Hito 3 - Departamento de Misterios.
— Lumus —pronunció suavemente. Aún se mantenía tranquila.
Al ver que el cuarto aún se encontraba a oscuras, volvió a conjurar este último hechizo pero está vez con una voz que demostraba preocupación y pánico. No entendía qué podía estar sucediendo pero en su mente comenzaban a formularse diferentes especulaciones, desde las más cotidianas, como una simple falla en el sistema de iluminación, hasta una trampa exageradamente peligrosa. Temía que al iluminar la habitación se encontraría con un centenar de Redentis a su alrededor, sin embargo, lo que más le inquietaba era el silencio.
No sentía ninguna presencia ni oía ninguna respiración más que la propia. Nuevamente se sentía agitada y en definitiva era difícil sostener el ritmo en cada inhalación y exhalación. Al mismo tiempo sentía una presión en el pecho que podía confundirse con un mal presentimiento. Debía calmarse, sería lo mejor. Sabía que ese sentimiento estaba perjudicando su concentración y por consecuencia, no podía conjurar ningún hechizo.
Inhaló profundamente con los ojos cerrados, intentando no pensar en lo que podía encontrar cuando abriera los ojos. Apoyó con fuerza sus pulgares en su varita y esta vez, al mismo tiempo que pronunciaba el hechizo, abría lentamente sus ojos. Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano. Aún seguía a oscuras y ese olor a sangre que llegaba a sus fosas nasales le inquietaba cada vez más.
Frunció el ceño y mantuvo la postura. No perdería la calma, no luego de haber llegado tan lejos.
Pero cuando quiso volver a pronunciar el hechizo sintió como algo comenzaba a trepar, con fuerza, por su pierna izquierda. Por instinto la sacudió con desesperación sin ningún resultado. Simplemente gritó y volvió a sacudirla. Tomó su varita con la intención de lanzar un hechizo o por lo menos conjurar uno para saber qué era lo que sucedía, pero nuevamente, no tuvo éxito. Era como si la magia estuviera invalidada en esa habitación. ¿Dónde se había metido?
Cuando sintió otra criatura en su espalda y una tela de araña pegajosa sobre su cara, volvió a gritar.
— ¡Septusempra! ¡Expelliarmus!
Desconocía si se trataban de acromántulas o arañas, tampoco sabía si esos hechizos eran válidos. En esas circunstancias era completamente difícil pensar con claridad.