Entiendo... Estreché su mano, como una muestra de que estábamos en paz. Aunque la sorpresa me mantenía inmóvil, congelada como un cuerpo cubierto por una película de hielo, debía mantener la compostura. Lo último que pretendía era hacerle daño a Leah. Contemplé su cabello. Aquellos destellos de oro viejo. En ese instante me pareció el tono de un metal que se había oxidado tanto como un corazón detenido durante décadas. Bello, vetusto, pero innegablemente desgastado. Puse atención a sus palabras, que me hicieron sospechar de que lo que temía eran más que suposiciones. ––No has alucinado... ––la corté–– has conocido a Sísifo. Aquella frase salió despedida de mis labios como una sentencia de muerte, invadida de terror. En ese instante, el frío me propagaba como una peligrosa septicemia, una infección contaminando mi torrente sanguíneo. Quizá eran imaginaciones mías, pero estaba convencida de que no me equivocaba. Algo en la expresión de Leah me hacía pensar que efectivamente sabía a quién me refería. Volví a besarla. Por tercera o cuarta vez tras encontrarnos luego de varios años. Y en nuestros labios era como si el tiempo no hubiese transcurrido, como si ellos perdonaran mejor que la conciencia y siguieran reconociendo a la perfección el camino que debían recorrer. Con los ojos cerrados, se dibujó en mi memoria la silueta borrosa de una bañera, y el dolor atravesó mis tripas como cientos de cuchillas lacerantes. @
  23. Oniria: Cuando su mano se introdujo entre las mías, se me contrajo el pecho. Sentí un gran peso instalándose en mis entrañas, un nudo en la garganta. Avispas. Tenía ganas de llorar. Leah. La besé en el pelo. ––Te quiero... ––susurré–– gracias. ¿Sabría Leah algo de Sísifo? O más importante... ¿Sabría Sísifo algo de mí? Evidentemente estábamos conectados mentalmente, o al menos yo sentía su voz, sus pensamientos en mi cabeza, pero quizás él no, o quizás habría interpretado que eran alucinaciones auditivas y que estaba volviéndose loco. Hasta donde conocía y había podido investigar, si mis fuentes eran fidedignas, él había estudiado psiquiatría, así que la explicación más convincente que le encontraría a todo aquello sería justo aquella: brotes psicóticos. Mis cejas se habían alzado, mi rostro estaba tenso. No me había percatado, y esperaba que Leah tampoco, pero conociéndola, daba por hecho que no perdía detalle. ––Cuéntame... ––comencé, intentando desviar su atención–– ¿Con quién te casaste? Intenté que la pregunta sonara ilusionada, como si realmente me alegrase de su compromiso. Y no es que no fuese así. Sencillamente me rompía el corazón haberme perdido tantos acontecimientos importantes. Probablemente la vida de mis seres queridos habría cambiado drásticamente y ya no serían exactamente como los recordaba. @
  24. Oniria: Después de escuchar sus palabras, sentí una oleada de culpabilidad. ––Me fui por miedo. Creo que... ¿me deprimí? No sabía de qué otra forma expresarlo. Hasta ese momento de mi vida no había sido consciente de mi propia inestabilidad mental, de mis demonios internos. ––Lo siento ––balbuceé––, debí darte una explicación. A ti y a mucha gente. Pero no supe gestionar todo lo que sentía. Hay alguien... bueno, podemos hablar de eso en otro momento. Me senté al borde de la cascada, junto a ella. Al menos su reacción no había sido del todo mala. En su rostro leía sentimientos encontrados. Probablemente, confusión. ––He vuelto porque necesito encontrar respuestas. Y porque fui muy cobarde. Y porque no puedo huir más, alejarme de las personas a las que quiero... me estaba destruyendo. Mi mirada se ensombreció. Crucé las manos, clavé la vista en el suelo. Mis palabras eran sinceras. En mi corazón se había instalado una profunda melancolía. En el fondo sabía que mi marcha era, en cierto modo, comprensible dadas las circunstancias, pero eso no tranquilizaba mi conciencia. ––Tienes derecho a enfadarte. A odiarme si quieres. Lo entenderé. Lo que me pasó me quedaba demasiado grande, y he tardado años en aprender a manejarlo. Y aquí estoy, ahora, intentando arreglar lo que dañé. @
  25. Oniria: Sí, definitivamente se había casado. Ahora quedaba descubrir... ¿Con quién? La miré. Mis pupilas se dilataron. Aquello significaba, según la cultura popular, que estabas enamorado de alguien. ¿De cuántas personas podía yo estar enamorada? Mi corazón albergaba sentimientos inescrutables. Me estremecí cuando las manos de Leah me recorrieron. Aquella piel... hacía tanto tiempo... y sin embargo, no había conseguido olvidarla. Mi memoria era, en efecto, táctil. Mis recuerdos eran puramente epiteliales, estaban inundados de caricias, telas, texturas. Mis párpados se cerraron transportándose al pasado. Pero estábamos aquí. A unos centímetros la una de la otra. "Voy a besarte". No respondí, pero mi silencio sólo era un reclamo, una expresión de mi deseo que no sabía cómo manifestar. Era uno de esos instantes en que las palabras se deshacían en mi boca antes de poder formularlas. Sus labios se posaron en los míos, y yo los moví con toda la dulzura que supe. "Este amor ya sin mí te amará siempre". Mis sentimientos se mantenían intactos. Mi corazón, de haber podido, hubiese latido con fuerza, como un fuego artificial en su recorrido hacia la desintegración. ––Yo te quiero. No sabes cuánto. ––Musité, estrechándola. @

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