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Confesionario de las Lamentaciones (MM B: 87865)


Reena Vladimir
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El roce del cuerpo con la hierba era sutil, pero perceptible para alguien experto. Una ligera sonrisa apareció en el rostro del encapuchado, aunqeu desde atrás era imposible que la sacerdotisa lo supiera. Me había agachado para presentar respeto al árbol, pero era el momento de que volviera a levantarse. Toda su ropa, además de la capa, eran de color negro.

 

El encapuchado alzó la vista hacia el ave, que los observaba a ambos tranquilo, calmado, más parecido al estado de ánimo del encapuchado que al de la sacerdotisa, que tenía cierto deje de nerviosismo en su voz. Aunque aquel casual comentario sobre lo que decían del canto del augurey también tenía cierta amenaza en su voz. Seguramente se preparaba para asir la varita y hacer lo qeu fuera necesario para protegerse de la figura que tenía delante.

 

Despacio, para no asustarla ni provocar una reacción indeseada, alcé las manos, enseñándolas, para que viese que no tenía la varita en la mano, sino que se mantenía a buen recaudo en mi cinturón. El viento hizo acto de presencia, agitando las plantas a los pies de la sacerdotisa, de color violeta intenso que parecían claramente elegidos para coincidir con el pelo de la mujer, ondeando la capa del encapuchado, que sonrió de nuevo al percibir el aroma dulce de las hortensias.

 

Con un pequeño suspiro y las manos aun en alto, el encapuchado comenzó a girarse, lentamente, con la cabeza gacha aun cubierta por la capa. 

- Bueno...que cante entonces. Creo que no supondría un gran problema para mi. - contestó con voz confiada.

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Toda la fiereza que intentaba demostrar, cayó a mis pies en cuanto aquella persona se dio la vuelta. Le contemplé y me enamoré de su pelo, de aquel pelo que mil veces había tocado y enredado entre mis dedos. Aquel pelo rojizo, aquel pelo tocado por los rayos del sol, aquel cabello que rozaba mi cara cuando manteníamos relaciones... Solté un gemido y me estremecí. Después quedé quieta, como si me hubieran petrificado, gozando con la imagen de aquel rostro amado hecho carne. Entendí lo que decía sobre el Augurey: si anunciaba la muerte de alguien, pues a él no le importaría, pues ya estaba muerto.

Era Jack.

Un Jack vivo, carnoso, palpable, atractivo, sensual... Un Jack como hacía mucho tiempo que no veía, ese Jack cuya presencia me hacía temblar y jadear sólo de pensar en tocar su cuerpo. Ese Jack que siempre añoraba cuando no lo veía y que ahora estaba allá, delante del árbol sagrado, con la sonrisa más sensual que nunca le había visto.

-- ¡Oh, Jack...!

Entonces caí. Jack estaba allá, vivo, corpóreo, a pesar que no le había tocado ni hubiera llamado su presencia en la PB. Estaba allá, fuera del espacio en el que, como fantasma, solía moverse. Estaba allá. Vivo.

-- ¡Dioses, Jack...!

Y mi cuerpo vibró por dentro. Y extendí una mano, temblorosa, sin creerme que mi marido estuviera allá, mirándome con unos ojos preciosos que había heredado nuestro hijo pequeño. Y supe que seguía tan enamorada como el primer día que le vi, como el día que nos casamos y...

-- ¡Oh, Jack, nuestro aniversario! Es nuestro aniversario...

Ahora entendía porqué él estaba allá, esperándome, insinuándome que su amor era como el del día en que nos conocimos.

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Podía describir exactamente en que momento toda la fiereza que albergaba Sagitas desapareció. Traté de mantenerme aun serio unos segundos, pero me fue imposible al oir aquel suspiro que dejó escapar. Mirándola a los ojos se dibujó en mi rostro la sonrisa más boba que cualquiera podía imaginar, la misma que se dibujaba cuando éramos dos críos ocultos en una playa en la playa en la Pettit Potter Black, o en la tienda de campaña, perdidos en algún bosque lejano.

 

Noté que el corazón me daba un vuelco y se aceleraba, tanto que creí que dolía. Pequeños detallitos de alguien qeu, normalmente, es un fantasma, qeu a veces se olvida de lo qeu se siente cuando ves a ESA persona, y tu corazón decide escapar con ella al verla. 

 

Caminé despacio, quitándome la capucha mientras le guiñaba un ojo, sin perderla de vista, ansiando el momento de tocarla. Esta vez, no necesitaríamos unos segundos hasta que me materializara. La sentiría, al instante. El calor de su piel, como se estremecía cuando le rozaba el cuello, como se relajaba cuando....

 

Despacio, tomé la mano qeu alzaba temblorosa, sonriendo aun más al notar su calidez, nervioso como el día que nos conocimos en aquella colina cerca del mar, antes de dejar su mano sobre mi pecho, para que sintiera el latir de mi corazón, fuerte, sano...vivo. Y tremendamente nervioso. Pero ahí estaba, como el primer día, como siempre. 

- Feliz aniversario, niña. - susurré, acercándome a ella. - Por un momento casi me creo que ibas a atacarme.

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Un flan, así me sentía, como un flan gelatinoso cuyas rodillas se negaban a quedarse quietas y amenazaban con hacerme caer al suelo, sin poder sostenerme. Y todo eso lo consiguió Jack con su guiño, aquel gesto tan simple que me hizo flotar como si fuera una colegiala que acaba de ver al amor de su vida. Es que, en cierta manera, era eso. Jack había sido en el pasado, era en el presente y sería en mi futuro, el amor de mi vida, la persona con la que no sólo iba a vivir mi vida, sino que también estaba ligada a él en su muerte y, eso esperaba, en la mía. Jack era quien me hacía sentir mariposas vivas en el estómago cuando me hacía un sencillo guiño.

Boqueé como un pescado sin aire al sentir que se acercaba y me rozaba la mano, la atraía hacia él y la ponía sobre su pecho. Quedarse sin aire cuando estás con el ser amado es algo tan maravilloso que casi deseaba dejar de respirar para no perder el tiempo en cosas tan nimias que me impedían valorar su presencia. Aguanté el temblor que me envolvía, sintiéndome de nuevo pequeña, al notar aquel tacto suave de sus manos sobre la mía. Después... el latido. Esbocé una sonrisa entre tímida y temerosa.

-- Estás... vivo...

Y temblé de nuevo, esta vez más patente a la vista. No sé decir si era un escalofrío o la excitación de saberle a mi lado. Vivo. Como antes. Sus palabras, melodía armoniosa en mis oídos, me arrancó una risilla nerviosa.

-- ¡Te has acordado...!-- mi voz confesaba que yo no había pensado en la fecha y que la sorpresa me había dejado debilitada en sus brazos; había perdido mi posición firme y fuerte con la que me había acostumbrado a vivir últimamente para refugiarme en su pecho y sentir, con mi propio oído, aquel latido uniforme que le daba vida. -- No te iba a atacar... Te había reconocido... -- mentí, sí, sabiendo que él me conocía lo suficiente como para notarlo.

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Sonreí, una sonrisa sincera, de esas qeu no se pueden ocultar. Ese gesto qeu simboliza la felicidad de poder pasar tiempo con la persona que quieres, de sentirla...a pesar de nuestra unión, de lo que significaba, un contacto pleno como aquel era algo que pocas veces sucedía, una rara ocasión que a veces, la vida nos regalaba. O nuestro hijo mayor, claro.

 

Oir como aquellas dos palabras salían de ella me hizo cerrar los ojos, aliviado. 

- Como no iba a acordarme? - pregunte, aferrándome a su cintura, intentando aguantar la emoción que sentía, mientras ella simplemente se apoyaba en mi pecho y sentía aquel latido que, desde hacía dos años, no habíamos vuelto a sentir. Miré hacia abajo, con una media sonrisa divertida, mientras le apartaba un mechón de la cara.

- Ya....me habías reconocido, claro... - contesté, burlándome un poco de ella. 

 

Pero el viento traía la lluvia, algo que en Londres era común, más aun siendo invierno. Tras dirigir la mirada hacia arriba, cubrí a Sagitas con la capa y corrimos hacia el interior del confesionario. Cuando entramos, riendo y ligeramente mojados, decidí quitarme la capa para dejarla en uno de los bancos. Mi vista se desvió de nuevo hasta el altar, y una sonrisa pícara se dibujó en mi rostro, mientras me acercaba a Sagitas.

- Recuerdas lo que pasó la última vez que estuvimos juntos aqui? - le susurré. Rocé su cuello con la nariz, notando qeu se le erizaba la piel. - Esta vez tendremos más tiempo.

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