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Primeros Auxilios V


Eliot Akil
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La luz de la vela que tenía a un par de palmas de su pergamino dejaba al descubierto la tinta que chorreaba de algunas letras, pues las ganas que tenía de enviar lechuzas informativas eran tan elevadas como las de adentrarse en el mundo de la docencia; por ende, ese porcentaje tan minúsculo de entusiasmo se hacía evidenciar en su caligrafía, que aunque seguía teniendo formas y curvas perfectas, no terminaba de verse profesional.

 

La carta empezaba con un “Queridos alumnos”, y ahí justo en esa primera frase era donde casi traspasaba el papel. Sonreía con algunas de las palabras que continuaban a lo largo del texto, pues los gestos de hipocresía implícita le proporcionaban ciertas dosis de humor en su labor. La redacción no fue muy extensa, y básicamente explicaba que iba a ser él quien impartiría la clase en adelante, y que los esperaba “ansioso” en las instalaciones de la universidad mágica, a la que posteriormente se dirigiría.

 

No sabía aún a ciencia cierta el porqué de aquella decisión tan repentina, quizá los recuerdos en los que había sido sanador le dejaban cierto sabor dulce en la memoria, pues cuando las víctimas a su cargo no cumplían la tasa necesaria de nefastos deseos, estar cerca de otras y fantasear con las mismas era de pronto suficiente. Ahora tendría la oportunidad de meterse en un juego diferente, enseñar las artes de la sanación a personas inexpertas en dicha área, sin lugar a dudas resultaría interesante o por lo menos lucharía para que así fuera.

 

Las lechuzas salieron en distintas direcciones con la encomienda a su cargo, en unas horas estarían éstas en sus respectivos destinos, y los alumnos a los dos días siguientes esperándole en un aula de clase. La idea de verse con un aire rígido, y de carácter poco penetrable le daba aspiraciones de eleva a su ego. Pero tras meditarlo por cierta cantidad de tiempo decidió que el sigilo sería su mejor arma, pues nadie tendría por qué enterarse de sus convicciones personales. Se limitaría a enseñar lo que sabía, aprovechando la cercanía con la agonía y sufrimiento de ajenos, pero sin demostrarlo en exteriorizaciones de carácter.

 

El día por fin había tenido lugar en esa mañana lluviosa, las aves extrañamente no arruinaban las primeras horas del día con melodías cursis, eso indicaba que todo iba por buen camino. Se preparó con las cosas necesarias en un bolso bandolero de cuero, obviamente con un encantamiento de extensión indetectable. Se puso su típica chaqueta negra y tras un palpitar del entorno desapareció, dejando un vapor denso que se disolvió al cabo de diez segundos.

 

Llegó en un abrir y cerrar de ojos a las afueras de las torres de la universidad, algunas ratas corrieron despavoridas tras la repentina materialización del cuerpo humano. Miró a aquellos lugares y recordó algunas de las clases que él mismo había tomado poco antes; sonrió. Caminó lentamente oliendo la tierra mojada que había dejado una suave llovizna, al parecer el clima estaba muy similar en muchos lugares, sus botas se hundían ligeramente en el suelo y dejaba huellas que luego marcaría de igual manera en los empedrados de adentro, no le importó.

 

El pasillo se divisaba ya y respiró hondo, tenía que prepararse antes de abrir la puerta, convencerse a sí mismo de no perder los estribos de su comportamiento rápidamente, y a su vez ponerse su careta de catedrático lo más pronto posible; así lo hizo. Abrió la puerta girando bruscamente la perilla y el lugar estaba vació, emblanqueció la vista enseguida, pues esperar no era una de sus cosas favoritas.

 

Tomó una vieja bola de cristal que estaba sobre un archivero, y lo puso en el escritorio. Seguramente antes se había dado adivinación o algo similar dentro de aquellas cuatro paredes, pero eso no era importante en esos instantes. Sacó su varita y comenzó a conjurarlo lentamente, pensaba en el lugar en el que él junto con sus alumnos se dispondría a viajar al cabo de que todos hubieran llegado.

 

Chipas verdes y rojas podían alumbrar sus pupilas de sólo imaginar la batalla que se estaba llevando a cabo en aquellos terrenos, una disputa bastante seria entre los integrantes de bandos opuestos, de los cuales todo el mundo sabía de su existencia pero que pocos se atrevían a mencionar. Él mismo pertenecía a uno de ellos, pero no dejaría al descubierto para nada esa información en ningún momento. ¿Por qué no estaba en esa situación bélica disfrutando de ver la sangre brotar de los cuerpos? Simple, se aparecía en esos lugares cuando tenía algo que reclamar para su propio beneficio, aparte de las ventajas que suponían para un bando entero, y este precisamente no era el caso.

 

— ¿Sabían que la puntualidad es importante también? No quiero imaginar lo que pasaría con un herido a su cargo en el futuro, seguro que muere desangrado antes de su llegada. —dijo con el ceño fruncido, de mala gana por los minutos que había estado en espera.

 

Los alumnos ya estaban ahí sentados, quizás algo intimidados o no por el comportamiento en primera instancia que había tenido. Algunas caras le resultaban extrañamente familiares, pero no hizo demasiado esfuerzo en tratar de recordar, ya que eso seguramente afectaría sus procederes en el futuro dejándolo descaradamente en total evidencia.

 

— Ya saben de qué se tratará la clase, quieren aprender a salvar vidas. Bueno, pues no hay mejor manera de hacerlo que en la práctica, así que les advierto desde este momento que las líneas extensas de un libro no se comparará jamás con lo vivido en carne propia. —aquellas palabras salían con tanta espontaneidad que casi se creía su benevolencia.

 

El conjuro en el traslador los llevaría a una vivienda de Ottery, donde una redada mortífaga se estaba dejando víctimas numerosas pertenecientes a ambas caras de la moneda: La luz y la oscuridad. Poniendo a prueba la resistencia que aquellas mentes deseosas por aprender tenían en realidad, ¿serían capaces de soportar los escenarios? Eso se sabría en poco tiempo.

 

— Muy bien, ¿qué esperan? Acérquense y comencemos de una buena vez. —indicó con voz fría, empujando la bola de cristal unas pulgadas hacia el frente. — Ah, casi lo olvido: Mi nombre es Eliot. Traten de olvidarlo rápidamente. —bromeó diciéndolo en serio a la vez, pues odiaba ser recordado y confrontado con interacciones humanas.

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La carta que había recibido de la Universidad aun reposaba sin abrir sobre la superficie del tocador, no había ninguna necesidad de descubrir cuál era su contenido pues era obvio, o ¿por qué otro motivo recibiría una carta impresa por ellos? Sus días de profesora y de Directora habían quedado muy atrás y no valía la pena recordarlo, no cuando todo alrededor estaba cambiando y ella no estaba muy a gusto con lo que estaba pasando. Le bastaba con saber el día en que iniciarían las clases y la hora.

Muy temprano por la mañana la bruja se alistó y se vistió apropiadamente para enfrentar la lluvia que afuera le esperaba. Hacía días que venía lloviendo sin cesar, de manera incansable, y no parecía querer terminar; un último movimiento de su varita y ya tenía puestas un par de botas negras que le ayudarían a andar a través del barro sin resbalarse. << Bueno, creo que ya estoy lista, aunque aun faltan dos horas para que empiece la clase >> pensó.

Una vez en la Universidad Tauro quiso recorrerla un poco, conocer esos alrededores que ahora le resultaban tan extraños mientras se formulaba par de preguntas como << ¿Qué habría sido de las viejas casas de la Academia? ¿Les habrían encontrado un nuevo uso? >> Sería una lástima que de repente hubiesen decidido desaprovechar aquellos espacios que por años albergó a tantos estudiantes, aunque no le preocupaban los estudiantes precisamente, sino todos los secretos que albergaban. Sonrió con malicia.

Como aun tenía una hora más de tiempo decidió refugiarse de la lluvia e ir directamente al salón de clases, no soportaba más el barro que pesaba en sus botas y debía secarse el cabello. Se detuvo frente a la puerta y como era de esperarse no había nadie adentro, ni siquiera el profesor, lo cual le alegró. Se deshizo del impermeable de un horrible color amarillo que traía puesto -antes había estado buscando uno menos chillón, pero al parecer todos habían desaparecido no quedándole más opción que traer ese- y rápidamente secó sus ropas: vaqueros ajustados, una sencilla blusa escotada de mangas cortas color negro y zapatillas.

— ¿Sabían que la puntualidad es importante también? No quiero imaginar lo que pasaría con un herido a su cargo en el futuro, seguro que muere desangrado antes de su llegada. —Una voz mucho más gruesa que la suya cortó el pacífico silencio que hacia pocos minutos reinaba, mientras el resto de asistentes llegaban.

 

— Qué bueno que no estoy aquí para cosas tan pequeñas como salvar vidas, me temo —respondió Taurogirl a sus espaldas, que hasta ese momento no había sido notada. La bruja sonrió un tanto divertida y tomó lugar al lado de Mónica, a la cual saludó con una pequeña sonrisa un tanto más animada.

 

El tiempo que llevaba sin estar en aquella posición de ''alumna'' era demasiado y quizás por eso se sentía como que no pertenecía. ¿Así habría sido ella cuando profesora? Estaba segura que no, pero tampoco sabía cómo había que comportarse. Lo entendía, siendo su primera vez como profesor debía ganarse el respeto de sus estudiantes y el éxito dependía de cómo Eliot actuara para conseguirlo. De momento decidió guardar silencio y ver cómo marchaban las cosas; todo parecía indicar que allí no se desarrollaría la clase -lo cual la alegraba-, así que esperó pacientemente instrucciones.

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Saqué el reloj de mi bolsillo y observé aquellas lunas que se movían alrededor de un gran símbolo. Era la hora. Guardé aquellos frasquitos de tinta y con un movimiento de mi varita, los pergaminos se enrollaron y se apilaron en un rincón, los cajones se cerraron y las velas se apagaron. Aquella oficina era mi nuevo lugar del trabajo. Extrañaba tanto el Ministerio de Magia que no sabia cuánto tiempo iba a aguantar allí. El quedarme encerrado entre cuatro paredes no era lo mío. Acomodé el cuello de mi túnica y salí.

 

Recorrí algunos pasillos. Había varios alumnos que iban de un lado a otro, preguntando dónde se encontraban las diferentes clases. No quería ni siquiera imaginarse que pasaría cuando las otras secciones de la Universidad se encontraran ya a disposición. Atravesé un pasadizo y llegué a la zona donde tenía que llegar: la clase de Primeros Auxilios. ¿Cómo es que nunca había tomado cartas en el asunto? Al parecer mi parte racional prefería ir a batalla que quedarme curando a algunas personas.

 

llegué al umbral de la puerta y asomé la cabeza. El profesor, Eliot, ya estaba allí esperándonos. había dos brujas, y no podía creer que me encontrara a ambas aquí. ¿Acaso se acordarían de mi? Estaba seguro que si. Las saludé con un gesto de mi mentón y luego me encargué de ignorarlas por todo el resto del rato. Cuando me senté asentí al profesor pero no estaba seguro si me había visto. Comentó acerca de la puntualidad y levanté las cejas. Aquello me gustaba, mostraba interés en su puesto. Solamente me quedaba ver cómo se manejaba en lo práctico.

 

Todos los presentes fueron llegando, inclusive Juliens que lo conocía solamente de la misma universidad, el profesor nos pidio que nos acercáramos. Por primera vez pude reparar en aquella bola de cristal que se encontraba por debajo de sus dedos. Mientras me levantaba, corroboré que tuviera mi varita dentro de mi bolsillo, y luego de darme cuenta que si, llegué hasta donde estaba Eliot y apoyé mi mano en aquel objeto. Seguramente nos trasladaría a otro sitio. Estaba preparado.

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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Los goznes de la verja que circundaba los terrenos del castillo chirriaron estrepitosamente al abrirse y Mónica no pudo más que arrugar el ceño al escucharlo. Aquella mañana estaba de mal humor y se le notaba. El día anterior no había conseguido arreglar unos asuntos en el banco mágico y por si fuera poco no había logrado dormir en toda la noche. Lo ultimo se le notaba con solo mirarla a la cara pues dos notables ojeras violáceas adornaban la parte inferior de sus grandes ojos verdes. Bah, como si últimamente no tuviera ya mala cara.

 

Había llegado a las inmediaciones de la universidad en un santiamén. Al parecer había estado lloviendo, algo que ocasionó en la bruja cierta sensación de confusión al recordar que habían recreado el clima de la ubicación original de la universidad al instalarla en Londres ¿Solía llover en Egipto? No estaba muy segura, nunca había estado allí. Sí en otros muchos lugares, pero nunca en Egipto. Mentalmente reprobó aquello e hizo que la pequeña Mónica instalada en su subconsciente prometiera que viajarían al país de las piramidales lo más pronto que les fuera posible. Lo hizo, claro estaba, aunque a regañadientes.

 

Después de cruzar la entrada, caminar a través de varios pasadizos y vestíbulos repletos de magos y brujas mucho más jóvenes y de chocar con unos cuantos de estos últimos, llegó a la sección a la que llamaban Ateneo. Había estado en aquella zona hacía ya varios meses, así que más o menos recordaba cual era la disposición de las aulas. Cuando localizó a la que asistiría en aquella ocasión se dirigió a ella, no sin antes echarle un vistazo de forma curiosa a algunas salas cuyas puertas habían dejado abiertas y en las que ya habían empezado a impartir clases. Parecían interesantes, así que quizás la próxima vez asistiría a alguna de esas.

 

Cuando entró solo estaba el que se suponía que sería el profesor. Miró el reloj de pulsera que llevaba y comprobó que era la hora justa a la que habían quedado, por lo que se relajó al comprobar que no llegaba tarde tal y como el muchacho insinuaría más tarde. No dijo nada. Ni siquiera saludó a Eliot al reconocerlo como hijo de una de sus sobrinas, pero ¿que importaban allí los lazos sanguíneos? Al fin y al cabo iban a tomar conocimientos y lo demás daba igual. Al menos a ella no le importaba.

 

Cruzó el aula y tomó asiento, aunque no por mucho tiempo. Entraron varias personas: Taurogirl y Elvis fueron los primeros después de ella. Se quedó mirando al segundo más rato de la cuenta al recordar el juramento inquebrantable que algún día juntos había protagonizado. Aún sentía una lengua de fuego quemar la suya propia cuando intentaba decir en voz alta que sabía que Elvis pertenecía a la Orden del Fénix y por un momento tuvo la necesidad de sacar su varita allí mismo. Morir por matar. Sabía que los presentes la secundarían, pero no podía permitirse un escándalo en un lugar en el que cualquiera podría reconocerla.

 

Se removió en su asiento y se dio cuenta entonces que Eliot estaba hablando. No había escuchado nada de lo que había dicho y necesitó varios segundos para darse cuenta de lo que estaba pasando; tenían delante un traslador. Se puso en pie y sintió como la tela del vestido verde bailaba alrededor de sus piernas al caminar. Se pasó las manos por la prenda y se aseguró de que la varita de ébano estuviera bien colocada bajo los pliegues de la manga izquierda. Luego se colocó bien la capa negra de viaje para finalmente tocar el cristal del objeto redondo con la mano y se preparó para el tirón que supondría la inminente desaparición.

 

No sabía donde iban pero era típico que la clase nunca se impartiera en el aula. Al menos no habían tenido que presentarse, al fin y al cabo los nombres tampoco importaban allí.

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Clases.

 

Aquella palabra era demasiado, significaba muchas cosas que solían poner incómodo a Bastian. Aún no lograba superar aquel sentimiento de desconocimiento, de tener cosas pendientes por aprender. Más aún, le molestaba tener que acudir a alguien para que lo certificara en el manejo de saberes. Quizá, solamente quizá, estaba en la capacidad de perderse en libros, antiguos y no tantos, y extraer de ellos conjuros, hechizos, pociones y prácticas afines con la curación.

 

—Deja de torturarte.

 

No era precisamente un ente externo quien le hablaba, tampoco se trataba de su conciencia o de voces de loco en su cabeza. Era complicado, ni siquiera él lo entendía del todo. Pero cuando estaba demasiado lejos del obelisco sentía que una parte de si mismo se mezclaba con la propia presencia de aquel ente oscuro. Un ser que era parte de sus pensamientos y parte de los de otro. Un híbrido complicado de entender que no tenía aspiraciones negativas hacia su recipiente.

 

—Así como formas parte de mi, y no lo haces al mismo instante, este sentimiento de depender de alguien a quien no conozco me molesta mucho.

 

—¿Sabes? Al menos no tienes que mover los labios para que podamos comunicarnos. Sería muy extraño, te llevaría a ese ¿cómo se llama donde curan a los tuyos? —preguntó, confundido.

 

—Hospital. Exactamente San Mungo

 

—Estaré aquí, no te molestaré. Recuerda siempre que gran parte de nuestro yo es tu inconsciente. Estaré atento, veré lo tu cerebro decide ignorar y te avisaré. Pero te dejaré tranquilo mientras aprendes algo nuevo.

 

—Si puedes dedicarle algo de atención a pensar la mejor forma de agradecerle a Mónica por darme posada por todo este tiempo...

 

La velocidad de su andar se redujo. Este ser que era y que al mismo tiempo no, le permitía concentrarse en muchas cosas. La parte que procedía de la isla tenía la capacidad de dividir su atención. Bastian, aquel que era totalmente Bastian, podía centrar su atención en cualquier cosas. En practicar un discurso mentalmente, en cortar ingredientes de pociones, en redactar una carta para luego escribirla en pergamino; al mismo tiempo, la atención del ente le permitía caminar. Quizá de forma inconsciente, sin todos sus recuerdos, ignorando a personas que eran sus amigos, sus hijos o su novia. Pero seguro al final de cuentas. Aunque aquel ser poco a poco tenía más confianza para acceder a los recuerdos del cuerpo que compartía consigo mismo.

 

Ingresó al salón de clases aún un poco despistado y se dirigió hacia una de las sillas vacías. Sin embargo no se sentó, permaneció de pie detrás de Mónica.

 

—Estaba despistado —dijo en voz baja —. Hasta ahora me doy cuenta que son ustedes. Un gusto verlas —agregó dirigiendo claramente sus palabras a Mónica y Tauro.

 

No se movió. Él iba a tocar el traslador justo cuando comenzara a brillar.

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Todo indicaba que algunos de los alumnos se conocían ya, eso quizá dejaba ver que estaba frente a una clase que no era novata en el arte de aprender nuevas nociones en la universidad, o que incluso iba a experimentar la confrontación de diferentes tipos de temperamento, que frente al suyo podrían terminar en una especie de bomba de tiempo un tanto inestable. Suspiró hondo tras un pensamiento que intentaba predecir el futuro, no quería salir de sus cabales pronto, pues el disfrute de lo que vendría era un motor de impulso bastante potente.

 

Un par de caras de las que tenía en frente parecían estar despistadas, eso le preocupó un poco pues quizá no iba a resultar todo como tanto esperaba si las facciones de aquellos aprendices no se llenaban de desesperación, exasperación o incluso un poco de desquicio, su objetivo no sería del todo completado. Lucharía porque esto fuera así, y que a la vez encajara todo en una maraña que no se saliera dentro de las reglas de la institución en la cual ahora era docente.

 

Todos habían tocado el traslador que estaba frío y algo empañado por el clima lluvioso que abatía todos los lugares cercanos conocidos, el resplandor ligero de una luz tenue se reflejaba en él, era la ventana del aula que no dejaba de ser protagonista iluminando de cierta manera el sitio. Los dedos se reflejaron por un segundo y desaparecieron enseguida, haciendo que las paredes se encogieran y estiraran como si estuvieran respirando, luego ya no estaban ahí.

 

  • En algún lugar de Ottery.

Una luz verde dio en un objetivo humano a penas a dos metros de la aparición del grupo, dejando inerte un cuerpo que no se movería nunca más. Rayos, medias lunas, flechas y maldiciones imperdonables abundaban en cada esquina, tras cada muro, sobre cada piso y muchos daban en el blanco sin poder evitarlo. Los ojos del Black Lestrange se iluminaron, y no precisamente por el espectáculo de luces a su alrededor, sabía que algo bueno para su goce se avecinaba con furia.

 

— ¡Muchachos, cúbranse! —exclamó dando un salto.

 

Ocultó su cuerpo tras un montículo de piedras desquebrajadas, que seguramente habían sido un muro minutos u horas antes. Hizo señas para que le siguieran, ansioso de que todo empezara de una vez, pues debía encontrar un punto en el cual poder meterse en la batalla sin que resultaran dañados, él principalmente. Esperó que todos estuvieran junto a él, a sabiendas de que muy posiblemente se encontrarían batallando por participar en todo aquello, no era raro que hubiera caras de alguno de los dos bandos en disputa dentro de la materia.

 

Los cuerpos abundaban a donde el ojo dirigiera su enfoque, algunos ensangrentados, otros simplemente ya sin vida y uno que otro sufriendo escandalosamente con gritos que seguramente resultarían escalofriantes, pero que para sus oídos eran una sinfonía de la más fina calidad, digna de disfrutar con todas las de la ley; y así sería. Observó con mucha atención las caras de los alumnos, eran cuatro y por primera vez trataba de analizarles, pues no sería fácil para ellos.

 

— Tauro, ¿ves aquella mujer con una luz en el rostro, la del vestido rojo fuego? Se está desangrando. Tú deber ahora mismo es curar las heridas de su cuello y pecho, antes de que su corazón deje de latir. Detén el fluir de la sangre que está dejando encharralado el piso, y llévala a un lugar seguro para esto. —sus instrucciones eran claras, dependería de ella ahora llevarlas o no a cabo, sabiendo lo que significaría una inversión tirada a la basura, con respecto a la clase.

 

La mujer indicada por Eliot había asesinado hacía unos segundos a un enmascarado robusto, justo antes de caer de rodillas al suelo. El hombre parecía de edad un tanto avanzada y seguramente muy conocido dentro de ese bando pregonante de oscuridad; esperaba para sus adentros que la chica de los cabellos azules le reconociera y así aumentar la dificultad de su encomienda.

 

— Elvis, se nota en tu cara que los enmascarados no son los que más te simpatizan —bromeó con el ceño fruncido, aun manteniendo el semblante que inspiraba respeto absoluto. —El hombre que se ríe a carcajadas allá tras esas escaleras es tu objetivo, como ves las flechas están penetrando cada vez más su cuerpo, y no parece tener idea de cómo detenerlo, y mucho menos aceptar que ya se está viendo perdido. Adelante, no permitas que se vaya, quizá también sea nuestro deber llevarlo luego a los calabozos que correspondan. —la última frase surgió con un sarcasmo que no pudo disimular; pero de momento no le preocupó.

 

— Mónica, estabas un poco despistada en clase. Y parece que eres la más responsable a juzgar por la hora de tu llegada. Vamos a ver si espabilas un poco con esto: El hombre flacucho de allá arriba está luchando con su vida y a la vez con una fiera felina tres veces más grande que él, evita que ésta le arrebate su vitalidad y procede a cerrar la piel desgarrada. Por supuesto, ten cuidado de no salir tú lastimada en su lugar. —terminó con ironía lo que parecía una advertencia.

 

— Juliens, el muchacho que parece haber llegado sin levantarse de la cama. Tu tarea es doble ahora, esas dos personas no dejan de luchar aun cuando ambas están a punto de abandonar este mundo, termina esa contienda como puedas y procede a la curación. Cuida que uno no mate al otro mientras lo haces, o que seas tú un blanco fácil —casi guiñaba un ojo con sarcasmo, pero logró contenerlo.

 

— Los Episkey no estarán de más, usen bezoars, y suturas manuales si es necesario. Según recuerdo en las lecturas previas ya deben conocer al respecto. Los quiero aquí a todos en treinta minutos, con sus heridos asignados, no se sabe qué más pueda ocurrir, seguro tendremos más trabajo del que predije. Trataré de acercarme a cada uno mientras este tiempo trascurre, no desesperes y procuren no dejarse intimidar por la carne viva y las vísceras que estarán a la vista. —finalizó el discurso y desapareció, justo antes de que un rayo escarlata pegara en el lugar en el que estaba de pie.

 

No recordaba cuando había sido la última vez que había hablado tanto, o dirigirse a otro ser humano sin insolencia de por medio, aunque había algo de eso implícito en todo caso, pero no era evidente. Apareció nuevamente en lo alto de una torre donde no había situación bélica alguna, esperaba gozar del espectáculo por lo menos un par de minutos antes de interrumpir a sus alumnos con una visita.

 

Respiró profundo; sonrió.

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Cuando por fin llegaron todos los que tomarían el conocimiento de Primeros Auxilios, Eliot se dispuso a llevar a la clase hacia un lugar hasta ahora desconocido para ellos; Tauro tocó el traslador con cara de pocos amigos preguntándose por qué todos preferían ese asqueroso medio de transporte que no hacía más que provocarle mareos y ganas de asesinar injustificadamente al azar. Realmente la ponía de muy mal humor y más valía que nadie estuviera cerca o cayera encima de ella sino quería terminar con la varita atravesádole el ojo. Respiró hondo y esperó a que el viaje terminara en un abrir y cerrar de ojos.

Para cuando sus pies tocaron el piso sólido de inmediato el olor a sangre la golpeó embriagándola, los gritos y estruendos sonaban como a una conocida melodía que escuchaba antes de ir a dormir y supo donde se encontraban, o por lo menos reconoció lo que estaba ocurriendo frente a sus ojos. Lo que presenciaban no era más que un típico enfrentamiento entre dos bandos, decir quién llevaba la delantera era algo difícil de determinar, no sin involucrarse. Sin darse cuenta su mano derecha se aferraba con fuerza a la varita y su cuerpo tenía toda la posición de quién está listo para la batalla, mirando por el rabillo del ojo se dio cuenta de que no había sido la única.

Un «¡Muchachos, cúbranse!» la hizo reaccionar a tiempo, antes de dar un paso en falso; también el rayo que pasó rozándole la oreja. Pese a que no le agradaba la idea de tener que ir a ocultarse tras una «¿en serio una piedra?», lo hizo, fue entonces cuando las instrucciones de Eliot acerca de lo que debía hacer cada uno la hizo soltar una carcajada que quedó mezclada entre los múltiples choques de hechizos y explosiones provocadas cerca de donde se ''refugiaban''.

«Tiene que estar de broma», pensó, consciente de que no era así. Las posibilidades de que pudiera salir herida actuando como una simple civil eran varias, aunque confiaba en sus habilidades, pero la idea de tener que salvar a alguien a quién no conocía y que hace pocos minutos había matado a uno de los suyos le repudiaba. ¿A qué estaba jugando Eliot? ¿Cómo se atrevía a exponerla a ella, su líder, de ese modo? Esperaba que el chico sólo estuviera sintiéndose demasiado aburrido y buscara diversión, eso lo justificaría, al menos un poco, de lo contrario... Resopló, ya estaban allí, no podía regresar hasta que el traslador se activara nuevamente y tampoco podía reprobar nuevamente; haría lo que fuese necesario, pero a su manera.

La peli-azul se aproximó sin problema al cuerpo casi inerte de la mujer con una cajita de primeros auxilios en la mano, se arrodilló y mirándola a los ojos le mostró una fiera sonrisa acompañada de una mirada asesina, para que supiera que su rostro era el último que vería antes de morir. Todos estaban ocupados haciendo lo que Eliot les había encomendado, ni siquiera Elvis que se hallaba demasiado lejos para poder vigilarla lo sospecharía, además de que tendría que vigilar a Mónica y quizás a Julio. Por más que quisiera el Fenixiano no podía tener ojos en todos lados.

— Y bien, espero que te hayas divertido matando al pobre hombre de allá —empezó hablándole con voz melodiosa y con una perfecta fingida empatía —. Es una lástima que ninguno de los dos vaya a poder ver a su familia el día de hoy —continuó diciendo con el mismo tono de voz que solo ella era capaz de escuchar.

Sin pausa, pero sin prisa, fue sacando todo lo que necesitaría para detener de momento el sangrado: gasas, vendas adhesivas, toallitas para presionar la herida y detener el sangrado, esparadrapo, hilo y aguja. Lo primero que hizo fue curar la herida de su pecho, cerrándola con puntos torcidos y mal hechos, pero que al final cumplían su cometido y luego... Sonrió. Había dejado la herida del pecho de última a propósito, pues era la que peor lucía y por ende la más grave, de este modo dejó que perdiera tanta sangre (a pesar de las toallas que había colocado) que fuese imposible de salvar, ni siquiera con una gran transfusión. Aun así Tauro hizo lo debido, limpió la zona, la desinfectó, cosió, cortó un pedazo de gasa, vendó y pegó, pero para cuando hubo terminado la mujer ya estaba muerta.

—¡Eliot! —gritó elevando la mano —Lo siento, he hecho todo lo posible pero esta mujer ha muerto. De todos modos estas cosas pasan, ¿cierto? Lamentablemente no los podremos salvar a todos —dijo fingiendo pena y temor en su voz, pero lo hacía tan bien que parecía real, lo cual hacía a causa de cualquiera que la pudiera estar observando y quisiera acusarla de haber dejado morir a la sangre sucia a propósito, que era cierto.

—No sé qué habré hecho mal, ¿la forma en que cosí los puntos, quizás? —agregó.

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Miré de reojo a Mónica. Que mujer maldita. Cada vez que la veía, sea el sitio que fuere, recordaba el pacto que nuestros líderes nos habían hecho curar. ¿Por qué nos habían hecho eso? Ambos habíamos llegado a la conclusión de que era algo en común, pero no entendían que nos habían obligado a tener una batalla constante. Ella no podía decir que era de la Orden, ni siquiera con el mejor legeremántico o alguna poción multijugos. Me pasaba lo mismo que ella. ¿Cómo podía vivir sabiendo que hacía de las suyas? Ambos nos habíamos jurado pisarle los talones al otro, aunque admitiéndolo, hacía meses que no nos cruzábamos.

 

Todos llegamos hacia la esfera de cristal y desaparecimos de la Academia. Habían llegado todos a tiempo, porque Eliot nos trasladó hacia fuera de la institución. Habíamos pasado de la tranquilidad del aula y la voz tranquila del profesor, a puros gritos, rayos que iban y venían y pidiéndonos que nos cubriéramos. ¿Dónde estábamos? Me agaché y me tiré al suelo sobre mis rodillas. Algunos rayos atravesaban de punta a punta y pude entender que estábamos ubicados en medio de una batalla. Miré al resto de mis compañeros y tras las señas de Eliot, nos reagrupamos. Tenía indicaciones.

 

Está bien. Yo me encargo —exclamé después de que éste había encomendando una tarea para cada uno. Desde ése punto me había mentalizado que no importaba el punto donde estaba parado cada participante. No importaba el bando, las creencias o sus objetivos. Teníamos que llevar a cabo nuestras tareas, ya que todas las vidas eran importantes. Por algo nos pedía que hiciéramos aquello. Avancé algunos pasos y me cubrí detrás de una pared. las escaleras estaban a unos diez metros. El hombre no parecía rendiste, Eliot tenia razón—. ¡Oiga! Vengo a ayudarlo. Solamente...

 

Pero éste se pensó que estaba queriendo distraerlo y lanzó algunos ataques contra mi. Me corrí en el momento que un trio de rayos despedazaban ésos ladrillos. Se levantaba un poco de polvo y no parecía calmarse. La sangre emanaba de su pecho. Si seguía así moriría, tenía que calmarse. Sacudiendo mi varita hice caer al hombre bajo los efectos de un Confundus. Inmediatamente se quedó en silencio, con la vista perdida y la boca abierta. ¡Aquel era mi momento! En seis o siete zancadas llegué hasta él, un segundo movimiento de mi varita lo hizo caer de espaldas y quedar levitando a escazos milímetros del suelo. Sus pupilas estaban empezando a enfocar mejor.

 

Miré y rocé con la punta de mis dedos aquellas flechas. Las conocía tan bien que las había podido distinguir desde antes. No era un daño severo, pero al parecer su furia lo había llevado a perderse mentalmente. La sangre había manchado parte de su camisa. Quité una flecha y tras corroborar que fuera algo real, la lancé hacia atrás mientras recurría a mi varita.— Evanesco ¡Episkey! — las once flechas desaparecieron automáticamente. Pude ver cada herida que se recubría de sangre. Pero mi segundos encantamiento se encargo de curarlo como debía. Aquello era todo. Me puse de pie y lo apunté.

 

No me hagas usar mi varita. Te acabo de curar, casi mueres —le comenté. Tan sólo un movimiento en falso y quedaría maniatado y desmayado. No quería tener que recurrir a eso pero si me obligaba no duraría ni por un segundo. El hombre se sorprendió pero seguramente sentía el alivio. Se refregó los ojos intentando comprender como había llegado hasta él sin que lo viera y de pasar a estar en ésa posición. Miré de reojo hacia mis espaldas. Tenía la sensación de que llegaría algún hechizo por detrás, pero ésa no era mi batalla—. ¿Te encuentras bien? —le pregunté. A lo lejos pude ver a Eliot, tal vez tenía alguna nueva indicación.

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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—Deberías tocar el traslador justo ahora, te dejarán atrás

 

—Estoy atento en eso, gracias —respondió Bastian al ser que habitaba en la red neuronal de su cuerpo.

 

Dio un par de pasos hacia el frente. Con las yemas de los dedos de la mano izquierda (que quedaban fuera de los guantes de piel de dragón que tenía las puntas cortadas) tocó el artefacto que los llevaría al sitio en donde la clase en realidad se llevaría a cabo.

 

Aquel viaje no le era del todo agradable, aunque tampoco llegaba a disgustarle. No se mareaba como algunas personas lo hacían. Pasó mucho tiempo de su vida viajando de un sitio a otro. Algunas veces utilizando trasladores de emergencia ubicados cuando comenzaba su misión, otras tantas desapareciendo sin más. Siempre que comenzaba una nueva misión implantaba al menos dos trasladores que le pudieran servir para escapar si así fuera el caso. Además, algunas reuniones secretas se llevaban acabo en sitios clasificados en los que difícilmente se podía aparecer.

 

Sintió aquel poco natural jalón en el estómago. Sintió, casi como cuando se transformaba en tigre, que su cuerpo se mezclaba con el aire. Sintió que dejaba de existir físicamente. Fue cosa de segundos, un par a lo mucho, cuando finalmente todo volvió a la normalidad. Era un acto reflejo, pero se aseguró de tener las dos orejas y la nariz. Sacudió la cabeza para eliminar el pequeño aturdimiento. Retiró, de forma instintiva también, el cabello que se había colado en el rostro e interrumpía levemente su visión.

 

Observó a un animal que estaba intacto. Un hermoso hipogrifo que seguramente había sido invocado por un miembro de cierto rango de cualquiera de los bandos. Bastian esperaba, en realidad lo hacia, que aquella bestia tuviera como objetivo defender a algún brillante, o atacar a algún mortífago. Eso puesto que aquel animal iba a pasar a estar bajo su control.

 

-Orbis Bestiarum- pensó.

 

El cuello del animal, para sorpresa de su creador, comenzó a brillar. Un brillo dorado que rodeaba completamente el cuello de la bestia. Aquel espectáculo, aunque parecía eterno, duró una fracción de segundo. El hipogrifo, trastabilló pero aún continuó en pie. Escuchó las palabras del profesor.

 

—No se quien es ese tan Juliens con el que todos me confunden. Debes agradecer que no eres el primero que lo hace, de lo contrario no me hubiera enterado que hablabas conmigo. De nuevo aclaro que me llamo Bastian.

 

Era algo que lograba ponerle de mal humor. No era la primera ocasión que pasaba, desde hacía ya varios meses al menos unas cuatro personas lo habían confundido con ese tal Juliens. Seguramente se parecían mucho. En ese instante el Warlock decidió que Juliens recibiría una visita nada amigable. Seguramente acabaría asesinándolo para resolver aquel problema de identidad.

 

No paró en escuchar las indicaciones del profesor. Se apartó del grupo para intervenir en la batalla de un mortífago y de un fenixiano. El hipogrifo se lanzó al ataque, le daba igual quien llegara a ver lo que sucedía. Para su suerte, o mala suerte, la criatura regresó a ser una gran trozo de muro que apenas y golpeó a la fenixiana > pensó Bastian. A la final le tocaba buscar otra forma de asesinato.

 

Para su agrado, el rostro detrás de la máscara mortífaga se le hizo conocido. El mortifago debió también reconcerlo. Bastian vio la batalla el suficiente tiempo para saber que aquel hombre con máscara, incluso herido, era lo suficientemente hábil para no fallar sus ataques. Por lo que el rayó que pasó rozando su oreja le dibujó una sonrisa en el rostro.

 

—Cooperará —dijo la voz en su interior

 

—Lo se —respondió Bastian.

 

Golpeó el bastón contra el suelo. Este brilló con gracia. Comenzó a reducirse hasta que finalmente se fundió con la varita mágica. En realidad, el bastón era simplemente el mango de la varita agrandado. No le brindaba más poder, en lo absoluto, solamente mayor comodidad. Se dirigió en primer lugar al mortífago. La mujer de la orden no era problema, había perdido el conocimiento gracias al golpe recibido por el escombro que se desprendió del hipogrifo cuando este recuperó su forma original.

 

—Episky —dijo casi en un susurro cuando estuvo de rodillas sobre su camarada de ideales. Las heridas no cerraron del todo.

 

Tomó una aguja e hilo de sutura y, con un leve mover de varita, la aguja comenzó a seguir el copas de su mano. En pocos segundos el hombre ya no sangraba. Colocó varias gasas y alcohol. Luego metió con fuerza un bezoar en la garganta del tipo, era probable que estuviera envenenado. Si bien estaba estable, el tipo aún estaba débil por lo que se quedó quieto.

 

—Intenta no atacar a nadie más. No quiero atacar a nadie que piense igual que yo. Quédate quieto, estoy para ayudar. La tipa con la que peleabas, sería una lástima que alguien no logre salvarla.

 

Dejó a su primer paciente y se dirigió donde la mujer que ese día abandonaría el mundo. Tomó dos piedras de suelo, colocó una la herida más profunda de la dama y susurró.

 

—Morphos —la una piedra tomó forma de una rana punta flecha —. Es una pena, no sabes cuan apenado me siento...

 

Aquella piedra hizo que la muerte de la bruja se acelerara. Bastian le clavó la varita a la rana entre los ojos, haciendo que esta regresara a su forma de piedra. Coció las heridas de forma pulcra, aunque estaban infectadas, luego de colocar abundante alcohol. Puso una gasa para que el pus producido por el contacto con el veneno no fuera muy visible.

 

Finalmente la bruja murió. Ahora si colocó un bezoar en la garganta de su paciente. Ya no tenía ningún efecto. El diría que el bezoar no fue efectivo. Hizo levitar a la bruja con magia. Se acercó al mortífago, apretó en el cuello, justo en el sitio que lo dejaría sin sentido. Se llevo a ambos flotando apenas separados del suelo. Él mismo caminaba con una parvada de cuervos flotando alrededor de su cabeza para lo cubrieran de un posible ataque.

 

—Es una pena que la mujer muriera. Seguí todos los procedimientos. Apliqué hechizos curativos, apliqué incluso alcohol abundante. Lo primero que hice fue administrar un bezoar, pero la herida jamás dejó de botar un amarillento y asqueroso pus.

 

Puso a hombre y mujer en el suelo.

 

 

 

 

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Sus pies la avisaron de que el traslado había finalizado cuando tocaron el suelo firme. Tenía la boca seca, era algo que le pasaba siempre que utilizaba un traslador o algún método de transporte similar. Era odioso y personalmente prefería aparecerse porque al menos así tenía consciencia de a donde iba con cierta seguridad, aunque también recordaba haber sufrido una despartición cuando aún era joven. Se estremeció al recordarlo y abrió los ojos entonces para encontrarse con el nuevo escenario.

 

Una batalla. Por un momento frunció el ceño ante un pensamiento ridículo que le cruzó la mente, pero prefirió callarse la boca. Dirigió la mirada hacia Eliot cuando este pronunció su nombre y el gesto de incredulidad solo fue en aumento ¿Le había dicho que espabilara? ¿Ese jovenzuelo? Los dientes chirriaron cuando apretando la mandíbula y, varita en mano, se dirigió al que se suponía que sería su paciente. Con aquel humor bien podría matarlo en vez de salvarle la vida.

 

- Sectusempra – su voz se escuchó por encima del ruido que hacían los hechizos al impactar y sobre los gritos del resto de presentes. El rayo que salió de su varita cruzó el espacio tan rápidamente que casi era imposible detenerlo y solo lo hizo al impactar contra el cuerpo de un enorme tigre que amenazaba al desconocido al que Mónica debía de curar-. Tranquilo gatito – murmuró mientras terminaba de subir las escaleras.

 

Allí mismo el hombre flacucho quiso apuntarla con la varita, pero antes de que pudiera hacerlo la bruja había efectuado una floritura para confundirlo en completo silencio. Cayó al suelo. Con ello se aseguraba de que no la atacaría y de que, además, nadie del bando rival pudiera localizarla como miembro de ninguna de las facciones al realizar aquel hechizo.

 

- No seas idiòta, solo intento ayudarte – miró a su alrededor, pero nadie atacaba. Esperaba que en cualquier momento alguien saltara para seguir atacando a aquel hombre o bien para atacarla a ella y sin embargo nadie lo hizo. Mientras tanto había sacado del interior de su capa una pequeña cartera de la que al abrirla sacó varios utensilios médicos que desde el principio sabía que podría necesitar; aguja e hilo, alcohol y gasas y varias vendas limpias. También había otros botecitos con líquidos de varios colores en su interior-. Esto te va a doler.

 

Terminó de rasgar la camisa para poder verle el costado y justo después de eso le echó alcohol en las heridas. El aún aturdido mago se retorció en el suelo, lo que la obligó a sostener los brazo del otro para que no se moviera y empeorara más lo que la criatura le había hecho. Limpió la herida con las gasas, quitando la suciedad y sangre y luego comenzó a suturar para unir la piel desgarrada del hombre que aún gimoteaba en sus manos.

 

Tuvo que agacharse antes de terminar para evitar que un rayo la alcanzara de lleno mientras envolvía el torso del herido con una gasa blanca que sostendría la costura. Tomó la varita y le apuntó a los ojos con un haz de luz en la punta para comprobar que reaccionaba ante la luz. Sonrió cuando pestañeó.

 

- No sé a quien diablos apoyas esta noche, pero has tenido suerte – era castaño, de ojos grises y de piel blanca: un civil. Sabía que podía ser un apoyo al bando rival, pero tampoco se arriesgaría a matar a algún aliado. Dos segundos después comprobó que levantaba la varita contra un miembro de la orden y eso la tranquilizó-. Será mejor que vuelvas a la batalla y busques a quien te haya hecho esto.

 

Se puso en pie primero y luego ayudó al otro a hacerlo. Lo vio alejarse y volver a la batalla como si nada hubiera sucedido y eso la llenó de orgullo. No había querido utilizar magia ni brebajes para curarlo pues había realizado muchas veces hechizos de curación y para hacer hacerlos no necesitaba una clase. Cuando se giró para volver donde el resto estaba sintió como tres cuerda ataban sus piernas, brazos y tapaban su boca y como a continuación más de cinco flechas se clavaban en su cuerpo con una facilidad increíble. Parecía que en vez de piel y huesos estuviera hecha de arcilla.

 

Hacía mucho tiempo que no sentía aquel dolor y quizás por eso no mantuvo las fuerzas. Estaba desentrenada. Cerró lo ojos y cayó de espaldas notando como el suelo detenía su cabeza al golpearse contra él. Allí tirada solo tuvo un pensamiento: a lo mejor sí que necesitaba espabilarse.

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