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Confesionario de las Lamentaciones (MM B: 87865)


Reena Vladimir
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ME debilitaba. Era una extraña sensación, puesto qeu de pronto, me parecía que la oscuridad a mi alrededor pesaba, qeu se hacía más densa. Me costaba mantener las barreras a nuestro alrededor, como si al perder ella fuerzas, yo las perdiera al mismo tiempo.

 

Una fuerza de succión, las sombras nos arañaban en su esfuerzo por aferrarse. Sentí una garra que arañaba mi hombro al intentar sujetarlo, pero...también estaba una fuerza que me atrajo, como si de golpe se tirase de mi.

 

No podía controlarlo. primero perdí a Sagitas, lo cual me asustó, antesd e qeu definitivamente me arrastrara y todo se hiciera oscuro.

 

Ardía. Algo ardía. Algo me quemaba.

 

"Duele..."

 

Sentí la voz de Sagitas llamándome. Abrí los ojos, desorientado...estaba bocarriba, sobre césped húmedo. Sobre mi, las ramas de aquel árbol, decorado con las luces qeu Sagitas había preparado. Olía a flores. Olía a tierra mojada.

 

Sentía...

 

Abrí la boca y tomé aire, de golpe, aferrándome con fuerza al suelo, a lo qeu podía. Torpe. Los vivos necesitan aire.

 

"Necesito respirar..."

 

Jadeé con dificultad, necesitaba hacer que mi respiración fuera más tranquila y que el nuevo cuerpo dejara de quejarse.

- Niña... - murmuré. - Estas bien...

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La parálisis era algo normal en esta situación; lo había leído. Pero el miedo es algo que puede más que la razón, así que me asusté muchísimo cuando no pude moverme. Veía el árbol, la energía que descendía en él y se expandía por el suelo, sentía la flaqueza de mi cuerpo al conseguir salir de aquel lugar y contactar con el ancla pero... había perdido demasiado fluido, más de lo esperado y la quietud se extendía desde las uñas hasta el cabello violeta. Hasta gemir me era imposible, como si hubiera perdido la facultad incluso para hablar.

 

El cielo estaba plagado de puntos amarillos que no sabía si salían de la energía gastada para agarrarme al árbol o eran los restos de las almas que se habían agarrado a nosotros y no habían conseguido cruzar por no tener cuerpo físico. Pero era bonito.

 

Sólo la voz de Jack me hizo despertar poco a poco del letargo que me mantenía sujeta al suelo. Conseguí mover la cabeza hacia él y lo vi, esbelto, corpóreo... Magnífico.

 

Sonreí.

 

-- Jack... Se te ve... apetecible.

 

Y estallé en risas. Después de todo, lo malo había quedado atrás y ahora podría recoger los frutos de mi arriesgado y fatigoso proyecto de traer a mi marido a la vida. Y, al fin y al cabo, sólo tenía 24 horas para disfrutar de lo hecho.

 

-- Creo que no podré levantarme. ¿Te quedan fuerzas para recogerme del suelo, cielo?

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  • 4 semanas más tarde...

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Moví la cabeza al sentir su voz y la miré. Mi respiración poco a poco se había ido calmando, aunqeu aun quedaba cierto resquemor y una ligera pesadez en el pecho.

 

Cuando centré la vista en ella, sonreí, observando como su silueta se recortaba en la escena qeu nos rodeaba, hasta que contagiado por sus carcajadas, me eché a reir con ella. Había sido una locura, había pasado miedo, pero...lo había logrado.

 

Con cierta dificultad, sintiéndome como un niño que comienza a caminar, me puse de pie. Las piernas me temblaron un momento, pero logré mover un pie. Luego otro...dar el par de pasos que nos separaban fue una de las sensaciones más extrañas que había tenido tras tantos años en los que me había acostumbrado a levitar aqui y allá.

 

- Te fiarías de alguien que hasta hace un par de minutos levitaba? - pregunté, bromeando.

 

Pero me arrodillé, y la tomé en brazos. Como hice el día que nos casamos, siendo dos críos, para llevarla a la habitación. Sentir el contacto de su cuerpo cálido en mis manos, y su el peso de su cabeza apoyados contra mi hombro eran una sensación que, sin darme cuenta, había echado de menos, y ahora lo entendía.

 

Caminé. Me adentré en el confesionario, dejando atrás el árbol que nos había servido de ancla, y deshice el camino antes levitado para llegar hasta el altar. Alli, dejé a Sagitas, sentada.

- Estas bien? - pregunté, mirándola, intentando saber si estaba herida. Fijándome en ella.

 

La besé.

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Alternaba la mirada pícara con la del cansancio que sentía tras aquella complicada y (tal vez) no muy legal ceremonia de corporeización. De todas maneras, los magos siempre estábamos probando cosas nuevas, así que entraba dentro de la experimentación lo que había hecho, no tenía porqué ser ilegal, sólo poco recomendable.

 

Y había funcionado.

 

Supongo que lo correcto hubiera sido levantarme y ayudarle a él, puesto que él llevaba muuuuucho tiempo sin tener un cuerpo, no estaba acostumbrado a caminar. Tras unos pasos titubeantes, lo hacía como si nunca hubiera muerto, así que seguí en el suelo, esperando su ayuda más necesaria a nivel espiritual que físico. Le ansiaba. Era una sensación dormida durante noches de no-contacto en nuestra habitación compartida.

 

Sí, le ansiaba, era una sensación de amor inusitado que estallaba en mi interior. Por ello, dejé que se acercara, me levantara del suelo y me izara con esos brazos fuertes de su recién adquirido cuerpo. Solté una sonrisa divertida ante su pregunta.

 

-- Me fío de ti y sé que me harás levitar ahora, quiero que me hagas levitar, marido...

 

Supongo que entendería el doble sentido que ocultaban mis palabras. Sentí mucha curiosidad por su nuevo corazón. Hacía tanto tiempo que no le sentía vivo que apoyé mi cabeza en su pecho. Su corazón latía un poco desorbitado. ¿Estaría bien? ¿Le pasaría algo? Me preocupé un momento hasta que me di cuenta que él sentía la misma ansiedad que yo misma hacia él. Reí de nuevo, feliz... Dejé que me posara en el altar, dejándome sentada en el borde, ignorando lo sacrílego que pudiera sonar ante ojos ajenos, una mujer desnudo delante de un hombre igualmente desnudo... Puse mis brazos en sus hombros, rozando su cuello con la punta de mis dedos, intentando enzarzarlos en los rizos pelirrojos.

 

-- Estoy bien, muy bien. Tengo tiempo de descansar más tarde. Ahora... Te quiero.

 

Sencillo, simple... Pasional... Le quería... No sólo como amor sino como deseo... Me besó, le correspondí... Le atraje a mí...

 

-- No sabes cuánto tiempo te he estado esperando, Jack... Ven... Aquí, aquí mismo... Será romántico... -- le dije, mientras le agarraba con mis piernas para evitar que se separara ni un milímetro de mi cuerpo. Le susurré en su oído : -- No sabes lo que deseo ser tuya en este plano, concretar aquel encuentro que sufrimos en el CCU, cuando estaba muerta. Te quiero, amor, te quiero...

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Ni siquiera me paré a pensar hasta que punto podría llegar a ser sacrílego el hecho de qeu una mujer, una sacerdotisa desnuda se encontrara sentada sobre el altar. NUnca le había dado tanta importancia, ya que Sagitas, además, sabía en que creía. Nuestra creencia como Cazadores era diferente, arcana, y además no tenía ninguna representación física en forma de iglesia, capilla, ni altares. De hecho, para los Antiguos Dioses no había acto mejor, ni más puro que el encuentro a cielo abierto, bajo las estrellas, o cercano a un Árbol Corazón. Decían que aquello solía traer su aprobación.

 

Asi qeu para mi, el altar no representaba nada. Era ella quien lo representaba. Decía encontrarse bien, solo cansada. Por eso me correspondió, rozando la piel de mi recién adquirido cuello, provocando que se erizase la piel, y una creciente sensación de emoción, un cosquilleo, se asentara en mi estómago.

 

Mientras nos besábamos sus piernas se enroscaron en mi cintura, impidiendo que me alejara de ella, y acortando la distancia hasta la nada. Dejé escapar un suspiro, y sonreí. La miré a los ojos un instante, mientras sentía que me sonrojaba, y aferraba con ambas manos sus piernas, acariciándola a la altura de los muslos, bajando hacia la rodilla.

- Acabaremos lo que empezamos. - susurré, con la voz ronca por la emoción. - Esta noche, levitarás.

 

La besé. Busqué sus labios, busqué su cuello, su oreja y el pecho, notando que los dedos al fin se aferraban a los rizos de mi pelo.

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¿Quién puede juzgar lo que hace un hombre y una mujer que se aman, cuando las circunstancias les impiden estar cerca y, por un milagro mágico, sus cuerpos se encuentran de nuevo en un breve instante que nadie sabe lo que puede durar? Es normal la reacción que aquellos dos cuerpos marido y mujer, desataron en el marco maravilloso de aquella ermita del confesionario. Tal vez alguien juzgaría el lugar o tal vez el hecho pero... Era lo más bonito que se podía sentir, el despertar del Amor entre dos almas nacidas para estar unidas, tal como lo estaban Sagitas y Jack en aquel momento, jadeando aquel encuentro, alargando el contacto piel con piel, abrazo con abrazo, beso con beso... La magia les había unido para siempre, burlando el concepto de la vida y la muerte mientras el Amor estuviera latente. Y ahora lo estaba, firme, duradero, eterno... La Magia y el Amor estaban concibiendo la más bonita imagen de aquel extraño e insospechado matrimonio que jamas se hubiera visto en Ottery...

 

Aunque era mejor que nadie viera lo que estaban haciendo en aquel momento pues... era algo de los dos, para los dos, por los dos... Nadie más debiera ver o saber qué era lo que aquel matrimonio podían hacer por sentirse y para sentirse vivos.

 

El amor era lo que hacían en aquel momento, sobre el altar del Confesionario, aunque alguien pudiera tacharlo de sacrílego. Pero no, era el rito de Amor más puro que se le puede erigir a los dioses, demostrar con creces lo que es amar a uno tanto para desafiar a quien sea preciso y lo que sea preciso, sólo porque el Amor, ese amor que duele, que acaricia, que te llena de escalofríos, de fiebre, de ternura y de miedo a perderlo, ese Amor merece la pena.

 

Y por eso, Sagitas jadeaba y gemía, ante los envites de su marido, feliz de que aquel sacrificio que había hecho a los dioses antiguos, a los nuevos, a los muertos y a los vivos a costa de sí misma, diera este resultado tan placentero.

 

A pesar que todo terminaría porque el Tiempo es quien más ataca y pone a prueba el Amor verdadero.

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  • 1 mes más tarde...

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Cada roce era un regalo. Cada suspiro, un anhelo que habíamos ansiado. En esas horas nos amamos de formas qeu solo vivía en nuestros recuerdos. Habíamos nacido en momentos y lugares distintos, pero el destino ya nos había unido como almas gemelas que se atraen, siempre, qeu conocen sus cuerpos y la forma de hacerlos reaccionar, pase el tiempo que pase.

 

Tal vez algunos vieran nuestro gesto como una ofensa a los dioses, como un sacrilegio, pero sobre aquel altar profesamos el sentimiento más profundo y más puro del mundo, la magia más antigua. Y podía asegurar que no era ninguna ofensa hacia nadie.

 

Acabamos agotados, rendidos sobre aquella superficie. la abracé, sin dejar de besarla, riendo como niños. Aquello me traía recuerdos. El olor a sal, la arena cálida, el rumor de las olas en la orilla. Dos jovencitos en la arena, en el porche...Tantos buenos días, tantos buenos recuerdos...

 

Tomé un manto del suelo, de terciopelo, y lo eché por encima, cubriéndonos hasta la cintura.

- No quiero que esto se acabe - murmuré, mientras mi mano se paseaba sobre el tatuaje de media luna en su espalda.

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La electricidad que nos unía aún seguía viva. Jadeamos al unísono incluso cuando nuestras fuerzas ya habían desaparecido y reposábamos, quietos, sobre la fría superficie del altar, nuestro improvisado tálamo. Tardé en contestar sus palabras porque no podía enganchar más de una sílaba seguida, con mi mente aún obnubilado por aquel grito silencioso con el que había culminado nuestra reacción primaria, nuestro enlace físico y espiritual que tanto tiempo llevábamos anhelando. Sólo podía soltar risitas alegres y ensoñadoras por ver, por fin, cumplidos nuestros deseos.

 

-- Yo también te quiero, Jack.

 

Sé que no era exactamente lo que había dicho él pero no podía prometerle que duraría eternamente. Nuestro Amor sí, esa magia no iba a morir nunca. Pero sí el instante, ese era perecedero. Acabaría en cuanto la energía liberada en la Ceremonia junto al árbol se diluyera en el aire. En sí, calculábamos que estaríamos juntos 24 horas, más o menos. Tal vez menos, ojalá que más... Pero se iría y él volvería a ser etéreo. Por eso, habíamos aprovechado desde el primer momento para estar juntos. Un día era poco, poquísimo, para querernos.

 

-- Está frío... -- exclamé entre risas mientras me cubría con el tapete de lujo del altar, ese que Reena sólo sacaba para momentos especiales. Si se llegaba a enterar que lo usábamos como sábana, nos mataría a los dos y nos remataría de nuevo. ¡Pero qué más situación especial que la que vivíamos juntos! -- Te quiero mucho... Y si sigues tocándome el hombro despertarás en mí más deseos de tenerte de nuevo. Algo que no me importaría pero... Tenemos una boda a la que asistir...

 

Pensándolo bien, ¡a la porra la boda! ¿No podía disfrutar un poco más a solas de mi marido? En cuanto llegáramos a la PB, habría demasiado que hacer y no podríamos volver a estar solos hasta que acabara la ceremonia, el convite, el baile, la despedida... ¡Cinco minutos más!, pensé, mientras reseguía con mi mano aquel pecho tan masculino. Casi había olvidado lo que era tocar a mi marido de forma física. Era mejor aprovecharme de ello, ahora que podía.

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  • 3 semanas más tarde...

Había llegado al Confesionario. Alisé una arruga de mi kimono rojo tradicional mientras paseaba por los jardines esperando a que llegara mi prima @. Había querido que nos encontráramos en un lugar neutral mas que nada para evitar que mi madre empezara a fisgonear de que estaba haciendo. Si traía a Sol a un lugar tranquilo mi madre no sospecharía nada de mis andanzas y lo mejor era que no iba a estar vigilando si me encontraba con un hombre en algún lugar "sórdido"

 

Había que ver que cuando mi madre decía proteger lo podía llevar a los extremos mas insospechados, aun así sonreí mientras paseaba por los alrededores y esperaba: mi madre era inteligente, era muy protectora pero yo ya tenia experiencia lidiandola y escapando de su radar y seguro como el infierno que no íbamos a quedarnos allí mucho tiempo, solo el suficiente para que nos vieran y se desentendiera de nosotras antes de escapar a algún otro lugar. Sentí el olor a Jazmín que emanaba mi prima y sonreí con profusión:

 

-Hola Sol ¡Espero que no te hayas perdido!

Siempre seré tu hija... Reiven Grindewald te quiero // NiqQIUZ.gif

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Aquella bruja siempre me arrastraba a sus locuras, y lo peor del caso es que la que terminaba pagando los platos rotos casi siempre era yo, pero aun así no podía nunca negarme a alguna de sus invitaciones, salir con ella era sinónimo de diversión. Aunque sabia que aquello representaba un riesgo ya que si Sagitas se enteraba de nuestras andanzas ninguna de las dos terminaríamos bien paradas.

 

 

Aparecí muy cerca del lugar, mis pequeños pies me llevaron al Confesionario sin saber a ciencia cierta cual era el plan de mi loca prima, aunque sabia que fuera lo que fuera la pasaríamos muy bien, apresure el paso, y me adentre en los jardines buscando entre los arboles su figura. aunque ella fue mas rápida que yo al encontrarme cuando escuche mi nombre gire a verla con una flamante sonrisa en los labios.

 

 

--Aloha querida-- dije corriendo los pasos que nos separaban para darle un cálido abrazo-- No, por suerte he llegado sana y salva- le indique señalandome-- Dime que planes tienes... ¿nada bueno verdad?- solté una suave risa sabia que algo traía entre manos.

 

 

@@Perenela Arya Grindewald Potter Blue

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