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Confesionario de las Lamentaciones (MM B: 87865)


Reena Vladimir
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Estaba allá, sentada en el primer banco delante del sencillo altar del Confesionario, sintiendo el ulular del viento y cierto lloro del Augurey de la capilla. Anunciaba la lluvia que pronto caería de aquellos nubarrones oscuros. O tal vez la muerte de alguien, como los ilusos solían mantener entre susurros. Fuera como fuese, allá estaba el animal de aquel sacro lugar, llorando al aire.

 

Era agradable estar allá, en medio de mis sentimientos, preguntándome cómo había llegado a cambiar tanto después de tantos años. Arrugué el ceño al sentir que alguien se acercaba pero percibí su aura antes de poder alarmarme. Últimamente, no pasaba casi nadie por aquel Confesionario. La gente ya no confesaba nada, no tenían espíritu de contrición. Ya nadie pensaba que había ofendido a su Dios.

 

Yo tampoco. En realidad, había conocido a la Diosa en todas sus variantes y eso me había hecho darme cuenta de detalles que, igualmente notados, nunca me los había cuestionado; no de esta manera, al menos. Así que sonreí un poco al ver que él entraba y que venía con las manos en el bolsillo. ¿Sabría lo ocurrido? ¿Sabría lo que había hecho?

 

-- Buenas tardes, @@Matt Blackner. Parece que va a llover.

 

No era un formulismo; era una afirmación. Me moví en el banco de madera y me puse algo más cómoda.

 

-- ¿Ya sabes las nuevas del Ministerio? -- le pregunté a mi hijo, aún sin girarme. -- Voy a tener que radicalizar mis decisiones porque, en lo que llevo de ministra, es como si no hubiera hecho nada. Todos disienten, todos critican, todos se oponen... Cada vez entiendo más al antiguo ministro, Aaron, cuando se puso en plan tirano al sacar las nuevas leyes.

 

Ahora sí que me giré. Mi hijo parecía demacrado.

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  • 2 semanas más tarde...

Sobresaltado, detuve mis pasos. No me había dado cuenta de que Sagitas estaba allí, sentada entre los bancos, en silencio. Parecía triste mientras hablaba de su labor como Primera MInistra, pero...no eran tiempos fáciles para nadie y le había tocado el peor de los papeles....ser la cara visible que debía sacar a todos de la situación.

 

- Huele a humedad fuera. La temperatura ha bajado bastante. A lo mejor incluso nieva. - comenté, pensando en los terrenos nevados de la Potter Black.

 

Caminé hasta sentarme junto a ella en el banco.

- Entonces tendremos qeu hacer lo qeu sea necesario para qeu esas voces callen y saquemos esta situación adelante.

 

Miré a mi alrededor, un poco nervioso, dándome peqeuños golpecitos en la rodilla con el puño. No...desde luego no me sentía cómodo allí dentro. Siempre me daba la sensación de qeu los dioses a los que Sagitas servía y veneraba no me querían en su confesionario, pero nunca se lo había dicho a mi madre.

- Sabes...no...no me gusta mucho estar aquí. - dije, en voz baja, con la vista fija en mis rodillas.

 

La miré, encogiéndome un poco de hombros.

- Siempre que vengo tengo la sensación de qeu no me quieren aquí

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  • 4 meses más tarde...

Había sobresaltado a mi hijo con mis palabras y él se paró en seco. Su comentario sobre el tiempo era como el de todos los que intentan ser amables en una situación comprometida. Sin embargo, me sorprendió, pues no esperaba que nevara. ¿Había bajado la temperatura tanto como para que pensara eso? ¿Y si...? ¿Y si pasaba algo? Bah, sería una borrasca leve, yo siempre sacando todo de quicio.

-- Me alegra que piensen que tenemos que seguir adelante. Porque eso es lo que quiero hacer, seguir adelante. Todo está conectado y estoy intentando encontrar esos hilos que unen estas situaciones tan diferentes y tan extrañas. Necesito verlos. ¡Necesito verlos...! Pero... ¿Cómo puedo controlar todo si sólo tengo la mitad de las piezas de lo que va a suceder?

Sí, tal vez me estaba soltando demasiado, tal vez era el confesionario el que me hacía confesar mis miedos. Tal vez por eso había ido a este lugar, a confesar mis sentimientos extraños y antagónicos sobre lo que estaba haciendo y cómo lo estaba haciendo. Pero me repetía una y otra vez, "sólo importa el fin, no cómo llego a él".

-- ¿Quién no te quiere aquí, cariño? -- le pregunté, distraída. Miraba por la ventana; caía nieve, como él había predicho. 

Me sobresalté y me levanté del banco de madera, que crujió al sentirse libre de mi peso de forma tan brusca.

-- No es nieve. -- Extendí la mano hacia el ventanuco inclinado por el que entraba aquellos copos e intenté coger alguno. Era gris. -- No es nieve. Es la ceniza de los muertos, que me persigue.

Cerré los ojos e intenté no llorar. ¿De qué muertos? ¿De los de Ithilion o de los míos?

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Normalmente Sagitas no hablaba tanto de lo que le atormentaba...ahora sabía que era por Ithilion y el futuro que se cernía sobre nosotros, pero...hacía tiempo que solo hablábamos para gruñirnos y discutir, asi que oir la angustia que la atormentaba me hizo girarme para mirarla directamente. Fue su pregutna lo que me hizo sonrojarme un poco, metiendo las manos en los bolsillos antes de encogerme de hombros.

- No lo se...siempre tengo esa sensación. supongo que tu diosa es la que no me quiere aqui. - contesté, bajando un poco la voz.

 

Había empezado a nevar, como había dicho...pero Sagitas se levantó sobresaltada. No, aquella reacción no podía ser por una pequeña ventisca...cosas peores habíamos visto durante algún invierno en el pueblo. No, su reacción era por otra cosa...decía que aquello no era nieve, sino cenizas. Cenizas de muertos. La miré, frunciendo el ceño, mientras me levantaba.

 

- Que dices? Es nieve. Blanca, fría... - era solo eso, nieve. Saqué la mano por la ventana, como había hecho ella, para demostrarle que no pasaba nada por coger un poco de nieve....

 

Pero en cuanto el primer copo cayó en mi mano, perdí de vista el jardín. Veía la nieve, los grandes árboles, la oscuridad de la noche alrededor y la orden clara de Jack en mis oidos. "Lárgate. Huye. No mires atrás" Cerré los ojos con fuerza, pero el segundo copo me trajo otra imagen a la cabeza...La niebla, los gritos, el llanto, lejano. Estaba envuelto en una gruesa niebla, que parecía más bien humo, mientras llovían cenizas...o era nieve?

Cuando me miré las manos, de pronto volví en mi, con un intenso dolor de cabeza y el sabor metálico de la sangre en la boca de nuevo.

 

Había dicho ya que odiaba la videncia?

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Aunque era una declaración fuerte, eso de que mi Diosa le odiaba, mi mente ya no giraba en torno al tema de la Deidad, de mi sacerdocio ni de nada relacionado con las vertientes poderosas de la naturaleza de Egea, a quien adoraba.  Giraba alrededor de aquella ceniza que se pegaba en la piel como un recordatorio de los muertos que habían quedado convertidos en polvo, en torno de aquel olor a carne quemada y reducida a nada, en aquellas almas desgarrabas que ascendían de forma atormentada hacia un cielo inexistente, todo gris, que desaparecían como si nunca hubieran existido. En esos nombres que nunca más iban a ser recordados. En esa desaparición de todo y en ese desgarro vital que quedaba sin que nadie lo evitara...

Mi rostro de dolor se volvió hacia Matt cuando él dijo que sólo era nieve, blancos copos fríos, no aquellas sucias escamas de una-vez-personas que ahora se convertían en polvo, cálidas, ardientes en la piel. Le miré, esperanzada.

-- Dime que sólo es nieve, Matt. No la veo. Yo no la siento...

Pero la esperanza moría al ver su cara. Él también sufría. Él también estaba viendo lo que yo. ¿Por qué? ¿Por qué veía algo que yo no quería que ocurriera? ¿Por qué habíamos aprendido una vez a usar la Videncia de manera que ahora se presentaba cuando no la deseaba?

-- ¿Es... Ithilion? -- le pregunté, con miedo. 

Lo intuía. Él veía algo más que no me había contado, como yo tampoco le había contado partes dolorosas que, como madre, me callaría para siempre.

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Aun resoplaba, tratando de recuperar el aliento, alternando la mirada entre Sagitas y la ventana. Eran pesadillas...eran mis pesadillas...no...videncia no....Lo que caía era nieve, solo era nieve. Era blanca y fría, y mi mano estaba mojada allá donde el copo había caído. 

 

Traté de recomponerme, maldiciendo la hora en que decidimos estudiar videncia para despertar nuestra "visión". Yo ni siquiera creía en eso...Y no me había dicho el arcano que eso me traería problemas?

- Es nieve. Es solo nieve. - Es la Selva Negra, donde murió Jack. - No hay....Ithilion no....

 

Apenas traté de dar un paso, cuando aquella visión me asaltó de nuevo. Nieve. Niebla. La Selva Negra, fría, oscura y nevada. Una ciudad, llena de niebla, cenizas y lluvia. Olía a sangre (o era el sabor metálico que tenía en la boca?). Oía la voz de Jack, clara, directa y llena de miedo. "Lárgate. Huye. No mires atrás". La voz...la voz de Ithilion "Mattie" siempre me llamaba, con su tono infantil y cariñoso, que un tono grave, oscuro, intentaba ahogar.

 

"Papá..."

 

Aquella voz triste, que no reconocía, fue seguida por un intenso grito que me hizo cerrar los ojos, llevándome las manos a la cabeza. Tenía la sensación de que me iba a explotar en cualquier momento. Abrí los ojos y miré hacia la ventana. 

- Eso...es...nieve....y ceniza. -  gruñí. No quería volver a ver la sangre en mis manos.

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  • 2 semanas más tarde...

No le creí. A pesar que decía que era nieve, sólo nieve, su voz le traicionaba. No lo era. Aquello eran restos humanos convertidos en polvo, en ceniza... ¿Por qué lo negaba? ¿Por el mismo motivo que yo? Suspiré porque puedo sentir miedo, pero nunca negar la verdad: Matt y yo estábamos unidos por un pasado, por un presente y, por desgracia, por un maldito futuro que los dos habíamos visto en nuestras malditas visiones. Le agarré las manos, esas manos que miraba con horror, y le alejé de aquel maldito ventanuco. En aquel momento, todo me parecía maldito, hasta yo misma lo era.

Volví a suspirar y lo arrastré hasta uno de los bancos del centro, lo más cercano al altar, pero no por un motivo religioso o espiritual. Aquel banco era el más alejado de las ventanitas chiquitas del confesionario, de planta única. Agradecí que la cúpula fuera cerrada y no se viera el tiempo que hacía allá fuera. Dentro hacía frío, pero no por la temperatura sino por los sentimientos que nos estaban aturdiendo a ambos.

-- A ver, Matt... Dime que ves, necesito saber qué ves, tenemos que unirnos, tenemos que saber... Tenemos que actuar juntos. Por favor, hijo, no quiero ni puedo hacer ésto sin ti. Si crees que me confundo, convénceme, pero juntos, sabiendo los dos lo mismo.

Esa era una promesa difícil. ¿Le contaría yo también lo que había visto, lo que seguía viendo una y otra vez?

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No podía mentir a Sagitas. Tal vez porque mi subconsciente no quería, o por aquellas cosas qeu se dicen, que las madres saben cuando su hijo miente, pero...no era capaz de mentirle.

 

Alternaba la vista entre mis manos y la ventana, sin llegar a centrarme. Creo que por eso le fue tan fácil arrastrarme lejos de la ventanita, hasta uno de los bancos que quedaban más cerca del altar. Aquello me provocó cierto rechazo, pero aun asi me senté a su lado, notando el descenso de temperaturas en el confesionario. Lo habíamos motivado nosotros? Era posible...

 

Miré mis manos, la palma tenía pequeños rastros de humedad, de nieve derretida por el calor corporal. Logré centrar la vista en los ojos de Sagitas, procesando lo que me decía mientras yo mismo intentaba procesar las imágenes que veía una y otra vez. No era capaz de controlar la videncia con exactitud, no como ella. Además...no quería que supiera lo qeu veía. No quería que viera la sangre.

 

Cerré los puños y alejé un poco las manos, pensativo. No quería...no podía...como decírselo?

- Tienes...tienes un pensadero? - pregunté, en voz baja. Tal vez era mejor que las viera. A lo mejor ella era capaz de hilar algo que yo no encontraba.

 

A lo mejor asi conseguía que terminase de odiarme por matar a Ithilion.

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  • 1 mes más tarde...

Creo que hubo una lucha interna entre sus pensamientos y su conciencia. Matt era tan predecible... Supe que no quería decirme lo que veía cuando la Videncia le atacaba y, a la vez, quería decirme lo que le hacía sufrir, lo que le producía insomnio todas las noches... Esperé. Sabía que cedería, pero no quise presionarle. Lo mejor era que él acabara haciéndolo sin que pensara que yo le había obligado (aunque le conocía, sabía cómo hacer que lo hiciera por sí mismo).

Por fin, cedió y me dirigió la mirada.

-- ¿Un pensadero? -- ¡Diosa! ¿Cómo es que yo no había pensado en eso? Era la mejor forma de saber lo que él había visto, de forma clara y concisa, sin interpretaciones. -- Sí, tengo uno, en la mansión.  ¡¡Le digo a Harpo que lo traiga enseguida!! Espera aquí. -- Hice ademán de salir hacia el exterior del negocio y después me paré, me puse a reír y me toqué el pelo en un gestión de tensión. -- Por un momento pensé que estaba en otro sitio.

No le dije que había pensado que estaba en el callejón Diagon, donde la ceniza impedía caminar y se amontonaba en las puertas de los negocios, impidiendo que se abrieran. Suspiré y chasqueé los dedos. Harpo apareció al momento y le dije que trajera un pensadero a la parte de atrás del confesionario. Sin mirar mi hijo, me encaminé a la sacristía y empecé a sacar velas y barritas de incienso, como si con ello pudiera borrar el miedo que sentía ante lo que iba a ver.

Harpo llegó antes de lo que pensaba, con dos elfos más que arrastraban el pensadero de piedra de la Potter Black, aquel que tenía runas grabadas en la piedra. En realidad, era una antigüedad que no usaba nunca. Tal vez la situación lo valía. Tomé con la mano un frasquito de cristal y, sin decir nada, extendí el brazo hacia mi hijo. No hacían falta las palabras.

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La espera se me hizo corta. Demasiado corta para mi gusto. No quería enseñarle lo que la Videncia me mostraba porque, si la relación ya estaba mal entre nosotros, no quería terminar de romperla. Aun asi no podía hacer otra cosa...podía seguir callándome, pero ella ya sabía que veía algo más.  Sagitas, mientras, prefería encender velas e incienso que trajo desde la sacristía. Los olores no tardaron en llenar toda la sala, supongo que en un intento de calmar los nervios que sentíamos: ella, por saber qué había visto, y yo, porque tenía que enseñárselo.

 

Alcé la vista, encontrando de frente la mano de Sagitas, que sostenía delante de mi un pequeño botecito de cristal. Lo tomé, sacando la varita del bolsillo. La llevé a la sien, separándola un segundo después, desprendiendo con ella una hebra azulada, que se retorcía, como si quisiera resistirse y desaparecer, pero en lugar de eso, la dejé caer en el botecito, que devolví a Sagitas poniéndome de pie.

 

Me aproximé hasta el pensadero, apoyando las manos en el borde, observando como el líquido de su interior se movía con pequeñas ondas provocadas por la vibración de mis manos al apoyarse en la piedra, labrada con runas antiguas. Recordaba haberlo visto en la PB, pero nunca lo habíamos usado, al menos, qeu yo supiera. Observé como Sagitas volcaba el recuerdo en la superficie, qeu se puso ligeramente turbia. Alcé la vista, mirándola un segundo. 

 

Ojalá no me juzgara.

 

Acto seguido, los dos nos sumergimos en aquella visión.

 

Cuando abrí los ojos, estábamos en medio de un bosque, oscuro, frío y nevado. Al respirar, dejábamos escapar un pequeño rastro de vaho. Se escuchaban gritos y voces no muy lejos de nosotros. Apreté los puños, mirando fijamente hacia la izquierda, entre los árboles.

- Lárgate! Sal de aquí! - un golpe acalló la voz. - chico, vete! no mires atrás!

- Esto es la Selva Negra. Están... - matando a Jack. Terminé en mi cabeza. Comenzaba a nevar, mientras el pequeño Matt aparecía, corriendo entre los árboles, con una mochila en la espalda y la varita en la mano, con una sombra persiguiéndole. La tormenta parecía arreciar cuando el pequeño cayó al suelo tras tropezar, soltando la varita. Mientras Fenrir saltaba sobre la sombra para salvarlo y la nieve caía sobre nosotros, la tormenta arreció, perdimos visión, y todo...todo cambió.

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