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☀ 。.:* Castillo Lestrange *.:。☀ (MM B: 97133)


Sol Lestrange Black
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Estaba tan aburrida dentro de mi habitación, el sol parecía invitarme a salir, pero mi ánimo no estaba para tanto. Tome uno de los libros que descansaba sobre uno de los muebles, lo hojee sin mucho entusiasmo antes de volver a dejarlo en su lugar. De pronto una imagen llego a mi mente. Teniendo aquel tesoro dentro del castillo estaba perdiendo el tiempo.

 

Salí de la habitación dando un portazo, y casi a la carrera baje las escaleras con un rumbo fijo. La biblioteca. Abrí la puerta y aquel delicioso aroma entro en mis sentidos, el lugar era hermoso, docenas de libreros cubrían las altas paredes de piso a techo.

 

Suspire mientras intentaba pensar por donde podía empezar a buscar algo que me sacara de aquel aburrimiento. Era una verdadera aventura intentar mover alguno de esos libros. Hacia tanto tiempo ya que no me atrevía a poner un pie ahí, demasiados recuerdos entre esas paredes. Sacudí la cabeza intentando volver al presente, enfocándome en mi búsqueda.

 

Me dispuse a comenzar por la parte superior, usando aquella escalera que facilitaba la tarea. Subí lo más arriba que pude hasta alcanzar el ultimo estante. Después de algunos minutos nada había llamado mi atención más allá de un par de portadas, en su mayoría eran libros de magia, y uno que otro de artes oscuras, temas que en aquel momento no eran de mi interés.

 

En una de las orillas y apenas visible un libro de antigua apariencia tentó mi curiosidad. Lo tomé con delicadeza a pesar de su gran tamaño, mantuve el equilibrio ya que tuve que usas las dos manos para sostenerle. Apenas lo abrí una fina capa de polvo me cubrió la cara, y junto con ella un fuerte destello que me hizo perder el equilibrio aun con el libro entre mis manos.

 

Tarde apenas un segundo en entender que aquella caída no sería nada segura tomando en cuenta la altura, cerré los ojos esperando lo peor sin apenas poder emitir un sonido. Grande fue mi sorpresa cuando algo amortiguo mi caída. Abrí los ojos sorprendida, topándome con una enorme sorpresa.

 

Un hombre, alto y de atlética figura, con un par de ojos oscuros como la noche me miraba preocupado. Sus cabellos oscuros caían en pequeñas ondas sobre su cuello y frente por lo que aun entre mi asombro pude notar su agraciado rostro, me sostenía apenas entre su fuertes y musculosos brazos.

 

- ¿Estás bien? - pregunto sacándome de mi asombro.

 

- Eh yo, si…gracias…- atiné a decir como si fuera lo más común que un desconocido apareciera en la biblioteca para salvarte de una caída. Pero a pesar de ello aquel hombre no parecía tener malas intenciones- No es que no te agradezca que me hayas salvado, pero disculpa la pregunta ¿Quién eres y por qué estás en mi casa? Y si no es mucha molestia…podrías bajarme por favor.

 

- Oh si por supuesto…- de manera delicada y amable me deposito en uno de los sillones de cuero a su costado, se arrodillo a mi lado, tomo mi mano, deposito un suave beso en ella antes de responder- Khalid de Egipto es mi nombre.

 

- Ok Khalid… ¿Qué haces aquí? ¿De dónde saliste? - pregunte cada segundo más confundida. Admirando su extraña vestimenta, que cubría muy poco de su agraciado cuerpo. Una pequeña túnica envolvía apenas lo indispensable.

 

- Del libro…- señalo justo el sitio donde aquel viejo ejemplar había aterrizado tras mi estrepitosa caída.

 

Apenas pude reaccionar ante aquella afirmación. ¿Aquel hombre había salido del libro? La idea era muy extraña, aunque estando en el mundo mágico pocas cosas podían sorprenderme.

 

- ¿Y qué hacías ahí? - pregunte buscando aclarar mi mente.

 

- Un mago tenebroso me encerró ahí… ¿En qué época estamos?- su mirada recorrió la habitación con curiosidad.

 

- Año dos mil diecisiete…- respondí cada segundo más confundida.

 

- Hace más de 2000 años….- añadió después de un segundo de pensárselo.

 

- ¿Qué? - pregunte poniéndome de pie, aquello era lo más increíble que había escuchado, seguramente alguno de los “secretitos” que Alexander Lestrange guardaba en su biblioteca.

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  • 2 meses más tarde...

Un enorme colchón de césped. Así era como se sentía aquél rincón frente al lago, como un mullido y algo picoso colchón de césped. El tiempo había mejorado los últimos días, y el brillante sol calentaba su piel incluso bajo el cobijo de la arboleda que la rodeaba.

 

A Sam le gustaban los cambios de estación. Ver morir las hojas con su lenta y colorida caída, el blanco prístino cubriendo los restos moribundos de la naturaleza, el renacimiento de los colores y del paisaje, que bullía de vida cuando el buen tiempo acontecía.

 

Pese a saber que su tiempo de auge tenía fecha de vencimiento, a las plantas y árboles no parecía importarles. Parecían ser felices con el hecho de hibernar, guardar energías, y volver a emerger, para repetir incesantemente el ciclo de su vida. Era curioso que un ser tan básico como ese tuviera tal poder. O quizás sólo estuviera desvariando y las plantas no pensaran, y si lo hacían ni siquiera les importara.

 

- Es hora.

 

La profunda voz y la repentina sensación de algo moviéndose bajo su cuerpo hicieron que abriera los ojos, buscando con la mirada a su alrededor sin ver nada ni a nadie que pudiera haber hablado. De repente, la impresión de que algo o alguien la observaba la hizo querer salir de allí con rapidez.

 

- ¿Hay alguien ahí?

 

- Ya es hora. Las agujas se mueven y caen las hojas. Los frutos mueren y las ramas se cortan. Y así el invierno te atrapa a solas.

 

No parecía haber nadie alrededor, aún así la voz parecía salir de todos lados y de ninguno a la vez. Se incorporó echando una mirada hacia arriba, temblando cuando notó que el viejo manzano bajo el que se había echado parecía haber echado frutos de repente.

 

Manzanas. Manzanas negras que parecían verla desde arriba, con sus ojos cafés, verdes, azules, violetas, negros... Manzanas con expresiones familiares, con rostros que pusieron un nudo en su garganta. Frutos de un árbol que había conocido un invierno demasiado largo, ramas de su árbol que se habían secado y que habían dejado una cicatriz en aquel lugar donde habían estado.

 

- Es hora.

 

El suelo comenzando a moverse y la sensación de algo enredándose en su tobillo la hicieron saltar y casi ponerse a gritar. No quería subir con las manzanas, no quería verlas de cerca, no podía. Tiró con fuerza de su pie y la fuerte sacudida hizo que abriera los ojos, que tardaron unos segundos en acostumbrarse al sol que se filtraba entre las hojas.

 

La pelirroja miró a su alrededor, buscando frenéticamente manzanas u ojos o cualquier cosa que la amenazara. Los latidos de su corazón se normalizaron poco a poco, al ver que el árbol volvía a parecer tan vacío y callado como cualquier árbol. ¿Había sido un sueño? Maldita sea, su imaginación la mataría algún día...

 

- Naturaleza, tan inofensiva, sí, claro...

 

Ni siquiera su sarcasmo logró que se sintiera mejor. Las palabras que había escuchado en su sueño le recordaban a algo, aunque no podía asociar a qué. Se levantó rápidamente y sacudió su ropa y su larga melena para deshacerse de los restos de pasto, hojas y tierra.

 

Emprendió con rapidez el camino que llevaba al castillo, sintiéndose ridícula pero sin querer estar más tiempo allí sola. Sus pensamientos se movían perezosos a través de la niebla del sueño y, aunque no lo había decidido conscientemente, luego de regresar a su hogar sus pies la habían llevado por el conocido trecho hacia la biblioteca.

 

Había pasado mucho tiempo allí a solas, cuando necesitaba distraer su mente y futilmente saciar su necesidad de respuestas. La biblioteca de Lord Lestrange estaba bien abastecida, aunque sospechaba que aún había más secretos escondidos en ese castillo de los que podían imaginar. Aún así, tal vez encontrara alguna referencia

a esos versos que creía haber visto antes.

 

- Esto... ¿interrumpo?

 

Dado que la biblioteca no era una sección privada ni íntima, y que apenas era usada, la bruja había empujado sin más la pesada puerta, sólo para encontrar la extraña imagen de un desconocido arrodillado frente a su madre.

 

No es que fuera extraño que una bruja de la edad y la belleza de Sol tuviera algún que otro amante, ni tampoco necesitaba chaperones a su edad... Pero le parecía extraño escoger la fría biblioteca como lugar para una cita, además de tenerla con un hombre semivestido... Al menos podrían haberlo presentado antes de desnudarlo en la casa y justamente en la biblioteca.

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La sola idea de que aquel hombre tenia mas de dos mil años hizo que un escalofrío me recorriera, definitivamente mi padre guardaba demasiadas cosas peligrosas en aquel lugar, deberíamos empezar a tener mas precauciones al entrar ahí. Me aparte un poco intentando ordenar mis pensamientos, la verdad estaba tan sorprendida que apenas podía pensar en otra cosa que en aquel par de ojos oscuros.

 

Mi mente comenzó a divagar imaginandole a orillas del Nilo, conmigo de la mano, ataviada con aquella túnica de lino y mis cabellos volando libres por al suave brisa. Sacudí la cabeza volviendo a la biblioteca, Khalid me miraba y de pronto senti que mi ropa desaparecía, mis mejillas se sonrojaron al instante.

 

- ¿Por que me miras así?- dije turbada, intentando mantener mi temperatura estable. El joven sonrió y se arrodillo a mis pies, haciendo que mi turbación aumentara.

 

- Eres muy hermosa...hace mucho tiempo que no veía una bella mujer- confeso con voz ronca- No me has dicho tu nombre...

 

- Me llamo Sol, Sol Lestrange...y muchas gracias por el cumplido.- dije avergonzada pero complacida por su comentario.

 

- Sabía que Ra tenía que ver contigo...- afirmó mirándome- El dios del Sol...

 

La puerta se abrió de golpe y tras ella mi pequeña lucesita con cara de asombro, que después se transformo en una picara sonrisa. La mire con reproche imaginando lo que pasaba por aquella pelirroja cabecita, y negué suavemente antes de comenzar a dar las explicaciones que en aquella oportunidad ni yo misma tenía.

 

- Hola muñeca...- dije algo turbada alejándome un poco de aquel hombre de aspecto apetitoso.- El es Khalid y por extraño que parezca creo que es uno de los secretitos de tu abuelo...- admití encogiéndome de hombros. - Ella es mi hija Samy...- presente al recién llegado.

 

- Khalid de Egipto a tus pies...- el hombre sonrió y mostró aquella hilera de dientes perfectos al igual que el resto de su cuerpo, suspire algo turbada intentando alejar aquellos pensamientos morbosos de mi cabeza.- Tu hija también es muy hermosa...

 

Sam me miraba no muy convencida de mi anterior explicación por lo que tuve que dar mas detalles de la aparición de aquel encantador caballero.

 

- Acaba de salir de este libro...- continué sonriendo- Ahora me pregunto ¿Que haremos con el?

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  • 2 semanas más tarde...

Las cejas de la bruja treparon hasta casi toparse con su pelirrojo cabello al oír el extraño discurso de su madre. Aunque... ¿Por qué se sorprendía? Cosas más extrañas habían sucedido en ese castillo. Tal vez no tan extravagantes, pero extrañas sin duda. ¿Un sujeto saliendo de un libro? Bueno...

 

Tal vez debería ir pensando en tener con su madre una charla especial acerca de la responsabilidad con sus mascotas, sobre todo cuando no tenían idea acerca de sus costumbres o antecedentes. Aunque con una que se viera así de bien semivestido... entendía el azoramiento de su madre.

 

- Es un placer, Khalid. Siéntete como en tu casa. ¿Me prestas a mi madre un minuto?

 

La joven tiró del brazo de su madre con delicadeza, alejándolas un poco del rango auditivo del desconocido y de la extraña aura magnética que parecía rodearlo. Tuvo que chasquear sus dedos dos veces frente al rostro de la bruja mayor para que esta le brindara toda su atención al menos por un minuto y dejara de observar los eternos bíceps de su visita.

 

- Hum... mamy, ¿realmente no conoces a este sujeto? Si dices que estaba encerrado en un libro, tal vez fuera por algún motivo y no sólo para eternizar su bella figura en el papel...

 

Escuchó de nuevo la versión completa de su madre de los pocos datos y hechos con los que contaba y nuevamente observó con el ceño fruncido al objeto de sus cuchicheos, que parecía observar todo con atención y aún así no quitar los ojos de la pelinegra.

 

Samy se sentía algo descolocada. Por lo general no era ella la que tenía que aportar cordura y sensatez a las situaciones y no estaba en absoluto cómoda con ese papel, pero la implicación del nombre de su abuelo hacía que aquella situación le pusiera los pelos de punta. Nada bueno venía de Lord Lestrange ni de su legado, quitando a la bruja aquí presente del listado. Si ya se sentía inquieta desde la pesadilla en el lago, ahora parecía tener un hormiguero bajo su piel.

 

- ¿Qué tal si es algún malvado brujo condenado por toda la eternidad a pasar su vida en un libro por asesinar bebés o comer gatos o aparear elefantes con cocodrilos o algo así? Los egipcios eran raros.

 

Aún con todas las posibilidades que pasaban por su cabeza, sabía que era algo imposible que su madre le hiciera caso. Sol siempre pensaba lo mejor de las personas sin importar qué, seguramente en este caso no sería diferente, pero Samy tenía sus reservas. Aún cuando su abuelo fuera el ser más malvado que conocía, no era el único brujo oscuro en el mundo y seguramente no el más malo.

 

Lamentablemente, Sol tenía en sus ojos ESA mirada, luminosa y encendida, que quería decir que en algún momento entre caer en los brazos del egipcio y este instante, ya había visualizado su primera cita, su boda y había nombrado a un par de sus hijos. Tendría que estar alerta antes de que se encontrara con medio hermanos medio extranjeros en su jardín.

 

- Bueno... -levantó la voz y dio una palmada fingiendo alegría, antes de separarse de su madre e ir a recoger el empolvado libro que era el quid del asunto. - No tengo experiencia con maldiciones de este tipo, pero estamos en una biblioteca, tal vez aquí encontremos algo útil - sentenció mientras observaba el viejo libro con el ceño fruncido ya que no podía leer los caracteres en sus páginas.

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  • 2 semanas más tarde...

Escuchaba la voz amortiguada de Sam, era extraño aquel hombre atraía mi atención de forma absoluta. Me obligue a escuchar las advertencias de mi pequeña. Sus palabras estaban cagadas de razón, mi padre era capaz de tener un mundo de secretos y en la mayoría de los casos no eran precisamente algo agradable o que agradecerle.

 

Sam caminó hacia el libro y lo tomo entre sus manos, por un momento mi nerviosismo creció, no me gustaba nada la idea de que aquel hombre tan guapo fuera una de las malas jugadas de mi padre. Cuando reaccioné nuevamente Khalid estaba a mis espaldas, sentí su aliento muy cerca de mi oreja por lo cual me estremecí. Intente mantener la compostura, no podía dejarme llevar por mis instintos con mi hija al lado.

 

- Este libro guarda muchos secretos, les aconsejo que sean prudentes y mas aun precavidas. - admitió el moreno mientras mi mente se volvía a perder en el sonido de su gruesa voz.

 

-¿Que sabes de tu maldición?- pregunté intentando dejar de pensar en sus labios- ¿Sabes cómo podemos ayudarte?-

 

- Seshat me maldijo….es la "Señora de los libros", diosa de la escritura, y la historia, protectora de las bibliotecas en Egipto. También era llamada diosa del destino porque estaba sentada a los pies del árbol cósmico, en la parte más profunda, al sur del cielo, donde se unían el cielo superior y el inferior. Allí escribía sobre hojas del árbol los acontecimientos del futuro y archivaba los acontecimientos pasados.

 

Me gire para escuchar la historia de Khalid, su mirada parecía perdida en el pasado mientras narraba el motivo y antecedentes de su maldición.

 

- Yo era muy pobre, pero encontré la manera de escabullirme en la biblioteca del templo sagrado de Rha. Aquello no estaba permitido para los simples mortales como yo, por lo que siempre procuraba ser discreto. – El hombre suspiro antes de continuar con su relato- Una noche no tuve tiempo de salir de la biblioteca sin ser visto, por lo que tuve que quedarme dentro, mas allá de creer que aquello era un problema agradecí a los dioses aquella oportunidad. – Sam y yo estábamos enfocadas en el relato.- Pasada la media noche recorriendo los pasillos en busca de algún libro para poder disfrutar me tope con Seshat…-

Khalid parecía nervioso y algo angustiado por la sola mención de aquel nombre.

 

- Ella era hermosa, tenía una voz tan dulce y melodiosa que me hacía sentir en el mismo cielo. Cuando se mostró interesada en mi me sentí el hombre más afortunado. Desde aquel día pasaba toda las noches a su lado, ella me leía historias hasta que yo caía dormido entre sus brazos.

 

- Vaya eso suena a que las cosas no terminaron muy bien…- me encogí de hombros mientras Sam me mandaba a callar con un ademan, interesada en seguir escuchado la historia.

 

- Todo era felicidad hasta que una noche antes de entrar a hurtadillas me cruce con una joven doncella…- un suspiro escapo de los labios del chico- Ella era perfecta, su mirada me hizo volver a la realidad, había pasado los últimos días inmerso en el embrujo de Seshat. Kitzia era toda dulzura y bondad… Esa noche falte por primera vez a mi cita con Seshat, después de eso nada volvió a ser igual. Deje de ir a la biblioteca, solo tenía tiempo y ojos para mi amada Kitzia, pero aquello desato la ira de mi antigua amante…Una noche fui a la biblioteca a despedirme de ella, y justo esa acción fue el principio de mi fin. Kitzia estaba con ella, Seshat estaba llena de ira por mi abandono y descargo su furia sobre mi nuevo amor, vi como de a poco la luz de sus hermosos ojos se apagó, sin que yo pudiera hacer algo para evitarlo.

 

- Oh Merlín…- musité sintiendo una enorme pena por aquel hombre, entendí perfectamente el significado del dolor por perder al verdadero amor.

 

- Seshat me maldijo justo con lo que antes había amado tanto… me encerró en este libro. No se cómo llegue hasta aquí y por qué estoy fuera...

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  • 2 semanas más tarde...

La joven pelinegra se encontraba dando vueltas por toda la habitación como un pequeño animal enjaulado. Sus pasos estaban cargados de una energía nerviosa que le impedía concentrarse en nada que no fuese la cara de aquel hombre, ese rostro se aparecía frente a ella para perturbarla. Llevaba más de un año sin ver aquellas facciones pero el sujeto del pueblo no podía ser otro el padre de Urian. Estaba en el Callejón Diagon, lo que indicaba que no era un simple muggle como le había hecho creer, aunque si debía ser honesta ella tampoco se había dedicado a explicar sus orígenes.

 

Miró al niño que dormía tranquilamente y se maldijo a sí misma. Esa criatura pequeñita era su adoración y la quería sólo para ella, había estado convencida de que dándole un padre Muggle se evitaría futuras complicaciones pero, por la mirada que Ashton les había dedicado, era claro que su sueño idílico se desmoronaría en poco tiempo a menos que, como siempre, armara con celeridad sus maletas y se alejara del castillo cuanto antes. El problema con ese plan era que ya no estaba sola y exponer a su hijo a algo así podía ser peligroso.
No sabía qué hacer, las pocas palabras que había intercambiado con el mago la habían llenado de pánico. Era el hijo de gente influyente y, aunque ella no lo sabía, la idea de ser padre le parecía maravillosa, sobre todo ahora que sabía que ella era una bruja como el. Muy a su conveniencia el joven había interpretado su huida como producto del miedo de reconocer que era una bruja pero pensaba que como los dos pertenecían al mismo mundo podrían llegar a construir una familia.
En medio de todo el miedo que la había asolado, no se vio capaz de contradecir aquellas escenas tan pintorescas que él parecía ver en su futuro y la forma en que Urian sonreía logró hacer que se sintiera culpable por alejarlos y por saber que nunca podría estar con Ashton. Aquello que compartieron estaba lleno de buenos momentos, guardaba buenos recuerdos de su tiempo juntos, pero para ella siempre había tenido fecha de caducidad. Era una relación destinada a terminar tal como todas las que tenía. El que de aquello hubiese nacido su hijo cambiaba las cosas, eso era innegable, renunciar a parte de su naturaleza era un sacrificio que ya no la incomodaba pero no podía poner su vida en manos de alguien más. Ahora no podía dejar de temer el momento en que se presentase en la casa a dejar claras sus intenciones a la matriarca de la familia que, como él mismo, en sus anticuadas palabras señalase, era la que debía darle consentimiento para casarse y darle su apellido al bebé que gracias a Merlín era suficientemente pequeño.
Miró las puertas de su habitación, quizás lo mejor fuera ir en busca de Sol para explicarle lo que sucedía y rogarle que echara a aquel sujeto con cajas destempladas ni bien lo viese aparecer en el lugar. El único inconveniente que veía a eso era el apellido del joven, que lograba siempre que su tía se alterara. Era casi imposible que alguien apellidado Black saliese perdiendo frente a la pelinegra y, peor aún, su tía era una romántica y estaba casi convencida de que la invitaría a aceptar las atenciones del sujeto. Por eso era necesario buscar también a su prima, confiaba en que ésta pudiera aportar un poco a su causa y ayudarla a salir del lío en que se había metido. Eso le pasaba a ella por dejar de ser la joven tranquila y recatada que siempre había sido. Estaba segura de que si los hombres de la familia aún siguieran ahí, ella sería incapaz de mirarlos a la cara.
Se armó de valor y tomó al pequeño entre sus brazos. Urian siempre lograba animarla y darle valor, sólo esperaba que las cosas marcharan bien. Las voces la guiaron en dirección a la biblioteca, lo que suscitó su interés. Era extraño que alguien usara esa estancia, no por que no fuesen buenas lectoras sino porque había pertenecido a Lord Lestrange y albergaba cosas bastante macabras que ellas preferían evitar. Algo peculiar ocurría ese día pero no podía retrasarse más para hablar con ellas. Pasase lo que pasase tendría que lidiar con eso también.
Empujó las puertas y sus ojos fueron directo hacia el extraño que parecía sumergido en una narración romántica. Evitando llamar la atención lo escuchó, no podía ser verdad, na historia trágica de amor no era precisamente lo que necesitaba para predisponer a su tía a su favor, pero bueno asi era la vida.
- Buenas tardes - saludó con la voz dulce que ponía cada vez que quería conseguir algo.

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La bruja observaba aún meticulosamente las páginas del antiguo ejemplar, escuchando sin perder detalle de la historia que su "invitado" narraba. Era casi imposible no perderse en la melodiosa cadencia de su acento, aunque intentaba concentrarse en los hechos para poder darle algo de sentido a aquel problema. Tal vez podrían embotellar aquella voz y sacarle una buena ganancia, si no podían encontrar la manera de ayudar al extranjero.

 

¡Concéntrate! Su mente intentaba unir los puntos de aquella imagen pero no parecía dar resultado. No podía entender del todo qué era lo que unía al antiguo Egipto de hace dos mil años con la biblioteca de su abuelo en el Londres de esta época. Sí, sabían Lord Lestrange a lo largo de su vida había acumulado una gran cantidad de objetos con propiedades mágicas, sobre todo aquellos relacionados a la magia oscura, pero ¿cómo encajaba aquel libro allí? No parecía el tipo de objeto que alguien codiciase, a menos que tuviera otros usos aparte de encerrar a su prisionero.

 

Pasar meses, siglos, milenios... encerrado en un libro. No podía imaginar algo así. No tenía idea de qué se sentiría allí dentro pero imaginaba un estrecho espacio oscuro y asfixiante y, de repente, sentía enormes deseos de abrir cada puerta y ventana a su alcance. Y eso que no era claustrofóbica. La mente que había ideado ese tipo de castigo debía ser terriblemente cruel. Aunque si lo pensaba con detenimiento, si ella fuera una diosa con superpoderes mágicos y encontrara a su nuevo juguete retozando con alguna humana común y corriente, haría exactamente lo mismo y quizás algo peor. Entonces...

 

Sus divagaciones se interrumpieron cuando oyó la voz de su prima en la entrada. Al parecer, todos habían estado demasiado metidos en la historia para darse cuenta de que las puertas habían sido abiertas.

 

- ¡Polyxena! -Samy saltó y atrapó a la pequeña pelinegra en un abrazo con cuidado de no aplastar al pequeño Uri. - ¡Qué bueno que te nos unes! Mira, este de aquí es Khalid de Egipto y vive en uno de los libros de la biblioteca. No se si has llegado a oír su historia, pero acaba de contárnosla. Intentábamos decidir si era algún tipo de loco asesino serial o mago malvado encarcelado, antes de que llegaras...

 

Al menos, tres cerebros actuales podrían pensar mejor que dos. Quizás Poly no tuviera los mismos problemas que ellas para concentrarse frente al atractivo del egipcio y pudiera ayudarlas a encontrar una solución. Una fuente de moderado recato y absoluta decencia -excepto por sus andanzas con muggles y la criatura que había concebido con uno de ellos-, la Lupin siempre era un buen activo a la hora de pensar con coherencia.

 

-Hablando de vivir en un libro... -la pelirroja se detuvo a pensar un momento en dos ideas que se le habían ocurrido antes de que su prima llegara, e intentó unirlas aunque no concordaran del todo. -Khalid, ¿recuerdas si alguna vez has abandonado tu... prisión, aparte de ahora, o lo que has oído dentro de él? ¿Alguna vez en dos mil años?

 

La crueldad de una diosa caprichosa del destino con experiencia en maldiciones y la ambición de poder de un mago oscuro podrían ser una combinación peligrosa. Si su abuelo se había molestado en conservar aquel libro, debía haber alguna razón para ello. Eso convertía a su invitado en un arma que Alexandre no había usado aún, o en una bomba de tiempo que podía despertar aún mas pesares a su maldición.

 

La joven observó cómo las facciones del moreno se cerraban y se oscurecían, su vista perdida en algún otro tiempo y lugar. El egipcio retrocedió un paso, alejándose de las mujeres y fijando una mirada terrible en el libro que solía ser su cárcel. Parecía haber recordado algo que le causaba dolor, un dolor crudo y lacerante.

 

-Debería irme.

 

- ¡No! No puedes...

 

Su madre intentó detener a Khalid, pero él volvió a retroceder antes de que ella pudiera tocar su brazo y negó con la cabeza con decisión.

 

-No voy a herirlas. No dejaré que vuelva a suceder.

 

Ok... Al menos habían encontrado algo, aunque no supieran de qué se trataba. Una reacción podría conducirlas por el camino correcto. La pelirroja alzó la voz antes de que Khalid decidiera largarse del lugar de alguna manera.

 

-No puedes irte. Así vestido, en esta época, causarás un pequeño alboroto. La gente creerá que vas a una fiesta de disfraces o que eres un loco. No tienes dinero ni sabes viajar ni a donde ir... Tu mejor opción es este castillo. -Volviendo la mirada al libro en sus manos, lo ojeó una vez más con distraída parsimonia. -No sabes lo que sucederá si lanzamos el libro al fuego, si lo destruimos o si invocamos a una diosa loca de siglos de antigüedad a estos tiempos. O te quedas y nos explicas esto, o tendrás que arriesgarte.

 

La turbia mirada de Khalid se desvió del libro y entonces sus ojos se cerraron con lo que parecía frustración. No le sorprendería que el extraño tuviera ganas de gruñirle, solía tener ese efecto en las personas. Podría haberse oído la caída de un pelo de hipogrifo en la biblioteca en esos momentos, mientras todos se calmaban.

 

- El libro no puede ser destruido.- Fue lo primero que salió de la boca del egipcio. - Muchas personas lo han intentado... de mil maneras. La maldición de Seshat... tardé mucho tiempo en entenderla y muchos soles y lunas padeciéndola. El libro no sólo es una prisión, también una horrenda condena. La condena de la pérdida del amor. - Khalid se acercó y tomó el libro, sujetándolo como si fuera a morderlo. - El libro parece sentirse atraído por aquellas personas cuyos sentimientos son puros y buenos, el amor profundo y sincero. Y entonces, cuando haya un lugar en su hogar... - No parecía encontrar las palabras, así que aclaró su garganta con pena. - Encuentra como destruirlo. Eso he oído por años. El amor muriendo una y otra vez.

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El grito de su prima puso una sonrisa en su rostro. Escucharla usar su nombre completo era extraño pero le sentaba bien, después de todo sólo los miembros de la familia sabían cuál era el horrible nombre tras su dulce apodo. Miró al pequeño que sonreía y con su manita indicaba al extraño hombre que con su presencia parecía llenar la estancia. Era extraño sin duda, pero ahora que la pelirroja le había explicado su procedencia podía respirar más tranquila. Al menos el hombre semidesnudo no formaba parte de ningún proyecto de despedida de soltera o de fiesta libertina, porque de ser así tendría que llevar a su inocente pequeño a otro sitio.

 

Pensaba en todas las maldiciones que conocía, pero estaba segura de que si el libro había persistido durante tantos siglos y llegado hasta una casa donde la magia negra no era poco común, sin duda era indestructible y el único poder contra el que ningún tipo de magia podía hacer nada era el amor. La condena de ese hombre sería eterna, pues estaba segura de que si intentaban matarlo a él, que ahora estaba fuera del objeto, resultaría igualmente imposible. La verdad, la única salida que ella veía era volver a encerrarlo en el libro y cargar con el problema a alguien más. Después de todo, un libro tan bonito como aquel podía ser fácilmente vendido en el mercado negro o un buen regalo para alguno de esos "amigos" que procuraban mantener cómodos y contentos

 

- Abajo pequeñajo, explora un poco, a mamá le pesas - dijo poniendo a Urian sobre el suelo y éste no tardó en comenzar a gatear por el lugar. Después de todo, era un enano curioso y pasaba más tiempo del recomendable solo o teniéndola a ella por única compañía.

 

Se sentó intentando comprender algo más de la historia de su visitante. Ciertamente parecía triste y al parecer su presencia había logrado alterarlo más. Lo que era extraño, pues ella solía transmitir más paz que las otras dos mujeres que eran un torbellino constante de ideas y energía. El misterio de aquel hombre constituía un verdadero problema para ella, con él en medio no podría explicarle a las Lestrange lo que estaba pasando y mucho menos pedirles ayuda. Ponerse a hablar de su vida romántica, si es que lo que le pasaba podía ser definido de ese modo, justo frente a alguien que estaba maldito por causa del amor era más cruel de lo necesario. Por eso era imperante que encontraran alguna solución, aunque sabía que su idea de darle el problema a alguien más no sería bien recibida por nadie.

 

Las últimas palabras del egipcio eran raras . Corazones puros y amor profundo en la Lestrange... seguro la maldición estaba comenzando a fallar después de tantos años o quizás su tía estaba en pareja y ella, que vivía encerrada en su propio mundo, aún no lo sabía. Miró a la pelirroja pero, si bien su prima tenía un buen corazón, jamás la había visto enamorada. Si lo pensaba, ni tan siquiera la había visto coqueteando.

 

Estaba a punto de hablarle a Sol cuando su pequeño le tiró la falda y la miró con esos ojos enormes idénticos a los de Ashton y por un momento el temor se apoderó de ella. Quiso preguntarle a las mujeres hacia cuanto que tenían a esa visita pero sus palabras formaban un nudo espeso en su garganta. Si todo aquello tenía que ver con el padre de Urian, tal parecía que el Egipcio pronto vería morir un nuevo amor, uno que no estaba destinado a ser por que ella rechazaba por completo la idea de una familia. No en vano había huido cuando el Black que en ese momento tenía otro apellido había pedido su mano en matrimonio, no en vano se había negado a estar con él cuando descubrió el embarazo. Ella había renunciado al amor porque sabía que tener amor y una familia eran ideas incompatibles, si estaba ahí para presenciar el dolor de la muerte de un amor, quizás fuese una visita más breve de lo esperado.

 

Y así como si fuese una premonición, su elfo se apareció en el cuarto con los ojos abiertos de par en par. - Señorita Lupin, el señor Black espera en la puerta y pide verla - anuncio Asturión con voz temblorosa y tomando al niño entre sus brazos, pues éste ya se había acercado a él y apretaba sus piernas con cariño.

 

- Dile al señor Black que en unos minutos estaré abajo, pero antes pon a Urian en la cuna y procura que alguien esté con él hasta que nosotras bajemos -pidió con voz suave mientras posaba su mirada en Sol decidida a soltar de golpe

 

- Sol, creo que debo ser breve: el padre de Urian, que según yo era un muggle, resultó no serlo. Nos hemos topado en Diagon, ha visto a Urian y está decidido a casarse. Cree que huí para ocultarle que era bruja y yo me asusté y no supe qué decir. Tienes que convencerlo de que no puedo casarme con él o ayudarme a huir, no lo sé, sólo se que no puedo casarme con Ashton - pidió con ojos suplicantes y la voz entrecortada, mientras trataba de acomodarse el vestido lo mejor posible y de controlar el temblor de sus manos.

Editado por Polyta Lupin

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Khalid de Egipto

 

Jamás pensé volver a ver la luz, mas allá del libro, estar de nuevo en el mundo me mantenía en una sensación entre intranquilo, ansioso y eufórico, no sabía cómo aquella hermosa mujer había logrado sacarme y mucho menos la relación que ella podía tener con la maldición. Sabía bien que Seshat no era de dejar cabos sueltos. Tenía el impulso de salir corriendo y dejar todo atrás, pero algo me detenía en aquel lugar, una extraña sensación que de a poco iba llenando mi cuerpo y mi mente.

 

Aquel castillo parecía tener una fuerte carga de sentimientos de todo tipo, aquellas mujeres, madre e hija, eran hermosas casi podía sentir la esencia de sus almas, la de la joven pelirroja, parecía libre, mientras que la de su madre parecía estar cargada de un pesado pasado que la mantenía estática.

 

Tras escuchar mi historia el silencio se hizo inminente, aquel silencio solo era roto por el sonido de nuestras respiraciones, hasta que una nueva mujer apareció en aquella habitación, si fuera otra la situación estaría agradecido de haber escapado de mi prisión y haber llegado a lo que parecía un hermoso despliegue de femineidad y belleza.

 

Intente escapar, pero las Lestrange me convencieron de no hacerlo, había demasiadas cosas por averiguar antes de saber que decisión tomar. Me deje caer frustrado en uno de los sillones mientras la recién llegada comenzaba a hablar con su tía de asuntos familiares.

 

Me perdí un poco en Sol, sus ojos, aquellos ojos de miel, parecían destellar de manera indescriptible, profundos, oscuros, su cabello rizado, su pequeña nariz, aquella pequeña arruga en su frente, todo aquello me parecía tan familiar….

 

Sol Lestrange.

 

La aparición de Poly me desenfoco un poco del problema de Khalid, de manera rápida explico la razón por la que estaba en el castillo. Me quede en blanco un segundo, era demasiada información. Las Lestrange éramos muy unidas, pero a la vez muy reservadas, tal vez demasiad. No sabía mucho o casi nada de la vida de mi sobrina, y cuando había aparecido en la puerta con un bebé en brazos me había limitado a aceptarlo sin muchas preguntas.

 

Ahora algunas de aquellas preguntas eran resueltas, y la historia me parecía bastante confusa. El padre de su hijo era mago, era un Black, aquello parecía un karma, pero no era momento para pensar en ello, había demasiadas cosas por resolver y el asunto de Poly era prioridad, si Khalid había esperado milenios para salir de su prisión unos minutos mas no le afectarían.

 

- Despacio querida…-dije intentando armar la historia en mi cabeza.- Por lo que veo no es que tu estés enamorada, y si no quieres casarte con el, no hay manera de que logre obligarte y mucho menos estando en tu casa. Deja que tu tía Sol se encargue de este asunto. Espera aquí con Sam y nuestro invitado. Yo bajare a hablar con el Sr. Black… creo que tengo algo de experiencia en ello…

 

No espere a que Poly diese su aprobación para mi intervención, ella sabía que yo no haría nada fuera de lugar y que mantendría la compostura en la medida de lo posible. Salí de la biblioteca sin mirar atrás, necesitaba respirar un poco y distraer un poco mi mente de aquel par de ojos negros que me inquietaban. Cerré los ojos un instante intentando serenarme, y de pronto mi mente empezó a crear una escena al más puro estilo de Laurence de Arabia.

 

Khalid y yo tomados de la mano caminando a orillas del Nilo, el cielo azul cubriendo nuestras cabezas bajo aquel sol abrazador. Sentí mi cuerpo arder, abrí los ojos de golpe y sacudí la cabeza, con la respiración agitada. Me estaba sugestionando con aquella trágica historia de amor. Respire profundamente, debía concentrarme en el problema de Poly.- Demonios Sol, enfocate...- me reproche firmemente.

 

Apresuré el paso y baje las escaleras sin mirara atrás, entre en el salón donde un joven de aspecto nervioso esperaba sentado en uno de los sillones. Al verme se puso de pie como impulsado por un resorte. Evidentemente no era la mujer que esperaba ver.

 

- Buenas tardes señor Black, soy Sol Lestrange, tía de Poly y creo que tenemos que hablar…

Editado por Sol Lestrange Black R

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Polyxena Lupin

 

Miró a su tía con la duda pintada en los ojos, pero ella era quien le había pedido que lo resolviera todo y eso se debía a que confiaba en ella.

 

- Muchas gracias Sol por hacer esto, ahora mismo no me siento en condiciones de hablar con él - musitó ella con voz sombría mientras veía cómo la mujer bajaba para cerrar una parte de su vida a la que ella no tenía el valor de darle la espalda.

 

Sol había dicho que ella no estaba enamorada y si bien eso no era del todo cierto, la verdad era que sus miedos y su necesidad de proteger la frágil estabilidad que había alcanzado junto a su hijo era mucho más importante que los sentimientos que pudiese albergar por Ashton, que sin duda estaría en el piso inferior con esa sonrisa tan suya esperándola. Deseaba con todas sus fuerzas que no se portara de modo grosero con su tía, aunque quizás eso fuese lo mejor para poner una barrera entre ellos. Pese a que la Lestrange había declarado que él no podía obligarla a estar a su lado, ella era muy consciente de las artimañas que su ex novio podía utilizar. No en vano habían estado juntos mucho tiempo y si resultaba implacable en el mundo muggle no quería imaginar cómo sería ahora que estaba en su elemento.

 

Miró al egipcio y a Sam de modo intermitente, sintiendo como el desasosiego se hacía parte de ella. Con pasos lentos caminó hacia la pelirroja y la abrazó, necesitaba sentir el cariño de alguien que sabía que pese a todo siempre la querría. Estaba a punto de entrar en una de esas crisis suyas y no podía permitírselo cuando tenía a Urian a sólo unas puertas. Ahora no sólo era ella y sus deseos tendrían que esperar.

 

- Sam, prométeme que si enloquezco no dejarás que nada malo le pase al bodoque. Por favor, prométemelo - pidió mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

 

Ashton Black

 

Había pasado un par de días asimilando la idea de que su novia muggle, aquella que se fuese sin dejar rastro y sin explicaciones, era una bruja y tenían un hijo. Él, que siempre se había considerado un purista y que no concebía la idea de convivir con los muggles, se había visto obligado a esconderse en un pequeño pueblo y a intentar vivir como uno de ellos. Lo que no esperaba era enamorarse de una pequeña mujer que parecía siempre rodeada de un halo de tristeza y que tocaba una guitarra en la plaza para conseguir dinero. Era muy bonita y su aspecto frágil y dulce logró captar su atención y así, sin darse cuenta, cada día dirigía sus pasos al lugar en que ella tocaba hasta que un día la invitó a un café, que ella había dudado en aceptar, pero que se había convertido en el inicio de una hermosa relación, una cuya única sombra era la verdad acerca de su origen o eso pensaba él hasta hacia sólo unos días. Polyxena Lupin, ése era el nombre de la chica que en el mundo en que habían estado juntos era Elena, pero ahora lejos de las mentiras necesitaba verla y hablar con ella, conseguir que retomaran aquello que él creía perdido y que gracias a Merlín esperaba volver a tener, por eso no podía dilatar más su visita a la casa de la joven. Se puso de pie al ver a una mujer que irrumpía en el salón, él ceño fruncido.

 

Él había ido hasta la casa a ver a Polyxena y había sido muy claro con el elfo, no entendía por qué su dulce novia no estaba en ese momento recibiéndolo como solía hacerlo en aquella casa que habían compartido en el mundo muggle. Toda la situación le parecía muy extraña y él no estaba acostumbrado a que las situaciones lo sobrepasaron de aquella forma. De por sí, había sido muy duro darse cuenta de que la mujer que quería era una bruja y de que tenían un hijo, pues estaba prácticamente seguro de que él bebe que la pelinegra sostenía aquel día que se habían visto era suyo.

 

 

- Buenos días, señora, mi nombre es Ashton Black - saludó mientras intentaba recobrar la compostura. Además de seguro esa mujer pertenecía a la familia de su novia y no podía empezar con mal pie si quería cumplir su objetivo.

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